Veinticinco años del genocidio ruandés. Hace ahora unos diez años, escribí una pequeña serie sobre este tema que anda por ahí perdida en el mar proceloso de los 1.510 artículos publicados que llevo hasta el momento en este blog. La he recuperado y aquí la tenéis, prácticamente sin cambios, como la escribí entonces.
Creo que el tema de Ruanda es un tema cojonudo para no creer. A mí, desde luego, que confieso que soy un tipo que no cree en nada, salvo en Bach y en el Hemoal, ninguno de los cuales me ha fallado nunca, creo que la Historia del genocidio ruandés, contada paso a paso, ha labrado una parte no desdeñable de mi escepticismo. Enseña que una nación teóricamente tan civilizada como Bélgica es perfectamente capaz de reaccionar al derramamiento de sangre simplemente volviendo el rostro para que no le salpique. Que incluso figuras tan admiradas como François Mitterrand, a la luz de la verdad, aparecen como repugnantes políticos pragmáticos a los cuales los destinos personales, ni siquiera cuando se cuentan por centenares de miles, les importan un huevo. Y que esa cosa que llamamos Naciones Unidas es un momio que nos dicen que funciona para que no nos demos cuenta de que es, exactamente, lo contrario.
Aquí os lo dejo. Se supone que la última de las valoraciones posible para mis historias, "De vómito", es la que yo debo evitar. Pero esta vez, la verdad, entendería que la usaseis.
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