El business model
Vinos y odres
Los primeros pasos de los liberales
Lo dijo Dios, punto redondo
Enfangados con la liturgia
El asuntillo de la Revelación
¡Biscotto!
Con la Iglesia hemos topado
Los concilios paralelos
La muerte de Juan XXIII
La definición de la colegialidad episcopal
La reacción conservadora
¡La Virgen!
El ascenso de los laicos
Döpfner, ese chulo
El tema de los obispos
Los liberales se hacen con el volante del concilio
El zasca del Motu Proprio
Todo atado y bien atado
Joseph Ratzinger, de profesión, teólogo y bocachancla
El sudoku de la libertad religiosa
Yo te perdono, judío
¿Cuántas veces habla Dios?
¿Cuánto vale un laico?
El asuntillo de las misiones se convierte en un asuntazo
El SumoPon se queda con el culo al aire
La madre del cordero progresista
El que no estaba acostumbrado a perder, perdió
¡Ah, la colegialidad!
La Semana Negra
Aquí mando yo
Saca tus sucias manos de mi pasta, obispo de mierda
Con el comunismo hemos topado
El debate nuclear
El triunfo que no lo fue
La crisis
Una cosa sigue en pie
Era moderador del día el eterno cardenal Döpfner, siempre implicado en cualquier movida. Siguiendo las instrucciones de Tisserant, llamó a De Smedt para que depusiese su informe ante la asamblea. De Smedt comenzó a hacer ejercicios en el alambre, admitiendo que se había cambiado la estructura del documento y que, en general, era un documento diferente; pero argumentó que, “en esencia”, venía a decir lo mismo que pasados borradores (sin explicar por qué habían tenido que cambiarse tan radicalmente dichos borradores para, según él, decir lo mismo que ya decían). De Smedt argumentó de seguido que el nuevo texto había sido aprobado por los miembros del Secretariado para la Promoción de la Unidad entre los Cristianos, como si eso quisiera decir que ese voto garantizaba la aquiescencia de la Iglesia toda; así como también había sido votado por más de los dos tercios de la Comisión Teológica (que los progresistas ya se habían preocupado de colonizar en más de sus dos tercios).