viernes, abril 26, 2024

Stalin-Beria. 2: Las purgas y el Terror (11): Delaciones en masa

El día que Leónidas Nikolayev fue el centro del mundo
Los dos decretos que nadie aprobó
La Constitución más democrática del mundo
El Terror a cámara lenta
La progresiva decepción respecto de Francia e Inglaterra
Stalin y la Guerra Civil Española
Gorky, ese pánfilo
El juicio de Los Dieciséis
Las réplicas del primer terremoto
El juicio Piatakov
El suicidio de Sergo Ordzonikhidze
El calvario de Nikolai Bukharin
Delaciones en masa
La purga Tukhachevsky
Un macabro balance
Esperando a Hitler desesperadamente
La URSS no soporta a los asesinos de simios
El Gran Proyecto Ruso
El juicio de Los Veintiuno
El problema checoslovaco
Los toros desde la barrera
De la purga al mando
Los poderes de Lavrentii
El XVIII Congreso
El pacto Molotov-Ribentropp
Los fascistas son ahora alemanes nacionalsocialistas
No hay peor ciego que el que no quiere ver
Que no, que no y que no  



El pleno, finalmente, adoptó un memorando en el que venía a reconocer que el Comisariado de Asuntos Internos llevaba un retraso de unos cuatro años en la lucha contra los disidentes y espías; lo que viene a querer decir que Stalin hubiese querido que las purgas hubiesen empezado un poco antes del XVII Congreso. En cuando a los miembros del Comité Central que lo votaron, lo más probable es que adoptasen una postura socialdemócrata, es decir, pensar que el esfuerzo iba a recaer en otros. Nunca sabremos lo que habrían votado si hubiesen sabido que muchos de ellos iban a ser pasto de aquella política de represión.

jueves, abril 25, 2024

Stalin-Beria. 2: Las purgas y el Terror (10): El calvario de Nikolai Bukharin

El día que Leónidas Nikolayev fue el centro del mundo
Los dos decretos que nadie aprobó
La Constitución más democrática del mundo
El Terror a cámara lenta
La progresiva decepción respecto de Francia e Inglaterra
Stalin y la Guerra Civil Española
Gorky, ese pánfilo
El juicio de Los Dieciséis
Las réplicas del primer terremoto
El juicio Piatakov
El suicidio de Sergo Ordzonikhidze
El calvario de Nikolai Bukharin
Delaciones en masa
La purga Tukhachevsky
Un macabro balance
Esperando a Hitler desesperadamente
La URSS no soporta a los asesinos de simios
El Gran Proyecto Ruso
El juicio de Los Veintiuno
El problema checoslovaco
Los toros desde la barrera
De la purga al mando
Los poderes de Lavrentii
El XVIII Congreso
El pacto Molotov-Ribentropp
Los fascistas son ahora alemanes nacionalsocialistas
No hay peor ciego que el que no quiere ver
Que no, que no y que no 


 


Tres días después, Bukharin comenzaba a estar donde estaba ya Radek. Le escribió una carta a Stalin en la que le venía a decir que estaba dispuesto a morir por el Partido, pero no a morir como un enemigo de Partido. Definía su situación como la peor de las posibles y confesaba que “me estoy derrumbando en la extenuación”. “Yo”, dijo también, “no soy Radek; yo soy inocente. Y nada me forzará nunca a decir que sí, si la verdad es que no”. Incluso negaba la posibilidad de asumir su culpa por el bien del Partido, porque “eso supondría mi expulsión, es decir, mi muerte”.

miércoles, abril 24, 2024

Stalin-Beria. 2: Las purgas y el Terror (9): El suicidio de Sergo Ordzonikhidze

El día que Leónidas Nikolayev fue el centro del mundo
Los dos decretos que nadie aprobó
La Constitución más democrática del mundo
El Terror a cámara lenta
La progresiva decepción respecto de Francia e Inglaterra
Stalin y la Guerra Civil Española
Gorky, ese pánfilo
El juicio de Los Dieciséis
Las réplicas del primer terremoto
El juicio Piatakov
El suicidio de Sergo Ordzonikhidze
El calvario de Nikolai Bukharin
Delaciones en masa
La purga Tukhachevsky
Un macabro balance
Esperando a Hitler desesperadamente
La URSS no soporta a los asesinos de simios
El Gran Proyecto Ruso
El juicio de Los Veintiuno
El problema checoslovaco
Los toros desde la barrera
De la purga al mando
Los poderes de Lavrentii
El XVIII Congreso
El pacto Molotov-Ribentropp
Los fascistas son ahora alemanes nacionalsocialistas
No hay peor ciego que el que no quiere ver
Que no, que no y que no 



Para entonces, Pravda ya no escondía el hecho de que las purgas iban a ser masivas. Stalin, por otra parte, sabía, en las primeras semanas de 1937, que todo lo que había ejecutado más o menos personalmente en los doce meses anteriores tenía que quedar santificado por el Comité Central. Antes de convocarlo, sin embargo, se lo “trabajó”. No sé si fue idea suya o de Yezhov, pero el caso es que desde el momento en que éste llegó a la NKVD, la policía secreta comenzó a circular entre los miembros del Comité Central extractos de declaraciones hechas por personas arrestadas en la Lubianka. Se buscaban dos cosas: por un lado, que todo el mundo conociera las acusaciones que pesaban sobre los grandes pesos pesados del Partido, como Bukharin o Rykov; y, por otro, que los que tuvieran claro que todo eso eran cosas que se declaraban bajo tortura se dieran cuenta de que cualquier día ellos mismos podían estar en el papel y, consecuentemente, era sólo cuestión de tiempo que acabasen en la Lubianka con la cara mazada a hostias. Y no se equivocaban. De los 139 miembros titulares y suplentes del Comité Central nombrados en el XVII Congreso, 98 estaban destinados a no sobrevivir a Stalin y, consecuentemente, a no ser testigos de la llegada de la sociedad sin clases y la última fase del marxismo.

martes, abril 23, 2024

Stalin-Beria. 2: Las purgas y el Terror (8): El Juicio Piatakov

El día que Leónidas Nikolayev fue el centro del mundo
Los dos decretos que nadie aprobó
La Constitución más democrática del mundo
El Terror a cámara lenta
La progresiva decepción respecto de Francia e Inglaterra
Stalin y la Guerra Civil Española
Gorky, ese pánfilo
El juicio de Los Dieciséis
Las réplicas del primer terremoto
El juicio Piatakov
El suicidio de Sergo Ordzonikhidze
El calvario de Nikolai Bukharin
Delaciones en masa
La purga Tukhachevsky
Un macabro balance
Esperando a Hitler desesperadamente
La URSS no soporta a los asesinos de simios
El Gran Proyecto Ruso
El juicio de Los Veintiuno
El problema checoslovaco
Los toros desde la barrera
De la purga al mando
Los poderes de Lavrentii
El XVIII Congreso
El pacto Molotov-Ribentropp
Los fascistas son ahora alemanes nacionalsocialistas
No hay peor ciego que el que no quiere ver
Que no, que no y que no

     



En el segundo juicio, principios de 1937, a las acusaciones del anterior en el sentido de conspirar para matar a Stalin y otros importantes dirigentes, se unió la del sabotaje industrial generalizado. Ésta era la gran utilidad que presentaba Piatakov, así como otro de los imputados, Y. A. Lifshitz, comisario de ferrocarriles. Si éstos dos admitían la existencia de una gran conspiración saboteadora, los detenidos podrían contarse por cientos.

lunes, abril 22, 2024

Stalin-Beria. 2: Las purgas y el Terror (7ter): Las réplicas del primer terremoto

El día que Leónidas Nikolayev fue el centro del mundo
Los dos decretos que nadie aprobó
La Constitución más democrática del mundo
El Terror a cámara lenta
La progresiva decepción respecto de Francia e Inglaterra
Stalin y la Guerra Civil Española
Gorky, ese pánfilo
El juicio de Los Dieciséis
Las réplicas del primer terremoto
El juicio Piatakov
El suicidio de Sergo Ordzonikhidze
El calvario de Nikolai Bukharin
Delaciones en masa
La purga Tukhachevsky
Un macabro balance
Esperando a Hitler desesperadamente
La URSS no soporta a los asesinos de simios
El Gran Proyecto Ruso
El juicio de Los Veintiuno
El problema checoslovaco
Los toros desde la barrera
De la purga al mando
Los poderes de Lavrentii
El XVIII Congreso
El pacto Molotov-Ribentropp
Los fascistas son ahora alemanes nacionalsocialistas
No hay peor ciego que el que no quiere ver
Que no, que no y que no

  

El siguiente paso de Stalin fue relativamente inesperado: deshacerse de Yagoda. En realidad, tuvo tres razones para hacerlo. La primera es que había criado a sus pechos a Yezhov, y ahora se sentía mucho más cómodo usando esa carta. La segunda es que Yagoda no dejaba de ser un viejo bolchevique más, con credenciales que se remontaban a 1907; es decir, uno más de ésos de los que se quería deshacer. Y la tercera era que Yagoda tenía un relativo nivel de dependencia respecto del Comité Central; un órgano que, en esos momentos, cuando menos formalmente todavía era superior al propio Stalin y, por lo tanto, podía arruinar sus planes. Yagoda era judío y, aunque había servido muy bien a Stalin, tenía sus propios contactos y vínculos con la oposición de derechas.