Recuerda que ya te hemos contado los principios (bastante religiosos) de los primeros estados de la Unión, así como su primera fase de expansión. A continuación, te hemos contado los muchos errores cometidos por Inglaterra, que soliviantaron a los coloniales. También hemos explicado el follón del té y otras movidas que colocaron a las colonias en modo guerra.
Evidentemente, hemos seguido con el relato de la guerra y, una vez terminada ésta, con los primeros casos de la nación confederal que, dado que fueron como el culo, terminaron en el diseño de una nueva Constitución. Luego hemos visto los tiempos de la presidencia de Washington, y después las de John Adams y Thomas Jefferson.
Luego ha llegado el momento de contaros la guerra de 1812 y su frágil solución. Luego nos hemos dado un paseo por los tiempos de Monroe, hasta que hemos entrado en la Jacksonian Democracy. Una vez allí, hemos analizado dicho mandato, y las complicadas relaciones de Jackson con su vicepresidente.
Un elemento de la política gubernamental en el que Jackson puso toda la carne en el asador, elemento por el que viene a ser un presidente muy querido por los americanos, es su presencia exterior. Siguiendo su convicción de que el suyo era el gobierno del pueblo y de que las obligaciones de los funcionarios públicos eran plain and simple, inauguró una tendencia, también seguida muchas veces en la tradición americana y no americana, de nombrar embajadores que no eran profesionales de la cosa; lo cual, por cierto, escandalizó a muchos en la vieja Europa.