miércoles, febrero 02, 2011

Ficcionar la Historia (Anexo: la II República)

Un amable lector de este blog me ha enviado algunos enlaces a unas declaraciones de un diputado del Partido Popular, Ramón Moreno, quejándose del presunto sesgo ideológico de una serie de la tele pública que se llama 14 de abril, la República. Según este señor, que tiene la ventaja sobre mí de haber visto lo emitido de la serie (yo estoy demasiado ocupado intentando que Romano Pontífice, que así se llama mi jugador creado en el NBA 2K11, y que está en su año de rookie, se abra un hueco como alero titular de los Spurs), en la serie hay diálogos y cosas que, en realidad, están hechas a la mayor gloria del partido gobernante. Su opinión se puede encontrar aquí.

Este asunto plantea, de nuevo, un temita sobre el que ya escribí en su día unas notas, cuando salió la serie de Antena 3 sobre Viriato. Todo lo dicho en su día es aplicable aquí. El primer problema, y eso es algo de lo que Moreno no habla porque no es un problema político sino de márquetin y audiencias, es que en una serie de televisión lo que manda es el atractivo. El pobre Viriato, que probablemente sería un tarugo de metro y medio con pelos hasta detrás de las orejas, ha de ser convertido en un George Clooney con denominación de origen Piel de Toro para que la gente lo vea.

Yo no sé si os habéis dado cuenta, pero hasta hace bien poco hemos vivido en un siglo, el XX, que bien podría ser considerado el siglo de la relativización de la verdad. Ha sido el siglo que ha defendido la idea de que la exigencia de veracidad para las cosas es una exigencia genérica; dicho de otra forma, si el conjunto de los hechos narrados son razonablemente veraces, en realidad que los detalles sean inventados no importa. Hijos de esta teoría son los libros de nuevo periodismo que pululan por las librerías, que te cuentan la historia de, un suponer, Zapatero, y van y te cuentan hasta lo que tiene en el cajón de su mesilla de noche. Se lo inventan, claro. Pero es que lo importante es que el libro en su conjunto sea veraz; si en tal o cual paginita se cuela una coña inventada, qué más da.

Así las cosas, los guiones históricos, en el cine y sobre todo en la televisión, parecen armados como tiendas de campaña. Hay cuatro o cinco o siete puntos de apoyo sólidos, que son las cuatro, cinco o siete cosas que da por hechas el historiador de turno que asesora a los guionistas, y luego éstos ponen la lona encima, y lo mismo fabrican un tipi comanche que la jaima de Gadafi.

Cuando una serie histórica de la tele lo que hace, en realidad, es relatar situaciones universales (chico ama a chica, Fulatino tiene problema con padre Fulanote porque es un carca, etc.) que sitúa en un determinado entorno histórico, la cosa es más fácil de hacer. En mi gusto personal, en este terreno es absolutamente canónico el ejemplo de Upstairs, downstairs, serie británica en la que hasta los acentos y el vocabulario de los personajes (sobre todo de los sirvientes) están trabajados para reproducir el ambiente social e histórico de la época; basta con medio minuto de diálogo en la cocina, por ejemplo, para apreciar la notable diferencia existente entre el mayordomo Hudson y el resto de la servidumbre. Que no hay cosa más estomagante que encontrarte un día en la tele con un concurso cualquiera presentado por un actor, y días después ver a ese mismo actor haciendo de tornero-fresador en la Cataluña de 1854 (eso suponiendo, que yo tengo mis dudas, que en 1854 hubiese tornero-fresadores), y encontrarte con que habla exactamente igual. En todo caso, como digo, son series más fáciles de hacer porque, en realidad, el entorno histórico es sólo un velo.

La segunda categoría serían las series en las que la Historia es protagonista. Aquí, la verdad, la única manera de hacer las cosas bien, que comprendo que es jodidilla para los productores que quieren tener un full control sobre las historias para poder hacerlas virar según los gustos de la audiencia, es atarte con cadenas, o bien a los hechos si son suficientemente conocidos y contrastados (lo que ocurre pocas veces); o bien a una versión concreta de dichos hechos. Es lo que hace, por ejemplo, I, Claudius, serie que, by the way Robert Graves, está basada, casi al milímetro, en los chascarrillos que cuenta Cayo Suetonio en su famoso libro sobre los doce césares. Las historias de Suetonio son más que cuestionables, porque su libro, en realidad, es un libro político de un escritor que tenía dos poderosas razones (ser miembro de la nobleza ecuestre, y ser republicano) para poner a parir a los emperadores (sin ir más lejos, buena parte de las cosas que dice de Tiberio hoy se cuestionan, y mucho). Pero, bueno: es un escritor clásico, es una versión, por así decirlo, cerrada, yo la cojo, la adopto y hago una serie. Pues miel sobre hojuelas.

Dice bien Moreno cuando dice que en la tele pública parece haber cierta obsesión por historiar la República y el franquismo en sus series. Lo que pasa es que a mí, así, en principio y en frío, no me parece mal. Sin embargo, el matiz que hay detrás, y en el que ya no tengo las cosas tan claras, es si verdaderamente se puede hoy, en España, hacer series históricas sobre esos años y hacerlas medio bien. Algo bastante dudoso.

Hay tres barreras para esto. La primera es la ideología. En la España de hoy, casi todas las visiones de la guerra de los propios historiadores son visiones bastante preñadas de ideología. Por ejemplo, como ya tuve la ocasión de comentar cuando glosé al personaje, probablemente la peor manera de acercarse a un juicio ponderado de Lluis Companys es fiarlo a la historiografía catalana. En realidad, a mi modo de ver en la interpretación de la República ha habido en España dos tsunamis historiográficos; el primero, obviamente, fue el franquista, y se basó en la construcción de una versión de los hechos en la que las dos palabras clave eran Terror y Rojo; todo lo que no cupiese en esa faja, simplemente, se negaba. El segundo tsunami es de signo exactamente contrario y se basa, fundamentalmente, en la defensa de tres grandes ideas:

* La guerra civil fue impulsada por los intereses y privilegios de unos pocos (negación del efecto rebote o hartazgo frente a los desafueros de los sucesivos gobiernos republicanos).

* Los únicos hechos calificables como represión organizada son los producidos en el bando franquista (o lo que yo llamo teoría de los incontrolados: todos los errores cometidos en el bando republicano lo fueron por grupos o personas que obraban individualmente y sin control).

* Todas las fuerzas políticas y sociales que apoyaron el alzamiento eran antidemocráticas (lo cual probablemente es, cuando menos, estadísticamente cierto); y todas las que apoyaron a la República eran democráticas (lo cual es menos cierto que la afirmación de que San Pablo nació en Catoira).

Desde 1945, por poner un año en el que más o menos comienza la reconstrucción histórica de la República y la guerra civil, hasta el momento presente, los esfuerzos españoles, y muchos extranjeros, por historiar la guerra civil, no han podido superar la visión binaria en la que uno y otro tsunami nos sumergen. Unos y ceros. Blanco y negro. Uno tiene que ser enormemente bueno, y el otro enormemente malo.

La única serie de la época de la tele que he mirado alguna vez es Amar en tiempos revueltos. Recuerdo un episodio relativamente reciente en el que un personaje, un hombre de negocios falangista y, por supuesto, del régimen, visita la embajada, creo que de Guatemala, donde hay una recepción de negocios. El tipo se toma unas copas y se pone alegre (hasta ahí todo muy creíble, muy español) y se dedica a perseguir a la esposa del agregado de negocios de la embajada (punto en el que la historia empieza a ser un tanto acojonante: hasta un retrasado mental sabe que tratar de violar a la mujer del jefe no es la mejor forma de hacer negocios con él). En fin, al final el marido, o sea el encargado de negocios, se lo lleva para salvar a la mujer, y se produce un diálogo sencillamente alucinante entre ambos. Cada una de las intervenciones del falangista está repleta de desprecio hacia los guatemaltecos, a los que moteja de indios atrasados; una vez más, el guionista que escribió este diálogo no ha tratado nunca de hacer negocios, porque si lo hubiera hecho sabría que todo aquel que trata de vender lo que hace es dorarle la píldora al posible comprador, no despreciarlo.

Por lo tanto: falangista = putero, machista, borracho, chulo, racista. La escena, a mi modo de ver, viene a demostrar que los guionistas se apoyan en la ideología para escribir. Porque si se apoyaran en la Historia, en los datos, les resultaría veinte mil veces más sencillo, y creíble, poner a parir a Falange y a los falangistas sin tener que convencer al mundo de que eran todos puteros, machistas, borrachos, chulos y racistas. Que, por cierto, no todos lo eran.

La segunda barrera, tras la ideología, es el objetivo último que buscan estos guiones. Porque el objetivo último de los guiones no es describir la Historia, sino juzgarla. Y juzgarla, además, con los ojos de hoy. Esto es lo que hace que, en estas series sobre la República y el franquismo, yo siempre tenga la sensación de estar viendo como una historia en la que una serie de personajes de hoy han sido abducidos y llevados en una máquina del tiempo al pasado. O sea, el bedel de ministerio Imanol Arias de Cuéntame no es un bedel de ministerio de los sesenta, sino un bedel del 2011 al que alguien, como por casualidad, ha colocado en los años sesenta. Creo que ya lo he escrito alguna vez; yo dejé de ver Cuéntame el día que pusieron un episodio en el que Ana Duato, que cose pantalones con bastante pericia, es contactada por unos tipos, creo que de El Corte Inglés o así, que quieren que cosa para ellos... y la mujer se va, sola, a una cena de negocios mientras el marido espera en casa. Señores guionistas: eso será lo que pasaría hoy; en los años sesenta, en una familia además de extracción baja como los Alcántara, la mujer se iba a ir a cenar sola con otros hombres por los huevines treinta y tres.

Otro ejemplo son los policías angélicos de Amar en tiempos revueltos. Qué razón tienen los guionistas. En los años cuarenta y cincuenta, los delincuentes estaban deseando ser detenidos para poder charlar de nuevo con gentes tan simpáticas y democráticas (aparte del detalle estúpido de que, en las escenas en la comisaría, se ve casi siempre un policía en posición de firmes en el pasillo... ¿qué es aquello, la comisaría de Chamberí o el despacho oval?)

Por lo demás, en todas las series sobre el franquismo siempre falta un elemento: el miedo. Y, visto lo visto, tiene su lógica. Como los guionistas que las escriben tienen treinta y tantos, viven en el 2011 y no tienen miedo, pues sus personajes tampoco.

La tercera y última gran barrera es, cómo no, el desconocimiento. Ambientar un momento histórico es una cosa muy jodida cuando es ambientable (hay veces que no, evidentemente; nadie sabe con certitud, yo qué sé, cómo funcionaba la administración del palacio de un faraón). Hay detalles, historias, movidas mil, que hacen que sea imposible no fallar. Ya he contado en este blog que los freaks de The Godfather han detectado que, en la escena de la primera parte Michael Corleone (Al Pacino) llama desde una cabina para ver cómo está su padre, pasa por detrás un Volkswagen que se comenzó a fabricar dos años después del año en que supuestamente está ocurriendo la escena. Este tipo de cosas quedan para los muy muy aficionados. Pero, lamentablemente, los errores no siempre son tan sutiles. Y el caldo de cultivo es el desconocimiento general sobre aquellos tiempos. Este fin de semana me ha llamado la atención ver en la tele informaciones sobre una pequeña manifestación en Barcelona por la retirada el último monumento franquista de la ciudad. Había allí gentes con banderas catalanas y banderas republicanas, y yo me preguntaba: ¿cuántos de éstos sabrán que la Generalitat de Cataluña, defendiendo la bandera bibarrada, se levantó en golpe de Estado contra el gobierno que actuaba bajo la bandera tricolor?

En suma y por resumir. La posición del diputado del PP, además se servir a sus intereses políticos que eso es cosa suya, aflora, a mi modo de ver, un hecho interesante de estudiar, que es que, en el año 2011, cuando estamos prontos a celebrar el 80 aniversario de la proclamación de la II República, todavía en España somos incapaces de fabricar storyboards decentes sobre el tema. Y eso es algo que pasa después de que el franquismo, primero; y la democracia, después, hayan exprimido este limón en las pantallas de los cines hasta el hartazgo.

El tiempo que media entre el momento presente y la II República es básicamente el mismo que media entre el momento presente y la llegada al poder de Adolf Hitler en Alemania, y no parece que los alemanes sufran de la misma incapacidad que nosotros. Al fin y a la postre, la triste conclusión de estas notas es que, quizá, la diferencia entre nosotros y los alemanes es el largo periodo del franquismo. El franquismo es una enorme distorsión en la Historia de España, en sus usos de pensamiento, en su evolución social, y a día de hoy vivimos las consecuencias.

Porque nosotros pensábamos que el franquismo había distorsionado la cabeza de los franquistas. Pero, poco a poco, hemos acabado por darnos cuenta de que, también, ha distorsionado la de los antifranquistas.

lunes, enero 31, 2011

Mano negra, Mano Blanca (9)

El viernes, 17 de agosto de 1923, Ana Lonergan cumplió su sueño acariciado durante años. Mientras daba vueltas bailando con unos y con otros en el Patrick Mulhern Caterers de la Cuarta Avenida, la hermana de Pegleg Lonergan todavía no podía creer que, finalmente, su amor de toda la vida, Wild Bill Lovett, le hubiese dicho, finalmente, que sí. Los quince días de luna de miel de la pareja en el Catskill Mountain Resort Hotel sellaban, pensaba Ana, una época en la vida de su ya marido.

¿Por qué accedió casarse Lovett? No lo sabremos nunca con certeza. Es posible que se sintiese mayor, y también es posible que se sintiese, si era realista, menos poderoso que antaño. Para cualquier persona con dos dedos de frente era bastante claro que la Mano Negra estaba ganando la guerra. Que, igual que había ocurrido en Chicago, donde Al Capone estaba barriendo a las mafias originales, los italianos llevaban camino de hacerse con el crimen organizado en Nueva York. Y estaba la insistencia de Ana, enamorada de aquel hombre desde el Cretácico y decidida a cambiarle la vida.

De hecho, cuando la pareja regresó de su luna de miel, Ana impuso la búsqueda de su nueva casa fuera del entorno ya conocido de Brooklyn. Se fueron incluso fuera de Nueva York y allí, lejos de la gran ciudad, comenzó el lento pero constante proceso de convencimiento femenino para que Lovett abandonase la dirección de la Mano Blanca. En realidad, Lovett transigió por el hecho claro de que, retirado él, sería Pegleg quien le sucediese. De esta manera, él seguía teniendo vínculos intensos con la Mano Blanca.

La «dimisión» de Wild Bill Lovett se produjo el 21 de septiembre de 1923, en el garage de Baltic Street. De esta manera Richard Lonergan fue investido nuevo jefe de la banda.

Wild Bill y su mujer se fueron a vivir a un chalé a Little Ferry, New Jersey. Lovett se empleó como soldador en los astilleros de la ciudad, pero por el astronónico sueldo de 250 dólares a la semana. Los antiguos protegidos de la Mano Blanca pagaron parte de su tributo con aquel sueldo.

El 31 de octubre de 1923, Lovett llevaba ya como un mes en su nueva vida y daba la impresión de ser intensamente feliz. Probablemente, lo era. Ganaba más que la mayoría de los asalariados, vivía au dessus de la melée, tenía una mujer que le amaba, una casa envidiable, y ninguna de las preocupaciones inherentes a la dirección de una organización criminal. A su mujer no le extrañó que, aquel día, le dijese que se iba a acercar por Brooklyn para tomar una copa con sus viejos compañeros.

Así lo hizo. Lovett condujo hasta la Bridge Street, en cuyo número 25 había un local de expedición de alcohol llamado Lotus Club. Ningún miembro de la Mano Blanca estaba allí, pero eso no le importó a Lovett, quien se dedicó a beber en compañía de Joe Flynn, un estibador al que conocía. Pasaron tres horas bebiendo juntos sin parar hasta las 10,30, hora en la que Flynn se marchó del local, más reptando que andando.

Una vez que se quedó solo, Lovett se dio cuenta de que no podía volver a casa. Estaba al borde del coma etílico, así pues la opción de conducir era implanteable. Así pues, puesto que conocía bien el local, se arrastró a la trastienda, buscó un banco de madera que había allí, y allí se acostó a dormirla.

Media hora después, a eso de las once, ya no quedaba nadie en el local, excepto John Flaherty, el encargado. Al comprobar el local antes de irse, Flaherty descrubrió a Lovett, profundamente dormido en la trastienda. No quiso molestarlo. Con una sonrisa comprensiva, decidió marcharse dejando al irlandés dentro.

Al salir se encontró con el portero de la finca, el italiano Antonio Maglioni, que también hacía de barrendero en el local. Le comentó, más como un chiste que como otra cosa, que Lovett se quedaba dentro.

Una confesión inocente que selló su destino.

Maglioni se quedó barriendo el local una hora más. Después, se marchó a su casa, en la Cuarta Avenida, muy cerca del garage de la Mano Negra. De hecho, tenía que pasar por delante de él y, cuando lo hizo aquella noche, quiso la casualidad que Willie Altierri lo saludase. Maglioni ni era un chivato ni quería la muerte de Lovett. Él se limitó, como Flaherty, a comentar algo inusitado, como era el hecho de que Lovett se hubiese tenido que quedar a dormir en el Lotus. Pero, obviamente, Altierri hizo una lectura completamente diferente del dato.

Altierri fue a buscar a Augie The Wop y a Silk Stocking Guistra.

Los tres llegaron al Lotus a la una y cuarto de la madrugada. Allí encontraron a Lovett, y le dispararon catorce veces. Lo que ocurrió es que los italianos venían tan mamados del garage de la Mano Negra que, increíblemente, pese a disparar contra un objetivo dormido y quieto, sólo le dieron tres veces, y ninguna de ellas mortal. Lovett acabó por despertarse y, cuando se dio cuenta de lo que pasaba, comenzó a buscar su arma. En ese momento, Dos Cuchillos apartó por un momento los velos del alcohol para terminar el trabajo con uno de sus cuchillos, para siempre.

Lo que siguió a la muerte de Lovett es lo más parecido a una guerra en las calles que se puede imaginar. En poco más de un trimestre, 19 italianos y 21 irlandeses fueron asesinados. El 4 de noviembre, apenas unos días después de la muerte de Lovett, el primero de la lista fue Antonio Maglioli, es decir el portero que, casi sin querer, había dado la pista sobre Lovett; fue atropellado mientras se dirigía a la boda griega de la hija de un amigo suyo. La Nochebuena de 1923, fue Eddie «Ducky» Callaghan, primo de Eddie Lynch, quien fue asesinado.

La guerra siguió, con distinta intensidad, hasta finales de 1924. Terminó porque Yale hizo un movimiento maestro. Atendiendo a las peticiones de Al Capone, Frankie Yale y algunos de sus guardaespaldas viajaron a Chicago y, allí, dispararon y mataron a Dean O'Bannion, el líder de la mafia irlandesa de la ciudad que todavía luchaba por la supremacía de la ciudad con Capone. Aquellos eran otros tiempos y los jefes mafiosos no eran todos tipos que viviesen en mansiones o en plantas de hoteles de lujo (como Capone), sino que tenían la fachada de una simple vida honrada. La de O'Bannion era su presunta profesión de florista, y a su tienda fueron los italianos a verlo y a matarlo.

Como contraprestación por este trabajo, Capone apoyó la candidatura de Frankie Yale al frente de la Unione Siciliana, lo que años después cristalizaría en el Sindicato del Crimen, lo cual le dio contactos con organizaciones italianas de todo Estados Unidos. Pegleg Lonergan y su menguante Mano Blanca no podían contra algo así.

En la noche del sábado, 17 de enero de 1924, se produjo una escena casi increíble: Pegleg Lonergan, Eddie Lynch y Ernie The Scarecrow, entrando por la puerta del Club Adonis. El propio Yale les había invitado. Se firmó la paz mediante la demarcación de las correspondientes comunidades autónomas. Yale y Lonergan se repartieron Brooklyn como buenos hermanos. Los italianos se quedaron los llamados Green Docks, mientras que los irlandeses se quedaron los Greenpoint Piers.

La paz duró cinco meses. Hasta que los irlandeses se dieron cuenta de que, oh casualidad, el tráfico de Greenpoint Piers, mayormente internacional, decaía constantemente, mientras que en los muelles de los italianos, casi todos dedicados al tráfico interior, se mantenía. Es difícil que Yale previese este hecho, pues para ello habría tenido que ser un experto economista; pero el hecho es que ocurrió, y que los irlandeses se sintieron engañados por ello. Así las cosas, Lonergan ordenó comenzar las actividades en los muelles de los italianos como si no hubiese habido acuerdo. El viernes, 19 de junio, Augie The Wop Pisano y Silk Stocking Guistra se encontraron en uno de estos muelles, el de las Intercoastal Shipping Lines, con Ernie Skinny Shea y Wally The Squint Walsh. Los irlandeses intentaron defenderse, pero Guistra fue especialmente rápido y dejó seco de un tiro a Walsh. Como respuesta, en los días siguientes la Mano Blanca acabó con tres soldados de la Negra: Antonio Abondando, Victor Cerullo y Michael D'Onofrio.

La guerra, sin embargo, no tuvo esta vez color. En diciembre de 1925, le había costado ocho vidas a la Mano Negra, y 26 a la Mano Blanca. La derrota se mascaba entre los irlandeses. Lonergan seguía apoyando una estrategia de enfrentamiento, pero la sensación de que iba a perder hizo que algunos comenzasen a pensar en arreglar las cosas por su cuenta.



En la tarde del 12 de diciembre de 1925, Eddie Lynch, uno de los principales lugartenientes de la Mano Blanca, hizo saber a Frankie Yale que quería verle.


Comenzaba el último acto de la guerra entre la Mano Negra y la Mano Blanca.