viernes, junio 25, 2010

La guerra civil bis (6)

El documento de la comisión de estudio deja poco margen para las interpretaciones. Dice, con neta claridad, que «el régimen franquista es un régimen fascista calcado del de la Alemania nazi de Hitler y la Italia fascista de Mussolini». Acusa a Franco de instigar la guerra tanto como las partes contendientes y afirma que la correspondencia incautada a los nazis y fascistas tras la guerra, y utilizada en el proceso de Nuremberg, sustenta la acusación contra Franco por realización de crímenes contra la paz.

La Comisión también estuvo de acuerdo con las teorías según las cuales Franco era un peligro inminente para la paz en Europa, pues asevera que «las actividades en la frontera francesa parecen indicar que se espera posiblemente un conflicto con la España franquista».

Sin embargo, en diplomacia el diagnóstico de una situación tiene poco valor si no viene acompañado de medidas. De hecho, la Historia de la ONU está repleta de casos así. Casos en los que la institución salva la cara mediante el recurso a decir «Fulano ha sido muy malo y es culpable de todo, pero no tomo medidas contra él». En el caso del estudio del problema español, el problema se planteó a la hora de preguntarse si, una vez claro que el franquismo era un fascismo más, le era aplicable el artículo 39 de la carta de la ONU: «El Consejo de Seguridad determinará la existencia de toda amenaza a la paz, quebrantamiento de la paz o acto de agresión y hará recomendaciones o decidirá qué medidas serán tomadas de conformidad con los artículos 41 y 42 para mantener o restablecer la paz y la seguridad internacionales».

Como ya he comentado con anterioridad, aquí está la madre del cordero. Por mucho que los republicanos y, en general, todos aquellos que en aquellos años cuarenta tenían endiosada a la ONU como el foro definitivo del orden mundial, lo cierto es que, diplomáticamente hablando, lo que más le importaba a la oposición española, es decir la brutal represión interior del franquismo contra sus opositores, era un dato menor. Lo importante para la ONU era si Franco era una amenaza para la paz, como lo habían sido Hitler y Mussolini. Esto Franco lo sabía bien, y por eso tuvo buen cuidado de no incrementar ni un milímetro su imagen belicista. Por ello, la Comisión, en un párrafo que es la peor noticia para el republicanismo español, dice: «No se ha producido todavía la ruptura de la paz. Ningún acto de agresión ha sido probado. Ninguna amenaza contra la paz se ha establecido. Por consiguiente, ninguna de las medidas de coerción enunciadas en los artículos 41 [sin tropas] y 42 [mediando el uso de la fuerza y tropas] pueden ser ordenadas en la hora actual por el Consejo de Seguridad». De los escasos triunfos de la diplomacia franquista en esos años en los que iba claramente perdiendo la partida, le queda éste, crucial a la postre: convencer a las cancillerías suficientes de que no iba a atacar a nadie, ni se iba a implicar en ninguna aventura rara. En el momento que Franco consiguió que muchos países asumiesen que él no era como Mussolini y, por lo tanto, no iba a invadir Abisinia, la posición opositora se debilitó automáticamente.

Fruto de los dimes, diretes, discusiones y arreglos que todo papel diplomático comporta, el informe de la Comisión trata de arreglar las cosas diciendo que «el Subcomité constata que reina en este momento en España una situación que si no constituye un amenaza actual en el espíritu del artículo 39, representa una situación que, de prolongarse, puede amenazar el mantenimiento de la paz y de la seguridad internacionales». El deporte preferido de Naciones Unidas es el rubgy. Y la jugada preferida, la patada a seguir. Sin embargo, como el problema estaba planteado en unos términos muy claros y los apoyos de la causa republicana no eran pocos, el informe termina apostando por una resolución del Consejo de Seguridad que recomiende la retirada de embajadores.

Al estudiar este dictamen en el Consejo de Seguridad, se produce la curiosa situación de que un amigo de la causa republicana, tratando de reivindicarla, en realidad les hace la pascua. Ese amigo es Andrej Gromiko, jefe de la diplomacia soviética durante décadas.

Estados Unidos presenta una enmienda a la resolución del Consejo en la que, ladinamente, le coloca a la recomendación de retirar los embajadores la coletilla «o, en su defecto, toda acción que considerara como eficaz y apropiada a las circunstancias actuales». Es decir, trataba de quedarse con las manos libres para mantener el embajador y hacer las cosas a su manera.

Esta enmienda enfureció a los soviéticos, quienes se dieron cuenta (hay que ser tonto del culo para no verlo) que, de aprobarse, en realidad dejaba sin efecto la eventualidad de una retirada coordinada de embajadores, que era lo que el bloque del Este buscaba. Sin embargo, Gromiko, o quien le diese las órdenes pertinentes, operó con notable torpeza. De forma sorpresiva, la URSS ejerció el veto de la enmienda estadounidense y exigió que se volviese a la moción inicial redactada por el polaco Lange, es decir al aislamiento puro y duro de Franco. El 24 de junio, Óscar Lange volvió a solicitar la votación de la moción, en un intento del bloque del Este de que todos los países se retratasen. El resultado fue que Francia, la URSS y México la apoyaran, y los otros siete miembros de turno del Consejo la tumbasen. Entonces Polonia reculó, pero hasta cierto punto era tarde. Presentó una nueva propuesta de moción que buscaba que el asunto quedase en el orden del día y hubiese un compromiso de volver a tratarlo por el Consejo (Lange proponía como tope el 1 de septiembre, es decir unos tres meses, para, dijo, darle tiempo a los republicanos a derribar el régimen de Franco. Se desconoce las milongas que le habían contado los comunistas españoles exiliados en Moscú para creer eso posible); así como la creación de una nueva Comisión de Estudio, que quedó formada por Australia, Polonia y Reino Unido. Teniendo en cuenta que Polonia quería poco menos que la ONU invadiese España y que Reino Unido había votado para que toda la cuestión pasara a la Asamblea sin recomendación alguna, por lógica, esta segunda comisión no llegó ni a media conclusión consensuada. Ya en el Consejo, Australia y Reino Unido presentaron una moción que comprometía al Consejo a mantener el problema en observación; pero Gromiko la volvió a vetar, por considerarla floja. Ante la situación de bloqueo, la moción se votó sin veto, recibiendo nueve síes y dos noes. La URSS y Polonia habían perdido incluso el apoyo de Francia que antes habían tenido.

En resumen: al comenzar la sesión del Consejo, la mayoría de los miembros eran proclives a que se tomase alguna decisión contra Franco. Pero querían apostar, todo lo más, tres o cuatro amarracos. La actitud de Gromiko, cortando el mus y cantando un órdago a la grande, colocó a esos mismos países en la posición de tener que definirse, y lo hicieron decidiéndose por la cautela, que es lo que un diplomático hace cien veces de cada cien cuando no está seguro de las consecuencias de sus actos. Gromiko, intentando ayudar a la causa republicana, le metió un pepino por donde los amargan.

Giral, amargamente, se quejaría en nota pública de los resultados de este Consejo de Seguridad del verano de 1946 indicando que su resolución era «una sentencia que no guarda relación con sus considerandos». Y tenía razón. Tan dura era la ONU diagnosticando el fascismo de Franco como blanda actuando contra él. Y, para solaz de los apoyos de Franco, tácitos o descarados, ello no había ocurrido por ninguna acción de esos amigos, sino por una terrible torpeza de uno de los mejores amigos de la República.

No obstante, ese verano del 46 es el más feliz para los republicanos exiliados. Todos los grupos políticos apoyan aún el gobierno Giral, aunque con las serias matizaciones prietistas; y el apoyo internacional es evidente en actos como el escrito firmado por más de cien diputados británicos en apoyo de la República. En Hungría, el gobierno de Zoltan Tildy reconoce oficialmente a la República. Los obreros checoslovacos se manifiestan a favor de España. La Asamblea Francesa invita a Giral a intervenir en su Comisión de Asuntos Extranjeros (ante la cual Giral, no sé muy bien basándose en qué, asevera que «el gobierno de la República puede garantizar que el orden y la disciplina no serán perturbados en España»).

Una vez más, y puesto que está en fase de envalentone, Giral se muestra contrario a un plebiscito que defina la forma de Estado, pues da por totalmente finiquitada la monarquía en España. Pero aquí empieza el gobierno Giral a pisar terreno no muy firme. La Conferencia socialista celebrada los días 27 y 28 de agosto en el exilio propugna «un régimen de libertad que permita al pueblo darse, por la vía del sufragio universal, el gobierno de su elección». En la misma línea se pronuncia, en la clandestinidad interior, la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas, la cual, en un manifiesto, se compromete a aceptar toda solución contraria a sus postulados que la voluntad popular, libremente expresada, pueda tomar. La toma de posición socialisgta, esto es lo que temen los giralistas, arrastra al laborismo británico, que empieza a coquetear descaradamente con la idea de una solución monárquica.


Lo quieran o no Giral, su gobierno y las formaciones que están en el centro de su apoyo, la simple y pura reinstauración de la República está dejando de ser la única alternativa al franquismo.

El 23 de octubre comienza un nuevo acto. Tras el Consejo de Seguridad, llega la Asamblea de la ONU.

miércoles, junio 23, 2010

El rey republicano

Hace muy pocos días hemos podido contemplar, en Estocolmo, una prueba más de que es posible gastarse un montón de pasta en vestirse como un adefesio. Tal cosa acaba por aparecer en las bodas de sangre real, todas ellas tocadas de cierta propensión al exhibicionismo estético que no pocas veces cae en el ridículo. En todo caso, de esta boda se han dicho muchas cosas. Se ha casado la heredera de un trono con su profe de gimnasia, y se ha destacado lo extraño de esta situación. Lo cierto es que las bodas plebeyas de príncipes y princesas ya no sorprenden, por haberse convertido en lo normal. Pero es que en el caso de la corona sueca, esta normalidad es tanto más lógica si tenemos en cuenta su génesis. La actual casa real sueca fue iniciada por un hombre que, siendo rey, odiaba a los reyes, como odió a un emperador. Ésta es, en notas sucintas, su historia; la historia de Jean Baptiste Bernadotte.

Nuestro Juan Bautista nació el 26 de enero de 1763, de una familia dedicada tradicionalmente a la sastrería. Su padre, Henri Bernadotte, murió teniendo su hijo 17 años, dejando la familia en una situación económica comprometida que acabó por decidir al joven a enrolarse en el ejército. Su primer destino fue Ajaccio, en Córcega , donde, por lógica, es más que probable que, durante sus paseos, se cruzase con algún miembro de la familia Bonaparte.

Con 21 años lo encontramos sirviendo, ya de sargento, en Grenoble, y conocido por todos los militares como Sergeant Bellejambe, o Sargento Piernabella, mote que alude a su éxito con las mujeres. Es tanto tal éxito que incluso el guapo sargento se liga a una grenoblina con un nombre tan sensual como Catalina L'Amour, y le hace una hija, Olimpia Bernadotte, que morirá siendo niña.

Estalla la Revolución Francesa. Por mor de la misma, el jefe de la guarnición, el coronel D'Ambert, a causa de su condición noble, es condenado a muerte. Bernadotte, quien durante toda su vida se caracterizará por ser fiel a sus ideas y planteamientos, le defiende. Luego, a la guerra; primero en Bélgica y luego, conforme avance el ejército francés, en Austria. Como siguiente campaña, Bernadotte es enviado a Italia, con 20.000 hombres, a auxiliar a un general llamado Napoleón Bonaparte. El encuentro entre ambos aflora una neta antipatía, lógica entre un militar como Bernadotte, de sólidas convicciones republicanas; y otro, como Napoleón, que, si bien no ha descubierto aún sus cartas, no se recata en esconder la elevada opinión que tiene de sí mismo y de su misión histórica.

Hagamos una breve pausa en la vida de Juan Bautista.

El 18 de septiembre de 1793, en Marsella, una jovencita espera a las puertas de las dependencias oficiales, adonde ha ido para terciar en favor de su padre y su hermano, que han sido detenidos por los comités revolucionarios. A pesar de sus porfías, no consigue gran cosa. Pero esa tarde-noche, un hombre entra en la sala donde ella está esperando y se fija en ella, Bernardine Desirée Clary. Ese hombre es José Bonaparte, el hermano de Napoleón que algún día será el despreciado rey de España. Si en aquel momento una voz en off le hubiese dicho a él que sería rey de Nápoles y de España, y a ella que sería reina de Suecia y de Noruega, es de suponer que se habrían descojonado de la risa.

José consigue la liberación de los Clary y, automáticamente, comienza a cortejar a las dos hermanas, Desirée y Julia, para terminar casándose con la segunda de ellas. Aunque, antes de esa boda, cuando aún José está pelando la pava con Desirée, su hermano Napoleón visitó Marsella y conoció a las hermanas. Opinó, según cuenta en sus memorias Desirée, que ésta era demasiado impulsiva para José, así pues le recomendó que se casase con Julia (y, como sabemos, el hermano le hizo caso). Por su parte, Napoleón decidió casarse con Desirée. Así pues, la que sería reina de Suecia y de Noruega bien pudo ser emperatriz de Francia.

Como he dicho, fue Napoleón quien decidió que aquella era su esposa perfecta. Pero con el mismo desparpajo que hizo esa decisión, la deshizo año y medio después, cuando conociese en París a Josefina de Beauharnais, quien sería su mujer. Desirée quedó absolutamente desolada e incluso le prometió a su ya ex novio guardarle las ausencias hasta la muerte, como era bastante normal en aquellas jovencitas románticas.

Desirée Clary y Jean Baptiste Bernadotte se conocerían en París, en una recepción de José Bonaparte, unos dos años después de que Napoleón la dejase marchándose, nunca mejor dicho, a la francesa. Se casaron el 17 de agosto de 1798. Pero los, y sobre todo las, amantes de las historias de amor, tienen muchos elementos para pensar que ambos estaban predestinados. En junio de 1789, un joven oficial Bernardotte seguía a su coronel D'Ambert y recaló en Marsella. Su coronel le dio un salvoconducto para que cierto civil de la calle Roma de dicha ciudad le diera alojamiento. El joven Jean Baptiste fue a la casa y le dio al dueño el papelito. Al casero no debió gustarle el porte de Piernabella, o quizá le pareció indigno de su casa hospedar a un puto sargento, motivo por el cual lo despachó con una disculpa.

Aquel hombre era monsieur Clary, y la casa de la calle Roma la vivienda de su familia y, por lo tanto, también la de la jovencita Desirée. Quienes nueve años después fueron marido y mujer no se conocieron aquel día por razón de lo cutre que fue el suegro.

Con su matrimonio, Bernadotte se convirtió asimismo en pariente de los Bonaparte. Pero Napoleón no le quería en París; seguía sin caerle bien. Lo mandó de comandante del ejército del Rhin. Pero el año siguiente, el gobierno republicano lo nombró ministro de la Guerra, por lo que regresó a París. Por aquel entonces nace el único hijo de la pareja y, por cierto, se produce un gesto de enorme ternura por parte de Desirée: le escribe una carta a Napoleón, entonces en Egipto, pidiéndole que sea el padrino del niño. Una forma muy femenina de decir: te he perdonado, hijoputa.

Juan Bautista dura en el proceloso lago de la alta política parisina exactamente seis semanas. Pasado ese tiempo, las envidias en la cúpula republicana comportan su cese. Merced a esta decisión, fomentada sobre todo por Barras, cuando llegue el 18 de Brumario y el golpe de Estado de Napoleón, Bernadotte no estará ahí para oponerle resistencia. En un encuentro posterior, el futuro rey de Suecia le dirá al futuro Emperador: «si yo hubiese sido ministro el 18 de Brumario, con seguridad os habría fusilado».

Esta afirmación es, más que probablemente, una exageración. En París mucha gente espera que Bernadotte salga de casa y se ponga al frente de milicias más o menos organizadas, que todo el mundo sabe están dispuestas a obedecerle. Pero no lo hace. Según todos los indicios, es José Bonaparte quien le come la oreja y acaba convenciéndole de que no se inmiscuya.

Ya en el poder, Napoleón hace todo lo posible por alejar a ese incómodo Bernadotte, que una vez se ha quedado en casa sin hacer nada, pero que lo mismo en cualquier momento decide hacer las cosas de otra manera. Incluso le ofrece la embajada en Estados Unidos, que éste no acepta. En 1804, cuando Napoleón decide su upgrading a la condición de emperador, consigue que Juan Bautista acepte la situación sin oponerse. Para recompensarle, lo nombra gobernador general de Hannover, gesto que, sin él saberlo, va a conseguir que al general, con el tiempo, le toque el gordo. En la famosa ceremonia de autocoronación de Napoleón como emperador, Jean Baptiste Bernadotte será quien porte el collar imperial.

Estamos en 1810. En Suecia, la dinastía reinante, los Vasa, se extingue. El último rey se ha vuelto loco y por eso le ha tenido que sustituir su tío, bastante decrépito, con el nombre de Carlos XIII. El Parlamento sueco busca un candidato para elegirlo rey. Y se fijan en el administrador de Hannover y algunas villas hanseáticas, de quien todo el mundo dice maravillas. Dicho y hecho: el 21 de agosto de 1810, el Parlamento elige rey a Jean Baptiste Bernadotte.

¿Se lo piensa mucho Juan Bautista? Es posible, porque es un republicano convencido. Probablemente, hay dos factores que pesan en su decisión positiva: por un lado, el hecho de que la monarquía sueca sea una monarquía constitucional, lo cual la hace más tragadera a ojos de un republicano. Por otro lado, lo mal, pero mal mal, que le sienta el ofrecimiento a Napoleón Bonaparte.

Bernadotte renuncia a la nacionalidad francesa y llega a Suecia el 20 de octubre de 1810. El pueblo les recibe con entusiasmo y eso place al futuro rey; pero no tanto a la futura reina. Pocos días después de llegar, Desirée está hasta las tetas de tanto frío, y decide volver a París. Será reina de Suecia por internet. De hecho, cuando los enemigos de Napoleón, entre los cuales se encontrará su marido, entren en París, cuatro años después, ella estará allí para contemplarlo.

El 5 de febrero de 1818, Carlos XIII muere y se produce la inmediata proclamación de Carl Johan, pues tal es el nombre que adopta Bernadotte. No es hasta junio de 1823 que se le reunirá la reina, que hasta entonces permanecerá en París.

El 8 de marzo de 1844, fallece Carl Johan, rey de Suecia y de Noruega. Al desnudarlo para prepararlo para los funerales, los sirvientes encontrarán un tatuaje en su brazo que nadie había visto antes. El tatuaje, probablemente un calentón de juventud, dice: «¡Abajo los reyes!»


Así pues, de alguna manera, Jean Baptiste Bernadotte, o Carl Johan de Suecia y de Noruega si lo preferís, fue un extraño caso de rey republicano. Con un inicio así, ¿quién se extraña de la existencia de un consorte profesor de gimnasia?

domingo, junio 20, 2010

La guerra civil bis (5)

1946 es un muy mal año para Franco. No sólo el Partido Comunista, en el interior, se cae del guindo de que no puede hacer la guerra por su cuenta, con lo que disuelve la Junta Suprema de Unión Nacional para ingresar en la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas. Además, la antigua formación de Gil Robles, los monárquicos, los liberales y conservadores de la República, se unen en torno a Juan de Borbón y publican en París un manifiesto, que obliga al Caudillo a exiliar en Canarias al general Kindelán, notorio monárquico. No obstante, el jefe del Estado no está por la labor de mostrarse débil, y el 22 de febrero, contra la oponión internacional, fusila a Cristino García y un grupo de maquis.

Ante tamaña actitud, el 26 de febrero de aquel año el Consejo de Ministros francés decide cerrar la frontera pirenaica a partir del 1 de marzo. Esta decisión busca, claramente, que El Pardo rompa relaciones diplomáticas con Francia. Franco, de hecho, cerró la frontera un día antes de lo que la fecha prevista por los franceses, aunque no dio el paso diplomático esperado.

Es en esta situación en la que el gobierno de los Estados Unidos propone a las otras dos potencias aliadas occidentales la realización de una toma de posición pública conjunta. Dicha nota, la famosa Nota Tripartita, se publica el 5 de marzo de aquel año. Dentro de la nota, los tres firmantes afirman que «desean que unos dirigentes españoles patriotas y liberales consigan provocar la retirada pacífica de Franco, la abolición de Falange y el establecimiento de un gobierno provisional o encargado de la expedición de los asuntos corrientes, bajo cuya autoridad el pueblo español tuviera la posibilidad de determinar libremente el tipo de gobierno que desea y de elegir sus representantes». También dice la nota: «a despecho de las medidas represivas tomadas por el régimen actual contra los esfuerzos ordenados del pueblo español para expresar y dar forma a sus aspiraciones políticas, los tres gobiernos esperan que el pueblo español no conocerá de nuevo los horrores y las amargas experiencias de la guerra civil».

La Nota Tripartita fue redactada, probablemente, por funcionarios norteamericanos. Pero, probablemente, por sus venas corría sangre gallega, porque es un prodigio de ir hacia todas partes sin ir a ninguna en particular. Para el antifranquismo de a pie, no sus dirigentes, la nota tripartita fue la hueva en verso endecasílabo. La confirmación de que el mundo libre estaba contra Franco y dispuesto a actuar contra él retirándole los embajadores. Pero, en realidad, la Nota Tripartita tenía varias cargas de profundidad. Contenía, eso sí, el reconocimiento de la existencia de intentos «ordenados» de oposición al franquismo, en lo que probablemente era una alusión indirecta al «desorden» comunista, lo cual suponía un aval tácito para la oposición en el exilio. Asimismo, la Nota Tripartita compraba lo que podríamos denominar la «doctrina Prieto», según la cual se debía nombrar un gobierno de hombres buenos y democráticos que organizase unas elecciones libres. Sin embargo, el texto también tenía putadas.

La primera putada era el deseo compartido de las potencias de que la guerra civil no se repitiese. Por lo tanto, los países más poderosos del mundo libre decían, negro sobre blanco, que nadie iba a disparar una sola bala para echar a Franco; más aún, esa frase podía interpretarse como la afirmación, que con el tiempo se haría más cierta, de que, en la medida que Franco garantizase la paz o fuese un factor de paz, sería más fácil aceptarlo. La referencia a la eventual acción de españoles patriotas y liberales dejaba bien claro que, al revés de lo que ocurría para la República en el exilio, para los firmantes no todos los integrantes del Frente Popular eran invitados a formar parte del gazpacho antifranquista. Por último, la alusión a una salida pacífica de Franco dejaba claro, una vez más que las potencias no harían nada que implicase el uso de la violencia o de la fuerza.

Como digo, a no pocos exiliados de a pie la Nota Tripartita les pareció caída del cielo. Pero a los líderes republicanos les provocó un cabreo del 47. El gobierno Giral hubiera esperado una ruptura radical con el gobierno de Franco; algo parecido al bloqueo americano contra Castro, incluyendo, por supuesto, la pública admisión de la legitimidad del Ejecutivo republicano en el exilio (esto quiere decir, por lo tanto, que las aspiraciones del gobierno Giral van aún más allá de la actitud de la Casa Blanca hacia Castro, pues éste no ha dejado de ser reconocido como el jefe del Estado cubano).

Con la llegada a París el 12 de marzo de Martínez Barrio, la República estaba plenamente instalada en la capital francesa. En ese momento, Giral abordó la ampliación de su gobierno para incluir todas las fuerzas del exilio; movimiento con el que, en mi opinión, demostró que no se había enterado de nada. Se lo había dicho Rockefeller durante la reunión de la ONU. Se lo volvió a decir la Nota Tripartita en el alambicado lenguaje diplomático. Y se lo volvió a decir Prieto, líder para entonces de la facción más moderada del PSOE, quien se negaba a que los comunistas entrasen a formar parte del gobierno republicano en el exilio. Giral, sin embargo, impuso su criterio, con lo que en el gobierno exiliado entraron Santiago Carrillo, por el PCE, y Alfonso Rodríguez Castelao, por los galleguistas, junto con un conservador republicano, Rafael Sánchez Guerra, aunque este nombre permaneció en secreto porque estaba en el interior de España. Enrique de Francisco, del PSOE, entró como ministro de Economía, cubriendo la vacante dejada por Fernando de los Ríos, que dimitió como ministro de Estado por motivos de salud (en la cartera lo sustituyó Giral). Asimismo, Nicolau d'Olwer dimitió para ser nombrado embajador en México.

Giral había puesto todos los huevos en la cesta del gobierno republicano. Hasta Negrín, que seguía a su bola, publicó una nota renunciando a hacerle oposición a aquel gobierno. El 5 de abril, el gobierno polaco de concentración reconoce al gobierno republicano, y la monarquía rumana rompe relaciones con Franco. El 13 de abril les reconoce Yugoslavia, y el 27 es Bulgaria la que retira su embajador.

Como puede verse, los países que serán del bloque del Este, cada vez más en la órbita soviética, son el principal ariete internacional de la República. En la sesión del Consejo de Seguridad de la ONU, el representante polaco, el inasequible al desaliento Óscar Lange, saca a pasear la cuestión de la España de Franco. Fernando de los Ríos, observador oficioso, interviente para aseverar que tiene informes fidedignos según los cuales Franco tiene formado un ejército tan grande como el francés, y que lo está preparando para asentarlo en la frontera con Francia. Este paso es absolutamente necesario para los republicanos españoles porque, como dejan bien claros los debates que en el seno de la ONU se producirán en los próximos años, cada vez más la comunidad internacional exigirá, para poner pies en pared contra Franco, que éste sea una amenazada como lo fue Hitler; esto es, que sea susceptible de agredir a otros países. Es tristísimo constatar esto, porque equivale a decir que a la comunidad de países, la represión de los españoles, en realidad, no les importaba tanto. Lo cierto es que casi siempre es así.

A mi modo de ver, las exageraciones polacas y republicanas españolas, jaleadas por Radio Moscú a toda pastilla, jugaron en contra del crédito republicano. Permitieron a la Casa Blanca amorcillarse en tablas y decir que no daría un paso más mientras Polonia no demostrase, de forma fehaciente, sus afirmaciones sobre el pretendido tamaño del ejército español, sus investigaciones en materia atómica y de armas supersónicas; teorías estas dos últimas que para cualquiera que sepa algo de cómo estaba España en 1946 le moverán a la risa floja. Y es que Georges Bush no fue el primero al que se le ocurrió atacar a un dictador en la ONU afirmando que estaba desarrollando armas de destrucción masiva.

El 16 de abril, en la apertura de la 34 sesión del Consejo de Seguridad, Lange presentó la moción que impulsaba a los países a romper relaciones diplomáticas con Franco. Al día siguiente la defendió, defensa en la cual repitió la estrategia, llegando afirmar que en la localidad toledana de Ocaña, y bajo el máximo secreto, un tal doctor Bergmann von Segerstay estaba desarrollando una bomba atómica. Entre otras cosas, también acusó a Franco de ofrecer su ayuda a los japoneses en la preparación del ataque a Pearl Harbour. Como no fuera para preparar los bocadillos... ¡Tora, Tora, Tora, y de las JONS!

Francia, que como sabemos acababa de cerrar la cancela, y México apoyaron a tope la proposición polaca. Holanda, después, intervino para decir que todo aquello no eran más que conjeturas. El delegado americano, Stettinius, se ciñó a la Nota Tripartita como sus vestidos a las caderas de Uma Thurman, y aseveró que cualquier solución debería evitar una nueva guerra civil. Más claro, Alexander Cadogan, delegado británico, se negó a apoyar la propuesta polaca. Brasil también intervino para oponerse. Finalmente, la situación de bloqueo fue vencida por Australia, que tenía una posición equidistante, mediante el viejo truco de aprobar la formación de una comisión de estudio, que estuvo finalmente formada por Australia, Brasil, China, Francia y Polonia.

El gobierno Giral, en la elaboración de su memorando a la comisión de estudio, aprovechó la ocasión para soltar algo de lastre. En unas declaraciones por aquella época, por ejemplo, Giral dijo que si el pueblo español votase libremente la monarquía, ellos lo aceptarían; lo cual supone algún cambio respecto de la cerril posición anterior. No obstante, mantuvo algunas ideas y acusaciones un tanto febles. En el curso de sus dos comparecencias ante la Comisión, por ejemplo, dijo que desde febrero de 1946 existía en España un ejército alemán disfrazado, acusación que coincidía con la de los polacos, según los cuales 200.000 soldados alemanes del ejército de Vichy habían pasado a España y allí seguían, acantonados y armados. Asimismo, se hablaba de un misterioso envío de científicos alemanes a Madrid por orden de Martin Bormann, el 22 de mayo de 1945.


Y, con éstas, llegó el dictamen de la comisión.