Últimas esperanzas
La ofensiva de Cataluña
El mes de enero de las chinchetas azules
A la naja
Los tres puntos de Figueras
A Franco no le da una orden ni Dios
All the Caudillo's men
Primeros contactos
Casado, la Triple M, Besteiro y los espías de Franco
Negrín bracea, los anarquistas se mosquean, y Miaja hace el imbécil (como de costumbre)
Falange no se aclara
La entrevista de Negrín y Casado
El follón franquista en medio del cual llegó la carta del general Barrón
Negrín da la callada en Londres y se la juega en Los Llanos
Miaja el nenaza
Las condiciones de Franco
El silencio (nunca explicado) de Juan Negrín
Azaña se abre
El último zasca de Cipriano Mera
Negrín dijo “no” y Buiza dijo “a la mierda”
El decretazo
Casado pone la quinta
Buiza se queda solo
Las muchas sublevaciones de Cartagena
Si ves una bandera roja, dispara
El Día D
La oportunidad del militar retirado
Llega a Cartagena el mando que no manda
La salida de la Flota
Qué mala cosa es la procrastinación
Segis cogió su fusil
La sublevación
Una madrugada ardiente
El tigre rojo se despierta
La huida
La llegada del Segundo Cobarde de España
Últimas boqueadas en Cartagena I
Últimas boqueadas en Cartagena II
Diga lo que diga Miaja, no somos amigos ni hostias
Madrid es comunista, y en Cartagena pasa lo que no tenía que haber pasado
La tortilla se da la vuelta, y se produce el hecho más increíble del final de la guerra
Organizar la paz
Franco no negocia
Gamonal
Game over
Modesto, en sus memorias, afirma que tras los nombramientos del día 3, él intimó a Negrín para que le permitiese destituir a Casado, pero que el jefe del gobierno no quería darle el mando del ejército a un comunista por temor a la respuesta que se podría producir. Era, todavía, demasiado pronto. En la misma línea incide Antonio Cordón, quien escribe que, durante la preparación de los nombramientos, Negrín le dijo que tanto Miaja como Casado debían ser cesados y separados del mando, pero que había que hacerlo “con cautela”; por eso diseñó unos cambios por etapas de los que, lo más seguro, los del día 3 de marzo eran sólo la primera parte. Otro comunista, Jesús Hernández, afirma que los nombramientos del día 3 fueron el resultado de presiones del Partido Comunista; pero, estando como estaba de retirada como comunista cuando escribió esas páginas, afirma que él no participó (lo cual tiene poco pase, si es que las presiones existieron, lo cual es bastante probable). Tagüeña, por su parte, afirma que estuvo trabajando esos días con Domingo Girón, secretario del PCE en Madrid, revisando todos los miembros comunistas en el ejército que defendía Madrid, puesto que su objetivo era neutralizar a Casado. Tagüeña, sin embargo, anotó en sus memorias que cuando llegó a Madrid se encontró con que los mandos, por lo general, eran muy fríos con los comunistas y, de hecho, anota con satisfacción lo bien que lo trató Barceló en su puesto de mando de La Pedriza.
Antonio López Fernández, el hagiógrafo de Miaja, nos cuenta que ese mismo día 3, Miaja y Matallana, junto con sus ayudantes, fueron a la Posición Yuste, donde se entrevistaron con Negrín, en presencia del ministro comunista de Agricultura, Vicente Uribe. Matallana le dijo a Negrín que lo que mejor podía hacer era abandonar España con los miembros de su gobierno. Le dijo que debía dejar paso a los militares, para que intentasen negociar el salvamento de algún que otro mueble; y que era imperativo que los comunistas no tocasen pito en todo aquello. Negrín, por supuesto, no les escuchó. López, por otra parte, abona la tesis de que todo el mundo consideraba que los nombramientos del 3 de marzo eran sólo un primer paso, y que habría más (en efecto: formalmente, todavía faltaba el nombramiento de Casado como jefe del EM del Ejército de Tierra y su apartamiento de la defensa de Madrid). Que por eso Casado se desplazó a Valencia y que allí, quizás el día 4, pactó con el resto de los mandos que se formase una junta de jefes que, bajo la presidencia de Miaja, declarase ilegal el gobierno Negrín y entablase negociaciones de paz. López dice que incluso se redactó un documento para ser leído en Radio Madrid que, por supuesto, nunca se leyó. La verdad, los indicios son bastante claros de que todo esto obedece a las ganas que tenía López de demostrar que su jefe era lo más de lo más del mundo mundial.
Edmundo Domínguez Aragonés nos aporta el dato de que cuando menos el nombramiento de Leocadio Mendiola fue muy polémico. En sus memorias dice haber hablado el mismo día 3 con Francisco Candel, presidente de la Agrupación Socialista de Murcia, quien le habría anunciado una reunión del Frente Popular murciano esa misma noche para detener ese nombramiento.
La fecha del 3 de marzo es también muy probable que sea aquélla en la que el coronel Segismundo Casado (él no se considera general) logra atraer a Wenceslao Carrillo a la idea del Consejo de Defensa. De forma más importante, Casado dice en sus memorias que el día 3 es el día en el que decide que su movimiento ya no tiene marcha atrás, como es lógico tras leer el Boletín del Ministerio de Defensa, porque el contenido del mismo le estaba diciendo que tenía días, si no horas, para montar su sublevación, antes de ser cesado.
Casado y Carrillo padre habían contactado por medio de Orencio Labrador, un mayor de milicias, que fue quien convenció a Carrillo de que debía entrevistarse con el militar. En ese momento, el PSOE en Madrid, al igual que la UGT, estaba profundamente dividido entre los que querían una paz honrosa y lo que querían seguir a Negrín (con mayoría de los primeros).
Cuando Carrillo y Casado por fin se conocieron, el responsable de la defensa de Madrid le dijo que, si el ejército nacional atacaba, no habría manera de garantizarle la seguridad a nadie en la zona republicana; que, por eso, era mejor llegar a un pacto eficiente que evitase las represalias indiscriminadas (léase: que salvase el culo de los de siempre). En esa primera entrevista, Casado le contó a Carrillo el desarrollo de la reunión de Los Llanos, de donde cabe deducir que pudo producirse a finales de febrero. Casado le pidió a Carrillo su opinión sobre la constitución de un Consejo de Defensa donde se encontrasen todos los partidos del Frente Popular salvo los comunistas. Carrillo dice que consultó esta cuestión con la Agrupación Socialista Madrileña, y que ésta estuvo de acuerdo.
En una nueva reunión, que es la que se cree se produjo el día 3 que ahora estamos relatando, y probablemente tras conocer la aquiescencia de la Agrupación, Casado le ofreció a Carrillo un puesto en el Consejo. Carrillo respondió reuniendo a la Agrupación de nuevo; Agrupación que, siempre según Carrillo, aprobó que formase parte del futuro Consejo. En todo caso, Casado le informó de que contaba ya con la aquiescencia de todas las formaciones, y la personal de Besteiro. Carrillo también contó, al terminar la guerra, que días antes, en fecha que no he podido adverar, tuvo una reunión con elementos anarquistas en la que incluso estuvo Mera y a la que también asistieron gentes de Izquierda Republicana y Unión Republicana; pero la información sobre este tema es confusa, aunque parece ser que todos esperaban que, de un momento a otro, Negrín cesara a Casado.
El cuartel general del ejército del Centro en Madrid estaba situado en la famosa Posición Jaca, en la Alameda de Osuna. Allí, en la ubicación que le era más parcial, Casado reunió a sus jefes de servicio y a su jefe de Estado Mayor y les informó, aquel día 3 de marzo, de que iba a constituir un Consejo Nacional de Defensa que habría de sustituir al gobierno de Negrín. Dice Casado que puso mucho hincapié en contrarrestar la posible actitud violenta de los comunistas, pero eso bien puede ser lo que dice que dijo tiempo después; la admonición, en todo caso, tiene mucha lógica. La advertencia, de ser ciertos sus recuerdos, también se la hizo al general Toribio Martínez Cabrera, gobernador militar de Madrid; a Girauta, director general de Seguridad; y a Pedrero, jefe del SIM, puesto que los tres le visitaron aquel día.
Es evidente que todos estos movimientos en la Posición Jaca fueron prontamente conocidos por el presidente Negrín, porque ese mismo día, el primer ministro llama al coronel Casado y le intima para que se presente de nuevo en la Posición Yuste. Como veremos, Casado le dará largas para no ir, convencido de que si va, será detenido.
Pero vayamos a Cartagena y sigamos con el nombramiento de Galán. Este nombramiento tan fulminante (tuvo que producirse horas, si no minutos, después de recibir la información de Buiza) hace pensar que Negrín se equivocó al interpretar los hechos. Al nombrar a Galán, estaba cesando al general Carlos Bernal García, que era el que ostentaba la jefatura de la base naval; pero no cesó a almirante Buiza, jefe de la Flota. A mí me hace pensar, por lo tanto, que calculó que Bernal era el que estaba detrás de todo y que le quería montar una como la que montó Casado en Madrid.
A Paulino Gómez, ministro del gobierno Negrín de filiación socialista, lo reciben en Cartagena sin alharacas pero sin partirle la cara. Sin embargo, estando en el camarote de José García Barreiro, quien ya hemos dicho era comandante de destructores y segundo jefe de la flota, ambos, Barreiro y Gómez, se dijeron varias cosas, y ninguna de ellas fue bonito. García le dijo que había que negociar con Franco, que la guerra estaba irremisiblemente perdida; y Gómez le contestó que el gobierno no aceptaba chantajes de ningún militar. Bruno Alonso, presente, tuvo que ponerse en medio.
Aunque ya estamos bastante disparados en el relato de lo que ocurrió en Cartagena en esos primeros días de marzo, este día 3 tenemos más cosas que contar que no pasaron en Murcia. Pasaron, por ejemplo, en París. Concretamente, en el restaurante Lapérouse, en el Quai des Augustins (que todavía existe; relativamente conocido por sus timbales de caviar, el más barato de los cuales sale por unos 90 euros). Allí, entre aceitunitas y chetos, se reúne la Diputación Permanente de las Cortes Españolas; la misma, básicamente, que ante la sangre de un diputado vilmente asesinado en una camioneta en julio del 36 hizo, básicamente, nada.
En la reunión no están los comunistas, porque todavía están en España combatiendo (o, más bien, haciendo que los demás combatan), aunque la disculpa oficial fue que no pudieron ser localizados; y tampoco está Portela Valladares, que estaba enfermo (o sea: no os vayáis a creer que es que en la reunión no estaban permitidos minusválidos conceptuales como él). Estaban Emilio Palomo Aguado, Emilio Baeza Medina, Luis Fernández Clérigo, Pedro Vargas Guerendiain, Miquel Santaló, Valentín Ferres, Luis Araquistain, José Prat, Anastasio de Gracia, Moncho Lamoneda, Alvarito Albornoz, Pascual Leone, Julio de Jáuregui, Juan Sapiña y Julián Zugazagoitia.
Barrio les leyó a los diputados el texto de la dimisión de Azaña y, acto seguido, se extendió sobre los muchos obstáculos jurídicos existentes para llevar a cabo las previsiones constitucionales. Si el presidente las Cortes sustituía al de la República, debía ser asimismo sustituido por un vicepresidente y, ojo, en un plazo de un mes debían convocarse elecciones de compromisarios. La mayoría de los presentes (como suele pasar en las juntas de vecinos cuando sabes que a ti no te toca ser presidente) insistía en que debería producirse el relevo automático, para lo cual tenían un precedente: en un parlamento anterior, un ambicioso Martínez Barrio había sucedido a Alcalá Zamora cuando lo nombraron presidente, y sin tantos melindres. Según Zugazagoitia, nadie se atrevía a proponer una votación, porque todo el mundo sospechaba que, antes de votar, Barrio anunciaría que dimitía. Barrio propuso un acuerdo basado en comunicarle a Negrín que sólo regresaría a España para terminar con la guerra y con plena libertad de movimientos para llevarlo a cabo.
En realidad, todo iba de lo mismo: nadie quería ser presidente de la comunidad de vecinos. Hasta Fernández Clérigo, que era segundo vicepresidente, y sin haber dimitido Barrio, se apresuró a aclarar que, de hacerlo, la presidencia de las Cortes le correspondía a Luis Jiménez de Asúa, que no estaba presente. ¿A que es, talmente, una reunión de vecinos? En realidad, el furor dimisionario sólo se detuvo cuando alguien recordó que la tercera vicepresidenta de las Cortes era Dolores Ibárruri; así pues, si seguían dimitiendo todos, ya sabían en manos de quién iba a acabar la República.
Hay que tener en cuenta, además, que la reunión de la Permanente estaba mediatizada por unas recientes declaraciones de Georges Bonnet, el ministro francés de Asuntos Exteriores, quien había afirmado en el Senado franchute que ningún gobierno español podía existir en territorio soberano francés. De hecho, su colega Albert Sarraut, de Interior, había ido más lejos aseverando: “acogemos a los ministros españoles como proscritos, no como gobernantes”. Los miembros de la Comisión Permanente de las Cortes, para poder seguir siendo eso mismo, tenían que volar a Madrid. Sin embargo, ninguno de ellos quería hacerlo, aunque sabían que eso podía suponer entregar las Cortes republicanas a los comunistas, que sí que estaban en España.
Finalmente, la Comisión Permanente acordó los términos de un comunicado en el que se mostraba dispuesta a colaborar con una eventual presidencia de Martínez Barrio, “si tiende exclusivamente a liquidar con el menor daño y sacrificio posibles y en función de un servicio humanitario, la situación de los españoles”.
Ya voy sabiendo por qué se siguen combatiendo guerras que están ya perdidas. En la Alemania nazi al final se decía que las potencias ganadoras habían decidido hacer una nación agrícola de ese país, y que resistirse hasta el fin evitaría eso.
ResponderBorrar"...él [Casado] no se considera general..."
ResponderBorrarEso dijo durante años, y lo presentaba como evidencia de su insumisión al gobierno Negrín, que le había nombrado. Pero en muchos documentos (incluido el de las "condiciones de rendición") se llamaba a sí mismo "general". Un puntito de soberbia que aprovecharon sus enemigos (los de entonces y los de ahora) para desfigurar sus actos en aquellos días.
Eborense, estrategos