miércoles, marzo 09, 2022

El fin (30: Llega a Cartagena el mando que no manda)

El Ebro fue un error

Los tenues proyectos de paz
Últimas esperanzas
La ofensiva de Cataluña
El mes de enero de las chinchetas azules
A la naja
Los tres puntos de Figueras
A Franco no le da una orden ni Dios
All the Caudillo's men
Primeros contactos
Casado, la Triple M, Besteiro y los espías de Franco
Negrín bracea, los anarquistas se mosquean, y Miaja hace el imbécil (como de costumbre)
Falange no se aclara
La entrevista de Negrín y Casado
El follón franquista en medio del cual llegó la carta del general Barrón
Negrín da la callada en Londres y se la juega en Los Llanos
Miaja el nenaza
Las condiciones de Franco
El silencio (nunca explicado) de Juan Negrín
Azaña se abre
El último zasca de Cipriano Mera
Negrín dijo “no” y Buiza dijo “a la mierda”
El decretazo
Casado pone la quinta
Buiza se queda solo
Las muchas sublevaciones de Cartagena
Si ves una bandera roja, dispara
El Día D
La oportunidad del militar retirado
Llega a Cartagena el mando que no manda
La salida de la Flota
Qué mala cosa es la procrastinación
Segis cogió su fusil
La sublevación
Una madrugada ardiente
El tigre rojo se despierta
La huida
La llegada del Segundo Cobarde de España
Últimas boqueadas en Cartagena I
Últimas boqueadas en Cartagena II
Diga lo que diga Miaja, no somos amigos ni hostias
Madrid es comunista, y en Cartagena pasa lo que no tenía que haber pasado
La tortilla se da la vuelta, y se produce el hecho más increíble del final de la guerra
Organizar la paz
Franco no negocia
Gamonal
Game over 



En Capitanía, la noticia de que hay un mando organizado en nombre de Franco cae como un aldabonazo. Un aldabonazo que, además, rompe el principal tapiz urdido durante las horas anteriores, puesto que Barrionuevo renueva las amenazas a los buques de la Flota si no se largan de la rada. No hay que olvidar que dentro de la Capitanía hay toda una tendencia, la de Oliva, que es de la misma cuerda de Barrionuevo; y que las personas partidarias de este punto de vista no han podido ni siquiera ser formalmente detenidos, porque las personas que mantienen el frágil mando en Capitanía en espera de Ruiz (que está durmiendo en las afueras) no se sienten con fuerzas para hacerlo sin que el tiro les salga por la culata.

En estas circunstancias, el coronel Armentia decide regresar al Parque de Artillería. Antes de llegar a su despacho, lo aborda el comandante Lombardero, quien, directamente, le exige que deje claro de parte de quién está. Como sea que el coronel únicamente repite la consigna Por España y por la Paz, que lógicamente a Lombardero le parece poca cosa, decide arrestarlo en un despacho junto con otras personas.

En el cuartel de Armas Navales, mientras tanto, se presenta un sargento con unos pocos soldados al mando. Este sargento procede de Los Alcázares, por lo que es bastante más que probable que lo envíe Artemio Precioso. El sargento discute con el capitán de la guardia; la conversación va subiendo de tono hasta que el sargento le golpea al capitán en la cabeza con la culata de su arma; con tanta fuerza, o pericia, que lo deja muerto. Los soldados del cuerpo de guardia, es de entender que bastante acojonados, le dejan entrar.

El sargento, efectivamente, se planta en medio del patio del cuartel y, con su pistola en una mano, despliega con la otra una bandera republicana que traía. Se monta una arenga no exenta, al parecer, de insultos y palabras gruesas, tras lo que ordena que los infantes de marina que queden en el cuartel formen inmediatamente. Tras formar, los saca a la calle, con la bandera replegada y con la banda de música tocando.

Mientras tanto, en la flota el ambiente es confuso. En la noche del 4, una vez que ha quedado claro que los barcos no van a salir de la rada, se había dado permiso a los marinos sin servicio para que bajasen a tierra. Muchos de estos marineros fueron detenidos por las patrullas sublevadas y llevados, sobre todo, al Parque de Artillería. Los otros, los que consiguieron escaquearse del control de las patrullas, regresaron echando melodías a los barcos, donde fueron relatando la confusa situación de la ciudad.

A partir de ese momento, aquellos mandos y oficiales de los barcos que tenían un perfil más profranquista comenzaron a comer orejas allí donde se les pusieron a disposición, para incrementar la alarma y tratar de provocar la salida de los barcos. A finales de aquella noche, la verdad, prácticamente todo el mundo en los barcos quería hacerse a la mar; las tripulaciones hace ya mucho tiempo que no estaban formadas por marineros con perfil ideológico; la mayoría de los que había en los barcos estaban, simplemente, haciendo la mili en el bando que les había tocado; y, como ya he podido describiros un poco más arriba, incluso la actitud de los comisarios políticos en los barcos es ya muy tenue. Pero, una vez más, como ocurre en cada esquina de los hechos que relato, por debajo de esa voluntad general, nada está claro: unos quieren irse a un puerto neutral, otros quieren distanciarse de la costa y esperar acontecimientos, y otros irse a otro puerto republicano

Aunque los mandos de la Flota se podían considerar en su inmensa mayoría de probada fidelidad republicana, entre ellos había algunos cuyo perfil era probablemente más partidario del bando nacional. Es el caso, por ejemplo, de José Núñez Rodríguez, jefe de Estado Mayor de la Flota, que tenía tres hermanos peleando con Franco. Fuera fuerte o leve la labor de zapa de este quintacolumnismo embarcado, por así llamarlo, lo cierto es que desde casi primeras horas de la madrugada del 5, las calderas de los barcos estaban ya ronroneando. A las 8,30 se celebra una reunión de mandos en las que escuetamente se les comunica que han de estar todos pendientes de una eventual orden de zarpar; allí a nadie se le ocurre intervenir en favor de la idea de quedarse para defender la República hasta el último obús; de hecho, lo más probable es que ni siquiera lo pensase alguien.

Buiza cablegrafía a toda la flota, a las diez y cuarto de la mañana, que en los barcos no pasa nada y que la Flota sigue obedeciendo al gobierno. En ese momento, el almirante de la Flota cree posible que Negrín secunde la propuesta de negociar una paz razonablemente honrosa que le hacen los mandos militares no comunistas; lo que, la verdad, demuestra que no lo conocía o, si se prefiere, no conocía su situación real. De todas formas, el cablegrama, como otros posteriores que le seguirán, viene a apuntar claramente que la intención de Buiza es distinguirse personalmente, y distinguir con ello a la Flota, de lo que ya tiene que saber para entonces que, en tierra, es una rebelión cuando menos parcialmente profranquista. Entre otras cosas, los artilleros sublevados habían apresado al comandante del Almirante Ulloa, algo que obviamente no habrían hecho en el marco de una sublevación republicana, pues la totalidad de la Flota la habría secundado.

Apenas unos minutos antes de las once y media de la mañana, algo pasa. Cinco trimotores Savoia entran en la rada desde el mar y comienzan a bombardear el puerto. Los pilotos, más que probablemente italianos, le aciertan, sobre todo, al destructor Sánchez Barcáiztegui y le provocan gravísimos daños. También cayeron bombas en el Gravina, que causaron un herido leve y otro grave, pero no daños materiales. El bombardeo también tuvo otra consecuencia: la columna que iba, con banda de música y todo, desfilando hacia el muelle, salió a la naja y se dispersó; muchos de los soldados que salieron corriendo en ese momento ya no volverían a su cuartel.

El Sánchez Barcáiztegui renqueó como pudo hasta el Arsenal, donde su tripulación desembarcó. El barco estaba ardiendo para entonces. Allí, al parecer, hubo una escena confusa, pues en el Arsenal había diversas tropas sublevadas y, consecuentemente, nadie sabía muy bien qué hacer. Finalmente, se acordó que todo aquél desembarcado del destructor que quisiera seguir embarcado pudiera hacerlo en otra nave.

Uno de los barcos, el crucero Libertad, radió en esos momentos la noticia de que desde las baterías de la costa, que como ya os he dicho controlaba Espa, se había hecho llegar el ultimátum de que o la Flota salía de Cartagena en quince minutos, o empezaría la tangana. El buque solicita instrucciones. Al parecer, la primera reacción en la Flota fue montar una tropa con marineros de todos los barcos, probablemente para tratar de controlar las baterías de la costa y eliminar la amenaza. Sin embargo, desde el propio Cervantes, apenas unos minutos después de haber ordenado formar la tropa en cada barco para saltar a tierra, se ordena que no salga nadie de los barcos. Todo parece indicar que Buiza se convenció de que las baterías estaban demasiado lejos, y que sus tropas eran muy escasas.

En la Base, mientras tanto, todo el mundo espera a Antonio Ruiz como agua en mayo. Con esa capacidad que tiene el ser humano de agarrarse a clavos derretidos en situaciones objetivamente jodidas, mucha gente piensa que Ruiz ha salido de Elda con eso precisamente que él siempre sostuvo que no le habían dado: instrucciones precisas. La verdad, a mí me parece un poco del género estúpido pensar que una situación tan compleja y alambicada como la que se había presentado en Cartagena resulta que la iban a solucionar desde Elda unos tipos que estaban perdiendo la guerra por goleada. En todo caso, Antonio Ruiz, finalmente, había sido localizado en la casa en la que había pernoctado y se llegó hasta Cartagena. Si pudo llegar hasta la Base fue por una sola razón: porque su ayudante, que iba con él, conocía la contraseña Por España y por la Paz, que era necesario saberse para pasar los puestos de vigilancia. La primera impresión que recibió el hombre nombrado por el gobierno para mandar en la Base, pues, fue que no iba a mandar en una mierda, porque todo el mando de Negrín no valía ni la centésima parte que saberse aquel santo y seña.

Al llegar a la Base, le fue mostrado por unos militares angustiados el cablegrama de Negrín en el que éste anunciaba la llegada de un nuevo jefe que sabría que hacer. Ruiz, sin embargo, les echó un jarro de agua fría al decirles lo que seguiría diciendo tras la guerra: que nadie le había dado instrucciones, ni poderes, ni nada de nada. Como ya he dicho, no sabemos muy bien si eso era verdad, o tal vez no lo era pero Ruiz, acojonado con la situación, prefirió hacerse el orejas. Por mucho que le porfiaron para que diese órdenes sobre qué hacer, Ruiz no dio ninguna: ni sobre los destacamentos en la ciudad, ni sobre las baterías de la costa, ni sobre la Flota, ni sobre nada. La escasísima y fragilísima unidad de los mandos de la base se iba por el sumidero; Fernando Oliva, por ejemplo, se apresuró a ponerse a las órdenes del general Barrionuevo.

En estas circunstancias, un cada vez más presionado y nervioso Vicente Ramírez se ausentó de la Base para llegarse al Cervantes. Se entrevistó con Buiza y, por las trazas, le debió decir que la rebelión profranquista era dueña de anchas porciones de la ciudad, que en la Base la situación no estaba nada clara, y que Antonio Ruiz estaba tomando menos decisiones que el juez Marchena en un programa de Sálvame. En las cubiertas de los barcos, donde para entonces había ya muchos civiles, se distribuían todo tipo de noticias de Radio Macuto. Tan pronto la célebre 206 estaba a punto de entrar en la ciudad para controlarla en nombre de la República, que las tropas nacionales avanzaban a toda prisa hacia el mar.

En el Parque de Artillería, eje de las sublevaciones en mayor medida que la propia Base, el personal se ha puesto bastante contento, aunque la cosa va por barrios, con el paso de los aviones italianos. Los leales a Franco interpretan que los nacionales han conseguido captar la señal de la emisora que han tomado los falangistas y han reaccionado enviando los aviones. Barrionuevo, que cree la jugada ya ganada, telefonea a Espa y le ordena que si a las doce y media los barcos no han salido de la rada, cuando menos dos baterías (Fajardo y castillo de San Julián) les disparen; y le deja claro que ya no necesita nueva orden. A esas horas, sin embargo, la situación para los sublevados en realidad era bastante peor de lo que imaginaba el general, puesto que la brigada 206 ha recuperado la movilidad y, tras formar las tres columnas diseñadas por Precioso, estaban ya avanzando, tanto hacia las baterías como hacia la ciudad.

Se juntó el hambre con las ganas de comer pues, la verdad, en la Flota estaban ya, a la hora del Ángelus, que perdían el culo por zarpar. Se ha dicho y escrito, y yo creo que es una interpretación más que válida, que si Buiza no salió de madrugada con los barcos fue a causa del tinte profranquista que tomó la rebelión de Cartagena, algo que quizá le hizo temer que, si dejaba atrás a personas como Galán o Ramírez, éstos acabasen fusilados en unas horas. Además, estaba el tema de que en Cartagena había civiles muy significadamente republicanos que merecían, por así decirlo, un puesto en los barcos. Estas consideraciones siempre pesaron en el ánimo de Buiza. Pero a mediodía, la verdad, tanto la determinación de las baterías como la demostración de poderío realizada por los aviones que habían bombardeado el puerto a placer, aconsejaba no esperar. Buiza, en consecuencia, telefoneó a la Base, informó de que estaba resuelto a zarpar, y conminó a todo aquél que quisiera marcharse en los barcos a perder el culo hacia el puerto.

2 comentarios:

  1. Anónimo10:36 a.m.

    "En las cubiertas de los barcos, donde para entonces había ya muchos civiles, se distribuían todo tipo de noticias de Radio Macuto..."

    En la Armada las noticias las distribuye Radio Bolina.

    Eborense, navarca

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