jueves, febrero 10, 2011

Flora Tristán

En 1789, los franceses de sangre azul abandonan en masa Francia ante la presión de la Revolución Francesa. Entre esos exiliados forzados se encuentra una mujer, Thérèse Leisnay. Huye, ya lo decimos, de los nuevos tiempos que, por causas que nos son desconocidas, no le van. Como muchos franceses que se han afincado en España, la mejor forma que encuentra de seguir estando un poquito en Francia aunque la haya abandonado es residir en el País Vasco. Así pues, Thérèse se establecerá en Bilbao, donde se unirá a un militar, el coronel Mariano Tristán de Moscoso. Tristán es descendiente de una familia de indianos establecidos en Perú, y tiene mucho dinero. Pero también tiene un espíritu libertino y poco dado a los compromisos, motivo por el cual nunca se casará.

La pareja, todo caso, tiene dos hijos, un niño y una niña. A la niña, que nace en 1803, le ponen Flora de nombre. Un año antes, y puesto que las cosas en Francia se van normalizando imperialmente, la pareja se ha ido a vivir a París. Allí, en la rue de la Vauguillard, el coronel comprará una imponente casa.

El destino de Thérèse y su hija Flora, por lo tanto, era crecer visitando salones y charlando de gilipolleces proustianas. Pero en 1807 cambia el tercio. El coronel sufre una apoplejía, y la palma. Nada más morir, comienza el interminable pleito de Thérèse Leisnay por ser reconocida como Teresa Tristán. Al principio la cosa va bien; se le cede el uso de la casa. Sin embargo, tras la sublevación del 2 de mayo de 1808 y el estallido de la rebelión española, los bienes de los españoles en Francia quedan embargados.

Thérèse, abrumada por la situación, continúa su pleito para recibir la cuantiosa herencia del coronel y se va a vivir al campo, donde morirá su hijo. Desesperada por la absoluta falta de dinero, escribe a los parientes del coronel, en Perú. Llega incluso a contarles la milonga de que la pareja fue casada por un cura emigrado y les envía actas notariales en las que vecinos y amigos juran por su honor haber sido testigos de que ambos han vivido en prolongada coyunda. Jamás llegará carta de Perú. Los parientes peruanos no quieren saber nada con esa loca francesa a la que ni siquiera conocen.

Thérèse Leisnay desarrollará una necesidad imperiosa por transmitirle a su hija la convicción de que es de alta cuna. Conforme Flora crece, su madre le oculta el hecho de que es una bastarda, y le habla maravillas de la estirpe de su difunto padre, al que llega a hacer descendiente directo de Moctezuma (sin que le importe mucho que Moctezuma, de hecho, viviese a bastantes kilómetros del Perú). En 1818, teniendo la hija quince años, vuelven a París con una mano delante y la otra detrás. Se alojan en uno de los peores barrios de París, en una casucha en la que no tienen ni leña para hacer fuego y cuyos vecinos son prostitutas y sirleros. En algún momento de esos años de adolescencia, la madre acaba por confesar a la hija la verdad de su origen. Ser ilegítima causa en Flora un gran trauma, que se manifestará, de una forma o de otra, en varios momentos de su vida.

Un artista de 23 años, el grabador André François Chazal, funda por aquellos años un taller. Flora se coloca en él de estampadora. Por aquel entonces, Flora es una hembra extraordinariamente sexy, así pues ocurre lo normal, esto es que Chazal se prenda de ella. A Flora su jefe le importa una higa, pero hace como que le gusta porque, al fin y al cabo, tanto ella como su madre necesitan la pasta. Se casan en 1821, pero el matrimonio comienza a distanciarse prácticamente desde el minuto 1. A Flora los años de su adolescencia, primero soñándose como la descendiente de un aristrócrata indiano y luego sabiéndose una hija ilegítima, la han construido henchida por una ambición acromegálica. Chazal es poca cosa para ella.

Además, hay otra cosa. Flora Tristán, ahora Chazal, no entiende las cosas que se esperan de la mujer casada. Tiene dos hijos, pero apenas los cuida (esa labor la tendrá que asumir su madre), porque ella considera que la mujer debe ser algo más que la dueña de su casa. En 1825, después de unos años coqueteando con la depresión por su vida mediocre y exenta del tipo de incentivos que ella quiere, la situación estalla cuando Flora se entera de que está embarazada por tercera vez. Con bombo y todo, huye del hogar conyugal. Para cuando, en octubre, de a luz a Aline, su hija, Chazal ni siquiera se enterará.

Flora Tristán, hemos de suponer que a base de coquetear y seducir lo suficiente como para obtener al menos alguna modesta financiación, viaja por Europa, incluida España, e incluso más allá, pues llega hasta la India. En 1829, durante una estancia en París, conoce a un marino llamado Chabrié que cubre el trayecto de Europa con Perú. Ese encuentro despierta en ella todas las historias que le han contado. Así pues, ni corta ni perezosa, le escribe una carta a Pío Tristán, el hermano menor de su padre, en la que le hace el memorial de todos los agravios de su vida. Pío Tristán, al recibir la carta, se acojona; es muy mal momento para que aparezcan presuntos herederos, pues su madre (y de Mariano) está procediendo a la partición de la herencia. Así pues, para tapar el escape de agua, contesta la carta y le manda a Flora una modesta renta.

El resultado es el contrario del buscado.

En 1833, Flora Tristán se embarca en Burdeos y se planta en América. Durante la travesía, y puesto que no cuadra con su planes, rechaza la oferta de matrimonio de Chabrié. A la llegada a Perú, Pío Tristán la trata con gran deferencia, pero cuando llega el momento de aceptar una parte de la herencia para su sobrina, se niega en redondo. Flora Tristán vuelve a Francia como había ido y, a su regreso, publica un libro, que lleva el sugestivo título de Peregrinaciones de una paria.

En 1828, durante su etapa loca viajera, Flora, entre las acciones llevadas a cabo para conseguir pasta, le ha puesto una demanda de separación de bienes a Chazal. La contingencia litigosa ha terminado por amargar al marido, que se desentiende de su negocio y se arruina. Pasados los años, todo lo que le interesa ya al desdichado Chazal es recuperar a sus hijos, y especialmente a la pequeña, Aline, a la que apenas conoce. Lo que ocurre es digno de una novela romántica. Chazal prácticamente secuestra a la niña de un internado y la encierra en la buhardilla de su casa de Montmartre. De allí Aline se escapará, pero para entonces las gestiones de Chazal para que la ley le conceda la custodia han dado algunos frutos, así que la recuperará, esta vez con el concurso de la policía. No obstante, cuando ya lo ha ganado todo, lo pierde: una noche, trata de violar a su hija, que entonces tiene doce años, así que Aline vuelve con su madre. En 1838, con Chazal ya libre por falta de pruebas, se produce el juicio por el cual Flora reclama la custodia exclusiva de la niña. Durante esas jornadas, un día Flora llega a su casa de la calle Bac, cuando un hombre se le acerca en el portal. Es Chazal, y su pistola. Le dispara una bala en el pecho y la hiere gravemente. El marido despechado y probablemente pederasta es condenado a veinte años, y Flora autorizada a imponerle el apellido Tristán a sus hijos.

A partir de aquellos sucesos, Flora Tristán se convertirá en una mujer convendida de que la mujer debe tener más derechos. Entre otras cosas, comienza una cruzada para el restablecimiento del divorcio (que había sido ilegalizado en Francia en 1816). Asimismo, toma contacto con círculos fourieristas, lo que hace derivar su pensamiento hacia el obrerismo.

En 1839, Flora se va a Inglaterra, para estudiar las condiciones de vida de los obreros en aquel país. Durante una visita a un manicomio en Bediam, y para gran sorpresa suya, se encuentra allí, interno, a un loco que se cree Dios y que resulta ser Chabrié, el único hombre que, en realidad, amó sinceramente. El contacto con ese hombre, que está alienado y se porta como una especie de profeta mesiánico, le influirá hasta el punto de creerse ella misma una especie de mensajera de los derechos del proletariado oprimido. En 1840 publica un libro sobre las penalidades de los obreros ingleses, y en 1843 otro sobre la unión obrera. En 1844 comienza una serie de viajes por toda Francia para explicar sus ideas. Se somete a un ritmo prohibitivo para su salud, ya delicada. Y lo pagará. En noviembre de aquel año, en Burdeos, sufre un ictus cerebral, y morirá el 14.

Ese año de 1844, Aline Tristán tiene 19 años y, lo dejará escrito la mismísima George Sand, la apariencia de un ángel. La famosa escritora amiga de Chopin será la principal muñidora del matrimonio de Aline, pues a mediados del siglo XIX una mujer huérfana y de escasos posibles (toda la formación de la chica ha sido aprender a coser), es necesario un matrimonio. Finalmente, los amigos de Aline encuentran a un pretendiente llamado Clovis, y ambos se casan el 15 de junio de 1846. Tuvieron dos hijos: Fernande Marceline Marie, y Paul.




Las hermandades obreras de Burdeos pagaron un mausoleo en el cementerio local para Flora Tristán, mujer a la que admiraban por su empuje y sus ideas. Pero no será ése el único legado que nos deje esta mujer medio española. Su carácter indomable, su convicción a la hora de hacer, en cada momento, lo que creía que debía, se imprimirá de alguna manera en la forma de ser de su nieto Paul.

Pues Flora Tristán siempre soñó con ser grande e inmortal, pero no lo consiguió. Sin embargo, su nieto Paul, el hijo de Aline Tristán y Clovis Gauguin, sí lo será por ella.

martes, febrero 08, 2011

Mano negra, mano blanca (texto refundido)

Bueno, parece que esta vez he dado en el bull's eye. Hay que ver cuántos aficionados a la mafia y el crimen organizado frecuentan este blog. Me alegro de que estas notas os hayan entretenido, y no tengo sino deciros que tendrá que haber, en algún momento, más, claro está. Por lo que veo, a todos nos va esta marcha.

Por de pronto, y puesto que hay quien me ha escrito, en público y en privado, diciéndome que querría enlazar la historia, pero que diez tomas es jodido, he pensado que, mejor que hacer un tag, refundía los textos y todos contentos.

He aquí, pues, todas juntas, las 15.542 palabras escritas sobre esta materia, para solaz de quien nos las haya leído.

Para los que ya las hayais leído, os dejo una cosa más. También he recibido preguntas sobre qué leer sobre la mafia. Aquí os van algunos consejos muy, muy personales.

Si quieres saber algo sobre el crimen organizado en EEUU, vete pensando en aprender inglés si no lo sabes. Como por otra parte es lógico, la mayor parte de las buenas obras sobre la materia están escritas en inglés.

En todo caso, para empezar te recomiendo que busques Murder Inc. (o sea, Crimen SA; ignoro si está traducida al español), un libro escrito por Burton B. Turkus, que fue asistente del Fiscal del Distrito de Brooklyn. Especialmente centrado en el momio de asesinos judíos que montaron Abe Reles y Louis Lepke, allí también leerás cosas sobre los grandes elementos de la mafia americana de siempre: Lucky Luciano, Albert Anastasia, Salvatore Maranzano, y toda la pesca.

A partir de ahí, lo que te recomiendo es que busques biografías de los principales personajes. Unos son atractivos por unas cosas y otros por otras. Luciano es, tal vez, el más parecido a Vito Corleone, si es eso lo que estás buscando. Benjamin Bugsy Siegel es un personaje fascinante, a la vez mafioso y visionario de los negocios que prácticamente inventó Las Vegas. Meyer Lanksky o Dutch Schultz son dignos de cualquier lectura. Johnny Torrio, aunque menos conocido, es un primera fila. Santo Trafficante, aunque se ha escrito poco sobre él, es un Capone. Y a partir de personajes como Carlos Marcello llegarás nada menos que a John Fitzgerald Kennedy.

La historia de Vincenzo Gibaldi, por cierto, ha sido contada por una escritora amateur, Amanda J. Parr, en The true and complete history of Machine Gun Jack McGurn, aunque algunos datos los discuten otros autores. En su web le puedes comprar el libro, y te lo manda firmado.

Asimismo, recomiendo vivamente los libros de William Balsamo, a quien esta serie de posts se lo debe casi todo, especialmente Under the Clock y un libro delicioso que tiene sobre los primeros años de Al Capone (The young Capone).

Y, bueno, aquí está la toma completa.

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1 de julio de 1928. Un día cálido, tórrido incluso, en Nueva York. Frankie Yale se ajusta su sombrero panamá frente al espejo, buscando el ladeado sexy que suelen llevar en las pantallas los galanes del cine de moda. Como siempre Yale, nacido en Italia Francesco Ioele, se ha vestido de punta en blanco, con pantalones, camisa, chaqueta y zapatos epatantes y mal combinados; el típico «uniforme» de mafioso. Porque eso y no otra cosa es Yale: un mafioso. Y de los gordos. Preside la Unión Siciliana, germen del sindicato del crimen que actuará a pleno rendimiento pocos años después bajo la dirección de Charles «Lucky» Luciano. Yale es, además, el rey de las actividades ilegales de South Brooklyn. Se mira y remira en el espejo, orgulloso de sí mismo. Aquel día de julio de 1928, Frankie Yale está en la cima de su carrera, en su momento de mayor poder. Es tan poderoso, que tiene la sensación de que nadie puede con él.

Una de las señas de la prosperidad de Yale es el Lincoln Coupé de 1928 (última moda, pues) que acaba de comprarse. Es un coche caro, pero a Yale le ha costado todavía más porque lo ha comprado a prueba de balas. En Detroit han trabajado duro para colocar las protecciones necesarias pero, finalmente, cuando Yale ha recibido el coche ha comprobado, airado, que las ventanillas no han sido blindadas. Aquella mañana, Yale ha quedado en llevar el coche al concesionario para resolver el problema.

James «Sam Brown» Caponi, soldado del pequeño ejército de Yale, le hace de chófer. Conduce hasta la esquina entre la Avenida 14 y la 65, donde hay un local de venta de alcohol ilegal. Yale y Caponi quieren tomar unos tragos antes de llevar el coche.

Cuando están en la segunda copa, alguien llama al local preguntando por Yale y, cuando éste se pone, se limita a informarle, casi telegráficamente, de que algo le ha pasado a su mujer, Lucy, y que debe volver a casa inmediatamente. Como un resorte, Yale toma la salida del local, despidiéndose de Caponi apresuradamente, y toma el coche en solitario. En el camino hacia su casa, un Buick le sigue, primero por la Avenida Nueva Utrecht, luego por la 44. A la altura del 957 de dicha calle, el Buick, que ha ido tomando velocidad, se iguala con el Lincoln que conduce Yale. Frankie mira a su derecha para observar el coche que quizá lo está adelantando. En el coche van varios hombres. Pero él se fija en uno de ellos.

Nada más contemplar ese rostro, en apenas una fracción de segundo, Frankie Yale comprende tres cosas: comprende que van a matarlo; comprende quién lo va a hacer; y también sabe por qué.

Mucha gente dice que quien sabe que va a morir ve pasar su vida por delante de sus ojos. Si Frankie Yale llegó a saber, durante aquella carrera loca por la calle 44, que iba a morir, quizá su vida pasó rápidamente ante él. Tal vez, durante ese tenso segundo durante el cual las cosas todavía no habían ocurrido, su mente viajó al 5 de enero de 1920; el día en que comenzó el hecho más importante de su vida: la guerra entre la Mano Negra y la Mano Blanca.




Lunes, 5 de enero de 1920. En los muelles de Brooklyn se desarrolla una actividad frenética, coherente con el papel de gran importancia que para la naciente pujanza económica estadounidense supone el transporte por mar. Nos encontramos en el muelle 2 del East River. Un lugar propiedad de una empresa portuaria veterana de Nueva York, la Gowanus Stevedoring Company. Gowanus acaba de comprar el almacén del muelle 2, pero lleva ya 50 años trabajando en el puerto de Nueva York. Así pues, conoce el negocio y sus pequeñas triquiñuelas. La empresa, por ejemplo, paga religiosamente su tributo a la Mano Blanca, una organización dirigida por un irlandés llamado Denny Meehan, que se encarga de que en el muelle de carga no haya robos que en otros lugares similares son desgraciadamente muy comunes.

De hecho, todo el mundo en esa zona le paga a Meehan, quien también ha comenzado a expandirse en la zona con el negocio ilegal con diferencia más lucrativo: la usura. Los muelles neoyorkinos están petados de estibadores, descargadores y jornaleros que trabajan muchas horas muy duramente y son, por ello, extraordinariamente aficionados al alcohol, las putas y los dados. Como sus sueldos no suelen dar para todo eso, piden prestado. Denny les presta el dinero, a intereses tres, cuatro o diez veces superiores a los de los bancos, y aplica métodos muy convincentes en caso de impago. Se cobra los intereses de demora machacando dedos, rodillas o cuerpos enteros, así pues todo el mundo paga. Cualquier persona que se dedique a la extorsión y la usura sabe que un puerto es uno de los lugares más interesantes para el negocio. Los muelles de Brooklyn le pertenecen a Denny Meehan.

El 5 de enero Jimmy Sullivan, el enorme capataz de la Gowanus, recibe una extraña visita. Se trata de un tipo alto y de presencia también bastante impresionante, Willie Altierri, a quien todos llaman «Two Knife». Ya en 1920, Altierri es uno de los asesinos profesionales más conocidos de la zona. Su mote tiene que ver con su método de trabajo. Two Knife siempre lleva encima dos grandes cuchillos, que guarda en unas fundas sobaqueras. Cuando no tiene nada que hacer se hurga las uñas de las manos con la punta de uno de los cuchillos y duerme con sus armas encima. Quienes le conocen saben que es extraordinariamente preciso en sus trabajos. Siempre busca el corazón o los pulmones y, además, llevado por una cierta tendencia a la refinada crueldad, siempre que tiene tiempo, después de clavar, mueve el cuchillo en el interior del cuerpo de sus víctimas para provocar un mayor daño.

Willie Two Knife visitó a Sullivan acompañado por otros dos matones de la Mano Negra: Joe «Rackets» Capolla y Joe «Big Beef» Polusi. Los tres italianos le hacen a Sullivan, como diría Vito Corleone, una oferta que no podrá rechazar. Le invitan a comenzar a pagar tributo a la Mano Negra, dado que, le dicen, ahora Brooklyn les pertenece. Sullivan llama a John O'Hara, el dueño de la Gowanus. O'Hara, que no quiere problemas, le da instrucciones de responder afirmativamente y comprometer el pago a los italianos de 2.000 dólares a la semana.

Por primera vez, pues, la Mafia siliciana da en Nueva York un paso para arrebatarle a la Mano Blanca irlandesa su negocio.

El día que correspondía rendir el primer pago, la Mano Negra envió al muelle 2 a uno de sus mejores recaudadores: Benjamin «Crazy Benny» Pazzo, quien fue acompañado por Joe «Frenchy» Carlino, que lo esperó en el coche. Carlino, el más experimentado chófer de la Mano Negra, estaba al volante de un Cadillac que era el coche personal de Frankie Yale, el jefe de la organización de Brooklyn. Yale había querido con este gesto destacar la importancia de la misión.

Pazzo tenía que recorrer una distancia relativamente corta: 325 pies. En el Nueva York de la primera mitad del siglo se popularizó una expresión: to take a long walk off a short pier. Este oxímoron quiere decir algo así como irse a la mierda. Hay quien dice que la expresión nació de los pasos de Pazzo por la nieve del muelle 2 del East River.

Tres hombres cortaron el paso de Crazy Benny hacia las oficinas de la Gowanus. Esos tres hombres eran Denny Meehan y sus dos lugartenientes: William «Wild Bill» Lovett y Richard «Pegleg» Lonergan. Los tres llegarían a ser máximos mandatarios de la Mano Blanca; los tres terminarían malamente. Pero, en aquel día del invierno de 1920, aún faltaba mucho para eso. Los irlandeses sacaron sus 45 y las descargaron en el pecho de Crazy Benny, quien cayó para atrás; ya estaba muerto cuando su espalda tocó la nieve. De las catorce balas que entraron en el cuerpo del recaudador italiano, seis le habían traspasado el corazón.

Horas después de aquel suceso, en un garage de Baltic Street, lugar de reunión de la Mano Blanca, se brindó con buen whisky. No muy lejos de allí, en la oficina de Yale, éste maldecía y daba puñetazos a las paredes, gritando: «¡Si Meehan quiere guerra, me cago en la puta que es lo que va a tener!»
Acababa de comenzar una de las guerras entre mafias más sangrientas de la Historia.

Bienvenidos a una historia cuyo guión se escribe solo.

Ahora ya no había vuelta atrás para Frankie Yale y sus hombres. Sin embargo, a pesar de ser una persona sanguínea y obviamente violenta, el líder de la Mano Negra supo tener la mente fría y rendir tributo a la idea, propia de los grandes jefes mafiosos, de que la mejor venganza es la que se sirve fría. Nueve semanas pasaron desde la muerte de Crazy Benny sin que los italianos devolviesen seriamente el golpe. Finalmente, pasado aquel periodo, Yale convocó a través de Altierri una pequeña cumbre de sus coroneles. Además de a Two Knifes, fueron convocados a aquel encuentro Augie «The Wop» Pisano y Don Guiseppe Balsamo, jefe de la Mafia en Little Italy; el hombre que había llegado a Nueva York en 1895, siendo ya un jefe mafioso en su Sicilia natal, y que controlaba con mano de hierro los barrios donde se hacinaban los italianos. Debemos suponer, de hecho, que Don Fanucci, el usurero cabrón a quien mata Vito Corleone en la segunda parte de The Godfather, era un capitán de Balsamo, o Battista, como le llamaban sus amigos.

Junto con Balsamo, fueron convocados a la reunión sus guardaespaldas Vincenzo Mangano (quien pronto sería designado por Balsamo como su sucesor) y Johnny «Silk Stocking» Guistra, quizás uno de los pocos mafiosos conocidos que no soportaba la vista de la sangre, motivo por el cual tenía un método para acabar con sus víctimas que justificaba su mote.

El hecho de que todas estas personas se reuniesen juntas en su club preferido, el Club Adonis en la calle 20, a la vista del muelle Gowanus, sólo podría querer decir que Yale quería discutir algún tipo de acción de gran significado. En su lugar de reunión estaban seguros. El Adonis era propiedad de un miembro de la Mano Negra, Fury Argolia. Argolia se ocupaba, entre otras cosas, de organizar grandes banquetes coincidiendo con la hora de los asesinatos de la organización, para así proveer a la banda de públicas coartadas (este personaje, el del restaurador amigo del mafioso, se invoca en The Sopranos en el personaje del rijosillo Artie Bucco).

A las 8,10 de la tarde del 15 de marzo de 1920, Frankie Yale llegó al Adonis en una limusina conducida por su hermano Tony, y con Willie Altierri en el asiento de atrás, expurgando sus uñas con uno de sus cuchillos. Poco tiempo después, un Pierce Arrow con Balsamo y sus dos guardaespaldas llegó al mismo lugar.

Yale planteó sin ambages el orden del día de la reunión: el asesinato de Denny Meehan. Su primera idea era acabar con el irlandés a la salida del Strand Dance Hall, su local favorito. Sin embargo, Balsamo le recordó que sería difícil encontrarle allí sin sus guardaespaldas. Todos insistieron en la necesidad de que el asesinato fuese privado, pero en ese punto Yale carecía de ideas que poder intentar. En ese punto, Altierri, algo corrido, le sugirió a su jefe la posibilidad de que alguien de fuera les ayudase a llevar la acción adelante. Ante el escepticismo de todos, Willie enrojeció hasta la raíz de los pelos e hizo una confesión que a sus contertulios les sonó increíble.

Un mick, un cuntface, un irlandés lechoso de la organización de Meehan, un tipo llamado Patrick Foley, estaba saliendo con la hermana de Dos Cuchillos.

Cuando los sicilianos se recuperaron de la impresión negativa que tal confesión les provocaba (y que justificaba la timidez de Altierri), se dieron cuenta de cuáles eran los beneficios que les podía reportar. Two Knife también consideraba poco menos que herético que su hermana y Foley anduviesen haciendo guarrerías por los portales. Sin embargo, conocedor de que no podría impedirlo, había decidido hablar con Foley, momento en que éste le había confesado que estaba un poco harto de Meehan y otros miembros de la Mano Blanca. Como prueba de estos sentimientos, Foley había llevado en secreto a Altierri hasta el piso del líder irlandés en la Warren Street. Allí el italiano pudo comprobar que Meehan vivía en el segundo piso, en la parte posterior del edificio, y, lo que es más importante, la vivienda tenía una ventana en el pasillo exterior que daba directamente al salón.

Si Meehan no estaba al tanto de la acción, podría ser asesinado de una forma totalmente privada.

Don Giuseppe Balsamo ofreció inmediatamente a Silk Stocking Gistra para que realizase la acción. Pero Yale, no sin agradecérselo, declinó la invitación. El jefe de la Mano Negra no quería a nadie de Nueva York implicado en aquella acción. Además, el tipo de atentado que se debía cometer exigía el uso de un arma de fuego (y el derramamiento de sangre y sesos).

Yale prefirió proponer una metodología que se haría bastante común para la Mafia en los años siguentes: la contratación de asesinos a sueldo radicados en otros lugares de los Estados Unidos. En este caso, pensó en Ralphie DeSarno y Giovanni Sciacca, en aquel entonces una de las parejas de asesinos más eficientes del país, radicados en Cleveland. No eran baratos; su trabajo costó 10.000 dólares por cabeza.

Decidieron que el asesinato se cometería el 1 de abril, es decir el April's Fool, que viene a ser algo así como los Santos Inocentes para nosotros. Yale decidió adornarse en la suerte. Le envió por correo a Meehan una tarjeta propia del día con el texto escrito a mano: «Buona sera, Signore». Era su forma de burlarse de él antes de matarlo.

El 31 de marzo, Altierri y Pisano recogieron en la estación Grand Central a DeSarno y Sciacca, que llegaron en el Spirit of St. Louis.

A las 2,30 horas del día 1 de abril de 1920, sonó el teléfono en el Club Adonis. Quien llamaba, desde una cabina pública, era Chootch Gianfredo (Confieso que mis investigaciones no han dado resultado alguno: ¿alguien sabe qué narices significa Chootch, o de qué nombre puede venir?), el soldado de la Mano Negra que había sido situado en las cercanías del Stand Dance Hall, donde Denny Meehan y su mujer pasaban la velada. Algunos minutos después, mientras DeSarno y Sciacca ya viajaban hacia la Warren Street, en una nueva llamada Nick «Glass Eye» Pelicano informó de que la pareja había llegado a la casa. A las 3,30 horas, Frenchy Carlino, el chófer de los dos asesinos aquella noche, aparcó el Packard en que viajaban justo enfrente de la casa de Meehan. Los dos de Cleveland se introdujeron sigilosamente en la casa, subieron al pasillo de la segunda planta, y localizaron la ventana. Sciacca musitó a su compañero:
-Está chupado, tío. Puedo ver a ese cabrón en la cama con su mujer.

Dicen algunos relatos que el irlandés le estaba sobando las tetas mientras los italianos miraban.

Finalmente, Sciacca se adjudicó aquel penalty, y lo lanzó en solitario. Dos tiros. Luego, todos a la naja hacia el coche.

Sciacca, desde luego, conocía su oficio. En la penumbra de la madrugada, le metió a Meehan la primera bala en la nuca, mientras que la segunda se clavó en el abdomen de Peggy Meehan, quien se colocó en la trayectoria del disparo por el gesto eléctrico de tratar de proteger a su marido. Gesto inútil pues, probablemente, para el momento en que ella soltó el primer grito, su Denny ya no estaba en situación de oírlo.

No menos de 9.000 irlandeses de Nueva York abarrotaron el funeral de Denny Meehan, al que no pudo asistir su mujer Peggy por estar aún en estado crítico en el Cumberland Hospital. En todo caso, el acto no descabezó a la Mano Blanca, que se apresuró a aclamar a su frente al principal lugarteniente de Meehan, Wild Bill Lovett; uno de los hombres que había estado en el muelle 2 del East River el día que a Crazy Benny Puzzo le abrieron el pecho a balazos.

Una anécdota nos dice quién era Lovett. El 20 de enero de 1920, es decir el día que se aplicó la Ley Seca en Estados Unidos, se presentó en su bar preferido y pidió un trago. Cuando el camarero le dijo que no servía alcohol, Wild Bill sacó su 38 y le metió tres balas en el cuerpo. Sólo dos de los diecisiete parroquianos que estaban presentes aceptaron declarar ante el Gran Jurado. Ambos, sin embargo, tuvieron la desgracia de fallecer en sendos atropellos algunos días antes de la declaración.

Esperemos, sinceramente, que la reencarnación de Wild Bill Lovett no sea fumadora y se encuentre en España por estas fechas.

El 4 de abril de 1920, apenas unas horas después de los funerales por Meehan, Wild Bill Lovett convocó un sínodo de mafiosos irlandeses en un almacén de la Gowanus en el muelle 7 de Brooklyn. Allí, delante de todos, Lovett acusó a Foley de haber perdido a su jefe. El irlandés enamorado lo negó primero pero después, convenientemente presionado y sobre todo cuando tuvo claro que Lovett conocía a la perfección su historia con Miss Altierri, acabó por confesar. Wild Bill le dijo que no lo quería ver más y que le daba la oportunidad de desaparecer. Foley, algo relajado, salió por patas del almacén. Si hubiera sido algo más listo, se habría dado cuenta del detalle de que las reuniones de la Mano Blanca se celebraban siempre en el garage de Baltic Street. En realidad, el lugar elegido para aquel encuentro, un muelle solitario y cuyos eventuales testigos, en cualquier caso, estaban controlados (la mayoría estaban fuertemente endeudados con la organización), lo decía todo.

Nada más salir del muelle, Foley se encontró con Pugs McCarthy. El ejecutor de la Mano Blanca le disparó en la cara, tan cerca que los forenses no pudieron hacer uso de los registros dentales para identificar el cadáver. De hecho, es posible que alguno de los dientes de Patrick Foley todavía siga por ahí, noventa años después.

Como ya he dicho, la Mano Negra solía organizar una cuchipanda a la misma hora a la que se realizaban los asesinatos que había encargado. Esto salvaba a Yale de toda acusación. Pero aquella vez, Yale estuvo a punto de acabar con su carrera por el asesinato de Denny Meehan. Y quien le salvó fue el personaje más modesto de esta historia.

Frankie Yale había cometido el tremendo error de escribir personalmente el mensaje de la postal que le había enviado a Meehan. De aparecer dicha postal en el domicilio del irlandés, la policía podría haber relacionado a Yale con el asesinato.

Sin embargo, eso no ocurrió. La postal se retrasó a causa del fuerte tráfico de correo que generaba entonces el April's Fool, y llegó a las manos del cartero Benvenuto Itaglia cuando Meehan ya estaba muerto. Itaglia leyó la postal, Buona sera, Signore, y decidió no entregarla. Itaglia, un inmigrante de la Italia profunda, había sido directamente trasladado de su pequeña aldea al gran Nueva York, y allí se había llevado todas sus supersticiones. Tenía miedo de entregar una postal en el domicilio de un muerto, pensaba que eso podría traerle mala suerte, así pues decidió guardársela.

Y, guardándosela, salvó a Yale de haber sido encontrado culpable del asesinato que realmente había ordenado.

Como ya he recordado al hablar de Wild Bill Lovett, en 1920 se impuso en Estados Unidos la denominada Ley Seca. La prohibición del alcohol, lejos de lo que esperaban sus propulsores, no eliminó el consumo de este tipo de bebidas, sino que simplemente lo convirtió en clandestino y puso en manos del crimen la explotación de un negocio hasta entonces plenamente legal.

En Nueva York, el consumo clandestino de alcohol era tan común y masivo que pronto distribuidores como Frankie Yale tuvieron que buscar nuevos proveedores. El siciliano encontró en la denominada Purple Gang de Detroit a una excelente fuente de alcohol de calidad. La banda de Michigan, predominantemente judía como lo sería años después la famosísima Murder Inc. de Abe Reles y Lepke, había empezado a fabricar alcohol a gran escala, bajo la marca Old Granddad, que era incluso de mejor calidad que en la época en que estos productos eran legales.

La elevada calidad del producto contrastaba con el alcohol, digamos, amateur, que vendía la Mano Blanca. La consecuencia de la diferencia fue que un buen número de locales clandestinos en todo Brooklyn comenzaron a traicionar a los irlandeses y hacerse proveer por los italianos.

El jueves 18 de noviembre de 1920, por la noche, Wild Bill Lovett convocó un cónclave mafioso en el denominado Prospect Hall, en la 17. Convocó a Richard «Pegleg» Lonergan (el tercer asesino de Crazy Benny Puzzo), Danny y Petey Bean, Pug McCarthy (el asesino de Patrick Foley), Ash Can Smitty, Jack «Needles» Ferry, Charleston Eddie McFarland, Aaron Harms y Irish Eyes Duggan. En aquella reunión, el comité central de la Mano Blanca decidió comenzar una actividad que se haría muy común durante los años de la prohibición: el robo de mercancía de la competencia.

El alcohol llegado de Michigan era descargado en un garage propiedad de Frankie Yale situado en el cruce entre la cuarta avenida y la calle 2. Otro elemento que hacía fácil la operación era que los italianos habían instruido a los judíos para que nunca realizasen entrega alguna fuera de los cuarenta minutos que van desde las once y media de la noche y las doce y diez. Yale sabía que los policías de la zona terminaban turno a las doce, y a las once y media se iban de sus puestos camino de la comisaría, así pues contaba con ese espacio de tiempo como de menor vigilancia.

Al jueves siguiente de la reunión, es decir en pleno Thanksgiving Day, un sedán LaSalle abandonó el garage de Baltic Street. Dentro del coche iban Petey Bean, Charleston Eddie, Ash Can Smitty y Needles Ferry. Irish Eyes Duggan y Aaron Harms se encontraban en la West Street de Manhattan, contolando la llegada del camión.

Conviene tener en cuenta una cosa. En 1920 no existían aún ni el puente George Washington, ni el Túnel Lincoln, así como otras conexiones desde el Oeste. Casi la única manera de viajar para el camión, y desde luego la más eficiente, era tomar el ferry que conectaba Jersey City con Wall Street. Allí fue donde los irlandeses lo encontraron y lo siguieron hasta Brooklyn. La operación fue limpia y perfecta. Los irlandeses cayeron sobre los camioneros por sorpresa, los desajolaron del vehículo y, un minuto después de las doce, metían el camión dentro del garage de Baltic Street. Luego de vaciarlo, Needles y Ash Can lo abandonaron en una curva justo al lado del garage de Yale.

Aquel robo enseñó a Frankie Yale que tenía que jugar aún más fuerte.

El mafioso italiano se dio cuenta de que necesitaba un golpe aún más definitivo que todos los que había dado. La acción de los irlandeses venía a demostrar que ninguna de sus mercancías podía considerarse ya segura. Lo que había pasado podía volver a pasar muy fácilmente. Así las cosas, levantó el teléfono y llamó a un viejo amigo.

Alphonse Capone, el antiguo portero del Club Adonis, había prosperado mucho en Chicago. Se alegró de saber de su colega de juventud y le preguntó qué se le ofrecía. Yale fue directo al grano. Quería saber si Capone podría facilitarle dos ejecutores fríos y eficientes. Capone no se hizo de rogar. Sabía bien que si su colega le hacía esa petición, la situación con seguridad lo justificaba. Así pues, colocó en el tren de Nueva York a dos de sus mejores hombres, Albert Anselmi y John Scalise. Dos profesionales que nunca cobraban menos de 15.000 dólares por cabeza. Yale, por cierto, protestó por el precio, indicando que Sciacca y su compañero habían cobrado 5.000 dólares menos. Capone se limitó a argumentarle, fríamente, que el billete de tren desde Chicago salía más caro que desde Cleveland.

Pero Yale no protestó mucho. Necesitaba gente muy buena para lo que quería hacer. Había decidido que no golpearía contra uno de los miembros de la Mano Blanca, sino contra la organización en sí. Había decidido perpetrar la primera (ya que no fue la única en la Historia de la Mafia) matanza de San Valentín.

Los micks tenían previsto celebrar el 14 de febrero de 1921 en el Sagaman's Hall de Brooklyn. 36 miembros de la organización irlandesa, acompañados por sus mujeres o pericas, acudieron al baile. A las siete de la tarde de aquel 14 de febrero, Anselmi y Scalise se presentaron en el garage de Yale. Allí los recogió Frenchy Carlino, quien los llevó a la esquina entre las calles Schermerhorn y Smith.

Los dos asesinos se introdujeron subeptriciamente en la sala de baile, que era grande y ruidosa, por lo que no les fue difícil. Se situaron en una balconada que había sobre la pista de baile, donde accedieron a una vista general del público. Desde allí, los dos asesinos sacaron sus 45 y dispararon sobre la gente allí abajo sin preocuparse mucho de la precisión; se les había pedido una matanza indiscriminada, y eso hicieron.

Apenas un minuto después de que los asesinos a sueldo dejasen de disparar y saliesen disparados hacia el LaSalle donde les esperaba Carlino, el Kings County Hospital recibió una llamada del asistente al baile que conservó la cabeza más fría: Irish Eyes Duggan.

Los cuatro médicos que llegaron en las ambulancias encontraron tres personas ya muertas. Kevin «Smiley» Donovan tenía tres balas en el cuerpo, una de ellas, claramente mortal de necesidad, en la parte posterior de la cabeza. Jimmy «Two Dice» O'Toole estaba sentado de espaldas a la balconada desde donde dispararon Anselmi y Scalise, y había recibido una lluvia de balas en la cabeza que la había dejado medio destrozada. La tercera víctima era Mary Reilly, la novia de Pegleg Lonergan, a quien todos conocían como Stout-Hearted Mary por haber sacado adelante a siete hermanos después de que sus padres se ahogasen en 1916. Una bala había acertado a Mary en todo el corazón, lo había traspasado, había salido por su espalda y había terminado alojándose en el brazo de Fred McInerney, que estaba sentado junto a ella.

La muerte de Mary Reilly en el Sagaman's Hall explica que Pata de Palo Lonergan permaneciese en los siguientes años en primera línea de violencia contra la Mano Negra. Hasta el mismísimo final de la guerra.

Ash Can y Pug McCarthy salieron a toda leche en un coche camino del garage de Yale, esperando encontrarle allí. Pero el garage estaba cerrado. Los italianos estaban en el Adonis, celebrando una boda en la que no conocían a ninguno de los novios ni de sus parientes.

La matanza de San Valentín en Sagaman's Hall se saldó con doce heridos y tres muertos.

En una guerra, a la acción de uno se corresponde la acción de otro. Los irlandeses tenían que contestar. Y, cuando lo hicieron, inauguraron sin saberlo una de las imágenes míticas del cine sobre el crimen organizado.

Cualquier persona que es aficionada a ver las pelis en blanco y negro de mafiosos de toda la vida está acostumbrada a ver a los pistoleros de la mafia utilizar estuches de instrumentos musicales para guardar las armas. Hay un interesante parecido entre la metralleta corta y el violín que hace de la carcasa de éste un buen candidato para guardar allí un arma. La realidad, luego, va por otro lugar. El guardaespaldas más cercano a Ronald Reagan cuando fue objeto de un atentado sacó en cuestión de medio segundo un arma corta del portafolios que llevaba; desde que descubrí esto, siempre me pregunto si los tipos trajeados que parecen llevar papeles al lado de la gente importante son realmente eso. En todo caso, este detalle de guardar el arma en estuches de instrumentos musicales bien pudo nacer en el Staunch's Hall, el día que Wild Bill Lovett decidió devolverle golpe por golpe a Frankie Yale.

Los irlandeses, convocados por su líder, se reunieron el sábado, 21 de febrero de 1920, en el almacén de las Caledonia Shipping Lines, en el número 25 de Bridge Street, muy cerquita del puente de Brooklyn. El orden del día de la asamblea sólo tenía un punto: devolver el golpe. 25 miembros de la Mano Blanca estuvieron en aquella reunión.

Fue la reunión más maloliente que jamás celebró la Mafia. Un carguero de la compañía, el Miguel Sorcos, acababa de descargar en el muelle varias toneladas de fertilizante potásico procedente de Galverston, Texas. El lugar, por lo tanto, olía como el ojo del culo de Godzilla tras un banquete de fabada marina.

A Wild Bill Lovett le costó conseguir la atención de su audiencia, más preocupada en quejarse del olor apestoso del lugar; pero, cuando lo consiguió, dio el golpe de efecto que sabía que colocaría a sus compatriotas en el lugar sentimental en que él quería tenerlos: dio la palabra, y cedió la iniciativa,a Dicky Lonergan, el viudo de Sagaman's; el hombre que había perdido en la matanza a su novia, Mary Reilly.

Un accidente cuando tenía 12 años había provocado la mutilación de la pierna izquierda de Lonergan, sobre cual había pasado un camión de carga. Sin embargo, ser cojo y llevar pata de palo no le dolía a Lonergan ni la centésima parte que la muerte de Mary, y todos allí lo sabían. Por ello, fríamente, Lonergan había movido sus hilos y contactos para tener algo que llevarles a sus compañeros en la reunión, y lo había conseguido. En medio de aquel olor nauseabundo a fertilizante potásico, Lonergan informó a los asistentes de que sabía que los italianos iban a celebrar su matanza mediante un baile en el Staunch's Hall, en la avenida Surf.

Pegleg no sólo había conseguido la información. Había planeado la totalidad del golpe. Sería un baile con orquesta en directo, como todos en aquella época en la que aún no existía el emule. La orquesta normal de aquellos casos estaba formada por cuatro músicos. Lonergan y otros tres miembros de la Mano Blanca sustituirían a los miembros reales de la orquesta; en aquel tiempo era imposible que la orquesta contratada tuviese miembros negros, pues eran aún los tiempos en los que los negros tocaban para los negros, los blancos para los blancos; y cabe decir que los inmigrantes italianos de Nueva York eran especialmente renuentes a tener tratos con gente de color. Camuflados como músicos, podrían llevar sus armas en los estuches de los instrumentos. Nadie tendría la capacidad de reaccionar a tiempo cuando decidiesen disparar. Eddie Lynch, el que podríamos considerar como consejero-delegado de la unidad de prestamistas de la Mano Blanca, se encargaría de seguir a los músicos desde su salida hacia la sala (Lonergan se había preocupado de obtener la dirección) y de impedir que pudiesen llegar al Staunch's.

Sólo quedaba un último problema. Lonergan llevaba pata de palo. Era fácil reconocerle. Pero hasta para eso tenía respuesta el vengativo mafioso. Wild Bill, dijo, le iba a comprar una nueva pierna artificial, para que pudiese llevar zapatos. Y él pasaría los siguientes días ensayando para aprender a caminar con naturalidad.

Se sortearon los puestos para acompañar a Lonergan. Los agraciados fueron Irish Eyes Duggan, Danny Bean y Charleston Eddie McFarland.

En la tarde del sábado, 26 de febrero de 1920, Lonergan aún no se las había ingeniado para eliminar del todo su cojera. Pero era demasiado tarde. A las seis de la tarde, dos horas antes de la señalada para la acción, los cuatro hombres de la banda se encontraban en el garage de Baltic Street. Además, estaba el equipo de apoyo, formado por Joey Bean, Ernie Shea, Wally Walsh, Eddie Lynch y Jack «Squareface» Finnegan. Ernie «The Scarecrow» Monaghan era el conductor del equipo de apoyo los asesinos, y Petey Bean de los asesinos.

En el camino hacia Coney Island comenzó a nevar. Eso podría ser un problema, porque dificultaba la escapada. Pero nevaba poco, así pues no les pareció a los de la partida que la nieve fuese a cuajar o helarse a tiempo.

En el Staunch's Dance Hall, medio centenar de invitados se agolpaban en la puerta, cada uno con su invitación para la fiesta privada.

Wild Bill Lovett no dejó hilo sin puntada en aquella acción. Algunas horas antes, había enviado a Needles Ferry al O'Brien Saloon, taberna habitual de los irlandeses de Brooklyn como todo el mundo sabía (y los italianos también). Ferry se tomó alguna copa de más, comenzó a hablar con lengua presuntamente estropajosa de esto y de aquello, y acabó confesando, inadvertidamente, que la Mano Blanca tenía la intención de asaltar varios almacenes del puerto aquella noche. Consecuentemente, pasadas las siete de la tarde, cuando los micks llegaron al lugar de reunión de los italianos, Frankie Yale había enviado sus pistoleros de guardia bastante lejos de allí.

En realidad, en el Staunch's sólo había un guardia: Joe «Rackets» Capolla. Y ni siquiera estaba en la entrada cuando Petey Bean aparcó el Chevrolet negro cerca de la misma.

La Historia se escribe con pequeñas casualidades así. No sé qué comió Joe Capolla aquel mediodía de febrero de 1920, pronto hará 91 años. Pero lo que sí sé es que le sentó mal. Solo en la puerta de la sala de fiestas, el pobre Rackets sintió unas ganas inconmensurables de cagar. Trató de aguantar, pero se iba de bareta sin remisión. El baño de hombres no estaba ni a cinco metros de la entrada. Así que se metió allí sin decirle nada a nadie. Allí en el baño se encontraba un tal Antonio Sisciliato, él mismo encerrado en uno de los cubículos defecoides, que es el tipo que declaró a la policía que escuchó a Capolla entrar, meterse en otro cubículo, bajarse los pantalones e inmediatamente soltarlo todo, todo y todo.

El gesto de tener que irse a cagar selló el destino de Joe Capolla pero, probablemente, salvó la vida de muchos de sus compañeros. El italiano salió del baño justo en el momento en que Lonergan y sus tres compañeros entraban por la puerta.

Los irlandeses habían visto la entrada libre y entraban sin esperar a nadie. Cuando vieron al italiano, su actitud no fue precisamente la de unos músicos que llegan para hacer su trabajo. Conscientes de que les sería muy difícil mantener el cuento, abrieron sus estuches y sacaron las armas. Capolla les vio y, sin decir nada, se volvió hacia la puerta de dos hojas que daba acceso al salón, y gritó: «¡Cuidado!» En ese momento, la diarrea dejó de ser un problema para él. La diarrea, y todas las demás cosas de la vida.

Joe recibió una lluvia de balas que a punto estuvo de seccionarle el torso. Pero, estando como estaba a medio cruzar las puertas, se quedó medio pillado en ellas, de pie, sin caer, sangrando abundantemente, y ya muerto. Los irlandeses tardaron unos segundos en sacar aquel corpachón de enmedio. Segundos que los experimentados pistoleros de la Mano Negra que estaban en la sala aprovecharon para protegerse, parapetarse, y sacar sus armas.

Los irlandeses acabaron entrando. Anna Balestro, la hermana de Albert Balestro, de profesión funerario, recibió una bala mortal de necesidad en su sien izquierda. Giovanni Capone, otro profesional funerario que se empleaba a tiempo parcial de ladrón de almacenes, recibió tantas balas en la cara que nadie pudo explicarse cómo todavía oían su voz jurando contra los asaltantes. Un valioso soldado de la Mano Negra, Giuseppe «Momo» Municharo, recibió una bala en la barriga que también acabó con él.

Los irlandeses dispararon a placer durante aquellos tensos segundos. Sabían que los disparos de respuesta de los italianos no serían certeros, preocupados como estarían todos de no acabar cargándose a algún correligionario. El problema estaba al terminar y dar la vuelta. Ellos lo sabían. Como lo sabía Augie The Wop Pisano, que tenía los huevos pelados de participar en tiroteos y, a esas alturas, aún conservaba la cabeza fría.

Cuando los irlandeses dejaron de disparar y se dieron la orden de marcharse, Pisano se levantó, fríamente, tomó su 45, apuntó sin prisa... y le metió una bala en la nuca a Danny Bean, que lo dejó seco allí mismo. Lonergan, Eddie y Duggan corrieron al Chevrolet. Le gritaron a Petey que saliese cagando hostias. Pero Petey Bean no quería irse. Esperaba a su hermano. Hasta que se dio cuenta de lo que que había pasado, claro.



La matanza del Staunch's Hall no fue ni de lejos la de Sagaman's. Había tres muertos y nueve heridos, pero éstos no lo eran de consideración. Eso sí, Rackets Capolla, Anna Balestro, Giovanni Capone y Momo Municharo iban camino de la Morgue.

Aunque los registros no nos dicen nada de ello, es de suponer que Antonio Sisciliato todavía estaba en el trono, quieto como una estuatua, sin valor para salir.

Joe Rackets Capolla, un oscuro soldado de la Mafia italiana, salvó aquella tarde a muchos de sus compañeros. No pocos mafiólogos consideran que, de no haber sufrido aquella diarrea, y de no haber salido de evacuar justo en el momento en que salió, los muertos del Staunch's Hall habrían sido otros y, tal vez, el cariz de la guerra entre la Mano Negra y la Mano Blanca, también. El propio Frankie Yale podría haber muerto allí mismo.

Todos, o casi todos, los detalles de la Historia real de la Mafia, están de alguna manera utilizados en el cine sobre la materia. Para el siguiente capítulo de esta guerra, debéis recordar el asesinato de Morrie Kessler a manos de Tommy de Vito, por orden de Jimmy Conway, en Goodfellas.

En menos de un mes se habían producido en Nueva York dos matanzas. Demasiado, incluso para una policía que no tenía la fuerza de la actual, y una opinión pública que, por ser aún en parte decimonónica, parecía más o menos preparada para cosas así. Frankie Yale, que tenía una mente mucho más estratégica que la de sus oponentes irlandeses, se dio cuenta de que lo mejor era levantar el pie del acelerador. Sin embargo, eso no significaba dejar de correr. La Mano Negra y la Mano Blanca estaban en guerra, la segunda había sido la que había dado su último golpe, y ahora los italianos no se iban a quedar quietos. De hecho, cuando comenzó la guerra, en aquel periodo de nueve meses en que pasó Yale sin responder por el asesinato de Crazy Benny, el líder de la mafia italiana de Brooklyn ya había tenido que escuchar alguna que otra frase dura por parte de sus lugartenientes. Lo primero con que tiene que lidiar un capo con la mente fría es con su propia gente. La mayor parte de las veces, entre general y soldados se establece una relación parecida a la que Coppola describió entre Vito Corleone y su hijo Sonny. La mayoría de los mafiosos eran, o son, como el personaje interpretado por James Caan: sanguíneos, vehementes, temerarios. Las guerras no pueden parar así como así, a menos que quien las para se exponga a perder su autoridad.

Yale tranquilizó las calles. Pero inauguró una nueva etapa de la guerra entre grupos de crimen organizado en Nueva York: el asesinato selectivo.

Escogió a Charleston Eddie McFarland no tanto por ser la mano derecha de Wild Bill Lovett, puesto que le corresponde más bien a Piernamuerta Lonergan, como por el elevado simbolismo que sabía que tendría esa acción entre su gente. Los italianos sabían que había sido McFarland el que había disparado la bala que reventó la cabeza de Annie Balestro en el Staunch's. Suya fue también la que hirió a Fury Argolia. En la tarde del domingo, 19 de marzo de 1921, Charleston dejaría de bailar mientras disfrutaba de una agradable velada en el Para's Court Theater de Brooklyn.

Charleston Eddie tenía una novia de bastante buen ver, Joan Finnegan. Estaba bastante coladita por ella y ella, por su parte, era una chica de las de antes, de las de noviazgo largo y bastante monótono. Aquellos eran otros tiempos, las oportunidades de ocio eran menores, y eso hacía que fuese habitual que las existentes se repitiesen de una forma casi obsesiva. La parejita McFarland-Flanagan, por lo tanto, iba al cine todos los domingos por la tarde. Iba, además, al mismo cine: el Para's, que estaba a un tiro de piedra del muelle de la Gowanus y en pleno territorio irlandés. Durante todas las semanas que habían pasado desde la mantanza del Staunch's, Willie Two Knife había estado marcando a la pareja y aprendiéndose sus hábitos. Altierri hizo su trabajo de forma excelente. Descubrió que la vida de McFarland tenía cinco puntos en los que se apoyaba: el garage de Baltic Street, la taberna de McGuire, la de O'Brien, los billares Mahar's Pool en la cuarta, y el Para's. Los cuatro primeros lugares ofrecían pocas garantías para una acción limpia, simple y cuyo perpetrador tuviese además grandes posibilidades de escapar.

Willie Altierri comenzó a pelar la pava con Sally Lomenzo, una chica normalita del barrio, que resulta que trabajaba de taquillera. En el Para's, por supuesto. Por medio de las habituales zalamerías y promesas más o menos cumplidas, se ganó su confianza y obtuvo un dato crucial, un dato que acabó de clavar el último clavo del ataúd de Charleston Eddie McFarland: la pareja de novios se había acostumbrado tanto a ir todos los domingos al mismo cine que hasta ocupaban siempre las mismas localidades: las dos localidades de pasillo de la penúltima fila de la sección central, entonces llamada de la orquesta. Detrás había cuatro filas más: el área de fumadores.

Era el momento de telefonear a Capone.

Willie Dos Cuchillos ardía en ganas de matar él a McFarland. Disponía, además, de las habilidades necesarias para ello. Sin embargo, Yale lo juzgó demasiado arriesgado. Al fin y al cabo, un ginzo se tenía que meter en territorio de los micks, entrar en un cine sin ser reconocido, etc. Era algo que podía salir mal de muchas formas, y Yale quería un trabajo perfecto. Capone, que aquel día estaba de excelente humor, bromeó con Yale informándole que le enviaría a Frank Galluch; lo cual era obviamente mentira, por Galluch era el tipo que le había rayado la cara a Capone durante una pelea en sus años mozos y le había dejado la cicatriz por la cual le llamaban Scarface, y que él se pasaba las horas tratando de disimular. Finalmente, el jefe de la mafia de Chicago le dijo a Yale que enviaría a todo un experto: Edward «Honey Boy» Fletcher.

Aquel domingo 19 de marzo, el Para's ponía El retorno de Tarzán, protagonizada por Gene Polar y Karla Schramm; con un cortometraje previo de Charlie Chaplin. Fletcher y Altierri se acercaron por el cine en un Chevrolet y aparcaron en la esquina de la calle DeGraw. En el coche, probablemente, Altierri y Fletcher fueron intercambiando información técnica sobre las formas que utilizaban cada uno para matar a cuchillo. Ambos eran expertos con las armas blancas.

Nada más entrar en la sala oscura, Fletcher comprobó que las filas de fumadores estaban vacías. Eso facilitaba las cosas. Se sentó en la última fila de la sección central, dejando tres asientos de distancia en horizontal entre él y Eddie McFarland.

A Fletcher le gustaban los trabajos rápidos. Entrar, y salir. Así matan los asesinos silenciosos. Pero aquello se le dilató más de media hora. Fletcher, buen conocedor de los usos de su época, sabía que las mujeres de su tiempo tenían costumbres muy fijas. Hoy en día, su asesinato no sería posible debido a los notables avances registrados en la cosmética femenina, porque tú lo vales, que han inventado maquillajes prácticamente eternos que aguantan horas y horas sin retoques. La señorita Flanagan, sin embargo, no tenía de eso. La mujer que en 1921 quería estar perfecta tenía que acudir de cuando en cuando al baño a tunearse. Aquella tarde, sin embargo, el maquillaje aguantó lo suyo, hasta que, finalmente, y tal y como Fletcher había esperado, ella se acercó a su novio y musitó.

-Be right back, sweetheart.

Así pues, «cariño» fue la última palabra que escuchó Charleston Eddie McFarland.

Nada más marcharse ella al baño, Honey Boy se movió sigilosamente de asiento, hasta situarse justo detrás del irlandés.

Morrie, el pobre diablo coñazo de Goodfellas, es asesinado por Tommy de Vito clavándole un punzón en la nuca desde el asiento de atrás de un coche. A Eddie McFarland no lo mató un punzón. Lo mató un cuchillo de carnicero, con una enorme hoja de 12 pulgadas, reafilado hasta que fuese capaz de cortar en dos un pelo en el aire. Fletcher, en menos de dos segundos, rodeó el pecho del irlandés con su brazo izquierdo y con el derecho le cortó la garganta, de parte a parte. Necesitaba cortar la yugular para matarlo rápidamente, y las cuerdas vocales para que no gritase. Ambas cosas las hizo en el mismo corte. Luego, como diría un taurino, se adornó. Le clavó en silencio el cuchillo en el pecho varias veces. Después, sacó de su bolsillo un pañuelo de mujer que traía, secó con él la sangre del cuchillo, y lo tiró a los pies de McFarland. Aquello era un truco para hacer creer a la policía que se había tratado de un asesinato pasional. Además de que las mujeres no suelen hacer esas cosas (por alguna razón que supongo explicarán mejor los sicólogos, en general las mujeres que matan rehúyen los lugares públicos para hacerlo), la policía no tardaría en darse cuenta que, siendo como era McFarland una bestia parda, si lo hubiese matado una mujer habría tenido que tener una fuerza descomunal para una fémina si quería inmovilizarlo con el brazo izquierdo.

Toda una espiral de violencia estaba en marcha.

Poco tiempo después de la muerte de Charleston Eddie McFarland, Giovanni Desso murió a causa de una ensalada de disparos que recibió entre la tercera y 21. Desso no era un asesino, ni siquiera un soldado de la Mano Negra. En realidad, no era nadie.

La muerte de Desso había empezado a fraguarse el 18 de junio de 1921, en una reunión de la cúpula de la Mano Blanca para diseñar un nuevo atentado contra sus enemigos. Poco tiempo antes, Frankie Yale había adquirido un café llamado Sunrise, situado entre la 14 y la 65. El nuevo negocio del italiano era una especie de provocación, puesto que estaba a un tiro de piedra de dos bares ilegales de los irlandeses. Como Yale no podía llevar el negocio él solo, pensó en Anthony Desso. Desso trabajaba en el Adonis de Fury Argolia, donde primero fue portero y luego camarero y era el hombre ideal para levar el negocio. Argolia no le podía negar el traspaso.

Los irlandeses decidieron matar a Tony Desso por esa razón. Encargaron su vigilancia a Edward «The Fart» O'Toole. El Pedo se había ganado ese sobrenombre a causa de su afición desmedida hacia las baked beans, que consumía a todas horas del día (hecho éste inexplicable para el autor de estas notas), y que por ello le producían una repugnante flatulencia casi continua. O'Toole vigiló y marcó a su objetivo, proceso en el que aprendió que todos los domingos visitaba a su hermano Giovanni en el muelle 21, donde trabajaba. Lovett encargó a Pug McCarthy y Needles Ferry el asesinato del gerente del Sunrise. Los dos asesinos, sin embargo, se equivocaron al realizar la acción, y mataron al hermano, cuya única experiencia mafiosa había sido dar un par de manos de hostias a estibadores del muelle que se habían retrasado al devolver los préstamos de la organización.

A las ocho de la noche del día siguiente al asesinato, Giuseppe Balsamo, su número dos Vincenzo Mangano y su asesino preferido, Silk Stocking Gistra, se personaron en el café Sunrise de Yale. Frankie fue directo al tema: quería devolver el golpe, y quería, además, contratar los servicios de los hombres de Balsamo, para ello. Para los mafiosos de Little Italy, ésta era una oportunidad de oro, y no la rechazaron. Aceptaron sin pestañear la petición de Yale de recibir en préstamo a Pietro «Shotgun» Mormillo, Dominick «The Gee» Mormillo y «Bloddy Nino» Mormillo. Los tres hermanos Mormillo eran unos especialistas en camuflarse y disfrazarse para cometer sus acciones.

El domingo, 26 de junio de 1921, a la 1,30 de la tarde, Augie The Wop Pisano recogió a los hermanos Mormillo en la esquina entre la Cuarta y Sackett Street. En un Buick Sedan negro de 1920 (el coche mafioso por excelencia), se dirigieron a Union Street y se pararon frente al mercado de pescado de San Antonio. El mercado estaba cerrado, pero en una de las tiendas les esperaba su dueño, Antonio Fugetta. En la pescadería de Fugetta recogieron la artillería que les hacía falta. Luego Pisano condujo hacia Furman Street.

Una hora antes, Nick Glass Eye Pelicano había telefoneado desde su puesto de vigilancia informando de que Pug McCarthy y Irish Eyes Duggan estaban en el Salón McGuire's, en Furnam. El Buick llegó, y esperó. Hasta que los dos irlandeses salieron y tomaron su propio coche, un Ford Coupe. La calle Furnam era estrecha pero de dos direcciones, y terminaba en los muelles. Para ir hacia Brooklyn, los irlandeses deberían conducir hacia los muelles y una vez allí dar media vuelta por la misma calle. Los italianos los bloquearon allí. Para cuando el Buick se cruzó, los Mormillo habían saltado ya al piso. Escupieron una lluvia de balas sobre el Ford, como dicen los médicos, incompatible con la vida. Luego, entre todos, empujaron al agua el coche con sus muertos dentro.

Habían pasado 11 meses desde que la guerra comenzase. Desde entonces, los italianos habían perdido cuatro miembros, y los irlandeses nueve. Pero, extrañamente, pasaron ocho meses sin represalia alguna. Muchos pensaron que se había producido un alto el fuego.

Lo cual no era verdad. Wild Bill esperaba el momento de su gran golpe.

El líder de la Mano Blanca quería precisamente que los italianos creyesen que se había producido un alto el fuego tácito. De hecho, es lo que Fankie Yale se había permitido pensar en la cena del 7 de febrero de 1922, martes. Yale tomaba en su Sunrise un buen filete en compañía de dos de sus soldados del sector de Bay Ridge: Gino Ballati y Miguel Dimesico. En los últimos tiempos, Ballati y Dimesico se habían consolidado como guardaespaldas del jefe, completando el equipo del que ya formaban parte Augie Pisano y Frenchy Carlino como conductor. Aquella tarde, sin embargo, Yale sólo tenía a la mitad del equipo porque tenía proyectado estar en un lugar bien protegido. Tenía la intención de visitar a Joe «The Boss» Masseria, el jefe de la mafia de Lower Manhattan, y que ese día celebraba en una fiesta en Duane Street, a la que había invitado a Frankie. Hacía poco tiempo, de hecho, que Masseria había sucedido a Inazio Sietta, conocido como «Lupo the Wolf», que había quedado impedido tras un accidente.

Los tres italianos subieron al Cadillac de Yale. Dimesico tomó el volante. Cruzaron el puente de Brooklyn hacia Manhattan. En la curva de Park Row, Dimesico dio un respingo al volante y señaló a Yale a un tipo en la calle. ¡Era Wild Bill Lovett! Los guardaespaldas miraron al jefe en procura de instrucciones. Pero Yale hizo un rictus de desprecio con la boca y ordenó seguir hasta la fiesta. Si era Lovett (que lo era), poco podía hacer en territorio de Masseria.

Aparcaron el Cadillac unos metros más allá, en el aparcamiento de Duane Street. Salieron del coche y se dirigieron lentamente, entre los coches, hacia el baile.

En la puerta del local les recibió una lluvia de balas del 38.

Dos de los proyectiles se quedaron a vivir en el cuero cabelludo de Dimesico. Los 130 kilos de matón se fueron contra la pared, chocaron con ella, y cayeron al suelo como el peso muerto que ya eran.

Ballati y Yale se tiraron al suelo. El guardaespaldas trató de ganar un mobiliario urbano de piedra tras del cual protegerse, pero en el movimiento se llevó una bala en el hombro. Fríamente, sin embargo, el experimentado soldado de la mafia había sido capaz de localizar la ventana en el segundo piso de un edificio de enfrente desde donde se producían los disparos. Pero no podía contestar. El balazo le había dejado inútil para la lucha. Yale, por su parte, estaba pegado al suelo, ofreciendo un blanco lo más difícil posible, sin mover ni un pelo del culo. Esperó interminables segundos, creyendo que los hombres de Masseria, oyendo los disparos, saldrían a la calle en tropel. Pero no contaba con que el baile ya había comenzado. De hecho, dentro de la sala había tal follón que nadie, absolutamente nadie, había oído los disparos.

Cuando se dio cuenta de ello, Frankie Yale se dio cuenta de que tenía que ganar la puerta del salón de baile, o era hombre muerto. Así que preparó el movimiento y, finalmente, saltó lo más ágilmente que pudo hacia la puerta. Cuando agarró el pomo, sintió la primera bala chocar contra la madera de la puerta, a unos centímetros de su cabeza. La segunda le dolió bastante más cuando, viajando desde su espalda, se alojó en su pulmón derecho.

Cuatro médicos intervinieron a Yale durante cuatro horas en el Gouvernour Hospital.

La policía hizo pleno en sus sospechas. Detuvo a Garry Barry y Joey Bean, que de hecho eran quienes dispararon desde el segundo piso; a Pegleg Lonergan, que era el marcador que había vigilado la llegada de los italianos. Y a Wild Bill, que había ordenado la operación y que si estaba por las cercanías era para asegurarse que el trabajo se hacía. Pero cuando los policías llevaron al hospital a los cuatro irlandeses, Yale se mostró indignado y les preguntó cómo se atrevían a traer a su amigo Lovett en calidad de sospechoso.

El 1 de marzo, Yale abandonó el hospital, no sin entregar cien dólares a cada uno de los cirujanos que le habían operado y veinte a cada una de sus enfermeras. Aunque los hechos tienen un pálido paralelismo con los sucesos contados en The Godfather es, como digo, pálido. Yale nunca estuvo en peligro de ser rematado en el hospital por los irlandeses. La policía temía esa posibilidad, y se ocupó de no permitirlo. Se pongan Mario Puzo y Coppola decubito prono o decubito supino, lo cierto es que no hay policía en el mundo, al menos de un país democrático, que pueda soportar el escándalo de que a alguien contra quien se ha atentado en la calle sea rematado en el hospital.

Masseria quería una vuelta rápida de Yale a Brooklyn. En Manhattan ya había demasiados tiros a causa de su guerra con los llamados turcos, es decir Salvatore Maranzano, Joe Profaci, Thomas «Three Finger Brown» Luchese, Joseph «Joe Bananas» Bonano, o Stefano Maggadino. Yale regresó a su barrio sano y salvo, y allí se enteró, por Willie Altierri, de que la policía tenía algunos indicios que identificaban a Joey Bean como uno de los autores de los disparos contra él.

La Mano Negra convocó una reunión de alto estado mayor en la tarde del 22 de marzo de 1922.

Yale invitó al propio Masseria a la reunión de marzo del 22. El capo de la mafia de Manhattan, sin embargo, prefirió no ir (no le gustaba salir de su feudo), aunque envió a su lugarteniente Vittorio «The Proffesor» Pascale. Quien sí asistió fue Balsamo, acompañado por sus inevitables Mangano y Guistra; Two Knife Altierri, Augie de Wop, Tony Yale, Fury Argolia, Chootch Gianfredo y Glass Eye Pelicano. En realidad, Yale había convocado aquella reunión para responder al golpe con golpe, así pues quería hablar del asesinato de Joey Bean. Sin embargo, allí estaba Pascale, uno de esos personajes de la mafia dotados de mayor cultura y una mentalidad más estratégica. El profesor, entre frases alambicadas que algunos de sus oyentes tenían dificultades para comprender, propuso otra derivada distinta, derivada que inmortaliza el guión de la tercera parte de The Godfather cuando hace decir a Michael Corleone: «cuando vienen, vienen a por lo que más quieres».

Frío, calculador, se diría que divertido, Pascale propuso el asesinato de Petey, el hermano de Joey Bean.

El 8 de agosto de 1922, domingo, en efecto, Petey Bean murió, aunque lo hizo en unas circunstancias bastante extrañas que, a mi modo de ver, no permiten asegurar que fuera la mafia quien lo mató. Todo ocurrió, como digo, de una forma muy extraña. A las tres de la tarde, las nubes habían comenzado a descargar una potente tormenta sobre Nueva York. Una hora y media después de la tormenta, Kathy Culkin, la hermosa mujer de un policía, le esperaba en Coney Island para irse juntos a casa después de que él volviese del trabajo. Quien llegó, sin embargo, no fue el marido, sino Petey Bean, que había recibido mientras bebía en McGuire's una nota en la que, supuestamente, Kathy le decía que le gustaba mucho y que quería que se viesen.

Petey se acercó a la chica con grandes confianzas, pero fue inmediatamente rechazado por ella, que, claramente, no había escrito nota alguna. Eso hizo que el irlandés se pusiera un tanto violento con la chica pero, finalmente, se retirase ante la reacción de las personas del entorno. Comenzó a llover de nuevo y Petey se refugió en algún lugar cercano. Durante ese tiempo, Dan Culkin, el marido, llegó para encontrarse con su mujer, la cual, entre lágrimas, le refirió la historia del acoso de que había sido objeto por un extraño irlandés. Culkin salió a buscarlo, y lo encontró. Declararía que ambos pelearon y que Bean resbaló, se cayó y se mató. Los forenses, sin embargo, dictaminaron que la grave fractura que presentaba el hueso frontal del irlandés no se la pudo causar cayéndose al suelo, sino por el impacto de algún objeto contundente. El Gran Jurado, sin embargo, dictaminó lo que el lenguaje procesal estadounidense denomina una «no-true bill», que es algo así como el dictamen de que el acusado no ha cometido un crimen. Esto fue así porque un médico asistente, el doctor M.E. Martin, declaró que había establecido que la causa de la muerte de Bean no había sido el golpe en la cabeza, sino un ictus cerebral que atribuyó a su alcoholismo.

¿Pudo la mafia organizar aquellos hechos? Posible, es. Por mucho que se dictaminase la muerte de Bean por causas naturales, nunca se consiguió dar una explicación plausible a la fractura de su hueso frontal. Y los italianos tenían contactos sobrados en la policía y entre los forenses como para haber arreglado un par de cosas.

Para colmo, más o menos en aquella época, un miembro de la Mano Blanca llamado Wally «The Squint» Walsh, consiguió algún que otro testimonio en la calle que le permitió situar a Willie Altierri en la escena del crimen de Charleston Eddie McFarland (sobre todo, logró averiguar, sin sombra de duda, la relación del italiano con la taquillera). Wild Bill Lovett no se lo pensó dos veces. A causa de las sospechas que tenía de que Bean había sido asesinado por la Mano Negra, y de las nuevas que le llegaron sobre el asunto del cine y el cuchillo, decretó la condena a muerte de Altierri, desencadenando una acción que tendría unas consecuencias inimaginables para el mundo del crimen organizado.

Estamos en el 28 de octubre de 1922. Dos y media de la tarde. Un Lincoln negro de 1921 dobla una esquina e ingresa en la Court Street, circulando despacio hasta pararse en la entrada del Veronica's Fruit & Vegetable Market. El coche va conducido por Eddie Lynch, que coloca el vehículo en punto muerto. En los asientos de atrás viajan Joey Bean y Joey «The Bug» Callaghan.

Los viajeros del coche discuten brevemente. Callaghan y Lynch creen que su objetivo aún no ha llegado. Pero Bean dice que no es verdad; que le ha visto ya sentado en el sitio donde se supone que lo van a encontrar. Recordemos, en este punto, que la acción contra Willie Altierri era una venganza por la muerte del hermano de Bean. Es posible que el irlandés estuviese impaciente por tomarse la justicia por su mano y que, por lo tanto, más que ver, quisiera ver.

Lynch, con un suspiro, metió la primera. Ésta era siempre la señal para los asesinos de abandonar el coche.

Junto a la puerta del mercado se encontraba el objetivo de la Mano Blanca aquella tarde: el Carmine's Bootblack, regentado por Carmine Balsamo, sobrino de Don Guiseppe. Ser hijo de la hermana de la madre del capo mafioso era su única relación con la Mano Negra. Carmine no realizaba labores de vigilancia para la Mafia, ni era corredor de apuestas, ni cobrador de préstamos, ni participaba en el tráfico de alcohol ilegal o en la prostitución. Carmine Balsamo era un ciudadano honrado que se ganaba la vida honradamente limpiando zapatos. Su tienda, en lugar de escaparate, tenía tres enormes sillones a media altura, donde sus clientes se sentaban, periódico en mano, mientras él les dejaba los zapatos como espejos. Los hombres de la Mano Negra solían frecuentar su local y le tenían gran cariño. De hecho, Gina Balsamo, hija de Carmine, era ahijada del mismísimo Frankie Yale. Esas amistades habían hecho que Carmine's fuese, de hecho, un monopolio. Todos los limpiabotas que habían intentado establecerse en Brooklyn habían sido «convencidos por las circunstancias» de cerrar sus negocios.

Los dos irlandeses se quedaron de pie frente a un cliente que estaba sentado mientras Carmine le limpiaba los zapatos. El dueño de la tienda se volvió y, nada más verlos, entendió. Gritó algo, se levantó y saltó hacia el interior de la tienda. El cliente no tuvo tiempo para eso. Sólo pudo mirar a los extraños y negar con la cabeza, antes de recibir una lluvia de balas en el pecho.

Bean y Callaghan huyeron del lugar con rapidez, convencidos de dejar atrás lo que dejaron: un cadáver. En el coche, iban exultantes y seguían estándolo en el garage de Baltic Street, donde contagiaron su alegría a Wild Bill Lovett. Habían matado a Willie Altierri. Dos Cuchillos había pagado por lo de McFarland, y quién sabe por cuántas cosas más. En muy poco tiempo, habían herido gravemente al propio Yale y se habían cargado a una de sus manos derechas.

La euforia les duró hasta los periódicos de la tarde.

El muerto no era Willie Altierri. Bean se había equivocado. La persona que estaba limpiándose los zapatos no era Dos Cuchillos, aunque la verdad es que se le parecía. Pero, como digo, no era él. Era un mafioso a tiempo parcial, mayormente un ciudadano de todo respeto, padre de seis hijos, llamado Antonio Gibaldi.

Antonio Gibaldi no estaba llamado a hacer carrera en la mafia. Estaba llamado a ser un italiano más de Brooklyn, dedicado a labores honradas, con conocimientos, sí, entre los soldados de la Mano Negra; pero quién, en aquellos barrios, en aquellos tiempos, no los tenía. Su pecado fue ir a limpiarse los zapatos al mismo sitio que lo hacían los mafiosos (lo cual tiene su lógica, porque era el único sitio disponible en la zona). Hasta aquel día de octubre de 1922, el destino decía que Gibaldi sería un típico pequeñoburgués de principios de siglo, y sus hijos los típicos burgueses italoamericanos que algún día tendrían hijos y nietos que podrían ser incluso alcaldes de Nueva York. Todo eso, sin embargo, se fue a la mierda.

En Carmine's se presentó un joven de 18 años, espigado y contrito. La policía, a indicación del propio Carmine Balsamo, lo dejó pasar. Era Vincenzo Gibaldi,el hijo mayor de Antonio. En aquel momento, es muy probable que Gibaldi hijo jamás hubiese tocado un arma. Pero la visión de su padre descerrajado contra el sillón del limpiabotas lo cambio todo. Algo nació en él. Algo que cambiaría su vida toda.



La vida de Vincenzo Gibaldi, desde el momento en que vio el cadáver de su padre envuelto en sangre en plena calle y el día en que, siendo ya uno de los principales pistoleros de Al Capone, hiciese para él trabajos muy especiales, daría, ella sola, para una película.

El funeral por Antonio Gibaldi se celebró en el cementerio de Cypress Hills. Al día siguiente de las exequias, su hijo Vincenzo se presentó en una tienda de objetos deportivos de la calle Fulton y compró un rifle de aire comprimido Daisy y varias cajas de balines. A partir de entonces, el arma y las balas fueron sus compañeros, junto con los escritos de un sheriff de Kansas reconvertido a periodista, William Barclay Masterson, quien le había enseñado a Gibaldi, a través de la lectura, que el pistolero ha de tener tres grandes características: coraje, habilidad con el arma y sangre fría. Estas son las tres cosas que Vince Gibaldi comenzó a educar apenas unas horas después de haber enterrado a su padre. En abril de 1923, coincidiendo con su cumpleaños, se compró un revólver del 38.

Dos días después de la adquisición, el 17 de abril, Vincenzo le pidió prestado a su hermano Frank su Chevrolet marrón. Luego fue a una armería en la zona comercial de Brooklyn, donde compró una caja de balas del 38. De allí condujo al local de la calle Furman que había estado vigilando discretamente los últimos quince días. Encontró rápidamente lo que esperaba encontrar ahí: un LaSalle negro. Miró el reloj. Eran las nueve y cuarto de la noche.

Alguien salió del McGuire's, la taberna de la calle Furnam, y se subió al LaSalle. Condujo hacia el sur, precisamente al lugar donde, realizando el cambio de sentido, habían encontrado la muerte Irish Eyes Duggan y Pug McCarthy el 26 de junio del año anterior. El LaSalle tomó dirección hacia la avenida Flatbush, hasta llegar a las instalaciones del ferry que cruzaba el río hasta Fort Lee, en New Jersey. Ambos coches entraron en el barco. Gibaldi aparcó el suyo justo a la derecha del LaSalle. Cuando el ferry atracó en New Jersey, Gibaldi siguió al coche negro. Finalmente el coche llegó a su destino, y su conductor salió de él. Por la actitud en la salida, Gibaldi se dio cuenta de que para entonces su perseguido ya no las tenía todas consigo, y algo sospechaba. Él también salió del Chevrolet. Sin esperar más, Vince Gibaldi, recordando el consejo de Bat Masterson de que quien dispara primero dispara dos veces, levantó el revolver, y apretó el gatillo.

Pum. La primera bala estalló en el pecho de la víctima, quien se echó hacia atrás. No había caído aún cuando ya Gibaldi le había disparado otras dos veces. Y tres más ya en el suelo. Fríamente, Gibaldi recargó el revolver con otras seis balas, y las disparó parsimoniosamente en diversas partes del cuerpo de su víctima. Repitió la operación dos veces más, hasta dispararle 24 veces.

En el suelo, Jimmy The Bug Callaghan, uno de los asesinos de Antonio Gibaldi, yacía muerto. En la mano derecha, alguien le había dejado unas monedas, tres níqueles con la cabeza de un indio. La firma de su asesino.

Mucha gente en Nueva York, al leer este detalle en los periódicos, pensó en la firma de un asesino en serie. Todos, menos uno: Frankie Yale. Para ser un buen jefe mafioso hay que tener inteligencia para cosas como ésta. Yale fue, que se sepa, la única persona que se dio cuenta del significado de estas tres monedas, que con el tiempo se convertirían en la firma de Gibaldi como pistolero profesional.

En el local de Carmine Balsamo, limpiar los zapatos costaba tres níqueles.

El jefe de la Mano Negra de Brooklyn hizo llamar urgentemente a Vincenzo Gibaldi. Cuando lo tuvo enfrente, le informó a bocajarro de que se había dado cuenta de que él había sido el asesino de Callaghan. Si Gibaldi tuvo miedo tras esa confesión de que Yale fuese a castigarlo por haber realizado una acción así, su temor se disolvió pronto. Yale, con una sonrisa, le ofreció emplearse en la Mano Negra como asesino profesional. El joven Gibaldi no le hizo ascos a la propuesta pero, dijo, antes tenía un par de cosas que hacer.

Yale entendía, obviamente, que la intención de Gibaldi era ir a por los asesinos de su padre. Así pues, razonó que su siguiente víctima sería Joey Bean. Pero se equivocó. En realidad, el joven Vicenzo tenía mucha más sangre fría, y mucha más ambición, de la que nadie, incluso Yale, había imaginado.

A las nueve de la noche del sábado 12 de mayo de 1923, Wild Bill Lovett se enconbtraba en su casa de Front Street, cambiándose de ropa. A las diez habían quedado en ir a buscarle para llevarle a una sala de fiestas llamada Buckley's. Lovett iba allí casi cada sábado.

Lovett vivía entonces en un edificio de tres plantas que por la parte de atrás tenía una escalera de incendios cuya solidez había comprobado ya Gibaldi en sus visitas furtivas a la zona. Por allí escaló silenciosamente Vincenzo. El joven entró en el edificio con mucha cautela y entró en el piso de Lovett en el justo momento en que éste se encontraba frente al espejo... con los pantalones bajados.

Gibaldi levantó con tranquilidad su revólver, apuntó al pecho del irlandés, y disparó. Le acertó en la mitad derecha. El topetazo del disparo dio con Lovett en el suelo, pero el irlandés era una persona experimentada en esas lides. Cualquiera de nosotros se había quedado quieto, pero él comenzó a reptar por el suelo hacia la cama, para intentar llegar a su propia arma, que estaba colgada de uno de los extremos de la cama, enfundada.

El pistolero, que no había esperado fallar en su primer disparo, hizo otros dos más a la figura moviente de Lovett. Uno le acertó en un hombro y el otro en un muslo. Cada vez más nervioso, disparó tres tiros más que no le dieron. En ese momento, se dio cuenta de que no podría matar a Lovett. El revólver estaba vacío, debía recargarlo, y el irlandés estaba cerca de su arma. Así pues, se acercó a la ventana y, antes de huir, cogió un níquel y lo tiró en la habitación.

Lovett fue ingresado en el hospital Cumberland, operado de urgencia e ingresado como paciente durante dos semanas. En ese tiempo, el mando sobre la Mano Blanca recayó en Pegleg Lonergan, quien estaba, lógicamente, convencido de que el atentado contra Lovett era una acción de la Mano Negra como respuesta a la agresión sobre Yale. El 18 de mayo por la noche, cuando Lovett aún estaba en el hospital, recibió el soplo de que Two Knife Willie Altierri estaba jugando al póker en la calle 18 de Brooklyn. Eddie Lynch y Joey Bean irrumpieron en el piso con las armas en la mano. Cuando Altierri estaba ya pensando en que aquellos eran los últimos segundos de su vida, Inazio Amadeo, el dueño del lugar donde se celebraba la partida, perdió los nervios, se levantó, y se fue contra Joey Bean, quien le disparó en el pecho a bocajarro. Justo el tiempo que necesitaba Altierri para huir por una ventana.

A las nueve y media del 20 de mayo, un Chevrolet marrón recorrió la Dean Street. En la esquina de esta calle con la quinta vivía Joey Bean. Gibaldi entró silenciosamente en la casa y encontró al irlandés a punto de entrar en el dormitorio para unirse con su mujer. Le disparó seis balas seguidas. La mujer de Bean comenzó a gritar mientras el asesino abandonaba el lugar lentamente. En la puerta de la casa, se volvió y tiró hacia adentro un níquel con la figura de un indio.

En apenas 33 días, un joven de 19 años había acabado con dos pistoleros de la Mano Blanca y había estado a punto de hacer lo mismo con su líder. Nadie en la Mano Negra podía exhibir un curriculum como ése.

Al Capone visitó a Frankie Yale en Nueva York. Bebieron en el Adonis Club. Scarface había oído hablar de aquel Vincenzo Gibaldi, y quería saber cuáles eran las intenciones de Yale respecto a él. Pero el jefe de la mafia de Brooklyn ya no estaba interesado en el chico. Tras la acción de Lovett, había llegado a la conclusión de que era demasiado impulsivo; el típico pistolero que puede meterte en problemas a base de meter los pies en los charcos. Le dio vía libre a Big Al. Capone hizo llamar a Gibaldi, y le ofreció 300 dólares a la semana.

Y fue así como Vincenzo Gibaldi, apenas un mes después de la muerte de su padre, un mes después de comprar su primer rifle, se fue a Chicago y se convirtió en «Machine-Gun» Jack McGurn, uno de los principales pistoleros de Al Capone.

El viernes, 17 de agosto de 1923, Ana Lonergan cumplió su sueño acariciado durante años. Mientras daba vueltas bailando con unos y con otros en el Patrick Mulhern Caterers de la Cuarta Avenida, la hermana de Pegleg Lonergan todavía no podía creer que, finalmente, su amor de toda la vida, Wild Bill Lovett, le hubiese dicho, finalmente, que sí. Los quince días de luna de miel de la pareja en el Catskill Mountain Resort Hotel sellaban, pensaba Ana, una época en la vida de su ya marido.

¿Por qué accedió casarse Lovett? No lo sabremos nunca con certeza. Es posible que se sintiese mayor, y también es posible que se sintiese, si era realista, menos poderoso que antaño. Para cualquier persona con dos dedos de frente era bastante claro que la Mano Negra estaba ganando la guerra. Que, igual que había ocurrido en Chicago, donde Al Capone estaba barriendo a las mafias originales, los italianos llevaban camino de hacerse con el crimen organizado en Nueva York. Y estaba la insistencia de Ana, enamorada de aquel hombre desde el Cretácico y decidida a cambiarle la vida.

De hecho, cuando la pareja regresó de su luna de miel, Ana impuso la búsqueda de su nueva casa fuera del entorno ya conocido de Brooklyn. Se fueron incluso fuera de Nueva York y allí, lejos de la gran ciudad, comenzó el lento pero constante proceso de convencimiento femenino para que Lovett abandonase la dirección de la Mano Blanca. En realidad, Lovett transigió por el hecho claro de que, retirado él, sería Pegleg quien le sucediese. De esta manera, él seguía teniendo vínculos intensos con la Mano Blanca.

La «dimisión» de Wild Bill Lovett se produjo el 21 de septiembre de 1923, en el garage de Baltic Street. De esta manera Richard Lonergan fue investido nuevo jefe de la banda.

Wild Bill y su mujer se fueron a vivir a un chalé a Little Ferry, New Jersey. Lovett se empleó como soldador en los astilleros de la ciudad, pero por el astronónico sueldo de 250 dólares a la semana. Los antiguos protegidos de la Mano Blanca pagaron parte de su tributo con aquel sueldo.

El 31 de octubre de 1923, Lovett llevaba ya como un mes en su nueva vida y daba la impresión de ser intensamente feliz. Probablemente, lo era. Ganaba más que la mayoría de los asalariados, vivía au dessus de la melée, tenía una mujer que le amaba, una casa envidiable, y ninguna de las preocupaciones inherentes a la dirección de una organización criminal. A su mujer no le extrañó que, aquel día, le dijese que se iba a acercar por Brooklyn para tomar una copa con sus viejos compañeros.

Así lo hizo. Lovett condujo hasta la Bridge Street, en cuyo número 25 había un local de expedición de alcohol llamado Lotus Club. Ningún miembro de la Mano Blanca estaba allí, pero eso no le importó a Lovett, quien se dedicó a beber en compañía de Joe Flynn, un estibador al que conocía. Pasaron tres horas bebiendo juntos sin parar hasta las 10,30, hora en la que Flynn se marchó del local, más reptando que andando.

Una vez que se quedó solo, Lovett se dio cuenta de que no podía volver a casa. Estaba al borde del coma etílico, así pues la opción de conducir era implanteable. Así pues, puesto que conocía bien el local, se arrastró a la trastienda, buscó un banco de madera que había allí, y allí se acostó a dormirla.

Media hora después, a eso de las once, ya no quedaba nadie en el local, excepto John Flaherty, el encargado. Al comprobar el local antes de irse, Flaherty descrubrió a Lovett, profundamente dormido en la trastienda. No quiso molestarlo. Con una sonrisa comprensiva, decidió marcharse dejando al irlandés dentro.

Al salir se encontró con el portero de la finca, el italiano Antonio Maglioni, que también hacía de barrendero en el local. Le comentó, más como un chiste que como otra cosa, que Lovett se quedaba dentro.

Una confesión inocente que selló su destino.

Maglioni se quedó barriendo el local una hora más. Después, se marchó a su casa, en la Cuarta Avenida, muy cerca del garage de la Mano Negra. De hecho, tenía que pasar por delante de él y, cuando lo hizo aquella noche, quiso la casualidad que Willie Altierri lo saludase. Maglioni ni era un chivato ni quería la muerte de Lovett. Él se limitó, como Flaherty, a comentar algo inusitado, como era el hecho de que Lovett se hubiese tenido que quedar a dormir en el Lotus. Pero, obviamente, Altierri hizo una lectura completamente diferente del dato.

Altierri fue a buscar a Augie The Wop y a Silk Stocking Guistra.

Los tres llegaron al Lotus a la una y cuarto de la madrugada. Allí encontraron a Lovett, y le dispararon catorce veces. Lo que ocurrió es que los italianos venían tan mamados del garage de la Mano Negra que, increíblemente, pese a disparar contra un objetivo dormido y quieto, sólo le dieron tres veces, y ninguna de ellas mortal. Lovett acabó por despertarse y, cuando se dio cuenta de lo que pasaba, comenzó a buscar su arma. En ese momento, Dos Cuchillos apartó por un momento los velos del alcohol para terminar el trabajo con uno de sus cuchillos, para siempre.

Lo que siguió a la muerte de Lovett es lo más parecido a una guerra en las calles que se puede imaginar. En poco más de un trimestre, 19 italianos y 21 irlandeses fueron asesinados. El 4 de noviembre, apenas unos días después de la muerte de Lovett, el primero de la lista fue Antonio Maglioli, es decir el portero que, casi sin querer, había dado la pista sobre Lovett; fue atropellado mientras se dirigía a la boda griega de la hija de un amigo suyo. La Nochebuena de 1923, fue Eddie «Ducky» Callaghan, primo de Eddie Lynch, quien fue asesinado.

La guerra siguió, con distinta intensidad, hasta finales de 1924. Terminó porque Yale hizo un movimiento maestro. Atendiendo a las peticiones de Al Capone, Frankie Yale y algunos de sus guardaespaldas viajaron a Chicago y, allí, dispararon y mataron a Dean O'Bannion, el líder de la mafia irlandesa de la ciudad que todavía luchaba por la supremacía de la ciudad con Capone. Aquellos eran otros tiempos y los jefes mafiosos no eran todos tipos que viviesen en mansiones o en plantas de hoteles de lujo (como Capone), sino que tenían la fachada de una simple vida honrada. La de O'Bannion era su presunta profesión de florista, y a su tienda fueron los italianos a verlo y a matarlo.

Como contraprestación por este trabajo, Capone apoyó la candidatura de Frankie Yale al frente de la Unione Siciliana, lo que años después cristalizaría en el Sindicato del Crimen, lo cual le dio contactos con organizaciones italianas de todo Estados Unidos. Pegleg Lonergan y su menguante Mano Blanca no podían contra algo así.

En la noche del sábado, 17 de enero de 1924, se produjo una escena casi increíble: Pegleg Lonergan, Eddie Lynch y Ernie The Scarecrow, entrando por la puerta del Club Adonis. El propio Yale les había invitado. Se firmó la paz mediante la demarcación de las correspondientes comunidades autónomas. Yale y Lonergan se repartieron Brooklyn como buenos hermanos. Los italianos se quedaron los llamados Green Docks, mientras que los irlandeses se quedaron los Greenpoint Piers.

La paz duró cinco meses. Hasta que los irlandeses se dieron cuenta de que, oh casualidad, el tráfico de Greenpoint Piers, mayormente internacional, decaía constantemente, mientras que en los muelles de los italianos, casi todos dedicados al tráfico interior, se mantenía. Es difícil que Yale previese este hecho, pues para ello habría tenido que ser un experto economista; pero el hecho es que ocurrió, y que los irlandeses se sintieron engañados por ello. Así las cosas, Lonergan ordenó comenzar las actividades en los muelles de los italianos como si no hubiese habido acuerdo. El viernes, 19 de junio, Augie The Wop Pisano y Silk Stocking Guistra se encontraron en uno de estos muelles, el de las Intercoastal Shipping Lines, con Ernie Skinny Shea y Wally The Squint Walsh. Los irlandeses intentaron defenderse, pero Guistra fue especialmente rápido y dejó seco de un tiro a Walsh. Como respuesta, en los días siguientes la Mano Blanca acabó con tres soldados de la Negra: Antonio Abondando, Victor Cerullo y Michael D'Onofrio.

La guerra, sin embargo, no tuvo esta vez color. En diciembre de 1925, le había costado ocho vidas a la Mano Negra, y 26 a la Mano Blanca. La derrota se mascaba entre los irlandeses. Lonergan seguía apoyando una estrategia de enfrentamiento, pero la sensación de que iba a perder hizo que algunos comenzasen a pensar en arreglar las cosas por su cuenta.


En la tarde del 12 de diciembre de 1925, Eddie Lynch, uno de los principales lugartenientes de la Mano Blanca, hizo saber a Frankie Yale que quería verle.


Comenzaba el último acto de la guerra entre la Mano Negra y la Mano Blanca.



Eddie Lynch hizo su entrada en el Adonis a las 3 de la tarde del jueves, día de Nochebuena de 1925. El lugar era una fiesta, porque llegaba la Navidad, y también porque llegaba Al Capone, una vez más de visita a sus hermanos neoyorkinos. Aunque esta vez, el motivo era otro. Sonny Capone, el hijo del capo de la mafia, había desarrollado una infección del mastoide en su oído izquierdo que amenazaba con dejarle sordo o incluso con segarle la vida. Los médicos en Chicago poco hicieron por él, así pues el padre se volvió hacia Nueva York buscando un cambio de suerte. Puso a su hijo en las manos del doctor Lloyd, en el hospital de San Nicolás de Manhattan. La operación fue un éxito total y, precisamente por eso, Frankie Yale había decidido invitar a su amigo a compartir con él la fiesta de la víspera de Navidad.

Cuando llegó Lynch, Yale hizo un aparte con él y, nada más dejarle hablar, se quedó helado. Yale sabía que Lonergan era inasequible al desaliento y que, por lo tanto, algo intentaría en el marco de la guerra entre la Mano Negra y la Mano Blanca. Pero no podía pensar que el irlandés de pata de palo fuese tan temerario como para diseñar la operación que había diseñado.

Según Lynch, Lonergan entraría esa misma noche en el Adonis con la intención de no dejar títere con cabeza.

Pensaba hacerlo con un equipo de seis hombres: él mismo, Aaron Harms, Patrick «Happy» Maloney, Joseph «Ragtime» Howard, James «No Heart» Hart y Jack Needles Ferry. Estos hombres eran, probablemente, la última guardia pretoriana que le quedaba a Lonergan en una organización criminal que se disolvía como un azucarillo a pasos agigantados.

Los nombres, en todo caso, arrancaron a Yale una sonrisa. Los conocía. Todo el mundo se conocía en aquel mundo del hampa. Maloney, Howard y Hart ni siquieran eran pistoleros. Eran conductores de camiones de alcohol. Lonergan no había tenido más remedio que confiar, para la operación más difícil de su vida, en becarios del crimen.

Yale decidió que no había motivo para no hacer la fiesta.

A las siete de la tarde, Capone llegó al Adonis. Le recibió el gotha de la mafia neoyorkina: Frankie Yale, Don Giuseppe Balsamo, Augie The Wop, Two Knife, Frenchy Carlino, Tony Yale, Vince Mangano, Chootch Gianfredo, Glass Eye Pelicano...

A las ocho no había menos de sesenta miembros de la Mano Negra en el local. Nadie reparó en que Capone, en lugar de participar en la fiesta, se pasaba el rato mirando a la calle por una ventana. De repente, se volvió hacia sus guardaespaldas, Scalise y Anselmi, y les hizo una seña. Inmediatamente, los dos pistoleros se escondieron detrás de unas pesadas cortinas.

Pocos segundos después, los seis irlandeses entraban por la puerta.

Tal y como Al Capone había previsto, los seis se quedaron parados y pegados cuando le vieron allí. Capone, que era una persona de extrema frialdad, incluso se permitió bromear con ellos. Todo el mundo, los irlandeses también, sabía que el ahora jefe de la mafia de Chicago, una vez, cuando era muy joven, había trabajado de portero precisamente en el Adonis Club. Afectando serlo todavía, Capone se acercó a los micks y, amablemente, les indicó un perchero para que colgasen sus abrigos. Obviamente, Lonergan contestó afirmando que no había ido allí para ninguna fiesta y gritando: «¡Que nadie se mueva!»
En ese momento, tal y como Yale y Capone habían instruido a todo el mundo, Fury Argolia apagó las luces del local, y todo el mundo, sin disparar, se metió debajo de las mesas. Eso sí, el local no quedó completamente a oscuras. Seguía encendida una pequeña lámpara, justo al lado de los irlandeses.

Lonergan, sus pistoleros y sus camioneros reconvertidos comenzaron a disparar a la oscuridad. No le dieron a nadie, claro. Todo el mundo estaba escondido. Bueno, todo el mundo, no. Anselmi y Scalise habían salido de su escondite, y comenzaron a rociarlos de balas, aprovechando que ellos estaban en la oscuridad y a los irlandeses se les veía perfectamente.

La primera andanada hirió únicamente a Ferry y Maloney. Todos los irlandeses, aún vivos, buscaron refugio contra las balas. Intentaron disparar a los italianos, ahora acompañados por el mismísimo Capone. Pero se habían refugiado detrás de la barra del bar, a oscuras, desde donde disparaban con ventaja.

Maloney recibió tres balas en el pecho. A Howard le alcanzó una sola bala, pero en la nuca. Harms también cayó.

Quedaban Lonergan, Hart y Needles Ferry. No Heart decidió tratar de ganar la puerta y salir de allí. Lonergan se refugió bajo el piano de la sala de fiestas. Ferry no podía moverse: temía balas en ambas piernas. Capone ordenó que se encendiesen las luces un segundo; suficiente para localizar a Ferry, sentado e indefenso. Le metieron 18 balas.

Se ensañaron tanto con Ferry que le dieron a Hart el tiempo que necesitaba para desaparecer por la puerta. Después, ya solo, Lonergan se defendió desde el piano disparando hasta que Capone, en franca ventaja, le colocó tres balas en el cuero cabelludo.

La Nochebuena de 1925, con el último suspiro de Richard Pegleg Lonergan, terminó la guerra entre la Mano Negra y la Mano Blanca. Frankie Yale había ganado.

Eso sí, los más suspicaces ya habréis caído en que la escena que describía yo en la primera entrega de esta pequeña serie era la demostración de que aún no lo hemos contado todo.

Esta historia tiene un epílogo.



Frankie Yale era ahora el absoluto dueño del crimen organizado en Brooklyn, presidía la Unione Siciliana, y era respetado por el hampa de toda América. Y así siguió reinando hasta el verano de 1928.

El 1 de julio de 1928, tras años de liderazgo, le llegó el momento a Frankie Yale de ser agradecido y generoso. Una petición le llegó, nada menos que de Chicago. Tres años antes, en 1925, el cabeza de la Unione Siciliana en Chicago, Miguel Genna, había muerto envenenado por los hombres de George «Bugs» Moran, el sucesor de Dion O'Bannion al frente de la mafia irlandesa rival de Capone. Capone había colocado en su lugar a Sam «Samoots» Amatuna. Pero nueve meses después del nombramiento, mientras se afeitaba en una barbería, los hombres de Moran lo localizaron y tapizaron el suelo del local con sus sesos. Tras ese asesinato, Capone apoyó la candidatura de Tony Lombardo, pero apareció la competencia de Joseph Aiello, a pesar de la mala imagen que tenía entre los italianos por haber hecho negocios con Moran. Así las cosas, Capone llamó a Yale y le pidió que, como presidente de la Unione, apoyase la candidatura de Lombardo.

Pero Yale dijo que no.

Formalmente, Frankie Yale adujo que no quería meterse en temas de Chicago. Pero eso no es creíble. Más lo es el hecho de que, en 1928, se había hecho poderoso, muy poderoso, y se sentía con capacidad de enfrentarse a su viejo amigo Capone. Por eso, de hecho, decidió engañarlo.

Yale y Capone eran socios por aquel entonces. El segundo recibía su alcohol ilegal en barcos que atracaban en Long Island. Una vez pasada la carga a camiones, éstos tenían que atravesar Nueva York, cosa que hacían con la protección de Yale.

En la primavera de 1927, comenzaron a desaparecer camiones. Al principio, Capone pensó que la policía se había vuelto lista. Pero, finalmente, cuando vio que la sangría no paraba, decidió hacer uso de un contacto: James Filesi DeAmato, uno de los hombres de Yale, amigo de juventud de Capone.

Filesi vigiló discretamente, y una noche comprobó que Vincenzo Mangano y los termibles hermanos Mormillo, teóricos guardaespaldas de un camión, lo desviaban en Hamilton Street y lo llevaban al garage de Yale, donde lo descargaron.

Así pues, Frankie Yale le estaba robando a Alphonse Scarface Capone.

Para colmo, el 7 de julio de 1927, a las nueve y media de la noche, mientras Filesi caminaba justo delante del número 123 de la calle 22, un coche a toda velocidad se paró junto a él y sonaron seis disparos de otras tantas balas. Todas ellas se quedaron en el cuerpo del mafioso. Desde entonces, Capone perdió cada vez más camiones.

El domingo 24 de junio de 1928, Al Capone llamó a capítulo, en Miami, a su gotha asesino particular: John Scalise, Albert Anselmi, Fred «Killer» Burke.. y Vince Gibaldi, el que algún día fue el hijo de un italiano honrado de Nueva York. Dos días después, los cuatro tomaban un tren hasta Knoxville, Tenessee, donde llegaron con sus pesadas maletas y compraron un coche de segunda mano que les costó 2.040 dólares. Con él, condujeron sin escalas hasta Brooklyn. El sábado por la noche se registraron en el Hotel Bossert.

Lo que ocurre el 1 de julio, en parte ya lo sabéis si habéis leído la primera toma de esta historia. Yale ha comprado un coche, descubre que no está totalmente blindado, decide llevarlo al taller, antes se toma unas copas, recibe una extraña llamada y sale disparado hacia su casa.

Camino de su casa, conduciendo deprisa, a la altura del 957 de la calle 44, un coche negro se pone a la altura del de Yale. El jefe mafioso de Brooklyn, presidente de la Unione Siciliana, mira a su derecha, y lo que ve le enseña que va a morir.

Porque es el rostro de Vincenzo Gibaldi, el joven cuyo padre él también lloró, el joven al que vio crecer como asesino en apenas días, el joven al que no quiso contratar y que dejó ir para que trabajase con su ahora peor enemigo; el rostro de Vincenzo Gibaldi, digo, es lo último que ve Frankie Yale antes de sentir los topetazos de las balas.

Nunca hasta entonces se había matado en Nueva York con pistolas ametralladoras. Era una moda de Chicago que fue, todo hay que decirlo, rápidamente importada a Nueva York.

Frankie Yale no tuvo ninguna oportunidad. Murió como había matado y como mueren los mafiosos. Con las botas puestas y por orden de algún buen amigo.



Con el fondo de una buena balada de rithm & blues, no sé, quizá I'm still not over you, la pantalla se va a negro, y aparece el cartel de:
The End