miércoles, diciembre 15, 2010
Plaza Mayor
La imagen no es muy feliz, pero no tengo otra. La tomé el domingo con el móvil, cuando iba de paseo por la Plaza Mayor (sí, el pedazo sombra que se ve soy yo; pero ya estoy a dieta, ¿vale?). Después de cienes y cienes de paseos por el mismo sitio, fuí y caí en que las farolas de la plaza tienen bajorrelieves en su basamento, bajorrelieves que repasan, de alguna manera, la Historia de la plaza.
Este bajorrelieve que veis, que está en la farola noroeste, la que está justo enfrente de la calle de Ciudad Rodrigo, tiene la palabra «Ajusticiamientos» y pretende hacer notaría de la función que la Plaza Mayor ha tenido como escenario para la ejecución de la pena capital.
Tratándose de un relieve educativo, que por lo tanto muestra lo que hubo, desde mi punto de vista no tiene desperdicio. ¿Por qué tendrán algunos pedagogos de la Historia esta manía de crear iconos que son pastiches de épocas notablemente distantes entre sí? En el relieve se ve a un tipo en el momento de morir ajusticiado por el garrote vil, rodeado por el verdugo y alguien que a todas luces es un fraile, probablemente dominico. En segundo plano se ve a dos alguaciles que custodian al que suponemos siguiente de la lista; un condenado que todavía tiene puesto el capirote típico de los condenados por el Santo Oficio.
Tomé la foto después de dar un respingo: ¿los condenados por el Santo Oficio, ejecutados a garrote vil? No lo puedo jurar, pero mi impresión es, más bien, que el garrote vil es una técnica de ejecución que se generalizó en España dentro del movimiento decimonónico que buscaba humanizar la pena capital, toda vez que el método de toda la vida, la horca, no pocas veces era lento y angustioso. Como digo, el garrote vil es hijo de un modo de hacer las cosas que parió en Francia la guillotina; y, por lo tanto, no es un sistema de ejecución que se generalice hasta los años que, precisamente, la Inquisición está desapareciendo (tercera década del siglo).
Que el relieve se refiere a ejecuciones ligadas a la Inquisición no sólo lo dice el capirote. Lo dice también el fraile, sobre todo si es dominico como yo sospecho, puesto que los dominicos son los grandes urdidores del building up del Santo Oficio.
Pero es que aún hay más. Los condenados por la Inquisición acababan en la hoguera. Pero ni siquiera lo hacían en la Plaza Mayor.
La verdad, esto de la Inquisición es uno de los temas en los que muchas personas dan por ciertas cosas que lo son sólo a medias.
Se dice, por ejemplo, que la Inquisición torturaba para conseguir confesiones. Lo cual es cierto. Pero se dice como si fuese la única que realizase dicha práctica, lo cual no es cierto. El brazo seglar, a la hora de arrancarle a cualquier mastuerzo la confesión de que él había robado la gallina o asesinado al vecino, tampoco se paraba en barras.
Se dice a veces, también, que los autos de fe y ejecuciones eran ceremonias públicas y masivas que se celebraban en lugares singulares, como por ejemplo la Plaza Mayor de Madrid, en presencia de los reyes. Pero decir esto es cometer el error, como digo bastante común, de considerar que las ejecuciones formaban parte de los autos de fe.
Fidel Pérez Mínguez, bibliotecario que fue de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, en su libro Psicología de Felipe II (Madrid: Editorial Voluntad, 1925), hace una afirmación categórica: «Monarca alguno español ha presenciado jamás la ejecución de una pena de muerte»; afirmación ésta que creo podemos hacer extensiva a los cinco años que aún fue rey Alfonso XIII desde la publicación de este libro, más todo el reinado de Juan Carlos I. La afirmación, por supuesto, abarca también a los ajusticiados por condena de la Inquisición.
A lo que sí asistieron los reyes españoles, y el cuerpo diplomático, y la nobleza, y el todo Madrid, Valladolid o lo que fuese, entre otros sitios en la Plaza Mayor gallardonita, fue a los autos de fe. Pero es que el auto de fe consistía en la lectura de las sentencias que habían recaído sobre los acusados, pero no en su ejecución. Los sacerdotes pronunciaban sermones morales que tenían como función intimar a los condenados para que se arrepintiesen de los delitos por los que ya habían sido condenados; y a quienes así lo hacían se les hacía un favorcito, que podía ir desde salir de allí más o menos indemne hasta el detallito de que el condenado, antes de comenzar a arder, era piadosamente estrangulado.
El propio Felipe II confirma estos hechos en una carta de 2 de abril de 1582, que le escribe a sus hijas desde Lisboa, en la que afirma: «Ayer fuimos al auto y estuvimos en una ventana, donde lo vimos y lo oímos muy bien, y diéronnos sendos papeles de los que salían a él, y el mío os envío aquí para que veáis los que fueron. Hubo primero sermón, como suele, y estuvimos hasta que se acabaron las sentencias. Después nos fuimos, porque en la casa donde estábamos los habían de sentenciar la justicia seglar a quemar a los que relajaron los inquisidores».
El Rey Prudente, pues, abandona el domicilio lisboeta donde los relajados (finalmente condenados a muerte) por la Inquisición van a ser entregados al brazo seglar, o sea a la justicia civil, para que los ejecute.
En la Plaza Mayor o lugar singular del auto de fe, engalanado con tribunas y tapices, en el momento en el que los reyes se piraban, se acababa todo. Mucha gente se dispersaba, aunque había siempre un núcleo de personas que querían ver la ejecución. Todos éstos se iban, siguiendo a los reos, a las afueras de la ciudad, donde dichas ejecuciones se realizaban.
Famosos son los autos de fe vallisoletanos de 21 de mayo y 8 de octubre de 1559. Ambos se celebraron en la Plaza Mayor, y su asistencia se estima hasta en 200.000 personas. Pero las ejecuciones fueron en el entonces llamado Campo de Marte, que después y no sé si ahora se llamó Campo Grande, a unos dos kilómetros de la Plaza. En Toledo los autos de fe se celebraban, cómo no, en Zocodover; pero las hogueras se prendían en la Vega. En Córdoba, los ajusticiamientos eran en un lugar que llamaban El Marrubial y, en Madrid, fueron, primero en la desaparecida puerta de Fuencarral; y, cuando la ciudad creció, en la carretera de Aragón, hoy final de la calle Alcalá.
Así pues, la Plaza Mayor de Madrid albergó, sí, ejecuciones por el garrote vil. Pero no de reos relajados por la Inquisición, primero porque en el tiempo en que el Santo Oficio ordenaba apiolarse al personal el garrote no se usaba; y segundo porque, aunque se hubiese usado, nunca lo habría sido en la misma plaza.
Todo parece indicar, pues, que el «guionista» de estos bajorrelieves se documentó con la revista Don Miki...
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Sí, en el Antiguo Régimen casi todas las justicias torturaban para conseguir confesiones. Digo casi, pues la justicia Universitaria dudo que pudiera hacerlo: por eso muchos acudían a las Universidades. Buena hizo la Inquisición española con los Erasmistas, que bien empleado se lo tenían por osar atacar la vida frailuna.
ResponderBorrarJodo, parece la sombra de Juan Manuel De Prada.
ResponderBorrarEl campo de Marte de Valladolid, actualmente se llama campo grande. Confirmado por un pucelano.
ResponderBorrarEn cuanto al post escrito, no conozco la historia del capirote, pero en cuanto al fraile creo que es plausible pensar que esté dando consuelo al condenado y no sea un ajusticiado de la inquisición.
Hola JDJ:
ResponderBorrarMe vas a perdonar que disienta contigo respecto a los Autos de fe, la utilización del garrote y la presencia de los reyes en aquellos.
En la relación de Jose del Olmo sobre el auto de fe de 1680, se detalla la presencia en todo momento de Carlos II en la Plaza Mayor siguiendo las ejecuciones; en ese auto los primeros ejecutados eran los que habían declarado su arrepentimiento. Era a estos a quienes se les daba garrote y luego eran quemados.
Directos a las brasas iban los que no se arrepentían de su delito, y luego se ejecutaba la sentencia a las estatuas.
Si bien es cierto que ya desde las siete partidas, la horca como modo de ejecución era considerada como la forma ordinaria de cepillarse al reo, se permitían otro tipo de ejecuciones según los particularismos locales, fueros , etc... (he leído sobre ejecuciones por garrote en relaciones que van desde 1472 en adelante en sitios como Madrid, Valencia, Cartagena, Pamplona, Logroño y Las Indias)
El capirote del condenado de este bajorelieve podría no ser el de los condenados por la Inquisición. Posiblemente se trata de unas ejecuciones realizadas cuando estaba ya en vigor la Real Cédula de Fernando VII de 1828 que clasifica tres modalidades de ejecución: garrote ordinario para las personas del común, garrote vil para los condenados por delitos de traición y garrote noble para los hidalgos. La diferencia consistía en la forma de llevar la ropa y el gorro de bayeta negros y el modo como eran conducidos al cadalso: a caballo o arrastrados.
ResponderBorrarPues lamento discrepar yo contigo, Asier, pero en la relación de José del Olmo se dice, parágrafo 179, que TRAS TERMINAR EL AUTO DE FE salieron los reyes de su balcón por el patio de la casa del Conde de Barajas, y tomaron un coche hacia la plaza de Palacio.
ResponderBorrarDESPUÉS DE HABERSE MARCHADO LOS REYES, los condenados que no iban a ser ejecutados son llevados a las cárceles secretas de la Inquisición (parágrafo 182, esto es posterior) y, más tarde, se procede a las ejecuciones.
Más aún: el parágrafo 184 de la relación de Del Olmo dice, también con claridad: «ACABADO EL AUTO sólo queda el trágico suceso de los protervos y demás relajados (...)»
Smoke, supongo que todo esto es opinable, pero lo que yo veo que lleva el condenado del bajorrelieve es el capirote que acompañaba el sambenito utilizado para los condenados por la Inquisición. He buscado la cédula a la que te refieres para ver si había alguna descripción de lo que tú denominas un gorro de felpa negro, pero no la he encontrado. Aún así, y teniendo en cuenta que, en cualquier caso, el sambenito era sobradamente conocido por los españoles de 1828, mi impresión es que si Fernando VII hubiese querido que los condenados a garrote llevasen un capirote igual o similar al sambenito, lo que había previsto en su cédula no es que llevasen un gorro, sino el mismo sambenito. El hecho de que la cédula se refiere a un gorro de felpa negro da que pensar que era un tocado distinto.
ResponderBorrarPues George Borrow, que estuvo por España entre 1835 y 1840, relata en "La Biblia en España" como fue invitado a presenciar dos ejecuciones, y cuenta como "cuando apareció el primer reo, montado en un asno, sin silla ni estribos, de modo que las piernas casi le arrastraban por el suelo. Vestía una túnica de color amarillo azufre, con un gorro encarnado, alto y puntiagudo, en la rapada cabeza".
ResponderBorrarSupongo que caes en la cuenta de que ambas fuentes se contradicen. Un gorro encarnado, alto y puntiagudo no es un gorro de felpa negro. Y llevar a una persona arrastrada no es llevarla en un burro sin silla ni estribo.
ResponderBorrarTodo esto puede llegar a dudar de alguna de las dos fuentes. En ese caso, obviamente habría que dudar de Borrow, puesto que la otra es una fuente jurídica. Además, Borrow, en su libro yo creo que queda claro desde la página 2, es un anglicano que viaja a España y Portugal para difundir la palabra auténtica (la suya), y no oculpa su opinión antipapista y anticatólica. Son varios los pasajes que recuerdo en los que se ocupa de la responsabilidad de los sacerdotes en el atraso que ve, por ejemplo.
Es posible que le contaran la parafernalia de la ejecución de herejes (la túnica color azufre es sin duda el sambenito) y él la colocó en un hecho del que habría sido presuntamente testigo, a pesar de que ello ya no era posible. De otra forma, en la real cédula que citabas, además de prescribirse el gorro, debería haberse prescrito el sambenito, cosa que, y en esto tú eres mi fuente, parece no ser así.
Pues vas a tener razón, yo recordaba haber leído que el Rey estuvo desde las siete de la mañana hasta las nueve de la noche en la plaza mayor.
ResponderBorrarEl parágrafo 179 no ofrece dudas, pero el 182 sólo habla de los reos penitenciados, que los mandan a las prisiones secretas de la Santa Inquisición.
El 184 habla de los protervos y relajados, a los que se les daba garrote (habla de argollas preparadas, brasas, etc.)
Saludos
Hola.
ResponderBorrarQue venga un gallego, ahora con doble "nacionalidad", a enseñarme mi ciudad. Mira que he pasado veces por allí sin fijarme en las farolas, y me fijo mucho, fotografío y cuelgo detalles de la ciudad. Hasta a veces voy en bici (compatible con la dieta) y el portatil, que hay wifi gratis en la plaza. Enhorabuena. También por la exposición sobre el resto.
Sobre el lugar de las ejecuciones en Madrid, no tengo claro donde lo ubicas: hoy, la calle de Alcalá llega hasta Canillejas; hasta hace pocos años hasta Arturo Soria, y antes hasta el límite municipal, en el puente de Ventas.
En la época de que hablamos, llegaba hasta el fin de la urbanización donde esta estuviere, llamándose desde ese punto carretera de Aragón. Entiendo que por tanto, el quemadero estaría entre la plaza de la Independencia y Manuel Becerra, pero es una suposición.
El guionista tiene un pase, si cobraba poco para documentarse. Pero el Concejal de Cultura responsable, no. Saludos.
Las ejecuciones de los condenados,que salian por la actual calle de la Sal,mamino de la actul Glorieta de Bilbao,que era donde estab el quemadero cercano a un cementerio
ResponderBorrarHola, soy doctora en antropología social y mi tesis fue sobre los sodomitas y la inquisición, y el miedo al castigo. Por si te sirve de algo, te paso el enlace de la tesis, a lo mejor te interesa. Mi mail: morgentauro@hotmail.com Mi enlace: https://www.amazon.es/Sodom%C3%ADa-inquisici%C3%B3n-El-miedo-casrigo-ebook/dp/B07YSGSXQ2
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