viernes, marzo 23, 2007

El nacimiento de las Juntas de Defensa

Cuando un ejército decide jugar a gobernar, lo puede hacer de dos formas. Una, directa, es bastante conocida: la dictadura militar. La otra se basa en tutelar a quien gobierna y conforma, por lo tanto, una democracia vigilada.

Durante mucho tiempo, y no sólo el franquismo, el ejército español ha tenido un papel fundamental en la política. Desde luego, como origen de los movimientos de uno u otro signo, pero también, una vez que éstos cuajaron, como gran tutor de los gobiernos. Con ser esto normal en la Historia de España, y excepción hecha del franquismo que fue una dictadura militar, quizás el episodio de la vida de España en el que el poder del Ejército, poder tutelar, sobre el gobierno, fue más fuerte, fue el periodo de las Juntas Militares de Defensa. La historia de su nacimiento tiene su miga y, puesto que hoy en día no se suele contar, aquí os la quiero dejar; entre otras cosas porque, a mi entender, el conocimiento de los golpes de Estado dados contra el poder constituido en España no está completo sin saber de este episodio. Espero que, al final de este post, hayáis llegado a la conclusión de que merecía la pena leerlo, como yo creo que merece la pena escribirlo.

El ejército, como institución, ha cambiado mucho a lo largo de la Historia, de España como de otros países. El ejército medieval era una especie de compendio de pequeños ejércitos formados por siervos y mercenarios de distintos señores feudales. La huella del feudalismo permaneció bastante clara en los ejércitos renacentistas y barrocos, cuyos generales eran, casi sin excepción, personas de noble casta. El ejército de aquella época es un ejército mercenario, en ocasiones rabiosamente mercenario como es el caso de los tercios que por España lucharon en Flandes, y que fueron capaces de levantar asedios por el simple hecho de no haber cobrado a tiempo.

Todavía la guerra de la independencia española frente al pérfido francés se sustantivó contra regimientos comandados por condes, duques y príncipes de sangre azul franca. Pero en el propio ejército español, siendo como fue aquella una guerra de raíz eminentemente popular, las cosas estaban cambiando. Se estaba larvando el embrión de ejércitos profesionales, interclasistas, que ofrecían a cualquiera la oportunidad de ingresar en ellos, ser un buen militar, y medrar hasta lo más alto. Ejemplo de lo que he dicho es el Príncipe de la Paz o de Vergara, Baldomero Espartero, un soldado raso que a fuerza de inteligencia y decisión llegaría a general e, incluso, alcanzó el punto más alto de la fama y el honor cuando, tras la Gloriosa, hubo quien le ofreció ocupar el trono de España. Así pues, la diferencia que viene a introducir el siglo XIX es que cualquier puto mono podía ser general si valía para ello.

Esta imagen idílica, sin embargo, presentaba sus problemas. En el ejército decimonónico había, como he insinuado, dos vías, no una, de llegar al generalato: una era ingresar en una academia militar, ingresar en la corporación militar por lo tanto; y la otra era ascender desde la clase de tropa, lo cual significa acumular méritos de guerra (pues es la forma de ascender desde tan abajo). A España, en aquellos años que van desde la primera guerra carlista hasta la guerra de Marruecos que se terminó en 1926, no le faltaron hechos de guerra para que esa clase de tropa se foguease y consiguiese, como canta la bella zarzuela, los entorchados de brigadier.

Esta doble vía sentó las bases de un enfrentamiento que, en puridad, no desaparecería del todo hasta la guerra civil: el enfrentamiento entre burócratas y africanos: unos, militares de academia y cuerpo, defensores del rígido escalafón como forma de ascenso (o sea, hay una lista por antigüedad, y asciende el primero de la lista); y otros, fogueados en las guerras de España, notablemente en las de Marruecos, defensores de que quien debe ascender es quien mejor sabe guerrear, o sea el que más hostias se ha dado en las trincheras.

Aunque la división es muy cruda e injusta, se podría decir que el principal núcleo de burócratas se concentró, desde los inicios del enfrentamiento, en los llamados cuerpos facultativos, que eran Artillería e Ingenieros; ambos, cuerpos del ejército en los que eran necesarios conocimientos muy específicos, pues un buen artillero ha de saber de física y de química, y los ingenieros de sus cosas. Los más partidarios de los méritos de guerra se situaban en las armas llamadas generales, infantería y caballería, que son las que suelen ir al merdé cuando hay leches. Esta división básica fue incluso intensificada por los propios cuerpos facultativos puesto que, durante décadas del siglo antepasado, funcionó entre artilleros e ingenieros el compromiso moral de renunciar a los méritos de guerra. Esto es: cada vez que un artillero o ingeniero era ascendido por méritos de guerra, renunciaba a dicho ascenso, cambiándolo habitualmente por una condecoración, para así conservar la pureza de los ascensos por escalafón; actitud ésta que provocó que los ascendidos por méritos de guerra tendiesen, obviamente, a integrarse en otras armas. Un interesante reformador militar hoy olvidado, el general Manuel Gassola, fue el primer ministro que, en 1887, trató de acabar con estas prácticas extrañas, aunque con no mucho éxito. Lo que sí ocurrió, con rapidez, es que las distintas guerras en que se fue embarcando España (Marruecos, Filipinas, Cuba) fueron generando más y más oficiales por méritos de guerra; la conservación de la doble vía de ascenso, escalafón y guerra, fue la que provocó que, durante la primera mitad del siglo XX, el mal endémico del ejército español fuese la inflación de oficiales o, como decimos hoy, mucho jefe para poco indio.

En 1914, por lo tanto, ésta era la situación del ejército español: tenía inflación de oficiales, también un montón de puestos burocráticos, y un ejército en guerra en el cual algunos militares, entre ellos Francisco Franco, comenzaran una imparable carrera de ascensos por méritos bélicos. En dicha fecha de 1914, el conde del Serrallo, ministro de la Guerra en el gobierno del conservador Eduardo Dato, hizo patente su preocupación por las consecuencias que aquella molicie tenía a la hora de tratar de ganar la guerra colonial. Le preocupaba que el nivel de los oficiales que se enviaban a Marruecos fuese tan bajo, y pensó soluciones posibles para elevarlo. La que encontró fue endurecer el ascenso a oficial, dictando una serie de normas sobre requisitos que debería cumplir el militar ascendido; normas que, a decir de Emilio Mola, el general golpista que acompañó a Franco en la aventura del 36 y que tuvo una larga producción literaria, «cayeron en el Ejército como culebrón en charca de ranas».

El gobierno cambió el 9 de diciembre de aquel mismo año. Subió al poder el conde de Romanones, liberal, quien nombró ministro de la Guerra al general Agustín Luque y Coca (que es, por cierto, el inventor del servicio militar obligatorio en España); pero éste encontró las ideas de su antecesor muy puestas en razón, motivo por el cual decidió mantenerlas. Eso sí, tratando de quitarse de encima el marrón de tener que calificar los ascensos, dejó esta labor en manos de los capitanes generales de las plazas.

Era capitán general de Cataluña, entonces, el general Felipe Alfau Mendoza, el cual, cuando recibió las órdenes de Madrid, resolvió aplicarlas con excesivo afán y, haciendo uso de sus prerrogativas, dictó unas pruebas para el ascenso que eran, a decir de los contemporáneos, un insulto a los militares que tuvieran que pasarlas. A pesar de que Alfau fue prevenido de lo incómodo de su política, procedió con ella y, algunas semanas después, resolvió «examinar» a un teniente coronel y dos comandantes.

El «examen», consistió en que los candidatos mandasen por turno las evoluciones de un batallón que formó en el entonces llamado Campo de Galvany, en la Diagonal; y se le dio publicidad para que acudiese público. Los militares aprobaron, claro. No iban a aprobar. Yo no soy militar y, aún así, sé gritar perfectamente ¡AAAAAArmas al hombro!, o ¡Descansen!

A los ociosos espectadores barceloneses aquello les pareció chusco, así pues se burlaron con evidencia del examencito y de los examinandos. Sin embargo, a Alfau le debió parecer que había obrado de puta madre, pues maquinó la posibilidad de hacer algún examen más, para lo cual decidió seleccionar como candidato a mandos de Artillería.

Ay, amigo Sancho. Con la Iglesia hemos topado.

Ya lo hemos dicho. Cuando menos en aquel entonces, para arma corporativa, pagada de sí misma, orgullosa de su nivel, despreciativa del resto de las armas, el arma de Artillería. ¿A ellos, con vergonzosos y estúpidos examencitos públicos? Le montaron al capitán general un pollo de tal calibre que hasta Alfau, que como vemos no debía de ser hombre de muchas luces, cedió. Pero cedió a medias; fracasado el intento con los artilleros, la tomó con el personal destinado en las cajas de reclutas.

A los militares de Infantería, visto lo visto, les empezó a dar la impresión (cierta) de que, dado que Alfau no se atrevería con las armas más elitistas, les tocaría a ellos pagar el pato. Así pues el capital Emilio Guillén Pedemonte, de la dicha arma, comenzó a maquinar contactos con compañeros, inicialmente para defenderse frente a los exámenes, aunque muy pronto llegaron a formular cosas más serias, concretamente la creación de una Junta que defendiese los derechos de los militares de infantería. Junta que, por supuesto, los cuerpos elitistas, Artillería e Ingenieros, ya habían formado en sus respectivas armas. Pocos días después, en los caóticos solares de una callecita periférica de Barcelona llamada Gran Vía Laietana, este primer grupo de mandos intermedios (capitales y tal) se reunió con los comandantes, y la Junta quedó constituida.

Estamos ya en el año 1916. La Junta de Infantería ha hecho público ya una especie de manifiesto en el que se muestra dispuesta a tomar las medidas más extremas para defender el honor y los derechos de los infantes; no pocos altos mandos del cuerpo se han negado a firmarlo. El coronel del regimiento Vergara, Benito Márquez, es el principal propagandista de la Junta, en su condición de presidente de la misma, asistido por el secretario, capital Manuel Álvarez Gilarranz. En el reglamento de esta Junta, aprobado en diciembre de 1916, el militar adherido se compromete a:«Prometo, bajo mi palabra de honor, que si, en el cumplimiento de alguna decisión que el Arma, conforme a este Reglamento, adoptase, resultase perjudicado en su carrera o intereses cualquier compañero que, cumpliendo nuestro mandato, hubiese intervenido en ella, procuraré, por todos los medios posibles, ampararle en unión de todos mis compañeros del Arma y, desde luego, a garantizar al damnificado los sueldos de sus empleos en activo, hasta el de coronel inclusive, a medida que vaya alcanzándolos por antigüedad quien le siga en el escalafón y el retiro que en la misma forma le corresponda». Aunque esta medida es, claramente, una medida solidaria tendente a no dejar tirado al militar represaliado por defender la Junta, con el tiempo fue otra cosa: en combinación con el artículo 4 del Reglamento, que obligaba a los miembros de la Junta a acatar la opinión de la mayoría, se utilizó como vía para hacer que los militares ascendidos por méritos de guerra renunciasen a dichos ascensos y los cambiasen por la Cruz de María Cristina.

En abril de 1917 cayó el gobierno Romanones y subió el marqués de Alhucemas, que nombró ministro de la Guerra a Francisco Aguilera, ministro que, desde el primerísimo día de su gestión, le puso la proa a la Junta de Infantería. El 25 de mayo por la mañana, el general Alfau llamó a Márquez a su despacho y le comunicó la orden de disolver la Junta de Infantería en 24 horas. Al día siguiente, domingo, Márquez y el resto de cabezas de la Junta le comunicaron al general su negativa, motivo por el cual fueron inmediatamente encarcelados en el cuartel de las Atarazanas: el coronel Benito Márquez; teniente coronel Silverio Martínez Raposo; comandante Rafael Espino; capitanes Leopoldo Pérez Pala, Miguel García Rodríguez y Manuel Álvarez Gilarranz; tenientes Emilio González Unzalu y Marcelino Flores.

No sabemos muy bien lo que pasó entonces. Sabemos, eso sí, que el fiscal, comandante de Artillería Salavera, se personó en Atarazanas para tomar declaración a los detenidos. Se sabe que los detenidos comenzaron a soltar sapos y culebras del general Alfau, dado datos concretos de cosas concretas. Se sabe que Salavera, tras escuchar lo escuchado, resolvió regresar a Capitanía General a parlamentar con Alfau. Y se sabe que Alfau fue convocado a Madrid esa misma noche, y nunca regresó a Barcelona; y que Salavera no volvió a pisar Atarazanas. Cada uno, con estos datos, que se haga la composición de lugar que quiera.

El 31 de mayo, estaba al frente de la Capitanía de Cataluña el general José Marina, los jefes de la Junta habían sido trasladados al castillo de Montjuïch, y los militares de infantería echando espumarajos en los cuartos de banderas. Tal y como comprobó el comandante de Caballería Mariano Foronda, que aquel día 31 trató de hacer de hombre bueno y pactar una solución, en algunos de los principales cuarteles de Barcelona, como los regimientos Santiago y Montesa, la idea prevalente era liberar a los detenidos sí o sí, como fuese. A lo largo de la jornada, la situación se hizo explosiva. En primer lugar, el arma de Artillería informó que, de no liberar la Infantería a los detenidos, lo harían ellos; en segundo lugar, por toda Barcelona se extendió el rumor, publicado por la prensa, de que de Madrid llegaban militares con la misión de sustituir en sus puestos a los coroneles Márquez y Echevarría y al teniente coronel Martínez Raposo; noticia que, además, quedó seudoconfirmada cuando se supo que el capital general Marina tenía la intención de ir al día siguiente a presenciar la revista en los cuarteles, detalle que se interpretó como un indicio de que pensaba dar el espaldarazo a los nuevos jefes.

Aquello levantó la rebelión.

Los oficiales de infantería decidieron, pura y simplemente, impedirle al día siguiente al capitán general, ¡al capitán general!, la entrada en los cuarteles. Incluso cursaron órdenes a Zaragoza de que, si se recibían noticias de que los nuevos mandos llegaban de Madrid, se levantase la vía. Como ya hemos visto, las juntas militares eran un fenómeno de mandos intermedios; hemos visto en ellas implicados a coroneles, tenientes coroneles, capitales y tenientes, pero no a generales. Éstos, alarmados por el cariz que tomaba la cosa, se citaron a las ocho de la mañana del 1 de junio, en la Capitanía General, con el objeto de tratar de convencer a Marina de que desistiese de su propósito. Ved aquí el cariz de la situación: a los generales ni por asomo se les ocurrió tratar de imponer la disciplina y el orden del mando, llamando a los mandos intermedios a obedecer. Eso es porque sabían que no serían obedecidos. Mientras tanto, los miembros de la Junta suplente no encarcelados redactaron un manifiesto, el conocido como Manifiesto del 1 de junio, que se debe a la pluma del capitán Isaac Villar Moreno, que fue asistido por los capitanes Evelio Quintero, Manuel Ramos, Jesús Marín, Francisco Díaz Contesti, Arturo Herrero y Juan Rojí.

El manifiesto es todo un monumento de victimismo militar. Tras insinuar que el ejército había sido vilipendiado tras la pérdida de las colonias, se aseveraba que las reformas políticas de los últimos años habían dejado a las fuerzas armadas en una situación de caos y desorganización. Se acusaba al sistema de enchufismo, injusticia y agravio comparativo de los militares respecto de otros funcionarios públicos. Y asevera el manifiesto (itálicas mías): «La totalidad del Arma ha resuelto exponer respetuosamente, por última vez, su deseo de permanecer en disciplina, pero obteniendo la rehabilitación inmediata de los arrestados, la reposición de los privados de destinos, la garantía de que no se tomarán represalias y de que será atendida, en lo posible, con más interés y cariño y, por último, el reconocimiento oficioso de existencia de su Unión y Junta de Defensa, empeñando en cambio nuestra palabra de honor de que jamás será esto fuente de indisciplina, de que no se quebrantará su respeto a los poderes constituidos». El manifiesto daba un plazo de doce horas para la aceptación de estos hechos.

No sé la vuestra; pero mi opinión es que este manifiesto tiene tanto de golpe de Estado que el teniente coronel Tejero gritando en el Congreso ¡Quieto todo el mundo! Para empezar, era un ultimátum (por última vez). Para seguir, en las promesas hechas caso de ser atendidas sus propuestas, los militares de la Junta dejaban claro lo que pensaban hacer si no era así: quebrantar su respeto a los poderes constituidos.

El primer problema se resolvió. En leer el manifiesto y tal, el general Marina consumió tiempo suficiente como para que el tiempo de revista en los cuarteles más díscolos hubiese pasado. Además, los nuevos mandos no llegaron. Sin embargo, esto estaba lejos de resolver definitivamente la situación, puesto que el bravo Marina, héroe de la acción de Sidi-Hamed-el-Hach, se negó a acatar el plazo del manifiesto, que consideraba, con razón, una imposición de un mando inferior a otro superior. El viejo militar se enrocó. Pero tenía un mando superior.

A media tarde, se recibió en los cuarteles un comunicado de los arrestados en Montjuïch. De dicho comunicado cabe suponer que desde Madrid se ordenó la puesta en libertad de los junteros aquella misma noche; libertad que, no obstante, había sido negada por Marina por estar dentro del plazo de las doce horas, así pues susceptible de ser interpretada como una bajada de pantalones del capitán general (que es exactamente lo que fue). Posibilistas y generosos como siempre cuando se ha ganado, los arrestados coincidieron en aceptar ser liberados al día siguiente, pasado un plazo que, según su comunicado, «exige el amor propio del general Marina, el del Gobierno o el de alguien superior». Ese alguien superior sólo podía ser, entiendo yo, el rey o el papa. Y no creo que al vicario de Cristo toda esta milonga le importase mucho.

A partir de ese día, y hasta bien entrada la dictadura de Primo de Rivera, las Juntas militares se convertirían en un gobierno dentro del gobierno que manejaba los asuntos militares, y aún los meramente conexos con el orden militar, a su placer. Tanto que se habla de la masonería, no creo que jamás los masones consiguiesen una capacidad de influencia en las decisiones gubernamentales ni la mitad de la que consiguieron estos políticos en paralelo, jamás votados, jamás elegidos. Y eso lo hicieron, a mi modo de ver, mediante un auténtico golpe de Estado, en el que no se disparó un solo tiro, cierto, ni hubo víctimas; pero eso fue sólo porque el gobierno legítimo cedió.

Tiempo habrá, espero, de volver a hablar de estas Juntas, y de cómo les fue.

miércoles, marzo 21, 2007

¿Estamos hoy como en el 36? Parte II: las diferencias

Vayamos, tal cual era lo prometido, con las diferencias, espero convenceros que sustanciales, existentes entre la situación actual y la que llevó a la guerra civil del 36. En realidad, identificar 2007 y 1936 es ya una forma de guerracivilismo, aunque hay que reconocer que no son pocas las personas que sostienen la dicha tesis de buena fe. A ellas más que a nadie va dirigido este post, porque la buena fe presupone siempre la capacidad crítica y de reflexión, otrosí la duda, primero que todo de las ideas propias.

Factores que hoy no son como ayer:


España, hoy, tiene un problema de bienestar, no de igualdad social.

En Casas Viejas, un grupo de jornaleros de ideología anarquista fue capaz de disparar a sangre fría a guardias civiles en defensa de un nuevo sistema de organización económica en el agro. Sinceramente, si mañana, un suponer, el Gobierno decidiese proponer un recorte en el Plan de Empleo Rural, del tipo de en lugar de certificar x peonadas para acceder a las ayudas habrá que certificar x + n, no me imagino yo a ningún grupo organizado de jornaleros montando una revolución.

En los años treinta del siglo pasado, España tenía un gravísimo problema de nivelación social. Era un país tercermundista en el sentido de país en el que los que vivían muy bien, vivían muy bien; y los que vivían mal vivían de pena. No existía el sistema de pensiones tal y como lo conocemos hoy, ni el sistema nacional de salud; no existía una prestación organizada y universal de desempleo, no existía la negociación colectiva, notablemente la confederal (a escala macro), no existían los mecanismos de nivelación territorial. Lo cual quiere decir que el debate se conformaba entre los representantes de unos grupos ciudadanos que todo lo tenían que ganar y otros grupos que no querían perder ni un ápice de sus privilegios.



No hay nada a la izquierda del PSOE

Como consecuencia de todo lo anterior, entre 1936 y el 2007 hay una diferencia fundamental, que es la ocupación electoral del espacio de izquierdas por parte de una formación moderada, de centroizquierda, como es el PSOE. Con todos mis respetos hacia la representación de Izquierda Unida y de algún que otro grupo nacionalista que pueda considerarse de auténtica izquierda, a los efectos que importa, a los efectos de tocar pelo, de gobernar a la sociedad, no hay nada a la izquierda del PSOE.

En 1931, en primer lugar, el PSOE era marxista. Lo cual quiere decir que a la izquierda del PSOE actual, que abandonó el marxismo en 1979 si no me falla la memoria, estaba el propio PSOE. El Partido Socialista de 1931 había provocado ya, en 1917, una huelga general revolucionaria con la intención de darle una completa vuelta a la tortilla del sistema político español; y lo volvió a hacer en 1934. Así pues, el PSOE de los años treinta no era un partido que se dedicase a poner a parir a sus contrarios políticos y a diseñar gestos más o menos partidistas; propugnaba, simple y llanamente, la dictadura del proletariado.

A este respecto, no hay sino leer las actas de los Consejos Nacionales de UGT que, a finales de 1933 y principios de 1934, descabalgaron a Julián Besteiro de la secretaría general del sindicato para así colocar a Largo Caballero y coordinar a sindicato y partido en la organización del golpe de octubre del 34. Estas actas (fueron publicadas por Amaro del Rosal en su libro 1934: el movimiento revolucionario de octubre. Madrid, Akal) están trufadas de apelaciones a la dictadura del proletariado como evolución lógica de la República. Y es absolutamente cierto que otras fuerzas prorrepublicanas, la llamada izquierda burguesa de AR, el PRRS y el PRRSI, la DNR, los federales o los alcalá-zamoristas, no estaban por esa labor; pero, electoralmente, quien partía el bacalao era el PSOE y, de hecho, la cuestión de si el PSOE debía o no participar en el gobierno fue la gran cuestión de las izquierdas durante todo aquel periodo.

El PSOE propugnaba esas ideas y actuaciones en parte por convicción, pues al fin y al cabo era un partido marxista; y, en gran parte, por presión. Porque el PSOE de la República no tenía a su izquierda a una organización más o menos vaporosa y de escaso tirón electoral. Lo que tenía era un anarcosindicalismo o anarquismo tan poderoso que era capaz de dirimir el fiel de la balanza electoral (aunque los análisis divergen, yo creo fuera de toda duda que la victoria del Frente Popular en el 36 no habría sido tal sin los votos del anarquismo) o el hecho de que la violencia tuviese o no efecto: la única diferencia existente entre Asturias, donde prendió la revolución del 34, y el resto de España, es que en Asturias la CNT decidió apoyar el movimiento.

La CNT, obviamente, no defendía la dictadura del proletariado; pero era una formación a la izquierda del marxismo que hizo mucho, muchísimo por crispar España. A los patronos no les gustó una mierda que el ministro de Trabajo, Largo Caballero, les obligase a formar jurados mixtos para dirimir los problemas en el seno de la empresa (antecedente de la negociación colectiva). Pero cuando no estaban terminando de mascullar contra aquellos putos marxistas, se encontraron con que la CNT rechazaba dichos jurados y prefería seguir haciendo pistolerismo; y entonces los jurados mixtos ya no les parecieron tan mal.

Dado que el PSOE no consiguió atraer a la CNT, fue ésta la que atrajo al PSOE al Lado Oscuro de la Fuerza. A Largo Caballero le obsesionaba la competencia que, como revolucionario, le hacían la CNT y la FAI, y en gran parte fue por eso que derivó hacia posiciones crecientemente revolucionarias. En las actas de Del Rosal hay una intervención de un sindicalista, de Zaragoza, que se queja precisamente de eso. Viene a decir: nosotros discutimos aquí mientras los anarquistas están en la calle montando pollos de la hostia, y es a éstos a los que hacen caso los obreros.

El 17 de julio, cuando estalla la guerra civil, en Madrid, que como todas las ciudades de España está gobernada por un Ejecutivo netamente de izquierdas, lleva un desarrollo de más de dos meses una huelga en la construcción convocada por la CNT. Este detalle demuestra hasta qué punto, en la República, había una masa de acción a la izquierda de la izquierda que le impedía la moderación.



No hay nada a la derecha del PP

En la España de hoy, si decides abrir la boca y hablar de política es relativamente fácil encontrar a personas anti PSOE 100% o anti PP 100%. A las primeras les calzo el discurso que se ha leído en el parágrafo anterior. A las segundas les digo: el día, que yo reputo desgraciadamente probable, que haya en España un partido fascista, ya verás lo bien que te cae el PP.

En la España de la República, los partidos burgueses auténticamente republicanos (para mí, la CEDA de Gil-Robles fue republicana tan sólo de boquilla) competían por una estrecha franja de votos. Para colmo, estaban notablemente divididos, en parte por diferencias ideológicas, en parte por personalismos. A Alcalá-Zamora las grandes formaciones no marxistas que vio nacer la República le venían estrechas, porque no habrían asumido su liderazgo. Luego estaban las derechas conservadoras de toda la vida que habían renegado de la monarquía, representadas por el pequeño partido de Miguel Maura Gamazo. Azaña fundó la Acción Republicana, luego Izquierda Republicana, tensando el izquierdismo de las clases medias. En su mismo espacio se desarrolló el llamado radical-socialismo que, para colmo, se escindió.

La bolsa electoral del republicanismo burgués era el camarote de los Hermanos Marx. Así que, para hacer sitio, había que cargarse a quien más espacio ocupaba.

Quien más espacio ocupaba era el Partido Radical de Alejandro Lerroux, una formación con fuertes diferencias ideológicas en su seno pues en ella cupieron, durante su existencia, elementos netamente de derechas y netamente de izquierdas. En 1931, el PR era la única formación republicana burguesa con estructura, organización y seguidores suficientes. En parte estaba condenada a la disolución por sus disensiones internas (el radical-socialismo nace del PR), pero también hay que decir que el resto de las formaciones de clases medias hicieron todo lo que pudieron por hacerle caer. Sin embargo, si el PR hubiese sido fuerte, auténticamente fuerte, hubiera operado de tampón, o de integrador, de las derechas. Cuando en 1933 el electorado viró a diestra, el PR ya estaba muy debilitado, por lo que no se pudo evitar que la CEDA obtuviese una representación tan elevada que no invitarla al Gobierno fue, finalmente, imposible.

La voladura controlada de la gran formación política centrista existente en los inicios de la República abrió las puertas del fascismo y el filofascismo. Cierto es que en España las clases medias, como en toda Europa, estaban sufriendo las mordeduras de la crisis económica; pero esas veleidades bien podrían haberse conducido a través de un partido moderado. Por lo demás, hemos de entender que un PR desbastado de sus pasadas veleidades protorrevolucionarias habría tratado con más tacto algunas cuestiones, como la religiosa. Para las clases medias y medias-altas, esos electores que voten lo que voten siempre votan lo mismo (el Orden, con mayúscula), sólo les quedó El Jefe; el político que coqueteaba con la metodología mussoliniana, que asistió como invitado a un congreso del NSDAP alemán, y que usaba, en su retórica mitinera, recursos seudogoebbelsianos: Gil-Robles y su Confederación Española de Derechas Autónomas. O, peor: si consideraban a Gil-Robles un blando, lo que les quedó fue hacerse albiñanistas, falangistas o requetés.

El fascismo fue un problema real en la España republicana y, en 1936, cuando el Frente Popular ganó las elecciones, estaba ya totalmente fuera del sistema. Sus militantes eran muy pocos, apenas 6.000 en toda España, pero lo importante del fascismo no son sólo los apoyos reales que consigue, como el hecho de que, existiendo, ofrece una salida para amplias capas sociales que, en ausencia de fascismo, se mantienen dentro de los límites de la democracia. Que es lo que pasa ahora, cuando menos de momento pues en este punto debo confesar que soy pesimista.



No tenemos crisis económica

Aunque dentro de seis meses la economía española entrase en recesión, cosa que no va a hacer, entre una recesión económica y la crisis del 29 media un abismo. La España en la que se declaró la guerra civil estaba repleta de personas desesperadas sin trabajo ni perspectivas. Esta realidad alimentó, sin duda, los radicalismos, sobre todo, lógicamente, los de la izquierda. Paradójicamente, la riqueza nos hace a todos más cautos. En 1936 los militares golpistas de Madrid se encerraron en un cuartel y las gentes, más o menos organizadas por sindicatos y partidos, se lanzaron a cercarlo y atacarlo. ¿Acaso alguien cercó o siquiera se manifestó masivamente alrededor del parlamento el 23 de febrero de 1981?

La espiral de la violencia se suelta con mucha más dificultad en situaciones de renta alta.



Hoy somos una unidad de destino en lo europeo

Falange quería que España fuese una unidad de destino en lo universal; nosotros hemos sido más modestos y nos hemos conformado con la unión tan sólo europea.

Una de las cosas con peor prensa de este mundo es la globalización económica. Sin embargo, la globalización económica tiene su punto. La libertad de movimiento de capitales nos ha jodido mucho en un pasado no muy lejano (véanse, por ejemplo, las sucesivas crisis del Sistema Monetario Europeo en los primeros años noventa del pasado siglo) pero, sin embargo, es una poderosa arma anti guerra civil. Sí, sí. No pongáis esa cara. Un enfrentamiento civil no surge de la noche a la mañana. Se gesta durante mucho tiempo, en el cual la espiral de violencia va creciendo y creciendo. Una espiral de violencia retrae el dinero, pues el dinero es por definición cobarde. Y en un marco globalizado, el dinero se pira cuando quiere, en la medida que le pete y por la puerta que le salga de ahí.

La gran inteligencia de los arquitectos de la Europa de la posguerra mundial (segunda) fue entender este hecho. En primer lugar, convencieron a los imperialistas (básicamente, Reino Unido y Alemania) de que hay formas elegantes de invadir sin necesidad de disparar un solo obús. Así pues, en los últimos quince años Alemania ha cumplido el viejo sueño de Hitler, sólo que en lugar de expandirse hacia el Este con la Wehrmacht lo ha hecho con el Deutsche Bank. En segundo lugar, crearon un sistema internamente liberalizado (globalizado) en el que salirse de la foto, o sea comenzar a darse de hostias, sale caro. Carísimo. Hoy, la crispación no es negocio y el enfrentamiento es una ruina. España no es el único país de Europa que tiene serias tensiones entre nacionalidades, pero en todos o casi todos los casos los políticos tensan la cuerda retórica, mientras se muestran notablemente prácticos en la realidad, porque todo el mundo sabe que en el momento en que dejen de ser económicamente atractivos, el dinero se irá. Y ellos no podrán pararlo. Aquí tenemos, sin ir más lejos, la razón de que haya tantos políticos en Bruselas que están locos por integrar a los países balcánicos en la Unión Europea. Nadie se pelea si cada hostia que da le va a costar 100 euros.

Nada de esto existía hace setenta años. Los poderes públicos en España tenían, cuando menos teóricamente, la fuerza de impedir la fuga de capitales (aunque la fuga de capitales fue uno de los problemas de la República), y España era, aún, un país demasiado autárquico como para que el miedo a una debacle económica pudiera pesar en contra de un enfrentamiento civil.



No existe el problema agrario

En los años 30, la mayor parte de la población adulta y económicamente activa en España trabajaba, o intentaba trabajar, en el campo. Las principales producciones del país eran agroganaderas, la industria era apenas incipiente y los servicios, cigóticos. Además, la propiedad de la tierra estaba notabilísimamente concentrada en unos pocos terratenientes, lo que multiplicaba la frustración de los jornaleros.

Este factor, unido al paro endémico generado por la gran crisis económica de 1929, hizo que enormes masas de trabajadores, especialmente en el sur de España, no tuviesen absolutamente nada que perder y estuviesen agraces para ser recolectados por las ideologías más radicales, violentas y revolucionarias.

Nuestra agricultura, hoy, es mucho más pequeña y (una vez más) está integrada dentro de un sistema europeo, la llamada Política Agraria Común, cuya filosofía básica es garantizar a los agricultores una renta mínima razonable. Condiciones en las que es muy difícil ser bakuniniano y jugártela a que un guardia civil te abra la cabeza.



No existe el problema religioso

No, no existe. Que la Iglesia católica sueñe con que la asignatura de religión se siga impartiendo en los colegios y proteste por la edición de colecciones fotográficas de decidido mal gusto no se compara, ni de coña, con la expulsión de los jesuitas, el destierro del cardenal primado de España y, sobre todo, la quema masiva de conventos e iglesias.

Frases como «el Gobierno actual está acorralando a la Iglesia como en la República» están impregnadas de un desconocimiento histórico abracadabrante, amén que sorprendente en personas tan proclives al estudio como las que han pasado por un seminario. El Gobierno actual está dando pataditas en las canillas donde los de la República daban auténticas palizas con bates de béisbol y puños americanos (por omisión, obviamente; los gobernantes de la República no agredían a la Iglesia, pero sí permitieron que fuese impunemente agredida). Por su parte, la jerarquía eclesiástica hoy defiende sus principios morales cuando lo que hacía, hace sesenta años, era anatematizar determinadas opciones políticas y amenazar con las llamas de infierno a quien les votase.

En fin tengo que irme. Si se me ocurren más, lo mismo las voy añadiendo.

lunes, marzo 19, 2007

¿Estamos hoy como en el 36? Parte I: el guerracivilismo

Una de las cantinelas que más se dejan oír hoy en día en España son todas aquellas frases que intentan tejer vínculos entre la situación actual y la que llevó a la guerra civil de 1936. Estas teorías quieren ver en reacciones, palabras y acciones del contrario (sea éste de izquierdas o de derechas) usos y abusos propios de los que llevaron al enfrentamiento civil del que ahora hace setenta años, o sus consecuencias. Esta teoría, expresamente denotada o connotada, está haciendo mucho a favor de eso que llamamos crispación social.

Por eso, tal vez, sea interesante romper una lanza a favor del argumento de que es una imbecilidad más o menos de la altura de los hermanos Gasol subidos uno en los hombros del otro.

Cierto es, no debe esconderse, que hay algunos factores que se parecen. Pero también el crash bursátil de 1987 se pareció al de 1929, pero se quedó a dos o tres añitos-luz, en todo caso. Los hijos se parecen a los padres, lo cual no quiere decir que vayan a conducir igual el coche, o que les vayan necesariamente a gustar las espinacas, o que vayan a estudiar ingeniería genética o filología eslava. Ésta es una de las razones por las que recomiendo esa labor tan poco en boga hoy en día que se llama conocer la Historia; porque saber de Historia es, en parte, vacunarse contra el fatalismo. Las cosas ocurren por cosas que el hombre decide hacer y pensar, y ese albedrío es, las más de las veces, razonablemente libre.

Esto será un post en dos partes: una dedicada a analizar en qué se parecen el pasado y el presente (en qué medida estamos en una situación cercana) y el siguiente, el miércoles espero, en qué no se parecen. Esta primera toma tiene el atractivo (ejem…) de que me ha dado por hacer una de esas cosas tan propias de las revistas de divulgación: un test de autocalificación. En este caso, se trata de un test para que cada uno valore, en la intimidad, en qué medida es o no una persona guerracivilista (si leéis el post veréis qué significa esto). Lo he hecho por cachondeo, por divertirme un rato y divertiros a todos; esto tiene la validez científica que tienen todos estos test. Pero, en fin, lo mismo queréis comentar vuestras puntuaciones. Empezaré yo por confesar que he sacado 32 puntacos de vellón (motivo por el cual he estado a punto de manipular los rangos de calificación, claro).

Bueno, vamos allá.

Cosas en las que la situación actual se parece

La situación del 2007 se parece mucho a la de 1936 en una cosa: el guerracivilismo. Es éste un virus que ataca silenciosamente y cuyos grupos de riesgo están situados en toda la tesitura del espectro político.

Hay un guerracivilismo de derechas, cuyos síntomas consisten en defender la idea de que las izquierdas pretenden acabar con los logros políticos y sociales de las últimas décadas. Éste fue, sin ir más lejos, el discurso de José Calvo Sotelo durante la República; ministro que había sido de Primo de Rivera, quería ver en los años de la dictadura del marqués de Estella la construcción de un país moderno (en parte lo fue: nuestra actual red de carreteras es herencia de aquellos años) y señalaba a la República, sobre todo la del primer bienio (1931-1933), como destructora de aquellos logros. El guerracivilismo de derechas se apunta los méritos de casi todo progreso, trata de instilar en el inconsciente colectivo la idea «la derecha crea, la izquierda destruye» y, por lo tanto, trata de bloquear el acceso de las izquierdas al poder con el argumento de que, como Penélope, no harán sino destejer la tela de bienestar que la noche anterior habrá tejido la honrada actuación de las derechas.

El guerracivilismo de derechas se preocupa, especialmente, de monopolizar el concepto de orden. Es por ello que es una forma de pensar cataclísmica: cualquier cosa que hagan las izquierdas generará gravísimas consecuencias. Profetas del desastre, los llamó, acertadamente, el presidente Rodríguez Zapatero. En el fondo de esta estrategia es contraponer ideas: orden = yo; desorden = el otro. El guerracivilismo de derechas busca apropiarse, en la medida que puede, de todo símbolo que la sociedad vincule a ese concepto de orden, de lo que siempre ha funcionado. Y se da de bruces con la Historia, porque la Historia demuestra que casi todas las grandes medidas de progreso fueron atacadas por este flanco del desorden y la debacle. Por haber, hasta hubo gente que, en el siglo XIX, sostenía que la velocidad supersónica que era capaz de desarrollar el ferrocarril volvería locas a las vacas que lo veían pasar.

Son ejemplos de guerracivilismo de derechas los temblorosos anatemas del PP tras perder las elecciones del 2004, anunciando que el gobierno de las izquierdas acabaría con el progreso económico logrado en los años anteriores; o el intento de apropiación partidista de las enseñas nacionales.

Hay un guerracivilismo de izquierdas, que se basa en tener un concepto patrimonial de la democracia. Dicho claramente: cuando gobierno yo es democracia, cuando gobierna mi contrincante es dictadura, es recorte de las libertades individuales, etc. Enfermos de guerracivilismo de izquierdas estuvieron prácticamente todos los políticos de izquierdas de la República: Diego Martínez Barrio, Félix Gordón Ordás y por supuesto Manuel Azaña, personajes principales que eran de la izquierda burguesa republicana, hicieron todo lo que pudieron para que el presidente Alcalá-Zamora no abriese las Cortes del 33, simple y llanamente porque habían perdido las elecciones. Y Largo Caballero, Prieto y el PSOE salvo Besteiro, unos pocos meses después, dieron un golpe de Estado cuya razón de ser fue la entrada de la CEDA de Gil-Robles en el Gobierno; ojo, la entrada en el Gobierno. No dieron un golpe de Estado contra un decreto o una ley, sino contra la sospecha de que dichos decretos o leyes fuesen a ser aprobados algún día.

El guerracivilista de izquierdas, por lo tanto, concibe un gobierno de derechas no como un natural, y hasta sano, turno ejecutivo. Lo concibe como una amenaza para la democracia, porque la democracia es él, y sólo él. El guerracivilista de izquierdas se da de hostias con la Historia, pues la Historia demuestra que en los turnos de partidos de diferente signo, a largo plazo y por lógica, quien sale ganando es el más liberal de los dos, pues el más conservador encuentra dificultades para dar marcha atrás en la legislación que su oponente desarrolló. Por poner un ejemplo actual: si el PP tarda, que como mínimo lo tardará, dos o más años en gobernar en España, difícilmente podrá entonces ilegalizar el matrimonio homosexual.

Son ejemplos de moderno guerracivilismo de izquierdas: el Pacto del Tinell tras las penúltimas elecciones catalanas; la volandera imaginación de Pedro Almodóvar, imaginando en las derechas actuales un golpismo que, por no existir, ni existió en las derechas de la República (el general Franco le propuso a Gil-Robles que anulase los resultados de las elecciones del 36, y éste se negó); o las famosas declaraciones de Federico Luppi pidiendo un cordón sanitario contra el PP.

Existe, por último, el guerracivilismo nacionalista, una forma de hacer las cosas que parte de dos bases: una, que toda medida que tome una democracia respecto de un territorio con identidad propia debe favorecerle, lo cual es falso pues, no en democracia, en cualquier forma de gobierno siempre hay que tomar medidas impopulares, incómodas y negativas. Y, dos, que todo ataque contra el nacionalismo equivale a ataque a la nación. Así planteó, sin ir más lejos, Lluis Companys el conflicto de la Ley de Términos Municipales en 1934. El Tribunal de Garantías Constitucionales dictaminó que estaba legislando una materia de competencia estatal exclusiva, y él convirtió esa sentencia no es una legítima corrección, sino en una agresión; y no en una agresión a los redactores de la ley, sino a Cataluña entera.

Hace algunos años hubo una operación política en España para crear un nuevo partido de centro, operación que fue liderada por el entonces número dos de Convergència i Unió, Miquel Roca i Junyent; fue por eso que se la llamó Operación Roca. La Operación Roca presentó candidatos en casi toda España y se pegó un hostión electoral de los que hacen época. Alfonso Guerra, que es un fino analista político, dictaminó: «El señor Roca no ha perdido por ser catalán, sino por ser nacionalista catalán». Y tenía razón. El problema del guerracivilista nacionalista es que no encuentra diferencias entre ambas expresiones, que para él son sinónimas. Esa sinonimia le lleva a desarrollar ideas como el conflicto del Estado con Euskal Herria (por supuesto, por este orden) o la interpretación de una sentencia desfavorable del Tribunal Constitucional en términos conspirativos (no es que no me den la razón porque no la tengo o creen que no la tengo; no me dan la razón porque soy gallego, porque soy vasco, porque soy catalán).

El guerracivilismo nacionalista es, por último, el parcial responsable de una parte del guerracivilismo de derechas, antes citada, que es el apropiamiento de las enseñas nacionales. El guerracivilismo nacionalista practica un ninguneo tan integral hacia las enseñas nacionales, o estatales según su lenguaje, que en estos años no ha hecho sino dejarle a las derechas espacio para que hagan exactamente lo que están haciendo. Ahora se queja, claro. Pero no se da cuenta, o no se quiere dar, de que si en los últimos veinte años hubiese aceptado con naturalidad la bandera de España (aceptación «natural» para cuyo favorecimiento la bandera «perdió» su famoso aguilucho, que está muy lejos de ser un símbolo franquista, a menos que Franco naciese a finales del siglo XVIII), las manifestaciones actuales de las derechas no se podrían estar produciendo como lo hacen.



El test del guerracivilista

Después de todo lo que has leído, ¿eres tú un guerracivilista? ¿Te preocupa serlo? ¿Notas algún síntoma peligroso? Para responder a estas preguntas, Historias de España te ofrece, de forma desinteresada, el famoso Test de Autoevaluación del Guerracivilista elaborado por la prestigiosa universidad de Fraud Valley.

La cosa es tal que así: debes escoger sólo una respuesta. En muchas preguntas habrá varias respuestas que podrías elegir, pero has de optar por la que más se acerca a ti, la que mejor te define. Para ello tendrás que ser sincero contigo mismo; completamente sincero. Pregúntale a tu cerebro cada respuesta, pero pregúntasela también a tus tripas y, aún te diría más, hazle más caso a ellas.

Una vez hecho el test, te metes para el coleto 10 puntos por cada a), 8 por cada b), 4 por cada c) y 2 por cada d) O sea: ya sabes bien cómo manipular el resultado; ahora que lo sabes, rellena el test con sinceridad.

Responde una sola pregunta 6. Hay una pregunta si eres de izquierdas, otra si eres de derechas y otra si eres nacionalista. Ya sabemos que se puede ser nacionalista de izquierdas y cosas así, pero nosotros sabemos de qué estamos hablando. Y tú también. Así que elige.

El test:


1) Define tu posición como votante en unas elecciones:

a) Jamás votaré a un partido determinado.
b) Soy votante fiel de un partido determinado.
c) He votado o suelo votar opciones diferentes en elecciones municipales, autonómicas, generales o europeas.
d) No voto, me abstengo o voto en blanco.


2) Piensa en el político que peor te caiga. En tu opinión…

a) Habría que meterlo en la cárcel.
b) Habría que hacer algo para impedir su participación en la vida política.
c) Hago lo que puedo para convencer a los que le voten de que no lo hagan.
d) Me cae mal, pero tampoco es para tanto.


3) Pensando en el ámbito político que más te interese (municipal, autonómico o general; ya asumimos que el europeo no será): cuando tu partido NO gobierna o NO gobernase…

a) Se resiente la democracia auténtica.
b) Se frena el auténtico progreso.
c) Se cometerían injusticias que mi partido es incapaz de cometer.
d) Es obvio que la legislación y la política no me gustarían.


4) No nos interesa conocer cuál es la nota de 1 a 10 que le das a tu líder. Queremos saber la nota que le das al líder de la formación contraria.

a) De 0 a 1
b) De 1 a 3
c) De 3 a 4
d) Más de 4.


5) ¿Qué te gusta más?

a) Discutir sobre lo inútil que es el líder de la formación política contraria a la mía.
b) Discutir sobre lo hábil que es el líder de mi formación política.
c) Discutir sobre grandes temas, tipo cambio climático, impuestos, etc.
d) No me gusta discutir de política.


6) (Contestar si eres/votas de izquierdas) Partimos de la base de que si estás haciendo este test es porque no te sientes fascista (si te sientes fascista, no sigas; el resultado es que eres guerracivilista). Pero, como no eres fascista, te preguntamos: ¿qué es un fascista?

a) Una persona de derechas.
b) Un racista.
c) Un nostálgico del franquismo.
d) Una persona denotadamente antidemocrática y fuera del sistema.


6) (Contestar si eres/votas de derechas). Imagínate que al llegar a tu casa encuentras en el buzón una carta del Partido Comunista de España con un lema en el sobre que dice: «La solución comunista a la actual crispación social de España». ¿Qué haces?

a) La rompo sin leerla.
b) La dejo en otro buzón, porque deben de haberse equivocado.
c) La leo en diagonal.
d) La abro y la leo.


6) (Contestar si eres/votas nacionalista y vives en una autonomía con cooficialidad de lenguas). La lengua cooficial con el castellano en tu comunidad…

a) Es, en mi opinión, la lengua propia de mi comunidad. El castellano debe usarse para entenderse con el resto del Estado.
b) Es la lengua propia de mi comunidad, aunque todo aquél que quiera recibir enseñanza, relacionarse con la Administración, etc., en castellano, debe tener derecho a hacerlo.
c) Es, como la pregunta decía, la lengua cooficial con el castellano en mi comunidad autónoma, aunque es lógico que el gobierno autónomo fomente especialmente su uso.
d) Es, como la pregunta decía, la lengua cooficial con el castellano en mi comunidad autónoma.



Calificación.


Más de 46 puntos: Tu posición es sectaria. Por encima de 50 puntos, abiertamente sectaria. Probablemente piensas que eres rabiosamente pro; pero, en realidad, lo que eres, es furibundamente anti. Lo que más te gusta de ganar unas elecciones es que otro las pierda y piensas que los partidos políticos que rechazas son por definición incapaces de hacer nada ni medio bien.

De 26 a 45 puntos: El Lado Oscuro de la Fuerza es muy fuerte en ti. Sabes que El Emperador es un cabrón con borlas, pero le escuchas muchas veces, más de lo que quisieras admitirte. Probablemente, lees a hurtadillas algunos periódicos y escuchas algunas emisoras de radio, diciéndote al tiempo que son muy talibanes; pero leer esas cosas y escucharlas, en el fondo, te reconforta.

De 16 a 25 puntos: Eres el centrista que, según los sociólogos, puebla este país. Es muy probable que la política te interese más bien poco, aunque con los años te has ido volviendo responsable y dándote cuenta de que hay cosas en las que hay que pensar. Los políticos, en general, te dan pena.

Menos de 15 puntos: Has alcanzado la pureza de un caballero jedi. Deberías ir echando leches al blog de Inasequible y preguntarle dónde hay que apuntarse para ser lama; es más que probable que seas la reencarnación perdida de algún rimpoché. Si con la que está cayendo y respondiéndote a ti mismo la verdad sincera de la buena has sacado menos de 15 puntos, chaval, tienes la sangre de horchata.

Bonnie & Clyde: los poemas de Bonnie Parker

Selara Majere, lectora habitual de esta esquina de intenet, ha ensayado una traducción para los poemas de Bonnie Parker que reproduje en mi post sobre esta pareja mítica de delincuentes. Con mis agradecimientos, reproduzco aquí sus traducciones, que he modificado tan sólo en dos detalles en los que creo poder aportar una traducción algo más precisa..

El primer poema, o principio de poema, que cité tiene la siguiente traducción:

Nací en un Rancho de Wyoming
No me trataron como Helena de Troya,
Me enseñaron que la vara era la ley
Y convivía con vaqueros grasientos.


Por lo que se refiere al famoso poema sobre los propios Barrow, su traducción es ésta:

Has leido la historia de Jesse James
De cómo vivió y murió
Si aún necesitas algo que leer
Aquí está la Historia de Bonnie y Clyde.

Bonnie y Clyde son la banda de Barrow
Seguro que todos habéis leído
Cómo roban y atracan
Y como aquellos que les delatan
Suelen encontrarse moribundos o muertos.

Hay muchas mentiras en esos relatos
No son tan poco compasivos;
Odian todas las leyes,
Los soplones, los detectives y las ratas.
Les clasifican como asesinos a sangre fría,
Dicen que son crueles y sin corazón,
Pero con orgullo digo
Que conocí a Clyde
Cuando era honesto, decente y limpio.

Pero la ley tonteó
No cejo en perseguirle
Y encerrándole en celdas
Hasta que me dijo:
"Nunca seré libre
Así que me encontraré con algunos en el infierno"

El camino estaba mal iluminado
Sin señales que les guiaran
Pero tomaron una decisión.
Si las carreteras eran ciegas
No se rendirían hasta que murieran.

La carretera se vuelve más y más oscura
A veces apenas puedes ver.
Aún así, es una lucha hombre a hombre,
Y hacen lo que pueden
Ya que saben que nunca serán libres.

Si intentan actuar como ciudadanos
Y alquilar un bonito piso,
A la tercera noche son invitados a pelear
Con el rat-tat-tat de las ametralladoras.

No piensan que sean demasiado duros para desesperar,
Saben que la ley siempre gana,
Les han disparado antes;
Pero no ignoran
Que le precio del pecado es al muerte.

Algunas personas sufren que les rompan el corazón,
Algunas personas mueren de cansancio,
Pero os puedo asegurar
Que pequeños son nuestros problemas
Hasta que lleguemos al nivel de Bonnie y Clyde.

Algún día caerán juntos
Y les enterrarán el uno junto al otro.
Para unos pocos implicará tristeza,
Para la ley alivio
Peor es la muerte para Bonnie y Clyde.