viernes, octubre 20, 2023

Stalin-Beria. 1: Consolidando el poder (34): 300 cabrones

La URSS, y su puta madre
Casi todo está en LeninBuscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado 


Los moderados no se dieron cuenta, o por lo menos no hay ni un solo detalle que permita pensar que se dieran cuenta, de que Stalin estaba construyendo una nueva nomenklatura a partir de los nuevos líderes territoriales del comunismo, normalmente gente joven, por así decirlo, criada a sus pechos. Al XVII Congreso, todavía en tercera fila, acudió Andrei Alexandrovitch Zhdanov, entonces un oscuro dirigente comunista en la provincia de Gorky, con 38 años, que en términos soviéticos son dos meses y medio de edad. Con un año más, también estuvo Nikita Sergeyevitch Khruschev, quien por entonces era un amigo, un esclavo, un servidor de Lazar Kaganovitch, que era quien lo había colocado en la estructura moscovita del Partido. Y, por supuesto, Lavrentii Beria, el hombre de las hostias en Transcaucasia, en quien ya se estaba empezando a fijar Stalin y de hecho era ya secretario general del Partido en Transcaucasia.

jueves, octubre 19, 2023

Stalin-Beria. 1: Consolidando el poder (33): La vuelta del buen rollito comunista

La URSS, y su puta madre
Casi todo está en LeninBuscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado 


Estamos ya a finales de 1933. Un momento en el que los esfínteres comunistas claramente se están relajando por primera vez en mucho tiempo. La cosecha del otoño del 33 fue buena; el hambre comenzó a reducirse y la impresión de que el Plan Quinquenal se había cumplido también se hizo general. En ese momento, la gran parte del Politburo, es decir, de la elite comunista, estaba por decir algo como: “bueno, tú has dicho cosas, yo he dicho cosas, y lo mejor es que todos nos olvidemos de todo”. Habían sido tiempos muy duros; había habido gente que se había puesto muy nerviosa y había criticado; pero, al fin y al cabo, todos eran devotos y sinceros comunistas y se querían unos a otros.

Ja.

miércoles, octubre 18, 2023

Stalin-Beria. 1: Consolidando el poder (32): El comunismo que creía en el nacionalsocialismo

La URSS, y su puta madre
Casi todo está en LeninBuscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado

 

Alemania nombró embajador en Moscú al conde Ulrich Graf von Brockdorff-Rantzau, sustituido en 1929 por Eduard Willy Kurt Herbert von Dirksen. Ambos estaban cortados por el mismo patrón, lo cual quiere decir que eran secretos partidarios de colaborar con los soviéticos si eso les suponía poder realizar entrenamientos militares en la URSS que escapasen de la auditoría de la posguerra mundial. El gran problema para Stalin respecto de Alemania era, paradójicamente, su izquierda. No sólo el secretario general, sino todo el PCUS consideraba que el SPD, con sus posturas abiertamente prooccidentales, era un gran obstáculo para cualquier desarrollo de la estrategia comunista en Alemania. Lo mismo pensaba Stalin de todos aquellos dirigentes comunistas que, como Heinrich Brandler, aceptaban la idea de una confluencia con el SPD.

martes, octubre 17, 2023

Stalin-Beria. 1: Consolidando el poder (31): El amigo de los alemanes

La URSS, y su puta madre
Casi todo está en LeninBuscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado 


Por lo que se refiere a Svetlana, la adolescencia y primera edad adulta de ella comenzó a labrar una gran distancia entre padre e hija. Esto, como en otros muchos casos, comenzó a ocurrir de forma especial con el primer novio de Svetlana: Alexander Yakovlevitch Kapler, judío, periodista y director de cine. Fue arrestado y le cayeron cinco años, sentencia que fue luego ampliada en otros cinco años. Lo condenó el hecho de tener una hermana viviendo en Francia.

lunes, octubre 16, 2023

Stalin-Beria. 1: Consolidando el poder (30): Un padre nefasto

La URSS, y su puta madre
Casi todo está en LeninBuscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado

Avanzado el año 1931, Beria era ya citado entre las principales figuras de Georgia por la Prensa afecta (la Prensa toda). Para entonces, Beria había aprendido a no depender sólo de Ordzhonikidze. Stalin iba bastante de vacaciones a Gagra, cerca de Sochi, a unos 40 kilómetros de la raya de Georgia. Allí comenzó a visitarlo Beria, quien pronto captó la mentalidad suspicaz y en el fondo insegura del secretario general; y comenzó a alimentarla de conspiraciones reales o ficticias. Aunque Gagra quedaba en Rusia, Beria se las ingenió para convertirse, además, en el supervisor de la seguridad del secretario general en sus vacaciones. Aparentemente, esto se lo habría confesado el propio Stalin a su hija, quien nunca tragó a Beria fue Nadia Aliluyeva, la desgraciada esposa de Stalin. Pero, claro, para lo que le quedaba en el convento...

En el verano de 1931, durante las vacaciones de Stalin, Beria comenzó a trabajárselo. Le contó historias sobre las conspiraciones de Mamia Orakhelashvili o contra Lavrentii Kartvelishvili, el bolchevique que había sido llamado para sustituir a Vissarion Lominazde como mandamás comunista transcaucásico. Llovió sobre mojado, puesto que Stalin, desde que había tenido que echar a Lominadze, no estaba nada convencido de la fidelidad de los cuadros georgianos. Beria le dijo que la mejor solución sería ascenderle a él, que era de confianza. Pero Stalin no le hizo caso, pues pasadas las vacaciones, en septiembre, lo que hizo fue decirle a Kartvelishvili que tendría que compaginar el mando transcaucásico con la secretaría general del Partido en Georgia. Sin embargo, o bien se arrepintió, o bien era una de sus típicas celadas. Semanas después, convocó en Moscú a Kartvelishvili y otros cuadros comunistas georgianos, y les anunció que Beria sería segundo secretario general, o sea, el Iznogud del Partido en la república. Kartvelishvili respondió: “yo no trabajaré con un charlatán”. Y no fue el único que protestó. Pero la protesta sólo le sirvió para ser, 48 horas después de la bronca, desplazado de su cargo en el Zakraikom transcaucásico; pero, una vez más, el sustituto no fue Beria, que quedó de número dos. El sustituto fue Orakhelashvili. Sin embargo, Beria fue nombrado primer secretario general del Partido en Georgia.

A Stalin, por su parte, las cosas se le complicaban con el inicio de la cuarta década del siglo. 1932 atestiguó un fuerte deterioro de las condiciones socioeconómicas en la URSS, lo que alimentó el descontento. Los precios se dispararon a causa de una carestía que obligó a racionar los bienes más básicos. Incluso en Moscú llegó a haber manifestaciones de descontento. En los campos adyacentes a la mayoría de las factorías, muchos trabajadores se dedicaron a criar conejos para tener algo que comer. Es evidente que resulta imposible medir la popularidad real de un dictador; pero existen testimonios que hablan de que una aparición de Stalin en el teatro Bolshoi, en febrero de aquel año, fue recibida por el público con total indiferencia.

La situación se parecía mucho a la de 1921, cuando Lenin reaccionó tragándose sus principios e impulsando la NEP. Stalin, sin embargo, no conocía ni concebía la posibilidad de tragarse nada. Su política no se movió ni un pelo, lo que demuestra que sí existía algún tipo de diferencia entre maestro y discípulo: a Lenin todavía le importaban algo sus conciudadanos (aunque, en realidad, todo lo que le importaba era la pervivencia del Partido). Sin embargo, las diferencias que se presentaban entre una y otra figura hizo que algunos de los que fueron contemporáneos del primero comenzasen a posicionarse contra el segundo. Es el caso de un pequeño grupo de opositores formado por Alexander Petrovitch Smirnov, Vladimir Tolmachev y Nikolai Eismont. Los tres eran bolcheviques de primera hora y Smirnov, el más importante de los tres, había sido comisario de Agricultura varios años. En enero de 1933, el Comité Central conoció y aprobó una propuesta de su Comisión de Control para expulsar a Smirnov de dicho Comité Central y a los otros dos del Partido.

En otro movimiento (esto lo veremos inmeditamente al hablar de las diferencias entre Stalin y Kirov), Martemyan Nikititch Riutin, un secretario de distrito del Partido en Moscú que ya había coqueteado con la derecha bolchevique en los primeros tiempos de la colectivización, decidió impulsar una especie de manifiesto a los cuadros del Partido. De hecho, el 21 de agosto de 1932 mantuvo una reunión con una docena de compañeros con esta intención. Dos años antes, ya había redactado un documento de unas 200 páginas contra Stalin, a causa del cual fue arrestado y expulsado del Partido, aunque sería readmitido. Ahora quería hacer un manifiesto bastante más corto, acusando a Stalin de haber traicionado al leninismo.

Alguna de las personas que estuvo en la reunión de agosto se fue a la policía con el queo. En septiembre, la policía registró el apartamento de Riutin y, de nuevo, lo arrestó. Volvió a ser expulsado del Partido. Dos semanas después, la Comisión de Control del Comité Central expulsó a otros veinte miembros del Partido. Ahí fue donde Stalin cantó bingo. Fueron expulsados Hirsch Apfelbaum, más conocido como Grigori Yevselevitch Zinoviev; Lev Borisovitch Rosenfeld, más conocido como Kamenev; el historiador Vagarshak Arutyonovitch Ter-Vaganian; P. Petrovsky, hijo del presidente de Ucrania; Sergei Ivanovitch Kavtaradze, georgiano y viejo amigo de Stalin; la escritora Polina Vinogradskaya; el periodista Alexander Nikolayevitch Slepkov; el profesor Dimitri Marevsky; y el filósofo Yan Sten quien, como ya sabemos, fue el profesor particular de Filosofía del propio Stalin. Todos ellos acabarían en los años siguientes frente al paredón, o purgados.

En una tormentosa sesión del Politburo, Stalin exigió una votación unánime en favor de la ejecución de Riutin como terrorista. Tras un espeso silencio general, el único que se atrevió a hablar fue Serge Mironovitch Kirov, quien le dijo a su camarada secretario general que Riutin podía estar equivocado pero era uno de los nuestros, y que nadie entendería que lo fusilasen. Stalin, acorralado, debió tranquilizarse y aceptó que Riutin fuese condenado tan sólo a diez años de reclusión. Pero quién sabe si no sería en ese mismo momento cuando decidió que Kirov sería una pieza fundamental de su estrategia de terror, a través de su muerte. De todas formas, buscó personalmente para Riutin una prisión en muy malas condiciones, en los Urales. En algún momento fue trasladado a Moscú, donde lo torturaron para tratar de arrancarle una confesión pública, pero él se negó. En 1937, fue asesinado por orden directa de Stalin. Sus dos hijos también fueron asesinados; su mujer fue arrestada y también fue asesinada en un campo de concentración en Karaganda, en 1947.

Por otra parte, el año 1932 fue especial para Stalin por una circunstancia personal: la muerte de su mujer, Nadezhda Aliluyeva Stalina. Estos hechos nos dan una buena disculpa para abordar algunas informaciones acerca de Stalin en familia.

Vasili, el hijo de Stalin, nació en el año 1921, y pocos años después nació Svetlana, la más famosa de los descendientes del mandatario comunista. Poco tiempo después del nacimiento de Svetlana, la familia quedó completa con la llegada de Yakov, el hijo mayor fruto del primer matrimonio de Stalin (apenas siete años más joven que su segunda mujer). Nadezhda Sergeyeva Aliluyeva era 22 años más joven que su marido, y se ocupó de realizar algunas labores para Lenin pero, sobre todo, a construir el hogar de los Dzugashvili. Al principio de su matrimonio vivieron modestamente. La documentación que se conserva de aquellos años muestra que era relativamente común que Stalin tuviese que pedir adelantos de sus salarios para poder sacar adelante los gastos del hogar. A pesar de estas apreturas, en aquellos tiempos, que obviamente eran previos a aquéllos en los que Stalin vivió rodeado de docenas de personal de seguridad y de servicio, la pareja se las arregló para contratar una niñera y un guardés. Eran tiempos en los que el Partido, o bien era todavía ético, o bien pretendía serlo. Con ocasión de la IX Conferencia del Partido de 1920, por ejemplo, se elaboró una instrucción que prohibía tajantemente usar recursos públicos para mejorar los hogares particulares. Entonces, y mientras vivió Lenin, de hecho se respetaba una regla no escrita, por la cual todos los miembros del Partido cedían al Partido los pagos que recibían por sus escritos.

Stalin adquirió la costumbre de celebrar reuniones en su dacha, sobre todo los domingos. Eran habituales de esos encuentros Bukharin, Yenukidze, Mikoyan, Voroshilov y el comandante Semion Mihailovitch Budionni, entre otros. Todos acudían con sus mujeres y sus hijos, y casi nunca faltaba Sergei Yakovlev Aliluyev, el suegro de Stalin, a quien éste respetaba mucho.

Cuando el régimen movió la capital desde San Petesburgo a Moscú, Stalin, que ya estaba casado con Nadia, se la llevó, a ella y a toda su familia, al apartamento que tenía en el Kremlin. Allí, las peleas en el matrimonio se hicieron frecuentes. Nadia Aliluyeva le reprochaba a su marido que no se ocupaba lo más mínimo de su familia; y él solía cortarla secamente. Así las cosas, Nadezhda hubo de centrarse en los trabajos que hacía, sobre todo para Lenin, y en la amistad con las otras consortes de las personas cercanas a Stalin: Polina Semenovna Zhemchuzhina, mujer de Molotov; Dora Moiseyevna Khazan, mujer de Andreyev; Maria Markovna Kaganovitch; o Esfir Isayevna Gurvich, segunda mujer de Bukharin.

Las críticas de la esposa eran acertadas. Stalin, es testimonio repetido, rara vez se interesó por sus hijos, y apenas los veía.

El destino más trágico de todos sería el de Yakov. Siempre tuvo grandes problemas con su padre, porque el último veía al primero como un nenaza. Stalin, por lo demás, odió a las dos mujeres elegidas por su hijo, y muy especialmente a la segunda, Yulia Isakovna Meltser. Yakov, parece ser, incluso intentó suicidarse, pero sólo se rozó con la bala; su padre, aparentemente, lo que hizo fue cachondearse de él por haber fallado el tiro.

Yakov solicitó de su padre, y obtuvo, permiso para terminar sus estudios en el Instituto de Ingeniería Ferroviaria de Moscú. Luego trabajó en una central eléctrica y, finalmente, anunció que quería alistarse en el ejército. Stalin se ocupó de enchufarlo. Yakov Dzhugashvili primero fue adscrito al turno de noche y, después, se le convalidaron los estudios para entrar en el cuarto año de la Academia del Ejército Rojo. Allí, los profesores estuvieron de acuerdo en que Yakov Iosifovitch Dzhugashvili merecía recibir el mando de un batallón con el rango de capitán. Sin embargo, el director de la Academia, un tal Sheremetov, no fue de esa opinión.

Yakov fue movilizado desde el primer día de la segunda guerra mundial para la URSS. Los informes dicen que luchó con honor y sin desmayo; pero su unidad fue finalmente rodeada por los alemanes, y fue hecho prisionero. Aparentemente, este hecho preocupó mucho a Stalin en el sentido de que su hijo pudiera derrumbarse y contar cosas. La líder comunista española Dolores Ibárruri contó que en 1942 se quiso diseñar una operación de comando para rescatar a Yakov de Sachsenhausen, con la participación de un español llamado José Parro Moiso; y que dicha operación fracasó y todos sus integrantes murieron. Claro que Pasionaria siempre contó muchas cosas, de las cuales eran verdad la mitad de la mitad del cacho de un trozo.

Al contrario de lo que Stalin pensaba, su hijo no era un nenaza. A su paso por Hammelburg, Lübeck o Sachsenhausen, su fortaleza iba decayendo lógicamente; pero nunca se rompió. Y, muy probablemente, cuando notó que se iba a romper, tomó la única decisión posible. El 14 de abril de 1943, se hizo un Angus Lennie (The great escape) y se tiró contra el alambre de espino de su prisión; fue muerto por los disparos de los centinelas.

Si lo de Yakov fue triste, lo de Vasili ya es para mear y no echar gota. A la muerte de Nadezhda, que todavía tenemos que analizar, Vasili quedó sin madre y sin padre, puesto que de lo segundo ya no tenía. De hecho, a Vasili Iosifovitch Dzhugashvili quien lo crio en realidad fue Nikolai Sidorovitch Vlasik, el jefe de seguridad de Stalin. Creció en un entorno en el que sólo tenía que recordar de quién era hijo para conseguir cualquier cosa; eso le hizo caprichoso y dictador. Si comenzó la guerra como capitán y la terminó, ojo, como teniente general, no fue, desde luego, por sus méritos militares.

Vasili era coronel con veinte años; con 24, mayor general de las Fuerzas Aéreas; y teniente general un año después. Una carrera más meteórica que la de Franco. Siendo un piloto más que cuestionable, lo nombraron jefe de la Inspección del Ejército del Aire. En enero de 1943 lo nombran comandante del regimiento del aire 32; un año después comandante de otro regimiento, y en febrero de 1945, comandante de una división, la 286. En 1946 es comandante de un cuerpo de ejército, luego vicecomandante y después comandante de toda la Fuerza Aérea. Todo eso teniendo un registro bélico más que modesto: 27 salidas y un solo aparato enemigo derribado. Aún así, recibió dos órdenes de la Bandera Roja, la medalla de Alexander Nevsky, la orden de Suvorov de segunda clase y un montón de chapas más.

En todo ese camino, además, Vasili se había convertido en un alcohólico modelo Nicholas Cage en Leaving Las Vegas. Se casó cuatro veces y con sus cuatro mujeres acabó a hostias por la botella. Durante la guerra, bueno, todo el mundo bebía. Pero en la paz, ya la cosa fue diferente. Su comportamiento como comandante de la fuerza aérea en el distrito de Moscú dejaba tanto que desear casi cada día que terminó siendo cesado de dicho puesto; y ahí comenzó su descenso a los infiernos. Vasili Dzhugashvili tenía sólo 36 años cuando murió su padre. El Estado soviético post estalinista esperó sólo 26 días tras la muerte de su secretario general para ir a por él. Fue licenciado del Ejército, con prohibición anexa de incluso llevar uniforme militar en público.

Aunque los datos no están muy claros, la hipótesis más probable es que Vasili fue arrestado y sometido a juicio. Le cayeron ocho años en Lefortovo. Allí lo visitó Viktor Shelepin, quien lo encontró en muy mal estado síquico. Vasili fue llevado a la presencia de Khruschev, quien decidió liberarlo. Al parecer, Vasili se había dedicado a denunciar en las primeras horas tras la muerte de Stalin, que su padre había sido envenenado. Ahora se mostraría arrepentido de aquellas afirmaciones. De regreso a casa, le contó a su hija Nadezhda que estaba pensando en aceptar un trabajo de gerente en una piscina. Sin embargo, su recuperación era apenas un espejismo. Siguió bebiendo, y apenas un mes después tuvo un accidente en el coche. Así que fue exiliado a Kazan. Allí murió el 19 de marzo de 1962. Dejó detrás siete hijos, tres de ellos adoptados. En su lápida no quiso poner ni una referencia a Stalin ni el nombre “propio” que le habían permitido, Vasiliev, sino, simplemente, el apellido Dzhugashvili.

[Nota al pie: Svetlana Alliluyeva tuvo tres hijos: Yevgeny Dzhughastvili, Vasily Aliluyev y Olga Chvanova. De ellos, sólo se conoce la muerte del primero, en 1962. Los otros dos hijos se sabe que le dieron a Svetlana cinco nietos, tres y dos. Por su parte, Vasili Dzhugashvili tuvo dos hijos: Alexander Vasilievitch Burdonsky (muerto en el 2017) y Nadezhda Vasilievna Stalina (muerta en 1999; se casó con Alexander Alexandrovicth Fadeyev y, en la foto que acompaña al memorial en internet de su tumba, parece que tuvieron dos hijos, de los que nada he averiguado).La mayoría de estas personas se cambiaron el nombre y/o escondieron su relación de parentesco con Stalin, por lo que hoy es bastante difícil saber si siguen vivas o la filiación de su descendencia, si es que la tienen. Pero lo que está claro es que Stalin tiene descendientes directos vivos.]