A estas alturas de la película, ya es
para mí evidente que a una parte nada irrelevante de los lectores de
este blog les va la marcha de la guerra clásica. Es por esto que le
voy a dedicar algunas líneas a Cannae, la gran victoria de Aníbal.
En este blog ya hemos hablado sobre el
tema de las guerras púnicas (aquí y aquí), que es un tema que, de toda la vida, le
ha interesado mucho a Tiburcio Samsa. Dicho esto, no hemos tratado
nunca el tema concreto de la batalla de Cannae; que es un tema
bastante interesante, porque se compone de tres subtemas, a saber:
por qué ganó Aníbal, por qué perdieron los romanos, y por qué a
Aníbal aquella victoria no le sirvió para llevarse por delante a
Roma.
Todavía hoy en día resulta
relativamente fácil, con utensilios nada sofisticados, desenterrar
huesos y restos humanos en las orillas del río Ofanto. Es normal,
porque allí quedó un montón de cuerpos que nadie enterró, en lo
que, durante no poco tiempo, debió de ser un espectáculo bastante
poco edificante. El causante de esta riqueza de testimonios es el
mismo Aníbal Barca, pues el general cartaginés, tras recaudar
cuidadosamente los cuerpos de sus combatientes de los confusos
montones de restos que quedaron tras la batalla, se negó durante los
tres meses que permaneció en la zona a que los romanos enterrasen a
los suyos, y es por ello que allí quedaron algunos o muchos de aquellos hombres para
siempre.
Aníbal quería destruir a Roma, y en
ese gesto de extremada crueldad para aquellos tiempos, en los que el
reposo del guerrero resultaba tan importante, se acrisola esa
voluntad. El general cartaginés había heredado de su padre un
ejército bien dotado y el odio a Roma. Sin embargo, como
acertadamente ha analizado ya Tiburcio, sabía que no podía rendir a
su enemigo por mar, pues la república se había hecho con el dominio
del Mediterráneo. Fue por ello que tuvo que diseñar la monstruosa
operación de traslado e invasión que supone desembarcar en España,
ir subiendo por la misma hasta la costa sur de Francia y a través de
ésta, pasando los Alpes, ganar la península itálica por tierra.
Resulta difícil, para un escritor de este tiempo, transmitirle a sus
lectores contemporáneos lo ciclópeo de aquella misión. Los
cartagineses no conocían adecuadamente el terreno por el que
avanzaban; no podían estar seguros de lo que se iban a encontrar, y
aun así hicieron un viaje de centenares y centenares de kilómetros,
enfrentándose a sus enemigos y moviendo un ejército.
Merced a este esfuerzo, culminado con
la machada de cruzar los Alpes, Aníbal se presentó inopinadamente
con su ejército en el valle del Po. Su primer y principal objetivo
era romper la confederación itálica, por la cual el resto de las
ciudades y pueblos de la península luchaban del lado de la
metrópoli. Comenzó por los galos cisalpinos, en parte porque fue
los primeros que se encontró, en parte porque también se habían
sometido a Roma recientemente. Avanzó península abajo hasta llegar
a Taurasia, la actual Turín, donde encontró la primera resistencia.
Consciente de la necesidad de mandar un mensaje bien claro a los
aliados de Roma a los que se iba a ir encontrando, Aníbal pasó a
cuchillo a la totalidad de los habitantes de la villa que encontró.
Funcionó. Los galos cisalpinos, hasta entonces convencidos de que
Roma podría siempre protegerlos de sus enemigos, se dieron cuenta de
que no era así, y cambiaron de bando.
Ya en el año 218 antes de nuestra era,
Aníbal inflige una derrota a las tropas de Escipión, a las que
persiguió hasta la actual Trebbia, donde se refugiaron a las órdenes
de Sempronio, ya que el otro cónsul escipionero estaba herido. Aníbal
los ataca con un temerario movimiento envolvente de su caballería
que, la verdad, podría haber servido para que los romanos
aprendiesen algo sobre su táctica. El ataque fue tan brutal que
apenas 10.000 romanos sobrevivieron. Ya en el año 217, Aníbal pasa
los Apeninos sin saludar a Marco (que se habría ido a buscar a su
mamá) y avanza hacia Perugia. En ese momento, en Roma se dan cuenta
de que la cosa va en serio, y levantan una leva de dos ejércitos.
Una decisión que hasta Napoleón consideró errónea, pero que, sin
embargo, era la forma más habitual que tomaban las expediciones
militares romanas, a causa de la institución del consulado.
Por lo tanto, en el valle de Tíber se
situó el ejército de Flaminio, mientras que en el área de Rímini
se aposentó el de Servilio. Fue el primero de ellos quien se
encontró con Aníbal. Persona de escasas habilidades militares y
mucha testosterona, Flaminio da toda la impresión de ser, a la luz
de lo que las crónicas nos han dejado dicho de él, un poco como ese
Sonny Corleone que interpretó James Caan, y que acaba pagando con su
vida su temeridad. El general romano, en efecto, avanzó él solo
para aplastar a Aníbal, sin esperar a Servilio, y entre el lago
Trasimeno y los Apeninos fue atrapado por los cartagineses. La
sorpresa fue tan grande que Flaminio ni siquiera tuvo tiempo de
formar a su ejército que, falto de la protección de la disciplina,
fue literalmente aplastado por el enemigo, junto con 4.000 jinetes
del ejército de Servilio que éste había enviado, a pelo puta, a
echarle una mano.
Ante esta derrota, Roma tuvo
prácticamente que improvisar un nuevo ejército formado por 16
legiones, más 8 de reserva donde militaban los aliados itálicos.
Aprendiendo de los errores, nombraron un dictador o generalísimo en
la persona de Flavio Máximo.
Aníbal, tras la victoria del lago
Trasimeno, había decidido avanzar hacia Apulia. Máximo, temeroso de
sufrir una derrota como la de Flaminio, se embarcó en una estrategia de
pequeñas escaramuzas, sin presentar nunca batalla campal. Su
indecisión sentó muy mal en Roma, que acabó retirándole el mando
y entregándoselo a los dos nuevos cónsules nombrados: Cayo Terencio
Varrón y Lucio Paulo Emilio.
El historiador Polibio no ahorra
epítetos poco cariñosos hacia Varrón. Era jefe militar de
indudable valentía, pero escasa inteligencia. Debía, además, su consultado a la simpatía entre la plebe de Roma, que era el grupo social más ardientemente belicista en aquel momento, por lo que se sentía un poco caudillo de quienes querían aplastar al odioso púnico. Además, según los
indicios estaba enormemente pagado de sí mismo, cosa que acabaría
pagando Roma muy caro (en realidad, Roma pagó muchas veces la
soberbia de sus generales). Por su parte, Paulo Emilio era el típico pijopera patricio; de haber nacido alemán, de seguro se habría llamado Von Richtofen von Clausevitz und Beigbeger Auslander von Primnitz, o así. Era hombre de tradición militar heredada de
pertenecer a la clase dirigente de Roma pero, en realidad, poco
dotado para la misión por carecer de verdadero espíritu y conocimiento militar. Este dúo Sacapuntas de conquistadores becarios fue todo
lo que Roma fue capaz de poner delante de uno de los mejores
estrategas de la Historia.
En la primavera del 216 antes de
nuestra era, Aníbal había llegado a Apulia y ocupado Cannae, tras
encenderle el pelo a un pequeño ejército al mando de Cneo Servilio.
Ocupar esta población le supuso poder rapiñar varios almacenes de
mercancías romanas, cosa que puso las cosas en Roma a la temperatura
de la pasteurización. Si antes los cartagineses se tuvieron que
enfrentar a dos ejércitos mandados por dos cónsules, ahora se
enfrentaban a uno solo, aunque mandado, también, por dos generales
distintos. La cosa es tan absurda que cada uno de ellos mandaba un
día alterno, como si fuesen divorciados repartiéndose la custodia
de un churumbel. Uno de los días que mandaba Paulo Emilio, el
ejército se llegó a unos diez kilómetros de Cannae, y detuvo la
marcha. En ese punto, ambas formaciones se podían ver.
Paulo Emilio, más versado en temas
militares y además con tendencia a la cautela, era de la opinión de
que era mejor no atacar. Sabía que si un arma de su ejército era
improvisada, ésa era la caballería. En realidad, los romanos nunca
tuvieron su fuerte en los soldados a caballo; el ejército romano, al
fin y al cabo de raíz griega, se basaba en la infantería a pie. Sin
embargo, tenían caballería, y Emilio sabía que aquélla que
traían, tratándose de un ejército improvisado, era muy bisoña.
Combatir a caballo no es fácil y se aprende con tiempo, práctica, y
la suerte de no morir. Por esta razón, Paulo Emilio era partidario
de quedarse, como dicen los castizos, como Quevedo (ni subo, ni bajo, ni estoy quedo), para así no permitir a Aníbal utilizar su
poderosa caballería númida, de gran experiencia y acometividad.
Consideraba que era mejor esperar a que ambos ejércitos estuviesen
en algún terreno más propicio a la infantería, no aquel campo
abierto de Cannae. Varrón, sin embargo, era de otra opinión. Se
sentía, por seguir con las analogías con The Godfather,
con ese Andy García en la tercera parte, después de que hayan
intentado matar a su jefe en Atlantic City y, como García, exigía
que se actuase ya, convencido de que el cartaginés no tenía ni
media hostia.
En la
mañana del 11 de junio (nota para friquis: las crónicas hablan
claramente del 1 de agosto; pero debe de tenerse en cuenta que ese
cálculo de fecha se hizo antes de aplicarse el calendario juliano),
Aníbal trató, aunque sin éxito, de que los romanos le planteasen
batalla. Ordenó a un importante destacamento de jinetes númidas que
realizase una maniobra siguiendo el curso del Ofanto, en el no
man's land entre los dos
ejércitos. Atacaron los depósitos de agua de los
romanos. Éstos enviaron a algunas tropas a repeler a los
cartagineses, pero no presentaron batalla total como Aníbal había
previsto.
En la
tarde de aquel mismo día, los romanos celebraron reunión de estado
mayor, en la que además tuvieron noticia de los despachos que
llegaban de una Roma cada vez más inquieta, en los que se demandaba
una solución final para el problema de los cartagineses. Aquello fue
oro molido para Varrón, que se apresuró a poner a votación la idea
de una batalla frontal, que sólo recibió los votos en contra de
Paulo Emilio y el procónsul Servilio; que es más que probable que
fuesen los dos únicos seres que en aquella tienda tenían una idea
más o menos adecuada del arte militar.
Varrón
contaba con un factor que ha hecho equivocarse a muchos generales en
la Historia: su ejército era superior en número al de Aníbal. En
efecto, hay mucha gente en este mundo que vive convencida de que la
superioridad de combatientes garantiza casi por sí sola la victoria.
Sin embargo, como muy bien demostraron, en la propia Roma, el tío
Cayo Mario y el sobrino Julio, lo que le da la victoria a un ejército
es la veteranía, la disciplina y una buena estrategia. Coleen
McCollough, es sus excelentes libros sobre Roma, hace incluso decir a
Julio que enfrentarse a un ejército muy numeroso es un chollo,
porque los ejércitos muy grandes, cuando se sienten perdidos, huyen
de cualquier manera, y eso les hace presas fáciles.
Este
tipo de convicción fácil y simplista era, sin embargo, la que
alimentaba a Cayo Terencio Varrón. Y le hizo ordenar, para el día
siguiente, el despliegue de las fuerzas.
Alrededor
de las cuatro de la mañana del 2 de agosto/12 de junio, comenzó a
amanecer. Nada más despuntar estas primeras luces, Varrón dio orden
de izar la bandera roja en su tienda, en signo de guerra.
Inmediatamente, el ejército romano se desplegó.
La
formación romana fue clásica, en tres filas: los principi,
o primeros; los astati
o lanceros; y los triari,
o tercera fila. El primer error de Varrón fue compactar estas tres
filas hasta hacer la distinción entre ellas casi imaginaria. En
consecuencia, los 60.000 infantes romanos se empaquetaban en un
espacio muy reducido.
El
segundo error de Varrón, que la verdad yo no me explico, fue no
echar mano de la acostumbrada formación ajedrezada de los manípulos
que formaban las legiones romanas, sino que los colocó uno junto a
otro, en masa densa. Como digo, me cuesta entender este movimiento y,
en realidad, sólo encuentro dos hipótesis, combinables entre sí.
La primera es que Varrón no tenía ni puta idea de estrategia
militar y, consecuentemente, desconocía lo realmente importante que
es que un campo de batalla la infantería tenga flexibilidad para
adaptarse a terreno y batalla; flexibilidad que obtenía con la
formación ajedrezada, y a la que él renunció. La segunda hipótesis
es que quisiera hacer las cosas así a propósito, pensando que los
cartagineses huirían ante la visión de una masa compacta de
combatientes que les superaba en número.
A los
flancos de este elefante con pies de barro que era el ejército
varroniano, su general colocó a la caballería: en el flanco
derecho, unos 2.000 jinetes romanos, bisoños y casi recién
reclutados, al mando de Paulo Emilio; a la izquierda, 4.000 jinetes
más, más maqueados pero no romanos sino itálicos aliados, al mando
del propio Varrón. Aquí tenemos otra retropollada del cónsul que
tiene una explicación bastante difícil. ¿Cómo es posible que el
generalísimo de un ejército se coloque en su ala izquierda?
¿Repugnancia hacia la figura de Paulo Emilio? ¿Simple cabrestrez
chulesca? À mon avis,
no hay que descartar en modo alguno la hipótesis de una
animadversión personal. Tras la reunión de estado mayor, Varrón
tenía que estar malquisto en grado sumo contra su colega, y es un
hecho que se reservó para él la unidad de caballería más numerosa
y curtida. Pero lo realmente importante es que Varrón se colocó a sí mismo, y colocó al otro general en mando de la tropa, en las dos ubicaciones más extremas de la formación. ¿Cómo pensaba dar instrucciones?
Por su
parte, Aníbal, en cuanto vio la bandera roja, hizo izar la suya.
Después colocó sus fuerzas.
El
general cartaginés contaba con una infantería aliada de no más de
30.000 infantes galos, baleáricos e ibéricos (o sea, españoles y
gabachos). La colocó en el centro de su formación, muy al estilo de
los romanos que estaban enfrente, y que los doblaban. A causa de esta
inferioridad, las tropas cartaginesas fueron dispuestas en una sola
línea y en un orden angular, para que no todos los soldados entrasen
en combate en el primer embate. A los dos lados de esta formación,
desbordando ya el poderoso rectángulo romano, colocó dos grupos de
6.000 infantes veteranos de África, o sea la flor del ejército a
pie que lo acompañaba desde el principio de su campaña. Estas
formaciones, a causa de la línea angular de la central formada por
los aliados, estaban retrasadas en la línea; una situación
coherente con la función que Aníbal les quería dar de fuerza
decisiva al final de
la batalla.
Por
último, en su ala derecha, esto es frente a Varrón, Anibal colocó
a los jinetes númidas, al mando de Maharbal, relativamente poco
numerosos. En la izquierda, colocó a la caballería africana y
aliada, en número de 8.000 jinetes, al mando de su hermano Asdrúbal.
Tras reservar 500 jinetes númidas en un bosque, se situó él donde
se sitúan los generales: en el centro de la formación.
La
batalla comenzó con el avance de la infantería romana, al mando de
los procónsules Marco Atilio Régulo y Cneo Servilio. El ángulo
cartaginés comenzó a recular, para obligar a avanzar más al
enemigo y, consecuentemente, a apiñarse cada vez más. La caballería
romana había iniciado, en ambas alas, un movimiento envolvente para
ayudar a los de a pie, lo cual fue oro molido para los cartagineses
pues, al moverse hacia el centro, las caballerías dejaron más
desguarnecidos sus flancos. Como ya hemos dicho, Aníbal envió a
Asdrúbal contra el ala derecha de los romanos, esto es la tropa
bisoña de Paulo Emilio, y a Maharbal contra el ala de Varrón. Éste
aguantó el tipo, pero Paulo Emilio, en franca inferioridad frente a
8.000 jinetes experimentados, no pudo hacer nada. Cuando esto hubo
pasado, Aníbal ordenó a su hermano que diese la vuelta por detrás
para atacar a las fuerzas de Varrón, que se vieron entre dos frentes
muy poderosos. Todavía no habían terminado Maharbal y Asdrúbal de
laminar a los caballeros de Varrón (quien, por cierto, logró huir
con unos pocos de ellos) cuando quedó evidente que los flancos de la
infantería romana habían quedado desguarnecidos, sobre todo el
derecho, donde una vez estuvieron los jinetes de Emilio y ahora sólo
había cadáveres; momento en el que Aníbal dio orden a las unidades
retrasadas de veteranos africanos para que atacasen. Acto seguido,
ordenó a los 500 escondidos en el bosque que también atacasen.
Como
resumen, la infantería romana, que para entonces estaba compactada
en una masa enorme de nula maniobrabilidad, se vio atacada de frente,
por detrás y por los lados. Ni siquiera pudieron escapar. Fueron,
simple y llanamente, masacrados sin piedad por los cartagineses que,
a decir de Polibio, se desempeñaron con una crueldad incompatible
con cualquiera de las costumbres o protocolos de la guerra de la
época. En aquel centro atrapado murieron, en las primeras de cambio,
Régulo y Servilio, dejando a las tropas sin mando; y aunque Paulo
Emilio se las arregló para llegarse al centro para sustituirlos,
allí murió el cónsul. En el tumulto, diría Gila.
Sólo
en el asalto posterior al campamento romano, donde habían quedado
10.000 soldados de reserva (en realidad, Varrón los había dejado
allí para atacar el campamento cartaginés), las tropas de Aníbal
degollaron a 2.000 personas. Esto nos da una idea de la suerte de
degollina de matadero que fue Cannae para los romanos; una derrota
como pocas. La cifra total de muertos romanos probablemente llegó a
50.000. Los cartagineses incluso hicieron la humorada de enterrar a
muchos de sus soldados muertos rodeados de seis cabezas de romanos,
lanzándole a los arqueólogos de dos mil años después un mensaje
claro: por cada uno de los nuestros que murió, matamos seis de
ellos.
Todo
esto ocurrió a pesar de que el ejército romano, ya lo hemos dicho,
era claramente más numeroso que el cartaginés. Es por ello que
Cannae ha cimentado desde entonces la fama de Aníbal como uno de los
grandes estrategas de la Historia. Hecho éste que yo no le niego,
porque la disposición de las fuerzas y el desarrollo de la batalla
son propios de alguien que sabe mucho de la guerra, de cómo hacerla
y de cómo ganarla. Pero no olvidemos el papel de la estulticia, de
la chulería, de la improvisación y el ardor temerario, elementos
todos de los que hubo mucho en el lado romano y sobre todo de Varrón,
el tonto del culo de esta movida.
La
pregunta es: ¿por qué, tras una victoria así, que laminó al
ejército romano, Aníbal no tomó Roma, acción que habría hecho,
que diría Churchill de la batalla de Stalingrado, girar los goznes
de la Historia? Pues hay varias razones para ello.
En
primer lugar, Aníbal perdió 8.000 efectivos en Cannae, por lo que
su ejército estaba bastante menguado. Además, estaba formado
fundamentalmente por caballería, que es algo muy útil en campo
abierto, pero muy poco a la hora de sitiar una ciudad como Roma.
En
segundo lugar, en Cannae, como es lógico, Roma mantuvo impolutas sus
comunicaciones por mar y, muy especialmente, toda la retaguardia de
la ciudad hasta el agua, lo que le permitía reabastecerse y plantar
batalla en caso de un ataque.
En
tercer lugar, a pesar de su victoria, Aníbal no consiguió romper la
coalición itálica en torno de Roma. Probablemente, no supo valorar
de una forma adecuada el nivel de cohesión que, para entonces,
habían alcanzado ya los pueblos de la península itálica, y los
muchos intereses que tenían en la prosperidad de Roma, lo que les
hacía desconfiar de pasar a depender de una metrópoli africana.
En
cuarto y último lugar, bueno, Roma es Roma. Lo cierto es que la
república, es por cosas como ésta por la que algunos la admiramos
tanto, dio pruebas, tras la derrota, de una capacidad de recuperación
impresionante. Roma perdió en Cannae a 80 senadores, que se dice
pronto. Pero eligió sustitutos casi inmediatamente. Este nuevo Senado llamó a la ciudad a dos legiones situadas en Ostia y levantó
nuevas unidades con romanos muy jóvenes, pero también armando a
libertos, a gente que estaba en la cárcel. Se llegó incluso a
comprar esclavos que fueron armados. En las ciudades de Roma, por
cierto, se prohibió el luto por los muertos en Cannae e, incluso, el
Senado se permitió la machada de que, cuando llegasen a la ciudad
unos embajadores de los presos por los que los cartagineses pedían
rescate, decirles que se volviesen por donde habían venido.
Roma
es una gran cosa, por eso la admiramos. Tan, tan grande, y tan
sólida, que hasta Aníbal se partió los morros contra ella.
Has puesto Atila un par de veces al principio, en vez de Aníbal.
ResponderBorrarEl segundo párrafo casi me rompe la cintura. ¿A que adivino de que va tu siguiente post?
ResponderBorrarCambia Atila por Aníbal en las dos primeras menciones
ResponderBorrar!!!Vaya susto me has dado!!!, estaba ya asombrado de mi ciclópea ignorancia al no ubicar a Atila en la batalla de Cannae... Menos mal que en el tercer párrafo el mundo volvió a su eje...
ResponderBorrarUn abrazo
Se te han escapado un par de Atilas en lugar de Aníbal al principio del artículo.
ResponderBorrarNormal que perdieran los romanos XDDDDD.
PD: Sientete libre de borrar este comentario una vez hechas las correcciones.
El despliegue romano es tan compacto también porque la línea de infantería romana ajusta su longitud a la línea púnica, sin tener necesidad de ello más allá de las condiciones de limitación del terreno en que desplegaron los púnicos. Varrón podría haber desplegado en una línea más larga sin perder profundidad, pero prefirió no hacerlo. Quizá porque pensó que una legión manipular podría actuar como una falange griega. Y, a la vez, fue incapaz de darse cuenta de que la línea púnica podía flexar para encajar tal presión. Resultado: "quirites, hemos sido derrotados en una gran batalla..."
ResponderBorrarEborense, estrategos
no es Flavio,es Fabio Maximo,llamado Cunctator,El Irresoluto,por sus detractores,Varron entre ellos.Tras el desastre fue vuelto a llamar y condujo una campaña prudente de desgaste,sin comprometer batalla.
ResponderBorrarEn estas imágenes
ResponderBorrarhttp://dl.dropboxusercontent.com/u/46112467/Hannibal010_400.jpg
se aprecia la gran batalla que has contado.
me alegra que hayas vuelto con fuerza tras las vacaciones. GRACIAS.
Grande aportación, Gonzalo. Grande.
BorrarSegún tengo entendido, el Asdrúbal que citas como jefe de la caballería del ala izquierda, no puede ser el hermano de Aníbal ya que éste se encontraba dirigiendo los ejércitos en Hispania. De hecho, Asdrúbal Barca cruzó en el 205 a.C. Los Alpes con refuerzos para Aníbal, pero fue derrotado por los romanos antes de poder unirse a él y murió (Batalla de Meaturo).
ResponderBorrarMataclanes.