jueves, agosto 10, 2006

La extraña entrevista de Amaro del Rosal

Tal y como he prometido, voy a hablar aquí, en medio de la canícula, de la que a mí me parece la más extraña entrevista celebrada en el marco de los trabajos para la preparación del golpe de Estado revolucionario de izquierdas que hoy conocemos, habitualmente, como Revolución de Asturias o Revolución de Octubre.

Como es sobradamente conocido, este golpe de Estado comienza a gestarse, si no logísticamente sí en las cabezas de sus organizadores, en el otoño de 1933 cuando, tras una victoria electoral sin paliativos del centroderecha (es el Partido Radical quien gana las elecciones, pero sus resultados dejan claro que gobernar es imposible sin el concurso de la CEDA de Gil-Robles), distintas fuerzas de izquierda, y muy singularmente el PSOE primero y la UGT después, llegan a la conclusión de que esta circunstancia será aprovechada por las derechas para dar un golpe «a la alemana», esto es, instaurar una dictadura desde el gobierno (como hizo Hitler en Alemania tras ganar las elecciones, también del 33).

Estratégicamente hablando, fueron el PSOE y la UGT, su sindicato hermano, quienes arrostraron con la labor de dirigir y organizar el golpe. Esto quiere decir, por un lado, que experimentaron la indiferencia de los anarquistas, que querían revolución pero no para generar una dictadura del proletariado; y que tampoco eran muy proclives, sobre todo en la UGT, a aceptar la participación de los comunistas. Y digo lo de «sobre todo en la UGT» porque el PSOE tenía el problema de los comunistas más resuelto, por tener a muchos de ellos integrados en las Juventudes Socialistas Unificadas, una organización muy fuerte cuyo secretario general se llamaba Santiago Carrillo.

Allí donde se dio la convergencia de fuerzas de izquierda, Asturias, se acuñó un lema: UHP, que significaba Unión de Hermanos Proletarios. Antes y después de la Revolución de Asturias, UHP fue el común grito de guerra de las izquierdas. De hecho, esto fue lo que gritaron las personas del público que hostigaron a la guardia civil en el desfile conmemorativo de la República de abril de 1936, desfile que se tiñó de sangre y que fue uno de los prolegómenos de la trágica guerra española.

A pesar de que el PSOE y la UGT, como ya digo, asumieron la coordinación del golpe en «semisolitario» (al fin y al cabo, eran dos organizaciones), ésta tuvo, con seguridad, muchos colaboradores. Amaro del Rosal, que es mi fuente principal para lo que aquí cuento, se jacta en sus escritos de que la Revolución de Asturias tuvo banqueros (creo que la expresión concreta es: «tuvo sus Juan March»), aunque se guarda de dar nombres. Pero, evidentemente, donde más colaboradores buscó la revolución fue entre las personas con capacidad de dar golpe. Las personas con armas.

A finales de 1933 y principios de 1934 se celebraron diversas sesiones del Comité Nacional de UGT que, básicamente, sirvieron para la defección de la dirección del sindicato (sobre todo Besteiro, Gómez y Saborit), contraria al golpe. En dichas actas, se repite varias veces información proveniente de reuniones entre las comisiones ejecutivas del PSOE y de la UGT en las que se reproducen declaraciones de Indalecio Prieto en el sentido de que el golpe de Estado contaba con el apoyo activo de militares, incluso del máximo rango. Véase, a este respecto, la primera intervención de Besteiro en la sesión del Consejo con fecha 31 de diciembre de 1933, en la que pone en boca de Prieto la siguiente admonición de «elementos del Ejército (...) incluso jefes de unidades importantes»: ustedes son la única fuerza democrática organizada: láncense, que después vamos nosotros.

Si Prieto decía la verdad o se marcaba un farol (o se lo marcaba, menos probable, Besteiro) es algo que no creo que sepamos nunca.

La Revolución, en octubre de 1934, tardó en producirse (algunos dirán: nunca se produjo), porque Largo Caballero (probablemente, porque confiaba en el presidente Alcalá-Zamora) no se quiso creer los rumores de que la CEDA entraba en el gobierno. Para cuando esto se confirmó, el gobierno había declarado el estado de guerra, acuartelando a las tropas, situación en la cual muchos de los militares seriamente comprometidos con el golpe (de mediana graduación en muchos casos) carecían de poder para poner de su parte a las tropas, por encontrarse en el cuartel militares de superior rango. Hecho éste, es decir, el hecho de que la presencia de militares de alto rango abortase la revolución, que viene a desmentir a Prieto: no parece que hubiese muchos generales en el fregado.

Donde sí encontró la revolución acólitos fue en la guardia civil y, sobre todo, la guardia de asalto, cuerpo de orden público creado por la República y que sí contaba con muchos mandos, sobre todo intermedios, de decidida filiación socialista y aún comunista y anarquista (fueron varios guardias de asalto y un mando de la guardia civil, de hecho, los que el 13 de julio de 1936 asesinarían a José Calvo Sotelo).

De entre estos conspiradores de la guardia, Del Rosal cita a dos tenientes, Moreno y el tristemente célebre teniente Castillo (cuyo asesinato provocaría el de Calvo Sotelo), a un cabo, Colón; y a los guardias Matesanz, Rey y Ferrete.

Pues bien. Según se puede leer en los recuerdos de Del Rosal, el cabo Colón y el guardia Matesanz le hablaron un día de la «buena disposición» de un jefe de las tropas de Asalto. Un teniente coronel. Agustín Muñoz Grandes.

Sí. El mismo que, menos de diez años después de aquella entrevista (que debió ser en algún momento de 1934), estaba en Rusia, comandando la División Azul, embarcado, pues, en una cruzada anticomunista.

El encuentro entre Amaro del Rosal, revolucionario socialista; y Agustín Muñoz Grandes, teniente coronel fascista en el futuro, pero como se verá no en potencia (no todavía) tuvo lugar un día a las 11 de la mañana en una cafetería situada en la acera de los impares de la calle Carretas, semiesquina Puerta del Sol. Como quien dice, a tiro de un escupitajo del Ministerio de la Gobernación (ocupado hoy por Esperanza Aguirre).

Según la notaría que dejó el revolucionario ugetista, se habló de la difícil situación política de España en ese momento. Por lo que parece, fue Del Rosal quien más habló, explayándose sobre la voluntad de la clase obrera de no permitir pasos atrás en la construcción de la República; pero sin citar el supuesto de acciones subversivas. A lo más que llegó, si es que sus recuerdos son fieles, fue a expresarse al teniente coronel su convicción de que la guardia de asalto era y seguiría siendo «uno de los principales sostenes de la República». Muñoz Grandes contestó, siempre según su interlocutor, criticando las frecuentes huelgas y conflictos obreros que en ese momento se producían, señalando que dichas algaradas ponían en peligro esa República que parecían querer defender. Del Rosal contestó argumentando que eso era consecuencia de una situación de flagrante injusticia social.

Repentinamente, Muñoz Grandes consultó su reloj y se despidió amablemente, anunciándole al ugetista una segunda entrevista, que nunca se produjo. Lo que sí asevera Del Rosal es que ni después de esa entrevista, ni tampoco después de que fracasara el golpe, tomó Muñoz Grandes la más mínima represalia contra conspiradores de la guardia de asalto, a pesar de que, según convicción del ugetista, sabía perfectamente quiénes eran.

¿Curioso? Menos de lo que parece. En la interpretación de la Historia reciente de España hay demasiada derecha y demasiada izquierda. Si algo identifica a la interpretación ideologizada de los hechos es que se sustenta en clichés. Uno de esos clichés es la consideración de los militares franquistas como eso mismo casi desde su nacimiento. Y lo cierto es que los militares que luego fueron franquistas eran, años antes, lo mismo que cualquier otro mediopensionista: personas buscándose la vida.

Encontramos a Queipo de Llano dirigiendo en 1930 las conspiraciones para traer la República y colaborando, y de qué manera, en 1936 para destruirla. Ahora vemos que Muñoz Grandes, en fecha tan cercana a la guerra civil como 1934, mantuvo extraños contactos con los organizadores de un golpe de estado revolucionario. Un inglés diría: just improving my chances. Comprobando mis posibilidades. Como decían Tip y Coll: el no, ya lo llevas.

Pero hay más casos. Casares Quiroga, presidente del Gobierno en 1936, le negó a las fuerzas de orden público la potestad de vigilar una reunión (conspiratoria) que celebraba en Navarra el general Mola, aduciendo que no le cabía la menor duda de la fe republicana de quien fue luego uno de los jefes de la sublevación contra la República. Del propio Franco no se puede decir que exhibiese una clara significación antirrepublicana, menos aún reaccionaria, al menos hasta que fue Jefe del Estado Mayor de Gil-Robles y en los tiempos (febrero del 36) en que amagó con presentarse a las elecciones por Cuenca en una candidatura de derechas.

Los militares, como todo el mundo, observan varios caballos antes de apostar por uno. Y cambian de caballo, algunos, con relativa facilidad. Para muestra, ahí tenemos el interesante periplo de Muñoz Grandes, quien, según Del Rosal, tuvo esa extraña entrevista con él en 1934. Y unos diez años después, condecorado como caballero de la Cruz de Hierro nazi y adulado por Hitler en persona, abrigaba la idea de comandar una especie de corrección germanófila de una España que, al albur de la evolución de la guerra mundial, comenzaba a virar hacia los aliados; lo cual hubiera pasado por apartar a Franco de alguna manera, probablemente reservándole una jefatura del Estado meramente decorativa. Lo cuenta muy bien un libro bastante reciente de Xavier Moreno Juliá, La División Azul. Muy, muy recomendable.

Por cierto: ¿cómo neutralizó Franco a Muñoz Grandes? Pues con dos pasos. Paso 1: lo nombró teniente general, de forma que dejó de ser general, ergo dejó de tener mando en tropa. Paso 2: lo nombró jefe de su propia Casa Militar. Así pues, Franco conocía, décadas antes de que se filmase y aún se escribiese, el sutil consejo de Michael Corleone: ten cerca a tus amigos, pero ten más cerca aún a tus enemigos.