Sin
duda, Leónidas Breznev esperaba que su visita a Alemania acabase por
ser tan histórica como había sido aquella otra, años antes, del
presidente de los Estados Unidos John Fitzgerald Kennedy. Se quedó
con las ganas, por mucho que, probablemente, se tratase de una cita
con una proyección casi comparable.
Cuando
sólo quedaban dos horas para que el Tupolev tocase tierra en el
aeropuerto de Bonn, los altos funcionarios germanos todavía estaban
discutiendo sobre si le darían a Breznev un saludo con aparataje
militar, esto es con categoría de jefe de Estado. Problemas
inesperados causados por las especificidades soviéticas. Breznev, en
efecto, no era ni jefe del Estado ni jefe de gobierno; sin embargo,
frente a las posiciones estrictas y literales, se impuso el criterio
del ministro de Exteriores, Walter Schell, en el sentido de tributar
al dirigente soviético el recibimiento que en realidad merecía.
Toda esa polémica es la que está detrás del hecho de que Brandt se
dirigiese a Breznev usando la expresión, un tanto etérea, de
«primer hombre de la URSS».
Unas
pocas semanas después, Breznev viajó a la casa de Richard Nixon,
quien en ese momento estaba más preocupado por el escándalo
Watergate que por las sutilezas del juego geoestratégico. Breznev
consiguió lo que buscaba: ambas partes firmaron un acuerdo de no
agresión nuclear, que se vendió como un pacto de desarme aunque, en
la práctica, las vías que permitían incumplirlo eran muchas, y que
permitió a ambas partes vender ante sus audiencias la idea, un tanto
precipitada la verdad, de que habían dado carpetazo a la guerra
fría.
En
la URSS, sin embargo, los halcones ultramontanos todavía tenían
ganas de pelea. Durante los meses de agosto y septiembre de aquel
año, en el país se recrudecieron las campañas contra las grandes
figuras de la disidencia soviética: el escritor Alexander
Solzenitsin y el científico Andrei Sajarov. Otros dos importantes
voces críticas, Pyotr Yakir y Viktor Krasin, fueron objeto de un
juicio al mejor estilo estalinista. Breznev, que estaba en su dacha
de vacaciones, las interrumpió abruptamente, con seguridad tratando
de dejar claro que no estaba de acuerdo con lo que estaba pasando.
En
1973, aunque obviamente no lo supiera, Leónidas Breznev estaba en el
ecuador de su mandato como primer hombre de la URSS, por usar la
expresión de Willy Brandt. En la primera mitad del año 1973, y a
pesar de la reacción producida en la segunda, había conseguido
ganar definitivamente la batalla contra los conservadores enemigos de
su Westpolitik, lo cual le había permitido barrer a su
oposición, relegándola a puestos de poco fuste en el laberinto de
pasillos de poder que era la administración soviética; y, last
but not least, había pagado el almojarifazgo que debía al
Ejército por haberle encumbrado y apoyado, y por haber hecho
posible, de palabra, de obra y, sobre todo, de omisión, su cercanía
con los enemigos de la Guerra Fría: los militares estaban en el
Politburó, también eran el Politburó; y eso les garantizaba
que la URSS fuese, además de muchas otras cosas, eso que se llamó
un complejo militar-industrial.
Así
las cosas, los nueve años que le quedaban a Breznev en el poder
deberían haber sido los años de disfrutar. Pero no lo fueron.
Fueron nueve años en los que la silla del poder ya no se la movió
nadie de entidad. En realidad, el gran peligro para el poder
soviético habían dejado de ser otros soviéticos, sino el exterior:
la oposición no comunista, y los enemigos geoestratégicos. Pero eso
a Breznev, probablemente, le daba igual, porque sabía que no viviría
lo suficiente como para ser, él, el objeto de esa derrota; y no se
equivocaba: la URSS lo sobrevivió, más o menos, en una década.
La
cosa, además, empezó bien. En ese año de 1973, el petróleo se
volvió loco; y eso significó que la maquinaria económica de la
URSS se cebó de recursos inesperados. No pocos comentaristas
sovietólogos han reconocido que los ciudadanos de la Unión habrían
de recordar con nostalgia los escaparates de las carnicerías durante
«los años de Breznev». La propaganda oficial decía que eso
ocurría porque Leónidas siempre se había ocupado de la
agricultura; recordaban lo de las tierras vírgenes, y tal; pero, la
verdad, las dotes de Leónidas como planificador agrícola no tenían
nada que ver con la relativa abundancia de recursos. En puridad, en
la URSS de Breznev el sector agrícola creció tan poco, y tan mal,
que hacia lo que avanzó fue hacia el desabastecimiento de la
población; pero eso, paradójicamente, no se notaba.
Los
últimos años de Breznev fueron los de su fracaso. Hasta el punto de
que yo creo que lo justo es decir que el primer trozo de concreto que
se arrancó del Muro de Berlín, lo arrancó él. El fracaso Breznev
se compone, a mi modo de ver, de tres subfracasos, que son los
siguientes:
El
primero de ellos fue la polarización de la URSS. En un fenómeno
realmente paradójico, conforme la sociedad soviética se
modernizaba a marchas forzadas, como una consecuencia lógica de la
mejora de sus condiciones de vida, la nomenklatura
en el poder se esclerotizaba. Todavía tras la muerte de Yuri
Andropov, cuando algunos bienintencionados e optimistas analistas
occidentales hablaban de la llegada al poder de un joven distinto y
con ideas llamado Milhail Gorvachov, éste fue ampliamente derrotado
en la carrera del poder por un anciano esclerotizado, borracho y
sin ideas (sus textos políticos son de lo más insulso), antiguo
colaborador de Breznev: Konstantin Chernenko. La llegada al poder de
Chernenko es todo un símbolo del concepto breznevita del poder.
Para que nos entendamos, es como si, tras la salida de Adolfo
Suárez, y tras el breve experimento Calvo Sotelo, en España se
hubiese impuesto como primer ministro a Landelino Lavilla.
Como
Breznev necesitaba tener en el poder a personas que o bien pensaran
como él o bien, si pensaban otra cosa, se lo callasen, se convirtió
en un líder absolutamente renuente al cambio. El espectáculo de un
Andrei Gromiko envejecido y gagá paseándose por las cumbres del
poder mundial fue, durante mucho tiempo, para hacérselo mirar.
Breznev no dudó en dejarle el poder a un amigo y vecino de toda la
vida que ya estaba enfermo cuando lo tomó; y de Chernenko ya hemos
hablado. Así pues, mientras la sociedad soviética descubría la
Coca-Cola, el rock, mientras trataba de por
la cintura/cortar la falda
como canta Silvio Rodríguez, el poder soviético se encerrada en un
salón decorado al estilo estalinista, tiraba la llave, y se dedicaba
a tomar el té (léase vodka), los socios mirándose unos a otros sin llegar a darse
cuenta de lo muy viejos que se estaban haciendo, puesto que no había
ningún joven por allí para comparar.
El
segundo error de Breznev fue la economía. Las cancillerías del
mundo están preñadas de gobernantes que creen que las medidas
económicas no tienen consecuencias. Ellos las toman y, como ven que
a las 24 horas no ha pasado nada malo, deciden que no hay problema; y
para cuando las consecuencias se presentan, meses, años más tarde,
suelen ser lo suficientemente imbéciles como para adjudicarle la
responsabilidad a otras cosas. Esto, sucintamente, fue lo que le pasó
a Breznev al bloquear la reforma económica que le llegaba desde la
banda Kosigyn/Podgorny. Estoy seguro que, sinceramente, pensó que
esa decisión era gratis
et amore.
Pero ni modo. Esa decisión mató a la URSS o, más concretamente, la
alejó de la última purga que podía haberle limpiado los intestinos
y evitar la muerte en medio de una potente e imparable diarrea.
A
partir de 1973, ostensiblemente, la economía soviética comenzó a
evolucionar más despacio que sus competidoras. Simple y llanamente,
se quedó atrás. Esto es así, primero que todo, porque lo único
que realmente le importaba a una gran parte de la cúpula de mando
soviética (recuérdese el almojarifazgo) era la superioridad militar, sobre todo nuclear, respecto de los EEUU. En aras de la
victoria en una carrera que finalmente se consiguió, y se consiguió
para nada, se sacrificó la maquinaria entera de la economía, que
siguió a base de planes quinquenales y una centralización enemiga
de la creatividad y del riesgo. En 1979, un Breznev crecientemente
acojonado (en los momentos de lucidez) ante lo que estaba pasando,
que no era tanto el hundimiento económico de la URSS como el de sus
satélites, trató de cambiar el paso, y Kosigyn abordó un plan de
modernización. Pero murió al año siguiente, y, para tener la
valentía de colocar a un reformador al frente del gobierno
económico, Breznev tendría que haber estado hecho de otra pasta, y
el Politburó debería haber estado formado por otros miembros. Vino
Tijonov quien, simple y llanamente, se cargó las reformas.
El tercer error de Breznev ya lo hemos señalado, y analizado, en el enlace que se ha situado en el párrafo anterior. Yo no sé si, en puridad, se puede considerar un error algo que se hace porque se tiene que hacer; quiero con esto decir que este tercer gran elemento del fracaso de Breznev es aquél en el que su capacidad de maniobra era menor porque Breznev, simplemente, no podía sacudirse la enorme influencia del poder militar sobre su administración.
Aunque sea hacer una comparación un tanto espuria, a mí, de los acontecimientos más contemporáneos del momento en que escribo esto, el que más me hace pensar en la situación de Leónidas Breznev es la primavera egipcia. Este proceso ha terminado como tenia que terminar: con un gobierno militar; porque el ejército, en Egipto, no lo es todo, pero lo es casi todo, ya desde los tiempos de Nasser. Con la URSS de Breznev pasa algo parecido. El Ejército tuvo mucho que ver con el cese de Kruschev. No hay que olvidar que la elite de las Fuerzas Armadas soviéticas de los años sesenta del siglo XX está formada por los viejos generales que, cuando eran tenientes, capitanes y coroneles, fueron lo suficientemente obedientes, lo suficientemente cabrones o lo suficientemente invisibles como para que Stalin no se plantease purgarlos. No era un ejército de genios estratégicos, sino de genios de la supervivencia. El superviviente siempre piensa que los malos tiempos, ésos en los que vivía acojonado pensando que cualquier noche el KGB iba a llamar a su puerta, pueden volver. La única opción del Ejército para evitar eso era convertirse, él, en Stalin. La Guerra Fría le vino a ver, haciéndolo imprescindible (como lo es el Ejército en Egipto, teniendo como tiene un enemigo a centenares de kilómetros que lo ha breado a capones en el pasado).
Kruschev fue, a su manera, el último leninista. El último comunista que creyó en el esquema de Lenin, según el cual el Poder es cosa de una élite civil para la cual el ejército es un medio, razón por la cual lo convierte en un ejército popular; en un ejército de militares profesionales que tienen que obedecer a un comisario político. Tengo yo por bastante probable que en la crisis de los misiles cubanos, Moscú nunca se planteó seriamente ir a las hostias; y, precisamente, descubrir eso fue lo que hizo que los generales se diesen cuenta de que con aquel pígnico alopécico ucraniano no iban a ninguna parte. Desde ese día, su candidato fue y siguió siendo Leónidas Breznev; porque Breznev no estaba dispuesto a enfrentarse con ellos.
Así las cosas, mientras que la RFA de Willy Brandt estaba construyendo una Ostpolitik para drenar líquido de la pleura hinchada de una Europa partida en dos y tensionada por ello, permitiendo así que ingentes recursos se pudiesen dedicar a la creación de un mercado común, con sus descrestes arancelarios, sus tratados de Mastrique, su Banco Central, sus fondos estructurales, sus rescates y todo eso; mientras ocurría eso en occidente, digo, en oriente Breznev construía una Westpolitik cuyo objetivo final no era rebajar tensión para poder dedicarse a elevar el nivel de vida de los rusos y la competitividad de su economía, sino crear un espacio de paz que le permitiese al Ejército construir su ansiada superioridad cuantitativa (que no cualitativa) sobre los EEUU y China. Así de claro: era un tema de a quién se le daba la pasta para que se la gastase. Como decía el profesor Fuentes Quintana, «gobernar es gastar», y nunca nadie aplicó este principio en mayor medida que el Ejército soviético, y sus industrias apadrinadas, durante el periodo Breznev. Leónidas, literalmente, puso el PIB ruso en posición de firmes, como un soldado más de la formación, a servir las órdenes que los generales tuviesen a bien ordenar.
Quiso la casualidad de las cosas y la evolución del mundo que la URSS despertase de ese sueño de la forma más humillante. Porque no fueron Richard Gere y los impolutos soldados de Pensacola los que le encendieron el pelo a esa Unión que se creía la Polla de Montoya militar del mundo mundial: fueron unos cuantos mataos, bien financiados eso sí, escondidos en las hondas cárcavas de las montañas afganas. Afganistán le descubrió a la URSS que la invencible maquinaria que creía haber construido, a base de enterrar en ello kopeks como para alicatar la Luna, era un ejército mal pertrechado, mal entrenado, desincentivado, dipsómano y tonto'l'haba.
Para entonces, sin embargo, Leónidas Breznev estaba más p'allá que p'acá.
He escrito estas notas sobre los años de gobierno de Leónidas Breznev porque siempre me ha sorprendido que incluso las personas que saben lo que fue la URSS (que ya van siendo menos, la verdad) desconocen, no en lo fundamental, sino en lo absoluto, el nombre de Leónidas Breznev, y el hecho de que fue el primer hombre de la URSS durante tanto tiempo, y con consecuencias tan importantes, que resulta, para mí, el segundo nombre más importante de la historia de la Unión, por detrás de Stalin.
De hecho, tengo observado que las personas, digamos, proclives a ser comprensivas o directamente positivas a la hora de valorar el experimento soviético, no suelen saber nada de él. Lo cual viene a ser como juzgar el juego del Real Madrid sin saber que Sergio Ramos está en la plantilla. No hay juicio sobre la URSS que valga un pimiento si nada se sabe de Leónidas Breznev, de su amplia y largamente próspera Mafia del Dnieper, de sus años de mandato, y de las consecuencias de éstos.
Aquí queda el esfuerzo. Ahora te toca a ti. Subraya la expresión «camarada primer secretario general», y coméntala con tu compañero.
Enhorabuena por la serie. Me ha encantado, la he estado esperando en cada entrega y con ella he apreciado detalles del funcionamiento de ese imperio extinto que no había valorado lo suficiente
ResponderBorrarMientras perseguia,secuestraba,torturaba y asesinaba a todo lo que ligeramente ¨oliera¨a Rojo,la ultima Dictadura Argentina era el principal abastecedor cerealero de la Urss(fuera del Bloque).Sera por eso de que el dinero no huele.
ResponderBorrar