jueves, abril 15, 2010

Cambio de ciclo

Ayer por la noche traté de encontrar exactamente dónde había leído la anécdota que ahora os voy a referir, pero no lo conseguí. Así pues, quede claro que la escribo de memoria.

En 1963, funcionaba en Praga una emisión de radio de los comunistas españoles destinada a sus militantes clandestinos en España. 1963 fue el año que Franco fusiló a Julián Grimau. Tras la noticia de dicho fusilamiento, los redactores de aquel programa leyeron la lista completa del gobierno franquista que había votado la ejecución, pronunciando la palabra «asesino» detrás de cada nombre. Santiago Carrillo, ya por entonces líder y estratega del PCE, les afeó un poco la acción. Nos guste o no, les vino a decir, algunos o muchos de esos tipos a los que hoy habéis llamado asesinos son los tipos con los que algún día tendremos que pactar.


Retened la anécdota en la memoria. Al final del post la recordaré de nuevo.


Viendo en la tele y leyendo en la prensa la sustancia y los ecos del reciente acto de desagravio al juez Garzón en la Universidad Complutense me he preguntado si no estaremos siendo testigos de un cambio de ciclo. Y lo digo porque para mí ya es claro y evidente que la pretendida defensa de la persona del juez Baltasar Garzón es mucho más que eso y porta muchos, y más importantes, significados.

Puede ser, tal y como lo veo yo, que nos encontremos ante una mutación social, cultural y de conocimiento cuyas consecuencias es difícil prever. Una mutación cuyo elemento fundamental es poner el contador de España a cero en 1975, y volver a empezar. Contra lo que piensan muchos defensores de ese pleonasmo llamado memoria histórica, sus intentos no lo son de negar o reescribir la historia de España entre 1939 y 1975; lo que están negando es esa misma Historia entre 1975 y el momento presente.

¿Garzón? La verdad es que eso de la prevaricación de Garzón me parece bastante chorras. Según mi entender, lo que ha perpetrado este ciudadano es más una torpeza que un error, menos aún un delito; es una aplicación excesiva de un principio, el de justicia universal, que en todo caso no está del todo claro y al que aún le queda mucho trecho para definirse. Estoy con quienes defienden a Garzón en que esto de la prevaricación con la llamada Causa General contra el franquismo bien podría haberse resuelto, aún encontrándolo culpable (que, insisto, yo más que culpable lo que le veo es torpe), con un cachete en el culete. La prevaricación es una cosa bastante más seria. Con las otras dos querellas que le quedan, ya no estoy tan seguro que no haya miga procesal. Pero es que todo esto ya da igual porque, dado el tono que los defensores del juez han querido dar a su defensa, las technicalities del asunto han dejado de tener importancia.

El tono que tanto Garzón como sus corifeos han adoptado para su defensa ha provocado que los autos del juez Luciano Varela se refieran, por lo que leo, cada vez menos a la sustancia de la cuestión (la prevaricación) y cada vez más a todo lo que la rodea. Este juicio tiene toda la pinta de haberse convertido en uno de esos juicios en los que acabaremos discutiendo sobre quién mató a Kennedy o, más en concreto, cuál ha de ser la interpretación, por lo visto única, que debemos dar (todos, puesto que es única) a los hechos históricos de la II República, la Guerra Civil y el franquismo. Aquí, a mi modo de ver, está el cambio de ciclo, o intento de cambio de ciclo. Y es un cambio que se basa en varios presupuestos discutibles. Entre ellos:

Debe existir una sola interpretación de los hechos

¿Por qué? He hecho esta pregunta tanto personalmente como a través de la red y casi siempre he recibido la misma respuesta: porque así ha sido en otros casos (otros casos suele querer decir otro caso, es decir el nazismo alemán).

Quienes defienden esta idea, a mi modo de ver, olvidan un par de cosas. La primera es que la de Hitler y la de Franco son dictaduras de orígenes distintos. Una surge de una guerra civil y la otra no. El matiz es importante porque, en el caso del franquismo, hace que su análisis se quede incompleto si no se acompaña de un análisis de la Guerra Civil, que es un proceso complejísimo en el que juegan muchos factores, algunos de ellos presentes sobre el tablero de España desde siglo y medio antes de su estallido.

Pero olvidan otra cosa. Memorias de jerifaltes nazis que se muestran comprensivos hacia Hitler, y personas que se dijeron fieles a su memoria hasta la muerte, hay unas cuantas. Yo no creo que en Alemania se dictase en 1945 una Verdad Histórica que todos tuvieran que seguir. Se dictó, sí, una verdad judicial relativa a las actuaciones genocidas del nazismo. Lo que ha enterrado a los hitlerianos no han sido los jueces; ha sido el juicio histórico, abrumadoramente mayoritario (que no monolítico). Porque es el juicio histórico el que toma las riendas cuando las responsabilidades penales se han agotado.

En este entorno de cosas, llama la atención que todo este follón de la memoria histórica se vaya a montar en un momento en el que el juicio histórico, por así llamarlo, prorrepublicano, estaba ganando la partida por goleada. Soltándose el pelo, la memoria histórica ha conseguido exactamente lo contrario, no ya de lo que buscaba, sino de lo que tenía.

El intento por imponer una sola interpretación de la Historia de España en el siglo XX está siendo tóxico y lo será más aún conforme pase el tiempo. La razón de esta toxicidad es que las filosofías de pensamiento único, por definición, tratan a todo lo que se desvía de la misma manera. Es irrelevante que un punto de vista sea más o menos moderado; si no cuadra con la visión prometida, es acusado de falso, de erróneo, o de cosas peores.

Quienes han inventado esta estrategia ya están contemplando, y lo que les rondará, el resultado de su labor: cuanto más radical es un escritor de la Historia, cuanto más profranquista se muestra, más vende. Más se lee. Pero ése, paradójicamente, no es un fenómeno que se hayan currado esos autores. Es un fenómeno que han creado sus contrarios, precisamente ellos, los que abominan de esos libros. Si hubieran sido más partidarios del libre debate intelectual, un debate sin victoria final por definición, estos autores no venderían ni un mango.

Dicho más claro: hace ahora diez y pico de años, cuando la memoria histórica ni estaba ni se la esperaba en el debate social e intelectual, la interpretación de la guerra civil y el franquismo era prácticamente consensual, decididamente prorrepublicana. Pasado ese tiempo y una vez que hemos atravesado el cedazo del intento de imponer una versión de los hechos, nos encontramos con que cada vez que un decidido opositor de dicha verdad única saca un libro, vende como si fuese Dan Brown. Se da, pues, la triste paradoja de que quienes han intentado imponer una sola versión de las cosas le han dado alas precisamente a la contraversión que combatían. El punto de vista historiográfico de pura ortodoxia franquista estaba, hace quince o veinte años, muerto y enterrado. Pero sus enemigos lo han resucitado. Mi más cordial enhorabuena.

Es necesario rehabilitar la memoria histórica

Como he insinuado párrafos más arriba, en 1975, sí, puede. En el 2010, no. Han transcurrido más de 12.500 días desde aquél en el que murió el general Franco. 300.000 horas que muchas personas han ocupado es investigar a fondo y escribir libremente centenares, si no miles, de libros dedicados a la represión franquista, a la organización del golpe militar del 36, a los diferentes aspectos de la guerra civil, al conteo de víctimas de la misma. A ninguno de estos autores se le han cercenado las alas en modo censura; lejos de ello, muchos de ellos han gozado de becas, subvenciones y otras ayudas al uso. España lleva, pues, 35 años escribiendo lo que le sale del pie sobre la Guerra Civil y el franquismo.

Es cierto que hay muchas historias personales que desvelar. La guerra civil y el franquismo son una amalgama de más de un millón de historias personales con muy mal final. Pero también es evidentemente que, por mucho que queramos correr, es y será imposible alcanzar la investigación de todas ellas. Cosa que, por otra parte, nadie ha hecho. No hay un solo país en el mundo que pueda decir que sepa cómo, dónde y en qué circunstancias han muerto todos sus muertos.

En todo caso, el problema de la memoria histórica es que quiere pasar esa investigación por el tamiz judicial. Juzgar los asesinatos no como delitos históricos, sino como delitos penales. Dado que todo delito penal precisa de la existencia de un culpable, de ahí la charlotada garzonita de solicitar la certificación de que el que está bajo la losa del Valle de los Caídos es Franco y no Elvis. Sin embargo, para bien o para mal, han pasado décadas, amén de una amnistía libremente votada por el Parlamento. Quien tiene hoy sobre sí la labor de investigar quién mató a Lorca es Ian Gibson, no el titular del juzgado de instrucción número X de Granada. La memoria histórica quiere hacer lo que la Transición, conscientemente, se negó a hacer. Es por ello que digo que no es la Historia de Franco la que pretende negar, sino la de Suárez, y la de González.

La memoria histórica, además, lejos de rehabilitar la Historia, en ocasiones la enfanga, porque parte de presupuestos muy discutibles que, obviamente, como doctrina de pensamiento único que es, pretende imponer.

Se parte de la base de que el bando republicano en 1936 estaba formado exclusivamente por defensores de la democracia. Para dudar de esta afirmación, no hay más que ver lo democráticamente que se desempeñaron algunas de las fuerzas de dicho bando allí donde tuvieron poder.

Se parte de la base de que el golpe de Estado fue organizado por una camarilla de militares con apoyos exteriores en las potencias fascistas, más algunos cresos y terratenientes y la connivencia de la Iglesia católica. Lo cual también es discutible pues, independientemente de quién organizase el golpe de Estado, el hecho de que no menos de un tercio de España cayese de su lado en las primeras horas (a pesar de que, como golpe de Estado, fue bastante chapuzas) viene a ser un indicativo de que, guste o no, dicho golpe respondía a las necesidades e inquietudes de una parte de la sociedad española, no de cuatro millonarios mal contados y una decena de cardenales adiposos. De hecho, sólo admitiendo esta idea, a mi modo de ver, es como se puede entender que Franco durase cuarenta años, de la misma forma que tampoco se puede sostener que Fidel lleve décadas en el poder en Cuba a base sólo de represión. Y para afirmar esto no hace falta ser castrista.

Se parte de la base de que el golpe de Estado franquista, por lo tanto, se hizo contra todo y contra todos, y que sólo la ayuda italoalemana, mezclada con la inanidad francobritánica, explican la victoria de Franco. Ésta, que parece una discusión exclusivamente centrada en el ámbito puramente militar, es, en realidad, una polémica mucho más profunda. Esa suerte de fatalismo bélico está tratando de soslayar el hecho de que, independientemente de que Franco fuese o no ducho en el lanzamiento del penalty, la República hizo denodados esfuerzos por no pararlo. Dejarlo todo en un mero «si no es por Hitler, te habíamos dado hasta en el cielo de la boca» es una manera de no entrar a conocer cómo, cómo de mal quiero decir, funcionaron los gobiernos de la República en guerra, los gravísimos errores que cometieron, y la magnitud de sus responsabilidades.

Se parte, por último, de la base de que para interpretar la Guerra Civil basta la realización de un análisis puramente epidérmico, porque sus causas, estructura y consecuencias son cosas que están bastante claritas. Basta echar una mirada al esquema de la Guerra Civil Española cuando quien lo hace es alguien con conocimiento de causa (y, para muestra, esta excelente propuesta de Eborense) para darse cuenta de que la GCE no es cuestión que puedan explicar los Lunnis en una tarde.

El gran caldo de cultivo de la memoria histórica, en este sentido, es la insondable, absoluta, pavorosa falta de formación del español medio; más insondable, más absoluta y más pavorosa cuanto más joven es. Entiéndase: yo no creo que una persona cultivada en los conocimientos vaya necesariamente a adoptar una visión equidistante frente a la GCE. No son pocos los casos de personas que conozco que, habiéndose empapado de conocimientos, sostienen postulados muy cercanos a los que defiende la tentativa de nuevo pensamiento único. Lo que me estomaga es encontrarme, una vez y otra, con obispos de la nueva verdad predicándola a base de repetir conceptos que están, todo lo más, en las dos o tres primeras páginas de los prólogos de los libros de Historia, cuando no en un recuadrito de la página par de un libro de Sociales de la ESO.

Conocer la Guerra Civil es algo más que haber leído algún librito escrito originalmente en inglés. Para conocer la Guerra Civil, hay que empezar por entender lo que pasó en España en 1808, y luego ir rellenando el puzzle poco a poco. Para conocer la Guerra Civil hay que dar muy pocas cosas por sagradas, y acostumbrarse a los traspiés.

No, no es necesario rehabilitar la memoria histórica. Es necesario conocer la Historia. Y debatirla.
Son posibles las acciones políticas y penales contra el franquismo

El general Francisco Franco murió en la cama. Así lo decidieron las principales cancillerías occidentales, a las que les bastaron las promesas de apertura tras su fallecimiento hechas por los cuadros del propio franquismo; así lo decidieron las formaciones políticas antifranquistas a la derecha del PCE, representativas de la sociedad no franquista como pronto demostraron las elecciones democráticas; y así lo decidieron los llamados azules, franquistas que sabían que no podrían seguir siéndolo sin Franco y de que, como bien dice el bolero, el reloj siempre marca las horas.

Este hecho es un hecho doloroso y jodido para muchos puntos de vista. Pero es. Cualquiera que sea la acción que se tome, la victoria que se consiga, no va a cambiar. Se dice ahora, a menudo, que España es uno de los pocos países que no se ha reconciliado con su Historia. Aparte de que yo no veo a los ingleses muy reconciliados con su actitud secular respecto de Irlanda o a los franceses muy reconciliados con la bajada de pantalones nacional que realizaron mayoritariamente tras ser invadidos por Hitler, por poner sólo dos ejemplos, es que quien dice eso olvida que en la actuación de España, de la España democrática, hay una decisión consciente de no reclamar dicha reparación. Esa renuncia está en el mensaje por la Reconciliación Nacional del PCE en el 56 y está, sobre todo, en el llamado Contubernio de Munich.

¿Pueden las generaciones posteriores, o sea nosotros, cambiar ese juicio? Desde luego. Nada hay más expuesto a los vaivenes de la Historia que la Historia misma. Nuestra labor y la de las generaciones venideras, de hecho, es y será juzgar a la generación de la Transición política y calificar su trabajo. Es perfectamente legítimo defender que la Transición fue incompleta, fue un pastiche, fue un error. Se puede defender que lo que habría que haber hecho era otra cosa. Pero lo que no se puede es poner el contador a cero porque, para bien o para mal, han pasado 35 años, y donde hace 35 años se podría haber incoado un juicio penal contra mucha gente, hoy no se puede, por las dos razones combinadas de que esos crímenes están amnistiados (pues los demócratas del 2010 son tan libres de pensar que es un gran error amnistiar los crímenes franquistas como libres fueron los de 1975 de pensar lo contrario, y actuar en consecuencia) y de que sus autores están, casi todos, muertos.

La Historia se revisa cada vez que alguien mínimamente interesado en ella pone sus ojos en un libro y lo lee. Pero lo que no se puede hacer con la Historia es revivirla.

La represión franquista justifica la existencia de españoles con distintos derechos

El franquismo era un régimen asimétrico donde unos tenían derechos y otros menos o ninguno en lo absoluto. La forma de acabar con un régimen asimétrico es crear uno simétrico, no repetir el esquema, sólo que dándole la vuelta. Esto lo dice la Lección 1 del libro de Primero de Democracia.

Un fascista, aparte de otras muchas cosas que serían fruto un análisis más largo, es una persona que está deseando salirse del sistema. Un fascista odia la democracia y está intentando encontrar motivos para cargársela. Y, precisamente por eso, defender la idea de que una querella no debería ni estudiarse porque la ha presentado una determinada organización; sustantivar, por lo tanto, la idea de que en una democracia existen ciudadanos de primera y de segunda, no es joder a ese fascista; es alimentarlo. Si a un fascista le das a elegir entre que Garzón sea finalmente condenado o que su causa sea archivada por el solo motivo de que fue presentada por Falange, con seguridad escogerá lo segundo. Le es mucho más provechoso. Lo primero serviría para quitar de en medio a un tipo que de todas formas es atacable por otros flancos. Lo segundo le dará, de por vida, la disculpa perfecta para seguir siendo un fascista.



Y volvemos a Praga, 1963. Si la anécdota es cierta (que vaya usted a saber; con las anécdotas, ya se sabe…), revela una honda inteligencia estratégica por parte de la principal formación antifranquista de la época, que era el PCE sin duda alguna. No hay que analizar si quienes impulsaron esa filosofía se taparon la nariz o no. Si sufrían haciéndolo o no. Lo único importante es que lo hicieron. Decidieron que el carrilito histórico por donde se movería España sería un carrilito sin exclusiones que buscase la aportación de todos. Pudo ser de otra manera, desde luego. Y ni siquiera es necesario compartir la idea de que la elegida fue la mejor manera posible.
Pero lo que no se puede es entrar en la máquina del tiempo e intentar que las cosas sean como no fueron. Cambiar el carrilito.

La Historia es una vieja terca y sorda, y no hay manera de hacerla ir por donde no ha ido.

miércoles, abril 14, 2010

Consulta

Un fuera de tiesto total.

En el caso de que alguna de las personas que leen este blog sea versada en la ciencia de generar ficheros en formato legible para libros electrónicos, y además se sienta capaz de explicárselo a alguien para quien bit son las siglas de Bureau of Industry Trade, sírvase escribirme a mi correo electrónico, granmiserable arroba hotmail punto com.

Fin del mensaje

La revolución iraní (4)

Qom, ciudad santa de los chiitas. Son los días en los que el clero también lame sus heridas. Al fin y al cabo, no puede decir que la derrota de Mossadeq no les concierna, puesto que el líder religioso, Kashani, fue su mano derecha espiritual, hasta el límite de aceptar la presidencia del Majlis. Los ayatolás, por lo tanto, también han perdido la batalla, y lo saben.

Es por esos años que un hojat al-Islam especializado en fiqh (jurisprudencia) empieza a llamar la atención por el creciente número de seguidores que alimentan su hawza. Se llama Ruhallah Jomeini. Es una persona austera e inteligente. Lo suficiente como para tener una explicación para lo que ha pasado, que es precisamente lo que todo el mundo demanda. Jomeini le dice a sus oyentes: el error de Mossadeq y de Kashani fue centrarse el petróleo. El petróleo no importa. Lo que hay que ambicionar no es el poder sobre el petróleo, sino el imperio del Islam. Todo lo demás es tributario de este gran objetivo.

Éste es un elemento fundamental del jomeinismo y, al tiempo, su gran limitación. Jomeini no compagina religión y política, sino que supedita absolutamente ésta a aquélla. Es, evidentemente, una limitación que no se verá clara hasta que tenga el poder en las manos pero, de alguna manera, existe desde el principio.

El éxito creciente de Jomeini, en cualquier caso, acabó por levantar las suspicacias y el temor del Sha. Por eso el monarca Palhevi, en alocución radiada, retó a Jomeini, aunque sin citarlo, preguntando públicamente al clero iraní qué pensaba de uno de sus miembros que aceptaba dinero de extranjeros. La puya tenía relación con una cantidad enviada por el presidente egipcio; Nasser, a la hawza de Jomeini.

Esta provocación del Sha tiene gran importancia porque, aparte de provocar al día siguiente las aclaraciones por parte de Jomeini (el dinero era para viudas y huérfanos), también fue el momento elegido por éste para realizar un movimiento increíble y de gran importancia para su revolución.

En la primera toma de esta serie os he contado que en los primeros años del islamismo, cuando los partidarios de Alí fueron declarados clandestinos, las gentes eran obligadas a apostatar de él en público para demostrar su fidelidad. De aquellos tiempos data la práctica chiita de la tuqi'a o disimulo; práctica según la cual, en determinadas circunstancias, un chiita podía hacer como que no era chiita, para mover a sus enemigos al error.

Jomeini, espoleado por la oposición del palacio y claramente embarcado en una estrategia de imposición del Islam en Irán, declaró el fin de la tuqi'a. Afirmó que había llegado el momento de que los chiitas proclamasen aquello por lo que creían. Y este movimiento tiene gran importancia, porque multiplicaría, en los meses y años siguientes, el poder del chiismo en todo el mundo musulmán y árabe. Convirtió a Jomeini en el primer líder religioso que se enfrentaba frontalmente al Sha (no olvidemos que Kashani se enfrentó con la situación del mercado del petróleo, no tanto con el Sha), lo cual, con el tiempo, le garantizó el status de máximo dirigente revolucionario.

El Sha reaccionó (1962) con la llamada revolución blanca, que pretendía vender modernidad a Irán: reforma agraria y un ambicioso programa de igualdad de sexos que incluía la elegibilidad de las mujeres. Provocó la oposición de Jomeini y le obligó a buscar el apoyo de los mullás más jóvenes, puesto que no contaba, entonces, con un apoyo consensuado entre los ayatolás.

La petición de Jomeini al Sha tenía tres puntos: eliminación de la esclavitud respecto de los Estados Unidos; respeto al Islam; y empleo de las riquezas del país en luchar contra la pobreza y la exclusión. El Sha ni se molestó en contestar.

En marzo de 1963, la tensión era evidente en las vísperas del sermón de Jomeini, previsto para el aniversario de la muerte de Jaafar es-Sadiq, sexto de los doce imanes del chiismo. No obstante, elementos de la Savak infiltrados en su hawza le reventaron la cosa. Al día siguiente, esos mismos políticias penetraron en la escuela islámica para detener a varios de sus miembros, y hubo unos disturbios que provocaron 22 muertos.

El cerco sobre Jomeini prosiguió mediante la oferta del gobierno de Teherán, realizada en la persona del ayatollah al-uzma Shariatmandari, en el sentido de que todo aquel signo de Dios que se sintiese inseguro en Qom a causa de los disturbios podría ser trasladado a Iraq; una oferta envenenada que buscaba separar a los líderes religiosos y aislar a Jomeini.

El 5 de junio, con ocasión de la fiesta del majlis el-arbain, que honraba a los muertos en el ataque sufrido por el seminario de Faydiyauh, Jomeini, fiel a su propio anuncio de que el disimulo se había ido a tomar por la parte del cuerpo que precisamente rima con disimulo, lanzó una filípica contra el Sha en la que no se calló nada. Le apeló de hombre enfermo y miserable, entre otras cosas. Quizá buscaba lo que pasó o quizá es que, simplemente, dentro de su esquema mental esos ataques tan directos y desinhibidos eran necesarios. El caso es que el siguiente, lógico, paso del gobierno, fue detener a Jomeini, que entonces era ayatollah, así pues aún podía ser detenido. Inmediatamente, tanto en Qom como en Teherán, donde se le trasladó, se multiplicaron las manifestaciones de defensa del líder religioso. A las 72 horas de detención, un seminarista de Qom se fue a la entrada del Majlis y se apioló al primer ministro, Hassan Alí Mansur.

Jomeini fue trasladado y abandonado en la frontera irano-turca. Como era de esperar, Jomeini regresó y se dirigió a Najaf. Mientras tanto, el Sha se llevaba por delante en Qom a todo lo que se movía.

A Palhevi le tocaría la lotería en 1967, con la fulgurante victoria israelí sobre sus enemigos árabes. Aquello acabó definitivamente con el liderazgo panárabe de Nasser. Para colmo, por esas fechas Reino Unido liquidó sus protectorados en el golfo, que se federaron a cambio de la independencia, lo cual retiró de las aguas de la zona a la flota británica. Dos de los poderes que podían haber hecho sombra al liderazgo regional del Sha, pues, desaparecieron casi al mismo tiempo. El 26 de octubre de 1967, el Sha se coronaba a sí mismo, en una ceremonia que había aplazado hasta el momento en que su nueva esposa, Farah Diba, le dio un heredero. Fue una celebración fastuosa que hizo las delicias de las revistas de papel cuché, y que sólo fue superada, en 1972, con la celebración de los 2.500 años de la monarquía aqueménida en Persépolis. Como pequeño detalle de lo que fue aquella boda, baste decir que, para que todos los servicios a los invitados estuviesen a pleno rendimiento, se levantaron varias centrales eléctricas en pleno desierto.

Como si al Sha le hubiese caído una bendición, en 1973 llegó la guerra del Yon Kippur, el mosqueo árabe y la movida de la OPEP poniendo el precio del petróleo por las nubes. Aquello, por supuesto, multiplicó la riqueza de Irán.

Todos estos factores hicieron que el Sha pensara en sí mismo para ser el centro de la denominada doctrina Nixon, desarrollada por la Casa Blanca tras el fiasco de Vietnam, según la cual los intereses americanos en el mundo deben garantizarse mediante la instrumentación, en cada zona, de estados potentes con función policial, amigos de Estados Unidos pero no Estados Unidos mismo. De hecho, esta doctrina se concretó en la zona con la formación de una coalición anticomunista llamada Safari Club, de escasa eficiencia. La doctrina Nixon tuvo una larga vida geopolítica hasta que fue sustituida por la doctrina Bush con la primera y segunda guerra del Golfo, con las que ha regresado la intervención directa americana, así como la doctrina Obama (aunque yo prefiero llamarle, al menos de momento, el tran-tran Obama) en Afganistán.

El 1 de junio de 1972, Iraq nacionalizó el petróleo y, además, en 1974, tras la guerra del Yon Kippur, comenzó a poner obstáculos a los acuerdos de no agresión entre Israel, Egipto y Siria. Esto molestó un poco a Kissinger. Por eso, los americanos decidieron reactivar una de las peticiones que les había hecho Mohammed Palhevi para que le ayudaran atizando el conflicto kurdo en Iraq para debilitarlo. Nunca se pretendió, para desgracia de los kurdos, ayudarles a ganar. Entre otras cosas, Irán también tenía una minoría kurda, y el Sha sabía que si los kurdos iraquíes ganaban, también querrían lo suyo. Pero el grifo de las armas manó para ellos.

En 1975, sin embargo, la falta de paciencia del Sha, uno de sus muchos defectos, le hizo cambiar de criterio. Se cansó de esperar que los kurdos obtuviesen victorias sonoras contra Bagdad, así que retuvo un gran alijo de armamento llegado a Teherán para la guerrilla y se puso en contacto con Sadam Husein. En marzo de aquel año, en la conferencia de la OPEP de Argel, y ante la atenta mirada del presidente local Houari Bumedián, ambos dirigentes se reunieron y acordaron que Irán cortase el grifo de los kurdos. En Washington juraron en arameo.

En algún momento entre 1965 y 1975, un observador superficial habría encontrado serias dificultades para desmentir al Sha si le dijera, como probablemente le diría, que su shanato estaba totalmente consolidado y que no había, nunca mejor dicho, moros en la costa.

Pero se equivocaba. Porque no había acabado con Jomeini.

domingo, abril 11, 2010

La revolución iraní (3)

La historia de Irán en la Guerra Fría es la historia de la progresiva y continuada identificación del Sha, Mohammed Palhevi, con los Estados Unidos. Ello fue así, fundamentalmente, porque los EEUU fueron rápidos y eficientes a la hora de ofrecer al jefe del Estado lo que realmente éste quería, que era ayuda militar. Al Sha le obsesionaba, en cierto modo, la creciente ayuda militar recibida por Turquía desde Washington, y ambicionaba algo parecido o, más bien, en realidad reclamaba más, porque, en su opinión, Irán era más grande, y geopolíticamente más importante, que la propia Turquía. Para el Sha, además, fue un mazado la creación del Tratado del Atlántico Norte en 1949 y la adhesión al mismo de Turquía en 1952. Hubiera querido Irán, en ese momento, poder liderar alguna alianza militar en el área, pero éstas no existían, a excepción del llamado Pacto de Saadabad, firmado en 1937 entre Turquía, Irán, Iraq y Afganistán, pero que nunca había pasado del papel. Teherán trató asimismo de impulsar un Pacto del Mediterráneo en el que estarían Irán, Grecia, Turquía, Egipto y algún país árabe, pero Washinton vetó la idea.

En la década de los cincuenta el Sha nombra primer ministro a Alí Razmara, cuyo principal objetivo es abordar un convenio suplementario al ya existente con los británicos para la explotación petrolífera que mejore los beneficios para los persas. Tras acordarse entre las partes, pasó al Majlis para su estudio, motivo por el cual fue nombrada una subcomisión presidida por un elemento fundamental de la política iraní de la época: el doctor Alí Mossadeq.

Mossadeq y su formación política, el Frente Nacional, se habían convertido en los campeones de una idea rompedora: la nacionalización del negocio petrolífero. Esto generó un enfrentamiento casi constante con el palacio real y también con Razmara. De hecho, el día que éste fue ratificado por el Majlis, Mossadeq le montó un pollo de la leche por presentarse ante los diputados como haji. Un haji es un musulmán que ha peregrinado a la Meca, aunque entre los persas se usa a veces como título honorífico. Razmara lo usó para no tener que presentarse ante el Majlis como lo que verdaderamente era, es decir el general Razmara, un conmilitón. Mossadeq le negó la condición de haji y quiso echarle de la sala, aunque no lo consiguió.

Esta anécdota nos demuestra hasta qué punto, poco a poco, la mera línea política del Frente Nacional se ligaba a los sentimientos religiosos. Por eso Mossadeq contaba en su Frente con una especie de ala religiosa, comandada por el ayatollah Abul Kasem Kashani; grupo que, además, se veía en competición con otros más radicales, como los Fedayin-i-Islam (sacrificadores del Islam) de Navab Savafi. A la presión nacionalista y religiosa hay que unir, además, la de los comunistas del partido Tudeh.

El 20 de febrero de 1951, apenas ocho días después de la boda del Sha con la que quizá fue la primera gran figura de la prensa mundial del corazón, la princesa Soraya Esfandiani (a la que acabaría por repudiar a causa de su esterilidad), Razmara fue asesinado. Su asesino, Jalil Tahmusby, un fedayin, dio su filiación aseverando que era Abdullah (servidor de Dios) Muwaheddy (que cree en un solo Dios). Que el estamento religioso estaba con los rebeldes lo demuestra el detalle de que el gobierno no logró encontrar ni un solo imán que aceptase celebrar los funerales.

El asesinato de Razmara marcó el inicio de una serie de movilizaciones en las que comenzó a mostrarse un elemento fundamental de la revolución iraní: el antiamericanismo. La mayoría de los manifestantes en las calles gritaban mueras a Harry Truman, presidente de los EEUU.

En una tormentosa sesión del Majlis, en la que Mossadeq hizo callar al primer ministro en funciones y al propio presidente del Parlamento instándoles a que diesen vivas a la nacionalización del petróleo, el Sha sometió a los diputados una terna de posibles primeros ministros: Famihi, que lo era en funciones; Alí Soheily, embajador en Londres; y Husseín Alí, consejero de la corte. El Majlis, encendido por Mossadeq, para entonces un anciano de setenta años que, a decir de quienes lo conocieron, era un excelente orador, rechazó los tres nombres. Fue un mensaje claro para el palacio real. Lo que el Majlis quería era que el rey dejase de jugar con la pelotita del poder y se dedicase, todo lo más, a ese fistro llamado «poder arbitral» en el que, tradicionalmente, los reyes absolutistas se han refugiado cuando no han querido que se les notase lo que eran o querían ser. Es cierto que el Majlis llegó a aceptar el nombramiento de Hussein Alí como primer ministro. Pero es más que probable que lo hiciesen sabiendo que sería un nombramiento efímero, entre otras cosas porque el primero que no quería a Alí de primer ministro era él mismo, pues se retiró de la terna y sólo tras gestiones personales del Sha osó volver. Así las cosas, al Sha no le quedó otra que nombrar primer ministro al primer político del país: Alí Mossadeq.

El 19 de abril de 1951 fue nombrado primer ministro. El día 30, tan sólo once días después, se aprobaba la ley de nacionalización del petróleo. Así de claro lo tenían el doctor Mossadeq y su Frente Nacional. Evidentemente, y se pongan gentes como Hugo Chávez decubito prono o decubito supino, estas cosas tienen sus consecuencias. La Iranian Oil Co., británica, suspendió ipso facto los pagos a Irán, lo cual dejó a una parte importante de los funcionarios del país sin sueldo de la noche a la mañana. El 26 de mayo, el gobierno de Londres se querelló contra el de Teherán en la corte internacional de La Haya, a cuya instancia se abrió una negociación de buen rollito que, como no llegó a nada, paralizó todos los pozos de petróleo aquel 31 de julio.

En 1952, los británicos rompieron relaciones diplomáticas con Irán, mientras que Estados Unidos permaneció entre dos aguas, como hace siempre que los problemas de un aliado suyo de toda la vida, como Londres, le vienen bien (y es que una cosa es ser amigos y otra ser gilipollas; una cosa es tener creencias, en este caso capitalistas, y otra creérselas). Eso sí, en 1953 Irán cayó en una crisis económica de la hostia ante la cual el gobierno, desposeído de las rentas del petróleo, poco podía hacer, por lo que aparecieron las disensiones entre Mossadeq y Kashani. Ambos, además, tenían un nuevo factor en contra: en 1952, la llamada revolución de los oficiales libres había acabado con el rey Faruk de Egipto, así pues todas las cancillerías occidentales estaban de los nervios con las revoluciones nacionalisto-musulmanas como la iraní.

Los británicos de la vieja Oil Co. empezaron a pensar en deshacerse de Mossadeq y Kashani probablemente desde el mismo momento que les quitaron la concesión. Por lo que se refiere a Washington, fue el acojone que les entró de que, en la situación de creciente conflictividad creada por el desempleo y la pobreza, la URSS se las acabase ingeniando para entrar en el país y garantizarse la salida al golfo Pérsico. Así se dijo, sin ir más lejos, en una reunión en Washington, el 25 de junio de 1953. Tres meses después, dato importante, de la muerte de Stalin, y por lo tanto un momento en el que el mando soviético se estaba reorganizando.

Era ahora o nunca. Y fue ahora. En general Fazlullah Zahedi dio un golpe de Estado, y sustituyó a Mossadeq. Éste moriría unos cinco años después, cuando fue puesto en libertad. Pero muchos revolucionarios musulmanes o de izquierdas no corrieron esa suerte, y fueron muertos en las primeras semanas de represión realizada por el ejército del Sha. La nacionalización fue abolida, aunque el mercado del petróleo tenía nuevas reglas: ahora, las compañías norteamericanas tenían un 40% de lo que antes había sido sólo de los ingleses. Asimismo, el Sha creó inmediatamente una policía secreta, la famosa Savak, al frente de la cual situó al coronel Nassiri, otro de los golpistas, que en los siguientes veinte años sería responsable de terribles torturas y represiones. Entre otras normas, el nuevo régimen dictó una por la cual todos los periódicos tenían que publicar cada día una foto del Sha en primera página. En el país se prohibió la pública exposición de cualquier obra de creación en la que apareciese el asesinato de un rey (como Hamlet, por ejemplo).

En menos de tres años tras el golpe de Estado, al menos 50.000 personas se habían exiliado de Irán, a los que habría que unir los represaliados. Esta situación, además, movió a muchos elementos de la oposición a considerar que el error de Mossadeq había sido considerar que se podía llegar a donde quería por medios democráticos y, por lo tanto, se apuntaron directamente al terrorismo. Es en estos años cuando nace la Mojahiddin Jalk, organización de corte islámico aunque con muchos postulados propios de la defensa del Tercer Mundo; y la Fedayin Jalk, de corte más marxista. Entre los activistas de estas organizaciones había personas como Ibrahim Yazdi o Sadeq Qotbzadeh, que acabarían colaborando con la revolución jomeinista. Un elemento importante para entender la inquina del régimen de los ayatolás contra Israel es, además del propio nacionalismo musulmán, el hecho de que la dictadura del Sha post-golpe inició una estrecha colaboración, no sólo con la CIA sino también con el Mossad.

En relativamente poco tiempo, y a pesar de la guerra de guerrillas, Teherán estaba dominada por el Sha y su gente. Así las cosas, su oposición necesitaba cambiar el centro de gravedad. Y era natural que miraran hacia donde miraron.

Miraron a Qom, la ciudad de los ayatolás.