Últimas esperanzas
La ofensiva de Cataluña
El mes de enero de las chinchetas azules
A la naja
Los tres puntos de Figueras
A Franco no le da una orden ni Dios
All the Caudillo's men
Primeros contactos
Casado, la Triple M, Besteiro y los espías de Franco
Negrín bracea, los anarquistas se mosquean, y Miaja hace el imbécil (como de costumbre)
Falange no se aclara
La entrevista de Negrín y Casado
El follón franquista en medio del cual llegó la carta del general Barrón
Negrín da la callada en Londres y se la juega en Los Llanos
Miaja el nenaza
Las condiciones de Franco
El silencio (nunca explicado) de Juan Negrín
Azaña se abre
El último zasca de Cipriano Mera
Negrín dijo “no” y Buiza dijo “a la mierda”
El decretazo
Casado pone la quinta
Buiza se queda solo
Las muchas sublevaciones de Cartagena
Si ves una bandera roja, dispara
El Día D
La oportunidad del militar retirado
Llega a Cartagena el mando que no manda
La salida de la Flota
Qué mala cosa es la procrastinación
Segis cogió su fusil
La sublevación
Una madrugada ardiente
El tigre rojo se despierta
La huida
La llegada del Segundo Cobarde de España
Últimas boqueadas en Cartagena I
Últimas boqueadas en Cartagena II
Diga lo que diga Miaja, no somos amigos ni hostias
Madrid es comunista, y en Cartagena pasa lo que no tenía que haber pasado
La tortilla se da la vuelta, y se produce el hecho más increíble del final de la guerra
Organizar la paz
Franco no negocia
Gamonal
Game over
En la mañana del 24 de marzo, el Consejo volvió a reunirse. Se discutió, fundamentalmente, la propuesta de Casado de enviar al duque de Frías, José María de la Concepción Fernández de Velasco y Sforza-Cesarini, presente en Madrid, a zona nacional con una carta para Franco. A pesar de las protestas, lógicas, de Besteiro y los anarquistas, que no le veían lógica a una gestión tan peripatética, parece ser que se aprobó encomendar a Frías dicho viaje; aunque Casado, en sus memorias, nos quiere hacer creer que fue el duque quien se ofreció. Franco, por otra parte, no vio motivo alguno para recibir al duque, así pues la carta no sirvió para nada. En la misiva, Casado volvía a jugar, una vez más, la carta de que, en apenas horas, la confianza del pueblo de Madrid hacia él se podía convertir en rabia y violencia, si no se anunciaba un acuerdo.
En otro orden de cosas, el Consejo sigue debatiendo la estrategia a seguir. Besteiro propone que, si la Aviación no puede rendirse al día siguiente (25), por lo menos se entregue la ciudad de Madrid; un gesto con importante carga simbólica. El representante anarquista, el de UGT y Carrillo se mancomunan en la idea de que, si no se firma un documento público, se niegue la entrega de los aviones. Casado no vio otra salida que proponer una nueva entrevista (justo lo que Franco había dejado claro que no quería).
Ese mismo día 24, se procedió al fusilamiento del coronel Barceló, encausado, junto al también coronel Bueno, por rebelión (a Bueno le cayeron quince años). Es posible que el comisario José Conesa Briega fuese fusilado en la misma ejecución. Ya el día 13 de marzo, esto es, horas después de que la rendición de los comunistas se hubiese producido, un Tribunal Militar Permanente se había encargado de analizar la causa de la rebelión contra el Consejo. Con gran rapidez, concluyó que el jefe de la misma había sido Barceló, asistido por Ascanio y dos militares más (Diéguez y Cabo Giorla) además de dos comisarios (Poveda y Conesa).
De cara a la segunda reunión que ahora se quería tener, Casado redactó dos cartas más. La primera de estas cartas fue, con seguridad, una iniciativa suya y sólo suya, ya que, por ejemplo, Matallana se mostró totalmente contrario a la misma. Sucintamente, Casado recuperaba la idea de que era necesario llevar a cabo el plan de entrega por fases, además de exigirle a Franco la firma de un documento que se haría público (o sea: al tipo que estaba ya tocando con los dedos la redacción del parte final de guerra que todos conocemos, pretendía convencerlo Casado de que firmase una especie de armisticio). Asimismo, esta vez con buen criterio, proponía que los aviones no fuesen entregados a Franco, sino que quedasen en los aeródromos republicanos, para así evitar la fuga de los pilotos.
Ante la oposición de Matallana, y tal vez de otros como Besteiro, Casado redactó una segunda carta, más lenitiva: se exigía un documento en el que se fijasen las concesiones (es decir, que respondiese a las dudas de Garijo en Gamonal); se ofrecía la entrega de parte de los aviones el 28; y se afirmaba que después se haría entrega de la zona republicana “de la forma en que se acordará”.
En la mañana del 25 de marzo, Garijo y Ortega volaron a Burgos por segunda vez. Los reunidos fueron exactamente los mismos.
Garijo explicó sucintamente lo discutido por el Consejo tras la primera entrevista. Los franquistas, fríamente, contestaron como Ray Liotta en Goodfellas: fuck you, pay me. O sea: le preguntaron si esa tarde iban a llegar los aviones republicanos, o no. Garijo se escudó en el tiempo (caía aguanieve en Burgos); y añadió que el jefe de la Fuerza Aérea estaba dispuesto a entregarse personalmente (cosa que no sé si se inventó o era cierta), pero que por el resto de aparatos no respondía. Añadió que “dificultades de orden técnico” hacían imposible cumplir la fecha (que, recordemos, era ese mismo día).
Acto seguido, Garijo, tras agradecer la benevolencia que mostraba el Generalísimo, sacó a pasear la idea de que, si tan benevolente era, que lo pusiera por escrito en un documento público que, curiosa aclaración, no demandaban los militares, sino los políticos; así pues, Garijo parecía querer decir que los uniformados no temían nada, que quienes se estaban haciendo caquita eran los políticos.
Acto seguido, Garijo explicó con total transparencia la génesis de las dos cartas de Casado (la primera, más dura y exigiendo la entrega por fases; la negativa de Matallana; la redacción de la segunda, algo más blanda pero que seguía sin aceptar las condiciones puestas por los franquistas en la primera entrevista de Gamonal). Insistió en que era necesario un documento público de capitulación para que el Consejo siguiera teniendo la confianza de la gente (una vez más, pues, agitando el fantasma de la vuelta de los comunistas). El acta de Gonzalo Victoria muestra hasta qué punto él y Ungría tenían calado a Casado, pues comenta que los negociadores republicanos quieren llevarse a toda costa un documento firmado por alguien “para seguramente explotarlo después como tratado o acuerdo de paz”.
Casi lo consiguen. Gonzalo Victoria hizo un resumen de las condiciones propuestas por Franco y Garijo pidió fijarlas en un documento, a lo que Gonzalo, aparentemente y según el acta, accedió a que las escribieran (aunque no está claro que se ofreciese a firmarlas; yo creo que no). Sin embargo, en ese punto telefoneó al general de Estado Mayor del Cuartel General (tal vez Francisco Martín Moreno, tal vez Juan Vigón), quien dio orden que la reunión había acabado en ese momento, y que los dos republicanos se regresasen a Madrid, que todavía tenían tiempo. Garijo debió ver muy claro que aquello era la ruptura, porque hizo todo lo posible por quedarse.
A las nueve y media de la noche, el Consejo se reunió de nuevo. Casado dice en sus memorias que las negociaciones se habían roto a las seis de la tarde, cuando los franquistas comprobaron que no venía ningún avión republicano, esto es, se contravenían sus instrucciones. Ignoro si Garijo llevaba ese mensaje desde Gamonal (el acta de Gonzalo Victoria no lo dice) o es una conclusión del coronel; pero cuando menos yo reputo esta ruptura bastante probable. La actitud mostrada en todo momento por Gonzalo y Ungría me hace pensar que, desde el primer momento, la convicción de Franco era romper la baraja en cuando se incumpliese la primera de sus condiciones.
Casado argumentó que si todo el problema era que no se habían entregado los aviones, y puesto que los mandos del cuerpo estaban por la labor de verificar la entrega, todo era un problema de solicitar un aplazamiento. Besteiro opinó que lo que había que hacer era acelerar la evacuación, pues temía que, tras la ruptura, Franco procediese a un ataque final que los pillase a todos en bragas. González Marín y Carrillo, ambos en su República Matrix, seguían exigiendo firmeza. El único acuerdo al que se llegó fue la elaboración de un documento resumiendo las conversaciones entre ambas partes, que sería hecho público.
A eso de la una de la madrugada del 26 de marzo, se mandó un mensaje a Burgos anunciando que al día siguiente, lunes, se entregaría la Aviación. A las 3 de la mañana, Burgos envía un mensaje en el que informa de que es inminente un avance de las tropas nacionales en dos puntos del frente, y que es conveniente que se den instrucciones a las tropas republicanas para que saquen bandera blanca.
En otras palabras: a la mierda. Esto lo voy a resolver a hostias.
Cinco horas después, el Consejo Nacional de Defensa envía su último mensaje: Este Consejo, que ha puesto de su parte todo lo humanamente posible en beneficio de la paz, con la asistencia incondicional del pueblo reitera a este gobierno que la reacción que pueda producir la ofensiva constituye su preocupación fundamental y espera que, para evitar daños irreparables producidos por la sorpresa, permita la evacuación de las personas responsabilizadas. De otro modo, es deber ineludible del Consejo oponer resistencia al avance de esas fuerzas.
En la madrugada del día 26, en el sector de Peñarroya-Espiel, ha comenzado la última ofensiva. En dicho frente, un teniente apellidado Aramendía será el último muerto de la guerra registrado por los nacionales. Horas después, los nacionales han tomado ya la mercurial Almadén. Amanece el 27 de marzo y cae el frente de Toledo. Ese mismo día, todavía se reúne el Consejo Nacional de Defensa en Madrid. El día antes, por radio, han hecho públicos los términos de la negociación con Franco; pero ya da igual. Ahora, ya sólo tratan la evacuación a Valencia. Casado y Val todavía se quedan algo más en Madrid, además de Besteiro, que ha resuelto no marcharse.
Ese mismo día, Casado ordena al coronel Adolfo Prada que rinda el ejército del Centro. Los nacionales están ya tan sobrados que el jefe de la 26 División, aposentada en la Ciudad Universitaria, le cita al día siguiente para rendirse.
A las 7 de la mañana del 28 de marzo, Mera recibe la orden de Casado de irse a Valencia. En el IV Cuerpo no había habido apenas deserciones; los anarquistas se marchan ordenadamente. Horas después, desde Algete despega un avión en el que van Casado, Val, García Pradas, Salgado y otra gente. A la una de la tarde, según habían sido citados, Prada, su jefe de EM José García Viñals, el mayor Francisco Urzáiz y el teniente coronel médico Manuel Medina Garijo se presentan ante el coronel Eduardo Losas, quien los recibe un poco pasota y, acto seguido, les comunica que son prisioneros. También de buena mañana de ese día, Valdés Larrañaga cursa órdenes a diferentes falangistas madrileños para que se dirijan a las prisiones y las abran.
El resto ya es otra Historia.
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