viernes, marzo 25, 2022

El fin (37: La huida)

El Ebro fue un error

Los tenues proyectos de paz
Últimas esperanzas
La ofensiva de Cataluña
El mes de enero de las chinchetas azules
A la naja
Los tres puntos de Figueras
A Franco no le da una orden ni Dios
All the Caudillo's men
Primeros contactos
Casado, la Triple M, Besteiro y los espías de Franco
Negrín bracea, los anarquistas se mosquean, y Miaja hace el imbécil (como de costumbre)
Falange no se aclara
La entrevista de Negrín y Casado
El follón franquista en medio del cual llegó la carta del general Barrón
Negrín da la callada en Londres y se la juega en Los Llanos
Miaja el nenaza
Las condiciones de Franco
El silencio (nunca explicado) de Juan Negrín
Azaña se abre
El último zasca de Cipriano Mera
Negrín dijo “no” y Buiza dijo “a la mierda”
El decretazo
Casado pone la quinta
Buiza se queda solo
Las muchas sublevaciones de Cartagena
Si ves una bandera roja, dispara
El Día D
La oportunidad del militar retirado
Llega a Cartagena el mando que no manda
La salida de la Flota
Qué mala cosa es la procrastinación
Segis cogió su fusil
La sublevación
Una madrugada ardiente
El tigre rojo se despierta
La huida
La llegada del Segundo Cobarde de España
Últimas boqueadas en Cartagena I
Últimas boqueadas en Cartagena II
Diga lo que diga Miaja, no somos amigos ni hostias
Madrid es comunista, y en Cartagena pasa lo que no tenía que haber pasado
La tortilla se da la vuelta, y se produce el hecho más increíble del final de la guerra
Organizar la paz
Franco no negocia
Gamonal
Game over   



Más o menos a esas horas, un poco antes del amanecer por lo tanto, Miaja telefonea al Ministerio de Hacienda. Al parecer, cuando Casado coge el aparato, Miaja se pone en plan de coña con él, afectando afearle el hecho de que se le haya adelantado. Lo más cierto, sin embargo, es que Miaja nunca habría dado el paso que dio Casado. Yo creo que su actuación en los días y semanas anteriores es bastante clara a la hora de demostrar que Miaja jugaba con la baraja que le parecía más ventajosa en cada momento; y que en la noche del 6 de marzo, lo que hizo fue esperar a ver cómo se definían las cosas y, si llamó a Casado, fue porque juzgó que, para poner una pica en el Consejo de Defensa, tenía que hacer algo así. Casado, siguiendo las previsiones que ya conocemos, le ofrece presidir el Consejo; Miaja acepta y promete estar en Madrid esa misma mañana.

La llamada a Miaja bien pudo galvanizar a Casado, porque parece que, inmediatamente, se aplicó a comunicar con jefes destacadamente comunistas, lo que viene a reflejar que se sentía ganador de la partida. Pudo hablar con Hidalgo de Cisneros (aunque el aviador comunista no parece recordar esta conversación, ello bien puede ser porque, en la posguerra, esa conversación quemaba como una cinta de Villarejo) y habló también con Antonio Camacho; ya sabéis, el jefe del aire que le estaba facilitando a Negrín tres aviones para su huida. Camacho, pese a ser un miembro conspicuo del PCE, no se mostró en contra del Consejo; pero tampoco parece que le diese a Casado la información más preciosa que atesoraba en ese momento: que Negrín estaba preparando su salida del país.

Llegando el amanecer del día 6, sin embargo, el Consejo no tenía grandes apoyos. Tenía las tropas llegadas del IV Cuerpo, dos batallones que había aportado Martínez Cabrera y que no eran muy operativos, y las fuerzas de seguridad comandadas por el coronel Armando Álvarez, un republicano de pura cepa que siempre se había negado a instituir el comisariado político en sus unidades. La unidad creada por Álvarez sería la defensa propiamente dicha del Consejo de Defensa.

Hacia las seis de la mañana del día 6, llegó a la Posición Yuste Manuel Tagüeña junto con otros oficiales comunistas. Tagüeña había estado aquella noche en Madrid esperando recibir órdenes o información de Domingo Girón quien, como ya os he contado, fue arrestado (por dos veces) por elementos favorables al Consejo de Defensa. Además, había sido llamado a Alicante, por lo que finalmente decidió desplazarse. Tagüeña cuenta en sus memorias, y parece sincero, que estaba convencido de que a la reunión de Yuste lo estaba convocando un general Modesto que había tomado definitivamente el mando de las tropas republicanas y le iba a dar tal o cual instrucción. Sufrió una decepción cuando, llegado a la Posición, se dio de bruces con Modesto, quien se sorprendió mucho de verlo allí; no tardó en comprobar que quien le había convocado era Manuel López Iglesias, antiguo jefe de Estado Mayor del V Cuerpo de Ejército, que estaba inquieto porque, si Tagüeña se quedaba en Madrid, pudiera ser enjaretado por los del Consejo.

En Yuste, Tagüeña se encontró también con Matallana (que todavía seguía allí), Santiago Garcés y otros, que le fueron contando lo que había pasado en Madrid. Finalmente, Tagüeña vio a Vicente Uribe, ministro comunista del gobierno de Negrín y por lo tanto participante en el consejo de ministros y en aquella larga madrugada. Uribe le encomendó a Tagüeña localizar a Dolores Ibárruri y comunicarle que el gobierno había decidido salir de España. Uribe, a mi modo de ver incapaz de decirle a su correligionario (que, según todas las trazas, estaba dispuesto a resistir) que se iban porque estaban cagaditos y porque ya no les quedaba poder posible (y, tal vez, recuérdese la actitud de Togliatti o del general Borov, porque así se lo habían indicado desde Moscú); Uribe, digo, le echó la culpa a Buiza: le contó a Tagüeña que la flota había amenazado con no volver a España (en realidad, habían asegurado que no volverían) si el gobierno no se marchaba y el ejército no se adhería al Consejo de Defensa.

Pasionaria, la de no pasarán, la de mejor morir luchando que vivir de rodillas, no estaba en Madrid, luchando. Estaba en la Posición Dakar, a tipo de lapo de la Posición Yuste. Formaba parte, pues, de la patota de valientes que estaba preparando la salida de España de ellos mismos, de sus parientes y de su pasta. Cuando Tagüeña le comunicó el mensaje de Uribe, Ibárruri, que siempre fue muy presciente, sentenció: “es el fin de la guerra”. En la Posición Dakar había todo un repóker comunista: estaba Lola Ibárruri, estaba Pedro Checa (nunca un comunista de la guerra civil tuvo un apellido mejor puesto), Manuel Delicado, Enrique Líster, Hidalgo de Cisneros y algunos más. Todos, como digo, aprestándose a abandonar valientemente el país después de haberle estado comiendo la oreja durante semanas al pobre españolito que tenía la desgracia de ser razonablemente joven en 1939 con que había que resistir hasta morir (en realidad, quisieron decir “resistir hasta coger el avión”).

Líster cuenta que llegó a Dakar a las ocho de la mañana y que informó al resto de sus camaradas de lo que se había decidido en Elda (huir), así como de la situación en Cartagena (esto es, que la honra comunista ya no tenía barcos); mientras que sus camaradas le aportaron precisiones que él no conocía del movimiento de Casado en Madrid. A eso de las diez, Negrín y Álvarez del Vayo se presentaron en Dakar para confirmar la decisión de salir de España y sugerir a los comunistas que hicieran lo mismo; yo, cuando menos, ignoro que tuviesen el mismo detalle visitador y avisatorio con cualquiera otra de las fuerzas del Frente Popular.

Todos estos comunistas empoderados se hicieron servir el desayuno por Irene Falcón, la secretaria de la Iba. En el final de la guerra, no podían faltar los micromachismos. Después de desayunar, se retiraron a descansar un rato en lo que las azafatas adecentaban el avión. Se fueron a una casa donde ya estaban otros dos valientes sin tacha de nuestra guerra: Rafael Alberti y su churri, la Tere Lion.

Cuando fue momento, los ministros del gobierno Negrín se trasladaron desde la Posición Yuste hasta el aeródromo de Monóvar. Los aviones de Camacho todavía no habían llegado, lo que me hace pensar como probable que, cuando el jefe de la aviación habló con Casado, tenía que saber que se los tenía que enviar. Ante la tardanza, Negrín y Álvarez del Vayo se fueron a Dakar, a echarse unas risas con los comunistas.

Tagüeña nos cuenta que, a la llegada de Negrín y Vayo a Dakar, Dolores Ibárruri, Uribe, Checa y Delicado los metieron en una habitación donde intentaron convencerlos de que se quedasen y resistiesen. Bueno, en realidad Tagüeña se “responsabiliza”, por así decirlo, del dato de que los cuatro comunistas se reunieron aparte con el primer ministro y el ministro de Estado; el contenido de la reunión o se lo imagina, o se lo contaron, o se lo inventa. Ibárruri, en sus memorias, se limita a recordar que trataron de convencerles de que hiciesen una alocución radiada, cosa que era imposible por falta de fuerza eléctrica. La Pasi difícilmente se ahorraría el tanto de ser la última que intentó resistir. Así pues, lo más probable es que lo que cuenta Tagüeña sea, digamos, licencia poética. Álvarez del Vayo, por otra parte, le negó tajantemente al escritor Luis Romero que jamás hubiesen presionado los comunistas en ese sentido. Da la impresión de que Tagu, a toro pasado, trataba de ocultar las muchas ganas que tenían los adalides del Resistir hasta morir de coger el vuelo de Iberia a ninguna parte.

Quien sí es posible que se hiciese alguna pajilla con la idea de que Negrín podía cambiar de idea fue Pedro Checa, quien así se lo habría insinuado a Modesto, Líster y Tagüeña. Yo, personalmente, tiendo a pensar que si Checa tuvo esa reunión con estos tres jefes militares, en todo caso, fue para provocar un movimiento por su parte que obligase a Negrín, y no al revés. La clave para él era que Etelvino Vega asegurase la posesión republicana del puerto de Alicante, que ahora era básico para la evacuación, después de que la Flota había abandonado Cartagena. Por ello, Tagüeña salió hacia allí, acompañado del capitán Francisco Gullón, del mayor Mateo Merino y del teniente coronel Francisco Romero Marín.

Un problema para todos esos movimientos era el coronel Ricardo Burillo, entonces jefe de Seguridad y Orden Público de la región valenciana. Burillo había sido comunista pero se había enemistado con el PCE. Burillo se puso del lado del Consejo de Defensa y, con ello, decantó en buena medida la plaza en favor del movimiento de Casado; algo que Etelvino Vega trató de contrarrestar haciéndose cargo del gobierno militar. Cuando llegaron a Valencia, Tagüeña entró en el gobierno militar, acompañado por Romero Marín, que había estado a las órdenes de Vega. Se encontró al gobernador militar literalmente rodeado de oficiales con una actitud inequívoca en favor del Consejo. Por eso mismo, Tagüeña y Etelvino hablaron en voz baja. Vega le recomendó que fuese prudente y no se significase. Así pues, Tagüeña decidió irse a un hotel.

Estando en el Hotel Palace, Tagüeña recuerda que escuchó un estruendo y que, asustado, llamó a Vega. Pero no lo localizó. Enviaron a Gullón de explorador, y éste regresó diciendo que el centro de Valencia estaba tomado por la policía. Etelvino Vega había sido neutralizado, y ese gesto había sellado el destino de la II República española, pues: Negrín no tenía ni un solo triunfo en la mano ya con el que especular y no marcharse; la República acababa de perder la última oportunidad de controlar terreno y medios suficientes como para soñar con una huida masiva de republicanos razonablemente ordenada.

Cuando, o bien Tagüeña, o bien quien fuese, llamó a Elda e informó a Negrín de que Valencia era del Consejo, que Alicante peligraba y que Etelvino Vega estaba más que probablemente detenido, Negrín resolvió que tenía que largarse de España at all costs. En Monóvar ya había varios aviones. Allí esperaban los ministros distintos de Vayo, hechos un manojo de nervios; por no hablar de los pilotos, que esperaban un ataque de la aviación franquista de un momento a otro. Negrín, Vayo y la valiente tropa comunista modelo resiste tú, que a mí me da la risa, estaban zoando por las carreteras alicantinas, a toda hostia, camino del aeródromo. Negrín llegó a la pista himplando la orden de marcharse ya.

En el avión más grande (siempre ha habido Falcons, y siempre los habrá) se metieron Negrín, y sus ministros; en medio del viaje, Negrín los convocó a un consejo de ministros el día 15, en París. En otros dos aviones más pequeños (con menores posibilidades de alcanzar algún destino viable, pues) se metieron Lola Iba; el general Antonio Cordón; un diputado francés (Jean Catelas); los carniceritos de El Mono Azul (matrimonio Alberti) Jesús Monzón, el gobernador civil de Cuenca al que Mera había mandado al paro; el coronel Carlos Núñez Mazas, subsecretario del Aire; y, dicen algunos, el asesor búlgaro Arthur Stepanov.

El resto se juntó en uno de los hangares de Monóvar. En la Posición Dakar sólo había quedado Carlos Delage, con el encargo de desviar a Monóvar a todos los resistentes hasta el final que fuesen llegando.

Quiero recordaros que, en el momento en que esos aviones despegaban, oficiales como Artemio Precioso, y sus soldados, seguían luchando, poniendo sus vidas en peligro, para defender a todos estos tipos que estaban subidos a los aviones.

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