Este blog está pronto a irse de vacaciones. Queda una quincena de julio en la que creo me voy a dedicar a la dolce far niente con mayor descaro de lo habitual, y en agosto es posible que me asome algún día por aquello de desengrasar los bytes, aunque no lo sé.
La voluntad de descanso, no obstante, sigue combinándose con la pulsión que creó esta esquina de internet, que es la pulsión de contar historias. Hoy me gustaría contaros la del primero de los Gracos. Una historia que tal vez los más provectos de entre vosotros conozcáis bien, porque hubo un tiempo en que los hechos de la Roma clásica eran materia de estudio en las escuelas. Lo cierto es que las generaciones vivas de hoy poco o nada saben de los Gracos, con lo que han olvidado que, para muchos de sus antepasados más cultos, este nombre fue sinónimo estricto de conceptos como libertad, rebelión e, incluso, en algunos casos, revolución.
Tiberio Sempronio Graco fue un miembro notable de la clase patricia romana que realizó lo que los romanos llamaban un cursus honorum, mezcla entre carrera política y funcionarial, casi completo. Fue tribuno de la plebe, edil curul, pretor, cónsul por dos veces y censor. Esto supone que ocupó todas las magistraturas importantes de carácter civil de la República.
Es muy probable que Tiberio Sempronio se casara por amor, por mucho que la conveniencia tuviese también su papel, como era inevitable entre patricios. Y digo que se casó por amor porque eso es lo que cabe sospechar cuando te casas con la hija de uno de tus peores enemigos. Cornelia, en efecto, era hija de Escipión el Africano, y todo en mundo en Roma sabía entonces que cada vez que un Graco y un Escipión se juntaban en la misma habitación, se producía alta tensión como para iluminar la Subura durante un mes.
En el año 137 antes del teórico nacimiento de Cristo (que con cierta probabilidad se produjo algunos años antes de lo que hoy se dice), Tiberio, hijo de Tiberio Sempronio y conocido por la Historia como el primero de los Gracos, comienza su carrera política en España, donde ocupó plaza de cuestor. Sin embargo, tan sólo cuatro años más tarde lo encontramos ya en Roma y nombrado tribuno de la plebe. Su nombramiento no fue en modo alguno casualidad. Tiberio había buscado agarraderas bien fuertes en la familia Claudia, una de las principales de Roma para entonces (a pesar de no ser romanos-romanos, con RH negativo y esas cosas) y que acabaría dando a la Historia un montón de generales y emperadores, como el tartamudo Clau, Clau, Claudio cuyas presuntas memorias se cuentan en los libros de Robert Graves.
Claudio Pulcher, que a juzgar por su cognomen debía de lavarse un par de cientos de veces al día, tenía entonces la carísima distinción de princeps Senatus, o sea el primero de los primeros, el senador de senadores, el cappo di tutti cappi. Y, además, era enemigo de los Escipiones. Tiberio Graco ingresó en esa facción antiescipiónica donde compartió cenas y colaciones con los claudios, los escévolas y, desde que Publio Mucio Escévola dio el braguetazo de casar a su hijo con una miembra [toma ya Ministerio de Igualdad] de la familia de los crasos, también esta familia, conocida por sus riquezas, se arrejuntó a la bandería.
Todo esto funcionaba por amistades y relaciones. Las facciones patricias, cuando llegaban al poder, lo tomaban enterito. En el 133 a.C., ya lo hemos dicho, Tiberio Graco fue tribuno de la plebe; pero al mismo tiempo Mucio Escévola era cónsul.
En principio, todo esto no tendría que ser sino un episodio más de la Historia de la República Romana, formada a veces por una mera sucesión de consulados en las que, como acabamos de describir, las diferentes familias iban tocando pelo, la mayor parte de las veces con la intención de conseguir éxitos militares, llevárselo calentito, o más habitualmente tener éxitos militares mientras se lo llevaban calentito. Tiberio Graco, sin embargo, era distinto. A él le habían formado diversos maestros griegos, alguno de ellos estoico, que le habían llevado por el mal camino de explicarle que en Grecia, nación que entonces tenía la vitola de superioridad intelectual sobre la más pragmática Roma, se llevaban ideas como la soberanía del pueblo y la responsabilidad de los administradores para con la plebe. Ideas complejas y desordenadas que aún costaría cosa de 1.800 años comenzar a imponer.
Graco, además, estaba en una posición ideal para actuar. No sólo era tribuno de la plebe, un cargo bastante goloso, sino que además el gobierno de la ciudad de Roma estaba en manos de su amiguito Escévola porque el otro cónsul, Lucio Calpurnio Pisón, estaba en Silicia tratando de apiolarse a unos esclavos que se habían rebelado (Spartacus es el mito, pero no fue ni de coña el único). Para colmo, la oposición, o sea Escipión Emiliano, estaba en ese momento asediando Numancia, así pues estaba en la comunidad autónoma de Castilla-León.
Influido por esas extrañas ideas griegas, Tiberio Graco hizo un movimiento hacia la igualdad económica de los romanos. Su Lex Sempronia venía a apoyarse en otra alumbrada casi 250 años antes, la Lex Licinia Sexta, por la cual se limitaba la superficie de campo comunal o ager publicus que podía ocupar un solo propietario. De esta manera, Graco pretendía generar excedentes de tierra, que serían soltados por los propietarios que estuviesen ocupando demasiada; excedente que, en los términos de la norma, debería repartirse en pequeñas parcelas para que le tocase la pedrea a mucha gente.
Era una ley cargada de razón. En aquella Roma en la que Tiberio Graco había crecido, los ricos eran cada vez más ricos, pero los menos ricos no sólo eran más pobres, es que cada vez eran menos. Lo cual ponía en peligro la propia supervivencia de Roma pues en Roma, hasta la reforma de Cayo Mario, los soldados salían de la clase campesina (la reforma de Mario consistió en admitir al ejército a los miembros del census capiti, es decir a los putos monos sin familia ni tribu ni leches, o sea los puteros, los borrachuzos y el lumpenproletariado en general). La norma, consciente de que hacer una reforma agraria al modo marxista (es decir, cambiando las relaciones de propiedad) era imposible, actuaba sobre el ager publicus, es decir sobre las tierras del Estado; un terreno en el que la soberanía del Estado era, pues indiscutible.
Consciente de que si la presentaba en el Senado le iban a encular, Tiberio Graco hizo uso de la prerrogativa propia de un tribuno de la plebe de presentar la ley frente a la asamblea del pueblo. Se montó la de Alá es Mahoma. Los partidarios y detractores de la norma se daban de hostias en las calles. Roma se llenó de pintadas. No obstante, numéricamente los partidarios de la ley ganaban claramente, lo cual es lógico porque de toda la vida de dios ha habido más gente pelada que gente sobrada de pasta. Esto movió a los patricios a darse cuenta de que no podían votar en contra de la ley. Pero había más posibilidades. Los tribunos de la plebe, que eran una magistratura creada para garantizar el equilibrio entre los poderes de los patricios y los plebeyos, tenían entre otras prerrogativas la de vetar leyes. Los patricios buscaron a un tribuno compañero de Graco, Octavio, y le convencieron para que vetase la Lex Sempronia.
Ante la situación sin salida que generó la octaviada, Graco decretó lo que el derecho romano conocía como iustitium, una situación en la que toda actividad pública y negocio privado quedaba en suspenso. Luego convocó al pueblo y les explicó algo muy sencillo, o sea:
Paso 1: El tribuno de la plebe existe para defender a la plebe.
Paso 2: Vosotros sois la plebe.
Paso 3: Vosotros queréis la Lex Sempronia.
Paso 4: Octavio ha vetado la Lex Sempronia.
Paso 5: Luego Octavio no ha defendido vuestros intereses.
Paso 6: Pero Octavio es vuestro tribuno.
Paso 7: En consecuencia, Octavio os ha traicionado.
Paso 8: Y, ¿qué debe hacer el pueblo con un representante que le traiciona?
Las 35 tribus plebeyas votaron por darle a Octavio por donde amargan los pepinos o, como diría Quevedo, por el ojo que no tiene niña. Y esa votación marcó un antes y un después para Roma, y yo diría que para el mundo. A ver si consigo explicaros el fondo de la cuestión. Los tribunos de la plebe eran intocables, en virtud de la Lex Sacrata. No podían ser depuestos por nadie, salvo el Senado. La jugada de Graco no estaba prevista, pero eso es así porque el derecho político romano, en el fondo, no creía en la soberanía del pueblo (creía más bien en la oligarquía, el poder de unos pocos). Al plantear la votación, y ganarla, Tiberio Graco sustantivó, por primera vez en la Historia de Roma, el principio de que lo que el pueblo decide va a misa y no hay formalismo ni compromiso ni hostia decorada que lo pare. Y sustantivó algo más importante aún: el pueblo, reunido, había realizado un acto de autoridad, cesar a un tribuno, reservado al Senado. El mensaje oculto era: es que yo soy el Senado.
El Senado comenzó a obstaculizar la reforma agraria, sobre todo estrangulándola financieramente. Todo reparto de tierra supone gasto de pasta, y Graco la necesitaba. Visto que el Senado no se la daba, presentó una nueva rogatio ante la asamblea popular para hacerse con las riquezas que el rey Atalo III de Pérgamo había dejado a Roma a su muerte, y usarlo para financiar la reforma.
Conforme se acababa el periodo tribunicio de Graco, Tiberio se fue dando cuenta de que, de no repetir en el cargo, todo se iría a la mierda, con lo cual intentó dicha repetición, que era algo de dudosa legalidad en aquella Roma. La plebe, por su parte, se fue calentando con el asunto, sospechando efectivamente la jugada, y trató de imponer la reelección de Graco. Todo esto acabó en la tensísima escena de una asamblea popular celebrada junto al templo de Júpiter Capitolino; y, algunos metros más allá, en el templo de Fides, el Senado reunido en paralelo. En la reunión senatorial, el peor enemigo de Graco, Escipión Nasica, exigió del cónsul que sacara las tropas a la calle y se liara a hostias. Mucio Escévola, que como sabemos era gracoide, se negó. Pero en ese momento, otro Escipión, Nasica Serapio, se puso al frente de un grupo de senadores y se lanzó contra Tiberio, acompañado por sus partidarios de entre los tribunos.
Tiberio Graco murió asesinado en aquel tumulto. Y podía estar en discusión lo de la reelección, pero lo cierto es que el día que fue asesinado, era aún tribuno de la plebe. La condición sacrosanta, intocable, de los tribunos de la plebe, se acaba de ir a tomar por culo.
Ya sé que en Grecia, muchos años antes de Graco, hubo democracia y Pericles y tal y tal. Pero, en primer lugar, en Grecia había miniestados bastante poco estructurados, pues sólo eran ciudades, polis. Y, en segundo lugar, en Grecia no se produjo una actividad legislativa tan intensa como la romana, razón por la cual hoy se estudia el Derecho Romano y no el Griego. En realidad, Tiberio Graco fue el primer gobernante o político que le enseñó a las clases modestas que se pueden organizar, que pueden exigir lo que quieren exigir, y que la soberanía les pertenece. Tiberio Graco no fue, o yo creo que no fue, eso que hoy llamaríamos un político de izquierdas; su principal objetivo era que Roma rulase, es decir que la sociedad romana siguiese funcionando y aportando los recursos necesarios para que Roma siguiera siendo grande. Sin embargo, por el camino, fue capaz de alumbrar una nueva forma de entender las relaciones sociales y políticas; una nueva forma que veinte siglos después aún se luchaba para implantar. Una forma que hoy, desgraciadamente, aún no está implantada en medio mundo.
En mi opinión, todo aquél que se dice defensor de los más débiles; todo aquél que cree en la igualdad, en la necesidad de que la política se ocupe de los desfavorecidos, debería conocer la historia de Tiberio Graco; una historia con triste final, sí; pero en la que los goznes del destino común del ser humano comenzaron a girar, para no recuperar nunca del todo su posición anterior.
Y, de todas formas, Tiberio Graco está muerto; pero eso no quiere decir que lo estén sus ideas. Eso lo contaremos, quizá, cualquier otro día.