Resumen de lo publicado: Sauron, el Señor Oscuro, probablemente aconsejado por algunos de sus orcos más cobardicas, que habelos hainos, decide destensar la cuerda en la Tierra Media para intentar parar la revolución de los hobbits, que cada vez más es la revolución de los hobbits y de los enanos. Así pues, tras regresar de un viaje por los campos de Pelennor, hace el anuncio de que, básicamente, acepta las primeras peticiones de los hobbits. Éstos, sin embargo, ya están en otra onda porque después de la mano de hostias que les han dado los nasgul, ya no están por la labor de firmar la paz con nadie, y hablan de cambiar la Tierra Media de arriba a abajo. Además, están los enanos, que acaban de llegar a la pelea, huelen la sangre y están rijosos con la posibilidad de montarla. Así pues, hobbits y enanos celebran una jornada de huelga general y una macromanifestación por Hobbiton que deja a Sauron flipando en colores (con preferencia por el rojo).
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Hasta ahora hemos hablado poco de Monsieur Charles de
Gaulle, héroe de la segunda guerra mundial y presidente de la República.
Curioso destino el del viejo general. El día 13 de mayo, sindicatos y
estudiantes le han ganado la partida con su manifestación monstruo; que, sin
embargo, ha ocurrido horas antes de que comience la gran victoria buscada
durante mucho tiempo por el presidente.
Una de las razones por las que el gobierno francés no se
tomó en serio, durante largas semanas, los conflictos estudiantiles, es que, en
realidad, su primer magistrado estaba a otras cosas. Desde el final de la
segunda guerra mundial, o más exactamente desde el estallido de la Guerra Fría,
Francia había querido construir su papel de enfant
terrible del Occidente capitalista, permaneciendo en la OTAN así, así, y
tendiendo puentes con los países del bloque soviético. Esa política de
pertenencia crítica al bloque americano le ha dado sus frutos justo en el año
68. Ya hemos dicho que París ha sido elegida como sede para que americanos y
vietnamitas terminen por firmar la paz de su guerra. Y, el día 14 en la mañana,
De Gaulle parte hacia Bucarest, a girar una visita de Estado a un país miembro
del bloque comunista. A Francia, su política exterior le sale de coña.
Al segundo de a bordo, el presidente Pompidou, las cosas no
le van tan bien. A las cuatro y cuarto de la tarde de aquel 14 está en la
Asamblea Nacional, en el inicio del pleno ordinario. La bomba cae y explota en
el momento en que un diputado de la UDR, por Meurthe-et-Moselle, llamado Roger
Souchal, toma la palabra. Souchal es diputado en sustitución precisamente de
Christian Fouchet (cuando ha sido nombrado ministro del Interior) y es un
hombre político bien conocido en ese momento por haber sido un cerrado defensor
de una Argelia francesa. Toma la palabra y, como cuestión de orden,
literalmente propone “un minuto de silencio en memoria de los antiguos
combatientes de la primera y segunda guerras mundiales, muertos en manos de los
amigos del señor Cohn-Bendit”. La mayoría gubernamental se levanta, y la
oposición de izquierdas permanece sentada, nunca mejor dicho, impasible el alemán. Se monta la de Dios, mientras
Mitterrand grita: “¡Es una provocación!”
Una vez que la cosa se calma, toma la palabra el primer
ministro para hacer un discurso muy en la línea de las decisiones del día
anterior, comprensivo y conciliador con los estudiantes. Siguiendo el catón
propio de los políticos que dicen querer arreglarlo todo pero con escasa
convicción, anuncia la creación de una comisión de reflexión, con todas las
partes implicadas presentes, más un proyecto de ley de amnistía para todos los
detenidos.
En su intervención, Mitterrand se centra en la actuación
policial, a la que acusa, entre otras cosas, de haber usado gases tóxicos
contra los estudiantes. El ministro del Interior califica la afirmación de
infamia.
La calle, mientras tanto, está petada. Y una noticia de
martes que apenas interesa a nadie: en Chateau-Bougon, Nantes, la factoría de
Sud-Aviation se declara en huelga; la empresa quiere reducir las horas de
trabajo, y los sindicatos no quieren que se recorten los salarios. El día 15,
la CGT convoca su comité federal para el 18. Todo parece ir como a cámara
lenta.
El día 15 es un día tradicional de movilizaciones de los
trabajadores, por la mejora de sus derechos sociales. Es, como digo, un día que
más o menos se celebra todos los años, con su habitual cortejo de manifas y
mitines. Pero éste de 1968 será distinto. Muy distinto.
En la factoría de Renault-Cléon las cosas están finas, al
parecer, desde hace tiempo. Los obreros, naturales de esta zona rural, están un
poco hasta los huevos de los ingenieros y capataces que les mandan desde la
capital, y que se portan como parisinos (y con eso está todo dicho). Además,
hay una lucha sindical muy enconada, que gana claramente la CGT (dos tercios de
los delegados) sobre la CFDT (el otro tercio).
A mediodía del 15, en medio de las movilizaciones previstas,
llega a Cléon la noticia de que los obreros de la Sud-Aviation, en el marco de
sus protestas propias, han ocupado la factoría. En cada esquina de la Renault
se discute. Son, sobre todo, los más jóvenes los que animan el cotarro. Se
monta un cortejo de unas 200 personas. Se plantan delante del edificio de la
dirección. Exigen que sus delegados sean recibidos por el director de la
fábrica. Éste se niega; no se reunirá con nadie bajo coacción. Los obreros, en
reacción, encierran a los ejecutivos, bloqueando las puertas con barras de
hierro.
Acaba de comenzar la ocupación de Cléon.
En medio de una confusión total, pues los delegados
sindicales ni han liderado la medida de encerrar a los jefes ni controlan lo
que pasa después, se consolida una plataforma de cuatro puntos: mayor libertad
sindical, regreso progresivo de la semana de 40 horas sin reducción de salario;
salario mínimo de 1.000 francos; transformación de 800 contratos eventuales en
fijos. El director de la fábrica dice que no tiene poder de firmar eso. Los
obreros contestan que entonces lo seguirán encerrando (y lo harán hasta cuatro
días después, que dejarán salir a los ejecutivos, más que nada porque han
comenzado una huelga de hambre).
A las 5 de la mañana del 15, el turno siguiente se presenta
en la fábrica. Se encuentra las puertas cerradas.
Francia aun no lo sabe, pero acaba de comenzar la mayor
huelga de su Historia.
Los trabajadores de Cléon nunca pudieron pensar, cuando
hicieron lo que hicieron, que iniciarían un movimiento de contagio. En
realidad, si espontáneo fue el estallido estudiantil, también lo fue el obrero;
hecho éste que plantea muchas preguntas sobre la eficacia del oficialismo sindical.
A las 8 horas de la mañana del jueves 16, los obreros de la constructora
aeronáutica Lockheed, en Beauvais, que se han declarado el huelga el día
anterior, deciden continuarla; en Orleans, 1.200 trabajadores de la plantilla
de una empresa llamada UNELEC también se declaran en huelga. A las dos de la
tarde, los trabajadores de la Renault en Flins ocupan la fábrica. Dos horas
después, les siguen los de la Renault de Mans. A las cinco de la tarde “cae” la
nave nodriza del símbolo industrial francés: la factoría de Billancourt. En
unas horas, las otras dos factorías de la marca, Sandouville y Orléans, se
declararán en huelga.
La tarde termina con 70.000 franceses en huelga, 60.000 de
ellos empleados de la Renault. La inmensa mayoría de las movidas ha sido
alentada, dirigida y ejecutada por obreros jóvenes sindicalizados, pero más
radicales que sus direcciones y representantes. El movimiento del 16 de mayo
preocupa en las cúpulas sindicales, que se han visto superadas.
En París, el flanco estudiantil se radicaliza todavía más.
La Sorbona y el teatro Odéon están totalmente ocupados por ellos. Los líderes
estudiantiles llaman al boicot de los exámenes; ya nadie en sus cabales cree
que vayan a tener lugar (el profesor Kastler, el premio Nobel que telefoneó al
ministro del Interior para defender a los estudiantes, les ha dicho, durante un
mitin callejero, que suprimir los exámenes es “volver al capitalismo feudal”.
Los estudiantes, claro, no le han hecho ni puto caso). En la noche (justo
después de la emisión de un debate con la participación de Cohn-Bendit,
Sauvageot, Geismar, y tres de los periodistas franceses de campanillas: Jean
Ferniot, Michel Bassi y Pierre Charpy), Georges Pompidou aparece entre las
cámaras para acusar a los líderes de las movilizaciones de “intentar destruir
la nación y la base misma de nuestra sociedad libre”. La UNEF, los Comités de
Acción de los Institutos y el Movimiento 22 de Marzo (o sea: Sauvageot, los
adolescentes modelo au bombardement je me
signe, y Cohn-Bendit) quieren montar el 17 una manifa frente a la sede de
la ORTF. La CGT se opone, porque lo considera una provocación. Eso sí: Séguy
suelta por la boca sapos y culebras contra Pompidou, al que acusa de no
entender a la clase obrera.
Esa misma tarde, los maoístas de la UJC (m-l) organizan una
marcha a pie desde la Sorbona hasta Billancourt. Finalmente, ha ocurrido lo que
los aguerridos defensores de la revolución cultural china (que, por razones que
se me escapan, se movilizan contra una universidad que putea a sus estudiantes
un millón de veces menos que los maestros de dicha revolución) esperaban: a sus
ojos, Billancourt significa que la clase obrera, por fin, ha tomado la
vanguardia del proceso revolucionario; y el deber del buen estudiante es
presentarse allí a solidarizarse con ellos y ponerse a su revolucionaria
disposición.
Tardan dos horas y media en llegar a las puertas de la
fábrica. Ante las puertas cerradas por los okupas de Billancourt, un estudiante
brama en el altavoz portátil: “Queremos establecer una relación entre los
obreros y los estudiantes en lucha; estamos aquí para apoyaros”.
El delegado sindical que les contesta debía de tener
antepasados, probablemente, en algún pueblo de Lugo; porque les da una de cal y
otra de arena: “Os agradecemos vuestra solidaridad. Pero os exigimos que no
entréis en la fábrica. Si lo hacéis, le daréis a la empresa la excusa perfecta
que necesita para pedir la intervención de la policía”. Ante las puertas
cerradas de Billancourt, los estudiantes cantan La Internacional. Pero no pasan. A la una de la mañana, se
marcharán, hartos de esperar que sus hermanos mayores, vanguardias de la
revolución, les hagan caso; siquiera un poquito.
Cae la noche con 300.000 trabajadores en huelga, según
fuentes sindicales. Y la noche será peor. Durante la misma, los obreros
ferroviarios toman las principales estaciones. Los cielos se convierten en
caóticos ante el paro de los controladores aéreos. Amanece el domingo con no
menos de un millón de trabajadores en huelga. Corre el domingo, y se unen los
mineros y los trabajadores de muchas regiones. El día termina con 2 millones de
huelguistas. El lunes por la mañana, se habla de 6 millones. Caen los grandes
almacenes de París. Los bancos.
El Presidente de Gaulle está, durante esas horas, de gira
por Rumanía, por sus ciudades fabriles, visitando fábricas. En Rumania, país
donde la canción de los estudiantes de Mayo del 68 es tonada colegial obligatoria,
los obreros de las fábricas que visita el mandatario francés no están en
huelga. No pueden estarlo, de hecho.
Así de curioso es el mundo.
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