martes, noviembre 06, 2012

Soixante huit (1: mayo nació en marzo)



La prueba es muy sencilla: plántate delante de tu interlocutor, y pregúntale cuál es, en su opinión, el eslogan más frecuente de Mayo del 68.

De cualquier persona que te diga cosas como “Prohibido prohibir”, “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, o similar; en realidad, de cualquier persona que no te declame el eslogan “No somos un grupúsculo”, ya puedes hacerte a la idea de que, grosso modo, no tiene ni puta idea de Mayo del 68. Ya puede decirte en seis idiomas que estuvo allí y que lo vivió y que bla. Miente, o se miente. Quizás estuvo allí, sí, pero, como Martín Romaña, se enteró de bien poca cosa.

Mayo del 68 es la otra revolución por la que vamos a viajar, si te apetece, después de haber viajado por la de Girolamo Savonarola. De ella no cabe pensar, como de la del fraile ferrarense, que no tiene nada que ver contigo. El mundo actual respira Mayo del 68. Por todos sus poros. Para bien, y para mal. Daniel Cohn-Bendit, Danny el Rojo, nunca ha llegado a nada serio en materia de gobierno; sin embargo, de alguna manera, nos ha gobernado a todos desde 1968, y lo sigue haciendo.

Contar Mayo del 68 es contar el ADN político del momento presente. Por eso creo que es bueno que lo contemos. Que contemos ese proceso que se llama mayo, pero empezó en marzo.

¿Qué es París, y Francia, en marzo de 1968? Pues es una ciudad en plena ebullición política. Desde la segunda mitad de los años cincuenta, el progresismo mundial, liderado por la Unión Soviética, se ha reinventado. A principios de dicha década ha muerto Josif Stalin y con su muerte se ha levantado una trampilla bajo la cual aparece un ejército de cucarachas, cada una de ellas con el rostro de un hombre, de una mujer, injustamente torturados, encarcelados, muertos; la mayoría, las tres cosas. El mensaje catecumenal del comunismo (el Compendio de Todo Bien, sin Mezcla de Mal Alguno) se tambalea. Pero si una cosa domina el comunismo, si una batalla le gana, le sigue ganando incluso, a su enemigo capitalista, es la propaganda.

La propaganda izquierdista muta con rapidez a eso que entonces se llama no alineamiento o tercermundismo; que es, presuntamente,  una ideología que se coloca en equidistancia de los dos grandes bloques en defensa de los dos tercios del mundo que viven de puta angustia; aunque, en realidad, esa equidistancia sea muy creativa porque, al fin y al cabo, si uno se pone un pantalón muy ajustado, y las ideologías casi siempre lo son, no tiene otra que cargar los huevos de un lado, o del otro.

La madrugada del 18 de marzo, lunes, apenas se recuerda hoy en día y, sin embargo, tiene su importancia para todo lo que aquí vamos contando. Esa noche, en el número 39 de la rue Cambon, un explosivo plástico estalla en la fachada del Chase Manhattan Bank, o sea en uno de los templos del capitalisme américain. A las tres de la mañana, en la exclusivísima esquina entre la Place Vendôme, donde las altoburguesas parisinas van para adornarse como putas caras, con la rue Danielle-Casanova, es la puerta del Bank of America (templo 2.0 de la misma cosa) la que se va a tomar por culo.

Una hora después, cinco menos veinte de la mañana, en la rue Scribe, el escaparate de las alas americanas, la TWA, se esparce violentamente por el cuidado empedrado de las calles guays de la ciudad de la luz (y de las bombas, por lo que se ve).

Al día siguiente, martes, todas las comisarías de París recibirán comunicados de una claridad evidente: se acabaron las coñas. Los peludos que hasta ahora se limitaban a gritar en las plazas consignas a favor del Vietcong han pasado a la acción (interesante generalización, que es todo un clásico de la Historia, y del presente, tanto por parte de quienes protestan como de quienes los reprimen: todos los peludos son esto, y todos los calvos, aquello). La consigna es: extrema severidad. Muchos historiadores de Mayo del 68 escriben páginas indignadas sosteniendo que la violencia policial contra las manifas de estudiantes no tuvo ninguna justificación. Justificación no sé; pero origen, sí que lo tuvo. No es difícil de encontrar; basta con darse cuenta de que mayo empezó en marzo.

En la tarde del miércoles, 20, se forma una pequeña manifestación, una más de las muchas que se vienen produciendo desde que Washington está en lo de Vietnam de hoz y coz, frente a las oficinas centrales de la American Express, al ladito de la TWA destrozada, cerca de la Opera. Pero esta vez las cosas cambian. Xavier Langlade, 22 años, es detenido (Langlade nunca abandonará su militancia de izquierdas; murió en Cuba, en el año 2007). No muy lejos de allí, la pasma detiene a cuatro estudiantes de bachillerato, miembros de los llamados Comités Vietnam y, se dice, militantes de la JCR (Jeunesse Comuniste Révolutionnaire; grupo trotskista-guevarista).

El día 22, viernes, a las 7 menos cuarto de la mañana, la policía se presenta en el domicilio de Nicolas Boulte, ex delegado estudiantil del Instituto Católico de París (en ese momento, tiene 25 años) y secretario del Comité Vietnam Nacional o CVN (en su vida adulta, Boulte militará en la Gauche Proletarienne, maoísta, desde su trabajo en la Renault; fuertemente criticado por la organización por motivos estratégicos, la presión será tan fuerte que intentará suicidarse. Repetirá la acción, esta vez con éxito, tres años más tarde, en mayo de 1975, tras enviar a Le Monde su propia necrológica).

Es evidente que el Ministerio del Interior responsabiliza a los Comités Vietnam de los atentados. Esa misma mañana, el Comité Nacional publica un comunicado exigiendo la liberación de sus militantes y llamando a la acción.

A pesar de que a primera hora de la tarde del 22 Langlade es liberado sin acusaciones, más o menos a la misma hora, en la facultad de Letras de Nanterre, un grupo de estudiantes toma el testigo de la llamada que en la mañana ha hecho el Comité para que todas las “organizaciones democráticas” se movilicen.

¿Por qué Nanterre? Pues, la verdad, es bastante lógico. Nanterre, una puta marca blanca de la Sorbona, que es la universidad parisina de toda la vida, es una invención administrativa llevada a cabo con bastante poca imaginación y menor presupuesto. En ese momento, sus edificios pedagógicos son viejos locales recalentados, mal dotados, y con una enseñanza de no mucha calidad. Los estudiantes de Nanterre no tienen ninguna razón para sentirse privilegiados; el suyo es el ambiente lógico para desarrollar la idea de que hay estudiantes de primera y estudiantes de segunda; que ellos son los de tercera, y que lo que el país espera de ellos es que estudien para convertirse en obedientes proletarios.

Por eso, ya antes de mayo; mucho antes de marzo, incluso, en París, entre los jóvenes, se dice: Nanterre, c'est Cuba. Un proceso que se autoalimenta, como ocurría con algunas facultades españolas hace 30 años, porque los estudiantes más cañeros comienzan a preferir ir a esa facultad donde se estudia lo justo, pero hay un movidón político de la hueva. Tienen mucho de lo que protestar los nanterrinos. En enero de 1967, el ministro François Missoffe ha ido a Nanterre a inaugurar una piscina (acto friendly donde los haya) y se ha encontrado con un joven Cohn-Bendit que le acusa de "haber escrito 600 páginas de ineptitudes" en su Libro Blanco sobre la Juventud Francesa. Cohn-Bendit le acusa de no tocar el tema de las relaciones sexuales y el ministro, fuera de sí, le contesta: "siempre puede usted tirarse a la piscina para desfogarse". En su réplica, Daniel Cohn-Bendit inaugurará una larga tradición que dura hasta hoy, pues brama:

- C'est une réponse fasciste!

Pues sí. Aquel día, 8 de enero hoy hace 45 años, nació la costumbre de apelar de fascista a todo aquél que, siendo nosotros de izquierdas, nos lleve la contraria. 

Bobo Missoffe, y no menos torpe Cohn-Bendit. Porque si la contestación del ministro no tiene pase, la de Red Danny  parece olvidar que un fascista como Hitler le habría dejado a alguien como él entrar en la piscina; pero no, desde luego, salir.

Los estudiantes de Nanterre son como bailonas poligoneras trasladadas en la máquina del tiempo a una fiesta medieval. Hay que entender que, en aquel entonces, el reglamento del colegio universitario todavía tiene normas bastante impropias, como que las chicas pueden visitar a los chicos en sus habitaciones, pero no al revés. Frente a estas medidas un tanto anticuadas, los estudiantes de Nanterre no beben Coca-Cola porque hacen boicot a lo americano (Vive l'Orangina!); y jamás ponen en las sinfonolas otras canciones que las de Joan Baez (a ver si te callas de una vez con lo del puto preso número 9, cansina) o Bob Dylan. El 22 de marzo del 67, un año antes de comenzar Mayo, los estudiantes hombres pasan una noche entera en la habitación de las chicas, en plan protesta; tres días después, 29 estudiantes son expedientados (ignoro si fueron seleccionados para el castigo en base a la longitud de su pene). Todavía en 1968, el ministro de Educación, Alain Peyrefitte, se niega a modificar el reglamento del colegio universitario para así seguir evitando las poluciones nocturnas.

Este es el ambiente en el que viven los estudiantes que deciden cumplir la llamada del CVN.

En la Facultad de Letras de Nanterre se ha formado un grupito de estudiantes, de tiempo atrás inquilinos habituales de las manifas anti Vietnam. Pasan de aula en aula, interrumpiendo las clases y anunciando una asamblea a las 5 de la tarde para decidir acciones contra la acción policial represiva.

A la asamblea no asisten menos de 500 estudiantes. Se discute qué hacer durante hora y media, y se decide ocupar la Administración de la facultad. Luego se discute el fondo ideológico de la movida; de momento, se acuerda que todo el mundo que esté en contra de la agresión a Vietnam, está dentro del movimiento. Sin más matices. De esta manera se orillan los primeros enfrentamientos, que se mascullan en las intervenciones, entre la JCR (trotskistas 1.0, de la coté del Che Guevara), la FER (Fédération des Étudiants Révolutionnaires, troskista 2.0) y la UJCML (Union des Jeunesses Comunistes, marxistes-leninistes), que ya en su propio nombre decía lo que era.

La ocupación se lleva a cabo, y termina a las 2 de la mañana del día siguiente.

Aquella asamblea, en mayor medida que la ocupación, deja una huella tan honda en las ilusiones de los estudiantes, que su movimiento llevará su nombre: Movimiento 22 de marzo.

Es marzo, sí. Pero mayo ha nacido ya.

lunes, noviembre 05, 2012

Fra Girolamo (... y 20)

No te olvides de que esta serie ya ha tenido un primer, segundo, tercer, cuarto, quinto, sexto,  séptimo, octavo, novenodécimo, décimo primero, décimo segundo,  décimo tercerdécimo cuarto, décimo quinto, décimo sexto, décimo séptimo décimo octavo y décimo noveno capítulo.



Tan sólo un día después del follón de la ordalía, un dominico tenía que predicar en una iglesia por ser domingo de Ramos. Una partida de compagnacci lo esperó en la entrada, lo mandó para su casa y luego entró en la iglesia y dispersó a la congregación. Luego se presentaron en el mismo San Marcos, en actitud violenta. Savonarola, gritando “esta tempestad es por mi causa”, quiso salir a inmolarse, pero no le dejaron. Él, por su parte, prohibió a sus monjes, que ya se estaban armando, que se defendiesen. Los instó a recorrer el claustro, rezando y cantando, en espera de su final. Luego se refugiaron en la iglesia.

El gobierno de la Signoria envió entonces un mensaje a San Marcos, en el que conminaba al prior a abandonar Florencia en doce horas. Mientras esto ocurría, Valori, el principal valedor político del savonarolismo, era interceptado por partidarios mediceos, que lo asesinaron a golpes en plena calle. En San Marcos, la multitud exterior prendió fuego a las puertas del convento; diversas personas escalaron los muros, saltaron al claustro, y entraron en la iglesia. O no eran gentes muy avezadas o los frailes lo eran, porque lo cierto es que cuando los dominicos comenzaron a repartir hostias como panes, los pusieron en fuga. Hubo un segundo ataque, de nuevo resistido por los dominicos. Pero, finalmente, fueron detenidos, con su prior al frente.

Durante la instrucción de la causa contra Savonarola, sus acusadores tuvieron muy claro que el punto en el que debían incidir eran las profecías del fraile. Necesitaban demostrar que se las había inventado para poder ejecutarlo. Savonarola, por supuesto, lo negó todo, afirmando que era Dios quien iluminaba sus anuncios. Pero, repetida y convenientemente pasado por la túrmix de esas prácticas que, por lo visto, sólo practicaba la Inquisición española; convenientemente torturado, digámoslo con claridad, acabó por ceder.

En la calle, el panorama era absolutamente dominado por los arrabbiati, dispuestos a quebrar a Savonarola. Se creó una comisión de 16 examinadores del acusado, petada de sus enemigos (entre otras cosas, porque muchos de sus amigos habían cumplido ya, para entonces, el destino de Valori). Ciertamente, quien debía haberle juzgado era el Consejo de los Diez, que le era proclive; pero fue disuelto antes de que cumpliese su mandato.

Alejandro Borgia, por su parte, ejercitó su capacidad de venganza. En realidad, la ciudad de Florencia comenzó el juicio antes de tener autorización vaticana, lo cual era preceptivo cuando el acusado era un hombre de Dios. Pero, en realidad, dio igual, porque pronto llegó a la ciudad la carta del Papa en la que felicitaba a la Signoria por haber detenido “a ese hijo de la iniquidad, Fra Hieronymo Savonarola, quien no sólo engañó a las gentes con promesas vanas y pretenciosas, sino que se resistió a nuestras y vuestras órdenes por la fuerza de las armas”. En la carta, el Papa autorizaba a que se le investigase, “incluso mediando tortura” (toma ya humanismo cristiano renacentista; de hecho, cualquier católico creyente tiene la obligación de creer que, en esa carta, era el mismo Jesucristo quien estaba ordenando, a través de su Vicario, que a un fraile se le quemasen los pies hasta dejarlos en muñones sanguiñolientos), con la única condición de que dos clérigos fuesen testigos de las sesiones.

Para colmo, en el mismo día de la ordalía, en París, Carlos VIII se había dado un hostión contra el quicio de una puerta, que le había causado la muerte.

Girolamo Savonarola fue sometido a tortura durante cuarenta días. A los diez días, se obtuvo de él una confesión, que fue rápidamente publicada. Pero estaba tan burdamente redactada, que el notario público la rechazó. Luego siguieron treinta días en los que la soga se apretaba más y más y, conforme sentía el dolor, el fraile dudaba cada vez  más de sus propias convicciones.

Cuando las sesiones de tortura terminaron, el otrora prior de San Marcos era un guiñapo que apenas hablaba. Para entonces, sus acusadores tenían lo que querían: admitía ser un impostor, y haber hecho todo lo que había hecho por ambición personal.

La confesión firmada por Savonarola, en la que todavía llegó a protestar por frases no dichas que le habían interpolado, fue leída en el Gran Consejo ante cinco monjes de San Marcos. La congregación le repudió, pero escribió al Papa pidiéndole que le salvara la vida, eso sí enviándolo a tomar por culo a cualquier esquina de la península.

Comenzó un segundo juicio, que se disolvió a los tres días sin fallo alguno. Entonces comenzó un periodo de aproximadamente un mes, en el que todos esperaron la llegada de los heraldos del Vaticano. Para entonces, cesaron las palizas, pero Savonarola tenía que ser alimentado como un bebé. Durante tan larga espera, deshecho física y moralmente, colocado frente a los horrores que había confesado, Savonarola entró en algo parecido a la locura. En las palabras y escritos de Savonarola, toda la Cristiandad se resumió en el Salmo trigésimo (in Te, Domine, speravi, non confundar in aeternum), que viene a ser algo así como el abandono total del creyente en las manos de Dios, y que repetía constantemente para tratar de apartar los fantasmas de la traición que había cometido sobre sí mismo. Fra Girolamo deseaba la muerte.

Los heraldos de Roma llegaron el 19 de mayo. Eran el general de los dominicos, Gioacchino Turriano, que venía de adorno; y un español, Francisco Romolino. Un amigo, y un eterno odiador, de Savonarola. Las gentes, entrando ellos en la ciudad, los rodearon, clamando por la muerte el fraile. Romolino sonreía, asentía, y se daba golpecitos en el pecho, mientras decía: aquí traigo la sentencia, así que nos preocupéis, que haremos una buena hoguera con él.

Romolino estaba allí para algo más que para clavar el último clavo en el ataúd de Savonarola. Estaba allí para obtener confesión por su parte sobre posibles compañeros de viaje en su impostura. El cardenal de Nápoles, enemigo acérrimo de Romolino, por ejemplo. Savonarola lo negó todo; y volvió al potro, donde la cuerda apretó, y apretó hasta que, sin poder más, el fraile gritó: “¡Nápoles, Nápoles!” Al día siguiente, se retractó.

En el juicio propiamente dicho, Savonarola fue condenado junto con Fra Domenico y Fra Silvestro. El último había abominado de su prior bajo tortura. Pero Fra Domenico, por mucho que lo putearon, jamás cedió. Lo cual nos da que pensar que tal vez no mentía cuando aseguraba que habría superado la ordalía.

La sentencia fue la horca. Tras ser pronunciada, Savonarola permaneció en silencio, Fra Silvestro protestó, y Fra Domenico, todo un Chuck Norris de la Cristiandad, se levantó para solicitar si no podían cambiarla por la hoguera.

Camino de la Piazza della Signoria, el día de la ejecución, los niños golpeaban al fraile con palos, pero él, para desgracia del público que lo esperaba, no se derrumbó. En el cadalso, se pronunció la sentencia eclesiástica, que terminaba: “Yo te separo de la Iglesia militante y triunfante”. Savonarola le contestó al prelado que la leía: “de la Iglesia militante. Lo otro no está en tus manos”.

Cuando estaban poniéndole la soga en el cuello, alguien del público, con notable mala baba, gritó: “¡Ahora es el momento de hacer un milagro!” Nadie sabe si lo oyó, porque la trampilla cedió mientras estas palabras se estaban pronunciando.




El recuerdo de Girolamo Savonarola pervivió durante años, pero acabó por perecer. Hay quien dice que fue un exponente de la iglesia medieval y que, consecuentemente, fue aplastado por los nuevos esquemas de la Iglesia renacentista, que en los siguientes dos siglos se aplicaría a dejar las burradas cometidas por el papado medieval en pequeños juegos de niños creyentes.

En mi opinión, Savonarola fue algo mucho más universal. Fue un revolucionario para quien la revolución reservó el destino más habitual en estos casos, que es acabar devorado por el proceso que él mismo inició.

Girolamo Savonarola tenía que terminar en el cadalso porque el proceso iniciado por él sólo podía terminar ahí. Terminó donde terminó Robespierre y donde, en el fondo, terminaron Cronwell, o Lenin, o tantos otros.

La historia de Girolamo Savonarola, fascinante como pocas, es, y por eso es por lo que yo la he escrito, un indicador perfecto de que los procesos revolucionarios nacen siempre bajo justificaciones solidísimas, generando una confianza milenarista y, después, cuando el revolucionario adquiere la capacidad de aplicarlas hasta el fondo y con todas sus consecuencias, la propia revolución le deja solo, busca sus caminos de aquietamiento, muta en otra cosa, y destruye, sin pestañear, a aquél que la creó. Sólo los procesos, como la Comuna de París o el periodo liberal fernandino en España, donde hay un agente externo que interviene en el proceso para detenerlo en seco, se apartan de este esquema.

El día que escriba, que espero sea pronto, todo este texto en forma de ensayo completo para publicarlo como libro, lo reharé para adaptarlo a esta estructura por etapas revolucionarias. Yerran quienes piensan que esta historia les importa una mierda porque va de un tipo que sostenía ideas hoy periclitadas. Mentira. El comunismo podrá morir, pero incluso ese día el estudio de las dinámicas de la Revolución Rusa será fascinante.

Hablar de Savonarola, entender a Savonarola, es, en el fondo, hablar y entender cosas que pasan hoy, que pasarán siempre. Porque siempre nos quedará la duda de si los visionarios son grandes héroes o grandes soplapollas. Como siempre nos quedará la duda de si los que los que acaban por traicionarlos son unos grandes hijos de puta o, simplemente, nadan a favor de las grandes corrientes de la Historia.

Requiescas in pace, Fra Girolamo.