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Un proyecto imperialista
Por qué ser un alcmeónida no era ningún chollo
Clístenes, mediante sus reformas, se convirtió en el campeón, por así decirlo, del pueblo de Atenas. Sin embargo, este gesto habría de provocar la oposición cerril del otro gran poder naciente dentro de la Hélade, que era Esparta.
Un proyecto imperialista
Por qué ser un alcmeónida no era ningún chollo
Clístenes, mediante sus reformas, se convirtió en el campeón, por así decirlo, del pueblo de Atenas. Sin embargo, este gesto habría de provocar la oposición cerril del otro gran poder naciente dentro de la Hélade, que era Esparta.
A los espartanos no les hizo ninguna gracia que
apareciese en el Ática un nuevo régimen político que había sido resultado, al
fin y a la postre, de una relación matrimonial (un pacto de negocios, pues)
entre la familia de Pisístrato, él mismo un dictador; y Clístenes, que no
dejaba de ser el nieto de otro tirano (el que había llevado su mismo nombre y
había reinado en Sición). En uno más de los extraños oximoron que nos aporta la
llegada del sistema democrático, pues, el principal valedor de la misma, del
poder del pueblo, era un hombre creado a los pechos del poder tiránico. De
forma bastante lógica (se diga lo que se diga), los espartanos fácilmente
pudieron ver esta nueva forma de gobierno como una nueva forma de tiranía, y
con seguridad recelaron de los resultados que podría tener para el frágil
equilibrio de poder en la Hélade. Consecuentemente, decidieron ponerle la proa.
Tuvieron, además, una razón legal para actuar.
Iságoras, rival de Clístenes, solicitó su intervención para recuperar el viejo
equilibrio en Atenas; y los espartanos respondieron marchando hacia el Ática
bajo la admonición de que la ciudad se deshiciese de “los malditos”, como se
referían a los alcmeónidas en general. Fueron capaces, con el apoyo de muchos
atenienses, de apartar a Clístenes y su clan del poder; sin embargo, se
encontraron, para su sorpresa, con el problema derivado de que Atenas se había
acostumbrado a según qué cosas a las que ahora no quería renunciar. Como ya
hemos visto, es ésta la principal característica de esos tiempos, y recuerda
mucho a la huella dejada, siglos después, por la Revolución Francesa: incluso
las personas que la rechazaron se vieron “contaminados” por sus ideas. A los
atenienses les pasó algo parecido. No parece que estuviesen muy en contra de la
intervención espartana pero, sin embargo, cuando los triunfantes peloponésicos
pretendieron instaurar en la ciudad una especie de dictadura militar muy de su
corte, la gente se revolvió. En esas circunstancias, parece lógico que, nada más
abandonar los espartanos el Ática, los atenienses llamasen al móvil de
Clístenes.
No estamos muy ciertos de lo que pasó después, pero los
indicios más claros apuntan a que Clístenes, quien probablemente estaba mucho
más preocupado por apuntalar el bienestar de su familia que por crear el
régimen político que sería cantado por miles de políticos después de él, mucho
menos por darle al pueblo lo que es del pueblo ni mandangas por el estilo;
Clístenes, digo, preocupado por la inestabilidad de su familia, que en
cualquier momento podía terminar sangrando abundantemente bajo la espada
espartana, buscó ayuda en algún otro aliado. En el entorno geopolítico de su
tiempo, ese aliado no podía ser casi otro que Persia. En este punto, Clístenes
cometió un error base de político, un error que han cometido, cometen, y
cometerán, muchos gobernantes después de él: asumir que un movimiento de
alianza que a él ya le viene bien va
a ser comprendido por los votantes que le apoyan. La Atenas clisténica vivía
ya, en buena medida, bajo el síndrome persa. Igual que los atenienses soñaban
con expandirse más allá del charco Egeo, sabían bien que el Imperio persa
ambicionaba realizar la operación que siglo después haría el turco, esto es,
saltar el mismo charco, pero en la dirección opuesta.
A los atenienses, por todo esto, amigarse con los
persas, a fin y al cabo no griegos, para colmo con la intención de combatir a
los espartanos, que sí lo eran, resultaba sacrílego. Persia, además, había sido
el refugio de los pisistrátidas; Atenas no tenía nada que creer de ella.
Los atenienses, por lo tanto, acabaron por rechazar la
alianza con los persas, una decisión que, según todos los indicios, le costó el
poder a Clístenes. Era el año 507, y el fundador de la democracia, un hombre
que, cuando menos en mi opinión, fue básicamente un maniobrero que lo que
buscaba era asegurar el poder de su
familia, desaparece de la Historia. Bueno, o no; porque, la verdad, el 99%
de los demócratas-de-toda-la-vida
responden bastante a un perfil que se le parece un huevo.
Fue en este ambiente de cosas que Xántipo y Agarista se
casaron. Dado que son dos figuras poco relevantes en la Historia, las fuentes
de que disponemos se han ocupado relativamente poco de ellos, si bien los
hechos políticos del momento, y cómo afectaron a los alcmeónidas, dan que
pensar que su vida de recién casados hubo de ser complicadilla. Los estudiosos
han destacado el hecho de que Xántipo fue objeto de ostracismo, como ya
sabemos; lo cual nos viene a demostrar que no era ningún piernas, es decir, que
tenía algún tipo de papel relevante en la vida de la ciudad. Lo más probable es
que fuera militar, dado que al regresar de su exilio fue nombrado general.
La llegada de Pericles al mundo y, más tarde, a la vida
política de Atenas está fuertemente dominada por la batalla de Maratón. Esta
batalla, como es bien sabido, supuso la primera ocasión en la que los griegos,
para ser más concretos los áticos, le pararon los pies a los persas en su everlasting ambición de dar el salto a
Eurovisión. Para Atenas, en todo caso, la batalla tuvo muchas más derivadas, y
cabe decir que incluso más importantes.
Los persas que habían pasado a la llanura de Maratón no
llegaron solos. Venían guiados y aconsejados por Hipias, que anteriormente
había sido uno de los tiranos pisistrátidas de la ciudad. Claramente, la
intención de los persas no era otra que ganar aquella batalla, someter el Ática
y aislar por tierra el Peloponeso; y conservar todos esos avances mediante la
re-colocación del propio Hipias al frente del gobierno de la ciudad. Este
entorno de cosas, que los atenienses conocieron bien, cambió de forma muy
radical la forma en que contemplaban la dictadura pisistrátida. Pero eso, en
modo alguno, benefició a Pericles y a su familia. La corriente de opinión contraria
a los antiguos tiranos se extendió muy pronto a todas las familias que tenían o
habían tenido cercanía respecto de ellos; y eso incluía a los alcmeónidas,
quienes ya estaban en horas bajas tras la caída de Clístenes.
De una forma, la verdad, bastante lógica, los enemigos
de los alcmeónidas no encontraron demasiadas dificultades a la hora de hacer
progresar una denuncia por traición contra todo el clan. Se llegó a decir que
alguien cercano a ellos había intentado asistir a lo persas durante la batalla
haciéndoles señales desde la cima de una colina. Alrededor del año 480, por lo
tanto, los atenienses, fuertemente influidos por estas historias, votaron el
ostracismo de muchos alcmeónidas, pisistrátidas y, en general, familias
relacionadas con ellos; y entre ellos cayó Xántipo, así como el tío de
Pericles, Megacles.
Los testimonios que nos han llegado de Pericles nos
hablan de un hombre que en su madurez tenía un círculo de amigos muy estrecho y
que, además, era muy poco amigo de acudir a las grandes citas sociales. Esto,
combinado con lo que sabemos de la historia de su familia, nos lleva a
cuestionarnos si toda la experiencia que vivió toda su infancia y su niñez no
le dejó secuelas. Hasta qué punto Pericles, que ha pasado a la Historia, sobre
todo entre los que no tienen ni puta idea de Historia, como el campeón de la
soberanía popular, no fue, en realidad, una persona recelosa de esa soberanía
que, como él sabía bien, podía ser hábilmente dirigida para conseguir que las
personas que lo habían dado todo por Atenas, que habían conseguido para ella
las victorias más resonantes y necesarias, fuesen arrojados al albañal del
olvido.
Sea como sea, cumpliendo con las previsiones del
derecho ateniense, cuando Pericles llegase a los dieciocho, también alcanzó la
edad mínima para poder formar parte del ejército de la polis. Si fue así, tenía
que entrar a formar parte de los epheboi,
o cuerpo joven, que eran unas unidades formadas por los jóvenes de la ciudad
para vigilar por la seguridad de ésta, antes de que, con veinte años, pasaran a
formar parte ya totalmente del ejército ateniense. En aquel entonces, los
hoplitas atenienses eran sólo aquellos cuya familia era suficientemente pija
como para poderles pagar el escudo, la lanza y la armadura. La mayoría de los estudiosos
en la materia considera lo más probable que Pericles entrase en servicio de
armas más o menos en el momento en que su padre y su madre sufrieron
ostracismo. Si verdaderamente fue así, entonces, Pericles probablemente hubo de
aplazar el momento de entrar en el ejército, puesto que no se encontraba en la
ciudad para ello. Sin embargo, lógicamente cuando Xántipo fue llamado de vuelta
(481), su hijo debió volver a la ciudad, por lo que lo lógico es que sirviese
en la guerra contra los persas ocurrida en los dos años siguientes.
Considerando que su padre estaba al mando de una flota ateniense, y siempre que
Pericles tuviese edad suficiente para ello, lo más lógico es suponer que debió
servir en alguna de las naves.
Desde el año 483, siguiendo el inteligente consejo de
Temístocles, Atenas estaba invirtiendo sus excedentes de la minería de plata en
construir la que pronto se convirtió en la mayor flota de guerra de toda
Grecia. Xántipo comandó a una parte de esta flota en el 479 por las costas de
Asia Menor, y existe cuando menos la posibilidad de que su hijo estuviese en
alguno de los barcos. Fue ésta la flota que derrotó a los persas en la batalla
de Micala, que cuando menos la tradición quiere situar en el tiempo en la misma
fecha en la que fue la de Platea, esto es, la victoria en tierra de los griegos
contra los persas. En Micala no sólo se produjo la superioridad naval
ateniense, sino que la misma operó como revulsivo para que muchos griegos que
luchaban con los persas, al parecer obligados, desertasen y cambiasen de bando.
Mucho se ha especulado sobre la posibilidad de que Pericles estuviese en dicha
campaña, y la cosa tiene su importancia porque, de haber estado, el futuro
estratega de Atenas habría podido aprender de primera mano muchas cosas sobre la
costa de Asia Menor y sobre los griegos jónicos que la poblaban; experiencia
que le habría servido de mucho en los años por venir.
La batalla contra los persas, probablemente, también
proveyó probablemente a Pericles de otro elemento importante en su vida: su
relación con los espartanos. En aquella guerra, en efecto, Esparta ejercía el
mando supremo de las tropas griegas, tanto en tierra como en el mar a pesar de
que su flota no era gran cosa. En consecuencia, la flota que operó en el Egeo
oriental en el tiempo inmediatamente anterior a Micala tenía un comandante en
jefe que era espartano: Leotícides, abuelo de quien sería el rey de Esparta,
Arquidamo. Que Leotícides y Xántipo tuvieron que relacionarse es algo obvio,
pues el ateniense era quien realmente mecía la cuna de la flota de la que el
primero tenía el mando formal. Es posible, por lo tanto, que ambos militares,
espartano y ateniense, acabasen por desarrollar su xenia, su amistad y colaboración; y que, consecuentemente,
traspasasen esa especial relación entre familias a sus hijos. Esto explicaría
un gesto que nos cuenta Tucídides sobre la guerra entre Atenas y Esparta del
431, cuya exégesis es compleja. Nos cuenta el historiador que, ante el ataque
de los espartanos, Pericles hizo declarar sus propias posesiones como tierra
pública, porque al parecer temía que si los espartanos entraban en el Ática
arrasasen las fincas de otros atenienses, pero no las suyas. Si los espartanos
fuesen a respetarlo por ser él, sólo podía ser por su relación especial con Arquidamo.
Después de la batalla de Micala, la flota de los
helenos aliados navegó hacia el Helesponto. Allí era donde Jerjes había
construido los puentes flotantes para poder pasar a Europa, y para los griegos
era fundamental hundir aquella estructura. Sin embargo, cuando llegaron allí se encontraron con que Zeus y Poseidón ya se lo habían currado, puesto que una
tormenta había acabado con los puentes. Así las cosas, los espartanos se
volvieron a sus quelis, pero no los atenienses, pues Xántipo decidió permanecer
en el Helesponto. El cruce de los persas había provocado que toda la zona ahora
estuviese hostilizada por ellos y, como hemos dicho, para Atenas controlar
aquel Canal de Panamá de la Antigüedad era fundamental, así pues necesitaban
limpiar un poco la alfombra. Así las cosas, el papá de Pericles, y nada nos
mueve a desmentir la idea de que el propio Pericles, lucharon en el Chersoneso
contra los persas que estaban allí, aprovechando el vacío de poder provocado por
el regreso forzado a Atenas del tirano de la zona, Miltiades el cimónida.
La guerra con los persas acabó en 479, y para entonces
resulta muy difícil pensar que Pericles no tuviese ya, como mínimo, plena edad
militar (20 palos). Estaba, pues, a punto de empezar una carrera militar en uno
de los tres ejércitos con más prestigio de toda la Hélade, ya que habían sido
las tres armadas que más habían aportado contra Jerjes: Esparta, Atenas y Corinto.
Por decirlo de alguna manera, los griegos habían repelido al Imperio persa
cuando en Bet 365 esta posibilidad se pagaba a 50 euros el euro porque ni dios,
ni los dioses, creían en ella. La inesperada victoria, que se basó en una parte
muy importante en la inteligencia ateniense de haber construido una flota como
es debido, elevó a estas tres polis a la categoría de superpoderes. Porque,
esto hay que recordarlo, la lucha de los
griegos contra los persas en
realidad había sido la lucha de algunos
griegos contra los persas, ayudados por algunos griegos. Cuando
sonó el cuerno de las hostias, tan sólo 31 ciudades-Estado griegas se alzaron
contra el enemigo. Los griegos jónicos, por ejemplo, no se pudieron levantar
contra los persas porque ya lo habían hecho en el 494 y, derrotados sin remisión,
se habían convertido en vasallos de Jerjes. Pero en la propia península griega
fueron mayoría las ciudades que decidieron permanecer neutrales o directamente
le hicieron a los persas una ofrenda de tierra y agua, que era la forma que se
tenía en esos tiempos de rendirse y aceptar la dominación territorial del
enemigo.
Entre estos griegos civiles colaborantes se encontraron
ciudades muy importantes del orbe helénico, como Argos o Tebas, así como
habitantes de Tesalia. Una de las inteligencias de Pericles, sin embargo, fue
entender que, cuando las cosas se pusieron, jodidas, lo mejor era tragarse el
orgullo y no hacer distinciones entre quienes habían sido traidores y quienes
no.
En todo caso, cuando un guerra se gana, genera
ganadores. Y la guerra contra los persas había generado dos.
En Esparta, tenemos a Pausianas, el regente, que
actuaba como uno de los dos co-reyes de la ciudad en sustitución de su primo,
todavía demasiado joven. Pausianas era el vencedor de los persas en Platea en
el 479, y por eso ahora estaba hot. La
segunda gran estrella de aquella guerra era Temístocles, el padre de la
estrategia naval que había enviado al fondo del mar las naves persas en
Salamis, en el año 480.
Ambos generales, habrían de comprobar muy pronto algo
que otros vivieron después de ellos, y me acuerdo ahora mismo de Winston
Churchill, quien ganó una guerra mundial tan sólo para ver cómo los ingleses,
rápidamente, le daban la espalda en las urnas. En el año 477, Pausianas había
sido reemplazado ya al frente de las tropas helenas combinadas. Parece ser que,
no sé si con razón o sin ella, se había distribuido la especie de que el jefe
espartano había entrado en negociaciones con los persas y que estaba, en
consecuencia, dispuesto a hacer alguna que otra cosa para facilitarles el
control de la Hélade que ellos seguían ambicionando. Pausianas, que sepamos,
jamás fue formalmente imputado por estos cargos, pero lo cierto es que perdió
el mando efectivo sobre tropas. Años después, las acusaciones regresaron con
mucha fuerza. Pausianas se refugió en un templo buscando amparo, y los reyes
espartanos cercaron el edificio y lo dejaron morir allí de hambre.
Durante las investigaciones sobre las conexiones de
Pausianas, que por lo que se ve debieron de ser bastante profundas y exigentes,
aparecieron, al parecer, algunos datos que apuntaban a Temístocles. De nuevo,
carecemos de información precisa y completa, pero lo que es un hecho es que, a
partir también del año 477, Temístocles desaparece de la primera línea de la
política ateniense. Es difícil de saber exactamente por qué, pero lo que sí es
bastante claro es que el almirante perdió la confianza de los atenienses.
Plutarco insinúa que la culpa fue de él mismo, pues habría financiado la construcción en la ciudad de un templo en
honor de Artemisa que muchos se tomaron como un gesto demasiado sobrado.
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