miércoles, marzo 16, 2022

El fin (33: Segis cogió su fusil)

El Ebro fue un error

Los tenues proyectos de paz
Últimas esperanzas
La ofensiva de Cataluña
El mes de enero de las chinchetas azules
A la naja
Los tres puntos de Figueras
A Franco no le da una orden ni Dios
All the Caudillo's men
Primeros contactos
Casado, la Triple M, Besteiro y los espías de Franco
Negrín bracea, los anarquistas se mosquean, y Miaja hace el imbécil (como de costumbre)
Falange no se aclara
La entrevista de Negrín y Casado
El follón franquista en medio del cual llegó la carta del general Barrón
Negrín da la callada en Londres y se la juega en Los Llanos
Miaja el nenaza
Las condiciones de Franco
El silencio (nunca explicado) de Juan Negrín
Azaña se abre
El último zasca de Cipriano Mera
Negrín dijo “no” y Buiza dijo “a la mierda”
El decretazo
Casado pone la quinta
Buiza se queda solo
Las muchas sublevaciones de Cartagena
Si ves una bandera roja, dispara
El Día D
La oportunidad del militar retirado
Llega a Cartagena el mando que no manda
La salida de la Flota
Qué mala cosa es la procrastinación
Segis cogió su fusil
La sublevación
Una madrugada ardiente
El tigre rojo se despierta
La huida
La llegada del Segundo Cobarde de España
Últimas boqueadas en Cartagena I
Últimas boqueadas en Cartagena II
Diga lo que diga Miaja, no somos amigos ni hostias
Madrid es comunista, y en Cartagena pasa lo que no tenía que haber pasado
La tortilla se da la vuelta, y se produce el hecho más increíble del final de la guerra
Organizar la paz
Franco no negocia
Gamonal

Game over    



Armentia no tardó en atar cabos. La única forma de meterse en medio de una conversación militar privada, él lo sabía, era hacerlo desde la centralita telefónica del Gobierno Militar. Ergo, si el malencarado contertulio era capaz de hablarles, eso era porque las “Fuerzas de Ocupación de Cartagena” dominaban el Gobierno Militar. La peor noticia de todas es que, ahora, era imposible ya comunicar con seguridad con Espa. La Flota franquista iba hacia allá, disfrutando de seguridades de que no les iban a disparar; pero, ahora, eso ya no estaba tan claro, porque si los republicanos lograban reducir todas o alguna de las baterías, ellos no tendrían manera de saberlo. A su alrededor, sin embargo, todo el mundo sigue apostando porque Franco y el caballo blanco de Santiago van a aparecer por una esquina, arreando hostias a diesto y siniestro.

Ya de noche, dos blindados de Archena, a las órdenes de Precioso, el que 24 horas antes estaba huyendo a ciegas por las trochas, se presentan en la Muralla del Mar y comienzan a dispararle al edificio de la Base, cuyos integrantes responden con lo que tienen. Oliva toma el teléfono y llama a Espa, al que le pide que barra con la artillería la zona desde donde se está disparando.

La persona que se había hecho invitar a la conversación entre Armentia y Espa era, probablemente, el teniente coronel Joaquín Rodríguez López. Rodríguez había sido nombrado horas antes en Elda jefe de las fuerzas operantes sobre Cartagena, y a final del día estaba ya en la ciudad murciana. Rodríguez llegó, además, acompañado de un importante socialista, Virgilio Llanos, aunque para entonces ya se había pasado a los comunistas, como tantos otros socialistas hacen de cuando en cuando.

Aquel domingo 5 de marzo, en Elda, Juan Negrín celebró una reunión con sus ministros. Cualquiera opinaría que la situación en Cartagena, a pesar de que tenían muchas otras cosas de que hablar además, sería el principal punto del orden del día. Pero la verdad es que no fue así. Da la impresión de que Cartagena 1939, por lo menos en algunos puntos del día 5, es la crónica de dos bandos enfrentados, enfrentamiento en el que ambos parecen considerar que su victoria está hecha y chupada.

En efecto, a eso de las siete de la tarde del día 5 de marzo, Negrín, por fin, celebra reunión de su consejo de ministros en Elda; esa que Casado había querido celebrar en Madrid. Si a los ministros pudo hurtárseles en Madrid la información sobre lo que está pasando en Cartagena, es difícil que Negrín no pudiera informarles y hacerlo, además, puntualmente. A esas horas, Negrín ha hablado personalmente con Bibiano Ossorio y con Antonio Ruiz, y por cablegrama con Galán. Por lo tanto, pronto el gobierno tuvo que saber que el control de Cartagena no estaba claro; que la flota había huido; y que no se sabía cuáles eran sus intenciones.

El consejo fue largo, muy largo. Negrín informó a sus ministros del tono y contenido de la reunión de Los Llanos, y les vino a decir que, por muy escépticos que se mostrasen los uniformados, no pensaba que fuesen a ser desleales (de ser así, lo más probable es que no les contase lo de la flota; o eso o, una vez más, como es habitual, un primer ministro español dijo una cosa y de seguido la contraria, y se quedó tan pancho). A partir de ahí, Negrín desplegó sus mantras habituales: en Francia había un montón de material de guerra; todo era cuestión de hacerse de Amazon Prime para que lo trajesen. Decía Negrín que estaba en Le Perthus y, por alguna razón que nunca explicó, consideraba que el gobierno francés que acababa de legitimar a la España de Franco lo iba a dejar pasar.

Dice Luis Romero, uno de los analistas de este crucial consejo de ministros, que es obvio que en el mismo no se prestó toda la atención que hubiera debido a la sublevación en Cartagena. Estoy de acuerdo. La marcha de la Flota había dejado a la República sin estaciones de metro para moverse, y plantaba un frente por un flanco inesperado. Un ministro con la cabeza sobre los hombros se habría negado a decidir nada sin que el asunto estuviese adecuadamente informado y, a ser posible, solucionado. Tantas horas de discusiones sólo se explican si Negrín le ocultó a los ministros la verdadera gravedad de lo que estaba pasando.

En fin, a aquel día 5 al que no le falta de nada no le podía faltar, por supuesto, una reunión del consejo del SIE, los espías de Franco.

En la reunión no se habla ni de Cartagena, ni de lo que está preparando Casado y hará saltar en unas horas. Da la impresión que, de eso, los miembros del SIE ya no saben gran cosa, si es que saben algo.

Lo primero que trata el Consejo es el mantenimiento que cabe sospechar de la rebelión por parte de los jefes sindicales, que parece que siguen queriendo hacer como un levantamiento por su parte. López Palop informa de que se ha entrevistado con ellos y les ha tenido que exhibir una carta de Valdés Larrañaga (que los últimos días ha estado en prisión; pero es una prisión muy lenitiva) expresando que deben obedecer a las jefaturas representadas por los miembros del SIE. De hecho cabe deducir fácilmente que los jefes de sindicatos hacían lo que les salía del pingo; y digo que fácilmente porque, al fin y al cabo, siguieron haciendo lo mismo en el primer franquismo.

En dicha reunión, en todo caso, se informa de que el SIE tiene ya montada una red de mecanógrafos para que elaboren todos los comunicados oficiales que se emitan por la radio en los primeros días tras el final de la guerra. Asimismo, informa de que el llamado Consejo de la Técnica, un departamento de la Administración republicana que custodiaba una serie de fichas y documentación que se reputan importantes para la acción policial posterior, “está ya en manos” del SIE. Asimismo, han creado un cuadro de distribución de líneas telefónicas, para poder instalarlo en el caso de que algún grupo republicano decidiera destruir el que existe.

En todo caso, el gran protagonista del día 5 es, lógicamente, Casado.

Aproximadamente a la una del mediodía, el coronel-general, ya plenamente decidido y, de alguna manera, rebelado de facto al haberse negado a marcharse a Elda con el gobierno, se reúne con Eduardo Val y Manuel Salgado para coordinar los últimos flecos de lo que todos van a hacer, y en lo que es fundamental, como ya hemos dicho, la actitud del IV Cuerpo de Ejércitos mandado por Cipriano Mera desde Alcohete. Val quedó encomendado de contactar con Menéndez y otros generales en Valencia e informarles secretamente del golpe que se iba a dar en horas. Val se encontró con un problema de mando, puesto que aquel día se habían presentado en Madrid tres miembros del recientemente creado Comité Nacional de Defensa Libertario. Eran Juan López, José González Barberá y Avelino González Entrialgo. Los tres habían llegado a la capital para informarse por Casado de la situación, pero Val los interceptó y les contó que era imperativo que regresaran a Valencia. Les colocó una carabina en el viaje, Melchor Baztán, para que los controlase y se asegurase de que estuviesen informados sólo cuando ya no pudieran reaccionar.

En Alcohete, Mera preparaba las cosas, lo cual quiere decir que se preocupa de neutralizar a aquellos elementos del IV Cuerpo de Ejércitos que considera le podían poner palos en las ruedas. Convocó a diversas personalidades de la zona, entre las cuales estaba José Cazorla, gobernador de Guadalajara, y al líder local del PCE, Vicente Relaño. Una vez que llegaron estos y otros cuadros, los hizo arrestar. Mera, además, puesto que sabía que tenía que irse a Madrid, dejó al mando de sus tropas al mayor de milicias Liberino González. Mera le ordenó vigilar estrechamente al jefe de la 17 División, Francisco Valverde López, y, lo más importante, crear una fuerza de maniobra que tenía que desplazarse a Madrid para ser el apoyo del Consejo de Defensa.

Por su parte, y según relata Andrés Saborit en su biografía de Julián Besteiro, el político socialista, que llevaba ya días, si no semanas, embarcado en reflexiones no muy positivas y convencido de la necesidad de realizar algún movimiento antinegrinista, se quedó muy deprimido conforme se fue desperezando el día 5, cuando se le fueron fibrilando informaciones de lo que estaba pasando en Cartagena. Siempre según Saborit, Besteiro aguantó el tipo más o menos hasta el almuerzo; pero después de la comida le dijo a su familia que quería estar solo. Se metió en su despacho, donde consumió varias horas de la tarde, hasta que llegó a su domicilio José Sánchez Guerra, el ayudante del coronel Casado. Se encerraron en el despacho y después, ya casi de noche (así pues, serían las siete o las ocho), se marcharon juntos en un coche. Besteiro nunca regresaría a su casa.

A esa hora, en torno a las siete de la tarde, ya de noche porque es marzo, llega al Ministerio de Hacienda, en el número 9 de la calle Alcalá, que había tenido un uso como centro de mando desde el principio de la guerra, pues allí coordinó Miaja la resistencia de Madrid, Segismundo Casado. Es posible que esté ya allí el general Toribio Martínez Cabrera, gobernador militar; también está el coronel Adolfo Prada Vaquero.

A las nueve de la noche, Besteiro llegó a la actual sede del Ministerio de Hacienda,. Con él llegaron ya Wenceslao Carrillo y el político republicano Miguel San Andrés. Carrillo se había visto con Casado aquella tarde. Los libertarios: José García Pradas, Eduardo Val, Manuel Salgado, Manuel Amil y José González Marín, llegan a esa misma hora. Para entonces, recuerda Pradas, en los sótanos ya hay un buen número de periodistas españoles y corresponsales extranjeros. Hasta ese momento, nadie está extrañado; según Pradas, la excursión periodística nocturna a Alcalá 9 era costumbre diaria; y a los tribuletes no pareció extrañarles la concentración de republicanos singulares por metro cuadrado que se observaba en aquel sótano. Pradas, sin embargo, al observar que algunos periodistas lo eran de medios de orientación comunista, dice que le exigió a Casado, quien le obedeció, que cerrase la salida antes de la medianoche de todo aquél que bajase al sótano; se temían delaciones.

En una habitación aparte, Casado, Val, Salgado, González Marín, Besteiro, Carrillo y San Andrés, deciden formalmente, calculo que en algún momento cercano a las nueve y media de la noche, que constituirán el Consejo Nacional de Defensa y se colocarán frente al gobierno Negrín.

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