Ni siquiera ahora que, como toda España, el nacionalismo
gallego tiene un enemigo en su paisano el ferrolano Francisco Franco, logrará
la unidad. En realidad, la principal colonia gallega fuera de España, Buenos
Aires, ya estaba dividida en los años veinte, entre los emigrados
independentistas y los más afines a las fuerzas republicanas. La llegada de
Castelao a la capital argentina pareció limar estas asperezas y, de hecho, en
1942 se funda un grupo en el exilio, la Irmandade Galega, que parece ser
aglutinadora de tendencias (además de editora de A Nosa Terra en el exilio). Sin embargo, los enfrentamientos nunca
desaparecerán, muy especialmente entre primeros emigrados, esto es gallegos
establecidos en Argentina antes de la guerra, y nuevos emigrados.
En 1944, el mismo año que se publica la primera edición de
Sempre en Galiza, se crea un
denominado Consello de Galiza, impulsado por Castelao y la Irmandade Galega,
preocupados por la influencia dentro de la emigración gallega de posguerra de
las fuerzas meramente republicanas. Era el momento en que todo el movimiento
republicano consideraba que la victoria de los aliados en la guerra mundial
supondría la expulsión de Franco, así pues había toneladas de codazos debajo de
la canasta con la intención de recoger el rebote. El Consello de Galiza se
apresuró a hacer pública una posición defendiendo de la idea de que la caída
del dictador debería suponer la creación de una tercera república española de
carácter federal. Sin embargo, nunca tuvo la potestad real de
decirse representativo del exilio gallego. Sólo consiguió la adhesión de los
tres diputados galleguistas vivos (Castelao, Suárez Picallo y Alonso Ríos) y
dos de Izquierda Republicana (Elpidio Villaverde y Alfredo Somoza).
Especialmente intensa fue la hostilidad del PSOE, que no quiso saber nada de
aquel movimiento. Así las cosas, aquel movimiento se quedó en poco más que la
gente de Castelao. En México, 1945, y ello a pesar del decidido apoyo de los
nacionalistas vascos (no así de los catalanes), la idea de que las Cortes en el
exilio ratificasen el Estatuto gallego ni siquiera llegó a tener ni media
fuerza. Y, durante el gobierno Giral, a Castelao, que fue ministro, no le
vinieron a hacer, que se dice, ni puto caso.
En 1944 se había formado en Francia un Bloque Nacional
Repubricán Galego, de corte militar (de hecho tenía un «ejército») que no tuvo
gran impacto. Como no lo tuvo, tampoco, la Alianza Nazonal Galega creada en
México.
A finales de los años cuarenta, y a pesar todas estas voluntaristas iniciativas, el
nacionalismo gallego se disolverá como un azucarillo. Las razones, dos. En
primer lugar, el progresivo enfriamiento del optimismo surgido en 1946 sobre la
posibilidad de que Franco fuese expulsado de El Pardo por una pretendida
coalición de países democráticos; y, en segundo, la muerte, en 1950, del único
factótum real que tenía el nacionalismo, es decir la persona de Castelao.
Por lo que se refiere al interior, los restos del Partido
Galeguista en Galicia consiguieron crear, en 1944, una Junta Gallega de Alianza
Democrática. Sin embargo, algunos meses después sus principales hombres serán
detenidos. Este nacionalismo gallego de interior, además, sufrirá la misma
suerte que todos los grupos republicanos, con la excepción, tal vez, del
comunismo. Me refiero a las diferencias estratégicas y de criterio con los
exiliados, esto es el Consello de Galiza. ¿Cuál era el problema? Pues el común
a todos los nacionalismos.
Tras terminar la guerra civil y consolidarse el general
Franco al frente del Estado español, en lo que a las nacionalidades se refiere se
produjeron dos posiciones diferenciadas. Una era la que colocaba la
reivindicación nacionalista por encima de todo. Era la sostenida por los
nacionalistas puros que, en aras de aquella intransigencia, hicieron cosas que
les abochornarían si las recordasen (y es por eso que no las recuerdan), como no
ir al famoso Contubernio de Munich porque «no se iba a hablar de lo suyo». La
otra era la posición que consideraba que lo que tenían que hacer las fuerzas
nacionalistas era integrarse en un frente antifranquista totalmente
representativo, sin entrar a discutir qué se les ofrecía en materia de
autonomía o independencia. Como se ve, es el mismo tipo de discrepancia que
sufrió el exilio republicano respecto del interior, cada vez más proclive a pactar con
cualquiera, incluso los monárquicos; mientras ellos, petados de veteranos
políticos de la República que no estaban dispuestos a hacer componendas con los
que entonces fueron sus enemigos, se aferraban la pureza virginal de la forma republicana.
En 1945, los nacionalistas del interior habían formado una
Unión Republicana Gallega que se integró en la Alianza Nacional de Fuerzas
Democráticas. Este gesto nunca fue comprendido, ni perdonado, por los gallegos
del exilio, cada vez más desconectados de la realidad en sus salones
bonaerenses donde hacían sonar las gaitas y, entre eso y sus recuerdos de cómo
era Galicia a principios de los treinta, se decían que todavía sabían de qué
pie cojeaba su país. El Partido Galeguista, muy cercano a estos planteamientos
maximalistas del exiliado, de hecho queda prácticamente laminado en el interior
desde finales de los años cincuenta. El nacionalismo, a partir de 1950, volverá
de hecho a la filosofía de las Irmandades da Fala, convirtiéndose en un
movimiento cultural, del que es hito importantísimo la fundación, en
dicho año, de la Editorial Galaxia.
El nacionalismo gallego no saldrá de esta dinámica perversa
de un interior resignado y un exterior en su caverna hasta que caiga en manos
de la generación de posguerra, en su mayoría formada por personas
antifranquistas desde la izquierda. Los años sesenta, ya lo hemos contado en
este blog, son los años en los que el comunismo cambia de estrategia y se
vuelve tercermundista, sobre todo desde el momento en que Estados Unidos se
implica en Viet Nam. La cosa es que este viraje de la izquierda tiene como
consecuencia ese fistro ideológico consistente en que personas de corte
marxista tomen la bandera de los derechos de las nacionalidades (como digo, es
una postura extraña si se piensa un poco, ya que un obrero moldavo, con los escritos de Engels en la mano,
debería ser más solidario con un obrero asturiano que con un burgués moldavo);
fistro que de hoy, por multirrepetido, ya lo asumimos con toda naturalidad.
A finales de los cincuenta se forma en Galicia un Consello
da Mocedade, en el que confluyen, una vez más y como siempre, todas las
tendencias del nacionalismo gallego, desde las más conservadoras hasta los
comunistas; aunque, probablemente por primera vez, la mayoría de las personas
de izquierdas es bastante neta. Como siempre que se crean estos panachés
galaicos, las diferencias no tardarán en aflorar. El ala más radical,
mayoritariamente marxistas aunque también algunos galeguistas radicalizados, es
expulsada del Consello y funda, el 25 de julio de 1964, aprovechando la fiesta,
la Unión do Pobo Galego. Es la primera vez que en Galicia hay una formación
marxista de corte revolucionario, y además gallega. Empieza siendo un grupo que casi cabe en un
par de taxis, pero sin embargo es de gran importancia su creación porque
provoca la mutación del nacionalismo gallego, que a partir de entonces, y no
desde el tiempo de los suevos como a veces parece que pretenden algunos, será
básicamente de izquierdas.
La UPG, de hecho, aplica a Galicia el catón del análisis
geopolítico del marxismo-leninismo tuneado de los sesenta, sacado de
algunas cosas que Lenin dijo, sin mucho desarrollo ni convicción (más que nada, porque de sus actuaciones pudieron sacar sus herederos la conclusión de que se podía hacer exactamente lo contrario, como bien saben los bálticos). Dado que la
gran oportunidad de las izquierdas en ese momento es el proceso de
descolonización que se produce en todo el mundo, es entonces cuando la UPG
desarrolla la imagen de Galicia como una colonia de España que,
consecuentemente, debe ser descolonizada (teoría que tiene que ver con la
Historia más o menos lo mismo que los pensamientos de Belén Esteban con la
filosofía de Wittgenstein). De su praxis revolucionaria saca la UPG su coqueteo
con el terrorismo a través de la fundación de un brazo armado; pero el
asesinato por la policía de Moncho Reboiras, en 1974, cegará esa vía.
En 1963, por otra
parte, medios nacionalistas de corte socialdemócrata crearán en el Partido
Socialista Galego, PSG, con la intención de ser un poco el continuador de la
línea del Partido Galeguista.
Así estaba el tema cuando el gallego que los tenía asoballados se murió.
Creo que la muerte de Moncho Renoiras fue en 1975
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