viernes, noviembre 23, 2012

Soixante Huit (4: Aquí sólo habla la clase obrera)



De esta serie se ha publicado ya un primer, segundo y tercer capítulo.

Resumen de lo publicado: Gandalf-Bendit, El Rojo, reune a los hobbits en la plaza mayor de Minas Tirith y les suelta un discurso de la hueva, con algunas partes que parecen sacadas de un monólogo de Mariano Ozores. Pocos días después, el tema se encabrona de la hostia cuando un elfo es atacado por un orco sin motivo aparente, acción que motiva que los hobbits arrasen una taberna orca.

A pesar de la unión que opera en los revolucionarios el ataque orco, los rojirrim siguen pensando que ellos deben liderar la batalla contra el malvado Sauron, así pues empiezan a convocar a sus guerreros por separado. Un día, deciden enviar a uno de sus generales a Hobbiton para convencerlos. Pero los hobbits les esperan con el cuchillo de capar entre los dientes.

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En diciembre de 1966, en el curso de una reunión organizada por los maoístas, el servicio de orden de la UEC, de los comunistas oficiales por lo tanto, se había aplicado con una enorme dureza para reprimir algunos enfrentamientos. Desde aquel día, los prochinos se la tenían jurada a Pierre Juquin, a quien consideraban responsable de aquella acción.

Es por ello que aquel miércoles 24, a las cinco de la tarde, cuando Juquin entra en el salón de actos D1, el personal está nervioso, afiebrado. En una de las paredes del salón, una enorme pancarta dice: “los intelectuales revisionistas son vómito para la clase obrera y los estudiantes progresistas”. Otros carteles, todos ellos colocados por la UJC (m-l), acusan a Juquin de ser muy poco comunista (lo llaman “el Lecanuet comunista", en referencia a Jean Lecanuet, un político de centro-derecha) y, sobre todo, de ser “Judas Juquin”.

Con estos precedentes, la conferencia de Juquin toma rápidamente los derroteros propios de los actos en los cuales la audiencia está repleta de demócratas de toda la vida. Acaba de empezar a hablar, y los prochinos ya están berreando. Al principio, el político comunista espera, creyendo que es una interrupción que se detendrá pronto. Pero cuando ve a varias decenas de estudiantes caminar hacia la mesa presidencial, muchos con el Libro Rojo de Mao en la mano y un rostro que denota a todas luces que le van a dar de hostias, sale de allí como alma que lleva el Diablo.

El asunto de Juquin puede parecer anecdótico; pero no lo es. Marca un paso más allá en las tensiones centrífugas de Mayo del 68. Las primeras, ya lo hemos visto, fueron la mera formulación de las diferencias entre unos y otros. Pero es que, ahora, los prochinos habían hecho algo más; habían roto un pacto.

La UJM (m-l) no era el único grupo que estaba cabreado con Juquin, en realidad con todo el PCF. Los estudiantes del movimiento 22M tampoco entendían los ataques que habían recibido de L’Humanité, y reputaban aquel acto como perfecto para saldar cuentas. En tal sentido, todos los grupos políticos de Nanterre habían acordado, antes del acto, que sólo hablaría Cohn-Bendit, quien realizaría al comunista una serie de preguntas sobre todos estos sucesos. Los prochinos habían aceptado, de hecho, su papel de testigos silenciosos, con derecho a hablar sólo si Juquin se negaba a contestar a alguna pregunta que les concerniese directamente. Pero, como acabamos de ver, los maoístas se cagaron y se mearon en los acuerdos alcanzados. Y esa actitud fue muy premonitoria.

Lo peor de aquella movida es que tuvo la misma consecuencia que dicen que tiene dejar que un tigre coma carne de hombre: que ya no quiere otra cosa.

Andaba por Nanterre, aquel mismo día, un eminente matemático francés, Laurent Schwartz, ganador en 1950 de la medalla Fields, trotskista y, en aquel momento, dirigente del Comité Vietnam Nacional (su última gran batalla política fue oponerse a la intervención soviética en Afganistán. Murió en el 2002). Ese día, Schwartz estaba invitado en el salón de actos B1, bautizado Che Guevara, a participar en una mesa redonda sobre las funciones sociales de la universidad. Compartía mesa con André Gorz (filósofo y periodista de origen austriaco, discípulo de Sartre y de Marcuse, desarrolló una serie de teorías sobre la necesidad de abandonar progresivamente el capitalismo y el cambio social totalmente respetuoso con el individuo, que se dieron en llamar socialismo difícil. Murió en el 2007, quizá suicidándose junto a su mujer).

Como se ve, en la mesa no había grandes sorpresas. A nadie se le había ocurrido a invitar a alguien que fuese mínimamente de derechas. Sin embargo, cuando Schwartz comienza a hablar , un miembro de la CLER (Comité de Liaison des Étudiants Révolutionnaires. Grupo de la misma tendencia que la FER, Fédération des Étudiants Révolutionaires, sólo que también para no estudiantes. Se trata de una organización lambertista, esto es seguidora de Pierre Lambert, líder de una de las tendencias del trotskismo francés) toma el micro y, mostrando el respeto habitual por la libertad de expresión, himpla: “Laurent Schwartz es un seleccionista. No forma parte del movimiento obrero. No debe tomar la palabra en Nanterre”.

¿Qué tenía de malo, en qué consistía, en 1968, ser seleccionista? Pues, la verdad, tengo unas cuantas lecturas revolucionarias a la espalda, pero debo confesaros que no he conseguido encontrarlo; lo más racional me parece pensar que se trata de una forma un tanto alambicada de llamarle a alguien racista. Pero quedaros, sobre todo, con la corriente subterránea que hay en las palabras de este espontáneo interruptor de conferencias. Sobre todo eso de “aquí, en Nanterre, sólo tienen derecho a hablar quienes forman parte de la clase obrera”. Conforme pasen las semanas y los meses, sobre todo cuando M68 haya pasado, habrá mucha gente, sobre todo todos aquéllos interesados en convencer al mundo de que todo aquello fue la coña ésa de “seamos realistas, pidamos lo imposible” y resto de polladas del mismo jaez, que dirán que la deriva revolucionaria de Mayo del 68 fue algo que fue llegando conforme el proceso fue siendo manipulado por los políticos (que lo será, ya lo veréis, y mucho). Pero, la verdad, esa versión no se tiene. El 24 de abril, lo estamos viendo, en la misma tarde, a dos personas se les impidió hablar en Nanterre; más que eso, a uno de ellos se le echó amenazándolo gravemente. Y esto podía ser así porque en Nanterre, decían los estudiantes, sólo podía hablar quienes ellos quisieran. Caray con el espontáneo movimiento, de profunda raigambre democrática, que, según algunos, se estaba produciendo…

Como se supo después, el chavalote que habló no estaba solo. Lo acompañaban otros 14 miembros de CLER que, al parecer, tenían orden de cargarse aquel acto para hacer más atractiva la manifa que habían convocado para las seis de esa misma tarde.

A los prochinos, que como sabemos una hora antes estaban echando a Juquin, les parece que aquello no tiene pase (claro, porque es idea de los trotskistas lambertianos) y se suben a la tribuna a defender a Schwartz y a hostiar a los de la CLER, que se van de najas elegantemente.

Cohn-Bendit toma el micrófono y dice: “vuestras querellas de grupúsculos no tienen cabida aquí”. Y luego le echa un capote a Schwartz, como sólo te los echa un buen amigo: “Dejarle hablar, aunque sea un cabrón”.

El jueves, día 25, el movimiento 22 de marzo celebra Asamblea General. La presiden cinco militantes voluntarios, porque el 22M, como el 15M, no tiene líderes (y así le irá). En la pared de atrás del salón de actos E1, una gran pancarta con uno de esos hábiles eslóganes a los que es tan aficionado Mayo del 68: “De la critique de la Université a la Université critique”. Confieso que, después de mucho pensarlo, no le pillo el punto.

En un gesto muy del maoísmo, un militante de la UJC (m-l) se levanta para hacer autocrítica. Lee unas frases del libro de Mao y acto seguido, perora: “En su inicio, hemos calificado de reaccionario el movimiento 22 de Marzo. Teníamos ideas preconcebidas, sectarias y abstractas sobre los movimientos estudiantiles en general, porque éstos rara vez han sido eficaces”. Y termina, entre aplausos, con una frase digna de Bruce Lee: “Hemos decidido ser como peces en el agua del movimiento de Nanterre”. Dí que sí, chavalote; be fish in the water, my friend.

El movimiento autocrítico de los maoístas anima a la Asamblea en general a darse golpes de pecho. Los estudiantes se suceden, uno tras otro, para decir: hemos hecho muchos cartelitos y muchas polladas, mucho frufrufrú, pero poco ñiqui-ñiqui. Así pues, se decide convocar, para el 2 y 3 de mayo, dos jornadas sobre las luchas anti-imperialistas (parece ser que la autocrítica de los prochinos no llegó hasta considerar la política de China en Tibet como imperialista). Asimismo, deciden convocar una manifestación el día 11 delante de la embajada de Alemania, en solidaridad con la marcha sobre Bonn prevista ese mismo día por el SDS.

El domingo, día 28, quedará claro que este buen rollito revolucionario va a ser difícil de llevar. Ese día, el llamado Front Uni de Soutien au Sud Viêt-nam, organización obviamente de derechas que preside Roger Holeindre (que llegará a vicepresidente del Frente Nacional), ha organizado una exposición en un inmueble. A eso de la una de la tarde, unos 250 jóvenes prochinos se dirigen al local. Un comando de unos 50 entra dentro, mientras el resto se queda en la puerta, bloqueándola. Los 50 amantes de la libertad de expresión no dejan ni los ceniceros. Las urgencias del hospital Laennec vibran aquel domingo con la llegada de diez heridos de la movida.

Como los amantes de la libertad se entienden siempre casi sin palabras, el Comité organizador de la exposición hace pública una nota en la que afirma, sin ambages, que “responderá a cada golpe con un golpe”. Pero eso no es nada al lado de la nota de los pacifistas de L’Occident. A partir del lunes, dice el comunicado, habrá guerra, puesto que los marxistas la desean. “Todos nuestros militantes están movilizados. De aquí a una semana, las alimañas bolcheviques serán aplastadas”. “Se abre la caza del bolchevique”, anuncia.

Al día siguiente, 8 militantes del 22M serán detenidos mientras reparten propaganda. Pero eso no será lo más importante. Lo más importante, a largo plazo, es la nota de L’Occident, o si se prefiere la acción de los prochinos de los Comités Vietnam de Base, porque es la que dará alas a los grupos más violentos del movimiento estudiantil, y la que convencerá a las autoridades de que el proceso debe cortarse de raíz (por ejemplo, deteniendo a los 8 pollos).

Aquel domingo, con aquella nota, de alguna manera Mayo del 68 entra en la Fase 2, sin posibilidad de regreso a la Fase 1.

jueves, noviembre 22, 2012

Cuando la colonia somos nosotros

Todos nosotros estamos bastante acostumbrados a entender que el paso del nomadismo a la agricultura y ganadería fue un paso de enorme importancia para el  hombre. Los aficionados a los juegos de ordenador estratégicos tipo Sid Meier, cada vez que jugamos en niveles difíciles, estamos deseando inventar la agricultura, porque sin ella las posibilidades de crecimiento de nuestros centros urbanos son mucho más limitadas. La existencia del hombre pre-agrícola y ganadero era una auténtica putada. Había que competir con los buitres y las hienas por la carroña y, como cazadores que éramos, podía ser que tuviésemos que invertir días enteros para capturar una pieza. Alguna vez he leído a nutrólogos y médicos en general explicar el problema de la glotonería moderna en estos términos: comemos, algunos, como comían nuestros ancestros. Con la diferencia de que ellos se tenían que pasar tres días persiguiendo un antílope, y nosotros vamos en coche a comprar fiambre de antílope marca Hacendado.

Plantar boniatos y criar cerdos da la impresión, a través de este prisma, de ser algo que sólo tiene ventajas. En primer lugar, fija al hombre a un lugar; lo hace sedentario y, consecuentemente, lo invita, por decirlo así, a fundar ciudades. Asimismo, permite al hombre liberarse de su condición de carroñero, a la par que cazador; sin el cual paso Ferrán Adriá tendría que dedicarse al lampismo.

La agricultura ha tenido un tan dilatado éxito entre nosotros que todavía en 1931, cuando en España llegó la II República, el 60% del país se estructuraba alrededor del hecho de plantar cosas de comer, o criar animales para hacer jamones, filetes o queso.

Sin embargo, la agricultura, o mejor dicho la ganadería, también tuvo su vertiente negativa.

Hoy se especula mucho, al parecer con bastante base para ello, con el hecho de que el hombre sedentario y ganadero fuese más pequeñito que sus abuelos. Es probable que fuese así; pero lo que es más seguro aun, es que era menos sano. Hemos de darnos cuenta de que la introducción de la ganadería no se hizo como hoy en día en los países desarrollados, esto es mediante una dialéctica por la cual el animal vive en un sitio y el hombre en otro. Lejos de ello, hombres y animales han vivido juntos hasta antesdeayer a las 10 de la mañana, lo cual ha supuesto compartirlo todo. Los gérmenes, por ejemplo.

Es difícil saberlo, pero resulta probable que el hombre de hace 10.000 años apenas conociese las enfermedades infecciosas. Para que la enfermedad infecciosa se produzca, es necesario entrar en contacto con el agente infeccioso; y en un mundo extraordinariamente disperso, exento de concentraciones humanas, en el que además hombres y bestias se repelían, ese contacto era mucho menor.

Poco a poco, el hombre comenzó a vivir y convivir con otros seres vivos, los animales, cuyos cuerpos estaban acostumbrados a albergar agentes patógenos desconocidos para él, y que acabaron adaptándose también a la casa humana mediante complicados procesos a los que, ejem, probablemente la zoofilia no fue ajena. Nosotros estábamos colonizando el mundo; pero, al mismo tiempo, estábamos siendo colonizados.

El hombre, hoy en día, comparte aproximadamente unas sesenta enfermedades con los perros, y un número parecido con los animales que suelen formar parte de sus explotaciones ganaderas (vacas, cerdos, caballos, cabras y ovejas; los cabrones y cabritos, desgraciadamente, no enferman todo lo que deberían). Si sufrimos tuberculosis y viruela, en su día, fue por acercanos a las vacas. La gripe es cosa de cerdos y patos, y el resfriado común, dolencia equina. La peste bovina, que pese a su nombre también se da en los perros, derivó en el hombre en una cosa llamada sarampión.

Tal y como nos cuenta Roy Porter en su deliciosa Breve historia de la medicina, casi cualquier cosa que el hombre hace para asentarse provoca que gérmenes y microbios brinden con champán. El hombre primitivo cagaba de campo donde le pillaba, lo cual impedía la enorme concentración de miasmas inherente a todo proceso organizado de canalización de la mierda; debe de tenerse en cuenta, además, que la gestión racional de los detritus es un proceso muy moderno. En tal sentido, hay economistas que, cuando hablan del salto cualitativo del hombre en la llamada Revolución Industrial, no se refieren sólo al asunto de la mecanización y el ferrocarril. Aunque sea difícil, si no imposible, hacer una aproximación cuantitativa al fenómeno, parece fuera de toda duda que uno de los avances cruciales para la Humanidad que trajo el final del siglo XIX fue el retrete privado. Parece de coña, pero es así.

Retrete, originalmente, es una palabra que designa una habitación de la casa donde sus habitantes se refugiaban para vivir en privado. En un mundo sin televisión ni otras muchas cosas, el deporte nacional de los hogares, además de un elemento fundamental para distinguir a los burgueses mínimamente acomodados de los que no lo eran, era visitar, y recibir. Todavía quedan en muchas ciudades de España y de Europa casas antiguas, escasamente rehabilitadas cuando menos en su distribución básica, en las que se pueden reconocer las consecuencias de este esquema. Mi abuela paterna vivía en una casa enorme de renta antigua de la plaza de Lugo; para que os hagáis una idea, me dicen que el dueño, tras su óbito, hizo cuatro apartamentos medianos con ella. A aquella casa, la recuerdo bien, se entraba por una puerta noble, accediendo a un amplísimo vestíbulo que se distribuía a dos zonas, a derecha, y a izquierda. A la derecha, la zona que daba a la plaza de Lugo, con su balconada y tal, se accedía a tres habitaciones de gran tamaño, claramente diseñadas para servir de tocador y vestidor para los dueños de la casa, salón de fumar y comedor, digamos, "públicos". A la izquierda, traspasando una puerta que estancaba esta zona del resto de la casa, se accedía a un pasillo que llevaba a los dormitorios, la cocina, un comedor pequeñito y una galería de estar más pequeña aun, que daba al patio de luces de la finca.

Esta distribución revela bien esta doble función de la casa decimonónica: un espacio público que es de todos los que te visitan; y un espacio privado (donde estaba el retrete) para el reposo único de la familia; y que, por su carácter privado, fue destinatario del inodoro, cuando éste se empezó a instalar. El comedor público de Emilio Castelar, célebre político republicano, tenía espacio para 14 personas; aunque Castelar no estaba casado, se llenaba todos los días. Era providencial en todo Madrid la fama de Castelar como auténtico gourmet (entre otras cosas, le explicó a los franceses las virtudes del pan con aceite de oliva), y todo el mundo sabía que recibía manjares de toda España que le enviaban sus correligionarios. Castelar tenía siempre la despensa llena, y, puesto que era un hombre del XIX, encontraba perfectamente normal que su casa, a las doce de la mañana, estuviese repleta de visitantes, catorce de los cuales se quedaban a comer.

Con la revolución industrial y sus avances, entre ellos algo tan tonto y aparentemente insulso como que haya en cada casa un caño con un mando que, convenientemente accionado, hace manar el agua, la mierda desaparece de la calle porque las personas ya no tienen que salir de casa para fabricarla. Ahora disponen de un adminí-culo con agua corriente que les permite realizar ese acto en el hogar sin las molestias inherentes al pasado, que les hacían acopiarlo en vacinillas y tirarlo a la calle por la ventana. Pero hasta que esto pasó, y esto es lo importante, el ser humano convivió estrechamente con sus deyecciones, ergo con toda la caterva de seres vivos, de diferente tamaño, que se asocian a su presencia y putrefacción. Antes, como muy pronto, de 1850, es muy difícil imaginar a nadie que viviese normalmente a menos de diez metros de un cagarro. Y, aunque lo consiguiese, el agua que bebía, la comida que comía, las ropas que llevaba, difícilmente se habrían sustraído a la influencia de aquel mundo, literalmente, de mierda.

Otro elemento enormente beneficioso para todo tipo de agentes patógenos, ligado al desarrollo humano, fue la creación de graneros, fundamentales para el agricultor. Inmediatamente atrajeron animalitos traicioneros, bichos y roedores, que cagaban (y cagan) y meaban (mean) en la comida que luego deglutiremos, dejándole su impronta.

Los animales domésticos o de ganadería nos aportaron también buena parte de los gusanitos que hoy están acostumbrados a residir dentro de nuestro cuerpo, como las largas lombrices intestinales. Otros gusanos nos han colonizado gracias a la agricultura de regadío, por ejemplo los arrozales. Han entrado en nosotros a través de los pies de nuestros abuelos, que trabajaron descalzos en aquellas albuferas.

En las zonas cálidas de la Tierra, el hombre agricultor comenzó a talar bosques para plantar, creando con ello charcas de agua cálida y estancada... Voilá, le paludisme!

Como ya se ha explicado, más o menos, el viaje de nuestros colonizadores hacia nuestro cuerpo tiene dos vías fundamentales: el contacto directo, para el cual fue fundamental que comenzásemos a convivir con (otros) animales; y el contacto con cosas que metemos en nuestro cuerpo, o sea el agua y la comida. Por esto último, me gustaría terminar este comentario de hoy rompiendo una lanza por la química.

Vivimos tiempos en los que lo natural o ecológico mola que lo flipas. A mi, la verdad, el argumento de que algo es natural nunca lo he entendido. El curare, el arsénico y un montón de especies de setas son naturales que lo flipas, pero nadie en su sano juicio los debería consumir incontroladamente. Además, cualquier persona que se acerque a los libros de Historia comprobará fácilmente que, como aquí se ha contado muy brevemente, en los tiempos en los que el hombre sólo tomaba alimentos naturales, su mortandad era elevadísima.

La química tiene mucho que ver con el hecho de que muchas de estas cosas sean para nosotros, hoy, curiosidades del pasado. La química es la responsable de que hoy podamos beber el agua del grifo, a pesar de que no pocas veces ha podido estar, en algún momento, en lugares o situaciones no muy sanas, precisamente. La química es la responsable de que nos expongamos apenas a los riesgos de la alimentación en mal estado, o de comer productos colonizados previamente por bichitos parecidos a los que nos colonizan a nosotros. Yo, sinceramente, no acabo de entender que la gente diga que prefiere no tomar cosas que han recibido tratamiento con pesticidas. ¿Querrá eso decir que les gusta comer alimentos apestados?

Gracias a la química, esa casa de huéspedes que somos nosotros mismos tiene hoy bastantes menos realquilados que hace cien o doscientos años. Al César, lo que es del César.

martes, noviembre 20, 2012

Las diez

Un amigo me ha «retado» a hacer la lista de las diez músicas que más me gustan. Hacer la lista me ha costado bastante; tanto que, finalmente, cuando la he hecho, he pensado que sería interesante compartirla. Es una lista de piezas musicales que yo considero "especialmente redondas", cada una en lo suyo.

Veamos si, por lo menos, acierto con alguna de las que te gustan a ti.

Hit-parade mundial del todo mundo de Juan de Juan.

1.- Wolfgang Amadeus Mozart. Réquiem.

2.- Johann Sebastian Bach. Concierto para violín y orquesta BWV 1041.

3.- Bella figlia dell'amore. Giuseppe Verdi, Rigoletto.

4.- Ludwig van Beethoven. Séptima sinfonía.

5.- A te o cara. Vincenzo Bellini, I Puritani.

6.- Ombra mai fù. Friedich Händel. Serse.

7.- South city midnight lady. Patrick Simmons.

8.- Stardust, Hoagy Carmichael.

9.- André Campra. Réquiem.

10. Ludwig van Beethoven. Missa Solemnis.

... y el accésit, para mi bolero preferido: Encadenados.

Habrás observado que el Réquiem de Mozart ocupa el lugar. Y te diré que no sólo eso. Es que, para mí, la Lacrimosa ocupa el momento más alto de la Historia de la música.




Eso sí: de momento :-DDD