Hace ahora prácticamente cien años, en 1908, nuestros responsables públicos cayeron en la cuenta de que España, poquito a poquito, se convertía en un país moderno. Tras las reformas de Fernández Villaverde, de las que algún dia hablaremos, España comenzaba, lentamente, a modernizarse en la línea deseada, entre otros, por la interminable pléyade de intelectuales krausistas que pululaban por universidades y cafetines. Una de las consecuencias de esta modernización fue la vida económica y mercantil, que comenzó, ya en el siglo XIX, a ser adecuadamente regulada.
En 1908, le tocó a los seguros. Hasta entonces, el seguro había sido, en España como en Europa, una disciplina cada vez más tecnificada, aunque con su punto
amateur. En el siglo XIX y en España, asegurador era cualquiera, y las autoridades se fueron dando cuenta de que cuando una compañía de seguros se la pega, el morrazo es de alivio, porque las personas confían a las compañías cosas de gran valor, tales como su propia vida, o su casa.
Se podría decir que, ahora hace cien años, los seguros se desarrollaban en tres grandes vías. La primera, su entorno tradicional, eran los transportes, sobre todo los marítimos. Por asegurar los barcos cargados de mercancías es por lo que nació el Lloyd's de Londres, un curioso sindicato de reaseguro en cuya sala central, si no me equivoco, los británicos, tan amigos de las tradiciones, todavía conservan la campana que tañían cada vez que recibían la noticia del hundimiento de un barco. O sea, oír la campana y ponerse a pagar, era todo uno.
La segunda vía eran los incendios. La mayor parte de las casas antiguas de nuestras ciudades suelen llevar sobre su dintel la inscripción
Asegurada de Incendios. Hace cien o más años, no era mala cosa tener la casa asegurada, porque las ciudades ardían que era un gusto.
La tercera vía es la previsión, o sea la vejez y la enfermedad. Hace ya muchos siglos que el hombre se preocupa por el hecho de que, al llegar la senectud, ya no puede valerse por sí mismo y, por lo tanto, ha de tener peculios para sobrevivir. Quizá ésta es la porción del seguro que se desarrolló más tarde pues, en España y a finales del siglo XIX, todavía seguían existiendo operaciones de poco rigor técnico y financiero, tales como las operaciones tontinas y chatelusianas; que son, además, métodos de ahorro colectivo que, en algunas de sus posibles presentaciones, incluso estimulan el asesinato. ¿Por qué? Pues porque en una operación tontina un grupo de inversores pone un capital y percibe los dividendos, pero cada vez que uno de los inversores muere, su pasta se reparte entre los que quedan. ¿Lo vais pillando? Si quedas el último, te llevas el bote.
Una operación tontina entre supuestos amigos que, en realidad, lo que buscan es matarse los unos a los otros es lo que describieron Robert Louis Stevenson y Lloyd Osbourne en un libro divertidísimo,
The wrong box, que podéis encontrar en la red, incluso gratis (pero en inglés). La novela inspiró una comedia británica que también os recomiendo:
The wrong box (Brian Forbes, 1966), con dos jovencísimos Michael Caine y Dudley Moore (entre otros). Creo que en España se exhibió con el título
La Tontina, pero no estoy seguro.
En fin. En 1908, las autoridades españolas decidieron que había que poner un poco de orden en el patio y dictaron una norma por la que se creaba el registro de entidades aseguradoras. La lista de las que presentaron solicitud para formar parte de dicho registro fue publicada por la Gazeta el 4 de diciembre de 1908.
Su lectura nos demuestra lo mucho que han cambiado los tiempos.
Aunque no tanto. Barcelona es hoy uno de los dos grandes polos económicos de España, y hace cien años la inmensa mayoría de los cientos de sociedades que se inscribieron estaba allí; al desarrollo de la ciudad se unía su devoción católica (pronto veremos por qué) y el hecho de que estaba cerca de la frontera, lo cual era más cómodo para las sociedades extranjeras que se establecían en nuestro país. Otra cosa que queda clara es que ya hace cien años, la penetración del capital extranjero en el seguro era importante; y son ejemplo de ello compañías como La Manheim, de Manheim; la Nord Deutsche, de Hamburgo; El Alto Rihn, también de Manheim; o la compañía de seguros Nacional Basilea, de Suiza, entresacadas de varias decenas de nombres que podría citar. Alguna hay muy conocida y existente hoy en día, como Assicurationy Generaly [sic] o la Zurich.
Otra característica de las aseguradoras es su longevidad. Entre la lista de hace cien años hay algunas que aún existen, tales como la Unión Alcoyana (de Alcoy), el Banco Vitalicio (de Barcelona), la Mutua General de Seguros (de Barcelona), La Mutua Universal (de Valencia), la Agrupación Mutua del Comercio y la Industria o la extinta no hace mucho La Unión y el Fénix Español. También figura la Caja de Pensiones para la Vejez y de Ahorro, de Barcelona, que como sabéis llegó muy lejos.
Lo que sí ha cambiado es la radical identificación de buena parte de las compañías con el entorno religioso. Esto tiene lógica: seguro es previsión y ayuda y la ayuda al menesteroso es terreno habitual de la iglesia católica. Yo diría que en torno a la mitad o más de las compañías de la lista declaran, en su nombre, una vinculación religiosa; y la inmensa mayoría de ellas, además, está en Barcelona.
De la ciudad condal, en efecto, eran entidades como: Montepío de Jesús Crucificado de Sans; San Marcial Mártir; Hermandad de San Antonio de Padua (bueno, ésta es de Vilanova i la Geltrú, donde también estaba la Hermandad de la Vera Cruz y el Montepío de Señoras Nuestra Señora de la Providencia); El Mártir del Gólgota; La Sagrada Familia (cómo no); Los Doce Apóstoles; San Roque; San Juan Bautista; Amigos de San Macario Abad [sic]; Jesús Sacramentado; Nuestra Señora de la Misericordia, Santa Inés y Santa Irene; Santo Cristo de Nuestra Señora de los Dolores; San Isidro Labrador (¡en Barcelona!); El Santo Escapulario de Nuestra Señora del Carmen; Unión y Defensa de los Montepíos de Barcelona (Glorioso San Vicente); San Mus ('¡toma ya! ¡órdago!); Montepío de Señores de la Cofradía de la Minerva de la parroquia de San Francisco de Paula; La Aflicción de María; Virgen de los Dolores al pie de la Cruz; Paso del Pilar o Azotamiento del Señor; el Montepío de Portantes del Santo Cristo de la Agonía; y una aseguradora llamada Paso de Jesús con sus Discípulos en el Acto de la Cena.
¿Echais en falta una? Pues no, que no podía faltar. En 1908, por supuesto que los catalanes podíais comprar una póliza en la aseguradora Nuestra Señora de Montserrat, Patrona de Cataluña.
Otras dos de Barcelona, por cierto, son La Defensa del Pueblo Español y La Verdadera Unión Española. Toda una declaración de principios...
El segundo gran vivero de compañías de seguros es el mutualismo corporativo; o, lo que es lo mismo, la unión de los oficios para la previsión. Encontramos en la lista ejemplos como la Mutua Marina de Descargadores del Puerto de Barcelona; la Asociación Benéfica de Auxilios Mutuos de Empleados Municipales de Madrid; los Seguros Mutuos de Labradores, también de Madrid; la Mutua Asturiana de Accidentes de Trabajo; los Seguros Mutuos de Santander de Accidentes de Trabajo; la Sociedad de Socorros Mutuos de Viajantes y Representantes de Comercio del Norte de España; la Protección de la Agricultura Española, de Guadalajara; La Alianza de los Vigilantes de Barcelona; el Montepío de Hortelanos de Barcelona; la compañía Fraternal Obrero, también de Barcelona; Asociación de Maestros Públicos de Barcelona; y Unión Obrera de Socorros Mutuos, de Barcelona. Y una que veo que no acabo de entender el origen del nombre: El Nuevo Gasómetro, de Barcelona.
Tampoco hay que desechar la pulsión clara que, al ponerle nombre a sus aseguradoras, tuvieron muchos españoles en aquella época para declarar que aquel paso era un paso de modernidad. Es, sin duda, la idea que tenían en la cabeza quienes impulsaron la creación de la aseguradora Los Progresistas Españoles (Barcelona); la Fraternal Barbastense (de Barbastro, claro); El Fomento del Ahorro; El Progreso Fabril Humanitario (que no me digáis que no es un pedazo de razón social); La Constancia (Barcelona); La Equidad; La Confianza Ibérica; Los Previsores del Porvenir (Madrid); La Humanitaria de Barcelona; El Protector del Enfermo, también de Barcelona; La Amistad o El Protector Fabril, en Barcelona; o El Progreso Humanitario, también en la ciudad condal. Incluso había una entidad, por supuesto en Barcelona, con un nombre tan poco dado a interpretaciones extrañas como éste: Paz y Justicia.
De todas estas, calculo a ojo que entre 400 y 500 compañías, queda bien poca cosa. Aunque habrá quien pueda pensar que, en realidad, todo lo que han cambiado son los nombres. Cuatro generaciones después, la vida sigue, como cantaba Julio Iglesias, básicamente igual. Aunque, desgraciadamente, en este mundo nuestro en el que palabras como Nike o Microsoft resultan ser buenas marcas, hemos perdido la poesía. Hoy no habrá ni un solo consultor de imagen que nos aconseje llamarle a nuestra empresa La Humanidad, bajo la Advocación de Santa Casilda; o Los Compañeros del Socorro; o ésta que trae lo suyo: La Vasco Belga. Vivimos en un mundo más eficiente; y también más aburrido.