jueves, diciembre 15, 2011

Hellas (3)

No sabríamos decir si afortunada o desgraciadamente para Grecia, el mariscal Papadagos se va por el desagüe de la Historia en 1955, sin haber designado sucesor (obsérvese el leve detalle de que, en la sedicente democracia griega, los gobernantes se supone que dicen quién les va a sustituir). Por esta razón interviene el rey designando a quien le parece bien, en la persona de Constantin Caramanlis. Aunque la elección sorprende a propios y extraños, el rey tiene sus razones. Caramanlis tiene unas excelentes relaciones con Washington, con quien ha de renegociar Grecia las ayudas recibidas y por recibir. En febrero de 1956 hay elecciones que, oh sorpresa, gana Caramanlis. Seguirá en el machito hasta 1963.

En todo caso, a la Grecia de los años cincuenta le saldrá un grano jodido: la cuestión chipriota.

Chipre fue, en su día, cedido por el imperio otomano a Gran Bretaña (1878). La isla estaba, a mediados del siglo pasado, habitada por un 80% de grecochipriotas y un 20% de turcochipriotas. Por lo tanto, la mayoría de los chipriotas aspiraban a la Enosis; la unión con Grecia. Ya hemos dicho en estas notas que los griegos no están muy acostumbrados a respetar a las minorías.

A partir de 1950, cuando el arzobispo Makarios accede a la dicha categoría religiosa, la reivindicación progriega adquiere mayor aliento. Pero lo último que quiere Londres es que el avispero balcánico no comunista se mueva de nuevo. Durante cinco años, el ultranacionalismo grecochipriota se va alimentando, al calor de la reivindicación inatendida, hasta que en 1955 nace la EOKA, una organización seudoterrorista que comienza a atacar intereses británicos en la isla.

La reivindicación de la Enosis en Chipre despierta todos los sentimientos vengativos de los turcos, que son muchos y muy refinados, como bien puede contar cualquier turcokurdo que no sea sordociego de nacimiento. Los paganos de la situación son los griegos de Estambul, que empiezan a ser severamente puteados por las autoridades herederas del kemalismo.

Durante cuatro años, Washington despliega toda su capacidad de diplomacia y de presión para conseguir que Gran Bretaña abandone la isla. Lo consigue finalmente en 1959, mediante el Tratado de Zurich, por el cual Chipre se convierte en un Estado independiente, bajo la tutela británica, griega y turca, cada país con soldados establecidos en suelo chipriota. Se elabora una constitución un tanto esquizofrénica, a la belga, que prevé la existencia de dos grupos de instituciones para cada colectividad que, prácticamente, no van juntas ni a mear. Makarios es elegido presidente y vicepresidente el doctor Kütchück, líder de la comunidad turcochipriota.

Cuando decimos que la constitución chipriota recuerda a la belga lo decimos por una razón: en Chipre, como en Bélgica, el deseo de no malquistar a la minoría (los turcos) es tan fuerte que se les ha de dar el poder efectivo para, con su veto, paralizar cualquier decisión medio importante del Estado. Este equilibrio desequilibrado tiende a dar razón a los más radicales, a los que en cada bando lo que quieren son hostias, así pues los años sesenta comienzan con un rosario de enfrentamientos entre bandas y grupos más o menos descaradamente financiados y apoyados desde ambos países. A mediados de los sesenta, Grecia y Turquía están, una vez más, al borde de la guerra. Sin embargo, ésta no llegará, en gran parte por la actitud de los grecochipriotas, los cuales, con el tiempo, van a generar en su parte del país una economía mucho más abierta y dinámica que la griega, lo cual hace que, para muchos de ellos, la Enosis empiece a parecerles lo mismo que a la Merkel: mal negocio. Además, Makarios se sentirá cada vez más atraído por el denominado Movimiento No Alineado, por lo que desarrollará resistencias hacia el occidentalismo de Atenas.

La verdad sea dicha, durante esos años, el ambiente en la Grecia continental es casi irrespirable: en 1960, un ministro de Cultura llega a prohibir, por subversivos, los textos de… Aristófanes. Menudo capullo. Con haber inventado la LOGSE, ya le habría bastado, y sobrado.

Los tiempos de la hegemonía de derechas, sin embargo, están a punto de terminar. Un dirigente liberal, Georges Papandreu, alza la voz contra la semidictadura conservadora y le declara la guerra. Para sus objetivos le viene a ayudar la escisión, en 1968, del Partido Comunista, que permite crear, a partir de la facción moderada, la hasta entonces inexistente socialdemocracia griega.

John Fitzgerald Kennedy, desde la Casa Blanca, se da cuenta rápidamente de que la política estadounidense respecto de Grecia es un desastre. En los tiempos de la posguerra mundial, se optó por impulsar en el país un régimen sólo formalmente democrático que, precisamente por no serlo de verdad, genera unos enfrentamientos cada vez más radicales. En consecuencia, JFK empieza a temer que algún día se produzca una especie de primavera griega, dicho sea en términos actuales, que le dé una auténtica vuelta de tuerca a la tortilla y termine con lo único que realmente temen los americanos: una Grecia fuera de la OTAN que, además, tiene todos los motivos del mundo para enfrentarse al otro otanero de la zona: Turquía.

En 1961 se celebran elecciones, bajo un clima de presión asfixiante de las organizaciones de derecha radical, civiles y militares. Los liberales consiguen crear una sola coalición, la Unión de Centro, al frente de la cual se sitúa Papandreu. Obtienen un 30% de los votos. Caramanlis gobernará pero Papandreu, que ahora se sabe representante de un tercio de los griegos, demandará libertad real. Caramanlis intenta algunas reformas, entre otras que la Casa Real no haga y deshaga como le salga de los cojones como si todavía estuviese en el Antiguo Régimen (esto es lo que hacían los papás de aquella niña que, casi por esas fechas, tanto sufría ante la vista de Francisco Franco, porque, los guionistas de TVE dixerunt, por lo visto todo lo que había vivido en su vida era la democracia). Incluso logra asociar Grecia a la Comunidad Económica Europea en 1961. Pero no basta.

En mayo de 1963, miembros de una organización paramilitar, y también parafascista, asesinan en Tesalónica al diputado de izquierdas Lambrakis. En todas las ciudades del país la gente sale a la calle a montar unas bullas del copón; el primer ministro dimite tras dos meses de batallas campales en las aceras, y en las calzadas también. En febrero de 1964, Papandreu accede al poder.

El programa de Papandreu es bien claro: democratización del Estado, persecución de las organizaciones paralelas y paramilitares, etc. Pero eso es el programa. Fiel a su tradición de clase endogámica, los miembros del nuevo poder lo que hacen, por encima de todo, es crear una nueva clientela que les deba favores, a base de echar de los machitos del Estado a los que han estado siempre y poner a sus amigos. Entre otros colocados, el propio hijo del viejo Georges, Andreas Papandreu, es repatriado de Berkeley, donde da clases, para ser colocado de consejero económico del gobierno y comenzar, con ello, su propio cursus honorum en la política griega que le llevará, cómo no, a la primera magistratura, tras decidirse a liderar el ala izquierda del liberalismo.

La derecha, mientras tanto, no se queda quieta. Contando con la actitud de Palacio, que podríamos definir como fría hacia Papandreu por no tener que utilizar palabras más gruesas (¡ole con ole y ole las monarquías constitucionales!), la derecha ataca a la opinión pública con un símil un tanto apolillado. Papandreu, dicen, es el Kerenski griego; el hombre que, bajo la apariencia de la llegada de una izquierda moderada, no está sino abriendo el camino al abyecto comunismo (que, por cierto, Papandreu se resiste a legalizar).

Pablo de Grecia muere en marzo de 1964, para ser sustituido por un joven de 24 años, Constantino, cuyo único mérito en la vida es haber obtenido una medalla olímpica en Roma en 1960. De vela. Hay gentes en este mundo que piensan que mejor es ver a un príncipe leyendo un libro o resolviendo integrales que patroneando un barquito; pero deben de ser pocas. En Grecia, quiero decir.

Lejos de usar el teórico catón marxista, ése que las izquierdas jamás usan cuando se trata de tensiones nacionalistas, ése según el cual todos los obreros del mundo son hermanos y, consecuentemente, el nacionalismo es un sentimiento pequeñoburgués; lejos de ello, digo, Papandreu no es que le ponga sordina al conflicto chipriota; es que lo excita. Tantas son las provocaciones de palabra, obra y omisión, que los turcos, a los que tampoco hace falta proponérselo mucho, acaban por bombardear la isla en 1964.

Más conflictos. En 1965 Papandreu, que por lo visto se debía de haber creído que Grecia era una democracia, se apresta a nombrar los altos mandos en el ejército y la policía secreta; que hasta entonces habían sido prerrogativa del rey. Asume personalmente para ello la cartera de Defensa. El rey, por toda respuesta, le señala el columpio de sus jardines, y le invita a usarlo. Para colmo, el Estado, al que le sale la corrupción, el pasotismo y la mala hostia por las orejas, no funciona.

En febrero de 1967, Canelopoulos preside un gobierno tecnocrático, que ha de preparar unas elecciones que se celebrarán en mayo. Pero el 21 de abril, un grupo de coroneles dice que ya vale, y que a tomar por culo. Comienza el que la Historia conoce como régimen de los coroneles.

Los coroneles ilegalizaron los partidos, capitidisminuyeron a los sindicatos, establecieron una estricta censura de prensa y arrearon hostias en las comisarías y en las cárceles como para empedrar el mar entre Santander y las Highlands; eso sin contar asesinatos variados. Pero la verdad, la puñetera verdad que, vaya a usted a saber, quizás ahora mismo está negando el movimiento griego por la memoria histórica, es que ni Zeus derramó una lágrima por la democracia perdida, porque la democracia perdida era, por decirlo con elegancia, una puta mierda.

Los coroneles arramplan con todo lo que había; hasta con el rey, que en diciembre del 67 intenta un cambio de las cosas apoyado por mandos militares (de las intenciones democráticas de éstos, poco sabemos), pero como los coroneles le pillan con el carrito del helao, acaba exiliado. Lo cual, supongo, le habrá permitido elevar a la excelencia sus virtudes marineras. Pues raramente, la verdad, los exiliados reales, pese a serlo habitualmente en condiciones envidiables, dedican sus tiempos de distancia a cosas como la imitación del estilo prerrafaelista o la búsqueda del bosón de Higgs; suelen preferir el patroneo de yates y los partidos de polo.

A los coroneles les va de coña. Son unos hijos de puta; pero, también, son los hijos de puta de Washington, y eso da bastante estabilidad. Sin embargo, les acaba pasando lo que a Franco: es inevitable que la viga termine sufriendo fatiga de material. Como el franquismo, el régimen de los coroneles respira por la comprensión social; por la sensación de los griegos que mejor esos pollos de gorra de plato que el cachondeo que había antes. Peso eso dura, como en el chiste, lo que dura dura.

En 1973, las universidades griegas se agitan. Ese mismo año, un grupo de oficiales de marina trata de dar un golpe de Estado que se supone democrático. El líder del régimen, Papadopoulos, intenta, como Franco más o menos por esas fechas, la evolución del régimen. En el verano, proclama la república, se nombra presidente, y designa un gobierno de políticos tradicionales que no se han opuesto frontalmente a la dictadura (otra vez, pues, los mismos). Se autoriza la formación de partidos y se anuncian elecciones para el año siguiente. Se abren las cárceles. Sin embargo, al recomenzar el curso universitario, las manifestaciones también se lanzan de nuevo y en la Escuela Politécnica de Atenas se acaba produciendo una batalla campal entre estudiantes y fuerzas del orden que deja 30 muertos. Tras este suceso, el ala dura del régimen se impone. La apertura se frena, a Papadopoulos le sucede el brigadier Yoannidis, y recomienza la más brutal represión.

En julio de ese mismo año, Atenas ilumina un golpe de Estado en Chjpre cuyos impulsores destituyen a Makarios y llaman a la Enosis. El arzobispo, sin embargo, se escapa, y desde refugio seguro clama por la vuelta a la normalidad. Pocos días más tarde, los turcos desembarcan en la isla y bombardean Nicosia.

El 22 de julio, un ejército griego más acojonado que otra cosa pide tiempo muerto. El alto el fuego precipitará el fin de la dictadura. El 23 de julio de 1974 se forma un gobierno de unión nacional. Al frente del mismo… ¿algún demócrata vocacional? Pues no: Constantin Caramanlis.



Grecia juega de nuevo al juego de Maricón y Tontico. Hoy gobierna Maricón, mañana Tontico. Y así mucho.

lunes, diciembre 12, 2011

Hellas (2)

Pues sí. Tal y como anunciábamos en el artículo anterior de este hilo, la invasión griega de Turquía en 1920 fue el preludio de la Gran Cagada Griega.

En realidad, la cosa había empezado ya antes. Las invasiones militares no son cosas que se improvisen en 48 horas. En consecuencia, Grecia llevaba tiempo deseando aquella invasión y preparándola, motivo por el cual, ya desde 1917, había comenzado una carrera armamentística que volvió a aumentar exponencialmente su deuda externa.

En noviembre de 1920, además, hay importantes novedades en el país. Contra todo pronóstico, los conservadores monárquicos ganan las elecciones. Automáticamente, los nuevos gobernantes llaman a Constantino para que vuelva a ocupar el trono, en lo que la Europa aliada, y muy especialmente Francia, interpreta como un intolerable viraje germanófilo que provoca un bloqueo financiero del país orquestado desde París. La célebre CFI, de la que por causa de la guerra han desaparecido los representantes del bloque alemán, operará como punta de lanza, bloqueando cualquier operación de nuevo endeudamiento e, incluso, prohibiendo la emisión de papel moneda, llevando al país a una situación tal que en 1922 el gobierno griego se verá obligado a mutilar sus billetes: éstos son cortados en dos mitades, representando una la mitad del valor nominal del billete, y la otra un préstamo interior obligatorio (o sea: se declaró a todo ciudadano griego comprador de deuda pública del país por cojones, y por el valor exacto de la mitad del nominal de los billetes que poseía). Esta medida permitió emitir moneda sin generar masa monetaria y, consecuentemente, sin presionar la devaluación de la dracma. Pero encabronó al personal muy significativamente.

Los conservadores habían ganado las elecciones prometiendo desmovilización y paz; pero, una vez en el gobierno, y de forma un tanto inexplicable teniendo en cuenta que están sentados sobre un país quebrado, continúan la guerra en Asia Menor. Es deporte largamente practicado en Grecia, por lo que se ve, seguir adelante, impasible el ademán, sean cuales sean las condiciones económicas.

Sin embargo, arruinado y bastante desmoralizado, el país no puede sino perder frente a una nación que está en pleno proceso de rearme moral kemaliano. En septiembre de 1922, los turcos asestan a los griegos la victoria definitiva. Avanzando sin oposición, se pulen la costa de Asia Menor, es decir Esmirna y el resto de ciudades con nombres históricamente sonoros, y las devastan a gusto. Causan 40.000 muertos entre la ciudadanía de origen griego, actuación que, la verdad, está bastante cerca del concepto de genocidio.

El Tratado de Lausana cerró este conflicto bélico, decretando un intercambio masivo de ciudadanos: aproximadamente 1,2 millones de griegos residentes en Asia Menor (algunos de ellos, probablemente, desde los tiempos de Ilión, Ulises, Paris y Helena) fueron expulsados de sus casas y obligados a residir en la Grecia continental (a la que no habían querido trasladarse durante más de 2.500 años); y 250.000 turcos residentes en Macedonia y el Épiro fueron realojados en Turquía.

Probablemente, los españoles, por lo larga y profunda que es nuestra Historia, somos de los pocos que podemos valorar adecuadamente el drama de estos griegos de Asia Menor que fueron separados de sus lugares de origen. Ni siquiera los sefardíes judíos pueden exhibir credenciales de igual valor que estas personas que, sin embargo, a causa de la torpe invasión griega, fueron obligados a abandonar los lugares que llevaban habitando, desarrollando y culturizando desde los tiempos de Solón. Hay escritores griegos que no dan a esta minoría por plenamente asimilada en la sociedad griega hasta 50 años después. Los griegos de Asia Menor le aportan a la moderna sociedad griega un punto de ira y amarga acusación, amén de profunda sensación de fracaso colectivo. Aparte de suponer, en su momento, un reto en realidad inalcanzable para un país en las condiciones de Grecia. Porque cuando ese 1,2 millones de personas fue alojado en el continente, la población de Grecia era de 5 millones. Así las cosas, es como si hoy, en España, hubiéramos de alojar en nuestro interior, y de repente, a unos 10 millones de españoles residentes en el resto del mundo. Eso sí: la entrada en vena de 1,2 millones de griegos ha tenido la consecuencia sociológica de que la griega sea una sociedad que no deba plantearse el asunto del respeto a las minorías. Allí no hay minorías. Todos son, básicamente, griegos.

Jorge II, hijo de Constantino, sucede brevemente a su padre en el trono hasta que un grupo de oficiales liberales da un golpe de Estado y proclama la república en 1924. A eso sigue un periodo de inestabilidad que se romperá en 1928 con unas elecciones convocadas por conservadores y liberales conjuntamente, que serán ganadas por éstos últimos, lo cual colocará a Venizelos, una vez más, al frente de la nave de Ulises.

Venizelos estabiliza la dracma y hace avances significativos en el apoyo al sector industrial; pero, siendo Grecia un país sempiternamente acostumbrado a que sus logros los paguen otros, no consigue, en modo alguno, parar el crecimiento de la deuda. Para colmo, la famosérrima moratoria Hoover, por la cual los países perdedores de la Gran Guerra, que aún deben las correspondientes reparaciones económicas, quedan liberados de pagarlas, es dramáticamente nefasta para los griegos. Como catalanes aferrados a las disposiciones adicionales de su estatuto, los atenienses reclaman lo que según ellos se les debe; pero los nuevos vientos de la geopolítica internacional (habitualmente silenciados, por cierto, por mucho analista de salón del auge del hitlerismo) juegan en contra de ellos: las reparaciones no se pagan, así pues Grecia se queda sin aguinaldo para poder siquiera soñar con amortizar deuda (aunque hay que reconocer que el destino más que probable de aquella pastizara habrían sido los bolsillos de las familias políticas).

La crisis del 29 pilla a Grecia en bragas y sin muda. La subida inmediata de precios internacionales la ahoga y la debilidad de la dracma provoca que ya en 1931 valga un tercio menos que antes de que los inversores de Wall Street comenzasen a practicar vuelo sin motor. En abril de 1932, Grecia anuncia una suspensión provisional de los pagos de su deuda externa. En realidad, ha sido la CFI la que ha provocado la crisis, al negarse a una solución de deuda perpetua (pago de intereses pero no del principal), así como la des-indexación de los empréstitos con el oro, para dejarlos flotar más libremente. Pero, vaya, que los griegos no son los únicos; suspensiones de pagos las hubo también en Hungría, Austria y Bulgaria.

En los meses siguientes, Grecia llega a un acuerdo con sus acreedores (léase, con Londres), por el cual servirá sólo el 30% de los pagos de su deuda en 1932. El acuerdo le cuesta el poder a los liberales, que son sustituidos por los conservadores. Las negociaciones continúan durante 1933, año en el cual Grecia apenas puede incrementar sus pagos hasta un 35% de los que teóricamente debiera atender. En otras palabras, fueron los tenderos, los abogados, los albañiles y los mediopensionistas británicos los que pagaron la estúpida guerra contra los turcos.

Como tantas otras cosas, los contactos del nuevo default griego son cortados por el estallido de la segunda guerra mundial. Las negociaciones se retomaron en Bretton Woods, en 1944, con el resultado de un acuerdo de refinanciación que incluía pagos hasta 1969. O sea: de llegarse al mismo acuerdo hoy, los griegos tendrían para pagar su deuda hasta el 2037.

La segunda guerra mundial cambia muchas cosas en Grecia. Fundamentalmente, tres. En primer lugar, poco a poco el país se convertirá en un stronghold de los intereses occidentales en los Balcanes, sobre todo cuando la URSS comience a acrecentar su influencia en Rumania y Bulgaria. En segundo lugar, servirá para elevar la moral de los griegos, los cuales, con un ejército prácticamente inexistente, medios escasísimos, desorganización y la típica improvisación mediterránea, serán capaces de parar en seco a todo un ejército invasor como el del pígnico Benito Mussolini; tendrán que ser las mismísimas divisiones de Hitler las que doblen la rodilla de los modernos hoplitas.

En tercer y último lugar, y puesto que el aliento de la URSS es cercano, Grecia se abrirá a la izquierda política, obrerista, pero lo hará de forma radical. Inexistente la socialdemocracia en la tradición política helena, quienes se sientan de izquierdas en el país abrazarán el comunismo. Así nacerá el KKE, un partido comunista netamente prosoviético, al frente del cual se situará un devoto estalinista en la persona de Nikos Zacaríades.

En la primera mitad de los años 30, el KKE será apenas los picatostes de un chocolate más complejo en el que los enfrentamientos entre liberales y conservadores vuelven a aflorar la nostalgia por la figura del rey. En marzo de 1935, los oficiales republicanos reaccionan a esta situación mediante un golpe de Estado finalmente fallido, pero que colocará al país al borde de la guerra civil. En las elecciones de junio de 1935 los liberales deciden no participar, lo cual deja todo el Estado, y el ejército, en manos de los conservadores. Desde la propia cúpula se prepara el cambio. En septiembre, un grupo de militares da un golpe de Estado monárquico. Se celebra inmediatamente un plebiscito en el que el 97% de los votos válidos son para la monarquía. El noviembre, Jorge II ya está orinando en el cuarto de baño de su palacio ateniense.

Jorge II, un señor que según los recuerdos de Sofía de Grecia pasados por el tamiz de los guionistas de TVE debería ser una especie de Papá Noel de la democracia, ha aprendido la lección de que los griegos son de los que ponen reyes en la frontera, y ha vuelto totalmente decidido a no darles la menor oportunidad de albergar idea tal. En abril de 1936, casi al mismo tiempo que Azaña está formando su gobierno del Frente Popular en España, forma un gabinete extraparlamentario, al frente del cual sitúa a un militar, el general Metaxas, un espadón que lo flipas, antiguo estratega de Constantino.

Metaxas la toma rápidamente con los únicos que pueden ponerle problemas, que son los comunistas (Venizelos ha muerto meses atrás, en el exilio londinense, pero no sin antes reconocer el fait accompli de la vuelta de la monarquía). Los prosoviéticos montan, en mayo de aquel mismo año, una huelga general en Tesalónica. Las gentes de Metaxas entran en la ciudad con el cuchillo de capar entre los dientes, se apiolan a 30 manifestantes, dejan 300 heridos en las calles y, por supuesto, de la huelga no quedan ni los pasquines. El 4 de agosto, se decreta la ley marcial y se suspende la Constitución.

Eso, en mi pueblo, se llama dictadura. Y fue impuesta por el tío de la señorita que tanto se cohibía, según los guionistas, a la vista del dictador militar español.

La dictadura jorge-metaxera se apiola o destierra a no menos de 25.000 personas, suspende los partidos políticos. Se queda con todo.

En eso, llega la guerra y la tentativa de invasión italiana. En medio del follón, 1941, Metaxas se multiplica por cero.

Poca gente sabe, además, que Grecia es uno de los grandes paganos de la segunda guerra mundial. Se ha estimado que los combates le costaron al pueblo griego no menos de un 7% de sus ciudadanos; piénsese en un enfrentamiento bélico que costase la vida de tres millones de españoles. Buena parte de todos estos muertos lo hicieron de hambre, bajo las condiciones poco menos que de unthermenschen a las que los griegos fueron sometidos por los alemanes y, sobre todo, sus aliados búlgaros.

Grecia tuvo una resistencia nutrida, arriesgada y, fundamentalmente, comunista. El KKE, terminada la guerra, no está dispuesto a volver al segundo plano de la vida del país y reclama el poder, en todo o en parte; o sea, en todo, porque el estalinismo no es una cosmovisión política que acepte cohabitaciones, como bien saben los partidos burgueses polacos, checos o húngaros. En realidad, tras el final de la guerra Grecia entra en un periodo de enfrentamiento civil larvado (67.000 muertos, que se dice pronto) que termina en 1949, cuando Gran Bretaña anima la creación de un protectorado estadounidense en la zona. La denominada Comisión Porter del Congreso USA (marzo de 1947) aprueba un supercrédito de 400 millones de dólares para Grecia y, de hecho, aprueba la total toma de control americano de los resortes estatales griegos, con la misión, simple y pura, de evitar la caída del país en la órbita soviética; deriva que es fomentada por Moscú a través de sus entonces países satélites: Albania, Bulgaria y Yugoslavia. Dos de ellos, curiosamente, no tardarían en salirse del corralito.

La principal consecuencia del protectorado americano es el renacimiento, intacta, de la clase política griega que había mangoneado el país en el pasado. En Grecia, como en otras naciones del mundo durante la Guerra Fría, Washington aplicará sin rubor la máxima de que más vale dejar que los arrogantes, los pequeños dictadores de salón y los corruptos sigan tocando pelo, si con eso se consigue una devota política anticomunista. Lo cual incluye conservar la monarquía, que tantas pruebas de amor a la libertad de los hombres ha dado ya. En 1952, al régimen no le tiembla la mano a la hora de fusilar al líder comunista Nikos Beloyannis, a pesar de la campaña mundial de solidaridad por su vida. En 1947 Pablo I, el papá de Sofía, sucede a Jorge II, que se va por la bareta de la existencia. En 1951, of course, Grecia entra en la OTAN.

En noviembre de 1952, se celebran unas elecciones que gana la derecha. ¿Es designado jefe de gobierno algún buen abogado, prometedor ingeniero, o similar? No. En la democracia griega tutelada, el elegido para presidir el gobierno es un militar: el mariscal Papagos, héroe de la guerra y martillo de los comunistas.

Sic transit la que una vez fue la primera democracia sobre la Tierra.