miércoles, marzo 02, 2022

El fin (27: Si ves una bandera roja, dispara)

El Ebro fue un error

Los tenues proyectos de paz
Últimas esperanzas
La ofensiva de Cataluña
El mes de enero de las chinchetas azules
A la naja
Los tres puntos de Figueras
A Franco no le da una orden ni Dios
All the Caudillo's men
Primeros contactos
Casado, la Triple M, Besteiro y los espías de Franco
Negrín bracea, los anarquistas se mosquean, y Miaja hace el imbécil (como de costumbre)
Falange no se aclara
La entrevista de Negrín y Casado
El follón franquista en medio del cual llegó la carta del general Barrón
Negrín da la callada en Londres y se la juega en Los Llanos
Miaja el nenaza
Las condiciones de Franco
El silencio (nunca explicado) de Juan Negrín
Azaña se abre
El último zasca de Cipriano Mera
Negrín dijo “no” y Buiza dijo “a la mierda”
El decretazo
Casado pone la quinta
Buiza se queda solo
Las muchas sublevaciones de Cartagena
Si ves una bandera roja, dispara
El Día D
La oportunidad del militar retirado
Llega a Cartagena el mando que no manda
La salida de la Flota
Qué mala cosa es la procrastinación
Segis cogió su fusil
La sublevación
Una madrugada ardiente
El tigre rojo se despierta
La huida
La llegada del Segundo Cobarde de España
Últimas boqueadas en Cartagena I
Últimas boqueadas en Cartagena II
Diga lo que diga Miaja, no somos amigos ni hostias
Madrid es comunista, y en Cartagena pasa lo que no tenía que haber pasado
La tortilla se da la vuelta, y se produce el hecho más increíble del final de la guerra
Organizar la paz
Franco no negocia
Gamonal
Game over   



Sin embargo, lo que Galán no podía saber, dado que Negrín no se lo había contado (y es que es probable que no lo supiera), era que, como os he explicado hace algunos párrafos, en Cartagena no había un movimiento al que estuviesen apuntados todos. Tenéis que entender, en este sentido, que en Cartagena, como en la posición de Casado en Madrid, no había nadie que, de verdad de la buena, estuviese en inteligencia con los nacionales. Lo que estaba pasando no lo estaba teledirigiendo Franco; si así hubiera sido, habría habido una sola conspiración, un solo movimiento, un solo objetivo. Allí, sin embargo, cada uno estaba haciendo lo que se le ocurría. Galán no podía saberlo, pero cauterizando a Ramírez sólo estaba cerrando una de las puertas del centro comercial.

Cuando Galán estaba escuchando las explicaciones de un ayudante de Bernal sobre dónde estaban los folios y las grapas para las grapadoras, Fernando Oliva, con una pistola en la mano y rodeado de infantes de marina, penetró en el despacho y le comunicó a Galán que estaba detenido. Galán no había tenido tiempo ni de ponerse su uniforme ni de colgarse arma alguna (aunque lo cierto es que no la habría usado). Quedo encerrado en un despacho sin teléfono.

Lo siguiente que hizo Oliva fue arrestar a Ramírez, Morell y Semitiel, a los que metió en el mismo despacho que Galán. El motivo más próximo fue que, al parecer, los tres le reprocharon que se hubiese desempeñado con Galán con cierta violencia. En todo caso, el motivo principal es que los tres, probablemente, estaban comprometidos a haber hecho lo que Oliva había hecho cuando entraron en el despacho de Bernal, y no lo habían hecho. Ahora, pues, Oliva dudaba de sus convicciones conspirativas.

El siguiente paso de la conspiración es la liberación de los presos políticos de la cárcel local. Ésta es verificada por un grupo de artilleros, al mando del brigada Luis Montes, que se dirige a la cárcel, donde el director, Luis Bernal, les franquea el paso; una vez libres, artilleros y ex presos se dirigen a la ciudad, al Parque de Artillería. El oficial de telégrafos José Garrido, quintacolumnista, se encargará de organizar guardias en las entradas de la ciudad.

En el Parque de Artillería, en realidad, tampoco hace mucha falta que la variopinta marcha que viene de la cárcel haga mucho. El capitán Cayetano Serna ya ha comenzado allí la sublevación sin esperarlos. A la llegada de presos y artilleros, allí se genera una gran euforia. Todo el mundo cree que la guerra ha terminado para ellos. Calixto Molina, que está por allí, decide ir en busca del coronel Armentia para traerlo al Parque. Molina quiere tenerlo controlado: sabe que Armentia es un militar republicano, y lo reputa un posible obstáculo para la rebelión que él tiene en su mente, que lo es antirrepublicana.

Las mismas intenciones, esto es, no forzar a Negrín a negociar sino deponerlo y acabar con el bando republicano, son las que tiene el coronel Arturo Espa. Espa está en Cabo de Agua, en el puesto de mando de las baterías de la costa. A las 11 de la noche, con escasa dificultad, se ha hecho con el control total de las mismas.

En otro establecimiento militar de la ciudad, Cuartel de Armas Navales, las cosas no están del todo claras; pero, probablemente, son allí más los que están con la sublevación. Los grupos de artilleros comienzan a recorrer la ciudad en la noche para detener a los que consideran contrarios al movimiento. La consigna es Por España y por la paz; pero no son pocos los que declaman vivas a Franco.

En puridad, y aparte de la 206 que no ha entrado en la ciudad, aquella noche sólo hay una unidad militar que permanece fiel al gobierno: el séptimo batallón de Retaguardia; pero su comandante fue rápidamente detenido y llevado al Parque de Artillería. La Intendencia de la Armada se subleva rápidamente; como lo hace el Arsenal, a las órdenes del coronel Lorenzo Pallarés.

La sublevación ha triunfado. Pero, claro, el problema que tiene “esa” sublevación es que no es “una” sublevación.

Cuando el coronel Gerardo Armentia llega al Parque de Artillería, se queda pijarriba. El edificio y sus efectivos están en manos de personas que él conoce bien, porque a esas alturas en un sitio como Cartagena todo el mundo se conoce. Los más falangistas, los más requetés de los cartageneros están ahí, mandando. De hecho, Armentia se cruza con militares, como un tal capitán Meca o un comandante Cifuentes, que habían sido ya apartados del Ejército por su inequívoca actitud. Por la puerta entran grupos de artilleros que traen personas a las que han detenido a su leal (o desleal) saber y entender. Y los despachos son un hervidero de militares, civiles y mediopensionistas. Aquello es, que diría un francés, un puto cafarnaún.

Lo único que parece claro es que todo el mundo acepta el mando de Armentia. Así pues, el coronel toma un teléfono y trata de comunicar con Espa, para coordinarse. En ese momento, Armentia está convencido de que Cartagena no está sola. De que a todo lo largo y ancho de la España republicana, unidades militares se están alzando para provocar la formación de una Junta Política que sustituya al gobierno, eche a los comunistas y negocie la paz. En ese entorno, unos cuantos camisas azules por aquí y por allá le parecen un riesgo controlable.

Sin embargo, acabará enterándose de que Capitanía no está formalmente sublevada; que su jefe está detenido, eso sí, pero no está sublevada; y, sobre todo, de que la mayor baza que tiene Cartagena, que es sacar los barcos a aguas abiertas para presionar a Negrín, no se ha jugado. Así que telefonea a Espa y le diga que apunte las piezas de artillería hacia los barcos.

Al menor indicio de que están dominados por comunistas, dispárales.

Mientras todo lo que he relatado ocurre en los establecimientos militares en tierra, el acceso de los marineros a los barcos está teóricamente sellado; sin embargo, como siempre, hay algunos que, tirando de relaciones personales con los centinelas o haciendo uso de otras artes, acaban colándose y llegando a su nave. Uno de ellos le refiere a Bruno Alonso un retrato bastante preciso de lo que está pasando en el Parque de Artillería. Alonso se lo cuenta a Buiza, y el almirante decide obtener más información. El Cervantes está surto en una parte del puerto bastante cercana a la Capitanía, por lo que, en ese momento, barco y edificio tenían tendida una línea telefónica. Buiza la usa y pide hablar con quien esté al mando. En Capitanía le vienen a decir: buena pregunta...

En Capitanía todo son dudas. Galán, obviamente, se niega a ponerse al teléfono; no está al mando de nada. En cuanto a Ramírez y Morell, aunque pudieran considerarse algo más ligados al movimiento, tampoco se atreven a ser sus portavoces ante la Flota. A Buiza todo eso no le suena nada más que a que algo raro está pasando, algo desviado del plan inicial; y por ello anuncia que, o se pone al teléfono alguien con capacidad de hablar, o enfilará las piezas de artillería hacia la Capitanía y procederá a disparar.

La amenaza de la Flota deja muy preocupado a Fernando Oliva, quien se da cuenta de que tiene que llegar a algún tipo de acuerdo con los tres militares a los que tiene arrestados en un despacho. Fruto de esas negociaciones, Galán, el hombre enviado por el gobierno, habla con Buiza por teléfono, y consigue que la amenaza de disparar contra tierra se elimine.

En la práctica, la intervención de la Flota en el follón de Capitanía llevó a que ese follón fuese más follón todavía. Hasta el momento en que Buiza había llamado, todo parecía que Oliva era quien ahora estaba al mando, aunque las personas sobre las que se había impuesto, Galán, Ramírez y Morell, nunca estuvieron detenidos propiamente hablando; estuvieron más controlados que detenidos. Oliva, sin embargo, había aprovechado la condición polisémica de la rebelión; había permitido que se uniesen en la misma desde los junteros, esto es, quienes todo lo que querían era la formación de una junta republicana que variase la actitud bélica del régimen para poder negociar una paz honrosa con Franco (ja); hasta los falangistas irredentos que todo lo que querían era la entrada de las tropas nacionales en la ciudad tocando caxa. La pieza que se salió de ese complicado puzzle fue la Flota, que no aceptó más guion que el que tenía hablado desde días antes. Este mantenimiento acabó, por así decirlo con el mando de Oliva, quien, al haber quedado claro que no era interlocutor para Buiza, quedó capitidisminuido. Pero eso, sin embargo, tampoco supuso que otras personas, mucho menos Galán, tomasen el control de la Capitanía, puesto que para entonces ya había demasiados amotinados de cierto signo como para admitirlo.

En esas circunstancias, la única figura que adquiere un perfil razonable es Ramírez quien, con la ayuda del ayudante del general Bernal, parece que se hace con el control de las guardias y servicios del edificio. Pero es el suyo el mando sobre un lugar en cuyos pasillos todo el mundo se cruza con gente que, teóricamente, no debería estar allí, y nadie sabe muy bien a quién obedece, si es que obedece a alguien.

A esas horas o quizás antes, el comandante de la Brigada 206 y su comisario político, que han ido a la Base un poco de avanzada a ver cómo está la movida, son detenidos por una patrulla cuando tratan de abandonarla. A ambos deciden los soldados llevarles a una casa que han habilitado como calabozo, pero en el camino Artemio Precioso decide escapar, y consigue escabullirse en medio de las balas de sus guardias. En las horas siguientes vagará en la oscuridad hasta llegar al aeródromo de Los Alcázares, donde dará la noticia de la sublevación cartagenera.

Los propios sublevados, sobre todo los de perfil franquista, también están haciendo proselitismo de su movimiento, poniéndose en contacto con las unidades cercanas a Cartagena e invitándoles a sublevarse por su parte. El destacamento del Regimiento de Armas Navales de La Aljorra se subleva en la madrugada. En todo caso, la novedad más importante se produjo en Los Dolores. Allí, una abigarrada patrulla, militar y civil, se apodera de la Emisora de la Flota Republicana. La patota que se hace con la emisora de radio es de perfil claramente nacional; desde el principio, cuando se hacen con los micrófonos, comienzan a dar vivas a Franco y Arriba España y tal. Esta acción temeraria será juzgada por los conspiradores profranquistas como una gran cosa, aunque, en realidad, yo creo que fue una estupidez y les jugó a la contra. Si en Cartagena había, que los había, muchas personas unidas a la sublevación que no sabían que era un movimiento con ribetes franquistas, ahora ya fue imposible ocultarlo.

2 comentarios:

  1. Anónimo10:00 p.m.

    "...yo creo que fue una estupidez y les jugó a la contra..."

    Completamente en desacuerdo.

    Con Los Dolores en manos rebeldes y lanzando consignas franquistas, hasta Negrín (no digamos Franco) podía darse cuenta de que la retaguardia de la Región Central había saltado por los aires. Ni línea de resistencia en torno a Cartagena, ni retirada ordenada a Alicante, ni nada de nada.

    Ni barcos tampoco. Porque la toma de Los Dolores aislaba a la flota de cualquier control que pudiera pretender el gobierno Negrín sobre ella.

    Y finalmente, Los Dolores hizo todo lo que pudo para machacar la moral de los marinos (que ya hacía marea baja) a base de exageraciones y propaganda, y para pasar información al otro bando.

    No me quiero anticipar al que seguro que será el próximo capítulo.

    Eborense, Grossadmiral zur See

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    1. Entiendo lo que dices. Yo me refiero más bien a que, en un determinado momento de la sublevación de Cartagena, a los sublevados franquistas les hubiera venido muy bien que no se los identificase como tales; sobre todo porque no podían saber cuál era la capacidad de la República de allegar más tropas hacia la ciudad. O a lo mejor sí contaban con ello, y eso abonaría la tesis de que Cartagena y Casado estaban conectados que es, para mí, la gran cuestión de estos días que nunca ha quedado del todo clara.

      Supongo que si ponemos el acento en la necesidad de hacer huir a la Flota, la toma de Los Dolores es un buen movimiento. Pero si consideramos como prioridad lanzar una rebelión unida en Cartagena, ya no lo tengo tan claro.

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