Recuerda que ya te hemos contado los principios (bastante religiosos) de los primeros estados de la Unión, así como su primera fase de expansión. A continuación, te hemos contado los muchos errores cometidos por Inglaterra, que soliviantaron a los coloniales. También hemos explicado el follón del té y otras movidas que colocaron a las colonias en modo guerra.
Evidentemente, hemos seguido con el relato de la guerra y, una vez terminada ésta, con los primeros casos de la nación confederal que, dado que fueron como el culo, terminaron en el diseño de una nueva Constitución. Luego hemos visto los tiempos de la presidencia de Washington, y después las de John Adams y Thomas Jefferson.
Luego ha llegado el momento de contaros la guerra de 1812 y su frágil solución. Luego nos hemos dado un paseo por los tiempos de Monroe, hasta que hemos entrado en la Jacksonian Democracy. Una vez allí, hemos analizado dicho mandato, y las complicadas relaciones de Jackson con su vicepresidente, para pasar a contaros la guerra del Second National Bank y el burbujón inmobiliario que provocó.
Luego hemos pasado, lógicamente, al pinchazo de la burbuja, imponente marrón que se tuvo que comer Martin van Buren quien, quizá por eso, debió dejar paso a Harrison, que se lo dejó a Tyler.
La cuarta y quinta década del siglo XIX marcan un cambio fundamental en el devenir de la Historia de los Estados Unidos a causa de la aparición en la misma de actores cada vez más fuertes. Es lo que comúnmente se conoce como la aparición de la costa del Pacífico.
Estamos
hablando de los tiempos más intensamente expansionistas de la
Historia de América. En periódicos y tertulias de todo el país son
comunes los oradores que vaticinan que la bandera americana acabará
ondeando desde el Polo Norte hasta la Patagonia, estableciendo con
ello un colonialismo pancontinental que pone muy nerviosos a los
británicos. La inquina entre ambos países permanece de alguna
manera soterrada mientras las relaciones diplomáticas son cordiales
y estables. Pero esa situación cambia al final de la década de los
treinta a causa de dos incidentes ocurridos en Canadá.
El
primero de estos incidentes, conocido como the
Caroline affair,
comienza en 1837 con el estallido de una rebelión en Canadá contra
la corona, cuyos instigadores obtienen apoyo al otro lado de la
frontera, y que fue rápidamente sofocado. En la noche del 29 de
diciembre de 1837, un vapor americano que transporta suministros para
los rebeldes, el Caroline,
se encuentra inmovilizado en el lado americano del río Niágara. Un
grupo de soldados canadienses que lo ve cruza el río, toma el barco,
lo incendia y lo hunde; proceso en el que un marinero estadounidense
resulta muerto.
A
partir de ahí, la típica pelea diplomática en la que ambas partes
tienen parte de razón. Estados Unidos reclama una disculpa por lo
que considera (lo es) invasión de su territorio; a lo que la otra
parte responde recordando que la acción se ha producido contra un
barco que estaba (lo estaba) apoyando a sus rebeldes. En 1840, las
autoridades de Nueva York arrestan a uno de los participantes
canadienses en la acción del Caroline,
Alexander McLeod, y lo acusan de asesinato e incendio. El secretario
de Exteriores británico, lord Palmerston, exige su liberación. Sin
embargo, el gobernador de Nueva York, William Seward, se obstina en
llevarlo ante los tribunales. El juicio se produce en medio de
amenazas de guerra desde Londres, aunque McLeod resulta absuelto.
En
1838, mientras el enfrentamiento que acabamos de ver se estaba
generando pues, un grupo de madereros canadienses de New Brunswick
cruza el río San Juan hacia el valle Arostook en Maine, y comienza a cortar árboles. La milicia estatal actúa pronto, produciéndose
lo que, de manera bastante ampulosa, se conoce en los libros de
Historia americanos como The
Arostook war.
Decimos que es un nombre ampuloso porque no hubo ni heridos ni nada;
pero cierto es que el suceso llevaba la semilla de una antigua
guerra, puesto que con mucha rapidez el general Windfield Scott se
presentó en la zona con tropas regulares, de donde cabe deducir que
los americanos temían que la cosa degenerase.
El
fondo del problema era jodido. Ni el Tratado de París de 1783 ni
las discusiones posteriores a la firma del Tratado de Ghent habían
logrado aclarar de una forma indiscutible la frontera
americano-canadiense en el Estado de Maine. Por esta razón, Daniel
Webster, secretario de Estado, sugirió a los británicos una
negociación definitiva, que condujo con el enviado especial de
Londres lord Ashburton, o sea Alexander Baring, primer barón de Ashburton; lo que conduciría en el tratado de fronteras
de 1842.
El
tratado de 1842 fue posible, en primer lugar, porque el primer
ministro británico, Robert Peel, no escuchó los consejos de su
ministro de Exteriores Palmerston. Palmerston quería la guerra desde
el incidente del Caroline
(probablemente desde antes) y tenía un concepto, digamos, muy pobre
de la diplomacia estadounidense; al fin y al cabo, veía a los
propios estadounidenses como una pandilla de salteadores. Peel tuvo
la inteligencia de dejar las manos en manos de Ashburton, un hombre
mucho más conciliador. Conciliador, sin embargo, no quiere decir
blando, puesto que Ashburton se negó a cualquier tipo de disculpa
en lo del Caroline,
con lo que Webster se vio obligado a realizar una interpretación muy
laxa del término “excusas”.
Las
cosas se pusieron peor cuando, en 1841, se produjo el incidente del
Creole.
En 1807, Gran Bretaña había declarado ilegal el tráfico de
esclavos, y al año siguiente Estados Unidos le siguió prohibiendo
su importación (que no su cabotaje), aunque en la década siguiente los barcos británicos
seguirían apresando barcos esclavistas con bandera americana. En
1841 el Creole,
un barco esclavista que transportaba negros desde Virginia a Nueva
Orleans experimentó el motín de la propia carga, que se hizo con el
control de la nave y la llevó hasta el puerto británico de Nassau.
Allí, las autoridades inglesas les dieron la libertad. Enterado
Webster, exigió de Ashburton una compensación y la futura
neutralidad de Londres en motines similares. Los británicos, sin embargo, sólo se
avinieron a garantizar tal cosa en el caso de un barco estadounidense
acabase en uno de sus puertos por razón de accidente o clima.
Los
dos negociadores, sin embargo, supieron centrarse en el tema
fundamental de su discusión, que eran las fronteras del Maine.
Estaban en disputa unas 12.000 millas cuadradas, de las cuales Canadá
se quedó con unas 5.000 y Maine con 7.000. A EEUU, sin saberlo, le
tocó la lotería en esta negociación, puesto que, al establecer la
frontera norte con las fronteras occidentales de Minnesota y Ontario,
dejó dentro de su jurisdicción los yacimientos de Mesabi, entonces
aun no descubiertos, y que acabarían por ser un gran negocio.
El
acuerdo Webster-Ashburton fue aprobado en 1842, pero aun así no
eliminó, obviamente, los sentimientos anexionistas a ambos lados de
la frontera. Probablemente el punto más alto del deseo de anexión de EEUU y Canadá se alcanzó en 1846, cuando el gobierno Peel ilegalizó
las denominadas British
Corn Laws,
lo que suponía eliminar el trato favorecedor que tenían los
productos canadienses en la metrópoli.
Con
todo, el principal conflicto territorial de la época es, sin ningún
lugar a dudas, el que afectó al actual Estado de Texas.
México
se había independizado de España en 1821. Tras dicha independencia,
abrió la denominada ruta de Santa Fe, que había sido establecida
por los españoles en el siglo XVI pero se había mantenido en
monopolio de uso por los propios españoles. Esta apertura trajo
consigo dos décadas de intenso comercio entre los Estados Unidos y
México, con caravanas comerciales que salían de Missouri para
llegar hasta el puesto mexicano con todo tipo de mercancías. Algunos
de los transportistas que realizaban esa ruta acabaron por
establecerse en puntos de la misma, y otros se movieron en dirección
oeste, hacia California. Esto había establecido intensas relaciones
entre mexicanos y estadounidenses que, por la parte de éstos,
alimentó la idea de anexionar el actual territorio de Texas a la Unión.
La
verdad es que la reivindicación estadounidense, esto lo reconocen
hasta los autores locales equilibrados, tenía muy poca base. Es por
esto que, cuando en 1819 EEUU se hizo con la Florida, por parte del
gobierno la reivindicación de Texas se abandonó, para desesperación
de los colonos de la zona, para los cuales el río Grande era una
frontera natural. Cuando México ganó su independencia, una de las
cosas que hizo fue invitar a los colonos estadounidenses a
establecerse en Texas. Un reverendo de Connecticut, Moses Austin,
escuchó la llamada. Aunque murió en 1821, su hijo Stephen continuó
la labor (razón por la cual hoy existe en Texas una ciudad que se
llama Austin).
La
invitación de los mexicanos tenía por objetivo crear un tapón de
colonos en Texas que protegiese a su país de los indios, y de los
propios EEUU (ésta es una de las razones del sentimiento propio de
que hacen gala los texanos). Sin embargo, se pasaron de frenada. En
la tercera década del siglo, 20.000 estadounidenses se establecieron
en las tierras, acompañados por 2.000 esclavos. La mayoría de
aquellos tipos no había leído ni la crítica ni la ética de la
razón pura ni nada, así pues su comportamiento diario llevó a los
mexicanos a darse cuenta de que hay muchos blancos que son peores que
algunos indios. A aquellos hombres, además, la autoridad de México
apenas les llegaba, así pues pronto se sintieron con fuerzas para
gobernarse a sí mismos y, ni cortos ni perezosos, en 1826 se
rebelaron y crearon la república de Fredonia.
En
1827, Washington intentó comprar Texas a los mexicanos, lo cual no
hizo sino ponerlos en guardia. En 1830, México ocupa militarmente
Texas, cierra la
frontera a los inmigrantes estadounidenses (que
hay que ver cómo ha cambiado el cuento), y aprueba leyes
restrictivas respecto de los residentes no mexicanos; entre ellas, la
siempre dolorosa para un sureño prohibición de la esclavitud.
Dos
años después, una revolución interna pone en el poder en México
al general Antonio López de Santa Anna. Santa Anna impuso en su país
una política abierta y radicalmente centralista que pronto colocó a
los texanos en punto de rebelión; en 1835, toman las armas. Bajo las
amenazas mexicanas de duras represalias, el 2 de marzo de 1836 los
texanos declaran su independencia y nombran jefe de su gobierno
provisional al general en jefe de su pequeño ejército, Sam Houston
(razón por la cual en Texas hay una ciudad que se llama Houston, a
la que llaman siempre los que tienen un problema).
La
guerra texana deja para el imaginario público algunos de los
episodios más queridos de la épica americana. En la misión de El
Álamo, en San Antonio, 188 combatientes americanos, entre ellos
David Crockett y Jim Bowie, son muertos en una defensa numantina.
Menos elegante es la acción de Goliad, donde 300 combatientes son
masacrados tras haberse rendido. Sin embargo, el 21 de abril de 1836,
Houston sorprende a Santa Anna en el arroyo de San Jacinto. Al grito
de remember El
Álamo,
los americanos derrotan a los mexicanos y capturan al propio Santa
Anna. El general mexicano firma la independencia de Texas y, aunque
su gobierno pronto rechazará dicha firma, el tren de la Historia ya
ha cogido velocidad.
Tras
su victoria, Texas solicitó su entrada en la Unión, pero se
encontró con la oposición de los whigs yankees del noreste. Éstos
veían la solicitud texana como una maniobra de los esclavistas para
romper el frágil equilibrio existente en la Unión entre los que
permitían la esclavitud y quienes no. La entrada de Texas, se dijo,
crearía un congreso con mayoría sureña. Jackson respondió a las
presiones negándose a reconocer a la Lone Star Republic hasta que
casi estaba a punto de irse, en 1837.
Presionada
por la indiferencia estadounidense y el belicismo mexicano, Texas
buscó apoyos en el exterior. Lo encontró en Londres, que veía con
buenos ojos una república independiente tejana que le exportase
algodón. Sin embargo, estaba el problema de que Gran Bretaña era
antiesclavista. De todas formas, el acercamiento entre Texas y Gran
Bretaña disparó las alarmas en Estados Unidos, alarmas que fueron
muy inteligentemente excitadas por Sam Houston. En 1843 Andrew
Jackson, desde su cómoda postura de Buda de la política americana
pues estaba ya retirado, abogó por la obtención de Texas para los
EEUU, peacebly
if we can, forcibly if we must.
El presidente Tyler trabajó a fondo la anexión. En abril de 1844,
Tyler somete al Senado un tratado de anexión, pero los miembros del
norte lo descarrilaron. En 1845, sin embargo, y después de que los
expansionistas, como veremos, ganasen las elecciones, Congreso y
Senado se mostraron favorables a la anexión. El 29 de diciembre de
1845, Texas se convertía en Estado de la Unión, con la esclavitud
permitida bajo los auspicios del Compromiso de Missouri.
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