jueves, mayo 02, 2013

El "otro" final de la II guerra mundial

Todo el mundo, o casi todo el mundo, sabe contar el final de la segunda guerra mundial. Todo el mundo, o casi todo el mundo, sabe describir a Adolf Hitler encerrado en el sótano de su cancillería, suicidándose en compañía de Eva Braun.

Y, sin embargo, ese relato no está completo.

Muy habitualmente los europeos olvidamos que la segunda guerra mundial no terminó con Hitler. Tardó todavía unos meses en acabar, porque proseguía el enfrentamiento en el Pacífico. Y la verdad es que el occidental average poco o nada sabe del final de la guerra en Japón; que fue, desde luego, mucho más movido y caótico que en Berlín. Aquí tenéis un relato.



La Historia del Japón del segundo tercio del siglo XX es todo menos tranquila. Ya, ya sé que en ese segundo tercio cae la segunda guerra mundial y que eso lo puede explicar todo. Pero, en realidad, hay más. Antes incluso de estallar el conflicto, en 1936, las esferas de poder en el país se dividían entre dos grandes sociedades militares: la Tosei ha, con planteamientos conservadores que ambicionaban extender la influencia económica de Japón en Asia; y la Kodo ha, de tendencias más socializantes. El 26 de febrero de 1936, esto es casi coincidiendo con las elecciones del Frente Popular en España, 22 mandos y 1.400 soldados de la Kodo ha dieron un golpe de Estado, conocido por los japoneses como Ni Ni Roku, o 2/26, igual que los estadounidenses hablan del 11S. La conspiración falló y dio el poder a la Tosei ha, además de suponer el fusilamiento de varios militares y civiles adheridos al movimiento golpista.

Ya hemos dicho que la Tosei ha era una sociedad ideológico-militar que pretendía extender la influencia japonesa en toda Asia, comenzando por los países más cercanos, como Filipinas, pero con planteamientos que no descartaban llegar incluso hasta la India. Los planteamientos de la Tosei ha, sin embargo, entraban en lógico conflicto con las potencias europeas presentes en el Extremo Oriente, y es por eso que pronto la sociedad japonesa, siguiendo a sus dirigentes, desarrolló la idea de la Dai Toa Senzo, o guerra de la Gran Asia, en la que las naciones de la zona habrían de sacudirse el yugo de sus dominadores occidentales. Fue la idea de esta guerra, y de su inminencia fatalista, la que animó el ataque japonés sobre Pearl Harbour.

El 14 de agosto de 1945, sin embargo, esta gran guerra se había perdido. Hacía ya meses que, en Europa, Adolf Hitler se había disparado un tiro, terminando con aquella guerra y permitiendo con ello a los Estados Unidos centrarse en el conflicto del Pacífico, obteniendo en el mismo crecientes cotas de superioridad.

Aquel día 14, el primer ministro japonés, el anciando Kantaro Suzuki, convocó una reunión del consejo de ministros. Hacía entonces cuatro días que, en otra reunión del gobierno, y por primera vez, el gobierno japonés había decidido enviar a los aliados un comunicado explícito muy parecido a una rendición, aceptando las condiciones acordadas por los aliados en Potsdam, con la única salvedad de que se conservase la prerrogativa del estatus de Su Majestad Imperial. Es posible que en aquel gobierno japonés hubiese miembros que habrían estado dispuestos, tras la conveniente presión, a aceptar incluso que Hirohito perdiese su corona; sin embargo, los términos en los que el ministro de la Guerra, general Korechika Anami, planteó la irreversibilidad de la condición, les guardó mucho de decirlo. Como siempre ocurre en periodos bélicos, los gobiernos tienen primeros ministros, pero el poder, en realidad, reside en manos del responsable del ejército, porque en tiempo de guerra es quien tiene todos los resortes del poder.

En todo caso, la reivindicación era mucho más que una apolillada condición basada en tradiciones seculares. En realidad, el Tenno, o emperador, tenía, en aquellas horas tan complejas y difíciles para la sociedad japonesa, un papel aglutinador que jugar muy importante. Dos tercios del ejército japonés, en aquel momento, estaban formados por personas, digamos, del pueblo llano; y poco más de medio siglo antes, de no ser por su emperador y la reforma iniciada en la denominada era Meiji, no habrían podido estar ahí, porque hasta entonces Japón había sido una sociedad feudal, en la que el uso de las armas le estaba prohibido a quienes no formaban parte de la pequeña nobleza samurái al servicio de los distintos shogunatos. El Emperador era el agente de aquel cambio, y su desaparición, los miembros de su gobierno lo sabían, probablemente desintegraría la sociedad japonesa.

En todo caso, el consejo de ministro del 10 de agosto y su decisión de capitular de facto no podía pasar sin consecuencias. Desde el día siguiente se fraguaba un golpe de Estado. Un grupo muy selecto de oficiales, reunido ese día en un refugio antibombardeo del Ministerio de la Guerra en Ichigaya, decidió reeditar el Ni Ni Roku. Su teoría era muy parecida a la de los comunistas españoles al final de la guerra civil: para conseguir una paz honrosa, era necesario seguir en guerra, mantener el argumento de negociación vinculado al cansancio bélico del enemigo. Y para ello, tenían que acabar con las tres personas que consideraban responsables de que el Tenno (presente en el consejo del día 10) hubiese dejado entrar en su cabeza la idea de una rendición: el primer ministro Kantaro Suzuki; el titular de Asuntos Exteriores, Shigenori Togo; y el Guardián del Sello Privado y mano derecha del Tenno, Koichi Kido.

Los conspiradores, cuyo principal animador era el teniente coronel Mashjko Takeshita, cuñado del ministro Anami, pretendían aislar al emperador pero, por supuesto, no tenían ninguna intención de acabar con él. Los otros dos grandes conspiradores eran el comandante Kenyi Hatanaka y el comandante Hidemasa Koga, que era, por cierto, yerno del celebérrimo general Tojo.

Los conspiradores no contaban con sacar tanques a la calle ni nada que se le pareciese. Su golpe tenía que ser un golpe palaciego del que la gente de la calle no habría de enterarse. Su gran objetivo era neutralizar al teniente general Takeshi Mori, a quien todos llamaban El Monje por su proverbial austeridad en todo, y que estaba a cargo de las tropas imperiales cuya obligación era proteger la vida del emperador.

¿Y qué hacía Anami? Ya hemos dicho que, en ésta como en otras situaciones, el ministro de Defensa (o el jefe real de las fuerzas existentes, al estilo del coronel Segismundo Casado al final de nuestra guerra civil) es el que corta el bacalao. Sin embargo, Anami dudaba. Entendía los argumentos de los conspiradores (aunque parezca increíble, aquel 14 de agosto, el ejército japonés tenía una capacidad de movilización que afectaba a 23 millones de soldados). En Iwo Jima, los americanos habían perdido un hombre por cada cinco japoneses muertos; ¿cuál podría ser el resultado de la regla de tres con la totalidad de la isla? Sin embargo, el general Koreichika Anami era un hombre de armas, un patriota diríamos nosotros, y a él, la orden, porque era una orden, transmitida por el emperador al aceptar el día 10 el comunicado de rendición, no podía ser violada.

Desde el 25 de mayo de 1945, cuando un bombardeo norteamericano había destruido el palacio imperial, Hiro Hito vivía en la biblioteca imperial. Allí, en un sótano de la misma, se celebró la reunión del 14 de agosto, convocada por Suzuki. Todo el motivo de la misma era escuchar a Hirohito, y éste no se salió del guión que le había trazado su primer ministro con nombre motero. En medio de un coro de sollozos reprimidos que hacían a los ministros parecer que estaban sorbiendo fideos (mis amigos japoneses me han referido que sorber al tomar sopa no se considera de mala educación en Japón), Hirohito sentenció: las condiciones de la rendición le parecían adecuadas; prolongar la guerra sería prolongar el sufrimiento y abocar a Japón a la destrucción; yo soportaré lo que venga.

Nada más terminar el señor Hito, su secretario, Sakomitzu Hisatsune (con la ayuda de Kihara Michie, un periodista de su conocimiento), comenzó la redacción del mensaje al pueblo japonés, en los términos que había expresado su boss. El texto fue aprobado por el gobierno y grabado en un disco por el emperador. El momento de la emisión fue fijado para el mediodía del día siguiente, miércoles 15.

Así pues, lo primero que tenían que hacer los conspiradores era encontrar ese pequeño disco, del tamaño de un single de vinilo, y destruirlo.

Hatanaka y Koba se pusieron al lío inmediatamente. Recorrieron Tokio de parte a parte, hablando con todos los posibles conspiradores, a los que propusieron un golpe de Estado que utilizase a los 350.000 prisioneros de guerra como rehenes, aislando al emperador. La mayoría de las personas con que hablaron y que estaban mínimamente informadas de lo que pasaba no quisieron saber nada; estaban preparando su sepuku.

Inasequibles al desaliento, los conspiradores enviaron a los periódicos un falso comunicado del Estado Mayor Central, informando de órdenes del emperador para atacar, amén de comenzar una guerra de propaganda en la que dijeron que los americanos tenían ya planes trazados para sellar al emperador en Okinawa y que todas las mujeres japonesas serían violadas (o sea: que los americanos pensaban hacer con ellas lo que sus maridos, padres e hijos hicieron con las chinas de Manchuria). Sin embargo, no tuvieron demasiado éxito.

En la madrugada del miércoles 15, el general Mori estaba en su despacho con su cuñado, teniente coronel Michinori Shiraichi. En ese momento, entró en la estancia Hatanaka, escoltado por el capitán de aviación Shigetaro Uehara y el teniente coronel Matasaka Ida. Lo instaron a unirse a ellos, a base de plantearle ejemplos de resistencias desesperadas y victoriosas, como la de los fineses. Mori, levantándose, sentenció: “La Konoye [primera división de la guardia imperial, a sus órdenes] no es una milicia”.

Hatanaka sacó su pistola. Pero Uehara, cerca de él, prefirió la tradición. Desenvainó su katana de reglamento y lanzó con ella un golpe circular, que no hirió a nadie. Sin embargo Uehara, experto esgrimista al estilo samurái, combinó su primer golpe con otro vertical de arriba abajo, sobre Mori. Entró por la esquina del cuello y el hombro y penetró casi hasta la tetilla. Acto seguido, sacó el sable y, con las dos manos, ejecutó un golpe circular que decapitó a Shiraichi. En los dos o tres segundos que duró todo, Hatanaka tuvo tiempo de hacer varios disparos a ninguna parte.

Los conspiradores desarmaron rápidamente a la guardia imperial, mediante órdenes cursadas por escrito con el sello de Mori. A las dos de la mañana, empezaron a buscar el disco.

No se andaban con chiquitas. A Yosihiro Tokugawa, mayordomo imperial, le dieron una paliza para que les confesase dónde estaba el disco, aunque no lo sabía (en realidad, el disco no estaba allí; había sido guardado en la caja fuerte de unos asistentes de la emperatriz).

Fuera de la residencia imperial, otros grupos de sublevados tomaron la emisora de la radio pública, la NHK. Otros soldados, reforzados por jóvenes del Kokumin Kamikaze Tai o grupo de voluntarios suicidas, asaltaron y quemaron la casa de Suzuki. Incluso 36 aviones despegaron de la base de Kodama para apoyar a los rebeldes, aunque regresarían sin haber soltado sus pepinos. También fue quemada la casa del presidente del Consejo Imperial, barón Kiichiro HIranuma. Con la de Kido, sin embargo, no pudieron.

El capitán de navío Hisuna Kozono tenía que sublevar a la gran base aérea de Atsugi, pero se puso enfermo de paludismo y hubo de ser ingresado; el golpe era tan precario que esa sola ausencia impidió que la base pudiera ser tomada. Por su parte el ministro Anami, que había cursado una orden a todo el ejército para que acatase las órdenes del emperador que se iban a dar el 15, cambió de idea y cursó la orden de asesinar al almirante Mitsumasa Yonai, ministro de Marina y decidido partidario de la capitulación.

Se podría decir, por lo tanto, que el primer golpe había sido un éxito: los enemigos principales habían sido neutralizados. El emperador, aislado. No tenían el disco, pero tenían la NHK. Y algunos elementos dubitativos, como Anami, parecían finalmente convencidos. Nada de esto, sin embargo, impresionó al general jefe de Estado Mayor del Ejército del Este (zona de Tokio), Taksuhiko Takashima, quien, al encontrarse con que aquella madrugada se comenzaban a transmitir toneladas de órdenes, todas dirigidas a aislar la residencia imperial, se mosqueó. Así se lo hizo saber a la Kempeitai, policía militar, y a su jefe directo, general Shizuichi Tanaka. Cuando se pudo hacer una idea de lo que pasaba, se las arregló para entrar en contacto con el coronel Haga, subordinado de Mori en la guardia imperial, quien seguía creyendo que las órdenes de desarme y aislamiento provenían de su jefe; ni siquiera sabía que estaba muerto.

Tanaka se presentó ante la guardia imperial y, acompañado por Haga, restableció la jerarquía inicial. Ante la insistencia de uno de los conspiradores, comandante Sadakichi Ishihara, de hacer cumplir las falsas órdenes, lo arrestó. A las siete de la mañana, las tropas imperiales se acuartelaron y los prisioneros de la residencia, liberados.

Hatanaka, Joga y el coronel Yiro Shiizadi lograron escapar de la Kempeitai y se fueron a la radio; pero allí se encontraron con que los técnicos les hacían la vida imposible, impidiendo con ello que pudiesen lanzar una proclama. Entonces se recibió una llama en la emisora anunciando la llegada de tropas leales. Aquello fue la señal para los tres conspiradores de que habían perdido aunque, aun así, salieron de la emisora y se dedicaron a repartir octavillas por los barrios cercanos a la residencia imperial. Cuando la Kempeitai les estrechó el cerco, llegó el momento de morir como un japonés. Hatanaka, más moderno (y práctico, diría yo),se disparó en el entrecejo; pero, como no murió, su compañero Shiizadi lo atravesó con su sable, para luego abrirse el vientre y, tal vez a causa del dolor, se disparó en la sien. Por lo que se refiere a Koga, se encerró en el despacho de Mori El Monje y, una vez allí, se abrió el vientre con dos cortes en forma de cruz.

Horas antes, en medio de la madrugada, el general Anami se había atravesado el vientre de parte a parte con un puñal ceremonial y luego se serró la carótida. Su cuñado Takeshita lo encontró todavía vivo y lo remató con su sable.

La locura hitleriana terminó, sin lugar a dudas, en el jardín de la cancillería, mientras unos soldados quemaban su cadáver para que no fuese encontrado ni mancillado por los rusos. La guerra del Japón, también bastante loca, terminó, de alguna manera, de forma muy parecida. En la mañana del día 15, en la sede ministerial de Ichigaya, los cuerpos de Anami, Hatanaka y Shiizadi fueron quemados en una pira muy parecida. Y en ese fuego se consumía el imperio japonés, como antes, en otro, se consumió el Reich alemán.

Tiempo después, el general Tanaka, consciente de haber hecho su deber pero de alguna manera envidioso de la fuerza de los hombres a los que había contestado, se suicidó también.

12 comentarios:

  1. Es que las bombas atómicas suponen una explicación suficientemente satisfactoria para el europeo medio en lo que respecta a Japón. Peor sí, es conveniente estudiar este tipo de asuntos para ver que tanto Alemania como Japón eran dos polvorines a puntito de estallar por envidias y rivalidades internas.

    Hitler admiraba que para los japoneses fuera tan honorable morir por tu país. Paradójicamente, se parecieron al perder.

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    1. No entiendo muy bien a qué te refieres. Obviamente cuando un país está perdiendo la guerra hay un montón de gente con ideas distintas (a veces muy mezquinas) de lo que hay que hacer. Eso no es nada extraño. Ni siquiera para un pueblo tan "extraño" como el japonés.

      ¿Tal vez dices que dejando pasar un poco de tiempo Japón se habría rendido sin necesidad de lanzar las bombas atómicas? Bueno, ignorando el hecho de que este relato alude al hechos POSTERIORES a dos bombas atómicas (que ya dice mucho sobre la cerrazón de muchos militares japoneses), lo cierto es que el alto mando y el Gobierno de EEUU tenían muy poca información de lo que ocurría en el gobierno japonés y mucho menos sobre quién podría llevarse el gato al agua. La mayor información venía de los tanteos de los japoneses en Moscú y no parecían fiables. Ni por la actitud de Japón ni, supongo, que por Stalin, que tenía sus propios intereses.

      Es muy difícil hacer ucronías sobre lo que hubiera pasado de sentarse a esperar hasta septiembre u octubre, pero si cualquiera hubiésemos estado en el pellejo de Marshall o Truman a finales de agosto me temo que estaríamos bastante convencidos de que no se rendirían hasta haber causado un daño inimaginable a Japón y a los soldados estadounidenses ("nuestros" soldados si somos Truman).

      Como bien dices, a los japoneses les parecía muy honorable palmarla antes de rendirse y eso acojona mucho al que tienes enfrente tomando decisiones. Tengo para mí, que Iwo Jima, que pretendía ser un disuasorio para EEUU, en realidad fue lo que sentenció a Hirosima y Nagasaki.

      Ahora sabemos que las bombas atómicas son un arma claramente diferente de las demás, pero en aquella época era para muchos científicos, militares y políticos sólo una "bomba muy gorda". EEUU se dio cuenta pronto (no inmediatamente) que no era así y los soviéticos tardaron bastante más. Como muestra, recordemos que Bertrand Russell, el pacifista, era partidario hasta casi 1950 de lanzar un ataque preventivo contra la URSS aprovechando el monopolio atómico de EEUU. Sea porque no había suficientes bombas en ese momento, sea porque el gobierno estadounidense ya era consciente de la verdadera naturaleza del arma atómica, o sea porque les entró canguelo, lo cierto es que afortunadamente no le hicieron ni puñetero caso. Ni a él ni a muchos estrategas.

      Perdón por un post tan largo.

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    2. Aunque no me apostillas a mí, Tepúflipo, tus consideraciones me parecen de interés, así pues si me permites te voy a apostillar algunas cosas.

      Creo que lo que Ozanu pretendía decir, en línea con el inicio de mi artículo, es que Occidente nunca se ha preocupado mucho por saber qué se estaba cocienco en Japón durante los 50 años anteriores a la segunda guerra mundial; y, en consecuencia, nunca se ha mostrado muy interesado sobre los porqués, ni los cómos, de su rendición. Yo, al menos, pienso que es así. Los enfrentamientos en el seno de la sociedad japonesa no son propios del final de la guerra; son muy anteriores y, de hecho, en el final de la guerra en Japón yo veo paralelismos con el final de nuestra guerra civil (que también aflora enfrentamientos que son muy previos a la propia guerra).

      Eso sí, estoy de acuerdo contigo en que la decisión de lanzar la bomba nace en Iwo Jima y la convicción del Pentágono de que derrotar a Japón tiene un, por así decirlo, "multiplicador" sobre las bajas esperables cuando se está venciendo a un enemigo que está en las últimas. Supongo que algún investigador avezado, si es que los documentos están desclasificados, podría encontrar en el Congreso algún frío informe logístico que le demostrase a Truman que las bajas esperables hasta la totalidad derrota de Japón no eran admisibles.

      En la interpretación que haces de la bomba ya no estoy de acuerdo contigo. Yo creo que Truman sabía muy bien el pepino que estaba lanzando. Pero es que lo lanzó por alguna razón más. Las bombas atómicas de Japón son, en expresión de Gore Vidal, una patada a Stalin en el culo del Japón.

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    3. Puedes apostillar todo lo que quieras, faltaría más.

      No dudo que en una decisión de ese calibre influyen muchas razones, entre las cuales probablemente no era menor la necesidad de "probarlo". Sin embargo, aunque lo de la patada a Stalin le pega bien a un Marshall o un Roosvelt, no me encaja en la personalidad de un Truman que, además, según creo, había estado bastante al margen de las decisiones presidenciales (como casi todos los vices de EEUU, por cierto) :-D

      Seguramente tú estás mejor informado, pero yo creo que por esa fecha, Truman todavía no sabía el tipo de persona que era Stalin.

      Pero vamos, que crea que la principal razón fue militar no significa que crea que fue la única razón. Y se puede convencer/manipular/presionar a un recién llegado de muchas formas.

      Lo de de lanzar las bombas siempre es un tema polémico cuyo verdadero secreto se llevaron a la tumba los protagonistas. Es más, considerando cómo funciona el ser humano, muy probablemente con el tiempo fueron autoconvenciéndose con razonamientos diferentes y ni ellos mismos podrían decir lo que de verdad pensaron en su momento. En todo caso, acertada o no la decisión, no me gustaría haber tenido que vivir con ella.

      Un saludo y sigue con el blog. ¡Me encanta!

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    4. Creo que, en el tema de la valoración de Stalin, el dato crucial es la conferencia de Yalta. El elemento que, con mucho, consumió más tiempo en aquellas sesiones fue Polonia. Y Polonia se perdió para el bloque occidental, a pesar de que el "ground" de los soviéticos para quedársela era poquísimo. Se ha hablado mucho de que si en Yalta FDR estaba ya muy enfermo y tal. Yo no creo en eso. La Casa Blanca es bastante más que su presidente. Más bien pienso que en Yalta los americanos midieron sus fuerzas y se dieron cuenta de que no podían plantar cara a la URSS de la forma que quería Churchill, esto es discutiéndole los territorios que creía merecer. Pero tras las cesiones de Yalta, que fueron muchas ya de por sí y luego fueron más por la manía de los franceses de aparecer como potencias vencedoras (que ya les vale), no quedó otra que lo que conocemos como la guerra fría, que se inaugura en las bombas del Japón. Aunque luego fue poquito a poquito porque, por poner sólo un ejemplo, los americanos nunca se atrevieron a llevar a las sesiones de Nuremberg las fosas de Katyn, que tiene leches...

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    5. Quizás no me he expresado bien. Como aclara Juan de Juan, quería decir que no hay interés por los conflictos internos de los japoneses, porque la explicación oficial se resume en un "se rindieron después de dos pepinazos nucleares. Punto".

      Posiblemente la confusión haya nacido de que en mi anterior comentario haya mencionado los problemas internos de Alemania y Japón, pero en ningún caso he querido insinuar que estos problemas habrían bastado para que ambas potencias se hubieran rendido por sí solas. A mí las ucronías sólo me gustan como género literario. Miren, mi padre tenía un profesor bastante respetable que tenía la manía de decir que a los españoles nos habría ido mejor sin la Reconquista, como país musulmán. A mi padre, como aquella declaración le suponía una bocanada de aire fresco en una España asfixiante en el tema de la religión, le parecía impresionante y muy rebelde. Yo soy más escéptico (o más cínico, o ambas cosas) y la declaración me parece pura palabrería: no hay manera de comprobar la validez de esa afirmación, y tanto vale decir que los españoles deberíamos haber rechazado la unión de los Reyes Católicos, que los atenienses jamás deberían haber condenado a Arístides al ostracismo o que todo lo que necesitaban romanos y cartaginenses era amor. El único límite, como se suele decir, es la imaginación y estas discusiones se vuelven idénticas a aquellas de Bizancio.

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  2. Me meto en las disquisiciones, que me parecen muy interesantes, del concepto que se tenía en la primera década de la era del armamento nuclear sobre el mismo.

    Coincido con JdeJ en que Truman sabía perfectamente qué diferenciaba a una bomba atómica del resto, pero no creo que todo el estamento militar, americano o del resto del mundo, lo tuviera tan claro.

    Si no recuerdo mal, en la propia guerra de corea (la URSS ya tenia entonces la bomba) McArthur quiere emplearla en un momento en el que sería no solo contra tropas coreanas sino también chinas, y es destituido por Eisenhower.

    Otro ejemplo es el análisis que de la aviación de caza hace Adolf Galland en su autobiografia, ya bien entrados los cincuenta, donde se plantea que los cazas pasarán a ser la parte más importante de cualquier fuerza aérea, en la medida en la que a partir de ahora, cualquier conflicto supondrá que un ejército n puede dejar pasar ni un solo bombardero aque puede ser el que lleve el pepino definitivo. es decir, veía la bomba atómica como algo que se utilizaría si se tenía mano.

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  3. Muy interessante tu texto.

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  4. Aunque en 1945 los jefes militares japoneses estuvieran divididos en cuanto a cómo acabar la guerra, los partidarios de la negociación (entre los que estaba el primer ministro Suzuki, uno de los que pretendían asesinar los fracasados golpistas de agosto) se impusieron. Lo cierto es que Japón estaba dispuesto a negociar la paz desde meses antes de los lanzamientos de las bombas atómicas. Los japoneses trataron de buscar la mediación soviética a inicios del verano (tenían un tratado de no agresión con Stalin desde 1941, que éste violaría en agosto), aunque no lo consiguieron porque el líder soviético estaba ya decidido a invadir Manchuria, como le habían pedido los yanquis.

    A cambio de rendirse, los nipones sólo pedían que se respetasen el sistema imperial de su país y al propio emperador Hirohito, cosas que se hicieron de todas formas tras la guerra a pesar de que la Declaración de Potsdam no diera garantías al respecto. Si los yanquis hubieran asegurado a Japón que no tenían intención ni de abolir el sistema imperial ni de juzgar a Hirohito, quizá los nipones se habrían rendido antes y el mundo se habría ahorrado los bombardeos atómicos y la invasión soviética de Manchuria.

    Los yanquis se enteraron de las intenciones negociadoras de los japoneses porque interceptaban y descifraban sus mensajes diplomáticos (desde antes de Pearl Harbor), y además porque los nipones les hicieron llegar sus propuestas por varias vías, por ejemplo desde su legación diplomática en Suiza a la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), que dirigía Allen Dulles. Pero jamás contestaron a las propuestas japonesas.

    Finalmente la rendición de Japón fue incondicional, puesto que cuando depuso las armas, la autoridad del emperador quedó "subordinada al jefe supremo de las fuerzas aliadas". Si los yanquis hubieran querido, Hirohito habría sido juzgado. Lo que pasa es que no quisieron. Y si lo hubieran hecho seguramente no habría ocurrido nada, puesto que, como escribe Raymond Cartier, al final de la guerra el pueblo japonés aceptaba morir, pero prefería vivir.

    La verdad es que los yanquis nunca tuvieron el menor interés en negociar, salvo excepciones. Y los japoneses cometieron además la tremenda torpeza de escoger como intermediaros a los soviéticos, que además de aliados de los EEUU, no eran en absoluto de fiar (después de Yalta, Molotov aseguró al embajador japonés en Moscú que el Pacto de Neutralidad firmado por sus países en 1941 no se vería afectado por lo acordado en Yalta, que es precisamente cuando la URSS aceptó entrar en guerra con Japón).

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  5. Sobre los motivos para lanzar las bombas atómicas (claro que Truman sabía que no eran unas bombas normales), podemos pensar en unos cuantos. Hasta mediados de la guerra los estadounidenses tenían muchos prejuicios contra los bombardeos de civiles, pero dichos prejuicios fueron despareciendo a medida que se consideraba a los enemigos como seres salvajes e inhumanos. Esta consideración se acentuó en el caso de los japoneses por motivos raciales, y a todo ello se añadía además un fuerte sentimiento de venganza, pues habían sido los nipones quienes habían atacado Pearl Harbor. Lo cierto es que tiene mucha lógica que los yanquis no se parasen a pensar en la inmoralidad de masacrar a la población civil de un país que no había dudado en atacarlos a traición, o que otorgaba un trato absolutamente criminal a los prisioneros estadounidenses que tenía en su poder. Venganza, emplear nuevas armas y dejar lisiada a la población enemiga. Y que Japón no pusiese condición alguna para rendirse, ni aunque fuera algo que más tarde se le concediera de todas formas. Se buscaba una victoria total, aplastar al enemigo, y cuanto más, mejor. De eso se trató, básicamente.

    En cuanto al aviso a la URSS con las bombas atómicas, demostrando a Stalin el poder militar estadounidense, también hubo algo de eso, pero lógicamente no fue la razón principal. De no haber existido la URSS se hubieran lanzado igualmente.

    Para explicar por qué los EEUU pasaron de la opinión de que bombardear a civiles era inmoral a arrasar ciudades enteras (el bombardeo de Tokio la noche del 9 al 10 de marzo de 1945 provocó 100.000 muertos, más que el de Hiroshima o Nagasaki), también hay que tener en cuenta que en 1945 había que aprovechar el carísimo programa del bombardero B-29, un programa iniciado en 1942 pero que sólo alcanzó la producción en masa y la madurez tecnológica a finales de 1944. Algo similar ocurrió con el Proyecto Manhattan y la necesidad de probar las nuevas armas en escenarios reales.
    Y finalmente, en 1945 todos los estadounidenses estaban deseando ya que acabase la guerra, así que se aceptó cualquier medio que pudiese acelerar su fin. Si las bombas atómicas servían para acortar la guerra, pues bienvenidas fuesen. Y si no, pues también.

    Pero -respondiendo a algo que comentábais-, ¿se habría rendido Japón igual sin bombas atómicas?
    Hay autores que consideran la entrada de la Unión Soviética en guerra contra Japón el 8 de agosto, y no las bombas atómicas, como el factor determinante en la rendición japonesa. De hecho, los japoneses no se rindieron tras la primera bomba.
    No obstante, existe un documento bastante revelador del departamento de Estudios sobre Bombardeos Estratégicos de Estados Unidos (U.S. Strategic Bombing Survey). En su Resumen de la Guerra del Pacífico, publicado en 1946, se puede leer la siguiente conclusión a la que llegaron los expertos yanquis:

    "Basándonos en una detallada investigación de todos los hechos y en el testimonio de los dirigentes japoneses implicados que sobrevivieron, es la opinión de este Estudio que sin duda antes del 31 de diciembre de 1945, y con toda probabilidad antes del 1 de noviembre de 1945, Japón se habría rendido incluso si no se hubiesen lanzado las bombas atómicas, incluso si Rusia no hubiese entrado en la guerra, e incluso si no se hubiese planeado ni considerado ninguna invasión."

    http://archive.org/stream/summaryreportpac00unit#page/26/mode/2up


    Perdón por el tocho.

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  6. Anónimo1:56 p.m.

    ¿Por qué los americanos no consideraron lanzar las bombas sobre la mar o zonas no habitadas? Es muy cruel que el primer recurso fuera lanzarlas sobre ciudades, aunque es verdad que el contexto no es fácil de analizar con la mentalidad actual: no se comprendía la trascendencia de las armas atómicas como hoy, había un enorme odio entre los dos pueblos, etc. Pero podrían haber intentado, incluso usándolas, no causar la masacre, a 70 años vista.

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    1. Porque sólo tenían 3, y no sabían cuándo iban a disponer de más. Imagínate que falla alguna y todo el mundo sabe que no tienen más.

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