viernes, diciembre 04, 2009

Puenting

Que me voy de puente. Algún día tengo que contaros la historia del pequeño rincón de la costa de Lugo adonde me voy.

Por de pronto, feliz largo fin de semana para todos, en el cual os dejo de deberes una pregunta que, por lo que yo sé, tiene jodida contestación.

¿Participó algún boina verde en la Guerra Civil Española?

Si Tiburcio se sabe ésta, tendré que reconocer que no hay quien pueda con él.

jueves, diciembre 03, 2009

Nin alcabala, nin diezmo, nin almoxarifazgo, nin portazgo

Os copio aquí un texto legal. Se trata de una orden dada por los Reyes Católicos, o sea Lisbeth y Ferdinand, o sea six of one, half a dozen of the other.

Quizá quepa aclarar que:

Alcabala = IVA renacentista.
Diezmo = contribución obligatoria a la Iglesia.
Almoxarifazgo = arancel de comercio exterior.
Portazgo = Arancel de comercio interior o derecho de paso.

Considerando los Reyes, de gloriosa memoria, cuánto era provechoso e honroso que a estos sus Reinos se truxiesen libros de otras partes, para que con ellos se ficiesen los hombres letrados, quisieron e ordenaron: que de los libros non se pagase alcabala, y porque de pocos días a esta parte, algunos mercaderes nuestros, naturales y extranjeros, han trahido y cada día trahen libros mucho buenos, lo cual, por este que redunda en provecho universal de todos, e ennoblecimiento de nuestros Reinos; por ende, ordenamos e mandamos que, allende de la dicha franquiza, de aqui en adelante, de todos los libros que se truxeren a estos nuestros Reinos, así por mar como por tierra, non se pida, nin se pague, nin lleve almoxarifazgo, nin diezmo, nin portazgo, nin otros derechos algunos por los nuestros Almoxarifes, nin los Desmeros, nin Portazgueros, nin otras personas algunas, así como las cibdades e villas e lugares de nuestra Corona Real, como de Señoríos e órdenes e behenias; más que de todos los dichos derechos o almoxarifazgos sean libres e francos los dichos libros.

La pregunta es: si los autores de esta norma, reyes fachas y cabronazos y meapilas y ultramontanos como todo el mundo sabe, hubieran conocido internet, ¿habrían aprobado alguna norma para limitar el acceso a la cultura por su medio?

martes, diciembre 01, 2009

Periodistas

Os invito a leer este texto del libro El arte del periodista

Líbreme Dios de decir cómo se infundia. Eso lo sabe todo el mundo: se infundia inventando lo que no se sabe; pero entre eso y el mentir por mentir, hay una gran distancia; tanto es, que la mentira difícilmente resulta excusable y el infundio lo es casi siempre.

(...) las más de las veces, el mentir del periodismo tiene como excusa valedera el «como me lo contaron lo cuento»; en otras no es más que la hipérbole, acaso excesiva, motivada por buscar un efecto sensacional; y en algunas el infundio es una claudicación de la lógica de las deducciones, porque a los hechos les ha venido en gana ocurrir contra esa lógica.

¿Es necesario infundiar? Disculpable, ya hemos visto que lo es. Necesario, es posible que también lo sea. Cuando no hay noticias y el periódico aparece sin ellas, no se le ocurre al lector pensar que haya sido un día gris, sino que exclama: «¡Qué sosos están hoy los periódicos!» No excusa al periodista el que no haya noticias; ha de darlas, y por eso, para cuando no abundan, es un recurso heroico el saberlas inventar con buen ingenio o presentirlas por esfuerzo deductivo.

Lo habréis visto con frecuencia. Surge una alarma en las calles, y las gentes, sin razonar la exactitud del origen, dan por ocurrido lo que cada uno supone que haya originado la alarma, y a los cien metros las proporciones del suceso crecen en razón directa con la distancia y los detalles imaginarios (...) Y yo pienso: si los que no tienen más razones que el justificar su pánico (...) infundian y, por una extraña sugestión, acaban por creer y propalar que vieron y oyeron lo que ni vieron ni pudieron oír, ¿qué ha de hacer el periodista, a quien nadie excusa por lo que ignora y a quien todos preguntan lo que no sabe?

Declaro que no tengo vocación para el infundio; mas también digo y declaro que el periodista ha de saber hacerlo.

El libro de donde saco la cita es obra del abogado y periodista Rafael Mainar, y fue editado por José Gallach en Barcelona, en el año 1906. Hace, pues cien años. Páginas 167 y 168.

La lectura de estas líneas me lleva a considerar que la tragedia de este pobre chico canario que hoy está ingresado, supongo que con una depresión de la hostia, después de haber sido públicamente linchado por haber presuntamente violado y matado a hostias a la hija de su novia, cuando lo que él hizo fue tratar de atenderla, empezó ya, de alguna manera, hace más de un siglo, cuando aún no había nacido ni su abuelo.

Merece la pena, a mi modo de ver, sacar la cita a pasear porque dice mucho sobre algunas de las características sobre las que se ha asentado, históricamente, el periodismo español, en realidad el periodismo mundial. Que son:

1.- Yo no quería, pero... El periodista, según la teoría, es un ser angelical que vive comprometido con la verdad. Sin embargo, existe el Lado Oscuro de la Fuerza, que es el que le obliga a hacer guarrerías.

2.- La culpa es de otro, y ese otro se llama público. Si hay periodismo sensacionalista; si hay noticias que se publican prendidas por alfileres o prendidas absolutamente de nada; si se escribe sin sentido crítico; si la elaboración de las noticias carece de los mínimos filtros de calidad, eso no es porque los periodistas tengan la culpa de ello. La culpa es del público que, voraz y eternamente insatisfecho, siempre reclama más. Aquí se juntan dos justificaciones bien conocidas: por un lado, la del nacionalista, para el cual la culpa siempre la tiene otro. Y, por otro, la del violador, quien asevera que él quería pasar de largo pero, señor juez, es que la chica iba con una camiseta ceñiña y sin sujetador...

3.- En el periodista es excusable lo que en otros es execrable. Cada vez que un periodista caza a cualesquiera otros en una mentira, monta el pollo. Pero cuando miente él, es cosa normal y forzada por las circunstancias. Hay una frase hecha que dice no sé qué de una paja y una viga que creo que le va al pelo a este punto.

4.- No hay noticias mal confirmadas, sino fuentes mentirosas. Cuando una noticia resulta no ser lo que realmente son los hechos, la culpa (véase punto 2) siempre es de otro, es decir de la fuente que lo contó. O sea: una persona que se dedica a pasear por el campo y cojer setas puede meter dentro de su capazo alguna de ellas venenosa, sin por ello cometer más falta que poner en peligro su vida y la de los suyos. Pero una persona que se dedica a comercializar setas a terceros no puede cometer ese error, porque como comercializador los consumidores le exigen que su producto sea de confianza. Con las mismas, no es lo mismo que yo cuente lo que he visto esta mañana que lo haga un periódico. Yo puedo inventarme lo que me salga de la higa, pues al fin y al cabo sólo soy un ciudadano, así pues si quiero contar que hoy he visto a Zapatero por la calle del brazo de Marujita Díaz (Dios mío, qué imagen...), voy y lo digo; pero el periódico tiene la obligación de comprobar que eso, en realidad, es verdad, y no podrá, entre otras cosas, darlo por cierto hasta que al menos dos anormales como yo lo confirmen. Esto es la teoría. La práctica es que un vendedor de setas no es un periodista. El periodista siempre retiene el derecho a acusar de sus errores a la fuente que le contó mal las cosas.

La Historia de los últimos 150 años, al menos en los países llamados occidentales, es en buena parte la historia de la importancia e influencia de la prensa. Todo esto se asienta en un proceso que nace con las revoluciones americana y francesa, que son las primeras que comienzan a defender e incluso establecer regímenes de libertad de expresión. Como bien reflexionaron los padres de la Constitución americana, no hay libertad efectiva si no existe libertad de expresión, si cualquiera no puede decir lo que le dé la gana, cuando menos en el marco de unas normas, pues la libertad de expresión nunca es plena. Sin ir más lejos, en España, donde impera un régimen de libertades, no se pueden publicar, por ejemplo, apologías de la pederastia o del genocidio de todos los nacidos en Soria, pues en ambos casos existe una evidente colisión de derechos que deja bien claro que el de expresión está siendo excesiva y torticeramente utilizado.

En el siglo XIX la prensa tuvo ya alguna importancia, aunque escasa a causa de la baja alfabetización de las sociedades, que impedía su difusión masiva, que es la que garantiza la influencia de la prensa. Todos los españolitos que hemos ido a la escuela a algo más que a espiar bragas conocemos la triste historia de Mariano José de Larra; pero lo cierto es que si consideramos la sociedad española decimonónica como la actual, es decir en su conjunto, deberemos decir que el suicidio de este eximio periodista no le dio a la sociedad española ni frío ni calor, pues la mayor parte de la misma lo conocía menos que lo que conoce la actual al segundo portero del Rayo Vallecano. Es a finales del siglo XIX cuando la cosa comienza a cambiar, merced al invento de la prensa amarilla, llamada así creo que por el color de una tira de cómic, en Estados Unidos. La prensa amarilla supuso el acercamiento de la prensa al público escasamente alfabetizado y pronto tuvo un éxito arrollador.

Quizá España fue el primer país que sufrió seriamente en sus carnes el inicio de ese proceso por el cual las personas comienzan a pensar lo que los periódicos les dicen que piensen. Los años inmediatamente anteriores a la guerra hispanoestadounidense que terminó con la pérdida de Cuba y Puerto Rico por nuestra parte son los años dorados de la prensa sensacionalista americana, la cual, literalmente, se inventó buena parte de las cosas que estaban pasando en Cuba y de esta forma alimentó el odio bélico americano, que se embolsó en una burbuja finalmente pinchada con la voladura del Maine, ella misma también hábilmente manipulada por esos mismos periódicos.

La gran ventaja de la prensa sensacionista finisecular es que en la misma aún estaban poco difundidas las fotografías, así pues se ilustraba con grabados. En aquellos tiempos, en el campo de la prensa sensacionista americana se producía un choque de trenes entre sus dos grandes inventores: Joseph Pulitzer y William Randolph Hearst (éste último la figura que inspiró a Orson Welles para crear su Citizen Kane; y el primero, acojónate lorito, da nombre a un premio de periodismo serio). Ambos competían casi cada día por ser quien más periódicos vendiese, y lo hacían con una triple estrategia: en primer lugar, el celebérrimo voceo callejero de la principal noticia por parte de los vendedores ambulantes, normalmente chiquillos; en segundo lugar, la exhibición gráfica, a través de grabados y dibujos alegóricos; y, en tercer lugar, la extremada sencillez de las historias, escritas con un lenguaje muy directo y sin adornos, y con tesis también muy básicas.

Tanto Pulitzer como Hearst trufaron sus periódicos de habilísimos grabados realizados por sus mejores dibujantes en los que se describían todo tipo de torturas de las cuales los españoles hacían objeto a los mambises cubanos. Publicaban, por lo tanto, dibujos de notable factura con hombres crucificados, madres llevadas al extremo de la delgadez con niños desnutridos en los brazos, etc. La guerra de Cuba existió, pero muchas de las cosas que la provocaron no existieron jamás. Sin embargo, la prensa descubrió que, para que una sociedad entera crea algo, no es estrictamente necesario que sea cierto. Menos de medio siglo después, el ministro nazi de Propaganda Josef Goebbels formularía el que se tiene por teorema fundacional de la nueva comunicación publicitaria: una mentira contada repetidamente acaba por convertirse en una verdad.

Probablemente, el caso más repugnante de manipulación periodística sea el ligado al asesinato del hijo de Charles Lindbergh, el famosísimo aviador estadounidense. Se ha dicho muchas veces por los especialistas en sociología e imagen pública que Lindbergh ha sido, quizá, el americano más popular que jamás haya existido. Quizá los españoles somos los mejor dotados para entenderlo, pues en España también se dieron muchas grandes hazañas de aviadores en unos años en los que estos vuelos casi imposibles eran la mejor prueba de la capacidad inacabable del género humano. Si los astronautas fueron famosos en la era del espacio, los aviadores lo fueron mucho más en la era del aire. Lindbergh fue la mejor expresión del espíritu americano y un hombre querido por la totalidad de la sociedad de los Estados Unidos. Por eso, cuando su hijo fue secuestrado y finalmente encontrado muerto, todo el mundo reclamó que alguien pagase por ello.

La prensa estadounidense, amarilla, rosa y azul pálido, empujó todo lo que pudo y más en esa dirección. Hay quien piensa que la función de la prensa, en tanto que emisor experto de información, es precisamente moderar las pasiones y fomentar el análisis frío y mesurado. Pero lo cierto, y el ejemplo del pobre muchacho canario es uno más, es que los medios de comunicación, históricamente, se dedican exactamente a lo contrario y así, mientras sostienen inútilmente con la mano izquierda el extintor, con la derecha descargan el contenido del bidón de gasolina sobre la hoguera.

Un alemán, Bruno Hauptmann, fue detenido, juzgado, condenado y ejecutado por el secuestro y muerte del hijo de Lindbergh. Las sesiones del juicio fueron seguidas por miles y miles de personas que, azuzadas por las crónicas de los periódicos y (para qué negarlo) por su propia estulticia, rodeaban la sala del juzgado, exigiendo con su presencia que corriese la sangre en justa venganza.

Algunos de los pocos periodístas lúcidos que siguieron los hechos clamaron, inútilmente, por los evidentes agujeros que tenía el proceso. Quizá el más lúcido de todos, y es por ello que creo justo rendirle tributo en este post que me está saliendo bastante crítico con los periodistas, fuese Lou Wendeman.

Tal y como refirió Wendeman, las fuerzas policiales que investigaron el secuestro del hijo de Lindbergh (el FBI, la policía estatal de New Jersey y la local de la ciudad), aconsejadas por siete científicos expertos en criminología y psiquiatría, elaboraron el perfil de cuatro, llamémoslas así, funciones existentes dentro del secuestro: el secuestrador (número 1), el escritor de las cartas que solicitaban el rescate (número 2), la persona que gastó unos 5.000 dólares del rescate durante los dos años posteriores al pago del mismo (número 3), y la persona que estuvo manejando el dinero del rescate en las semanas inmediatamente anteriores a la detención de Hauptmann (número 4).

No existe ninguna duda de que el hombre número cuatro era Hauptmann. En las tres semanas antes de su detención, había estado usando dinero del rescate, aunque él declaró que había sido dejado en su casa por otro alemán que había vivido allí una época y que le dijo que lo que había en los sobres eran cartas. Tres semanas antes de su detención, Hauptmann, según su relato, habría descubierto que las tales cartas eran de color verde, y había comenzado a gastarlas. Pero ahí paraban las evidencias. Si Hauptmann era el hombre número 3, 2 o 1, no quedó demostrado.

Aún así, la sociedad americana, así como sus jueces, sus jurados y, por supuesto, la prensa, se quisieron convencer de que Hauptmann era todos esos hombres. Ello a pesar de que el doctor John F. Condon, que pagó el rescate de 50.000 dólares, declaró que lo había pagado a un tal John El Escandinavo. De este hombre se hizo un retrato-robot específico; como también se hizo del probable hombre número 3 cuando se averiguó que una pequeña parte del dinero del rescate se gastó en un restaurante de Broadway, y se logró una descripción del hombre que había realizado dicho gasto. Más aún: la investigación descubrió más pequeños gastos del enorme rescate, y logró muchas descripciones de testigos, la mayoría no coincidentes. Lo cual lleva a pensar que o bien el personal no tiene memoria, o bien los implicados en el secuestro fueron varios. Aún así, el condenado fue solo uno.

Más datos: como hemos dicho, durante los primeros dos años tras el pago del rescate, el hombre u hombres número 3 gastaron con mucho cuidado el rescate: de a poquitos. Sin embargo, al hombre número 4 (Hauptmann) lo pillan porque, tres semanas antes de su detención, los billetes del rescate comienzan a aparecer por todas partes, signo inequívoco de que los estaba gastando sin tasa. Cuesta creer, así, que el hombre número 3 y el número 4 sean el mismo hombre. Y, puestos a elegir cuál de los dos es el hombre número 2 o 1 (es decir, el secuestrador y su cómplice directo) parece más lógico que lo sea el número 3, pues el número 4 no tuvo acceso el dinero hasta pasados dos años.

Con estos mimbres, la prensa, lejos de destacar la insoportable levedad que tenía la acusación contra el alemán, la azuzó sin problemas hasta convertirse en partidaria, en buena medida, de la condena. El colmo de los colmos viene por el hecho de que la principal prueba contra el imputado fue el hecho de que en su armario se encontró un papel donde estaba anotado el teléfono del doctor Condon, como hemos dicho la persona que entregó físicamente el rescate por el niño. No sólo esta prueba hubiera sido bastante poco sólida en un juicio que se hubiese podido celebrar de forma mesurada y equilibrada, sino que además, con el tiempo, acabaría descubriéndose que el papel fue escrito y colocado allí... ¿no lo adivináis? Pues sí: por un reportero de la prensa.

La prensa, pues, tiene un papel constitucional fundamental en los regímenes de libertades. Pero es también un hecho que ejerce ese poder, esos privilegios, con una notable ausencia de autocontrol y de autocrítica que la lleva a cometer excesos y a disculparse muy raramente por ellos, además de no repararlos nunca o casi nunca. La Historia de los últimos cien años nos ofrece ejemplos más que sobrados; en el armario de la prensa hay un montón de juguetes que ella ha roto y que esconde todo lo que puede.

Como he dicho antes, a un recolector y vendedor de setas se le exige que sea experto micólogo. Se le exige que sepa distinguir hasta con los ojos cerrados una seta venenosa de otra que, además de sabrosa, es plenamente comestible. La pregunta es: ¿quién, cómo, cuándo y de qué manera se preocupa de que los periodistas sepan distinguir una noticia venenosa de otra comestible?

lunes, noviembre 30, 2009

Sirenas

El hombre siempre le ha tenido miedo al mar. El mar es un sitio ajeno al lugar donde el hombre vive, que es la tierra y, durante mucho tiempo, y dado que el mar, o más bien el océano, es bastante grande, ha sido una frontera infranqueable.

El género humano, además, ha guardado una dinámica de freno y marcha atrás respecto del mar. Si bien en determinadas épocas logró notables avances en la navegación, como ocurrió en los tiempos clásicos, luego, durante muchos siglos y hasta bien entrado el Renacimiento, pasó por una época en la que pareció desinteresarse por el asunto. De las muchas hazañas que el hombre consiguió durante la Edad Media, pocas las consiguió en el mar.

El mar, además, tenía dos características importantes. En primer lugar, de vez en vez, en las playas habitadas por el hombre, o dentro de sus redes de pesca, aparecían seres vivos inimaginables. Y, en segundo lugar, de vez en cuando había marineros que trataban de hacer viajes, o tal vez se perdían después de una tormenta, para no regresar nunca. Ambas características son las principales responsables de que, desde el principio de su tiempo, el hombre haya creado mitos que hablan de seres marinos fantásticos. De los cuales, quizá, el más famoso, puesto que al contrario que otros muchos ha sido aprovechado por el hombre moderno, es la sirena.

Lo primero que conviene que sepamos de las sirenas es que, tal y como conocemos hoy el mito, se trata de una creencia relativamente moderna: medieval, para más señas. Antes, el hombre no creía en las sirenas como creemos nosotros. Sí, ya sé que la Odisea nos cuenta esa historia de la que todos los niños pre-LOGSE tuvimos que examinarnos, según la cual Ulises hizo tapar los oídos de sus marineros y él mismo atarse al mástil de su barco mientras las sirenas cantaban sus diabólicos cantos que impulsaban a los marineros a tirarse al agua y ahogarse. Pero aquellas sirenas no eran como las nuestras, porque eran medio mujeres, medio aves. El mito de la mujer que es medio pez es, como digo, posterior. Y se puede rastrear en idiomas como el inglés, que tiene dos palabras para designar la misma teórica realidad: siren para definir a la sirena clásica, y mermaid para designar lo que nosotros entendemos por una sirena.

La sirena medieval es el mito que verdaderamente se hace universal. Los escoceses la llaman dama del lago, los alemanes meerfrau, los bretones morgreg, los catalanes dona d'aigua. Como siempre, la recepción de los mitos en la literatura dio alas a lo mismos. Hans Christian Andersen escribió su cuento La Sirenita, que acabó generando un símbolo nacional que hoy recibe a los barcos a la entrada del puerto de Copenhague. La segunda sirena más famosa en Europa, que tiene unas sonoridades a lideresa de adolescentes, es Fata Morgana, que fuera hija del rey de Is, una ciudad bretona mítica que se habría hundido bajo las aguas, forzando la mutación de la princesa.

La creencia en las sirenas tenía una ventaja sustancial sobre otras leyendas urbanas de las que nuestra existencia es pródiga, tanto en los tiempos antiguos como en los modernos. Normalmente, una leyenda urbana se alimenta de las muchas personas que dicen haber visto personalmente las maravillas contenidas en el relato de que se trate; pero, en este caso, es que, además, dichos avistamientos eran, de alguna manera, verdad. Muchas, muchísimas crónicas de la Europa entre los siglos XIV y XVIII hablan de marineros que han pescado sirenas, o sirenas que han ido a vararse y a morir a cualquier playa. Y ambos hechos son más que probablemente ciertos cada vez que son relatados. Lo único que no es cierto, claro es, es que las presuntas sirenas lo sean.

Los estudiosos de los mitos se han ocupado de tratar de explicar el mito de las sirenas de una forma distinta a como lo hacen los mistabobos, es decir admitiendo que existen.

La teoría más plausible es que el mito de la sirena provenga del manatí, un mamífero marino que suele nadar por la costa oriental del continente americano. El manatí es grande, de piel clara y, como he dicho, mamífero. Las hembras del manatí, ojo al dato, sólo tienen dos mamas, las cuales, en caso de que sobresalgan un poco, pueden darle al animal, de lejos, cierto aspecto de mujer (bastante fea y fondona, cierto; pero tampoco todas las tías son Angelina Jolie).

Además, hay que tener en cuenta las que la manatíes, cuando tienen crías, nadan con ellas agarradas entre sus aletas, junto a las mamas, en un gesto protector y maternal. Debo añadir, además, que una cosa que es relativamente moderna, y que en la Edad Media y el Renacimiento no se daba por lo tanto con tanta claridad, es la consideración erótica de los pechos de la mujer. Cuando uno observa los bajorrelieves obscenos que hay en algunas iglesias europeas, observará que el gesto obsceno de la mujer suele ser mostrar la vulva, no tanto las tetas. Los pechos de la mujer han tenido, como digo, hasta hace relativamente poco tiempo, un significado nutricio ligado a la maternidad (igual que las caderas anchas significaban ancho canal de parto; el erotismo de hace siglos era consecuencia de la valoración que se hacía de la mujer que podía tener muchos hijos). Por lo tanto, el gesto del manatí hembra de sujetar a su cría para amamantarla pudo ser visto por muchos marineros como signo de una voluntad maternal que entonces se vedaba a los animales, por lo que bien se pudo llegar a la conclusión de que tenían que ser medio humanos.

Otro candidato es el dugongo del Índico, pariente cercano del manatí. La candidatura del manatí, teniendo en cuenta que se trata de un mamífero que difícilmente pudieron ver los marineros europeos hasta que comenzaron a navegar profundo hacia el Oeste, explicaría la relativa modernidad del mito. Cabe añadir, por último, que los manatíes han sido adorados de siempre por los indios amazónicos.

A todo ello colaboró, como no, el negocio. Por medio mundo circularon, durante aquellos siglos, unos presuntos bebés-sirena, normalmente fabricados por chinos, que en realidad eran un puzzle formado por la cabeza disecada de un mono pequeño (por ejemplo, un lémur) cosido a un cuerpo de pez al que asimismo se cosían dos patas de ave.

Algunos naturalistas y antropólogos consideran que el origen de la confusión, además de en lo antedicho, es el hecho de que manatíes, dugongos y focas no son peces, por lo cual tenían cabezas distintas a las del resto de las criaturas del mar.

La sirena, en este caso sireno, más famosa de Europa, si vemos las cosas con punto de vista histórico, es, sin duda, Nicolás el Pez, de quien se ha terminado por creer que fue probablemente un buceador siciliano por apnea de especial habilidad bajo el agua, cuya existencia acabó por hacerse mítica. Se dice que vivió justo en el interín entre el siglo XV y XVI y su fama es tan enorme que Cervantes hace al Quijote explicar, entre las habilidades necesarias de todo hidalgo, la de saber nadar «como dicen que nadaba el peje Nicolás». No obstante, siglos antes, en el XII, hay ya crónicas de un gran buceador llamado Nicolás Pesce, que tendría la capacidad de predecir las galernas y que fue llevado a la corte del rey de Sicilia, donde moriría de nostalgia por el mar. Se dice también de aquel buceador, que en ocasiones se presupone mítico y en otras solamente un hombre de características extraordinarias, que conocía la vieja técnica de los buceadores romanos y por ello usaba aceite para descender, llenando con él su boca. Al parecer, estos buceadores soltaban el aceite, una vez dentro del agua, poco a poco, quizá para poder ver mejor en el agua salada.

En España, hay un mito relativamente tardío (nada menos que el siglo XVII) pero muy fuerte, tan fuerte como para ser recogido por el padre Feijóo en su Teatro Crítico Universal: el hombre-pez de Liérganes.

Según el padre Jerónimo Feijóo, el 22 de junio de 1673, un vecino de Liérganes, en Santander, llamado Francisco de la Vega, que residía en Bilbao, se fue a bañar a la ría con otros amigos. Le vieron echarse al agua, pero no regresar, por lo que todo el mundo asumió que se había ahogado.

Pasaron seis años. En 1679, unos pescadores en Cádiz reportan haber visto nadando con gran pericia una figura de persona racional la cual, tras algunos intentos, logran capturar. La captura resulta ser Francisco, el cual se identifica como tal y es llevado de vuelta a su pueblo natal, donde vive nueve años, al parecer haciendo bastantes extravagancias, para terminar desapareciendo de nuevo.

En el campo de los mitos marinos españoles no puedo obviar la tentación de referirme también al mito de los Mariños gallegos, los cuales provendrían de los amores furtivos entre una moza gallega que frecuentaba la playa, y un tritón, medio hombre medio pez, que salió de las aguas un día y se la encontró y a partir de entonces repitió las visitas con la intención clara de matarla a polvos, cosa a la que ella parece ser no se negó. De las preñeces sucesivas de aquella buena aldeana serían fruto estos seres racionales, pero en el fondo medio peces. Este mito, probablemente, tiene su origen en la justa fama que siempre han tenido los gallegos de conocerse todos los mares.

Ciertamente, el marinero gallego es un personaje que merecería un libro. Me acuerdo ahora de una escena que viví siendo un niño, cuando acompañé a mi padre, entonces agente de seguros, a de las villas pesqueras de la costa gallega, donde había quedado con un patrón de pesca para alguno de sus negocios. En la conversación que ambos tuvieron delante de mí, no sé cómo, surgió la cuestión de si el marinero sabía nadar, a la que el hombre, fríamente, contestó que no. Como mi padre se extrañase mucho y le dijese que no comprendía cómo alguien que pasaba la vida en la mar no supiera nadar, él apuró su taza de vino, le miró y contestó: «¿E o piloto do avión? ¿Sabe voar, o?»