viernes, abril 23, 2010

El pacto del no pacto

Le he preguntado a Adobe Acrobat cuántas veces se cita la palabra Historia en las 46 páginas del documento que el Ministerio de Educación anunció ayer a bombo y platillo, conteniendo las bases del pacto educativo.

Adobe me dice que una vez. En el preámbulo. Se dice que las tasas de escolarización actuales son las mejores de la Historia. Y fin de la ídem.

Así pues, me he resignado a entender que un pacto sobre educación no va sobre Historia. Ni sobre matemáticas, puesto que esta palabra no se cita ni una sola vez. Ni sobre filosofía. Eso sí, para que nos vayamos centrando: las palabras lengua, lenguaje, lenguas, se citan 23 veces en todo el documento. Una cada dos páginas.

Creo haber encontrado la clave de todo este embrollo en la página 19. Cito (las itálicas negritas son mías):

«Revisaremos la estructura del bachillerato, para flexibilizar su organización y establecer los procedimientos necesarios, para que el alumnado pueda superar todas las materias que lo configuran, incentivando la responsabilidad y el esfuerzo para la pronta superación
de dificultades y el avance de los estudios».

Creo que, como digo, este párrafo es el texto más sincero que se incluye en todo el pacto de la educación. Lo importante no es tanto que la educación provea de un bagage intelectual y profesional completo y adecuado. Lo importante es que los alumnos aprueben los exámenes.

El ministro Gabilondo está muy contento con su documento. Confiesa sin ambages que ha puesto en él lo mínimo que pueden aceptar las diferentes fuerzas políticas. O sea, que ha hecho un documento para que pueda ser aprobado por consenso. De nuevo, la filosofía antes descrita. Lo importante es aprobar el examen. Si para ello hay que reducir la materia a medio folio, se reduce.

Lo menos que se puede esperar de unos responsables políticos, máxime si por ser los más votados tienen la responsabilidad de gobernar, es tener una concepción de cuál debe ser la formación integral del español y cómo debe impartirse dicha formación. Un ministro de Educación que no tenga esta concepción ya no es un ministro de Educación; es un ministro de Gestión de Infraestructuras Educativas. Y un pacto que lo único que busque sean terrenos para el acuerdo de mínimos no es un pacto de educación; es un pacto sobre cómo seguir llevando esto sin pillarnos mucho los dedos.

Cuando alguien que quiere negociar tiene claro lo que quiere, presenta todo lo contrario de un papel de consenso. El sindicalista que sabe que el patrón va a ofrecer un aumento salarial del 2% se sienta en la mesa y exige el 6%, porque en realidad no piensa bajar del 3,5%. Así se hacen las cosas. Si se trata de pactar a lo Gabilondo, es decir si se trata de poner encima de la mesa un papel que todos puedan aprobar en cinco minutos, lo que pasa es lo que ha pasado con el informe del ministro: de la lista de asuntos a negociar se van quitando, poco a poco, todos los que escuecen. Ya no hablamos de aumentos salariales. Ya no hablamos de categorías. Ya no hablamos de vacaciones. Y, al final, empresarios y sindicatos firman un bello acuerdo en el que se dice que ambos harán todo lo posible para que la empresa funcione mejor. Y viva Cartagena.

El ministro Gabilondo nos ha enseñado ayer cuáles son los puntos de materia educativa en los cuales todas las partes implicadas están más o menos de acuerdo. Cosa que es lógica, porque el documento es tan etéreo que casi parece teológico. Es imposible no estar de acuerdo con él, entre otras cosas porque, leyéndolo, uno tiene la sensación de que estar de acuerdo con él tampoco obliga a gran cosa. Ya que tanto le preocupa el fracaso escolar a las autoridades educativas, podrían haber incluido en su oferta un objetivo sencillo y mensurable; por ejemplo, reducir la tasa de fracaso un X% en X años, con la inclusión de sanciones o acciones de variado tipo para la Administración que no llegare. Lejos de ello, el sedicente compromiso que aparece en el documento es tan genérico que, como digo, es imposible no estar de acuerdo con él.

«Elaboraremos planes especiales de actuación en las zonas con menores tasas de graduación en Educación Secundaria Obligatoria y un mayor abandono temprano de la educación y la formación. Realizaremos estudios específicos sobre las causas del fracaso escolar y elaboraremos planes integrales, con la colaboración de las distintas administraciones, que presenten una oferta atractiva para los jóvenes, que incluyan campañas de concienciación de las familias, refuerzo de tutorías y orientación escolar y los apoyos educativos necesarios».

Decir esto y decir: «trabajaremos en reducir el fracaso escolar» es lo mismo. O sea, que al que se le ocurra decir que no, será porque el fracaso escolar le importa una mierda.

En aras de una foto que supongo se harán dentro de un par de semanas, los políticos han preferido discutir sobre las bonanzas de entrenar la capacidad de salto a colocar un listón en dos metros diez y decir: cabrón el que no lo salte. Es comprensible que eso de tener objetivos concretos no les vaya. La costumbre.

Yo, cuando menos, sigo sin saber cuál es el concepto que tienen los diferentes gobiernos españoles, nacional y autonómicos, sobre el conjunto básico de conocimientos que un español bien educado debe poseer. Aparte de afirmarse que en la nómina de conocimientos imprescindibles está entender y saber expresarse en castellano, poco más se dice. Además, de la lectura del documento queda claro que ya no hablamos de educación: hablamos de encauzamiento y orientación profesional. Hablamos de hacer las cosas de tal manera que un español que tenga vocación de ser ingeniero pueda descubrir que eso es lo que quiere ser, y serlo. Por el camino, hemos olvidado que la educación, durante mucho tiempo, fue una materia mucho más ancha. Los pedagogos de hace ciento cincuenta años no sólo se preocupaban de que sus sistemas educativos pariesen técnicos suficientes; también se preocupaban de que todos, técnicos, humanistas, científicos y artistas, saliesen de la escuela con una formación ecuménica y suficiente.

Todos hemos tenido trece años. Todos hemos tenido una o dos asignaturas que nos rallaban especialmente. Consecuentemente, todos le hemos dicho alguna vez a nuestros padres: pero, ¿por qué tengo que seguir estudiando matemáticas, si ya he decidido que voy a ser paleofilólogo y no las voy a necesitar para nada? Algunos frikis de la vida hemos terminado por pensar, con los años, que eso nos pasaba porque éramos adolescentes y bastante idiotas, y no nos dábamos cuenta de que la escuela no estaba sólo para hacernos expertos en las materias que nos eran precisas en nuestro futuro profesional, sino para hacernos conocedores de muchas materias, todas las cuales nos ayudan a pensar, cada una a su manera. Porque la escuela no es un centro de conocimiento, sino de pensamiento. Quien reflexiona, siempre podrá conocer. Quien no reflexiona, da igual que conozca, porque sólo será un gañán con título.

La Historia debe conocerse no por tener unas fechas en la cabeza, sino porque una de las cosas que nos distingue a los humanos de las iguanas es que las iguanas nunca se ven a sí mismas como el resultado de un montón de cosas que han pasado bastante antes de ayer por la tarde. Esta es la razón de que haya muchos más gallegos orgullosos de ser gallegos que iguanas orgullosas de ser iguanas. Las matemáticas son necesarias porque la forma de pensar que hay que poner en juego para resolver un problema de trigonometría es una forma de pensar que no se entrena leyendo a Kierkegaard. Y así podríamos seguir con un montón de materias que se explican, o no, en nuestras aulas. Siempre llegaríamos a lo mismo. El educando es alguien que carece de herramientas reflexivas que son necesarias para la vida humana, y la educación le provee de ellas.

Seguimos sin saber, a día de hoy, cuál es la idea de nuestros gobiernos sobre qué debe haber dentro de esa caja de herramientas. Lejos de ello, a nuestros representantes políticos, si es que es verdad que el documento Gabilondo les refleja, lo que les obsesiona es que el ingeniero se empape de las herramientas ingenieriles, el artista de las artísticas, etc. Salidas laborales.

He pasado algunas horas de los últimos meses repasando la Economía de segundo de bachillerato con un educando de 17 años. Cuando empezó el curso le dije muy ufano una cosa en la que creía, y creo, a pies juntillas. Le dije: con esta asignatura no vas a tener ningún problema, porque la economía es puro sentido común. Como lo digo, lo pienso: que cuando hay más demanda que oferta de un producto su precio sube, es sentido común. Que un fabricante no fabricará lo máximo que pueda sino aquella cantidad en la que su beneficio se maximiza, es sentido común. Que un crecimiento hay que deflactarlo del efecto precio para observarlo en términos reales, es sentido común. Que una empresa que no genera cash flow no está muy bien, es de sentido común.

Estos repasos, sin embargo, han sido difíciles, en ocasiones muy difíciles. Con el tiempo, he dado con la clave. El problema no está en la economía. Ni en el libro, que es bastante bueno. La profesora, por lo que me cuenta el alumno, deja un poco que desear, pero vete a saber si no son relatos interesados. El problema, el verdadero problema, es que, siendo como es la economía un asunto de sentido común, resulta que mi alumno no tiene educado el sentido común. Eso de si A implica B y B implica C, entonces A implica C, como que le cuesta.

Y tiene media de 7.

El abanico y profundidad de las materias que ha cursado este alumno durante los últimos seis años de su vida es tan estrecho, tan putomiérdico, que lo que le pasa ahora es que cuando tiene que reflexionar, no sabe hacerlo. Su cultura es la cultura de tomar textos de 10.000 palabras (no sé cuántas palabras suele tener un libro de texto; pongo el número a título indiciario), subrayar dentro de estos textos unas 2.500 aproximadamente, y examinarse del conocimiento de esas 2.500 palabras. Lo de entender qué dicen esas 2.500 palabras queda para otra vida. Y la sola idea de que sería bueno intentar entender algo de lo que dicen las 7.500 palabras que restan es, simple y llanamente, obscena.

Para estudiar hoy has de aprender el sacrosanto concepto de lo que entra y lo que no entra en el examen.

A mi alumno le enseñaron a calcular el derecho de suscripción de un accionista en una ampliación de capital, así como el valor de los derechos de suscripción. Durante nuestro repaso, y dado que mi preocupación básica es que entendiese qué es un derecho de suscripción preferente (partía yo de la base, probablemente errónea, que entender los conceptos es la palanca que te permite moverlos), le propuse un problema que simplemente planteaba las cosas al revés: si el accionista ha obtenido X euros con la venta de sus derechos de suscripción, ¿cuántos ha vendido? Y, consecuentemente, si su participación inicial en el capital era del X%, ¿en cuánto se ha quedado?

Su respuesta fue categórica: eso no entra. No nos lo han dado. No hay ningún problema en el libro planteado así. A mí me exigen ir de A a B. Yo le digo: pero ir de B a A es básicamente lo mismo, sólo que al revés. Pero él replica: Ya. Pero no entra.

Mensaje Gabilondo: lo que no está en el examen, no existe. Y el examen va de pasarlo, no de demostrar con él que se ha entendido la materia.

Otro jovenzano de parecida edad, hace algunos meses, cuando yo le enervaba la necesidad de estudiar mucho inglés porque en el mundo real es muy importante, me espetó: «Yo ya hablo inglés: ¡tengo un 8!» Obsérvese la perversión. Hablar inglés ya no es ser capaz de decir en dicha lengua «tráeme el destornillador que tengo que desatascar este lavabo por mis huevos». No. Hablar inglés es tener un 8.

Si, verdaderamente, en la España de hoy es imposible diseñar un sistema educativo único e irrenunciable, que pueda luego ser mejorado por aquellas regiones que consideren su obligación gastarse más pasta en los colegios, entonces el mejor servicio que podría hacerle un ministro a la sociedad es decir esto bien alto. Porque si es así, entonces, Houston, tenemos un problema.

jueves, abril 22, 2010

La revolución iraní (y 6)

El 2 de diciembre de 1978 comenzó el último acto de la revolución iraní. Este día comenzó el Muharram, el mes santo de los chiitas. Ante la posibilidad de disturbios, el gobierno decretó el toque de queda y Jomeini, ni corto ni perezoso, decretó el desafío al toque de queda. El personal, como había hecho cien años antes dejando de fumar, tomó las calles, el ejército disparó y hubo un montón de muertos. Los hombres del Sha le dijeron entonces a los americanos que la gente había aprendido y que no habría más conflictos. Es lo que suele pasar. Pero no pasó así, porque la revolución chiita tiene muchos elementos que otras no tienen. El día 2, centenares de miles de personas invadieron las calles. Para entonces, Washington estaba noqueado. En la Casa Blanca nadie tenía ya ni puta idea de lo que se podía hacer.

En el ashura, décimo día de Muharram y fiesta del martirio de Hussein en Kerbala, el gobierno cambió de estrategia y permitió las manifestaciones. Le dio igual. En Ispahan, las multitudes asaltaron la sede de la Savak y derribaron algunas de las muchas estatuas públicas del Sha. El ejército disparó. Más muertos. Más mensajes de Jomeini indicando a los militares que les perdonaban, pero advirtiéndoles de que no estaban haciendo otra cosa que engrosar la nómina de mártires de la causa. Barzagan viajó a París para intentar convencer a Jomeini de que, blandito como estaba ya el gobierno, quizá era el momento de parar las muertes y negociar. Jomeini, claro, le dijo que ni de coña.

El 29 de diciembre, el Sha nombró primer ministro a Shahpur Bajtiar. Fue primer ministro Bajtiar por la única razón de que otros líderes del Frente Nacional con más predicamento que él, como Karim Sanjabi o Gholam Hussein Sadiqui, rechazaron el cargo. El 3 de enero, Estados Unidos envió al general del Aire Robert Huyser, que llegaba con instrucciones de poner al ejército persa a las órdenes de Bajtiar; era tan así, que el Sha se enteró de que Huyser estaba en Teherán tres días después de que llegara. Todo el mundo daba a Palhevi por amortizado.

Bajtiar era el primero de la lista. Estaba dispuesto a derrocar al Sha y convocar elecciones, como demandaban los manifestantes. Utilizando su poder, le cerró el grifo del petróleo a Israel y al régimen racista de Sudáfrica, en claros gestos de progresismo reformista con los que pretendía cauterizar el radicalismo revolucionario. El presidente Carter, a través del francés Giscard, le envió a Jomeini un mensaje: EEUU apoyaba a Bajtiar y esperaba de Jomeini que apoyase a Estados Unidos. Si decía que no, habría un golpe militar. Queda, pues, claro, que Carter nunca entendió ni remotamente el pensamiento de Jomeini, ni sus apreciaciones estratégicas. Jomeini contestó exactamente lo que estáis pensando que contestó.

Los americanos comenzaron a hablar descaradamente con el Sha de cuándo se piraba de Irán. Bajtiar tomó el poder el 6 de enero y comenzó a dar la barrila para que el Sha se marchase de una puta vez. Sin embargo, tuvo que esperar mucho, hasta el día 16. El Sha retrasó su salida porque quería llevarse parte del pastón que había ido acumulando con los años; muy comprensible.

Irán quedó en manos de un Consejo de Regencia presidido por un venerable anciano sin poder, Jelaleddin Tehrani. El Sha se marchó pensando que lo dejaba todo atado y bien atado, pero para entonces los Estados Unidos ya tenían el plan de establecer una república en Irán. Jomeini respondió adelantando la reina: proclamó que obedecer a Bajtiar era obedecer al diablo y, sobre todo, anunció la formación de un Consejo Revolucionario. Nada más saber que Jomeini también tenía su gobierno, los ministros de Bajtiar comenzaron a dimitir. Por último, Jomeini planteó el órdago, y anunció en París: me voy p'a Teherán.

Bajtiar le pidió tres meses para poder completar su proyecto de reformas. Todavía, por lo que se ve, no se había enterado de que Jomeini tenía su propio equipo y no contaba con él. Jomeini incluso desoyó a Bazargan, que era partidario de que se formase un gobierno en el exilio y se diese tiempo a Bajtiar a limpiar el patio unos meses. De tres meses, Bajtiar pasó a dos. Luego a tres semanas. A todo le contestó Jomeini que nones.

En un Jumbo de Air France, con una tripulación francesa voluntaria (todos hombres; incluso prohibió viajar a su esposa y a las esposas de sus asesores), llegó Jomeini a Teherán dl 1 de febrero de 1979. Los días anteriores hubo gravísimos disturbios y una demostración de fuerza del ejército, que sacó a la calle toda su ferralla; aunque, al mismo tiempo, diversas unidades se amotinaron a favor de la revolución. A pesar de lo que en un momento se temió, a pesar de que Jomeini fue recibido por la multitud casi como un Mesías, no hubo graves disturbios. Jomeini se alojó en la escuela Husseiniyeh, donde nombró a Bazargan primer ministro, pasando como de comer mierda de Bajtiar, que aún no había dimitido. Las deserciones de unidades militares en masa proliferaron como setas. En ese momento, e Washington le llegó al general Huyser el mensaje de que había llegado el momento de impulsar un golpe de Estado. Es de suponer que el viejo general se desconojaría. ¿Con qué? Esa insinuación, tan tardía, tan fuera de la realidad, es la mejor metáfora de la putomiérdica, diríase que soberbia, forma con que Estados Unidos se tomó la cuestión iraní.

Bajtiar declaró el toque de queda. Jomeini escribió en un papel la orden de desafiarlo. El papel de Jomeini llegó a la televisión iraní antes que los soldados que iban a tomarla para hacer respetar el toque de queda.




Tras el triunfo de la revolución, el jefe de la Savak, general Nassiri, fue detenido y posteriormente fusilado. En el ínterin, para intentar salvar el gollete, hizo una confesión completa en la que, entre otras cosas, informó a los revolucionarios de que el gobierno iraní llevaba años teniendo un topo en la embajada USA. Este topo, conocido por el sobrenombre de Hafiz (que yo sepa, los revolucionarios le dejaron irse a Europa finalmente, y nunca se ha sabido a ciencia cierta quién era) fue subcontratado por los jomeinistas para que siguiera haciendo lo que hacía. Facilitó al ministro del Interior, ayatollah Hashimi Rafsanjani, todos los datos sobre los mensajes llegados y salidos de la Embajada durante los últimos días del Sha; así pues, los revolucionarios, en septiembre de 1979, ya tenían una perfecta información de todo lo que Washington había intentado contra ellos, o pensado en intentar.

En ese mismo mes de septiembre, en Nueva York, el secretario de Estado americano, Cyrus Vance, se reunió con el ministro iraní de Asuntos Exteriors, Ibrahim Yazdi, al que intentó convencer de que ambos países tenían un enemigo común, la URSS, y de que Estados Unidos comprendía a la revolución jomeinista. Sin embargo, en el mismo momento que esta entrevista se producía, los papeles de Hafiz eran conocidos en Teherán. A partir de ahí, la oposición frontal del régimen de los ayatolás hacia Estados Unidos plantó hondos cimientos, y hasta hoy.

El 2 de noviembre, en medio de los denodados intentos del Consejero de Seguridad Nacional americano, Zbignew Brzezinski, para tender puentes con el régimen de los ayatolás, diciéndoles que la marcha del Sha a Estados Unidos se había producido a última hora por motivos de salud cuando los iraníes tenían papeles que demostraban que hacía meses que los americanos contaban con ese desplazamiento, Jomeini lanzó un mensaje público a los estudiantes, llamándoles a difundir la conspiración estadounidense.

Aquella soflama fue el mensaje que necesitaba el Comité Revolucionario de la Universidad de Teherán, al mando del hojat al-Islam Musawi Joeiny, para comenzar a preparar el ataque a la embajada , que culminaría en el episodio quizá más humillante de la Historia de los Estados Unidos. Lo que vio el mundo por la tele fue una multitud enardecida que tomó la embajada. Pero testigos bien informados han dejado dicho que no fue eso ni de lejos. Fueron las huestes de Joeiny, 50 activistas de élite y unos 400 más que se hacía llamar morabitun, una especie de antiguos guardias de frontera, los que tomaron la embajada. Mantuvieron secuestrado al personal durante semanas e, ítem más, el presidente Carter autorizaría un operación de rescate muy de película de Schwartzennegger, que terminó como el rosario de la aurora, con los comandos setados contra el suelo. Irán humilló a Estados Unidos durante mucho tiempo.



¿Qué queda de la revolución iraní? Más bien, la pregunta es qué no queda. La revolución iraní es, hoy, en buena parte, el ayatollah Jomeini, por mucho que esté ya muerto. Para bien, y para mal.

Ya he dicho al principio de esta serie que la revolución islámica es la otra gran revolución del siglo XX junto con la rusa. Pero Jomeini no era Lenin, en este caso para desgracia del primero. Jomeini, desde luego, tenía más inteligencia estratégica que Lenin para hacer la revolución. A Lenin su asalto al poder le salió bien por muchas circunstancias, entre ellas la primera guerra mundial, que Kerensky era un maula, y que tenía a su lado a Trosky, que sí era un revolucionario pata negra. A Jomeini la suerte no le regaló nada. Él supo ver, antes que nadie, lo que ahora es tan obvio, es decir la capacidad de lanzar masas políticas islamistas y hacerlas caminar en una dirección sin dudas. Los palestinos han sido de toda la vida tan devotos de Alá como lo puedan ser los chiitas iraníes y, sin embargo, sus líderes nunca han conseguido de ellos tal nivel de consenso y coordinación.

Jomeini fue un gran estratega de masas cuando la labor de las masas fue luchar y destruir lo existente. Pero donde Jomeini pierde frente a Lenin como casi cualquiera frente a Guardiola es en la otra cosa que tiene que ser un revolucionario: un buen gobernante.

La revolución islámica llegó y se hizo con el poder sin tener demasiado claro qué quería hacer de Irán, excepción hecha de los presupuestos teológicos y morales. En Irán no ha habido la construcción de un Estado islámico chiita como hubo la construcción de un Estado soviético en la URSS. Lenin sabe que esa construcción, por mucho carisma que se tenga, supone enfrentarse a contradicciones y diferencias internas en el movimiento. La revolución iraní, sin embargo, se ha saltado ese capítulo. Ha pasado directamente al estadio en el que la revolución, plenamente consolidada, se deshace de las contraversiones que le molestan (o sea, en la URSS, el tardoleninismo y el estalinismo). La pregunta, pues, es si la revolución iraní está suficientemente consolidada como para poder enfrentarse y ganar a sus contraversiones.

Hay otro factor fundamenal, y es que Irán no está solo. Irán está situado en una zona geo-eco-estratégica de gran importancia que no tiene un líder claro. Se han probado varias cosas. Se probó con el islamismo progresista de Nasser; se probó con el liderazo nacionalista sirio; probó el Sha; y Sadam; hasta se podría decir que han probado los talibanes. Los musulmanes son muchos y muy variados y existen diferencias entre ellos que quizá los que no lo somos tendemos a no ver. Por eso, las combinaciones son muchas y muy variadas. El tablero ya era complicadillo pero, por si no era suficiente, el experimento aliado occidental en Iraq, que sabe Dios cómo va a terminar, y la dramática aparición en el escenario de la alternativa talibán, lo han complicado aún más.


En todo caso, sea cual sea el presente, y el futuro, lo que es innegable es que la huella dejada por la revolución iraní es bien, pero bien, profunda.

lunes, abril 19, 2010

La revolución iraní (5)

Ruhallah Musawi, nacido en 1902 en el pueblo de Jomein, próximo a Qom, hijo de Mustafá Musawi, un mullah que murió de un disparo en la cabeza cuando su hijo aún era un niño, se había especializado en la jurisprudencia islámica, en el desarrollo de la cual había terminado por diseñar una teoría que acabó por adaptarse como un guante a las necesidades de la revolución islámica como rebelión de puro origen religioso. Partidario absoluto de la intervención directa de los líderes religiosos en política, Jomeini concebía las necesidades del islamismo como una especie de proceso de flujo y reflujo por el cual primero se desharía de prácticas e ideas obsoletas (como la práctica del disimulo chiita) para después adoptar otras nuevas. Ambas promesas se hicieron notablemente atractivas para los musulmanes más jóvenes los cuales, al revés de lo que ocurría en Occidente, encontraban problemas para encontrar respuestas en el marxismo.

Seudoexiliado en Najaf, Jomeini comienza a invertir el dinero que le llega de su hawza en propaganda, y aquí está otro de los grandes logros del ayatollah, que fue capaz de ver las potencialidades de la comunicación masiva. A finales de los setenta la capacidad de difusión era distinta de la actual, y por eso la estrategia de Jomeini fue la grabación de cintas de casete con sus mensajes, que luego sus discípulos podían escuchar en cualquier lugar del mundo. A su manera, pues, Jomeini se convirtió en una especie de ciberpredicador de la era de antes de la red, lo cual demuestra una notable capacidad estratégica.

En 1974, el presidente de Iraq, Ahmed Hassan el-Bakr, intentó captar a Jomeini para una campaña contra el Sha, pero éste se negó por considerar que era demasiado pronto. En 1977, una vez que el Sha y Sadam habían llegado a una entente, Teherán pidió a Bagdad que actuase contra el líder religioso iraní, por lo que las autoridades iraquíes le dieron a elegir entre suspender su propaganda o exiliarse. En realidad, el Sha pretendió parar el exilio de Jomeini, pero no pudo porque Sadam, consciente de la fuerza de los chiitas en su país, se negó a arrestarlo. Así las cosas, Jomeini eligió el exilio y se trasladó a Neauphle-le-chateau, a 35 kilómetros de París; no sin antes haber intentado permanecer en el mundo musulmán, concretamente en Kuwait, Siria o Argelia. Fue Beni-Sadr, presidente del Comité de Estudiantes Iraníes en París, quien le convenció de que allí estaría bien. Beni-Sard se demostró como todo un estratega de las relaciones públicas: en los pocos meses que Jomeini estuvo en Francia, concedió casi medio centenar de entrevistas, lo que extendió su mensaje por el mundo entero y le granjeó, además, la simpatías de no pocas organizaciones progresistas occidentales (por razones que son fáciles de entender, la prensa siempre tiene simpatía hacia todo aquél que le da más facilidades; y esa simpatía se transmite a la opinión pública).

En septiembre de 1977, la Savak mató a Mustafá, uno de los hijos de Jomeini. Fue un poco antes de su exilio y el ayatollah, coincidiendo con los hechos, dictó la instrucción o i'lamiyah que puede considerarse comenzó la revolución islámica. En la misma, ordenaba a sus seguidores no reconocer el gobierno del Sha, no colaborar con él y fundar instituciones islámicas en todos los ámbitos de la vida civil.

Desde su llegada a Francia, la estrategia de Jomeini revela bien a las claras su conciencia de que la llave de cualquier cambio de régimen en Irán es el ejército. Cada vez más i'lamiyah están dirigidas a las fuerzas armadas o a la actitud que los revolucionarios deben guardar ante ellas. Pidió primero a los soldados que desertaran y después que lo hiciesen llevándose las armas, para así poder ayudar a la revolución. Y no le salió mal: el 1 de enero de 1978, el presidente James Carter fue huésped del Sha en Teherán. En esa misma fecha, siguiendo las instrucciones de las cintas de Jomeini, un batallón antiaéreo desertó del ejército iraní con armas y bagages.

En Irán se multiplicaban los conflictos y las huelgas. Éste, el incremento de la conflictividad, era el primer elemento de la estrategia del ayatollah. El segundo, importantísimo y que ha dejado una honda huella en el fundamentalismo islámico, es la apelación al martirio. En la introducción de estos post, dedicada al chiismo, ya he dicho que el martirio es connatural a la existencia, desarrollo y fuerza moral del chiismo, puesto que esta creencia islámica se basa precisamente en el martirio del hijo de Alí, que tiene para los chiitas la misma importancia que pueda tener el de Jesús para los cristianos. A través de ese prisma es como se debe entender la serie larga de fatwas lanzadas con sus cintas por Jomeini a partir de principios de 1978 llamando a sus seguidores a que no mostrasen resistencia al ejército y que, lejos de ello, aceptarsen el martirio si eran disparados o maltratados.

En realidad nadie en Occidente, salvo la inteligencia judía, supo ver ni valorar la potencialidad de estos mensajes y de esta forma de actuar. Washington siempre la infravaloró, como la infravaloró el Sha. Podríamos decir que la capacidad analítica occidental no estaba en condiciones de poder entender la importancia del martirio y sus capacidades. Lo cual, por cierto, demuestra que en la CIA, el MI5, el CNI y todos esos sitios, debe ser que si pillan a un espía leyendo un libro de Historia le aplican el Código Rojo, porque, si no, no se entiende.

Fue en ese momento cuando importantes miembros del staff del Sha, como el general Afshar Amini, algo así como su jefe de gabinete, comenzaron a pensar, con la ayuda de los israelíes, que tal vez, a las dos estrategias clásicas posibles por parte del régimen (liberalizarse o endurecerse) había una tercera vía consistente en enviar al rey a un largo viaje por el extranjero, pretextando algún tipo de dolencia, que dejase el país en manos de un regente, quizá Farah Diba, que aportase una imagen nueva al régimen. A EEUU, probablemente, le gustara más la solución de promover un golpe militar proamericano; lo que podríamos denominar la solución pakistaní. En medio de toda la milonga se cruzaba el enfrentamiento cainita existente en la corte entre Farah Diba y la famlia del Sha (su madre y sus hermanos), todos ellos maniobrando para controlar el poder.

El 13 de agosto de 1977 estalló una bomba en un restaurante de Teherán frecuentado por americanos. Ese mismo mes, 430 personas murieron abrasadas en un cine de la ciudad de Abadán. Las acusaciones populares contra la Savak por el hecho causaron gravísimos disturbios. Mientras tanto, en palacio se había decidido ya que el Sha no abandonaría el país y que se iniciaría una liberalización, para lo que fue nombrado Jaafar Sharif Emani. Emani publicó un plan de seis puntos que incluía la liberación de presos políticos, el aumento en un 40% del salario de los funcionarios, la apertura controlada a nuevos partidos políticos, elecciones controladas, respeto a los derechos humanos y un plan anticorrupción. Se abolía el ministerio de la Mujer y el calendario aqueménida, gestos ambos destinados a caer bien entre los musulmanes.

La respuesta de los islámicos fue organizar, en septiembre, una serie de manifestaciones monstruo en Teherán que desafiaron la inmediata declaración de la ley marcial. El ejército disparó, causando un mínimo de 100 muertos. En esas jornadas, se esfumó la última posibilidad de que los ayatolás fuesen a avalar algún día el reinado del hijo de Mohammed Palhevi.

A finales del 77, Emani jubiló a varios miembros de la Savak y liberó a centenares de presos políticos. Pero las manifestaciones proseguían, por lo que el Sha, allá por noviembre, se convenció de que la única salida era un gobierno militar.También Estados Unidos opinó que así debía ser. Por lo tanto, el Sha nombró al general Gholan Reza Ashari primer ministro (a pesar de que no quería serlo, por cierto). Tras su subida al poder, el Sha lanzó un mensaje radiado aseverando que había entenido el mensaje y anunciando una nueva etapa de gobierno (hay una ley histórica casi matemática: cuando más asevera un líder que ha entendido un mensaje, menos lo ha entendido). La reacción de la calle, sin embargo, dejó claro a todos que había que buscar soluciones alternativas.

Fue sólo en ese momento, considerablemente tarde en mi opinión, cuando el Sha intentó contactos con la oposición. Contactó con un viejo político del Frente Nacional, Karim Sanjabi, y le ofreció el gobierno. Sanjabi, para sorpresa del palacio real, reaccionó marchándose a París a parlamentar con Jomeini, quien le dejó claro que no contase con él. A su regreso a Teherán, el Sha arrestó al que dos semanas antes era su gran esperanza blanca, para impedir que pudiese dar una rueda de prensa y contarlo todo. Algunos días más tarde, el general Nassiri, de la Savak, era arrestado, y se anunciaba una investigación sobre los negocios de la familia Palhevi. En paralelo, se contactó con Mehdi Bazargan, uno de los pocos civiles por los que Jomeini sentía simpatía. Bazargan había sido encarcelado al declararse la ley marcial y ahora la Savak le ofreció cooperar con el Sha siempre y cuando éste aceptase un estatus de rey constitucional que no actuase en el gobierno.

A finales de noviembre de 1978, con Bazargan ya libre, una delegación de Estados Unidos le visitó. Bazargan le explicó a los americanos que, en su opinión, el Sha debía abandonar el país, sustituido por un Consejo de Regencia y un gobierno de notables. Visto que los americanos se mostraron dispuestos a seguir hablando, Bazargan contactó con algunas las personalidades del entorno de Jomeini, como el ayatollah Muntazari o el que entonces era hojat al-Islam, Hashimi Rafshanjani, con los que acordó cinco puntos:

  1. Abandono del país por el Sha, con el pretexto de algún tratamiento médico.

  2. Consejo de Regencia formado por personas aceptables por todos.

  3. Gobierno nacional aperturista.

  4. Disolución del Majlis.

  5. Nuevas elecciones.

EEUU aceptó estos puntos, pero finalmente se produjo un desencuentro al proponer Bazargan el estudio de cambios en la Constitución de 1906 para eliminar toda referencia al Sha. En diciembre, sin embargo, se llegó a un acuerdo a cambio de la restitución de la ley y el orden.

El ayatollah Muntazari viajó a París con la intención de obtener el nihil obstat de Jomeini e incluso discutir con él los miembros del futuro Consejo de Regencia. Pero se encontró a un hombre totalmente renuente que lo rechazó todo. Todo. Ninguno de los negociadores de Teherán, es decir ni la oposición civil iraní, ni los líderes religiosos que les apoyaban, ni por supuesto los americanos que, increíblemente, en ese momento todavía tenían dificultades para distinguir a un persa de un bosquimano, ninguno de ellos había entendido que los chistes floreados que habían pactado entre ellos no tenían nada que ver con el espíritu de Jomeini. Nada. Quizá es que no escuchaban sus cintas.

Lo que bien pudo decir Jomeini en aquellas entrevistas con Muntazari pudo ser lo que una vez dijo el líder de los Doors, Jim Morrison: we want the world; and we want it now.