Marcos, el evangelio de masa fina
Mateo, el evangelio 2 sobre 3
Lucas, christians go multinational
Juan, el evangelio de las preguntas incómodas
Si hablamos del evangelio de Mateo, estamos hablando del auténtico best seller del primer cristianismo. Mateo fue, efectivamente, el evangelio más distribuido y leído en los primeros tiempos del cristianismo; un hecho que se deriva con claridad del dato de que sea un texto del cual exista un número bastante respetable de fuentes escritas de los primerísimos tiempos del cristianismo que lo citan (muchos más que en el caso de Marcos, por ejemplo). Y el tema es curioso, porque el evangelio de Mateo es, en realidad, un texto muy concreto que se compuso para un momento muy concreto, y para un tipo de cristianos, por así decirlo, muy concreto. Sin embargo, probablemente el hecho de que la problemática que trató de solucionar o definir fue una problemática muy generalizada dentro de los primeros cristianos, lo hizo tan popular. Porque proponía recetas teológicas que mucha gente necesitaba.
Situémonos. En realidad, deberíamos haberlo hecho ya en el
primer artículo de esta serie (Marcos). Pero, digamos, en el caso del primero
de los evangelios, podíamos vivir sin esta definición. Pero ahora la vamos a
necesitar en algún momento. Tenemos que entender cuáles eran los elementos de
tensión que experimentó el primer cristianismo.
Para explicar estos temas es absolutamente inocuo, o a mí me
lo parece, el tema de la existencia real o no de un personaje llamado Jesús. Es
por esto que yo tiendo a pensar que las polémicas modernas en torno a los
orígenes del cristianismo están, en realidad, desenfocadas; aunque es verdad
que están inteligentemente desenfocadas,
puesto que el tema de la historicidad de Jesús genera mucha más polémica y
vende muchos más libros que el tema de los orígenes y la formación del
cristianismo.
El cristianismo puede concebirse, en sus orígenes, de dos
grandes maneras. Una de ellas es asumir que el cristianismo es el producto de
las enseñanzas y predicaciones de una persona: Jesús; y la interminable
discusión sobre si esa persona que predicó el primer cristianismo era el Hijo
de Dios, su Mensajero, el Mesías o alguna combinación de todas estas cosas, la
vamos a dejar para otro día. La otra forma de concebir el cristianismo (que es
la que yo tengo) es que el cristianismo, unido a la invención de la presunta
vida de su fundador (en cuyo caso los evangelios no serían sino parábolas
elaboradas y escatológicamente muy complejas), es el resultado de dos tensiones
que se producen en el mundo occidental en torno al Año Cero. La primera, una
tensión ética, concretada en la reflexión de que el mundo tiene que convertirse
en un lugar suficientemente grande y generoso como para albergar a los
humildes. La segunda, una tensión derivada del enorme trauma producido en un
pueblo que se creía el elegido de Dios y de repente hubo de ser testigo de cómo
un sucio romano llegaba y se llevaba su sagrado Templo por delante. En el año
70 de nuestra era los judíos, que se creían Superman, descubrieron que apenas
eran una mala versión de Torrente. Esto lo explicaron de dos maneras: una, la
más judía, considerando que se habían merecido ese castigo por no haber sido
buenos hebreos; otra, la cristiana, considerando que es que las cosas había que
hacerlas de otra manera.
El cristianismo, pues, se basa en una gran tensión entre
judaísmo y judeocristianismo. Pero, además, aguas adentro de la creencia,
también tiene tensiones. Concretamente, tres: dentro del cristianismo,
encontramos el cristianismo de Santiago, el hermano de Jesús, que prácticamente
se concibe como una secta judía; luego está el cristianismo de Pedro, el
discípulo preferido, que admite la idea de que el cristianismo es un mensaje
dirigido a los gentiles (a los no judíos), pero sigue aferrado a muchas
formalidades del judaísmo; y, finalmente, está el cristianismo de Pablo, un
hombre renegado de un judaísmo probablemente ortodoxo y radical a más no poder,
que proclama la total diferenciación respecto de las creencias judías (por utilizar un símil más o menos actual, Pablo viene a ser como un Mario Onaindía cristiano); y que es
el último responsable de que tú seas cristiano, o hayas nacido en una sociedad
cincelada por el cristianismo.
Se trata, pues, de una escala de 1 a 3, siendo 1 (Santiago)
la práctica identificación con el judaísmo, y 3 (Pablo) la total separación
respecto del mismo.
Pues bien: Mateo es un evangelio 2 sobre 3.
[Si te lo estás preguntando: no, no existe, propiamente hablando, un evangelio 3 sobre 3, aunque hay que reconocer que Juan se acerca mucho. Es por esta razón que las Escrituras han de admitir en su corpus canónico las epístolas, que son, en buena medida, el "evangelio" de Pablo o, mejor dicho, del paulismo]
Mateo es el resultado de la necesidad de revisitar los
recuerdos de la vida de Jesús para adaptarlos a un nuevo relato distinto del
expuesto en las dos grandes referencias que sabemos o suponemos que había
antes: el evangelio de Marcos y el llamado documento Q. Esa nueva visita tiene
que ver con el hecho de que hayan pasado muchas cosas, sobre todo, de que haya
fallecido por completo la generación de quienes conocieron a Jesús (si es que
existió); y que se haya producido el trauma de la destrucción del Templo.
Ireneo, una de las primeras fuentes del cristianismo, nos
dice que el de Mateo fue un evangelio escrito por el apóstol de Jesús “entre
los hebreos, y en su idioma”; y que lo hizo mientras Pedro y Pablo todavía
predicaban. Hoy por hoy se considera que en esta cita no hay ni una sola
verdad. Ni Mateo es el primer evangelio (Marcos lo predata), aunque Ireneo
parezca insinuarlo; ni se escribió en hebreo, sino en griego; y no se escribió
en vida de los dos grandes apóstoles de la Iglesia. Sin embargo, esta cita
generó la sensación, duradera durante mucho tiempo en la Iglesia, de que Mateo
era el primer evangelista, con la autoridad además de haber sido contemporáneo
de Jesús y discípulo suyo; noticia que generó la confusión, permanente hoy en
día a poco que se discuta sobre estos temas en Twitter con creyentes, de que el
cristianismo se distinguió del judaísmo from
scratch; cuando lo más cierto es que Jesús nació, vivió, y murió judío de
toda judeidad.
Que Ireneo se equivocase no quiere decir que mintiese, o que
mientan extrapoladores suyos. Lo más probable es que se inspirase en una
sentencia de Papías de Hierópolis, que nos dice que “Mateo ordenó en hebreo las
sentencias [de Jesús]”. Ya en el siglo IV, Jerónimo (el obispo, no el indio)
fue el que dijo que el evangelio de Mateo había sido el primero, porque había
sido escrito para judíos (para los “creyentes de la circuncisión”, dice) y que
se compuso en Judea. Todos estos indicios nos dejan bien claro que los primeros
cristianos creían a pies juntillas que el evangelio de Mateo había sido escrito
en el stronghold de la religión judía, por y para judíos.
Como también os he dicho, la Iglesia, obviamente, identifica
el Mateo del evangelio con el Mateo que anduvo con Jesús. Sin embargo, desde
los primeros tiempos de la lectura crítica de los evangelios (hace unos 200
años, más o menos) se comenzó a destacar el hecho de que Mateo, el apóstol,
apenas tiene papel en el evangelio de Mateo; lo cual casa mal con el hecho de
que se suponga que está escribiendo sus recuerdos personales. En realidad, el
apóstol excelentemente bien tratado en el texto es Pedro, algo que hacía falta,
por así decirlo, después de la publicación del evangelio de Marcos que, como ya
os he referido en el post relativo a dicho texto, quedaba un poco mal parado
allí. El evangelio de Mateo, en este sentido, es un evangelio claramente
pro-Pedro, y así hay que verlo, sobre todo en el entorno del enfrentamiento
entre las tres escuelas o sensibilidades cristianas a que me he referido. Si
Mateo fuese, verdaderamente, otro de los discípulos de Jesús, podría ser que
fuese partidario de Pedro; pero la cosa es que ese tipo de banderías, entre los
apóstoles, no están bien atestiguadas.
El evangelio de Mateo fue escrito por un creyente cristiano
con muchos conocimientos de las tradiciones judías, que o conocía el griego o
directamente escribía en él, y, además, escribió su texto más o menos entre el
año 80 y 90 después de nuestra era, esto es: como mínimo, 47 años después de la
muerte de Jesús, lo que convierte al redactor del evangelio en un cristiano de
segunda generación (es decir, que no lo conoció y, todo lo más, pudo conocer a personas que decían haberlo conocido).
Mateo no pudo ser escrito antes del año 70, porque se basa,
en buena parte, en Marcos; y Marcos fue escrito en momentos más o menos
contemporáneos a la caída del Templo (año 70). Hay algunos pasajes en los que
se ha querido ver una referencia a la destrucción del Templo como cosa ya
pasada (así, Mt 22:7, aunque es una interpretación, en mi opinión, algo
forzada). Pero, sobre todo, lo que más “huele” a periodo posterior a la
destrucción es el hecho de que en Mateo ya no existe la cohabitación más o
menos polémica del cristianismo con el judaísmo que se lee en Marcos, sino
una pretensión bien clara de hacer una distinción neta y diáfana entre ambos
ámbitos de fe. Hablo de textos como Mt 28:15, donde se habla de “los judíos”
como una realidad diferenciada de los creyentes; o, sobre todo, Mt 4:23, donde
se nos dice que Jesús recorrió Galilea “predicando en las sinagogas de los
judíos”; un enfoque, por lo tanto, que pretende convencernos, en el año 80, de
que en el año 30 el líder de la secta, Jesús, ya no se consideraba judío y,
predicando en la sinagoga, se consideraba en casa ajena; lo cual,
evidentemente, es un presentismo de libro por parte del autor del evangelio. El
evangelio de Mateo, en este sentido, y respecto de los judíos, se asemeja un
poco a estas series de televisión woke que hay ahora, en las que te trazan un
retrato de, qué se yo, Bufalo Bill, y lo convierten en un líder de los derechos
de las personas trans.
Este tipo de ejemplos, lo que nos dicen es que Mateo fue
escrito en un momento en el que entre judíos, fariseos fundamentalmente, y
judeocristianos, había unos enfrentamientos de la hueva; otrosí, estamos
hablando de la situación posterior a
las guerras de los judíos, por utilizar la expresión flaviana.
El texto, por otra parte, no pudo escribirse más tarde del
año 110, porque en dicha fecha tenemos ya las cartas de Ignacio de Antioquía
que citan el evangelio como cosa cuajada. Que, por cierto, no echéis en saco
roto el dato de que el obispo citado lo sea de
Antioquía.
Sobre la ubicación, lo que nos dicen las fuentes, ya lo
sabéis, es que el evangelio fue escrito en Judea. Pero ese dato no puede ser
cierto, entre otras cosas porque, ahora que sabemos que la redacción fue
posterior a las guerras de los judíos, nos encontramos con el pequeño problema
de que, tras las mismas, las comunidades cristianas de Judea se marcharon de allí. Se han propuesto
varias posibles ubicaciones del texto, pero la que tiene más boletos, con
mucho, es, precisamente, Antioquía.
Antioquía era la tercera ciudad del Imperio Romano, lo cual
es decir mucho. Era una ciudad de 150.000 almas, de las cuales un porcentaje
relevante, que no podemos conocer, estaba formado por la fuerte colonia judía;
colonia que tenía una pequeña parte,
minoritaria pues dentro de un grupo de por sí minoritario aunque relevante,
formada por cristianos o judeocristianos. Hechos 11: 19-30, nos dice, además,
que la comunidad cristiana de Antioquía fue una de las primeras en la que se
mezclaron judíos y gentiles; esto es, fue uno de los rompeolas de la nueva
concepción introducida por el cristianismo paulino y, en menor medida, el
pedrino, y que Santiago combatió todo lo que pudo.
En el ámbito en el que nació y creció el primer
cristianismo, irradiando desde Jerusalén hasta Roma, da la impresión de que los
grandes nombres, y las grandes tendencias, realizaron una competición constante
por ganar espacios. Quizás quien menos compitió fue Santiago, pues Santiago,
como cristiano básicamente judío, consideraba que Jerusalén era su teatro, puesto que carecía de voluntad proselitista o universalista para sus
ideas. Pedro y Pablo, sin embargo, estaban cortados de otra madera. Os invito a
que leáis el texto que para mí es verdaderamente fundacional del cristianismo
tal y como lo conocemos: la epístola a los gálatas de Pablo. En Gal 2:21 está,
para mí, el elemento fundamental de la ideología paulina, que conecta con el
enfoque del evangelio de Marcos, cuando, en torno de reproche, el de Tarso
viene a decir que si la creencia es cumplir la ley (es decir, las
formalidades), entonces Jesús murió para nada.
En la práctica, pues, podemos imaginar que en Oriente Medio,
de forma muy soterrada y poco interesante para la mayoría, pues los cristianos
eran cuatro mataos, se produjo un enfrentamiento entre el paulismo y el
pedrismo por conseguir ámbitos de influencia. Pablo lo intentó en Antioquía,
pero mi idea es que pronto se dio cuenta de que la judería de Antioquía tenía
muy fuertes vínculos con Jerusalén, donde estaba Pedro; y que,
consecuentemente, los antioquianos eran muy proclives a seguir al primer
discípulo de Jesús.
Pedro, por lo tanto, es quien domina el cristianismo
antioquiano, de entre cuyos miembros saldrá el docto amanuense que escribirá lo
que conocemos como evangelio de Mateo. Y esto se nota mucho en el enfoque
ideológico de dicho evangelio; un enfoque basado en respetar al máximo las
tradiciones judías pero, al tiempo, defender un nuevo enfoque sobre las mismas,
menos rigorista. Mateo 5, un capítulo fundamental para entender esto, no
rechaza la ley judía; pero establece una diferencia entre su cumplimiento por
los cristianos y los fariseos. Apoya las pruebas de piedad del judaísmo como el
ayuno, pero considera que, en realidad, los hebreos ayunan para poder hacer
ostentación de su sacrificio, en lugar de hacerlo en privado (Mt 6: 16-17).
El evangelio de Mateo contiene muchos pasajes cuya filosofía
es: lo que propugnan los fariseos es correcto; pero ellos no son auténticos
creyentes. Quizás el ejemplo más claro sea Mt 23: 2-3: “En la cátedra de Moisés
se sientan los fariseos y los escribas. Así que, todo lo que os digan que
guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque
dicen, y no hacen”. La cita es clara: la Ley mosaica sigue vigente y el
creyente sigue obligado a cumplirla. Pero a cumplirla de verdad, no como un
hebreo nenaza que cree que con biselarse el pene y comer kosher ya lo tiene todo ganado.
En el post sobre Marcos os decía que ese primer evangelio,
escrito en todo lo gordo del poder romano en Palestina, es un evangelio que
apuesta por chapotear pero no mojar; es un texto que trata de hacer compatible
la nueva creencia con el poder político dominante, en una posición pragmática
que también afecta a la relación con otros
judíos. En Mateo esto está ya bastante desaparecido; y es por eso que este
evangelio, conforme la Iglesia cristiana vaya optando por definirse en
oposición, más que en diferenciación, respecto de los judíos, será un texto tan
querido, tan citado, y tan usado.
El planeamiento de Pedro que está detrás del texto, sin
llegar a ser tan radical como el de Pablo, sí llega a considerar que los judíos
no pueden considerarse, per se, el pueblo elegido. Es la advertencia que su
seguidor antioquiano introduce en Mt 21:43, al final de la parábola de los
viñadores malvados: “Por tanto, os digo que el Reino de Dios será arrebatado de
vosotros, y será dado a gente que produzca frutos en él”. Están, finalmente,
las diferencias de matiz introducidas en el relato pasional. No hay sino
comparar el relato “original” de la liberación de Barrabás (Mc 15: 6-15) con el
pasado por la turmix antioquiana (Mt. 27: 15.26). En la versión de Marcos, son
los sumos sacerdotes los que traicionan a Jesús; en Mateo, son los sacerdotes y los ancianos los que soliviantan al
pueblo en favor de Barrabás. Y, lo que es más importante: en la versión de
Mateo hay indicios que faltan en Marcos de la divinidad de Jesús (como que la
mujer de Pilatos dice haber tenido pesadillas por ir a crucificarlo) que, obviamente,
el pueblo desoye; y, sobre todo, Mateo incluye el episodio del lavado de manos
de Pilatos (¡hasta un puto romano lo tenía claro!), que es explícitamente
contestado por la turba hierosolimitana con una frase con la que hará
maravillas la Iglesia católica antisemita en los siglos siguientes: “Su sangre
sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos”.
Mateo, pues, es un texto que, al contrario que Marcos, ya da
por perdidos, por así decirlo, a los hebreos. Sabe que no habrá connivencia
entre ellos y los cristianos, aunque todavía quiere salvar la esencia judaica
de la creencia (además de las palabras de Jesús, está la Ley mosaica).
Flavio Josefo nos dice que, antes de la destrucción del
Templo, los judíos eran muchos y muy variados, pero todos se sentían
identificados con el símbolo templario; también
los judeocristianos. Con la destrucción del Templo, sin embargo, los
fariseos reaccionaron concibiendo todo aquello como el resultado de un
cumplimiento deficiente de la ley mosaica y, consiguientemente, propugnaron un
judaísmo todavía más estrecho, más rigorista, que el del pasado, basado en el
cumplimiento de la ley y de las formalidades. Se convirtieron, pues, en el PNV judío, el Partido de Dios y de las Leyes Viejas. Con ello, se volvieron
absolutamente intransigentes en materias como la circuncisión, lo que
lógicamente los alejó de grupos creyentes más flexibles.
Leyendo el evangelio de Mateo, resulta muy difícil de saber
si la comunidad antioquiana donde se concibió había, o no, roto definitivamente
con el resto de los judíos de la ciudad. Yo tiendo a pensar que no porque, en
todo caso, todo el texto rezuma una reivindicación constante de las tradiciones
judías como propias; una postura muy de Pedro que, como os he comentado, estaba
un poco entre Pablo y Santiago, entre Santiago y Pablo.
El evangelio de Mateo, por lo tanto, se ha convertido en un
texto universal, leído en todo el mundo y utilizado en todo el mundo en toda
hora; lo cual, como decía al principio de mis comentarios, no deja de tener
coña, puesto que es un texto escrito en un momento muy concreto (el año 80 y
pico), para una audiencia muy concreta (los judeocristianos de Antioquía, que muy
probablemente eran cuatro y el de la guitarra); y con un objetivo muy concreto:
generar los estatutos de la nueva comunidad o fraternidad de creyentes que
habían formado y, muy particularmente, explicarles en qué medida deberían
seguir siendo judíos, y en qué medida no. Lo que ocurre es que, por el camino,
se convierte en un texto fundamental para la diferenciación entre cristianismo
y judaísmo; y, por esa causa, en los siglos por venir, teniendo en cuenta que
el antisemitismo se acabará convirtiendo en timbre de identidad para el
cristianismo, este evangelio será cada vez más valorado.
Lo que se dibuja en el texto es una reunión, asamblea o ekklesia nucleada en la casa (las
primeras basílicas cristianas no serán sino la planta de la casa romana
ampliada para que quepa un huevo de gente), probablemente alimentada con gentes
muy diversas en sus orígenes y creencias familiares, para las cuales el autor
del evangelio busca un común denominador, que son las enseñanzas de Pedro más
que las de Jesús (aunque muchas las diga Jesús en el texto; así, las
parábolas).
El cristianismo mateano defiende las tradiciones judías;
pero es distinto. Y es distinto, sobre todo, en un elemento que será
fundamental en la definición de la Iglesia y el cristianismo en sí, que es la
presencia del perdón.
Es muy posible que el contacto con personas no judías
hubiese terminado por enseñarle a Pedro que las religiones que le exigen a sus
acólitos ser perfecto son religiones muy difíciles de enseñar; eso, por no
mencionar que a ver qué perfección se podía predicar en el judaísmo cuando la
destrucción del Templo había dejado bien claro que el pueblo judío lo había
hecho como el culo. Así pues, Jesús-Mateo-Pedro propone superar el rígido
esquema mosaico, eliminar el esquema piramidal en cuya cúpula está el rabino
para crear una comunidad, una ekklesia,
basada en la fraternidad entre todos sus miembros (o sea: si ve lo que han
hecho con su idea, se cae muerto otra vez); y una comunidad que admite el
perdón, es decir, admite la debilidad de los hombres. Éste es el mensaje claro
de la conocidísima parábola de Mt 13: 24-30: la cizaña ha de crecer entre el
trigo, no es racional pensar en un campo todo de espigas sanas y fructíferas.
En Gálatas 2: 11-14, Pablo de Tarso escribe: “Pero cuando
Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar. Pues
antes de que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles, pero
después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la
circuncisión”. Traducido: Pablo fue el primer líder judeocristiano que puso
oficina en Antioquía. Pero luego llegó Pedro y, cuando llegó Pedro, ambos se
pusieron de pico a pico porque el discípulo de Jesús, inicialmente, no tuvo
reparo en admitir gentiles en su casa; pero, como quiera que de Jerusalén
Santiago le mandó un email en el que le vino a decir a ver si te voy a dar dos
hostias, retornó a relacionarse sólo con hebreos con pedigree.
Este retazo de texto nos define muy bien el tipo de
conflicto al que debió enfrentarse Pedro cuando, no sé yo muy bien cómo, logró
hacerse con el liderazgo de los cristianos de Antioquía. Pero lo que sí sabemos
es que el evangelio de Mateo es la forma que encontró de resolverlo. Un texto
que está basado en Marcos, pero que huye de la hostilidad (escepticismo, más
bien) respecto de los apóstoles y, muy particularmente, de Pedro. No por
casualidad, es en Mateo, y sólo en Mateo, donde encontramos la referencia a esa
presunta frase de Jesús, en la que éste le dice que es la primera piedra de su
iglesia y tal y tal (Mt 16: 13-19).
El evangelio de Mateo se escribió en un mundo judío; pero su
principal objetivo es dibujar a un Jesús, y su mensaje, capaz de llegar a quien
no es judío. Por eso ha sido siempre un texto enormemente útil para la Iglesia
católica.
No es un evangelio que me guste mucho, porque lo encuentro
bastante mentiroso, por así decirlo. Le hace decir a Jesús cosas que no pudo
decir, y otras que, aunque pudo decirlas, lo más probable es que no
perteneciesen a su acerbo (si es que alguna vez vivió) y, lejos de ello, son
cosas que tienen que ver con el momento en que el texto fue compuesto. Por lo
demás, aunque en Mateo hay una voluntad clara por reducir la importancia de los
milagros de Jesús, con el mensaje subliminal de que lo que importa es su
mensaje y no sus prodigios (eso lo convertiría en un mago más, como en aquella
época los había a capazos), no tuvo el autor del texto la valentía de eliminar
por completo el relato de estos hechos (lejos de ello, añade un par sobre
Marcos), lo que le habría hecho mucho bien a la Iglesia.
Es, en suma, un texto enormemente presentista, escrito para un momento y un lugar, que luego se ha tenido por universal e inmanente.
Me encantó este análisis. Puede que en algunos puntos no esté de acuerdo contigo, pero tengo que reconocer que sabes muy bien de lo que estás hablando. Voy a leer ahora lo que dijiste de Marcos, que me falta ese.
ResponderBorrarUna precisión sin ánimo de molestar.
ResponderBorrarNo existe el año cero. Amén de que los años son números ordinales, lo que es importante para entender un ejemplo que le pongo a mis alumnos para que lo entiendan.
Si estás en sexto de Primaria( u 8 de EGB pues estás en el último año antes de entrar en el Instituto, ó el año 1 antes de Cristo).
Pues bien, el siguiente curso, ya estás en Primeo de la ESO, aunque lleves unos días. No hay año cero, has pasado del último curso de una etapa al primero de la etapa siguiente( por muy largo que sea el verano escolar o que en la Universidad haya un nivel cero de mal preparados que llegan y más que el cero es eso nada.
Tienes razón. Aunque a mí, mi profe de Religión me explicó que el Cero es cero porque es infinitamente pequeño; y que el Año Cero existe y es, literalmente, "el brevisimo lapso entre el nacimiento y el primer suspiro del Señor en ls Tierra".
BorrarPues muy poético.
Borrar¡ Qué pósito!
Digo pósito.
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