martes, junio 18, 2024

Francorrupción: El escándalo Matesa (2): El exitoso empresario catalán y el aprendiz de país desarrollado

Matesa como enigma
El exitoso empresario catalán y el aprendiz de país desarrollado
De "Ésta es su vida" a la dimisión
El Consejo de La Coruña
¡A las Cortes!
La carta de Vilá Reyes
Las explicaciones de Espinosa
La bomba se ceba
Que te calles la boca. Ya.
Franco se hace un Pedro Sánchez

 



Juan Vila Reyes fue nombrado consejero de Matesa en 1960. Poco después de entrar él, los accionistas navarros: Félix Huarte Goñi y Aizpún Santafé sobre todo, abandonaron la empresa, vendiendo su capital a la familia Vila. El presidente, pasó a ser Juan Vila Blanco, el vicepresidente Jorge Vila Calvo (primo de Vila Reyes), el secretario Carlos Vila Blanco, y el consejero-delegado Juan Vila Reyes. Manuel Salvat Dalmau entró entonces en el consejo por primera vez, pero el 24 de febrero de 1967 la familia Vila Reyes se convierte en propietaria de todas las acciones.

En todo ese periodo, Matesa ha ido, básicamente, doblando sus ventas año a año. El telar IWER, ampliamente automatizado, ahorra mucha mano de obra humana, y eso interesa. Para entonces, Matesa vende el 95% de su producción fuera de España y tiene por principal cliente a los sacrosantos Estados Unidos de América. Matesa es, entonces, la cabeza de un grupo empresarial de 16 empresas, incluida Interpel, la holding fundada por los Vila Reyes para aparcar ahí sus acciones. A esa lista, en todo caso, se han de unir unas 20 sociedades fuera de España.

Todo esto se debía a la arrolladora personalidad de Juan Vila Reyes, nacido el 5 de junio de 1925 en Barcelona. Por vía paterna, había nacido para dedicarse al mundo textil, pero por vía materna también estaba estrechamente ligado a la gran clase empresarial catalana: su abuelo materno, Fernando Reyes Garrido, fue uno de los ingenieros que construyeron el Metro de Barcelona; servicio a la movilidad que le fue retribuido durante la guerra civil en el paredón republicano.

Vila Reyes era uno de los empresarios más sobresalientes de España. Invitado especial de Franco, lo fue incluso de Richard Nixon en el banquete con que celebró su triunfo electoral; dato que nos dice con claridad que tuvo que financiar parte de su campaña. Era, por lo demás, un hombre cortado totalmente con el patrón del José Sazatornil de La Escopeta Nacional: no dudaba en reservar el asiento de avión, o el coche-cama, contiguo al de los ministros del gobierno, para así hacerse el encontradizo.

Como esto no es una novela de misterio, no hay problema en empezar por el final. Matesa era una empresa exportadora, y exportaba, fundamentalmente, un telar. Una máquina textil. No era, pues, un exportador de jerseys, sino de bienes de equipo para hacer jerseys. Poseía una patente, la del telar IWER, cuya idoneidad industrial es algo que se discutió entonces y, supongo se seguiría discutiendo hoy en día si este tema siguiese importando. Pero el telar se vendía.

Consciente de su posición competitiva en un mercado internacional en el que había mucha gente visitando ferias y haciendo ofertas, Matesa se especializó, por así decirlo, en la localización en mercados exteriores de empresas textiles que estuviesen más o menos jodidas. A estas empresas se les ofrecía asesoramiento técnico y comercial; en algunos casos, también societario.

Una vez asesorada la empresa, el primer consejo importante que daba Matesa era que la empresa tenía que modernizarse; en corto: comprar sus telares. Matesa era muy competitiva en la venta, porque su telar no era malo pero, sobre todo, porque su venta, la exportación, se realizaba con financiación del Banco de Crédito Industrial. Esa financiación, en cualquier caso, no eran subvenciones, sino créditos.

El problema Matesa fue un problema de crecimiento. Al principio, el objetivo de los técnicos exportadores de la empresa fueron empresas que estaban en la cuerda floja, pero en posición defendible. En esos casos, el tema funcionó: la empresa holandesa, canadiense o estadounidense remontaba en el mercado gracias a los telares nuevos y el asesoramiento de Matesa, regresaba al terreno de los beneficios y, por lo tanto, cuando vencían los créditos del BCI, Matesa había cobrado sus ventas y asesoramientos adecuadamente, y podía amortizar. Sin embargo, conforme el esquema se fue ampliando, el objetivo fueron empresas cada vez más putomiérdicas. En esencia, pues, el escándalo Matesa, la quiebra de Matesa, no es sino una crisis subprime, pero con telares en lugar de préstamos hipotecarios. Cada vez se exportó a clientes menos potables, y cada vez fue más frecuente que esas exportaciones no generasen en valor añadido con el cual los créditos iban a ser devueltos. A todo esto hay que unir que Matesa tejió un telar tan complejo de empresas fuera de España que, en no pocas ocasiones, las normas franquistas sobre exportación de moneda, que eran estrechísimas por uno de sus mantras era la lucha contra la fuga de capitales, eran incumplidas. En las últimas boqueadas de su crisis, Matesa, ya incluso incapaz de encontrar empresas comprometidas a las que vender, comenzó a crear un falso ritmo exportador, para conseguir los créditos, a base de venderse los telares a sí misma, es decir, a alguna de sus muchas filiales exteriores.

Juan Vila Reyes, máximo directivo de Matesa, tuvo ya un lío a finales de 1967 ante el Tribunal de Delitos Monetarios por una acusación de haber operado fuera de la ley con unos 80 millones de pesetas. Vila se declaró culpable y pagó una multa de tres millones. Las autoridades se mosquearon, pero Vila Reyes jugó sus cartas.

Buen conocedor del ámbito internacional, en el que se movía como pez en el agua, Juan Vila aprovechó la reunión del Fondo Monetario Internacional de aquel mismo año para, aprovechando la visita al mismo de altos representantes españoles, montar allí una auténtica operación de autobombo para demostrar su posición internacional. La Administración franquista tragó el anzuelo y decidió apoyar a saco sus exportaciones a través del BCI.

En realidad, como nadie es tonto, y los altos funcionarios españoles ni lo son ni lo han sido nunca, el franquismo intentó dos cosas en paralelo a aquella mejora de las condiciones de financiación. La primera fue tratar de implicar en las operaciones a la banca privada. Los bancos privados españoles, sin embargo, pronto vieron un riesgo excesivo en aquello, y se hicieron los orejas. La segunda cosa que intentó la Administración fue conocer mejor la realidad de Matesa. En ese toma y daca estaban las cosas cuando, aparentemente, algunas empresas exteriores del grupo tuvieron problemas y fue necesario apoyarlas sacando de España capitales de forma heterodoxa, o sea, ilegal.

Pero, bueno, vayamos paso a paso. El Banco de Crédito Industrial, pieza fundamental de este montaje, fue nacionalizado en 1962. La lista de las personas que fueron nombradas en su alta estructura da la medida de su colonización por esa nueva España económica de la que hemos hablado: Ángel Gutiérrez Martínez, Juan José Espinosa San Martín, Ángel de las Cuevas González, Enrique Sendagorta Aramburu, José Ángel Sánchez Asiaín (futuro presidente del Banco de Bilbao)... son todos nombres que puedes buscar en los manuales de política económica del franquismo, íntimamente ligados al desarrollismo.

El Instituto de Crédito a Medio y Largo Plazo, un organismo que tenía el franquismo para tratar de impulsar y facilitar el flujo de dinero a los productores, le encargó al BCI que crease un sólido sistema de crédito a la exportación, que se consideraba vital para el desarrollismo.

El Plan de Desarrollo se promulga en julio de 1963. Un año más tarde, Matesa amplía su capital social de 12 a 200 millones de pesetas. Unas doce semanas después, el BCI comienza a conceder créditos a la exportación. A finales de aquel año, Matesa ya tendrá un saldo de créditos con la banca oficial de 22 millones de pesetas; 543 millones exactamente un año después. En enero de 1966, el BCI acuerda la concesión de 1.260 millones más a favor de la empresa. Son cifras que parecen poca cosa; pero yo creo que lo mejor que podéis hacer, como primera providencia, es imaginaros que no os estoy hablando de pesetas, sino de euros. Esto os ayudará a haceros una idea del montante de deuda que se estaba creando.

El 11 de marzo de 1966, el Consejo de Ministros aprueba los términos de lo que se conocerá como Carta del Exportador. La Carta del Exportador viene a ser una lista de ventajas fiscales y crediticias para empresas que sean líderes exportadoras, ya que se exige, por ejemplo, que el receptor de las ayudas exporte más del 10% del total exportado en su sector, o que vendan en el exterior más de la mitad de lo que producen. Pero, vamos, el decreto también tiene sus salidas para hacer con él lo que plazca, puesto que, tras haber establecido las condiciones de súper exportador que habrá de tener quien reciba dicha carta, también dice que se podrá conceder “excepcionalmente, a todas las empresas pertenecientes a un sector”. Es decir, que si el gobierno consideraba interesante fomentar la exportación de cerezas, todas las empresas de cerezas podrían recibir ventajas fiscales y créditos financiados con el dinero de todos.

A ver si os vais a pensar ahora que el Next Generation lo ha inventado Von der Mierden.

Las operaciones de crédito a la exportación se financian acompañadas de un seguro de crédito con cobertura de impagos y otras circunstancias, provisto por la Compañía Española de Seguros de Crédito y Caución (hoy integrada en el sector privado, grupo Occident; aunque es más lioso que eso, porque lo que entonces hacía CyC hoy lo hace una empresa pública que se llama CESCE). En junio de 1966,. CyC realiza una inspección en Matesa, en la que no encuentra nada raro. Lo que no sabemos es si buscó.

El 31 de diciembre de 1966, la Dirección General de Expansión Comercial propone que se otorgue Carta de Exportador de primera categoría a la empresa Matesa; lo cual no tiene nada de raro, pues prácticamente la Carta del Exportador ha nacido para Matesa. Por mor de esta concesión, la empresa accede a créditos de hasta el 20% del capital circulante de la exportación, y hasta el 85% del valor de la exportación, más un coeficiente de cobertura máximo del 95% para riesgos políticos y extraordinarios, del 90% para riesgos comerciales y de elevación de costes, y del 55% para prospección y asistencia a ferias. En cuanto a los beneficios fiscales, los límites legales de reducción en base imponible se veían incrementados en 10 puntos más. En corto: Matesa pasaba a co-exportar con el Estado español, con el dinero de todos; sólo que el Estado no actuaba como accionista de la operación, sino como mero financiador. De momento.

Para entonces, Matesa debía créditos públicos por valor de 1.971 millones de pesetas. CyC inspecciona a las filiales de Matesa en Brasil y Perú. Tampoco encuentra nada raro.

Con fecha 24 de febrero de 1967, Juan Vila Reyes se convierte en el propietario único de Matesa, o cuando menos su familia. El propio Vila, su hermano Fernando Vila Reyes y Manuel Salvat Dalmau (de la familia editora Salvat) son nombrados administradores únicos solidarios.

En mayo de 1967 comienza el runrún. En algunos círculos se comienza a comentar que Matesa, en realidad, se está inventando exportaciones. Que los telares que vende no son para clientes, sino que los vende a sus propias empresas para así generar la ficción de una venta exterior que active los beneficios de su Carta del Exportador. Algunos días después, sin embargo, Radio Macuto (nada oficial) fibrila el dato de que ha habido inspecciones, y se ha descubierto que las ventas lo han sido a empresas estadounidenses. Por el momento, pues, tranquilidad.

Como ya os he comentado, sin embargo, hay problemas en el Paraíso. En octubre de 1967, el Tribunal de Delitos Monetarios condena a Vila Reyes por extracción de moneda fuera del territorio nacional. Sin embargo, argumenta el juez, la pena es mínima, primero porque los acusados han colaborado con el juicio; y, segundo, porque el dinero sacado no era para putas y juergas, sino para poder exportar. El mismo mes de la condena, CyC inspecciona la filial canadiense de Matesa y emite un informe impoluto.

El 6 de noviembre de 1967, algo huele a podrido en el BCI. El banco oficial emite un informe para el Instituto de Crédito a Medio y Largo Plazo en el que no esconde su acojone. Para entonces, el saldo deudor de Matesa con la institución es de 3.700 millones de pesetas. El BCI recomienda que el marrón se comparta con la banca privada, pero reconoce que los bancos que se toman en serio la gestión del dinero de sus clientes, que son aquéllos que gestionan recursos que son de alguien (recuérdese: “el dinero público no es de nadie”: Carmen Calvo dixit); los bancos serios, digo, reconoce el BCI, no quieren acercarse a ese agujero negro ni para comprar pipas. El Consejo Ejecutivo del Instituto contestará diez días después que “se trata de un asunto de garantías de competencia del BCI”; o sea, aparta de mí ese cáliz, mamón. Eso sí, le ofrece una salida al toro manso afirmando que sería una buena idea convocar una reunión con la banca privada.

Dicho y hecho. En el viejo caserón del Banco de España (que, en realidad, no es tan viejo, pues viejo era el palacio de Paco Alcañices, que lo predató) se celebra una reunión a la que acuden representantes del Banco de Crédito Industrial, Banco Exterior de España, Banco de Vizcaya (la V de BBVA), Banco Popular (hoy en el BSCH) y Banco Español de Crédito (ídem). La reunión sirve para poco más que para concluir que poco se puede avanzar si los directivos de Matesa no acuden también para explicar su mojo. Al finalizar aquel año de 1967, Matesa le debe al BCI 4.000 millones de pesetas. A la banca privada, 243 millones.

Cuatro días después, la víspera de la víspera de Reyes, se celebra otra reunión en el mismo sitio. A los asistentes de la anterior se une el Banco Central (la C de BSCH), el Hispano-Americano (la H de BSCH) y el Banco de Bilbao (la segunda B de BBVA). Además, asisten Vila Reyes y otros ejecutivos de su empresa. Según los datos disponibles, los matesos estuvieron torpones, metafísicos y oblongos. O sea, que no dieron ni un puto dato interesante. La reunión se disuelve sin una triste conclusión que llevar al acta. Aun habrá otra reunión a finales de febrero, también sin resultado.

Da la impresión, pues, de que todo el mundo, a principios de 1968, sabe lo que tiene que saber: los de Matesa, que se han cagado; y los bancos, que los pantalones les huelen a mierda.

En el BCI siguen intentando compartir el marrón. Al fin y al cabo, todos los créditos a la exportación concedidos están asegurados. Así pues, el banco le advierte de que ha detectado que Matesa ha vendido telares a filiales suyas en Latinoamérica. Ese mismo mes de marzo, Hacienda manda al Séptimo de Caballería: la Dirección General de Aduanas inicia una inspección sobre Matesa.

En este ambiente, como el franquismo también tiene sus inercias, Juan Vila Reyes es distinguido en junio con la Orden de Alfonso X el Sabio.

2 comentarios:

  1. "Paco Alcañices"
    Pepe Alcañices, o sea, José Osorio y Silva, duque de Sesto

    Eborense, conde de Ibeagh

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  2. Anónimo12:09 p.m.

    el abogado gil robles trata de aclarar el asunto ante los tribunales; el abogado gil robles investiga minuciosamente el asunto

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