lunes, marzo 21, 2022

El fin (35: Una madrugada ardiente)

El Ebro fue un error

Los tenues proyectos de paz
Últimas esperanzas
La ofensiva de Cataluña
El mes de enero de las chinchetas azules
A la naja
Los tres puntos de Figueras
A Franco no le da una orden ni Dios
All the Caudillo's men
Primeros contactos
Casado, la Triple M, Besteiro y los espías de Franco
Negrín bracea, los anarquistas se mosquean, y Miaja hace el imbécil (como de costumbre)
Falange no se aclara
La entrevista de Negrín y Casado
El follón franquista en medio del cual llegó la carta del general Barrón
Negrín da la callada en Londres y se la juega en Los Llanos
Miaja el nenaza
Las condiciones de Franco
El silencio (nunca explicado) de Juan Negrín
Azaña se abre
El último zasca de Cipriano Mera
Negrín dijo “no” y Buiza dijo “a la mierda”
El decretazo
Casado pone la quinta
Buiza se queda solo
Las muchas sublevaciones de Cartagena
Si ves una bandera roja, dispara
El Día D
La oportunidad del militar retirado
Llega a Cartagena el mando que no manda
La salida de la Flota
Qué mala cosa es la procrastinación
Segis cogió su fusil
La sublevación
Una madrugada ardiente
El tigre rojo se despierta
La huida
La llegada del Segundo Cobarde de España
Últimas boqueadas en Cartagena I
Últimas boqueadas en Cartagena II
Diga lo que diga Miaja, no somos amigos ni hostias
Madrid es comunista, y en Cartagena pasa lo que no tenía que haber pasado
La tortilla se da la vuelta, y se produce el hecho más increíble del final de la guerra
Organizar la paz
Franco no negocia
Gamonal
Game over  



Los ministros de la República no terminaban de creer que hubiese habido una sublevación en Madrid. Pero otra cosa es Negrín. Según las versiones, el ministro Paulino Gómez o el general Antonio Cordón llamaron a Madrid y contactaron con Casado para confirmar o desmentir que en Madrid había una emisora poniendo a Negrín de puta para arriba. De lo que hablase el coronel con su interlocutor le quedó claro a este último que se tenía que poner el boss. Así pues, frisando la una de la mañana, Negrín y Casado hablaron por teléfono. Según la versión de Cordón, a Negrín le informó Matallana de la sublevación de Madrid. Negrín, siempre según Cordón, habría preguntado, primero, quién se había sublevado; y, después, contra quién. Cuando Matallana le dice: a lo primero, que Casado; a lo segundo, que contra él, toma el teléfono y contacta con Casado. Cordón le escucha decir: “Dígame usted, general, ¿qué es lo que me cuentan?” Y, después, tras unos segundos: “Bien, queda usted destituido”.

La versión de Cordón fue muy rápidamente puesta en cuestión por la historiografía, sobre todo la tardofranquista; y yo creo que no les faltaba razón. Cordón trata de construir el relato de un primer ministro que tiene plena confianza en sus subordinados; confianza que, repentina e inesperadamente, ve desmentida por un subordinado aleve y mentiroso. Sin embargo, como acertadamente señaló ya la historiografía franquista, Negrín, en las primeras horas del 6 de marzo, tenía sobre los hombros informes y confidencias varias, la presión de los militares comunistas, la constatación obvia de que la plana mayor no comunista de su ejército no se quedaría quieta tras los nombramientos y des-nombramientos del 3 de marzo; y, para más inri, llevaba, a esas horas, unas cuarenta intentando, sin éxito, que Menéndez, Miaja y, sobre todo, Casado, se presentasen en Elda. Así pues, la sorpresa casi absoluta que describe Cordón, o fue impostada por Negrín en su conversación con Casado o, simplemente, no existió. El golpe pudo coger, yo creo que cogió, por sorpresa a muchos de los ministros de Negrín. Pero al propio Negrín, a Cordón, a Líster, a Modesto, a Tagüeña, la verdad, lo dudo muchísimo.

La versión de García Pradas de ese mismo diálogo (él, lógicamente, estaba escuchando a Casado, no a Negrín) añade la tentativa de Negrín de “llegar a algún tipo de arreglo”; arreglo que Casado le negó. La notaría de Pradas, sin embargo, es un tanto ilógica (aunque eso no quiere decir, necesariamente, que sea falsa), pues, en la misma, Negrín pasa, en segundos, de decirle a Casado que su gobierno es fuerte y puede tomar medidas, a proponerle una transferencia formal de poderes de dicho gobierno al Consejo Nacional de Defensa. Personalmente, yo creo que esta última propuesta no la hizo Negrín en las primeras de cambio; se produjo más tarde en la madrugada, lo que pasa es que Pradas compacta cosas en sus recuerdos. Esta teoría casa con lo que cuenta Jesús Hernández, en el sentido de que la idea de la transmisión de poderes, en realidad, fue de Togliatti, quien buscaba ganar tiempo para permitir la huida en masa de los comunistas significados del país; y la idea de salir a la naja no pudo surgir en las primeras de cambio, cuando el gobierno de Negrín no sabía todavía el alcance del movimiento producido en Madrid.

Durante la noche, tras la conversación entre Negrín y Casado, que fue breve, fría y cortante por ambas partes (imaginad una conversación telefónica casual entre Santiago Abascal y Pablo Iglesias; eso), hubo más conferencias. Giner de los Ríos habló con Besteiro; Paulino Gómez, Segundo Blanco y tal vez Cordón, con Casado. Asimismo, Blanco habló o intentó hablar con su correligionario Eduardo Val; y decimos que habló o lo intentó porque, según a quién se lea, la conversación existió o Val se negó a ponerse.

En estas conversaciones y alguna otra que es más difícil de adverar, al parecer, los miembros del Consejo de Defensa pasaron a la ofensiva y trataron de convencer a los ministros de que movieran el culo hacia Madrid y se uniesen a la fiesta. Pero ninguno aceptó.

En algún momento de la noche Santiago Garcés, el jefe del SIM como ya os he contado, llamó a Pedrero a Madrid para ordenarle que detuviese al Consejo de Defensa. Pedrero, sin embargo, se negó y le informó de que apoyaba al Consejo. Garcés, entonces, trató de trasladar la orden al secretario del SIM madrileño, Octaviano Sousa, al parecer comunista convencido. Sousa, sin embargo, no estaba en Madrid, así pues el que cortó el teletipo de la máquina fue el propio Pedrero, quien le contestó a Garcés que no mamase. Por otra parte, los hechos posteriores ponen bastante en duda las fidelidades partidarias de Sousa.

Por supuesto, Negrín y quien en ese momento estaba más con él, es decir el general Cordón, invirtieron buena parte de la noche en contactar con mandos militares diversos. Al parecer, la impresión que recibieron no les fue nada grata. Salvo en las unidades totalmente dominadas por el PCE, en el resto los mandos vinieron a decirles, de formas más o menos elegantes, que no sabían de qué estaban más hasta los huevos, si de la guerra o de los comunistas. De hecho, el general Leopoldo Menéndez no sólo apoyó al Consejo, sino que amenazó a Negrín y Cordón si le pasaba algo a Matallana, conminándoles a dejarlo volver a Valencia sano y salvo inmediatamente. Menéndez, al parecer, se había desplazado a la Posición Pekín, en Torrente, para garantizar que los mandos al frente del ejército republicano podrían seguir controlándolo, pues tenía ya noticias de que, tras los nombramientos del día 3, Negrín tenía el proyecto de cesarlos a todos y sustituirlos por comunistas.

Hacia las cuatro o cinco de la mañana, Negrín, probablemente tras haber hecho un cuadrante resumiendo las tropas con las que podía contar y aquéllas con las que no, ya había tomado una decisión. Ordenó que, ante la falta de aviones suficientes en Monóvar, allí cerca, se le ordenase al coronel Antonio Camacho, jefe de la fuerza aérea del Centro y del Sur como ya os he contado, que proporcionase aparatos de Los Llanos.

Negrín había decidido huir.

Camacho, al contario de lo que era el deseo del primer ministro, apenas le pudo mandar tres aparatos. Negrín, ya resuelto a marcharse, trató de negociar con Casado el traspaso formal de poderes gubernamentales (ahora sí: a eso de las cinco de la mañana y no en la primera conversación, como pretende Pradas). Trataba de convertir la marcha en un acto de legalidad, no en una huida. Casado ni siquiera se molestó en contestarle. De hecho, algunos testimonios indican que, en algún punto de la noche, el coronel dio orden de que, si le volvía a llamar alguien desde Elda, no le pasaran la llamada.

En la España nacional, la información sobre los hechos de Madrid fluyó con rapidez y precisión. Los altos mandos militares de Franco interpretaron los hechos como las últimas boqueadas de la República; oficialmente, sin embargo, la España nacional acogió los hechos con enormes dosis de desprecio más que escepticismo; algo coherente con su filosofía básica, que no era otra que eran ellos los que estaban ganando la guerra.

En el otro extremo se encuentran los comunistas. Jesús Hernández, que no se olvide cuando escribe es ya un ex comunista, viene a decir en sus memorias que los miembros del PCE se quedaron noqueados cuando los hechos se sucedieron, aunque parece sugerir que quien estuvo en todo momento tranquilo y seguro de sí mismo fue Palmiro Togliatti, quizás porque no temía por su seguridad personal, o porque ya se le había dicho lo que tenía que hacer si pasaba lo que estaba pasando. Hernández dice que él mismo y Enrique Castro Delgado habían visitado esa misma tarde del 5 a Miaja en Valencia, y que habían encontrado al general muy cabreado con su nuevo nombramiento-destitución de facto. Yo, personalmente, encuentro poco probable que Miaja se explayase sobre sus sentimientos con dos comunistas; pero considerando la naturaleza volátil del general, todo puede ser.

De ser ciertas tanto la reunión como las impresiones que dejó, los comunistas se habrían quedado mosqueados y temiendo que pasara algo. Hernández dice que, por eso mismo, convocó una reunión urgente en Valencia en la que estuvieron Castro y otros dirigentes como Luis Delage, Larrañaga o Zapilain. Enrique Castro Delgado quiere montar la resistencia contra Casado. Echando cuentas, le dice a sus correligionarios que disponen de dos divisiones de reserva del ejército de Levante, con carros de combate, más las unidades de guerrilleros y tres cuerpos de ejército en Madrid “que mandan los camaradas Bueno, Ortega y Barceló”. Hernández, siempre según Castro, ordena que él mismo y Delage vayan a Elda, a encontrarse con la dirección del Partido (los que están saliendo a la naja) para consultar si avanzan sobre Madrid, o no.

Castro cuenta que, efectivamente, fue a Elda, pero que allí nadie le hizo ni puto caso. Hernández dice que, mientras tanto, trató de desplazar a Madrid al XXII Cuerpo de Ejército (Ibarrola), pero que no fue capaz. Menéndez, que es quien verdaderamente controla Valencia, le dice que, si hace que un solo soldado avance hacia Madrid, rendirá todos los frentes.

Castro nos dice que la reunión referida por Hernández y el envío de la tropa no fue una prevención, sino una consecuencia de la formación del Consejo de Defensa; la reunión, según él pues, no fue por la tarde del 5, cuando la sublevación se temía, sino en la madrugada del 6, cuando ya se había producido. Hernández, en cambio, adelanta, como digo, esa reunión, probablemente para “hacerle sitio” a otra, ésta sí de madrugada y consecuencia de la proclamación del Consejo, en la que volvieron a estar Larrañaga y Zapiráin y, además, José Palau, secretario del PCE en Valencia, además de Cimorra, el secretario del propio Hernández. Todos estos se fueron a las afueras de la ciudad, donde pacía el asesor soviético general Borov. Se encontraron a las gentes en aquella casa desplegando una intensa labor de destrucción documental. Hernández dice que instó a Borov a hacer de asesor militar y ayudar a la República a responder a la amenaza del Consejo, pero el ruso le dijo que él se abría, que aquello había pasado a ser un problema exclusivo de los españoles. Esto bien puede ser el fruto del resquemor average de casi todos los memorialistas ex comunistas (porque salirse del comunismo del siglo pasado era como irse del Opus Dei), o bien puede ser el signo de que ésa era la instrucción recibida desde Moscú, porque lo cierto es que Stalin se desentendió por completo del final de la guerra de España.

También la provincia de Valencia, en Benimatet, se encontraba reunido en ese momento el mando del XIV Cuerpo de Ejército. Este cuerpo estaba a mando del mayor Domingo Hungría, pero con él estaba también Valentín González El Campesino, el mayor José Recalde Vela y otros oficiales. Estaban a la espera de órdenes y, por lo general, espíricos. En la madrugada llegó un miembro del comisariado de la Agrupación de Blindados, Manuel González Bastante. Llevaba un sobre cerrado y relató que se le había ordenado comerse los papeles que llevaba dentro en el caso de ser interceptado. El sobre había sido enviado por Luis Sendín, comisario de la Agrupación de Blindados del ejército del Centro-Sur.

Aquellos mandos daban por prácticamente seguro que tanto Matallana, neutralizado en Elda, como Menéndez, quien como sabemos se había desplazado a la Posición Pekín para sustituirlo, estaban con el golpe. Así pues, como primera providencia se hizo una lista (larga; incluso muy larga) de todos los mandos de tropa existentes de probada filiación comunista, y se decidió que todo aquél que no estuviese en dicha lista y que no se mostrase dispuesto a cantar el himno de la URSS del derecho y del revés, fuese arrestado inmediatamente.

El primer acto de esta estrategia se produjo en la propia Agrupación de Blindados, que aparece esa noche como una unidad fundamental. Dado que el mando, digamos, comunistamente natural, el coronel Julio Parra, había sido recientemente sustituido, se optó por ponerla en manos de un comité de oficiales de hoz y martillo. Cuando Menéndez fue informado, reaccionó inmediatamente: arrestó a Luis Sendín, a quien tenía a tiro (nunca mejor dicho), y le comunicó a los comunistas reunidos que lo fusilaría si al jefe de la Agrupación le pasaba algo.

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