martes, julio 15, 2025

Ensayos soviéticos: Gulag (1): Ladrones de plusvalía

Ladrones de plusvalía
El PIB soy yo
Esto hay que pararlo

Una de las cosas más paradójicas del estalinismo, escasamente discutible salvo para personas con fuerte astigmatismo woke, es que la patria marxista mundial no sólo fue la que más muertos y represaliados generó mientras decía defender la libertad del hombre; sino que fue, también, el sistema que, con diferencia, más plusvalía le robó al obrero mientras decía hacerlo todo para defenderla. Centenares de miles, si no millones, de ciudadanos soviéticos, trabajaban en la Unión Soviética generando un valor que ni modo se acercaba al salario que verdaderamente percibían. De hecho, es que el despegue de la URSS, ese gran éxito consistente en convertirse en una potencia industrial en apenas unos años, no se entendería sin ese factor. En puridad, casi todos los sistemas económicos “disparados” tienen truco. El fuerte desarrollismo franquista no se explica sin el factor de que centenares de miles de españoles se quitaron de en medio emigrando. A la URSS le pasa lo mismo. Para llegar a ser una potencia económica, hubo de practicar un robo masivo de beneficio, de plusvalía, como jamás sistema capitalista alguno ha practicado. Y el ejecutor de ello tiene un nombre, o mejor unas siglas, bien conocidas: NKVD.

lunes, julio 14, 2025

Ensayos soviéticos 1: Lenin y Stalin (y 3)

 




Ensayos soviéticos: Lenin y Stalin (1)
Ensayos soviéticos: Lenin y Stalin (2)
Ensayos soviéticos: Lenin y Stalin (y 3)




Al día siguiente, 28, hubo reunión del Politburo. En dicha convocatoria, Kamenev fue, según todos los indicios, los ojos, las orejas y la boca de Lenin. Le mandó una nota a Stalin en la que le decía que Lenin estaba dispuesto a “ir a la guerra” con el tema de las nacionalidades; es más, le dijo que Lenin le había pedido a él (Kamenev) que fuese a Tibilisi para templar gaitas con los líderes caucásicos a los que Stalin había encabronado. La contestación de Stalin, también escrita, es puro Stalin: cuando no te den la razón, inventa una conspiración: “Tenemos que poner pies en pared frente a Illitch en esto. Si unos pocos mencheviques georgianos van y consiguen influir en unos pocos bolcheviques georgianos, y éstos en Lenin, uno debe preguntarse qué tiene que ver todo este follón con el asunto de la independencia”. Kamenev contestó: “Si Vladimir Illitch persiste en su actitud, oponerse a él [y subrayó “oponerse”] sólo va a empeorar las cosas”.

viernes, julio 11, 2025

Ensayos soviéticos 1: Lenin y Stalin (2)




Ensayos soviéticos: Lenin y Stalin (1)
Ensayos soviéticos: Lenin y Stalin (2)
Ensayos soviéticos: Lenin y Stalin (y 3)



A pesar de que está muy lejos de ser un personaje poliédrico (de hecho, pocos gigantes de la Historia hay más unidimensionales que él), comprender a Lenin no siempre es fácil. Para empezar, es muy difícil entender a alguien quien, según sus corifeos, siempre que habló, acertó; y resulta que escribió 42 tomos de ideas, órdenes y sugerencias. Para que nos hagamos una idea: imagínese el lector que, en lugar de tener cuatro evangelios, tuviésemos veinticuatro. Veinticuatro versiones de la vida de Jesús, todas ellas palabra de Dios, todas ellas mensaje cierto del Padre de principio a fin, siendo como serían textos que, por definición, dirían cosas muy diferentes. Con Lenin pasa un poco esto.

jueves, julio 10, 2025

Ensayos soviéticos. 1: Lenin y Stalin (1)




Ensayos soviéticos: Lenin y Stalin (1)
Ensayos soviéticos: Lenin y Stalin (2)
Ensayos soviéticos: Lenin y Stalin (y 3)


Con este texto, inicio una pequeña serie de artículos que he titulado Ensayos soviéticos. En ellos pretendo rellenar algunas lagunas que hay, en mi opinión, en el relato general de la Historia de la URSS que he ido desgranando en este blog poco a poco. En ocasiones son cosas que ya he tocado, sólo que no con la profundidad que yo hubiese querido. En otros, son materiales apenas esbozados, o incluso inexistentes, en el material anterior; y que considero fundamental para entender las cosas.

Este primer ensayo va sobre la relación entre Lenin y Stalin en los últimos tiempos de vida del primero de ellos. Se complementa con lo ya dicho en su día sobre el polémico testamento de Lenin, pero mete más caña en el que fue el punto principal de fricción entre ambos: el asunto de las nacionalidades dentro de la URSS. 

Vamos allá, pues.

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Para desgracia de muchos de los primeros bolcheviques, en los inicios del comunismo ruso no había prácticamente nada en el ambiente que hubiera permitido estimar que Iosif Vissarionovitch Dzughasvilli sería alguna vez el máximo referente de dicho partido político. Stalin no era un analista político, cosa que la mayoría de la cúpula bolchevique sí que era. No había recibido una educación esmerada, cosa que sí le pasaba a la mayoría de aquellos primeros revolucionarios. No podía hablar dos palabras seguidas sobre la realidad fuera de Rusia porque, al contrario que sus camaradas, la desconocía.

A Stalin, en la primera y segunda décadas del siglo XX, no sólo superaban Lenin y Trotsky, que ya lo superaban en mucho; sino otros muchos nombres y hombres, la inmensa mayoría de los cuales lo pagarían con una muerte a todas luces prematura. Esta inferioridad fue, en gran parte, la que hizo de Stalin el hombre profundamente autoritario que era, alrededor del cual sólo los perros muy fieles (Molotov, Voroshilov, Mikoyan) lograron sobrevivir.

Una vez que los bolcheviques consiguieron prevalecer en la guerra civil, aparecieron entre ellos dos tendencias diferentes y muy marcadas. En ese punto fue donde el comunismo, pensarán algunos, se perdió para siempre, mientras que otros pensarán que, simplemente, lo que hizo fue abrazar su destino más lógico.

Estas dos tendencias eran sutiles, pero son trazables. Estaban los bolcheviques que creían que todo aquel esfuerzo, toda aquella muerte, se había hecho por algo y para alguien, y querían construir un Estado fuerte para poder darle a ese alguien (el proletariado) lo que merecía. Luego estaban los que salieron de la guerra civil aprendiendo que hace falta tener un Estado fuerte porque hace falta tener un Estado fuerte. Porque sí, porque yo lo valgo; porque es lo que haces cuando mandas, te consolidas, y te eternizas en el mando. A los bolcheviques disímiles, por lo tanto, es muy fácil no distinguirlos porque, en la práctica, ambos querían lo mismo: un Estado fuerte, una Rusia unida y socialista. Pero unos lo querían para alguien; mientras que, para otros, el mandato comenzaba y terminaba en sí mismo. El propio Lenin fue objeto de esta evolución. Es innegable que no le faltó la percepción de que la revolución tenía un sentido de ser, y una misión; pero, en sus 42 tomos de escritos, si se estructuran temporalmente, se apreciará, rápidamente, cómo, conforme le fue llegando una madurez que, en realidad, aunque él no lo sabía, era vejez, cada vez estaba más preocupado por la solidez del Estado, por la pervivencia del sistema en sí. De hecho, los partidarios del Estado por el Estado, que son los que al fin y a la postre ganaron la partida, nunca la habrían podido ganar si Vladimiro y sus escritos no hubieran estado con ellos.

La victoria de los bolcheviques estatistas se hizo, con la connivencia de Lenin y de Trotsky insisto, para obtener un premio: la dictadura. La pregunta de si los bolcheviques alguna vez pensaron que liderarían un régimen abierto y libre es interesante. La respuesta más probable es que no y, desde luego, los padecimientos de la guerra civil y, sobre todo, las tendencias centrífugas que alimentó, por no mencionar las muchas torpezas de sus adversarios políticos, no hicieron sino alimentar esa hoguera. Los bolcheviques nunca fueron demócratas; pero hasta las dictaduras tienen grados. Los últimos años de Lenin, y la llegada de Stalin, marcan el momento de la construcción de un proyecto exento de libertades.

Lenin y Stalin estaban de acuerdo en este elemento crucial y fundamental; es por esta razón que cuando menos yo defiendo que no hay que emocionarse demasiado a la hora de interpretar el sentido del famoso testamento del primero de ellos. Pero eso no quiere decir que no se odiasen, porque si algo diferencia a los políticos del resto de los mortales, precisamente, es esa capacidad que tienen de trabajar codo con codo con alguien a quien odian si consideran que lo necesitan o que les resulta beneficioso.

Lenin designó a Stalin secretario general del Partido; aunque en su descargo hay que decir que el cargo no tenía el significado que terminó por tener con el tiempo. Pero, como acabo de insinuar, eso no quiere decir ni que lo admirase ni que lo apreciase en lo personal. Y, como ya hemos visto en otros puntos de este relato, no pocas veces el punto de fricción fue Krupskaya.

En 1921, la mujer de Lenin dirigía el Departamento de Educación Política dependiente del Comisariado de Educación. Se ocupaba, pues, de explicarle el comunismo a las masas, para que nos entendamos. Aquel año Stalin, usando el creciente poder que le otorgaba el Secretariado, creó un departamento propio de agitprop, dedicado pues, grosso modo a lo mismo que a lo que se dedicaba Krupskaya. Ésta le escribió un memorando a su propio marido, que Lenin le remitió a Stalin junto con una nota en la que le venía a prohibir meterse en temas de propaganda.

La respuesta de Stalin es comunismo en estado puro. En primer lugar, mintió. Negó las afirmaciones de Krupskaya, diciendo que el personal que había reclutado era mucho menor. A continuación, pasó a la segunda gran característica del comunista medio: tras la mentira, decir una cosa, y también la contraria. Por lo tanto, en la carta que le escribió a Lenin, decía que había tenido que formar su equipo porque le habían obligado (¿quién?), que a él no le iba ese rollo; pero que de abandonarlo, un huevo. Tercer elemento: echar balones fuera. Lenin, decía Stalin en la carta, no debía ordenar la disolución del departamento creado por Stalin porque, de hacerlo así, “Trotsky podría pensar que sólo lo haces por capricho de tu mujer”.

La carta no le pudo sentar demasiado bien a Lenin. El líder del PCUS no le había dicho a Stalin que el origen del tema era su mujer; así pues, con la carta que le mandó, Stalin le quería dejar claro que lo sabía. Y con la referencia a Trotsky, Stalin insinuaba una amenaza. En ese momento, el otro gran líder del comunismo soviético estaba enfrentado con Lenin; y, de alguna manera, Stalin le venía a decir que él era un leninista a muerte pero que, al fin y al cabo, si le tocaban lo suficiente los huevos, podría cambiar de bando.

Efectivamente, existen dos explicaciones plausibles de por qué Lenin no se cargó a Stalin cuando pudo cargárselo. O, mejor, tres: la primera, que en realidad sabía que era como él y, por lo tanto, lo quería al frente del Partido; la segunda, que en realidad no tenía poder suficiente para desalojarlo; y la tercera, importante a efectos del hilo que tejemos aquí, que Stalin manejó con mano maestra el tema de Trotsky.

Trotsky y Lenin no eran súper amigos. Se debían el uno al otro pocas cosas y, para colmo, yo creo que Lenin tuvo muy claro que, desde que su cerebro comenzó a toser, Trotsky había comenzado a hacer sus propios planes. Que hoy en día el trotskismo sea una ideología comunista propia y no una forma de leninismo ya nos da la pista de todo esto. En la Rusia recién liberada de la amenaza blanca, Trotsky lideraba una minoría; pero, al tiempo, sabía que el tiempo jugaba a su favor.

El agua estaba deseando encontrar una grieta en la cañería para escaparse. Y la grieta que encontró era bastante chorras: la discusión sobre el papel de los sindicatos. A menudo olvidamos que fue Trotsky el primero que propuso que para salir del marasmo económico de la guerra civil, había que aceptar una línea parecida a lo que sería la NEP, aceptando la iniciativa privada aunque fuese a pequeña escala. En ese momento, el Politburo le devolvió el toro al corral, y entonces Davidovitch viró hacia el otro lado, comenzando a defender que la única manera de enderezar Rusia era convertirla en una economía semi-militar, en la que los trabajadores, consiguientemente, tendrían muchos más deberes que derechos. Lenin, sin embargo, aun sin haberse caído del caballo y haber entrado en su fase NEP, creía que no hacía falta ser tan rígido (con los trabajadores; con los campesinos, lo suyo siempre fue palo y tentetieso), y decía confiar en que los sindicatos serían capaces de convencer a la población de que se matase a trabajar a cambio de una patada en los cojones y un vaso de agua (él no lo decía así; pero era así).

Ambas tendencias comenzaron a acopiar delegados para el XI Congreso, donde habían quedado para darse de hostias. Y, si hemos de creer a Mikoyan, que tiene pocos motivos para mentir aquí, Stalin fue el gran mamporrero de Lenin. Esto pasó antes de lo de Krupskaya; supongo que ahora podréis valorar mejor el aviso florentino que contenía la carta de Stalin.

Aquéllos tuvieron que ser años duros para Stalin porque Stalin, cuarta arriba, cuarta abajo, odiaba tanto a Lenin como a Trotsky. Lenin se le había caído en la guerra civil, tiempo durante el cual le dio la razón a otros que no eran él, en contra de decisiones de él, cienes de veces. Y a Trotsky nunca lo tragó.

El problema para Iosif, que se hizo evidente tras la carta de 1921, es que estaba sobrevalorando las disensiones entre Lenin y Trotsky. Lenin, ya lo he dicho, era capaz de trabajar con personas que odiaba; y ni siquiera se puede decir que odiase a Trotsky en el sentido literal. Desde antes de enfermar, Lenin había comprendido que él hacía equipo con Lev Davidovitch, y asumía las consecuencias de ello. Esto es tan cierto que yo tengo por relativamente probable la teoría de que si Lenin no escribió un testamento que dijese, simplemente, que Trotsky debía sucederle, quizá fue para protegerlo más que otra cosa. Lenin a veces evitaba el contacto con Trotsky, que sabía fuente probable de discusiones y distancias; pero se veía prácticamente todos los días con Efraim Markovitch Skliansky, que era los ojos, los oídos y la polla de Trotsky en el Consejo Militar Revolucionario y el Comisariado de Defensa. Ciertamente, sólo podemos especular sobre el poder y la influencia real de Skliansky, puesto que murió joven. En 1925, estando en un viaje en Estados Unidos para adquirir tecnología, salió en un viaje en bote con otro alto funcionario soviético, Isay Khurgin. Ambos se ahogaron. ¿Casualidad?

Stalin, en todo caso, contaba con una gran ventaja: había sido encomendado por el Comité Central para cuidar de la salud de Lenin. En la práctica, esto le daba el poder de controlar con quién se veía el líder del comunismo soviético (con la única excepción de su mujer, cuyo acceso no podía controlar totalmente); y podía, además, espiarlo a placer. Stalin contaba además con la colaboración de las personas del entorno de Lenin, sobre todo de Fotieva, una de sus secretarias.

Lenin y Stalin terminarían por tener dos grandes puntos de fricción entre ambos; uno fueron los problemas personales. Y el otro fue, de alguna manera inesperado. Porque lo que cualquier persona conocedora de los entresijos de ambos personajes hubiera esperado era que el gran punto de enfrentamiento entre ambos colosos del PCUS  fuese el hecho de que Lenin hubiese dado carta de naturaleza a la NEP; un estado de cosas que, como demostró claramente cuando tuvo todo el mando y aun antes, estaba en las antípodas de lo que Stalin creía que se debía hacer. Pero, no; no fue, o no fue fundamentalmente, la economía. Fue el siempre espinoso tema de las nacionalidades.

miércoles, julio 09, 2025

Viet Nam antes de Viet Nam (y 51): El elefante chino entró en la cacharrería




Las primeras relaciones
Reyes y revoluciones
Nunca te fíes de un francés
Nguyen Ai Doc
Tambores de guerra
El tsunami japonés
Grandeza y miseria de la Kempeitai
El Viet Minh
Los franceses hacen lo que mejor saben hacer (no definirse)
Dang vi qui, o sea, naniyori mo hitobito
El palo y la zanahoria comunistas
Puchimones contra podemitas
Aliados a pelo puta
Franceses y comunistas chapotean para no ahogarse
Vietnamitas listos + británicos estúpidos + periodistas gilipollas = muertos a decenas
Si tu ne voulais pas de bouillon, voici deux tasses
Francés busca indochino razonable
Los problemas del comunismo que se muestra demasiado comunista
Echa el freno, Madaleno
El factor chino
El factor USA
El problema de las tres mareas
Orchestal manoeuvres in the dark
O pacto, o guerra
El acuerdo de 6 de marzo
Buen rollito por cojones
El Plan Cédiletxe
No nos queremos entender
Dalat
Las inquietudes y las prisas del almirante D’Argenlieu
Calma tensa
La amenaza nacionalista
Fontainebleau bien vale unos chinos
Francia está a otras cosas
Memorial de desencuentros
Maniobras orquestales en la oscuridad (sí, otra vez)
El punto más bajo de la carrera de Ho Chi Minh
Marchemos todos, yo el primero, por la senda dictatorial
El doctor Trinh, ese pringao
D’Argenlieu recibe una patada en el culo de De Gaulle
Allez les bleus des boules!
París no se entera
Si los Charlies quieren pelea, la tendrán
Give the people what they want
Todas las manos todas, amigo vietnamita
No hay mus
El comunista le come la tostada al emperador
El momento del general Xuan
Conditio sine qua non con un francés: cobra siempre por adelantado
La ocasión perdida
El elefante chino entró en la cacharrería 

   


Es regla de oro de la Historia que cuanto más afirma un gobernante que ha llegado con intención de gobernar para todos, más sectario es. La regla la cumple Fernando VII, que llegó para colmar las aspiraciones de todos los españoles que lo habían defendido, pero terminó ajusticiando y exiliando a muchos de ellos. Lo cumplió Azaña, que prometió lo mismo en febrero de 1936 y ni diez días tardó en desmentirse. Y lo cumplió Franco, quien pretendió que tras la Guerra Civil llegase un tiempo nuevo, aunque todo lo que llegó fue su propio tiempo.

Y Bao Dai es lo mismo.

martes, julio 08, 2025

Viet Nam antes de Viet Nam (50): La ocasión perdida




Las primeras relaciones
Reyes y revoluciones
Nunca te fíes de un francés
Nguyen Ai Doc
Tambores de guerra
El tsunami japonés
Grandeza y miseria de la Kempeitai
El Viet Minh
Los franceses hacen lo que mejor saben hacer (no definirse)
Dang vi qui, o sea, naniyori mo hitobito
El palo y la zanahoria comunistas
Puchimones contra podemitas
Aliados a pelo puta
Franceses y comunistas chapotean para no ahogarse
Vietnamitas listos + británicos estúpidos + periodistas gilipollas = muertos a decenas
Si tu ne voulais pas de bouillon, voici deux tasses
Francés busca indochino razonable
Los problemas del comunismo que se muestra demasiado comunista
Echa el freno, Madaleno
El factor chino
El factor USA
El problema de las tres mareas
Orchestal manoeuvres in the dark
O pacto, o guerra
El acuerdo de 6 de marzo
Buen rollito por cojones
El Plan Cédiletxe
No nos queremos entender
Dalat
Las inquietudes y las prisas del almirante D’Argenlieu
Calma tensa
La amenaza nacionalista
Fontainebleau bien vale unos chinos
Francia está a otras cosas
Memorial de desencuentros
Maniobras orquestales en la oscuridad (sí, otra vez)
El punto más bajo de la carrera de Ho Chi Minh
Marchemos todos, yo el primero, por la senda dictatorial
El doctor Trinh, ese pringao
D’Argenlieu recibe una patada en el culo de De Gaulle
Allez les bleus des boules!
París no se entera
Si los Charlies quieren pelea, la tendrán
Give the people what they want
Todas las manos todas, amigo vietnamita
No hay mus
El comunista le come la tostada al emperador
El momento del general Xuan
Conditio sine qua non con un francés: cobra siempre por adelantado
La ocasión perdida
El elefante chino entró en la cacharrería 

   


Hong Kong bullía. Todos los representantes políticos en la colonia británica eran, en ese momento, como ala-pivots bajo la canasta, esperando, tensos, la bajada de la pelota para luchar el rebote. Especialmente activos eran los monárquicos, que desarrollaron rápidamente la teoría de que la abdicación de Bao Dai, puesto que se había producido por presiones del Viet Minh, no era legal. De esta manera, el ex emperador era, en realidad, emperador, y podía reiniciar su mandato sin necesidad de reunir al Congreso Nacional. Lo importante, sin embargo, no era formar o no formar un entramado institucional. Lo importante, como recordaba Diem, era que Bollaert se bajase de su burra, porque de lo contrario no habría pescado que vender.

lunes, julio 07, 2025

Viet Nam antes de Viet Nam (49): Conditio sine qua non con un francés: cobra siempre por adelantado




Las primeras relaciones
Reyes y revoluciones
Nunca te fíes de un francés
Nguyen Ai Doc
Tambores de guerra
El tsunami japonés
Grandeza y miseria de la Kempeitai
El Viet Minh
Los franceses hacen lo que mejor saben hacer (no definirse)
Dang vi qui, o sea, naniyori mo hitobito
El palo y la zanahoria comunistas
Puchimones contra podemitas
Aliados a pelo puta
Franceses y comunistas chapotean para no ahogarse
Vietnamitas listos + británicos estúpidos + periodistas gilipollas = muertos a decenas
Si tu ne voulais pas de bouillon, voici deux tasses
Francés busca indochino razonable
Los problemas del comunismo que se muestra demasiado comunista
Echa el freno, Madaleno
El factor chino
El factor USA
El problema de las tres mareas
Orchestal manoeuvres in the dark
O pacto, o guerra
El acuerdo de 6 de marzo
Buen rollito por cojones
El Plan Cédiletxe
No nos queremos entender
Dalat
Las inquietudes y las prisas del almirante D’Argenlieu
Calma tensa
La amenaza nacionalista
Fontainebleau bien vale unos chinos
Francia está a otras cosas
Memorial de desencuentros
Maniobras orquestales en la oscuridad (sí, otra vez)
El punto más bajo de la carrera de Ho Chi Minh
Marchemos todos, yo el primero, por la senda dictatorial
El doctor Trinh, ese pringao
D’Argenlieu recibe una patada en el culo de De Gaulle
Allez les bleus des boules!
París no se entera
Si los Charlies quieren pelea, la tendrán
Give the people what they want
Todas las manos todas, amigo vietnamita
No hay mus
El comunista le come la tostada al emperador
El momento del general Xuan
Conditio sine qua non con un francés: cobra siempre por adelantado
La ocasión perdida
El elefante chino entró en la cacharrería 

  

Xuan y Hoach tenían muy poco en común, y eso se notaba. El presidente saliente se consideraba cesado por un golpe de Estado en toda regla y, por mucho que inicialmente aseveró que lo olvidaría todo, en realidad ni pudo, ni quiso. Casi inmediatamente después de comenzar su andadura el nuevo gobierno, Hoach dimitió como primer ministro; pero Xuan no le aceptó la dimisión. Hoach, en todo caso, se curró de su gente del Cao Dai un nombramiento como representante de la secta frente al ex emperador, y acabó marchándose a Hong Kong. Xuan, pues, se quedó solo en el poder conchinchino, y comenzó a trabajarse el papel que sabía que se quería de él. Era consciente, en París le había quedado muy claro, que sus amigos de la SFIO lo contemplaban como la persona que necesitaban para controlar a Bao Dai.