Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo
De los sucesos de Ningdu había una cosa que a Mao le había quedado clara: Moscú estaba de su lado. Así pues, no estaba todo perdido, aunque tampoco se podía decir que estuviese todo ganado. Eso sí, se sintió lo suficientemente fuerte como para negarse a ir a la capital del Estado rojo, Ruijin; así que, puesto que decían que estaba enfermo, decidió quedarse a “convalecer” en Tingzhou. Allí montó un cuartel general bastante bien dotado (no le faltaba el dinero pero, claro, ya sabéis: ser comunista no significa blablablá) desde el que instruyó a quienes le eran fieles para que nunca se enfrentasen con los nacionalistas en el campo de batalla.
En enero de 1933, uno de los principales impulsores en Shanghai de la desgracia de Mao, el joven Po Ku, llegó a Ruijin. A pesar de que apenas tenía 25 años, la mayoría del Partido lo votó para ser la cabeza política del PCC, mientras que Chou En Lai retenía el mando militar.
Po, sin embargo, venía con instrucciones. Justo antes de dejar Shanghai, Ewert le había transmitido la instrucción de la Komintern de que, hiciera lo que hiciera, tenía que contar con Mao. Pero, claro, Po Ku, que era tonto pero no gilipollas, pronto llegó a la conclusión de que la instrucción de Moscú se refería a Mao, pero nada decía de las personas que le eran fieles. A partir de febrero, una larga lista de amigos y partidarios de Mao, entre otros su hermano Tse Tan, comenzaron a ser apalizados en la Prensa; aunque lo cierto es que no fueron acusados de ser enemigos del comunismo, sino sólo rojos errados, errejoncillos limones.
De forma mucho más importante, la paciente labor de Po Ku, que fue dando po ku a unos y a otros, fue desmantelar gran parte de la red de mando paralela que Mao había tejido en muchas esquinas del ejército rojo y del Partido. Y lo cierto es que funcionó. En una posible relación de causa-efecto que rara vez se admite, dejar Mao de mandar a las tropas y comenzar éstas a obtener resonantes victorias contra el enemigo nacionalista superior en medios, fue todo uno. La ofensiva del Kuomintang se dio por terminada en marzo de 1933, con menos éxito que Rosalía en un concurso de intérpretes de Chopin.
No todo el mérito fue, sin embargo, de la acometividad comunista. También hay que tener en cuenta que, desde febrero de 1933, los japoneses habían salido de Manchuria y habían comenzado a avanzar siguiendo el trazado de la Gran Muralla, camino de Pekín. Aquel mismo mes, Tokio creó en el noreste el Estado-marioneta de Manchukuo. Un dato interesante para la Historia es que sólo hubo tres Estados que reconocieron diplomáticamente a aquel meconio: la URSS, El Salvador... y el Vaticano. Una labor interesante para algún historiador sería averiguar las razones que pudo tener el PasPas para hacer tal cosa. Obviamente, las probabilidades son muchas de que algo tuviese que ver la pasta.
La URSS y la China nacionalista habían recuperado sus relaciones diplomáticas en diciembre de 1932; pero, aun así, la ayuda militar de la URSS explica buena parte de la capacidad de resistencia comunista durante la campaña. El restablecimiento de relaciones diplomáticas le permitió a Moscú fibrilar muchos más asesores y espías en China, bajo la inocente figura del personal diplomático y los periodistas. El principal papel de apoyo lo jugó el agregado militar soviético, general Eduard Lepin (que estoy casi seguro que era Eduard Davidovitch Lepin). Por parte China, obviamente la principal figura militar fue Chou En Lai, que se vio notablemente reforzado tras las victorias conseguidas por el ejército rojo. Esta ganancia de peso quebró la resistencia de Mao. Para entonces, el futuro líder comunista era consciente de que no era su figura la que estaba en boca de todos, sino la del que consideraba su archienemigo dentro del comunismo. Además, las victorias del ejército rojo demostraban que la estrategia inicialmente ordenada por Moscú era la correcta; y todo el mundo que tenía que saberlo, sabía que Mao se había opuesto a la misma inicialmente. Como consecuencia de todo eso, dejó de convalecer, se presentó en Ruijin, y trató de parecer lo más sumiso y cooperativo que pudo.
En la capital del Estado comunista, Mao Tse Tung recuperó su estatus de alto mando comunista, con todos sus privilegios, su vodka y sus putas; y el derecho a estar permanentemente informado de todo lo que se movía. Sin embargo, para él se hizo evidente que la actitud de Moscú hacia su persona ya no era tan neta. Además, percibía con claridad el principal síntoma que, en un sistema comunista, te demuestra que has caído en desgracia: nadie viene a visitarte, nadie te escribe, nadie te llama, de todos los grupos de Whatsapp te borran.
El clímax de esta evolución negativa llegó ya en 1934, cuando Mao perdió su estatus de Presidente; que no es que fuera gran cosa, como ya hemos dicho. Pero algo sí que hacía. La cosa es que el cese tuvo su razón de ser. El presidente era alguien de quien se esperaba que mantuviese la maquinaria del día a día engrasada. Pero a Mao, eso de currar todos los días en labores más o menos monótonas nunca le gustó. Él era más de la máxima 16 del Camino de monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer (¿Adocenarte tú? ¿Tú, del montón? ¡Si has nacido para caudillo!). Consecuentemente, a los de Moscú no les gustaba nada lo mal que iba la administración de Ruijin. Y por eso buscaron a alguien con más alma de presidente de comunidad de vecinos. Lo encontraron en un ambicioso comunista de 34 años llamado Lo Fu. Lo Fu había sido educado y entrenado en la URSS. A Mao, para que no se llevase el Scatergories, le compensaron haciéndolo miembro titular del Politburo, que era la primera vez que llegaba a la cumbre del Angrilu comunista desde 1923. Sin embargo, aquello era un huevo Kinder relleno de mierda de pájaro, porque lo dejaron fuera del Secretariado, que era donde se cocía todo. Así las cosas, Mao “enfermó” de nuevo, y se excusó de la reunión del Partido en la que se tomaron estas decisiones.
En mayo de 1933, nacionalistas chinos y japoneses acordaron una tregua. Con las manos libres, Chiang Kai Shek lanzó la quinta expedición de aniquilación comunista, de nuevo con medio millón de tropas, que comenzó a moverse en septiembre. Esta vez su estrategia fue más lenta. Cada pocos kilómetros de avance, las tropas paraban para construir fuertes que consolidasen su posición. Chiang sabía que sus tropas eran más, estaban mejor armadas, y habían sido mejor formadas. Muy en particular, Chiang había conseguido fichar al hombre que había labrado la secreta resurrección del ejército alemán tras la gran guerra: el general Hans von Seeckt.
Por esta razón, Moscú decidió crear su propia red de asesores, fundamentalmente alemanes, que mejorasen el tono de la armada rojochinorri. Por eso despachó a China a un general alemán comunista llamado Manfred Stern; aunque los españoles lo conocemos mejor como general Kleber, ya que con ese seudónimo estuvo dando por culo por aquí durante la guerra civil. Otro alemán remitido, Otto Braun, se convirtió en el comandante en jefe de las tropas de facto, y fue enviado Ruijin, donde residió en el área privilegiada reservada a los jefes del Partido. Se le dio un nombre chino, Li De (Li el Alemán) y también una esposa china. Aquello fue un problema para los comunistas, ya que ninguna camarada quería casarse con aquel tipo que, entre otras cosas, ni siquiera hablaba chino. La elegida fue forzada a verificar el matrimonio (porque ser comunista no significa que tengas que vivir como una persona respetuosa con las mujeres). El gran apoyo de Braun en aquel entorno, en el que incluso le aconsejaron que no saliese solo de casa, fue Po Ku, con quien podía hablar en ruso.
En la primavera de 1934, la situación era comprometida para los comunistas. El Kuomintang llevaba medio año presionándolos, sin que hubiesen encontrado la tecla para podérsele resistir. Todo el mundo medianamente informado en Ruijin sabía que la evacuación de la ciudad era sólo cuestión de tiempo. El 25 de marzo, incluso, Moscú envió un telegrama al PCC en el que le venía a decir que las perspectivas de la ciudad eran incluso peores de lo que los propios chinos calculaban; para colmo, la comunicación fue interceptada por los británicos.
El receptor de la comunicación de Moscú fue, obviamente, Po Ku. El número 1 del Partido decidió inmediatamente que tenía que sacar a Mao de aquel teatro. El 27 de marzo, Ruijin telegrafió a Moscú un mensaje diciendo que Mao llevaba enfermo un tiempo, y solicitando su remisión a Moscú. Todo era mentira. Los jefes comunistas chinos, simplemente, eran conscientes de que las sonrisas de Mao eran más falsas que las del calvo de compramostucoche, y querían que se fuese a tomar por culo de allí.
El Kremlin, sin embargo, no tragó. Contestaron el 9 de abril diciendo que estaba en contra del viaje de Mao, sobre todo por el riesgo que comportaba, ya que tendría que atravesar zonas nacionalistas. En ese punto, Po Ku pensó en un plan B: dejar a Mao atrás cuidando del fuerte. O sea, ser el pringado que nadie quería ser; porque ser comunista no significa que tengas que defender el comunismo con tu vida. En el comunismo, por lo general, el esfuerzo siempre lo hacen otros.
Mao sabía bien que si le caía la misión de frenar a los nacionalistas defendiendo Ruijin mientras pudiese, aunque ello no pusiera en peligro su vida, que probablemente sí, significaba quedarse totalmente desconectado del mando del Partido y del ejército. Así pues, ni corto ni perezoso, se construyó, literalmente, una posición en el ejército en retirada. Avanzó hacia el sur, donde tenían buenas perspectivas. Allí, el territorio estaba controlado por un señor de la guerra cantonés con quien los comunistas ya habían hecho negocios (con el tungsteno) y que era abiertamente anti Chiang. En cuanto los cantoneses dieron su visto bueno a un corredor de huida hacia el sur, Mao lo usó.
En julio, cambió de dirección, cuando fue informado de que el punto de salida se había desplazado al oeste. Regresó a Ruijin esperando la confirmación de esa noticia. Cuando la tuvo (el punto fue fijado en Yudu, una ciudad a unos 60 kilómetros al oeste de donde estaba), cogió el portante y se largó. En un extraño gesto de generosidad (que si hubiese sido generosidad de verdad, lo habría tenido antes), Mao decidió que, como no se podía llevar todas las riquezas que había robado en el sur y que tenía escondidas en las montañas, las donaría al Partido. Así que instruyó a su hermano Tse Min para que le colocase la mercancía a Po Ku.
Insisto: no es generosidad. El Partido estaba tieso, y Mao tenía la posibilidad de usar sus riquezas para comprar su billete a la huida. Se fue a a ver a Po Ku en el momento ideal para confesar que se había cagado y meado en las reglas del Partido que él mismo había creado (no robar al pueblo, y siempre entregar toda riqueza al Partido); confesión acompañada por la promesa de que, a partir de ahí, se portaría como un corderito. Po Ku le creyó o no le creyó, eso no lo sabemos; pero necesitaba la pasta, así que le dio el abrazo del oso. O del Papa.
Así las cosas, en los minutos de descuento, el designado para quedarse en Ruijin y comerse el marrón fue Xiang Ying, vicepresidente del Estado rojo y, en ese momento, el único miembro de la elite del Partido que era de origen proletario (la mayoría de los demás eran errejones de Pozuelo). Xiang aceptó su destino con disciplina, pero aún así expresó sus dudas sobre el hecho de que Mao se marchase con el resto de la cúpula del Partido. Xiang había sido testigo de la represión de los comunistas de Jiangxi, y a partir de ahí había llegado a la conclusión (qué tonto, ¿no?) de que Mao no se detendría ante nada en su procura del poder absoluto personal. Mao había intentado labrar varias veces la desgracia de su camarada, torturando a mucha gente para fabricar confesiones contra él. Hubo de esperar unos diez años, pero al final se lo cargó.
Xiang argumentó en contra de la participación de Mao en la huida. Le dijo a quien le quiso escuchar que todos estaban subestimando su fidelidad a los objetivos meramente personales. Les dijo que sólo estaba fingiendo; que aprovecharía la primera oportunidad para quedarse con todo. Aparentemente, Po Ku no le creyó; o quizás es que necesitaba la pasta, y sabía que no se la podía quedar así como así y luego quebrar a Mao, porque en Moscú no le dejarían.
Una vez en Yudu, Mao mandó llamar a su mujer. Sólo a su mujer. Las reglas de la retirada eran claras: ni niños, ni mascotas. Así pues su hijo, conocido como “el pequeño Mao” tuvo que quedarse atrás. Su padre ya nunca lo volvió a ver.
El Pequeño Mao había nacido en noviembre de 1932, el segundo hijo de la unión de Mao y Gui Yuan. Antes habían tenido una niña, que se murió pronto (o no). La niña había nacido en junio de 1929. Nació en Longyan, Fujian; y un mes después del parto, Mao y su mujer tuvieron que dejar la ciudad, por lo que la niña fue dejada con una mucama. Gui Yuan no regresó allí hasta tres años después, cuando le fue referido que la niña había muerto. La madre, sin embargo, nunca creyó esa versión y años después, cuando el comunismo se estableció en China, se puso a buscarla, cosa que hizo hasta su muerte en 1984.
Al salir de Ruijin, Gui Yuan dejó al pequeño Mao en manos de su hermana, que estaba casada con Tse Tan. La separación fue enormemente dolorosa para la madre que, además, acababa de perder un tercer hijo, a los pocos días del parto.
Ante el avance de los nacionalistas, Tse Tan movió al niño. Pero fue muerto en batalla en abril de 1935 antes de que le hubiera podido contar a su mujer dónde había dejado el paquete. Esta mujer, además, murió en noviembre de 1949, en un accidente de coche. Tres años después, en 1952, se localizó a un joven que se pensó podía ser el joven Mao. Gui Yuan fue a verlo y concluyó que era su hijo, fundamentalmente porque, al igual que a Mao, al chico le cantaban los alerones (cosa que a los chinos no suele pasarle). El Partido, sin embargo, decidió que aquel chico era, en realidad, el hijo de otra viuda de guerra comunista. Gui apeló a Mao, pero el ya presidente decidió no hacer nada. Gui Yuan siempre sostuvo que era su hijo, y mantuvo un intenso contacto con él hasta 1974, cuando murió de cáncer hepático.
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