jueves, enero 06, 2011

Mano Negra, Mano Blanca (3)

Como ya he recordado al hablar de Wild Bill Lovett, en 1920 se impuso en Estados Unidos la denominada Ley Seca. La prohibición del alcohol, lejos de lo que esperaban sus propulsores, no eliminó el consumo de este tipo de bebidas, sino que simplemente lo convirtió en clandestino y puso en manos del crimen la explotación de un negocio hasta entonces plenamente legal.

En Nueva York, el consumo clandestino de alcohol era tan común y masivo que pronto distribuidores como Frankie Yale tuvieron que buscar nuevos proveedores. El siciliano encontró en la denominada Purple Gang de Detroit a una excelente fuente de alcohol de calidad. La banda de Michigan, predominantemente judía como lo sería años después la famosísima Murder Inc. de Abe Reles y Lepke, había empezado a fabricar alcohol a gran escala, bajo la marca Old Granddad, que era incluso de mejor calidad que en la época en que estos productos eran legales.

La elevada calidad del producto contrastaba con el alcohol, digamos, amateur, que vendía la Mano Blanca. La consecuencia de la diferencia fue que un buen número de locales clandestinos en todo Brooklyn comenzaron a traicionar a los irlandeses y hacerse proveer por los italianos.

El jueves 18 de noviembre de 1920, por la noche, Wild Bill Lovett convocó un cónclave mafioso en el denominado Prospect Hall, en la 17. Convocó a Richard «Pegleg» Lonergan (el tercer asesino de Crazy Benny Puzzo), Danny y Petey Bean, Pug McCarthy (el asesino de Patrick Foley), Ash Can Smitty, Jack «Needles» Ferry, Charleston Eddie McFarland, Aaron Harms y Irish Eyes Duggan. En aquella reunión, el comité central de la Mano Blanca decidió comenzar una actividad que se haría muy común durante los años de la prohibición: el robo de mercancía de la competencia.

El alcohol llegado de Michigan era descargado en un garage propiedad de Frankie Yale situado en el cruce entre la cuarta avenida y la calle 2. Otro elemento que hacía fácil la operación era que los italianos habían instruido a los judíos para que nunca realizasen entrega alguna fuera de los cuarenta minutos que van desde las once y media de la noche y las doce y diez. Yale sabía que los policías de la zona terminaban turno a las doce, y a las once y media se iban de sus puestos camino de la comisaría, así pues contaba con ese espacio de tiempo como de menor vigilancia.

Al jueves siguiente de la reunión, es decir en pleno Thanksgiving Day, un sedán LaSalle abandonó el garage de Baltic Street. Dentro del coche iban Petey Bean, Charleston Eddie, Ash Can Smitty y Needles Ferry. Irish Eyes Duggan y Aaron Harms se encontraban en la West Street de Manhattan, contolando la llegada del camión.

Conviene tener en cuenta una cosa. En 1920 no existían aún ni el puente George Washington, ni el Túnel Lincoln, así como otras conexiones desde el Oeste. Casi la única manera de viajar para el camión, y desde luego la más eficiente, era tomar el ferry que conectaba Jersey City con Wall Street. Allí fue donde los irlandeses lo encontraron y lo siguieron hasta Brooklyn. La operación fue limpia y perfecta. Los irlandeses cayeron sobre los camioneros por sorpresa, los desajolaron del vehículo y, un minuto después de las doce, metían el camión dentro del garage de Baltic Street. Luego de vaciarlo, Needles y Ash Can lo abandonaron en una curva justo al lado del garage de Yale.

Aquel robo enseñó a Frankie Yale que tenía que jugar aún más fuerte.

El mafioso italiano se dio cuenta de que necesitaba un golpe aún más definitivo que todos los que había dado. La acción de los irlandeses venía a demostrar que ninguna de sus mercancías podía considerarse ya segura. Lo que había pasado podía volver a pasar muy fácilmente. Así las cosas, levantó el teléfono y llamó a un viejo amigo.

Alphonse Capone, el antiguo portero del Club Adonis, había prosperado mucho en Chicago. Se alegró de saber de su colega de juventud y le preguntó qué se le ofrecía. Yale fue directo al grano. Quería saber si Capone podría facilitarle dos ejecutores fríos y eficientes. Capone no se hizo de rogar. Sabía bien que si su colega le hacía esa petición, la situación con seguridad lo justificaba. Así pues, colocó en el tren de Nueva York a dos de sus mejores hombres, Albert Anselmi y John Scalise. Dos profesionales que nunca cobraban menos de 15.000 dólares por cabeza. Yale, por cierto, protestó por el precio, indicando que Sciacca y su compañero habían cobrado 5.000 dólares menos. Capone se limitó a argumentarle, fríamente, que el billete de tren desde Chicago salía más caro que desde Cleveland.

Pero Yale no protestó mucho. Necesitaba gente muy buena para lo que quería hacer. Había decidido que no golpearía contra uno de los miembros de la Mano Blanca, sino contra la organización en sí. Había decidido perpetrar la primera (ya que no fue la única en la Historia de la Mafia) matanza de San Valentín.

Los micks tenían previsto celebrar el 14 de febrero de 1921 en el Sagaman's Hall de Brooklyn. 36 miembros de la organización irlandesa, acompañados por sus mujeres o pericas, acudieron al baile. A las siete de la tarde de aquel 14 de febrero, Anselmi y Scalise se presentaron en el garage de Yale. Allí los recogió Frenchy Carlino, quien los llevó a la esquina entre las calles Schermerhorn y Smith.

Los dos asesinos se introdujeron subeptriciamente en la sala de baile, que era grande y ruidosa, por lo que no les fue difícil. Se situaron en una balconada que había sobre la pista de baile, donde accedieron a una vista general del público. Desde allí, los dos asesinos sacaron sus 45 y dispararon sobre la gente allí abajo sin preocuparse mucho de la precisión; se les había pedido una matanza indiscriminada, y eso hicieron.

Apenas un minuto después de que los asesinos a sueldo dejasen de disparar y saliesen disparados hacia el LaSalle donde les esperaba Carlino, el Kings County Hospital recibió una llamada del asistente al baile que conservó la cabeza más fría: Irish Eyes Duggan.

Los cuatro médicos que llegaron en las ambulancias encontraron tres personas ya muertas. Kevin «Smiley» Donovan tenía tres balas en el cuerpo, una de ellas, claramente mortal de necesidad, en la parte posterior de la cabeza. Jimmy «Two Dice» O'Toole estaba sentado de espaldas a la balconada desde donde dispararon Anselmi y Scalise, y había recibido una lluvia de balas en la cabeza que la había dejado medio destrozada. La tercera víctima era Mary Reilly, la novia de Pegleg Lonergan, a quien todos conocían como Stout-Hearted Mary por haber sacado adelante a siete hermanos después de que sus padres se ahogasen en 1916. Una bala había acertado a Mary en todo el corazón, lo había traspasado, había salido por su espalda y había terminado alojándose en el brazo de Fred McInerney, que estaba sentado junto a ella.

La muerte de Mary Reilly en el Sagaman's Hall explica que Pata de Palo Lonergan permaneciese en los siguientes años en primera línea de violencia contra la Mano Negra. Hasta el mismísimo final de la guerra.

Ash Can y Pug McCarthy salieron a toda leche en un coche camino del garage de Yale, esperando encontrarle allí. Pero el garage estaba cerrado. Los italianos estaban en el Adonis, celebrando una boda en la que no conocían a ninguno de los novios ni de sus parientes.

La matanza de San Valentín en Sagaman's Hall se saldó con doce heridos y tres muertos.

En una guerra, a la acción de uno se corresponde la acción de otro. Los irlandeses tenían que contestar. Y, cuando lo hicieron, inauguraron sin saberlo una de las imágenes míticas del cine sobre el crimen organizado. Pero eso lo contaremos el próximo día.

miércoles, enero 05, 2011

Humaredas (algunos datos)

Visto que el asunto del tabaco tiene sus bemolcillos, he pensado que a lo mejor sería útil daros algunos datos que por lo menos en mi conocimiento se pueden aportar de lo que se puede conseguir de las estadísticas a mano.
Concretamente, me he pasado un rato divertido currando con la Encuesta de Presupuestos Familiares. La EPF no habla de individuos, sino de hogares. Por lo tanto, no permite individualizar al fumador, sino al hogar donde se fuma o, más concretamente, donde se compran cigarrillos, puros o tabaco de pipa (mayormente cigarrillos, como podéis fácilmente sospechar). La clasificación COICOP a cuatro dígitos permite individualizar el gasto en cigarrillos, puros y otros tabacos (pipa, sobre todo); aunque este análisis, a mi modo de ver, no merece mucho la pena. Si os sirve de algo el dato, según mis datos en el 53% de los hogares españoles donde se fuma se compra sólo uno de estos tres tipos (casi siempre cigarrillos); en el 28% se compran dos tipos, y en el 19% restante se compran los tres.

Los hogares que gastan en tabaco dedican a dicha partida de gasto el 2,9% de su presupuesto total de consumo. Si colocamos todos los elementos de consumo a cuatro dígitos (nota importante: a este nivel de granularidad de los datos, la alimentación se despliega en todas sus moldalidades, arroz, pan, carne de vaca, carne de cerdo, bla; ésta es la razón de que la alimentación no sea el elemento principal de gasto) y los ordenamos de menor a mayor peso en el presupuesto familiar, encontramos que en los hogares que se fuma el tabaco es la quinta prioridad de gasto; es decir, tiene una importancia mucho mayor de lo que cabría sospechar de la mera compra cajetilla a cajetilla.

Pero hay un dato más que me parece interesante. El conjunto de los hogares de España (fumadores y no fumadores) gasta en bares y cafeterías el 4,6% de su presupuesto, y en comer y cenar en restaurantes el 2,6%. En los hogares que fuman, estos porcentajes son del 6,3% y 2,1%, respectivamente. Esto es: el nivel de «esfuerzo» en consumo en la barra del bar es significativamente superior en los hogares que fuman que en los que no fuman. Aquí podemos, tal vez, encontrar una clave de por qué la hostelería tiene tanto miedo a la ley antitabaco.

Para que nos hagamos a la idea: por cada euro que gasta un hogar fumador en comprar ropa de mujer, gasta 1,8 en tabaco. Por cada euro en ropa de hombre, 2,4 en tabaco. Por cada euro en telefonía móvil, 1,9 en tabaco. Por cada euro en pescado fresco, 3,2 en tabaco. Y así mucho.

¿Cómo se distribuyen los hogares que compran tabaco por Comunidades Autónomas? Gráfico que te crió:





Como no podía ser de otra manera, el peso de los hogares que compran tabaco no es el mismo según los territorios. La mayor parte de las autonomías tienen una participación dentro de los hogares donde se fuma que es muy similar a su participación en los hogares totales. Sin embargo, destaca especialmente la Comunidad de Madrid como territorio que aporta muchos más hogares al colectivo de hogares fumadores que hogares totales, lo que apunta a una importante prevalencia de este tipo de consumo en la región.

Obviamente, este gráfico lleva a la elaboración de otro más claro, que consiste en calcular el porcentaje sobre el total de hogares que suponen los hogares que compran tabaco.



Tal y como cabía sospechar, la Comunidad de Madrid es la región que está llamada a vivir un más intenso debate en torno a la ley antitabaco. Si mis cálculos son correctos, en el 75,2% de los hogares madrileños alguien o alguienes compra(n) tabaco, tasa que se aparta muy considerablemente de la tónica del conjunto del país (53,2%). Murcia, Extremadura y Andalucía se destacan también por sus tasas, y Aragón y Canarias están también, todavía por encima de la tasa del conjunto de España. Por contra, Navarra, Galicia, La Rioja, Cantabria y Asturias tienen las tasas de hogares fumadores más bajas de España. Es curioso, por lo tanto, que cuando hablamos de elevada extensión del consumo de tabaco en los hogares no encontramos, o yo por lo menos lo encuentro sólo muy pálidamente, un patrón geográfico; patrón que, sin embargo, está bastante más claro cuando se habla de los hogares con baja tasa de consumo de tabaco.

Dado que la EPF clasifica la tipología de los hogares encuestados, es posible estudiar la presencia de la compra de tabaco según dichas tipologías. En la Encuesta hay como diez, pero a mí me gusta utilizar la séptima, que es la que he utilizado en este gráfico:


Contra lo que yo pensaba, la presencia de consumo de tabaco es extraordinariamente baja en el caso de hogares con personas mayores que viven solas. Digo contra lo que yo pensaba porque al menos yo tengo en la cabeza la imagen del hombre mayor fumando en el parque (bueno, a partir de ahora tendrá que fumar en las escalinatas de la Bolsa de Madrid, o similar). Luego he pensado que, probablemente, una parte importante del colectivo de hogares donde vive una persona mayor sola está formado por mujeres de avanzada edad, todas ellas de una generación de españoles en la cual las mujeres no solían fumar.

Lo más preocupante desde el punto de vista de salud pública es que se aprecia una correlación bastante estrecha entre el hecho de que en la casa haya hijos. Los hogares en los que viven personas por debajo de la tercera edad solas tienen una tasa de compra de tabaco relativamente baja (30%), que aumenta 10 puntos en el caso de que los que vivan en la queli sean pareja sin crianzas, y ya se dispara claramente cuando aparece el offspring. Queda, pues, confirmado que los niños ponen de los nervios.

Por último, y según la estadística de defunciones por causa de muerte del INE (2008), en España murieron en dicho año 386.324 personas, dentro de las cuales:

* 1.548 murieron de cáncer de laringe.

* 20.213 murieron de cáncer de tráquea o, más habitual, pulmón.

* 535 murieron de otros tumores respiratorios.

* 14.086 murieron de enfermedades crónicas de las vías respiratorias.

* 3.476 murieron de insuficiencia respiratoria.

No tengo nivel para discutir si todas estas muertes se pueden adjudicar al tabaquismo, que si hay otras dolencias que habría que añadir. En todo caso, todas estas personas suman 39.858 muertes, el 10,3% de las totales.

Pero, como decía ayer en un comentario, si se adopta un punto de vista de coste (hay que luchar contra el tabaco porque el tabaco provoca costes sanitarios) y se toman las muertes como un proxy de dicho coste, también hay que tener en cuenta los ingresos. Según la Memoria Estatal de la Administración Tributaria (cuadro de la página 617; accesible en la página del Ministerio de Economía y Hacienda), en el año 2008 la recaudación por los impuestos especiales del tabaco fue de 7.024 millones de euros. Por su parte, el MTIN, en su anuario estadístico (también accesible en su página de internet), nos dice que el gasto público en atención sanitaria, calculado según el estándar europeo EESPROS, fue en dicho año de 74.445 millones de euros. Consecuentemente, del consumo de tabaco se ingresó directamente el equivalente al 9,4% del gasto en sanidad, porcentaje que está bastante cerca de la participación del tabaquismo en la cifra de muertos.

Otra forma que se me ha ocurrido de aproximarme al impacto del tabaquismo sobre la actividad de los servicios de salud es utilizar las estadísticas que ofrece el Ministerio de Sanidad, basadas en el estándar CMBD. He visto el total de estancias provocadas por grupos de dolencias y he hallado el porcentaje que dichas estancias suponen sobre el total.

Como se pude ver (si es que se amplía, claro; que a veces sí y a veces no, así de impredecible es Mr. Blogger), las enfermedades del aparato respiratorio son, desde luego, el grupo de enfermedades que más estancias provocan. Esto es así porque aunque el número de altas provocadas por dichas enfermedades no es la más alta, la estancia media sí tiende a ser bastante elevada. Como ejemplo, las 432.000 altas por enfermedades respiratorias son bastantes menos que las casi 505.000 por embarazo y parto; pero mientras las primeras tienen una estancia media de 8,7 días, en las segundas es de 3,3 días.



En todo caso, esto hay que tomarlo con mucho cuidado, porque enfermedades de las vías respiratorias hay muchas. La gripe, sin ir más lejos. O la neumonía, que no es algo que sólo pillen los fumadores. O el asma. Ese 13% no puede ser, a mi modo de ver, un indicativo del peso del tabaquismo en el esfuerzo de la asistencia sanitaria, sino todo lo más un umbral máximo.

Ya puestos a provocar, el ingreso por el impuesto especial sobre el alcohol fue de 903 millones de euros, esto es el 1,2% de los gastos en salud. ¿Acaso el alcohol no provoca más, bastante más, que el 1,2% del gasto en salud?

A mi modo de ver, el argumento, pues, ha de ser moral, cívico o de otro tipo. Pero no económico. Los fumadores, evidentemente, generan gasto; pero también se lo pagan.

martes, enero 04, 2011

Humaredas

Vaya por delante una cosa: he dejado de fumar dos veces, las dos apenas sin esfuerzo, las dos mediando un engorde físico de fácil recuperación y ahora mismo, cuando hace ya ocho años o así de la última vez que fumé, tengo nostalgia cero de aquellos tiempos y la convicción de que ya nunca volveré a fumar ni me deprime ni lo contrario. Eso sí, que se fume en mi presencia no me molesta. No me ha molestado ni uno solo de mis días de ex fumador y, antes, no fumador.

Con estas credenciales, quizá se entienda que contemple el espectáculo de estos primeros días de enero del 2011 en España con cierta distancia valleinclanesca. El domingo pasado, mientras conducía desde Galicia hasta Madrid, escuché un buen rato el programa dominical de Pepa Fernández en Radio 1, que su conductora convirtió en poco menos que un homenaje radiado a la legislación antitabaco, hablando de sí misma en los restaurantes y cafeterías en términos de extrema liberación. En las horas siguientes, en los medios, he visto y leído reacciones de la parte contraria, incluso de insumisión en el caso de algún hostelero que ha anunciado que no piensa cumplir la legislación. Ambos inputs no han hecho sino intensificar la sensación de absurdo que ya tenía, además de plantear un problema sociológico, político e histórico que me gustaría plantearos.

En primer lugar, el absurdo. La verdad es que la ley que se ha puesto en marcha, o por lo menos lo que sé de ella, me parece bastante preñado de detalles un poco absurdos. En primer lugar, pretende proteger a los no fumadores. Pero no a todos. Me extraña que ninguno de los sesudos analistas a los que he visto y oído en las últimas horas no haya caído en la cuenta de que la ley crea eso que Marx llamaba un lumpenproletariado, una clase obrera por debajo de la clase obrera: el subsector de las mucamas y mucamos de hotel.

La ley, se dice, ha liberado, por fin, a los camareros de bar, hasta ahora sometidos a la tortura de inspirar los humos ajenos. Cierto. Pero, con lo mismo, condena a dicha pena a los profesionales que tengan que limpiar y hacer las camas de las habitaciones de hotel designadas por los mismos, en plena legalidad, como habitaciones de fumadores. A nadie parece importarle que si un camarero se queda sin trabajo y se emplea como oficial de mantenimiento en un hotel, vuelve a ser un fumador pasivo, y lo vuelve a ser bajo el paraguas de la misma ley.

Esto es así porque la ley antitabaco es una ley de atrevimiento selectivo. Se atreve con unas cosas y con otras, no. ¿Por qué no se atreve con las que no lo hace? Pues porque estima que atreverse con ellas generaría un serio perjuicio económico. Lo cual es un dato importante.

La ley y, en general, la filosofía antitabaco llevada a cabo por los gobiernos, rezuma hipocresía. En primer lugar, me llama la atención la cantidad de representantes políticos y sociales que hoy defienden desde puntos de vista progresistas la prohibición de fumar (por cierto, ¿no habíamos quedado en que estaba prohibido prohibir?), pero dos días antes clamaban por la legalización del tabaquismo asociado al uso de sustancias estupefacientes. Me cuesta entender por qué fumarse un Camel es un desprecio hacia el resto de los integrantes de la sociedad, pero deshacer ese mismo Camel y mezclarlo en un papelito con una chinita de costo es un acto máximo de libertad. Pero puede que sea problema mío, claro.

Esos mismos puntos de vista, notablemente presentes en esta ley, desmienten también su propensión a la igualdad a través del fistro ése que se han inventado de los clubes privados. En realidad, no se trata de clubes privados, porque un club privado es una estructura que tiene más servicios de los que aquí teóricamente se permiten (y digo teóricamente porque si los redactores de la ley honestamente piensan que en los clubes que se formen no van a correr el vino y la tortilla, es que son más inocentes de lo que pensaba). Lo que a mi modo de ver dice la ley es algo tan simple (y constitucionalmente lógico) como: si un grupo de amigos se quiere juntar, alquilar un local, meterse dentro y dedicarse a fumar, puede hacerlo. La ley, pues, no añade novedad alguna: con ley o sin ley, si yo quiero invitar a mi casa a seis amigos y dejarles fumar dentro, el Estado no es chichi para impedírmelo, al menos mientras el tabaco sea legal.

Pero, aún así, los clubes privados están ahí, en el texto de la ley. Y, ¿quiénes pensamos, de verdad que los van a formar? ¿Verdaderamente pensamos que siete auxiliares administrativos de Telefónica van a poder formar un club privado? Formarán clubes, y se adherirán a ellos, quienes puedan pagarlo. De nuevo, pues, se crea un lumpenproletariado, en este caso entre los fumadores. El fumador mileurista, a fumar a la puta calle (porque otra cosa de la ley es que crea calles putas y calles honradas y virtuosas).

Esto es así porque la legislación antitabaco no permite lo que, a mi modo de ver, debería permitir, que es la creación de fumaderos. Esto es, locales donde esté expresamente permitido fumar y, en realidad, ésa sea la actividad principal del negocio. Y aquí está el meollo de la cuestión, en mi opinión. Contra lo que dicen los defensores de la ley, la función de ésta no es proteger a los no fumadores de la posibilidad de convertirse en fumadores pasivos. Si la intención fuese esa, a los fumadores se les permitiría crear ambientes propios para llevar a cabo su práctica. La intención de la ley, a mi modo de ver bastante clara, es trabajar para la erradicación del consumo de tabaco; filosofía que abona aún más el tufillo absurdo e hipócrita de todo esto, pues la acción es acometida por un Estado que hasta antesdeayer por la tarde no sólo cobraba y cobra impuestos por las labores de tabaco, sino que las explotaba como negocio en régimen de monopolio. Dicho de otra forma: si en España surgiese una oleada de denuncias en las cortes civiles por parte de afectados por el tabaco considerando que fueron engañados y propelidos al consumo de un producto nocivo, ¿a quién iban a sentar en el banquillo sino a los mismos redactores de la ley antitabaco? Si eso ocurriese, ¿acaso los abogados del Estado no se defenderían aduciendo que fumar es una decisión personal que sólo al individuo compete? Pero, dicha afirmación, ¿acaso no está en contradicción con las bases filosóficas de la ley antitabaco?

La ley, por lo tanto, parte de un presupuesto básico: el Estado es quién para decidir qué es sano y qué es insano. El Estado es quién para decidir qué prácticas debe realizar el ciudadano, y cuáles no. Y aquí es donde, para mí, está la discusión filosófica.

E Histórica. No todos los ejemplos que tenemos en el pasado nos apuntan que la decisión del Estado sobre la salud de sus administrados sea acertada. El caso más flagrante es la Ley Seca en Estados Unidos, producto de un caldo ideológico y social que se coció durante casi cien años, con ingredientes fundamentalmente religiosos y morales. Su fracaso fue bien evidente. También Adolf Hitler tenía ideas sobre la salud del pueblo alemán. Concretamente, Hitler pensaba que la salud pública del pueblo alemán debía elevarse mediante la práctica de apartar primero, y después asesinar en masa, a los sicóticos, esquizofrénicos y retrasados mentales. Una práctica, por cierto, que, como bien nos recuerda el abogado defensor Hans Rolfe en Judgement at Nuremberg, también era teóricamente aceptada en los Estados Unidos en el siglo XIX. En un lugar tan adicto a la democracia como Reino Unido, a mediados del siglo XX todavía se practicaba, de una forma más o menos voluntaria, el tratamiento químico de la homosexualidad, conceptuada por el Estado como un hecho pernicioso en términos de salud pública; práctica notablemente destructiva tanto somática como sicológicamente que se aplicó incluso a personas tan importantes para la Historia del país como Alan Turing, que hizo por la victoria de los aliados en la segunda guerra mundial mucho más que todas las divisiones de sherpas juntas y multiplicadas por siete.

Personalmente, considero que decidir por el ciudadano lo que es bueno y lo que no es bueno que tome es, más que un error, una decisión del Estado que va más allá de las atribuciones que racionalmente le deberían corresponder. El problema de las drogas no es que maten a quien las consume, pues eso es un problema de la persona; el problema estriba en la relación de dependencia que generan, que en algunos casos puede ser tan fuerte que mueva al consumidor a destrozar su vida primero, luego la de su familia, y luego la de todo quisqui que se le ponga por delante y posea algo robable. A mi modo de ver, las drogas deben ser ilegales no porque sean malas, sino por las consecuencias que tienen en el comportamiento de quienes las consumen. Las hamburguesas con queso y los bollos industriales también matan (killing me softly with this scone). Lo que pasa es que si a un zampabollos le quitas los bollos no se va a la cocina, agarra el hacha de cortar huesos de pollo y te abre la cabeza; cosa que sí puede hacer un heroinómano si le quitas la nieve y se la tiras por la ventana.

En suma, ¿es lógico que el Estado decida que aquellos de sus ciudadanos que fuman no deben hacerlo porque es malo para su salud? Confieso que, al menos a mí, la tentación de contestar que sí me da repelús. Estamos en lo de siempre. El stress test de la respuesta no consiste en ponerla a prueba en relación con una práctica que se considera nociva (pues yo, al menos, creo que fumar es nocivo) sino con otra que sea más discutible.

Por ejemplo: dado que la velocidad al volante es nociva (y, por cierto, afecta a otros, digamos, conductores pasivos), ¿estaríamos de acuerdo en que el Estado, como ya insinuó una vez un director general de Tráfico (y se desdijo defecando tonadas, claro), obligase a que en España sólo se vendiesen coches y motos que pudiesen circular hasta 120 km/h? Es seguro que muchos españoles, fumadores y no fumadores, verían en dicha medida una intromisión intolerable en su libertad personal. Pero, al fin y al cabo, ¿no tendría la medida el mismo sustrato filosófico que la ley antitabaco, es decir: Yo, Estado, decido lo que es sano que mi ciudadano haga, y lo que no?

¿Qué tal el cáncer de piel? Me parece a mí que el mismo consenso que existe sobre que el de pulmón lo provoca el tabaco existe sobre el hecho de que el de piel lo produce la exposición excesiva al sol. ¿Aceptaríamos que un ciudadano pudiese ser multado por llevar en una piscina o en una playa más de tres horas y media? ¿Aceptaríamos que una policía melanómica estuviese facultada para comprobar en todo momento si la piel de cualquier ciudadano tiene la adecuada protección potinguera, y le multase en caso contrario? Esta medida, de hecho, sería más lógica que la ley antitabaco, puesto que los niños chicos, es decir humanos de bajo albedrío, en su inmensa mayoría no fuman ni están expuestos al riesgo de convertirse en fumadores; pero esos mismos niños, sin embargo, sí están expuestos a fabricarse el germen de un melanoma si se pasan verano tras verano el día entero en la playa en pelota picada y sin más protección que su sonrisa.

Frente a estas ideas, lo sé, cabe el argumento: no te enteras, Contreras; la ley lo que busca es defender los derechos de los no fumadores. Por eso repito aquí lo que ya he dicho, y es que la ley, en el punto y hora en el que, además de permitir que los no fumadores puedan ir a locales libres de humo, impide que los fumadores puedan ir a locales llenos de humo, ya no puede considerarse una ley meramente protectora de los no fumadores, sino claramente procuradora de un descenso en el tabaquismo.

Yo decidí ir por la vida apestando a repugnancia galáctica y emitiendo por la boca un aliento vomitivo. Decidí estragar mis pulmones y elevar mi tensión arterial hasta niveles estratosféricos. Con el mismo hemisferio cerebral con que decidí eso, decidí lo contrario. It was my choice. A mi modo de ver, el Estado no toca pito en esta historia.

Mano Negra, Mano Blanca (2)

Ahora ya no había vuelta atrás para Frankie Yale y sus hombres. Sin embargo, a pesar de ser una persona sanguínea y obviamente violenta, el líder de la Mano Negra supo tener la mente fría y rendir tributo a la idea, propia de los grandes jefes mafiosos, de que la mejor venganza es la que se sirve fría. Nueve semanas pasaron desde la muerte de Crazy Benny sin que los italianos devolviesen seriamente el golpe. Finalmente, pasado aquel periodo, Yale convocó a través de Altierri una pequeña cumbre de sus coroneles. Además de a Two Knifes, fueron convocados a aquel encuentro Augie «The Wop» Pisano y Don Guiseppe Balsamo, jefe de la Mafia en Little Italy; el hombre que había llegado a Nueva York en 1895, siendo ya un jefe mafioso en su Sicilia natal, y que controlaba con mano de hierro los barrios donde se hacinaban los italianos. Debemos suponer, de hecho, que Don Fanucci, el usurero cabrón a quien mata Vito Corleone en la segunda parte de The Godfather, era un capitán de Balsamo, o Battista, como le llamaban sus amigos.

Junto con Balsamo, fueron convocados a la reunión sus guardaespaldas Vincenzo Mangano (quien pronto sería designado por Balsamo como su sucesor) y Johnny «Silk Stocking» Guistra, quizás uno de los pocos mafiosos conocidos que no soportaba la vista de la sangre, motivo por el cual tenía un método para acabar con sus víctimas que justificaba su mote.

El hecho de que todas estas personas se reuniesen juntas en su club preferido, el Club Adonis en la calle 20, a la vista del muelle Gowanus, sólo podría querer decir que Yale quería discutir algún tipo de acción de gran significado. En su lugar de reunión estaban seguros. El Adonis era propiedad de un miembro de la Mano Negra, Fury Argolia. Argolia se ocupaba, entre otras cosas, de organizar grandes banquetes coincidiendo con la hora de los asesinatos de la organización, para así proveer a la banda de públicas coartadas (este personaje, el del restaurador amigo del mafioso, se invoca en The Sopranos en el personaje del rijosillo Artie Bucco).

A las 8,10 de la tarde del 15 de marzo de 1920, Frankie Yale llegó al Adonis en una limusina conducida por su hermano Tony, y con Willie Altierri en el asiento de atrás, expurgando sus uñas con uno de sus cuchillos. Poco tiempo después, un Pierce Arrow con Balsamo y sus dos guardaespaldas llegó al mismo lugar.

Yale planteó sin ambages el orden del día de la reunión: el asesinato de Denny Meehan. Su primera idea era acabar con el irlandés a la salida del Strand Dance Hall, su local favorito. Sin embargo, Balsamo le recordó que sería difícil encontrarle allí sin sus guardaespaldas. Todos insistieron en la necesidad de que el asesinato fuese privado, pero en ese punto Yale carecía de ideas que poder intentar. En ese punto, Altierri, algo corrido, le sugirió a su jefe la posibilidad de que alguien de fuera les ayudase a llevar la acción adelante. Ante el escepticismo de todos, Willie enrojeció hasta la raíz de los pelos e hizo una confesión que a sus contertulios les sonó increíble.

Un mick, un cuntface, un irlandés lechoso de la organización de Meehan, un tipo llamado Patrick Foley, estaba saliendo con la hermana de Dos Cuchillos.

Cuando los sicilianos se recuperaron de la impresión negativa que tal confesión les provocaba (y que justificaba la timidez de Altierri), se dieron cuenta de cuáles eran los beneficios que les podía reportar. Two Knife también consideraba poco menos que herético que su hermana y Foley anduviesen haciendo guarrerías por los portales. Sin embargo, conocedor de que no podría impedirlo, había decidido hablar con Foley, momento en que éste le había confesado que estaba un poco harto de Meehan y otros miembros de la Mano Blanca. Como prueba de estos sentimientos, Foley había llevado en secreto a Altierri hasta el piso del líder irlandés en la Warren Street. Allí el italiano pudo comprobar que Meehan vivía en el segundo piso, en la parte posterior del edificio, y, lo que es más importante, la vivienda tenía una ventana en el pasillo exterior que daba directamente al salón.

Si Meehan no estaba al tanto de la acción, podría ser asesinado de una forma totalmente privada.

Don Giuseppe Balsamo ofreció inmediatamente a Silk Stocking Gistra para que realizase la acción. Pero Yale, no sin agradecérselo, declinó la invitación. El jefe de la Mano Negra no quería a nadie de Nueva York implicado en aquella acción. Además, el tipo de atentado que se debía cometer exigía el uso de un arma de fuego (y el derramamiento de sangre y sesos).

Yale prefirió proponer una metodología que se haría bastante común para la Mafia en los años siguentes: la contratación de asesinos a sueldo radicados en otros lugares de los Estados Unidos. En este caso, pensó en Ralphie DeSarno y Giovanni Sciacca, en aquel entonces una de las parejas de asesinos más eficientes del país, radicados en Cleveland. No eran baratos; su trabajo costó 10.000 dólares por cabeza.

Decidieron que el asesinato se cometería el 1 de abril, es decir el April's Fool, que viene a ser algo así como los Santos Inocentes para nosotros. Yale decidió adornarse en la suerte. Le envió por correo a Meehan una tarjeta propia del día con el texto escrito a mano: «Buona sera, Signore». Era su forma de burlarse de él antes de matarlo.

El 31 de marzo, Altierri y Pisano recogieron en la estación Grand Central a DeSarno y Sciacca, que llegaron en el Spirit of St. Louis.

A las 2,30 horas del día 1 de abril de 1920, sonó el teléfono en el Club Adonis. Quien llamaba, desde una cabina pública, era Chootch Gianfredo (Confieso que mis investigaciones no han dado resultado alguno: ¿alguien sabe qué narices significa Chootch, o de qué nombre puede venir?), el soldado de la Mano Negra que había sido situado en las cercanías del Stand Dance Hall, donde Denny Meehan y su mujer pasaban la velada. Algunos minutos después, mientras DeSarno y Sciacca ya viajaban hacia la Warren Street, en una nueva llamada Nick «Glass Eye» Pelicano informó de que la pareja había llegado a la casa. A las 3,30 horas, Frenchy Carlino, el chófer de los dos asesinos aquella noche, aparcó el Packard en que viajaban justo enfrente de la casa de Meehan. Los dos de Cleveland se introdujeron sigilosamente en la casa, subieron al pasillo de la segunda planta, y localizaron la ventana. Sciacca musitó a su compañero:

-Está chupado, tío. Puedo ver a ese cabrón en la cama con su mujer.

Dicen algunos relatos que el irlandés le estaba sobando las tetas mientras los italianos miraban.

Finalmente, Sciacca se adjudicó aquel penalty, y lo lanzó en solitario. Dos tiros. Luego, todos a la naja hacia el coche.

Sciacca, desde luego, conocía su oficio. En la penumbra de la madrugada, le metió a Meehan la primera bala en la nuca, mientras que la segunda se clavó en el abdomen de Peggy Meehan, quien se colocó en la trayectoria del disparo por el gesto eléctrico de tratar de proteger a su marido. Gesto inútil pues, probablemente, para el momento en que ella soltó el primer grito, su Denny ya no estaba en situación de oírlo.

No menos de 9.000 irlandeses de Nueva York abarrotaron el funeral de Denny Meehan, al que no pudo asistir su mujer Peggy por estar aún en estado crítico en el Cumberland Hospital. En todo caso, el acto no descabezó a la Mano Blanca, que se apresuró a aclamar a su frente al principal lugarteniente de Meehan, Wild Bill Lovett; uno de los hombres que había estado en el muelle 2 del East River el día que a Crazy Benny Puzzo le abrieron el pecho a balazos.

Una anécdota nos dice quién era Lovett. El 20 de enero de 1920, es decir el día que se aplicó la Ley Seca en Estados Unidos, se presentó en su bar preferido y pidió un trago. Cuando el camarero le dijo que no servía alcohol, Wild Bill sacó su 38 y le metió tres balas en el cuerpo. Sólo dos de los diecisiete parroquianos que estaban presentes aceptaron declarar ante el Gran Jurado. Ambos, sin embargo, tuvieron la desgracia de fallecer en sendos atropellos algunos días antes de la declaración.

Esperemos, sinceramente, que la reencarnación de Wild Bill Lovett no sea fumadora y se encuentre en España por estas fechas.

El 4 de abril de 1920, apenas unas horas después de los funerales por Meehan, Wild Bill Lovett convocó un sínodo de mafiosos irlandeses en un almacén de la Gowanus en el muelle 7 de Brooklyn. Allí, delante de todos, Lovett acusó a Foley de haber perdido a su jefe. El irlandés enamorado lo negó primero pero después, convenientemente presionado y sobre todo cuando tuvo claro que Lovett conocía a la perfección su historia con Miss Altierri, acabó por confesar. Wild Bill le dijo que no lo quería ver más y que le daba la oportunidad de desaparecer. Foley, algo relajado, salió por patas del almacén. Si hubiera sido algo más listo, se habría dado cuenta del detalle de que las reuniones de la Mano Blanca se celebraban siempre en el garage de Baltic Street. En realidad, el lugar elegido para aquel encuentro, un muelle solitario y cuyos eventuales testigos, en cualquier caso, estaban controlados (la mayoría estaban fuertemente endeudados con la organización), lo decía todo.

Nada más salir del muelle, Foley se encontró con Pugs McCarthy. El ejecutor de la Mano Blanca le disparó en la cara, tan cerca que los forenses no pudieron hacer uso de los registros dentales para identificar el cadáver. De hecho, es posible que alguno de los dientes de Patrick Foley todavía siga por ahí, noventa años después.

Como ya he dicho, la Mano Negra solía organizar una cuchipanda a la misma hora a la que se realizaban los asesinatos que había encargado. Esto salvaba a Yale de toda acusación. Pero aquella vez, Yale estuvo a punto de acabar con su carrera por el asesinato de Denny Meehan. Y quien le salvó fue el personaje más modesto de esta historia.

Frankie Yale había cometido el tremendo error de escribir personalmente el mensaje de la postal que le había enviado a Meehan. De aparecer dicha postal en el domicilio del irlandés, la policía podría haber relacionado a Yale con el asesinato.

Sin embargo, eso no ocurrió. La postal se retrasó a causa del fuerte tráfico de correo que generaba entonces el April's Fool, y llegó a las manos del cartero Benvenuto Itaglia cuando Meehan ya estaba muerto. Itaglia leyó la postal, Buona sera, Signore, y decidió no entregarla. Itaglia, un inmigrante de la Italia profunda, había sido directamente trasladado de su pequeña aldea al gran Nueva York, y allí se había llevado todas sus supersticiones. Tenía miedo de entregar una postal en el domicilio de un muerto, pensaba que eso podría traerle mala suerte, así pues decidió guardársela.

Y, guardándosela, salvó a Yale de haber sido encontrado culpable del asesinato que realmente había ordenado.