Últimas esperanzas
La ofensiva de Cataluña
El mes de enero de las chinchetas azules
A la naja
Los tres puntos de Figueras
A Franco no le da una orden ni Dios
All the Caudillo's men
Primeros contactos
Casado, la Triple M, Besteiro y los espías de Franco
Negrín bracea, los anarquistas se mosquean, y Miaja hace el imbécil (como de costumbre)
Falange no se aclara
La entrevista de Negrín y Casado
El follón franquista en medio del cual llegó la carta del general Barrón
Negrín da la callada en Londres y se la juega en Los Llanos
Miaja el nenaza
Las condiciones de Franco
El silencio (nunca explicado) de Juan Negrín
Azaña se abre
El último zasca de Cipriano Mera
Negrín dijo “no” y Buiza dijo “a la mierda”
El decretazo
Casado pone la quinta
Buiza se queda solo
Las muchas sublevaciones de Cartagena
Si ves una bandera roja, dispara
El Día D
La oportunidad del militar retirado
Llega a Cartagena el mando que no manda
La salida de la Flota
Qué mala cosa es la procrastinación
Segis cogió su fusil
La sublevación
Una madrugada ardiente
El tigre rojo se despierta
La huida
La llegada del Segundo Cobarde de España
Últimas boqueadas en Cartagena I
Últimas boqueadas en Cartagena II
Diga lo que diga Miaja, no somos amigos ni hostias
Madrid es comunista, y en Cartagena pasa lo que no tenía que haber pasado
La tortilla se da la vuelta, y se produce el hecho más increíble del final de la guerra
Organizar la paz
Franco no negocia
Gamonal
Game over
¿Y Cartagena? En la mañana del día 7, la Flota republicana llegaba a la bocana del puerto de la base naval francesa de Bizerta. En la tarde del día 5, cuando partieron, fueron sobrevolados por unos aviones, que probablemente eran republicanos. A eso de las ocho, captaron la señal de una emisora alemana que se hacía eco de noticias captadas en Bilbao. Estas noticias hablaban de la sublevación de Cartagena con distintas inexactitudes (la más importante para los barcos, creo yo, que ellos habían participado en la sublevación propiamente dicha) y con lógicos ribetes pronacionales. Sabemos por una comunicación de la una y media de la madrugada del día 6 de marzo que en los barcos se conocía a esa hora la sublevación de Casado en Madrid. En general, los mensajes de los barcos que le comunican al Cervantes lo que van oyendo en la radio (el buque insignia parece ser el que menos se enteró en un primer momento) son claramente procasadistas. En uno de los mensajes, incluso, el radiotelegrafista, o tal vez su mando, introduce un extemporáneo Ya era hora. Cerca de las tres de la mañana, sin embargo, el Cervantes ordena no variar el rumbo, esto es, seguir enfilados hacia Argelia. Sin embargo, a esa hora e incluso más tarde la emisora del Cabo de Palos emitió varios mensajes al Cervantes con el mantra Todo tranquilo con República e instando al buque insignia a ordenar el regreso a Cartagena. También se recibió un mensaje desde Portman en el que se afirmaba que la situación de Cartagena estaba ya plenamente dominada por la República y que la Flota podía regresar.
Lo cierto es que, enviase ese mensaje quien lo enviase, mentía. En la noche del 5 al 6, Arturo Espa seguía siendo el dueño de las baterías de la Costa; seguía siendo, pues, el mago Gandalf capaz de decirle a quien apareciese por el mar y no le gustase aquello de thou shall not pass. Pero eso Buiza no lo sabe. Los mensajes que le llegan al almirante jefe de la Flota están remitidos en nombre del ministro de Defensa, Negrín; claramente, se quiere dejar claro que es una comunicación que no tiene nada que ver con el Consejo de Defensa que ha montado Casado. Es más que posible que, sobre todo en la segunda parte de la madrugada, la Flota llegue a coquetear con la idea del regreso. Sin embargo, a las seis menos cuarto de la mañana, el Cervantes transmite la comunicación: Formado nuevo gobierno formado por general Casado, Besteiro, Val, Rodríguez Vega, San Andrés, Carrillo y González Marín, de acuerdo todos éstos con Menéndez y Matallana. Viva la República. Buiza, pues, sigue fiel al plan trazado con los otros altos mandos militares y con el que habían decidido presionar a Negrín.
Este mensaje es contestado por el Almirante Ulloa con otro en el que se conmina a Buiza a comunicar cuál es su idea y su posición sobre la situación en Cartagena, a la luz de los mensajes que llegan de Portman en nombre de Negrín. A las seis y media, el Cervantes informa de un mensaje que ha recibido de un submarino, el C2. El C2 había quedado surto en el Arsenal porque, en el momento en que la Flota se marchó, estaba averiado y, como el barquito chiquitito, no podía navegar. A lo largo del día 5, sin embargo, los ingenieros consiguen reparar la radio de la nave, y es por eso que logran transmitir. El mensaje recibido por el Cervantes dice: En Cartagena a las órdenes de Franco. Esto, creo yo, enfría mucho las intenciones de regresar a puerto. El submarino viene a desmentir los optimistas mensajes enviados desde Portman (que, ya he dicho, eran mentira, probablemente una añagaza). Buiza le contesta a los barcos de la Flota que el sábado anterior (el 4) había quedado liberado de todo compromiso, entiendo que al comprobar que Negrín no secundaba las peticiones que se le hacían, y que por lo tanto su resolución era llegarse a Argel.
En Cartagena, como ya sabemos, los sublevados pasaron la noche del 5 al 6, mientras la Flota navegaba y dudaba, sin hacer gran cosa para contrarrestar a los republicanos. Eso sí, dejaron de salir a la calle, porque ésta, cada vez más, era propiedad de Artemio Precioso y sus soldados. Inexplicablemente, tampoco llegaron a saber que Casado se había pronunciado en Madrid.
En la noche, aviones nacionales sobrevolaron la ciudad, y pudieron, por lo tanto, comprobar sobre el terreno que las baterías de la costa no les disparaban. Sin embargo, lo que los sublevados tomaron como la inminencia en la llegada de la ayuda, en realidad sólo era una pasada de control. Las baterías sí que dispararon, como Oliva les había pedido, contra las tropas que estaban en la Muralla del Mar, hostigando a la Capitanía. Pero, en realidad, aquello no fue muy buena idea. Los atacantes, la verdad, no podían aspirar a hacer mucho daño en un edificio tan sólido; y, sin embargo, los obuses de las baterías de la costa, aunque los dispersaron como buscaban, también se cargaron las líneas telefónicas de la Base, que se quedó muda. La madrugada del 6, en todo caso, fue bastante tranquila, dado que Artemio Precioso decidió que sus tropas no se movieran.
Pero sólo estaba esperando.
Con la llegada del día, como os he dicho, las tropas fieles al gobierno, la 206 de Artemio Precioso, comenzó a moverse de nuevo para revivir sus acciones para tomar la ciudad y la Base. En esa operación, adquirió pronto una ayuda importante en la persona de Carlos Mira, comandante de Artillería. En el momento de producirse la sublevación, Mira estaba de baja por las lesiones que había sufrido en un accidente de automóvil. A causa de esto, los sublevados se hicieron fácilmente con el control de las tropas y las piezas bajo su mando. Conforme Mira se fue dando cuenta del creciente perfil profranquista de los rebelados, trató él mismo de trabar contacto con la 206. Para Precioso, se trató de un contacto ídem, ya que Mira conocía bien los establecimientos artilleros en Cartagena y alrededores, con lo que su testimonio mejoró la capacidad de movimiento y ataque de una 206 que, hasta entonces, había ido un poco al palpo.
A lo largo de la mañana del día 6, los primeros barcos nacionales comenzaron a aparecer cerca del puerto. Recordad que las órdenes del ejército nacional, convencido de que no encontraría oposición en la mar, había sido que el que estuviese cargado y listo saliese, sin esperar formación ni leches. Por eso mismo, los buques iban llegando como con cuentagotas. En la zona se hicieron presentes aviones, tanto nacionales como republicanos, pero no muchos.
En esa situación Mira, por pura inteligencia estratégica y, sobre todo, por su experiencia como artillero, cada vez estaba más cierto de que la clave para dominar Cartagena era dominar las baterías de la costa, abiertamente franquistas. Así que reunió a un grupo de fieles y con ellos se dirigió a dichas baterías, intentando cambiar el sentido de su fidelidad. La primera batería que este grupo gubernamental consiguió controlar fue la de La Parajola, una pieza muy importante por su ubicación.
A las ocho y media de la mañana, los sublevados enviaron a Burgos un cablegrama en tono muy optimista, pero sin dejar de solicitar que se hiciera más presente la aviación para, así, asegurar su control sobre Cartagena. De hecho, cuando los aviones nacionales se hicieron presentes, en el Parque de Artillería se encontraron con la sorpresa de que desde Los Dolores se había disparado a los aviones, por lo que inmediatamente comunicaron que desconocían la razón de que hubiera atacado, e intimando que la aviación le tirase unos cuantos pepinos.
El punto más débil de los sublevados era el Arsenal. El Arsenal era (es) una instalación enorme que, además, está a un nivel inferior que los montes circundantes, por lo que aunque sus muros eran resistentes, podía ser hostilizado. Además, dentro del Arsenal había de todo, lo cual quiere decir que la moral profranquista no era, necesariamente, el sentimiento dominante en cada uno de sus rincones. Aunque Lorenzo Pallarés utilizó un cañón del submarino C2 para contestar a quienes les hostilizaban, pronto se hizo de general convicción el hecho de que el Arsenal no se iba a poder defender eternamente.
Los barcos nacionales que estaban ya en las cercanías de Cartagena, por otra parte, mantuvieron una actitud un tanto indolente. Espa, desde su batería de Cabo de Agua, les envió señales haciendo uso del heliógrafo; pero por lo general no contestaron, o contestaron apenas. Recién pasadas las diez y media de la mañana, llega al Parque comunicación de Burgos: Dígame urgentísimamente qué objetivos exactos le conviene bata aviación. Se va a bombardear Galeras. Dígame también qué partes del Arsenal tiene ocupadas y qué fuertes están en su poder. Tengan fe y confianza, llegan tropas. La respuesta, unos veinte minutos después, se redacta desde el Arsenal, no desde el Parque, y del tono de la respuesta cabe entender por qué: El General plaza Cartagena al Generalísimo. La situación se hace insostenible si no viene un rápido desembarco por encontrarse amenazado el Arsenal y con éste la radio.
Estamos frisando las once de la mañana. A esa hora, ya os lo he dicho, Pallarés ya tiene claro que los orcos se van a hacer con Minas Tirith en el Arsenal, sí o sí. Sólo es una cuestión de tiempo y sólo la llegada de bombas desde el aire o desde cañones emplazados en la mar podría cambiarlo. Podemos decir, pues, que es justo después de los churros y las porras cuando los sublevados van y se dan cuenta de que sus amigos de Burgos sabían muy bien lo que se hacían cuando, horas antes, les estaban conminando a reforzar sus posiciones en la ciudad, cosa que ellos no hicieron porque pensaron que la victoria les iba a llegar por derecho divino.
¿Qué presencia nacional hay cerca del puerto? Pues, fundamentalmente, dos mercantes artillados con tropas, y el Canarias, que ya ha llegado a la zona y que hace de primo de Zumosol. Se las dan de sobrados, pero desde La Parajola (que ya os he contado que ha cambiado de bando, porque Mira, el que está de baja, se ha hecho con ella) les tiran unos cuantos pepinos, así pues los barcos vuelven grupas hacia aguas abiertas. Espa, que lo ve, se cosca lógicamente de que los parajoleros han cambiado de bando y, por lo tanto, cursa las órdenes para que las baterías de Aguilones y Jorel, al otro lado de la bahía, comiencen a bombardear La Parajola.
El problema para los artilleros de costa, sin embargo, se está complicando. Ya os he explicado hace un rato que, desde el inicio de sus operaciones, Artemio Precioso había tenido claro que una parte de sus efectivos tenían que desplazarse hacia las baterías, porque esas baterías eran la mano que mecía la cuna de la Base. Por eso, desde los establecimientos sublevados pueden ver claramente a tropas gubernamentales avanzando hacia Fajardo y Podaderas. Si llegan, presentar resistencia es imposible, pues las baterías no tienen fusiles (a decir verdad, Espa los había solicitado la noche antes; pero el soldado al que envió a la ciudad con un coche no llegó a su destino, pues fue uno de los muchos que durante esas horas decidió terminar su servicio militar por el artículo 33). Así las cosas, Espa tira de luces y le ordena a la batería de Jorel que bata la falda del monte de Galeras (la misma que los nacionales han anunciado desde Burgos que quieren barrer con la aviación) y que ataque a las mentadas baterías de Fajardo y Podaderas, a las que supone ya en manos del gobierno.
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