Como ya he comentado en alguna ocasión, soy renuente a comentar mis lecturas, pues muchas de ellas se centran en libros descatalogados o de difícil localización. No obstante, cuando leo algún libro más o menos moderno, y sobre todo si es, por así decirlo, de entretenimiento, sí creo que puedo comentar lo que leo.
Hace algunos años, un notable historiador inglés, Edward Rutherfurd, hizo especialmente famoso un subgénero de novela histórica muy particular. Se trataba de novelas en las cuales se relataban periodos de tiempo muy largos, abarcando en algunos casos incluso la totalidad de la Historia conocida de un determinado lugar, a través de las generaciones de una misma familia; personajes secundarios que, sin embargo, tenían en las diferentes peripecias de su vida contacto directo con algunos de los principales momentos de la Historia de su ciudad o país.
Londres fue, probablemente, el primer hit de Rutherfurd, aunque no estoy seguro que no hubiese escrito ya antes alguno de sus libros. Es un libro interesante y muy apasionante de leer; y tiene, además, el beneficio añadido de que leerlo nos hace encontrar otra dimensión al Museo de Londres, pues no pocos los de los objetos y situaciones que se describen en el libro proceden de cosas que se guardan allí. El Museo de Londres, por cierto, es un lugar que casi nadie visita cuando va allí, y es un error, un error mayúsculo. Pero, claro, mayor error es vivir en Madrid y no haber pisado jamás el Museo Municipal.
El caso es que hay, como decía, un subgénero de éxito, que los editores, supongo, buscan con cierta avidez. A ese subgénero pertenece Roma, el libro de Steven Saylor cuya lectura hoy os comento. Al igual que en los libros de Rutherfurd, Saylor inventa dos linajes patricios, el de los Poticios y los Pinarios (espero que salgan bien escritos en este post; el señor Bill Gates se empeña en escribir Binarios cada vez que escribo Pinarios), cuyo percorrer repasa desde los tiempos anteriores a la fundación de Roma hasta la el año 1 Antes de Cristo, durante el primer reinado imperial, el de César Octavio Augusto. Patricios que son, estos Poticios y Pinarios tienen la ocasión de estar siempre a la que salta en los hechos de esa Roma clásica preimperial; así pues, en la novela los veremos ser coleguitas de los gemelos Rómulo y Remo; o mandar a tomar por culo la solución monárquica tarquinia; o levantar el sitio de Roma con el desgraciado Coriolano; o servir a la religión estatal como vírgenes vestales; o colaborar con las reformas de los gracos; o luchar contra el pérfido Sila; o, desde luego, formar parte del Estado Mayor de Julio César. He aquí, sin lugar a dudas, la principal virtud del libro: rel tema. Steven Saylor sabe bien que la Historia de Roma en los 999 años que relata la novela es una de las novelas negras mejor escritas que se pueden leer. Si me permite el autor esta boutade, que lo es pues escribir siempre es un esfuerzo que lo flipas, en parte el libro se escribe sola, porque esa parte primera que es inventar la historia está notablemente simplificada cuando hablamos de estos tiempos, y esa tierra, que están entre los episodios protagonistas de aquello que nos hizo como somos.
Hablando de novela histórica y hablando de Roma, la comparación se hace obligada con los libros Coleen MacCollough, escritora australiana de enorme erudición quien, sin embargo, para la mayor parte de nosotros, y sobre todo de vosotras (las talluditas), es famosa por una novela que no tiene nada que ver con los tiempos clásicos: The thornbirds (El pájaro espino), historia de amor y religión que fue un exitazo de audiencia en la tele bastantes años atrás.
McCollough es autora de una serie monumental de novelas, de casi 900 páginas cada una, que abarcan desde los inicios de la carrera de Cayo Mario hasta la de Julio César (por lo menos, éstas son las que yo he leído). Creo que, para aquellos de los lectores de este post que estén interesados en este periodo y no hayan leído estos libros, merece la pena que señale las diferencias.
En primer lugar, los ámbitos temporales no son los mismos. El de McCollough es mucho más corto. La suya es una cirugía de precisión y, en consecuencia, sus novelas son mucho más meticulosas. Describe los hechos sin prisas, uno por uno, con la intención de no dejar ni un elemento importante de los años que relata sin ser contado (de hecho, sus capítulos se dividen por años consulares); esto la lleva a una erudición en ocasiones apabullante, pero que al lector, y perdóneme que le llame así, más superficial, se le puede hacer algo pesada. Especialmente, el hecho de que McCollough no se salte ni un miembro de las familias que interaccionan en sus novelas, y que los romanos tuviesen la costumbre de repetir los nombres, hace que en ocasiones sea difícil centrarse. La obra de Saylor, sin embargo, es más ágil en este punto. También tiene muchas páginas, casi 700 en la edición inglesa que es la que yo comento, pero en realidad, como sabemos, la media no sale ni a un año por página. Además, teniendo en cuenta que lo que hace Saylor es situar personajes inventados en una realidad histórica, hace a Poticios y Pinarios atravesar por una serie de peripecias que impiden la confusión que, de todas maneras, es casi imposible teniendo en cuenta los saltos del tiempo.
En el asunto de los personajes está otra diferencia. Los de Saylor son inventados. McCollough, por su parte, hace novela histórica a lo Gore Vidal, es decir, sus protagonistas son los propios protagonistas de la Historia. Las peripecias que seguimos en sus novelas son las de Mario, Sila, Servilia Cepionis, Cicerón, etc. No hay personajes inventados, sino invención en torno a los personajes (invención, en ocasiones, un poco temeraria en mi opinión). ¿Cuál de las dos alternativas es mejor? La respuesta ha de ser galaica: depende. Depende del lector. Hay lectores para los cuales la pura peripecia histórica no es suficiente, porque no tienen demasiada ambición por los hechos históricos o el simple análisis de éstos les aburre o les deja insatisfechos. Éstos deberían leer a Saylor. Aquéllos para los cuales lo importante sea la Historia, sin aditamentos, deben leer a McCollough.
En su versión original, el libro está escrito de forma ágil y eficiente. El autor parece ser plenamente consciente de que los libros de 700 páginas repletos de periodos y tropos son propios tan sólo de los aficionados a la literatura rusa; de todas formas, tengo por mí que el inglés no es un idioma muy propio para ser alambicado en la escritura (o eso al menos dice mi profesora de inglés, quien siempre me está dando la brasa con que escriba frases tres veces más cortas). Otra gran virtud de Saylor, que se hace interesante, es que trata de explicar, desde el conocimiento y la imaginación, el origen de los mitos. A todas luces, Saylor alberga la teoría de que todos los mitos y creencias tienen un origen real. Así pues, no daré más detalles para no fastidiar a futuros lectores, pero diré que en el libro de Saylor se pueden encontrar explicaciones bastante plausibles sobre hechos como por qué la tradición decía que Rómulo y Remo fueron amamantados por una loba; o quién fue Hércules y quién el gigante Caco al que según la tradición mató; o por qué estaba decretado que las moscas no podían entrar en determinados templos; o por qué los romanos celebraban extrañas fiestas como las Lupercalias. De hecho, al finalizar el libro coquetea (no sé si pensando en una segunda parte) con la idea de que el propio símbolo religioso de la cruz podría ser mucho más antiguo que el cristianismo.
¿Lo peor del libro? Lo peor del libro son los pies forzados que se ve obligado a respetar el autor por razón de su elección primera: meter mil años de Historia en un libro voluminoso, pero no tanto como para echar para atrás al comprador/lector masivo. Así las cosas, Roma se convierte en un ejemplo de lo que los británicos llaman cherry picking: el autor para aquí o allá para narrar un determinado periodo de la Historia de Roma, lo cual quiere decir que, necesariamente, se deja otros. Tiene que ser así porque, de lo contrario, por mucho que hubiese querido correr, habría escrito 1.500 páginas, o así. Lo que me parece enormemente discutible es la selección. Está hecha, probablemente, para poder colocar a los protagonistas de la novela, Poticios y Pinarios, ante determinadas situaciones. Pero las lagunas son, a mi modo de ver, pavorosas. Especialmente doloroso me parece el olvido de Cayo Mario, para mí el hombre que dio un vuelco a la Roma republicana, eso sí a largo plazo, con sus siete consulados y su reforma militar a favor de los miembros del censo por cabezas. Pero hay más cosas. En la novela de Saylor nada se dice de la cuestión itálica, que presidió los debates de la República durante siglos; apenas aparecen, como en un segundo plano, las guerras púnicas, a pesar de que su importancia pretende explicarse (no obstante lo dicho, Tiburcio la explica mucho mejor). No existen las conquistas imperiales; los galos toman Roma pero los romanos no pisan Galia en una sola escena, ni abaten las posesiones de los númidas, ni apresan a Yugurta. Se nos cuenta la Historia de Roma sin el concurso de Cicerón, de Catalina, prácticamente sin el concurso de Catón. Pompeyo Magnus se nos queda prácticamente inédito, pues César, en esta novela, no pasa el Rubicón (para pasar el Rubicón tendría que venir de la Galia, y ya hemos dicho de de eso no se dice nada) y, consecuentemente, no se nos cuenta la batalla de Pharsalos; apenas sus consecuencias. En la Historia de Roma hay políticos y líderes importantísimos como L. Apuleyo Saturnino, Marco Livio Druso, Publio Sulpicio Rufo, Cinna, Creso, Quinto Sertorio, Lépido, los Metelos, que no aparecen.
Y, sobre todo, está el problema de la República. Porque alguien que escribe sobre esos años está obligado, en mi opinión, a tratar de hincarle el diente al asunto de cómo, y por qué, murió la República romana. Si es cierto (yo lo pienso así) que era una evolución necesaria para un Estado que había alcanzado la importancia de Roma, o si se debió a la miopía de la clase patricia y a la creciente demagogia de los plebeyos, como también puede pensarse.
En conclusión, como novela de entretenimiento es buena; yo diría que muy buena. Pero si lo que se pretende es, además, obtener de ella una buena foto de la Historia de Roma, yo le recomendaría al protolector que no se hiciese demasiadas ilusiones.
Del libro, por cierto, ha salido edición española; pero desconozco la editorial. Supongo que no os será complejo encontrarla en internet.
Eso sí, visto el rollo catilinario de Tiburcio sobre las guerras púnicas y que a mí me va la marcha, desde hoy queda abierto el descriptor de Historia Antigua. Volveremos sobre ella, espero que pronto. Lo primero que me gustaría contaros es la historia de los gracos. Pero será ya otro día.
Hace algunos años, un notable historiador inglés, Edward Rutherfurd, hizo especialmente famoso un subgénero de novela histórica muy particular. Se trataba de novelas en las cuales se relataban periodos de tiempo muy largos, abarcando en algunos casos incluso la totalidad de la Historia conocida de un determinado lugar, a través de las generaciones de una misma familia; personajes secundarios que, sin embargo, tenían en las diferentes peripecias de su vida contacto directo con algunos de los principales momentos de la Historia de su ciudad o país.
Londres fue, probablemente, el primer hit de Rutherfurd, aunque no estoy seguro que no hubiese escrito ya antes alguno de sus libros. Es un libro interesante y muy apasionante de leer; y tiene, además, el beneficio añadido de que leerlo nos hace encontrar otra dimensión al Museo de Londres, pues no pocos los de los objetos y situaciones que se describen en el libro proceden de cosas que se guardan allí. El Museo de Londres, por cierto, es un lugar que casi nadie visita cuando va allí, y es un error, un error mayúsculo. Pero, claro, mayor error es vivir en Madrid y no haber pisado jamás el Museo Municipal.
El caso es que hay, como decía, un subgénero de éxito, que los editores, supongo, buscan con cierta avidez. A ese subgénero pertenece Roma, el libro de Steven Saylor cuya lectura hoy os comento. Al igual que en los libros de Rutherfurd, Saylor inventa dos linajes patricios, el de los Poticios y los Pinarios (espero que salgan bien escritos en este post; el señor Bill Gates se empeña en escribir Binarios cada vez que escribo Pinarios), cuyo percorrer repasa desde los tiempos anteriores a la fundación de Roma hasta la el año 1 Antes de Cristo, durante el primer reinado imperial, el de César Octavio Augusto. Patricios que son, estos Poticios y Pinarios tienen la ocasión de estar siempre a la que salta en los hechos de esa Roma clásica preimperial; así pues, en la novela los veremos ser coleguitas de los gemelos Rómulo y Remo; o mandar a tomar por culo la solución monárquica tarquinia; o levantar el sitio de Roma con el desgraciado Coriolano; o servir a la religión estatal como vírgenes vestales; o colaborar con las reformas de los gracos; o luchar contra el pérfido Sila; o, desde luego, formar parte del Estado Mayor de Julio César. He aquí, sin lugar a dudas, la principal virtud del libro: rel tema. Steven Saylor sabe bien que la Historia de Roma en los 999 años que relata la novela es una de las novelas negras mejor escritas que se pueden leer. Si me permite el autor esta boutade, que lo es pues escribir siempre es un esfuerzo que lo flipas, en parte el libro se escribe sola, porque esa parte primera que es inventar la historia está notablemente simplificada cuando hablamos de estos tiempos, y esa tierra, que están entre los episodios protagonistas de aquello que nos hizo como somos.
Hablando de novela histórica y hablando de Roma, la comparación se hace obligada con los libros Coleen MacCollough, escritora australiana de enorme erudición quien, sin embargo, para la mayor parte de nosotros, y sobre todo de vosotras (las talluditas), es famosa por una novela que no tiene nada que ver con los tiempos clásicos: The thornbirds (El pájaro espino), historia de amor y religión que fue un exitazo de audiencia en la tele bastantes años atrás.
McCollough es autora de una serie monumental de novelas, de casi 900 páginas cada una, que abarcan desde los inicios de la carrera de Cayo Mario hasta la de Julio César (por lo menos, éstas son las que yo he leído). Creo que, para aquellos de los lectores de este post que estén interesados en este periodo y no hayan leído estos libros, merece la pena que señale las diferencias.
En primer lugar, los ámbitos temporales no son los mismos. El de McCollough es mucho más corto. La suya es una cirugía de precisión y, en consecuencia, sus novelas son mucho más meticulosas. Describe los hechos sin prisas, uno por uno, con la intención de no dejar ni un elemento importante de los años que relata sin ser contado (de hecho, sus capítulos se dividen por años consulares); esto la lleva a una erudición en ocasiones apabullante, pero que al lector, y perdóneme que le llame así, más superficial, se le puede hacer algo pesada. Especialmente, el hecho de que McCollough no se salte ni un miembro de las familias que interaccionan en sus novelas, y que los romanos tuviesen la costumbre de repetir los nombres, hace que en ocasiones sea difícil centrarse. La obra de Saylor, sin embargo, es más ágil en este punto. También tiene muchas páginas, casi 700 en la edición inglesa que es la que yo comento, pero en realidad, como sabemos, la media no sale ni a un año por página. Además, teniendo en cuenta que lo que hace Saylor es situar personajes inventados en una realidad histórica, hace a Poticios y Pinarios atravesar por una serie de peripecias que impiden la confusión que, de todas maneras, es casi imposible teniendo en cuenta los saltos del tiempo.
En el asunto de los personajes está otra diferencia. Los de Saylor son inventados. McCollough, por su parte, hace novela histórica a lo Gore Vidal, es decir, sus protagonistas son los propios protagonistas de la Historia. Las peripecias que seguimos en sus novelas son las de Mario, Sila, Servilia Cepionis, Cicerón, etc. No hay personajes inventados, sino invención en torno a los personajes (invención, en ocasiones, un poco temeraria en mi opinión). ¿Cuál de las dos alternativas es mejor? La respuesta ha de ser galaica: depende. Depende del lector. Hay lectores para los cuales la pura peripecia histórica no es suficiente, porque no tienen demasiada ambición por los hechos históricos o el simple análisis de éstos les aburre o les deja insatisfechos. Éstos deberían leer a Saylor. Aquéllos para los cuales lo importante sea la Historia, sin aditamentos, deben leer a McCollough.
En su versión original, el libro está escrito de forma ágil y eficiente. El autor parece ser plenamente consciente de que los libros de 700 páginas repletos de periodos y tropos son propios tan sólo de los aficionados a la literatura rusa; de todas formas, tengo por mí que el inglés no es un idioma muy propio para ser alambicado en la escritura (o eso al menos dice mi profesora de inglés, quien siempre me está dando la brasa con que escriba frases tres veces más cortas). Otra gran virtud de Saylor, que se hace interesante, es que trata de explicar, desde el conocimiento y la imaginación, el origen de los mitos. A todas luces, Saylor alberga la teoría de que todos los mitos y creencias tienen un origen real. Así pues, no daré más detalles para no fastidiar a futuros lectores, pero diré que en el libro de Saylor se pueden encontrar explicaciones bastante plausibles sobre hechos como por qué la tradición decía que Rómulo y Remo fueron amamantados por una loba; o quién fue Hércules y quién el gigante Caco al que según la tradición mató; o por qué estaba decretado que las moscas no podían entrar en determinados templos; o por qué los romanos celebraban extrañas fiestas como las Lupercalias. De hecho, al finalizar el libro coquetea (no sé si pensando en una segunda parte) con la idea de que el propio símbolo religioso de la cruz podría ser mucho más antiguo que el cristianismo.
¿Lo peor del libro? Lo peor del libro son los pies forzados que se ve obligado a respetar el autor por razón de su elección primera: meter mil años de Historia en un libro voluminoso, pero no tanto como para echar para atrás al comprador/lector masivo. Así las cosas, Roma se convierte en un ejemplo de lo que los británicos llaman cherry picking: el autor para aquí o allá para narrar un determinado periodo de la Historia de Roma, lo cual quiere decir que, necesariamente, se deja otros. Tiene que ser así porque, de lo contrario, por mucho que hubiese querido correr, habría escrito 1.500 páginas, o así. Lo que me parece enormemente discutible es la selección. Está hecha, probablemente, para poder colocar a los protagonistas de la novela, Poticios y Pinarios, ante determinadas situaciones. Pero las lagunas son, a mi modo de ver, pavorosas. Especialmente doloroso me parece el olvido de Cayo Mario, para mí el hombre que dio un vuelco a la Roma republicana, eso sí a largo plazo, con sus siete consulados y su reforma militar a favor de los miembros del censo por cabezas. Pero hay más cosas. En la novela de Saylor nada se dice de la cuestión itálica, que presidió los debates de la República durante siglos; apenas aparecen, como en un segundo plano, las guerras púnicas, a pesar de que su importancia pretende explicarse (no obstante lo dicho, Tiburcio la explica mucho mejor). No existen las conquistas imperiales; los galos toman Roma pero los romanos no pisan Galia en una sola escena, ni abaten las posesiones de los númidas, ni apresan a Yugurta. Se nos cuenta la Historia de Roma sin el concurso de Cicerón, de Catalina, prácticamente sin el concurso de Catón. Pompeyo Magnus se nos queda prácticamente inédito, pues César, en esta novela, no pasa el Rubicón (para pasar el Rubicón tendría que venir de la Galia, y ya hemos dicho de de eso no se dice nada) y, consecuentemente, no se nos cuenta la batalla de Pharsalos; apenas sus consecuencias. En la Historia de Roma hay políticos y líderes importantísimos como L. Apuleyo Saturnino, Marco Livio Druso, Publio Sulpicio Rufo, Cinna, Creso, Quinto Sertorio, Lépido, los Metelos, que no aparecen.
Y, sobre todo, está el problema de la República. Porque alguien que escribe sobre esos años está obligado, en mi opinión, a tratar de hincarle el diente al asunto de cómo, y por qué, murió la República romana. Si es cierto (yo lo pienso así) que era una evolución necesaria para un Estado que había alcanzado la importancia de Roma, o si se debió a la miopía de la clase patricia y a la creciente demagogia de los plebeyos, como también puede pensarse.
En conclusión, como novela de entretenimiento es buena; yo diría que muy buena. Pero si lo que se pretende es, además, obtener de ella una buena foto de la Historia de Roma, yo le recomendaría al protolector que no se hiciese demasiadas ilusiones.
Del libro, por cierto, ha salido edición española; pero desconozco la editorial. Supongo que no os será complejo encontrarla en internet.
Eso sí, visto el rollo catilinario de Tiburcio sobre las guerras púnicas y que a mí me va la marcha, desde hoy queda abierto el descriptor de Historia Antigua. Volveremos sobre ella, espero que pronto. Lo primero que me gustaría contaros es la historia de los gracos. Pero será ya otro día.
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