El principio de todo y las primeras tribulaciones de Delambre.
Las primeras tribulaciones de Méchain en el tramo sur del meridiano, hostión incluido.
La recuperación (parcial) de Méchain y la impaciencia de los gobernantes franceses por un proyecto que duraba ya demasiado.
El retorno al trabajo de Delambre y el día que descubrió que lo habían despedido.
Las tribulaciones de Méchain en una Cataluña en guerra, y el momento en que se dio cuenta de que la había cagado.
El descarrilamiento del proyecto del meridiano, que no fue tal.
El reinicio de la misión... por parte de Delambre. La procrastinación de Méchain en Italia, y sus medio-confesiones a su colega. Las tribulaciones de Delambre para conseguir que un depresivo Méchain aceptase ir a París a terminar la misión. Finalmente, y tras no pocos esfuerzos, el metro fue fijado.
Pierre François André Méchain salió de la misión del meridiano
convertido en el primer astrónomo de Francia. Pero ni había
superado su depresión (en realidad, se sentía cada vez peor
conforme era objeto de homenajes y admiraciones) ni consecuentemente
se sentía cómodo. Intentó superar todo aquello intentando
convertir el Observatorio parisino en el primero del mundo. Compró
excelentes telescopios y con ellos descubrió dos nuevos cometas y
observó los asteroides.
Un poquito más abajo en la escala de la fama estaba Jean Baptiste
Delambre. Menos laureado que su compañero, recibió, sin embargo, el
importante encargo de escribir la historia de la expedición del
meridiano y la exposición de sus resultados. El astrónomo se aplicó
a diseñar una obra de dos mil páginas en tres volúmenes. Para la
cual, obviamente, necesitaba los datos de Méchain, no los resúmenes.
Aquel proyecto convirtió a los dos astrónomos, que hasta entonces
habían sido colegas a pesar de todo, en enemigos. Por ejemplo,
cuando en el 1800 Delambre fue nombrado presidente provisional del
Bureau des Longitudes, Méchain atizó una muy agria discusión sobre
quién tenía que controlar los libros de cuentas de la institución.
En 1799, Méchain fue nombrado albacea testamentario de Borda y tuvo
lógico acceso a todas sus posesiones. Entre éstas, encontró las
cartas que se habían intercambiado Delambre, Borda y su propia
mujer; leerlas le cambió totalmente. Dejó de ser la persona
apocada, temerosa de ser descubierta en sus errores, para pasar a ser
el típico científico rencoroso que cree merecer méritos que se le
escamotean en la persona de otro. Según él, las cartas demostraban
que por parte de Delambre había habido una estrategia diseñada para
hacer más triángulos que él, y para medir nodos que le
correspondían, como Perpiñán. Como sabemos, esto no es verdad: si
Delambre tuvo que hacer todas esas cosas, fue porque Méchain ni
estaba, ni se le esperaba. Pero eso, a una persona que está
acostumbrada a refocilarse en sus propias reflexiones, le da igual.
Napoleón empeoró las cosas entre los dos ex compañeros al nombrar
a Delambre, en 1801, secretario permanente de la Academia de Ciencias
(o sea, presidente in pectore, puesto que el presidente formal
era el propio Napoleón). El 6 de septiembre de 1801, un miembro no
identificado del Bureau des Longitudes propuso que la misión del
meridiano se ampliase desde Barcelona hasta las Baleares. Nadie ha
dudado nunca de que era Méchain, y que lo hacía para poner a
Delambre un poco entre la espada y la pared. Un año más tarde,
septiembre de 1802, Napoleón aprobó la expedición.
Méchain aceptó el reto, aunque a su manera. Tardó todo lo que
quedaba del año en seleccionar a su equipo y perfeccionar sus
instrumentos. Eso sí, el pacto, por así decirlo, consistía en que
él podía ir a su misión, a cambio de darle a Delambre los datos de
sus observaciones. Y lo hizo. O no. Porque le entregó una
descripción de dichas observaciones, y el mismo resumen que ya había
entregado un día a la Comisión Internacional.
Méchain esperaba completar su misión en seis meses, saliendo en
febrero, esto es coger toda la primavera y el verano. En el invierno
de 1803 esperaba fijar la latitud de Menorca, para regresar en la
primavera de 1804 a París y al Observatorio. Sin embargo, no pudo
salir de París hasta el 26 de abril.
Llegó a Barcelona (again) el 3 de mayo de 1803. Momento en el que se
encontró a una España que estaba mucho más de canto que la primera
vez que había estado. El gobernador general de Barcelona le informó
fríamente de que no habían llegado los pasaportes que le
permitirían viajar a las Baleares. Luego le dijeron que un capitán
que iba a ayudarle en las triangulaciones había sido llamado al
servicio en Cartagena, y no aparecería. Los amigos barceloneses le
explicaron que todo esto no era casualidad, puesto que el director
del Observatorio de Madrid, el padre Salvador Ximénez Coronado, era
un furibundo enemigo del metro. Luego tuvo que esperar más, hasta
que sus amigos en París garantizaron en Londres la neutralidad de
los barcos británicos (Inglaterra y Francia estaban a punto de
entrar en guerra) respecto de esta expedición científica.
Durante las semanas que debió esperar, Méchain se aplicó a hacer
nuevos triángulos usando nuevos nodos barceloneses, con la clara
intención de enterrar sus observaciones de Montjuïch y la Fontana
de Oro debajo de toneladas de nuevos datos. En octubre llegó a
Montserrat, y en noviembre bajó a Barcelona para ir a las islas.
Necesitaba ver Ibiza desde la cumbre de Montsia, pero en la atmósfera
del otoño no lo consiguió. Así que no le quedaba otra que ir a las
Islas y rezar para que Montsia se pudiese ver desde Ibiza.
Las desgracias de la expedición no habían terminado. Cuando el
barco que lo iba a transportar tocó el puerto de Barcelona, se
declaró en su interior una epidemia de fiebre amarilla que mató a
la mitad de la tripulación. Lógicamente, se decretó la cuarentena.
Era una auténtica epidemia surgida en Andalucía que volvió a
inmovilizar a Méchain, otra vez en la Fontana de Oro. Y se le habían
acabado las pelas. Los dos asistentes que tenía lo abandonaron,
obligándole a reclutar a un monje español llamado Agustín
Cañellas. Pero no todo era malo. El Barón de la Puebla, un
aristócrata valenciano aficionado a la astronomía, le dijo a
Méchain que la montaña del Desierto de Palmas sí que se vería
desde Ibiza (deben referirse las crónicas que he leído al llamado Monte Bartolo, que hoy en día es frecuentado sobre todo por ciclistas. Según la Wikipedia, "un científico galo" trazó en dicho monte a principios del siglo XIX el paso del meridiano de Greenwich por la montaña; es posible, tal y como yo lo veo, que el galo sabihondo sea Méchain, y que la misión, en realidad, fuesen las observaciones ligadas al proyecto balear. El barón, de hecho, se ofreció a construir allí un puesto de
observación cuando Méchain partiese hacia las islas.
Finalmente, Méchain y su hijo salieron para Ibiza el enero de 1804.
En lugar de un día, tardaron tres en llegar, y cuando llegaron no
pudieron entrar en el puerto de Ibiza. Trataron de desembarcar en una
cala, pero un grupo de baleáricos armados se lo impidió, por temor
a que trajesen la fiebre amarilla. Después de dos días de tiras y
aflojas, Méchain fue autorizado para buscar un punto de observación
en la isla.
Las desgracias, sin embargo, no habían terminado. Ascendiendo a uno
de los picos de la isla, Méchain se cayó del burro que lo llevaba,
hiriéndose en la cabeza y en una muñeca. Cuando llegó a la cumbre,
descubrió que la cumbre de Montsia no se veía, por mucho que le
habían asegurado que sí. Así las cosas, o bien regresaba a la
península para prolongar sus triangulaciones hacia Valencia; o bien
tendría que saltar de isla en isla, conectando con triángulos Barcelona e Ibiza vía Mallorca. Todo eso con la estación para medir
casi terminada y el presupuesto con que contaba, totalmente gastado.
Last but not
least, Méchain no tardaría en
comprobar que el barco que lo había traído a Ibiza se había,
simplemente, dado el piro (luego averiguaría que había ido a
Mallorca a por provisiones). Desesperado, le escribió una carta a
Delambre, pidiéndole consejo sobre qué hacer.
El 27 de enero de 1804, Méchain navegó hacia Palma, donde se reunió
con su hijo y estuvo casi dos meses. No fue hasta marzo que viajó a
Soller, donde comprobó que hacia el norte era capaz de ver Barcelona
y, hacia el sur, Ibiza; lo cual demostraba que la triangulación era
posible. Sin embargo, para llevar a cabo esta misión necesitaba la
aprobación del Bureau y, para su desgracia, a mediados de marzo le
llegó la respuesta de Delambre indicándole que dicha institución
se inclinaba por la solución de triangular la costa levantina.
Técnicamente, era la mejor decisión: sólo reclamaría el cálculo
de un triángulo de grandes proporciones (los más proclives al
error), mientras que la solución a través de las islas demandaría
calcular tres. Eso sí, los científicos parisinos reconocían que el
que estaba al pie del cañón era Méchain, por lo que era a él al
que competía la última decisión.
Así las cosas, a principios de abril, Méchain salió hacia
Valencia. Se encontraba en el mejor momento para hacer observaciones,
pero perdió mes y medio en la ciudad esperando los preceptivos
pasaportes. Éstos no llegaron hasta mediados de junio, por lo que
Méchain salió a uña de caballo a hacer su trabajo, recorriendo
unos 500 kilómetros en dieciocho días. En julio dispersó al equipo
para realizar mediciones nocturnas, empezando por Cullera. Diversos
problemas, entre ellos una epidemia de fiebres tercianas (o sea,
malaria) y algunos errores cometidos por su equipo que le obligaron a
repetir mediciones, le hicieron llegar a septiembre sin haber
terminado su trabajo. En las últimas semanas del verano cayó
enfermo. El 12 de septiembre, a pesar de que quedaban cosas por
hacer, lo sacaron de la sierra de Espadán para llevarlo a Castellón
de la Plana, el hogar de su amigo el barón de La Puebla. En la
ciudad (más bien pueblo), tomó una habitación en un hotel.
Inicialmente, su enfermedad no parecía grave, pero comenzó a pasar
noches terribles. A la llegada del barón desde Valencia, fue
trasladado a su residencia. El miércoles 19 de septiembre, Méchain
rechaza beber y tomar su medicina. Luego cae en la inconsciencia y se
aprecia una gran ictericia. Los brazos le tiemblan, lo cual hace
pensar a los médicos que sufre una apoplejía. A mediodía
experimenta una mejora, pero a las dos de la tarde entra en agonía,
con graves accesos de tos y fiebre muy alta. Cuando llegan los
doctores, no hacen sino comprobar que está terminal. Morirá a las
cinco de la madrugada del 20.
A la mañana siguiente, un variopinto cortejo fúnebre, liderado por
el barón de la Puebla y formado los el equipo de Méchain, nobles y
militares españoles, residentes franceses de la zona y nada menos
que tres centenares de monjes, cruzó Castellón con el cadáver de
Pierre François Méchain. Se dijo una misa, tras de la cual fue
enterrado en el cementerio de la catedral.
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