Esta imagen de la iglesia bruselense de Notre Mère du Grand Sablon está tomada a las seis de la mañana del martes desde la ventana de mi hotel. Algunos de los comentaristas del pasado post irlandés pueden haberse sentido un tanto contritos por la tardanza en publicar sus comentarios; pero el caso es que yo estaba allí, sin posibilidad de atenderles.
El caso es que ya cuando marchaba pensaba que, probablemente, el artículo sobre la falsa identificación entre el problema español y el problema irlandés acabaría generando comentarios en forma de pregunta. No me equivoqué. Pensé en contestarlas en los comentarios, para no molestar a aquellos de los lectores del blog a los cuales este tema en concreto no les haya interesado demasiado. Pero, finalmente, me di cuenta que la longitud que alguna respuesta demanda hacía aconsejable dedicarle un arttículo complementario a las consecuencias de ese anterior post.
Vayamos con ello, pues.
¿Por qué vascos y gallegos? ¿Por qué no catalanes, o navarros?
Son dos preguntas, y dos respuestas.
Los navarros tuvieron, cierto es, monarquía propia. El suyo es un caso especial porque, efectivamente, como yo creo que sugería el comentarista que planteaba la pregunta, la navarra es, probablemente, la identidad propia, de todas las identidades integradas en España, con mayores pilares históricos para reclamarse. También es absolutamente cierto que, finalmente, navarra fue invadida, por cierto, por tropas a cuyo frente se encontraba un tipo cuyo primer oficio en la vida fue ser rey de los catalanes (entre otros).
Pero, en primer lugar, el post iba con la identificación entre el conflicto navarro y el conflicto irlandés, que no es exactamente lo mismo que hablar de la identidad foral navarra. Segundo, esa identidad es, en mi opinión, previa la identidad euskaldún, no consecuencia de ella; Navarra, y el sentimiento de pertenencia a la misma, existen mucho antes que Euskal Herria. Más aún: Navarra no puede exhibir, ni de coña, ese pasado aislado de todo que la mitología vasca presupone para los vascos. Los Arista, de hecho, no sólo tenían contacto con los musulmanes dominadores de la península, sino que eran, mutatis mutandis, sus aliados, hasta el punto de no participar en la idea prenacional de la reconquista pelagiana. Pero eso no era porque, como vascos, no se sintiesen identificados con un objetivo español; era porque debían su poder al hecho de que los moros les dejasen en paz. Mientras eso pasaba, por cierto, los otros vascos, los de Vasconia, defendían de esos mismos musulamanes los pasos de Asturias codo con codo con el resto de los pueblos súbditos de Alfonso II. Caray con los que no tenían contacto con nadie...
No es hasta mediados del siglo IX que navarros y muladíes rompen su entente cordiale, momento en el que Navarra, por cierto, en lugar de construir una identidad propia y pasar de la idea prenacional antecitada, se alía con los soberanos asturcones. Sin embargo, todavía Fortún Arista, el último de los soberanos de la dicha rama, será bisabuelo, por parte de hija, del célebre Abderramán III (quien, por lo tanto, era, sí, un 25% pamplonica); así pues, para decantar finalmente la balanza, hace falta que Oviedo provoque en Pamplona, año 905, un golpe de Estado en toda regla.
Lo que hoy entendemos como País Vasco ya formaba parte, en su mayoría, del condado de Castilla en el siglo X; en tiempos preespañoles, pues, los vascos ya eran castellanos (o los castellanos vascos, pues no hay que olvidar que personas de escasa talla intelectual de Menéndez Pidal consideraban que la labor de Castilla había sido "meter una cuña vasca en Hispania"; y Sánchez Albornoz llamaba al País Vasco "la abuela cabreada de España"). La autoridad del señor Fernán González abarcaba buena parte de la actual comunidad autónoma. No es hasta las postrimerías del año 1000 que Navarra se anexiona Álava, y la incorporación de los territorios actualmente eúscaros a dicha corona, por ese gran rey que fue Sancho III El Mayor, data del 1029. Pero también hay que tener en cuenta que Castilla iba en el mismo paquete (tal vez por eso vayamos entendiendo por qué tantos topónimos españoles fuera del País Vasco y Navarra terminan, o terminaron en su día, en -ain o en -uri; este aspecto ha sido estudiado por españolistas peligrosos, falangistas apasionados, como Caro Baroja), que se separó en el 1035, y que poco a poco fue recuperando buena parte de los territorios un día suyos; Vizcaya, sin ir más lejos, volvió a ser castellana en 1076, a la muerte del rey Sancho, llamado El de Peñalén. Alfonso I, llamado El Batallador, vuelve a anexionar a Castilla-Vizcaya a su corona en 1109 pero, desde la muerte de este rey, 1134, Vizcaya es parte de Castilla, ya sin más cambios. A finales del siglo XII, se incorporaron a Castilla Álava y Guipúzcoa; la segunda de ellas, por cierto, voluntariamente.
Por lo tanto, la cuenta es: País Vasco castellano/español, unos ocho siglos; navarro euskaldún, menos de dos, y eso sumando retales.
Ya que estamos aquí, justo es recordar que la teoría de que los vascos nunca han querido ser españoles tiene el problemilla de demostrar por qué, cuando el rey castellano Pedro I, como recientemente hemos contado, llegó al acuerdo con el Príncipe Negro de obtener ayuda inglesa en su guerra contra el Trastámara a cambio de ceder a Londres el señorío de Vizcaya, los vascos se alzaron en protesta, exigiendo permanecer en la corona de Castilla. O por qué alzaron la misma reivindicación durante las negociaciones entre Enrique IV y Luis XI para casar a la famosa Beltraneja con el duque de Guiena, obligando al rey impotente a jurar solemnemente que las tierras vascas nunca serían separadas de Castilla. O por qué los vascos solicitaron, en 1506, su incorporación a las Cortes castellanas.
Tenemos, pues: una corona, una entidad nacional, que nunca existió, porque desde muy pronto estuvo integrada en el proyecto castellano. Y otra que, indubitadamente, existió, pero no como proyecto alternativo a la identidad prenacional que acabaría alumbrando el proyecto de España. Corona y entidad nacional que acabó por ser invadida, ciertamente; no siendo, sin embargo, menos cierto que las identidades con Irlanda acaban ahí, porque los castellanos primero; y los españoles, después, estuvieron muy lejos de practicar con los navarros el apartheid, la segregación, el empobrecimiento calculado, o la generación, dentro de Navarra, de enclaves españoles.
Pero es que además, last but not least, no hay que olvidar que Navarra, en el siglo XIX, al revés que el País Vasco, alcanza un acuerdo con España en la denominada Ley Paccionada; que es la razón de que hasta el general Franco, a su manera eso sí, respetase los fueros navarros. Y es lo que hace posible que Navarra se alzase mayoritariamente en julio del 36, y no precisamente en defensa de su separación respecto de España.
Cataluña nunca se ha identificado con Irlanda. Lo cual es lógico, porque de hacerlo, habría hecho el ridículo. Un elemento fundamental del conflicto irlandés es la pobreza relativa respecto de Inglaterra, mantenida e incluso multiplicada por los ingleses. Como decía el post anterior, España nunca ha diseñado y, consecuentemente, nunca ha llevado a cabo, estrategia alguna para reducir Cataluña a la pobreza. Por lo tanto, la identificación entre Cataluña e Irlanda es poco consistente, por decirlo de forma educada.
El primer post sobre esta materia ya decía que son los propios nacionalistas los que aducen el ejemplo. Las referencias actuales a una solución al conflicto vasco "como en Irlanda" no son pocas. Y, como ya apunté en el post, quien quiera explorar la explotación de los paralelismos entre las "tragedias" irlandesa y gallega, no tiene más que repasarse la obra de Benito Vicetto.
España nunca ha invadido el País Vasco o Galicia, ni se los ha anexionado, los ha tratado de asimilar, que es peor.
Bueno, en primer lugar, eso de que "es peor" lo escribe alguien, supongo, que nunca ha sido invadido. Por eso, entiendo, escribe que "es peor" que a uno lo asimilen. Aquí tengo un primer punto de desacuerdo; si he de elegir, yo, al menos, prefiero que me asimilen a que me invadan.
Pero, por lo demás: para que se produzca un intento de asimilación, entiendo yo, tienen que darse dos cosas: una, la diferencia. La voluntad de ser otra cosa. Otra, la violencia, la imposición. Es evidente que en el pasado remoto hay una intención de asimilación; pero no la realizada por España. Galicia es, por utilizar la terminología del comentarista, "asimilada" por la corona astur; que tiene una identidad religiosa, pero difícilmente española. Lo mismo le pasa a los vascos que, como ya decía en mi anterior comentario, incluso dan mujeres de reyes y madres de reyes en tiempos en los que Hispania, lejos de ser una referencia estatal, política, cultural o histórica, es una referencia geográfica y religiosa.
Para poder sustantivar la afirmación que figura arriba en negrita, pues, es necesario demostrar, para el siglo VIII de la era actual: a) la existencia de una conciencia gallega y vasca; b) la existencia de una conciencia española con la voluntad de asimilar las conciencias descritas en a). Yo creo que ni a) ni b) son ciertas. Los hombres que se unen a Pelayo en Covadonga son gardingos que se apuntan a la hercúlea tarea de reconquistar la Iberia visigótica. En modo alguno se sienten españoles, si, sobre todo, por españoles entendemos señores de identidad distinta a la de los habitantes de Galicia, del País Vasco, de Cataluña, o de Portugal.
La religión en España es pro-unidad de la patria española.
El comentarista que ha escrito esto, que dice tener fondo de archivo para aburrir, es, en mi opinión, víctima de un síndrome que yo llamo Síndrome del Calentamiento Global. Le pasa a aquellas personas que dicen cosas como: "Estamos en enero y hace un calor de la hostia; qué duda cabe que el planeta se está calentando".
Puede que el planeta se esté calentando, sí. Pero hasta los meteorólogos que creen en el calentamiento global le explicarán a este imaginario comunicante que sostener que porque un día concreto de un año concreto hace calor, eso demuestra que hará más calor de aquí en adelante, es de aurora boreal. Con las mismas, si un solo día de junio va y hace un frío de la hostia, podremos concluir que el planeta se va a enfriar durante los próximos cien años.
El discurso religioso histórico español difícilmente podrá ser antivasco por cuanto, en buena medida, se genera en el Pais Vasco. Durante todo el siglo XIX, los ejércitos carlistas se paseaban por España y, cada vez que tomaban o entraban en una villa, lo primero que hacían era cantar misas. De hecho, en el bando carlista, que es el bando de los vascos, navarros, catalanes y buena parte de los gallegos, es donde militan la inmensa mayoría de los clérigos trabucaires, ultramontanos, conservadores a más no poder, retrógrados como ellos solos, representantes de la más rancia tradición católica española. No por casualidad el carlismo transmuta parcialmente en el siglo XX en una cosa que se llama tradicionalismo, esto es, defensa de las tradiciones de toda la vida.
El nacionalismo vasco, que yo sepa, tiene sus grandes iluminadores en los hermanos Arana, los cuales tenían un lema bastante evidente: Jaun Goikua eta Lege zarra, o sea, Dios y Leyes Viejas. Hombre, no seré yo quien niegue que Sabino Arana tenía su punto de inteligencia cuestionable; pero tan, tan gilipollas como para apuntarse a la ideología que, según nuestro comentarista, era, le cito, "pro-unidad de España", no le veo.
Por lo demás, si el contertulio le echa un vistazo a los debates producidos en la II República en torno a la cuestión religiosa en la Constitución, comprobará con facilidad que el más ardiente crítico de las pretensiones laicistas de la mayoría es un diputado que llevaba el muy andaluz apellido Beunza. No creo que haga falta que le explique a qué minoría pertenecía pero, vaya, se presentó a las elecciones por una sedicente coalición católico-fuerista...
Como digo, el comentarista puede ser víctima del Síndrome del Calentamiento Global. Su fondo de archivo inacabable, tal vez, se refiere a los tiempos del franquismo. Punto en el cual no le niego la mayor, ni la menor. Pero es que España, contando desde la boda de Isabel y Fernando, han pasado casi 550 años, de los cuales Franco ocupa el 6,5%.
¿Considera el autor que España (o sus reyes propietarios) conquistan Cataluña -así como el resto de territorios aragoneses- en la guerra de Sucesión?
Como el autor es gallego, contesta a la pregunta con otra pregunta: exactamente, ¿a qué ente distinto de España pertenecían Cataluña "y el resto de territorios aragoneses" durante la guerra de Sucesión? Porque convendrá el comunicante en que para ser "conquistado" hay que ser "otra cosa" distinta del conquistador; porque nadie se conquista a sí mismo...
La guerra de Sucesión tiene el hombre muy bien puesto, porque eso es lo que es. Lo que combaten las tropas felipistas no es, por lo tanto, a las personas (no les vamos a llamar españoles para no levantar ronchas) de tal o cual sentimiento o nacionalidad, sino a los partidarios del otro sucesor. Sucesor que, a una serie de territorios, les ha prometido unos derechos especiales, que no su independencia respecto de España, puesto que el señor archiduque, a menos que esté yo equivocado, lo que quería era discutirle a Felipe V el mando sobre toda España, porque se consideraba con derecho sucesorio sobre la corona.
¿Considera el autor que en el siglo XVIII España conquistó Cataluña? Respuesta: no.
Cabe recordar, como ya he hecho otras veces en este blog que, como cuenta meticulosamente T.S. Elliot en su libro sobre el conde-duque, apenas unas décadas antes de la guerra de Sucesión, cuando Felipe IV y su primer ministro se van a Barcelona a pedir pasta para las guerras, la contestación de Barcelona, además de un no, es reclamar representantes catalanes en el Consejo de Castilla. Curiosa manera de reclamar la independencia...
¿Se puede considerar que la inmigración peninsular generalmente del sur y centro hacia Cataluña y el País Vasco un ejemplo paralelo de menor grado para formar eventualmente enclaves no-catalanes y no-vascos en dichos territorios en el momento del nacimiento de ambos nacionalismos?
¿Se puede considerar? Respuesta: no.
Repasemos cosas ya escritas en el anterior comentario. Una: la implantación presbiteriana en Irlanda viene precedida de una limpieza étnica de irlandeses en el área entre el río Shannon y la mar. Se produce mediante una legislación, las Acts of Settlement, que concede viva e intensa prelación a los protestantes sobre los católicos, que difícilmente pueden poseer tierras si, entre otras cosas, no las pudieron legar hasta finales del XVIII. La implantación protestante en Inglaterra fue planfiicada y defendida con las armas.
¿Emigraron andaluces, extremeños y gallegos a Barcelona en furgonetas de la Legión, que les protegía de ser agredidos? No (en Irlanda: Sí). ¿Tomaron esos emigrantes pisos, barrios, terrenos o lugares en los que estaban asentados catalanes que, asimismo, fueron expulsados por la dicha Legión o tropa equivalente? No (en Irlanda: Sí). ¿Existe algún papel, en algún archivo, que haya sido descubierto, donde un gobierno español establezca la planificación de estos asentamientos con el confesado objetivo de desleer el peso de los catalanes de sangre en la población de Cataluña? No (en Irlanda: Sí). ¿Fue, de hecho, aquella emigración planificada? No (para desgracia de quienes la llevaron a cabo) (en Irlanda: Sí).
Last but not least. ¿Qué son, hoy, los hijos y nietos de los partidarios setenteros del reverendo Ian Paisley? Respuesta: irlandeses protestantes. ¿Qué son hoy los hijos o nietos de aquellos emigrantes que se fueron a Cataluña? Respuesta: secretarios generales del PSC, o de Esquerra.
En consecuencia, ¿por qué razón España encargó al tonto de los Hermanos Calatrava su estrategia de creación de enclaves no catalanes en Cataluña?
¿Considera real la ocurrencia de prejuicios catalanofóbicos, y los considera más graves en calado y extensión que respecto a gallegos y vascos?
Históricamente hablando, y éste es un blog de Historia, no. La catalanofobia es un fenómeno relativamente moderno, aunque, cierto es, más antiguo de lo que parece (ya Manuel Azaña era catalanófobo a su manera, por ejemplo; como lo era la prensa de Madrid durante el siglo XIX con ocasión de las discusiones sobre el proteccionismo). Pero ojo con el Síndrome del Calentamiento Global...
En una cosa sí tiene razón el comentarista: el sentimiento anticatalán actual de una parte de la sociedad española es peor que el vascófofo (no detecto existencia de gallegofobia ni navarrofobia, la verdad). Pero para entrar en los motivos y geografía de ese problema, le sugiero se busque un blog que hable de la actualidad.
Las políticas lingüísticas han sido históricamente uniformadoras con objetivo asimilador de la lengua castellana
¿Históricamente? ¿Seguro? ¿Está el comunicante seguro de que en la Barcelona bajo el cetro de Carlos I, o de Felipe IV, o incluso, por qué no, de Fernando VII, era delito hablar catalán? ¿Aprecia el autor que los juegos poéticos florales, tan habituales en el siglo XIX en Barcelona, se celebraban en la clandestinidad, quizá? ¿Está informado el comunicante de que aquellos juegos florales premiaban los poemas patrióticos (y, por cierto, religiosos; la religión, al lado de la unidad española, como siempre) y que el ganador recibía un título catalán (Mestre en Gai Saber)?
Aprovecho para apostillarle a este comunicante que no ha de esperar para saber qué opina el autor de este blog sobre la génesis y desarrollo histórico del nacionalismo catalán. No encontrará en este blog menos de cinco o diez artículos sobre la materia.
Como segunda apostilla, el mismo comunicante habla de la posible identificación entre el asunto catalán y el escocés. Yo, sinceramente, no creo en ello.
Eduardo I, rey de pata normanda (no propiamente British, pues), es el primer rey inglés porque se da cuenta de un elemento estratégico fundamental: olvidar las posesiones continentales (no olvidemos que las serias pretensiones de su dinastía a la corona de Francia generarán la guerra de los Cien Años) y aplicarse a la dominación de la isla donde tiene asentadas las posaderas. Así las cosas, invade y anexiona Gales, donde no encuentra propiamente una organización como tal y, en realidad, ha de combatir a un señor de la guerra llamado, si no me falla la memoria, Gwynedd. Como lo de Gales le sale de coña, mira al norte. Pero en Escocia se encuentra otra cosa: a una dinastía establecida, los reyes Canmore. De hecho, no iniciará la invasión de Escocia hasta que los Canmore se encuentren en situación comprometida tras la muerte de su rey Alejandro III y, poco después, de su nieta y heredera.
Inglaterra, pues, llamó a la puerta de Escocia y, cuando le abrieron, se lió a hostias.
Castilla, cuando llamó a la puerta de Aragón, le echó un polvo al inquilino de la casa.
No parece que sean situaciones muy parecidas.