viernes, diciembre 30, 2022

La hoja roja bolchevique (33): Gorvachev versus Romanov

 El chavalote que construyó la Peineta de Novoselovo

Un fracaso detrás de otro
El periplo moldavo
Bajo el ala de Nikita Kruschev
El aguililla de la propaganda
Ascendiendo, pero poco
A la sombra del político en flor
Cómo cayó Kruschev (1)
Cómo cayó Kruschev (2)
Cómo cayó Kruschev (3)
Cómo cayó Kruschev (4)
En el poder, pero menos
El regreso de la guerra
La victoria sobre Kosigyn, Podgorny y Shelepin
Spud Webb, primer reboteador de la Liga
El Partido se hace científico
El simplificador
Diez negritos soviéticos

Konstantin comienza a salir solo en las fotos
La invención de un reformista
El culto a la personalidad
Orchestal manoeuvres in the dark
Cómo Andropov le birló su lugar en la Historia a Chernenko
La continuidad discontinua
El campeón de los jetas
Dos zorras y un solo gallinero
El sudoku sucesorio
El gobierno del cochero
Chuky, el muñeco comunista
Braceando para no ahogarse
¿Quién manda en la política exterior soviética?
El caso Bitov
Gorvachev versus Romanov


En julio de 1984, y no era la primera vez, Chernenko enfermó de seriedad. De hecho, su enfermedad fue tan prolongada que el Partido incluso ofreció explicaciones públicas de su ausencia total de la luz pública. Fue un movimiento racional, puesto que el secretismo reciente alrededor de la muerte de Andropov habría provocado la interpretación del silencio como la confirmación de su muerte que, sin embargo, no se había producido. Eso sí, la nota oficial se limitaba a informar de que el secretario general había dejado Moscú el día 15 de julio para descansar.

A nadie le extrañó el anuncio. Chernenko hacía semanas, si no meses, que había comenzado a transparentar las serias limitaciones de su salud en las apariciones públicas en las que estaba constantemente rodeado de personas que lo hacían todo por él, hasta quitarle los capuchones a los bolígrafos; y en las que sostenía sus discursos con manos cada vez más temblorosas. Estuvo 54 días sin aparecer en público, sustituido por Gorvachev, Romanov, Tikhonov, e incluso personas tan avejentadas como él como Grishin, Ustinov o Gromyko. Pero tanta gente sustituyendo al secretario general era la mejor forma de reconocer que, en realidad, nadie estaba sustituyéndole. La URSS tenía un gravísimo vacío de poder.

Pero Chernenko volvió. Más momia que nunca, pero volvió. Primero, lo hizo virtualmente a través de una entrevista en Pravda. Pero la entrevista era decepcionante. El 26 de junio, Washington había anunciado que estaba dispuesto a negociar una reducción de armamento; y en la entrevista de Chernenko, cualquiera que fuera el momento y el lugar en que se hizo, no había ninguna respuesta sobre este tema. De hecho, todos los temas que trataba eran tan generales, la construcción del socialismo y esas mierdas, que era el prototipo de una entrevista meramente intemporal.

Finalmente, sin embargo, el Kremlin acabó por hacer pública una opinión. En esencia, la misma que Gorvachev defendería en Reikiavik: la URSS estaba dispuesta a recomenzar las negociaciones para la reducción de armamento estratégico si los EEUU anunciaban el abandono de la iniciativa de despliegue de tecnología de misiles en el espacio.

Finalmente, Chernenko apareció en público en el Kremlin, durante una ceremonia para la condecoración de tres cosmonautas soviéticos, que habían estado esperando meses para recibir la chapa porque el camarada secretario general estaba descansando. Los corresponsales extranjeros no fueron invitados a la ceremonia.

Para entonces, según todos los indicios, Chernenko ya no mandaba en la URSS. Más que nada, porque ya no recibía toda la información necesaria para poder mandar, ya que los cuadros del Partido le dosificaban adecuadamente lo que le enseñaban; su estado de salud le impedía rendir de otra forma. Todavía antes de su muerte tuvo una aparición triunfal: la concesión de su tercera estrella de oro de héroe del socialismo. Estas estrellas solían caerle a los dirigentes del vodka y las putas en sus aniversarios múltiplos de diez: cincuenta, sesenta, setenta u ochenta aniversario. El 24 de septiembre de 1984, Chernenko cumplió 73 años, así pues no había motivo para darle el latón; pero aun así se lo dieron, pues todo el mundo era consciente de que no llegaría por sí solo. La ceremonia fue el 27 de septiembre.

En aquella ceremonia ocurrieron dos cosas extrañas. La primera es que, a pesar de que estuvo toda la cúpula del poder comunista soviético, no estuvo Romanov. La segunda es que el general Ustinov presentó a Chernenko como presidente del Consejo de Defensa y como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de la URSS. Ambos hechos significaban tres cosas: que la lucha por el poder en la sucesión había comenzado ya. Que Romanov iba perdiendo. Y que Gorvachev había conseguido algún tipo de complicidad con el todavía secretario general.

En efecto, todo parece indicar que durante el mes de septiembre de 1984, Konstantin Chernenko decidió que lo mejor para el futuro de la URSS sería que el siguiente secretario general del PCUS fuese Milhail Gorvachev o, más precisamente, que no lo fuese Grigory Romanov.

Hasta pocos días antes de aquella ausencia, nadie habría dicho que Romanov no estaba en la carrera. Lo habían enviado a Etiopía en misión oficial, lo cual era un gran signo de confianza. Además, él mismo había presidido sesiones del Politburo en las que Chernenko no había estado. Asimismo, lo había sustituido muchas veces como supervisor de las Fuerzas Armadas. Romanov, de hecho, tenía prisa por sustituir al frente del Ministerio de Defensa al general Ustinov y colocar al militar que hacía un poco las veces de JEMAD soviético, el general Nikolai Vasilievitch Ogarkov. Un cambio que habría sido un durísimo golpe para el bando de Gorvachev.


Nikolai Ogarkov. Vía Wikipedia.

Chernenko entendió, sin embargo, o tal vez Gorvachev le hizo entender, que una vez que Romanov controlase al Ejército soviético, ya no sólo tendría poder suficiente para acabar con Gorvachev; lo tendría, de hecho, para acabar con el propio Chernenko. Así las cosas, en un movimiento inusitado desde la muerte de Andropov, Chernenko movilizó a todos sus partidarios: Tikhonov, Grishin, Kunaev, Shcherbitski, para que se pusieran del lado de Gorvachev. Gorvachev, por su parte, aportó al matrimonio, como dote, a Ustinov, obviamente acojonado con la posibilidad de ser desarmado de su poder; y a Gromyko, que sabía que con Romanov no podría mantener su república independiente en el Ministerio de Exteriores. Asimismo Aliev y Vorotnikov también se colocaron contra Romanov (más que a favor de Gorvachev) porque temían que Romanov no se quedase contento con heredar el poder en el Politburo y diese un golpe de Estado militar en toda regla. Algunos incluso pensaban que Ogarkov era capaz de dar ese golpe no para encumbrar a Romanov, sino para encumbrarse a sí mismo.

En el fondo del problema residía el hecho de que, en los últimos años, los altos mandos militares soviéticos, a pesar de la larga tradición, procedente del estalinismo, de total subordinación al poder político e ideológico, habían adquirido poder por sí mismos. Cada vez más, los militares profesionales eran de la opinión de que la política del Partido respecto de las Fuerzas Armadas era cosa de profesionales, no de políticos. Ogarkov, desde su puesto como JEMAD, había tejido una amplia red de influencias en los mandos, prometiéndoles que tendrían mano en muchas acciones militares del gobierno y el Partido. Que ellos serían los que diseñarían y ejecutarían políticas, los que tendrían capacidad de negociar con otros países. Ese tipo de cosas.

En los años anteriores, Ogarkov, especulando cada vez más con la vejez de Ustinov, había ido reclamando y obteniendo parcelas de poder en el Ejército soviético. Una de las cosas que hizo fue multiplicar los efectivos de unidades spetsnaz, viejas conocidas de los jugadores del Call of Duty; los SEAL soviéticos, duramente entrenados para multitud de operaciones especiales. Inicialmente, estas unidades no iban a sobrepasar los 30.000 efectivos, pero pronto fueron bastante más; y todos a las órdenes de Ogarkov.

Así las cosas, el JEMAD, que tradicionalmente era el tercero en el mando militar tras el ministro de Defensa y el director del GlavPUpr (Administración Política Principal), un cargo con los mismos galones que un secretario del Comité Central, pasó al segundo lugar. Ogarkov logró retirarle todo poder sobre tropa al jefe del GlavPUpr. Esto significaba que, cada vez que Ustinov no estaba, Ogarkov estaba al mando. Así se creó la pinza: usando de su poder, Ogarkov exigía que cualquier documento importante pasase por su mesa; mientras Romanov ejercía, aprovechando sobre todo las ausencias de Chernenko, la supervisión de las Fuerzas Armadas por el Politburo.

¿Cómo de cerca estuvo la URSS en 1985 de experimentar un golpe militar? Personalmente, creo que cerquísima. Romanov, en cuanto el mando de Chernenko comenzó a rebelarse como efímero, comenzó a exigir la presencia de Ogarkov en las reuniones del Consejo de Defensa; presencia que, por otra parte, siendo el número dos de las Fuerzas Armadas, tenía toda la lógica. En el Consejo de Defensa, formalmente, sólo se sentaban en primer ministro, el ministro de Defensa, el de Exteriores, el jefe del KGB y aquellos secretarios del Comité Central que eran además miembros del Politburo.

Entrando en aquel Consejo de Defensa y mostrando, como seguro que mostró, un nivel de información y control de las cosas muy superior al de su teórico superior jerárquico, Ogarkov hizo que la clase política no militar entrase en pánico. Al fin y al cabo, todos se sentían como Lavrentii Beria: podrás pensar que tienes mucho poder pero, en realidad, si un día llegan unos tipos a tu casa, se te llevan de ella, te colocan contra un paredón y dan la orden de fuego, pues no eres tan poderoso. Siempre habrá diferencias entre un militar y un civil que manda sobre un militar. Esas diferencias, en la URSS y en 1985, alcanzaron su máxima expresión.

El Politburo, finalmente, decidió hacer con Ogarkov lo que había hecho con Zhukov 27 años antes. Lo acusaron de bonapartismo (golpismo) y lo echaron del curro. Pero fue un error que creyeran que eso salvaba el problema. Porque el problema no era Ogarkov; era Romanov.

Romanov estaba esperando un error de Chernenko contra él para tener una disculpa para reaccionar. Precisamente por eso, el Politburo no pudo ser muy duro con Ogarkov. En lugar de enviarlo a mandar tropas de algún destacamento perdido en Siberia, Ogarkov fue nombrado jefe de las armas estratégicas de la URSS occidental, esto es, de la primera trinchera de misiles apuntando a los países OTAN. Romanov, por lo demás, no se quedó quieto. Pronto comenzó a trazar las líneas de un nuevo golpe, esta vez con el apoyo de Grishin, Kunaev y Shcherbitski.

Gorvachev, como hemos visto, tomó la otra dirección posible: pactar con Chernenko. De esta manera, comenzó a asumir crecientes responsabilidades, conforme el secretario general las soltaba. Ambos dirigentes comunistas diseñaron cuidadosamente la “puesta de largo” de Gorvachev, en diciembre de 1984, mediante una visita suya a Reino Unido que tomó los perfiles de visita de Estado. Para Romanov, era fundamental hacer algo para mover el foco de interés occidental lejos de su rival. Para ello, convenció a Chernenko de publicar tiempo antes de la visita una entrevista suya en la publicación británica New Statesman, como publicidad pagada. Esa entrevista se diseñó para hacer aparecer a Chernenko como un líder preocupado por la paz mundial y el bienestar del ciudadano soviético. En otras palabras, se trataba de transmitir la idea de que Occidente no necesitaba al frente de la URSS a otra persona.

El tema no funcionó. Los funcionarios de la embajada soviética que prepararon la entrevista-masaje no cayeron en que el lector occidental recelaría del lenguaje híper formal, de relaciones públicas, de las entrevistas soviéticas. Se gastaron la pasta en publicar una pieza que no leyó nadie, por lo que Gorvachev, cuando fue a Londres, tuvo su primer baño de masas occidentales, y comenzó a generar en los expertos de todo tipo la usual ristra de expectativas, en el fondo basadas en nada.

Así las cosas, Romanov, ya convencido de que Gorvachev sería la rutilante estrella internacional que luego fue, se decidió a vencerlo en casa. Así, comenzó a distribuir el rumor de que Gorvachev, impaciente porque Chernenko no se moría, había lanzado planes para jubilarlo. Por ello, decían los rumores, Gorvachev quería aplazar el pleno del Comité Central de octubre a noviembre, donde daría el golpe. Gorvachev reaccionó a través de Pravda, publicación que controlaba indirectamente, en un hecho insólito: la publicación de un desmentido. El periódico, efectivamente, desmintió que Chernenko fuese a retirarse, pero lo hizo muy torpemente, pues afirmó que “el momento no ha llegado todavía”. Esta torpeza, que quizás fue torpeza calculada porque con la URSS nunca se sabe, disparó los rumores.

Inmediatamente después del desmentido, Romanov regresó a los actos públicos, cerca de Chernenko. Claramente, el secretario general temía convenirse en una especie de rehén de Gorvachev, y ahora trataba de cambiar de alianzas o, tal vez, mantener vivo a un contrincante de quien él creía que le quería tirar al basurero de la Historia.

Romanov formó parte del equipo de una visita oficial a Finlandia. Asimismo, estuvo con Tikhonov en el aeropuerto de Sheremetevo recibiendo a una delegación mongol; al día siguiente, en la recepción a los mandatorios de Mongolia, apareció con Chernenko, y quien no estuvo fue Gorvachev. El Comité Central se celebró en su fecha, a finales de octubre, con Romanov como prima donna.

Semanas después de aquel Comité, en el que faltó poco para que a Gorvachev le encargasen limpiar los baños, el futuro secretario general apareció, sin embargo, junto a Chernenko. Fue en la ceremonia de condecoración de Andrei Gromyko por su 75 cumpleaños. En los días siguientes, fue Romanov quien apareció. Claramente, había una lucha a muerte entre los dos para prevalecer.

Fue en ese momento, cuando Chernenko parecía estar mostrando una mayor proclividad por Romanov, cuando se produjo la visita londinense de Gorvachev. Mientras en Occidente eran los padres de la movida, en la prensa soviética no se publicó ni una mísera foto.

En ese momento, Romanov recibió un inesperado (bueno, no tanto) impulso con la muerte del general Ustinov. Ya os he dicho que el tema del poder en la URSS, tras el nombramiento de Chernenko, se reducía, de alguna manera, en cuál de los dos: Chernenko o Ustinov, moriría antes. 

La muerte de Ustinov destrozó el delicadísimo equilibrio en el Politburo. Tikhonov, Gromyko y Vorotnikov reaccionaron al cambio pasándose claramente ya al bando de Gorvachev, temerosos de que Romanov, que en puridad no les debía nada, se los llevase por delante. Gorvachev ganó otro aliado en Shevardnazde, quien sumó al grupo a Aliev. Poco a poco, también se fueron uniendo Demichev, Debrikov, Ponomarev y Dolgikh, la mayoría de ellos a cambio de la promesa de jugosos puestos en el futuro. Romanov se quedó casi solo, tan sólo con el apoyo tenue de Kunaev. Y sin definirse seguía el ucranio Shcherbitski. El viejo breznevita tenía miedo de los dos posibles sucesores de Chernenko; era consciente de que ni Gorvachev ni Romanov querrían mantener los restos del breznevismo, así pues su destino estaba probablemente condenado en cualquier caso.

Ya os he dicho con anterioridad que, de alguna manera, la alta política soviética de los inicios de los años ochenta, una vez que Yuri Andropov la roscó, se venía a reducir, de alguna manera, a un solo dato: si Ustinov moriría antes que Chernenko, o Chernenko antes que Ustinov. Entre la muerte del general y la del secretario general pasó el tiempo necesario para que Phineas Fogg diese la vuelta al mundo: 80 días. 80 putos días que lo mismo lo cambiaron todo. Escribo "lo mismo" porque, ciertamente, estamos instalados en la ucronía. ¿Se habría formado la misma coalición anti-Romanov en el caso de que el equilibrio que garantizaba Ustinov siguiese ahí cualquier miércoles que Chernenko reventase por dentro? Habrá personas que piensen que sí, otros que no. Yo, la verdad, a ratos pienso cosas diferentes. 

Desde luego, lo que tengo por bien cierto es que Gorvachev no llegó al poder soviético con la naturalidad y el sobradismo que muchos le suponen. Su destino no estaba escrito ni de lejos; se lo tuvo que currar, y hubo muchas curvas en las que el peralte bien pudo mandarlo a tomar por culo, de modo y forma que, finalmente, hubiese fallecido, apenas unos meses antes de escribir estas líneas, sin que apenas veinte o treinta personas en Occidente supieran de su existencia.

La llegada de Gorvachev fue una carambola más. La última. Las patas de la mesa de billar estaban a punto de colapsar. Peso eso ya te lo hemos contado

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