lunes, octubre 04, 2021

La Guerra de las Rosas (25): El rey que vació Inglaterra

 Un rey con dos coronas, y su pastelera señora

La puerta que abrió Jack Cade para Ricardo de York
El yorkismo se quita poco a poco la careta
Los Percy y los Neville
Ricardo llega a la cima, pero se da una hostia
St. Albans brawl
El nuevo orden
Si vis pacem, para bellum
Zasca lancastriano
La Larga Marcha de los York/Neville
Northhampton
Auge y caída del duque de York
El momento de Eduardo de las Marcas
El desastre de Towton y los reyes PNV
El sudoku septentrional
El eterno problema del Norte
El fin de la causa lancastriana
La paz efímera
A walk on the wild side
El campo de la cota abandonada
Los viejos enemigos se mandan emoticonos con besitos
El regreso del Emérito, y el del neo-Emérito
Rey versus Rey
The Bloody Meadow y la Larga Marcha Kentish
El rey que vació Inglaterra
Iznogud logró ser califa en lugar del califa
La suerte está echada. O no.
Las últimas boqueadas  


A la mañana siguiente, Fauconberg ordenó un nuevo ataque sobre la ciudad. Comenzó el día con un bombardeo. El bastardo había sacado los cañones de sus barcos y los había dispuesto en una línea que ahora batía el borde sur de la ciudad. Sin embargo, todo lo que consiguió fue que la propia artillería de la ciudad, más potente, le respondiera. Así pues, el ataque artillero falló, por lo que se pasó al ataque directo. Fue un ataque en tres puntos: el puente, Aldgate y Brishopsgate. El 12 de mayo, las principales defensas del puente habían sido ya derribadas; sin embargo, los atacantes quedaron embalsados en las cercanías de la Torre.

En Bishopsgate, los atacantes prendieron fuego a la puerta y otras casas; pero, en todo caso, lo que les salió mejor fue la operación en Aldgate. Llegaron a entrar tan adentro que sólo un esfuerzo hercúleo por parte de los defensores consiguió mantenerlos a raya. Hay que decir que aquella batalla no la ganó Earl Rivers; él sólo con sus tropas, por así decirlo, profesionales, no lo habría logrado. Fueron los londinenses, que le tenían un gato de la hostia a los kentish (y en gran parte se lo siguen teniendo), los que defendieron aquel día la ciudad, su ciudad.

Fauconberg había sido derrotado sin paliativos; pero no parecía muy dispuesto a rendirse. Permaneció un día más en St. George’s Field y cuando se fue lo hizo sólo hasta Blackheath, donde permaneció hasta el 18 de mayo. Sin embargo, cuando las primeras tropas de Eduardo, enviadas desde Coventry, aparecieron por la ciudad, ya todo se vio perdido para los rebeldes. Los barcos del bastardo levaron anclas hacia Sandwich. Los soldados de Calais que Fauconberg había traído consigo regresaron a su destino; en general, los soldados de las poblaciones del sureste simplemente regresaron a sus casas. Eduardo entró triunfante en la ciudad el 21 de mayo. El alcalde de Canterbury fue ejecutado y las cabezas de dos de los tenientes de Fauconberg colgaron de la puerta de Aldgate. En el caso de Fauconberg, el pragmático Eduardo prefirió ofrecerle un perdón, que éste aceptó ante Ricardo de Gloucester antes de que terminase aquel mayo. El bastardo, sin embargo, fue decapitado cuatro meses después, aunque es probable que fuese por alguna movida nueva. Fueron meses, en todo caso, durante los cuales diversas comisiones de justicia fueron enviadas a Kent y Essex para identificar rebeldes y, diríamos hoy, criminales de guerra, y prescribirles castigo. Los únicos que no fueron molestados, dado lo necesarios que eran, fueron los soldados de Calais.

En los días de esta victoria eduardiana, el emérito Enrique la roscó. Hay crónicas que dicen que murió de pena por ver la dinastía Lancaster extinguida y su causa perdida; aunque no son pocos los historiadores que siempre han considerado que, digámoslo elegantemente, en su último viaje no fue el ex rey quien compró los billetes. La cosa tiene lógica. Muerto el príncipe de Gales, el último Lancaster era el propio Enrique y, por viejo que fuese, si todavía se le levantaba el pene, aunque sólo fuera 30 o 40 grados, existía la posibilidad de que pudiese llegar a fabricar más lancastritos. Eduardo, tal vez, decidió no correr riesgos. El rey, además se sabía plenamente establecido. Aparte una pequeña rebelión más, la del Monte de San Miguel (1473), Eduardo ya no tuvo que enfrentarse a más movidas durante el resto de los años que siguió siendo jefe del Estado.

Ya quedaban muy pocas cosas de las que preocuparse. En Gales, por ejemplo, Jasper Tudor y su sobrino, Enrique Duracell, conde de Richmond, tenían el control del castillo de Pembroke. Allí se defendieron como gato panza arriba e, incluso, lograron capturar a un conspicuo yorkista, Roger Vaughan, cuya cabeza separaron del resto del cuerpo. Sin embargo, la vida era cada vez más difícil en esas condiciones por lo que, en septiembre, Jasper tomó el Eurotúnel y se fue a Francia. Ahora su sobrino, Enrique Tudor, era el candidato lancastriano a la corona de Inglaterra. Sin embargo, en el viaje pillaron una galerna que los desvió y les hizo atracar en la Bretaña del duque Francisco; y Paco el Bretañas era amigo de Eduardo IV, no se olvide. Tanto Eduardo de Inglaterra como Luis de Francia le hicieron ofertas para comprarle, literalmente, a los dos ilustres prisioneros; Francisco, sin embargo, buen conocedor de que era poseedor de eso que los ingleses llaman una trump card, nunca las atendió.

Los dos únicos lancastrianos importantes que quedaban además de los Pilas eran Juan de Vere, conde de Oxford; y el vizconde Beaumont. Tras la batalla de Barnet, De Vere había escapado a Escocia y luego a Francia. Con ayuda del rey Luis se dedicó a dar por culo a la fortaleza de Calais e intentar regresar a Inglaterra. El 28 de mayo de 1473, desembarcó en St. Osyth’s, Essex; pero se encontró las cosas tan jodidas que se hizo a la mar otra vez. Tras un verano de piratería, se juntó con Beaumont y juntos tomaron el Monte San Miguel el 30 de septiembre, que conservaron durante meses, pero sin suponer peligro alguno para el poder constituido eduardiano. Se rindieron ya en 1474.

Jorge Neville murió en 1476 y Clarence en 1478; así pues, sobre la dominación militar, Eduardo no tuvo que preocuparse por posibles defecciones dentro de su propio gobierno, por así decirlo. El otro hermano del rey, Ricardo de Gloucester, estableció un interesante acuerdo de colaboración con el conde de Northumberland, que incluso pareció cerrar la legendaria enemistad entre los Percy y los Neville en el relapso Norte.

Antes de morir, en 1483, Eduardo fue a la guerra contra Francia en 1475 y Escocia en los últimos meses de su vida; ninguna de ellas, sin embargo, tuvo consecuencias en suelo inglés (fueron, pues, el tipo de guerras del que tanto gustan los británicos). Eduardo, por lo demás, tenía un heredero, Eddie Jr., quien como recordaréis había nacido el 2 de noviembre de 1470 en alguna celda de Westminster; luego había tenido un segundo hijo, Ricardo, nacido en agosto de 1473.

Inglaterra daba toda la impresión de ser York for good.

Pero eso, claro, no es toda la Historia.

Hay un elemento importante que se debe de tener en cuenta. El 9 de abril de 1483, cuando muere Eduardo IV tras un enfriamiento que cogió pescando, la Guerra o las Guerras de las Rosas han costado la vida de 39 peers o Grandes de Inglaterra, como les podíamos llamar usando la terminología al uso en España. Nos guste o no, que ya se sabe que cuando de Historia se saben dos o tres cositas contadas en cualquier aula de una Facultad de Políticas, darle leña al sistema feudal es deporte nacional; nos guste o no, digo, la nobleza de sangre, cuando menos hasta el siglo XVII en Europa, ha sido el elemento vertebrador de las sociedades. Toda sociedad tiene una clase que la debe vertebrar, sea ésta la clase noble, la clase media o, nos diría Vladimiro Luis, el proletariado.  Podemos discutir sobre cuál de esas clases vertebra una sociedad mejor; pero sobre el hecho vertebral, hay muy poco que discutir.

Eduardo de York, lejos de lo que imaginan o creen saber los que no tienen ni puta idea y se creen que la Edad Media fue una época en la que a la gente la mataban por la calle mientras sus vecinos lo veían y mascaban chicle; Eduardo de York, decía, fue un hombre que aplicó la violencia política hasta unos límites que sorprendieron a sus contemporáneos. Abrió una lata en Inglaterra que yo creo que tardó siglos en cerrarse, y que hace de la política inglesa un lugar mucho más violento y petado de traiciones de lo que los muy civilizados ciudadanos de la Gran Bretaña quieren usualmente reconocer. Pero, sobre todas las cosas, Eduardo IV fue un rey que dejó el país sin nobleza. Repito que ya supongo que esta frase es el sueño húmedo de más de un intérprete de la Historia con dos de pipas, pero es una frase que no porta ninguna buena noticia. Desestructurada, desvertebrada, vulnerable al poder de unos pocos o incluso de uno solo, la Inglaterra tardomedieval se expuso a gravísimos peligros de volatilidad e inestabilidad estructural que, cien años después de Eduardo, todavía quitaban el sueño a la reina Isabel, y sin los cuales no habría sido posible la figura distorsionadora de su padre.

Desvestida de sus estructuras, Inglaterra se enfrentó a la muerte de su rey con muchas preguntas y escasas respuestas. Y una lucha sin cuartel en la cúpula del poder. El primero de los grandes temas fue la posesión de la persona del heredero, Eduardo V. Ricardo de Gloucester, el hermano superviviente del rey, estaba en el Norte cuando le llegaron las noticias del fallecimiento real; probablemente en la misma carta le venía la información de que el príncipe lo había nombrado Lord Protector. Cuando Eduardo hizo ese nombramiento, tenía doce años; una edad quizás muy corta para nuestros estándares, pero suficientemente madura para un rey como para suponer que su decisión no fue puramente formal. Es probable, por lo tanto, que Eduardo tuviese un deseo por mantenerse lejos de los Woodville, es decir, todo el personal relacionado con su madre; y por eso escogió a su tío: era su tío y, además, su habitual residencia en las tierras septentrionales lo había apartado de la Corte y sus movidas.

Ni Eduardo, ni siquiera Ricardo, eran los únicos que tenían una preocupación evidente por alejar al rey niño de los Woodville. Lord Hastings, por ejemplo, lo dejó prístinamente claro en la primera reunión del Consejo Real tras los funerales de Eduardo IV; parece ser que se había enfrentado al clan de la reina y temía represalias.

En el momento de la muerte de su padre, Eduardo V estaba en Ludlow con su tío materno, Earl Rivers. El Consejo decidió que debía ser traído a Londres echando leches y que el 4 de mayo había que coronarlo. Esto, sin embargo, no quiere decir que los Woodville cediesen en su poder. En realidad, como ya he insinuado, Londres era su territorio, y allí todos quienes no les eran parciales estaban en minoría. Muy particularmente, el elemento fundamental para el control de la ciudad en aquel momento, la Torre, estaba a cargo del hijo mayor de la reina y de Tomás, marqués de Dorset, enemigo declarado de Hastings.

Los preparativos del traslado del todavía príncipe de Gales afloraron las intenciones. Los Woodville querían que el príncipe viajase a Londres con una fortísima escolta, un pequeño ejército; claramente, pretendían tomar el control de Londres y del rey, descarándose frente a sus enemigos palaciegos. Hastings, en estas circunstancias, exigió que la escolta de Eduardo fuese simbólica. El príncipe no estaba en peligro, nadie quería su mal; y si los Woodville querían aprovechar la coronación para tomar el control militar de la capital y del país, entonces él se marcharía a Calais, la fortaleza de la que era capitán desde 1471 y que seguía siendo, en aquel entonces, el único ejército inglés permanente. Si huía, Hastings podría, además, llegar a inteligencias con franceses o borgoñones. Así pues, los Woodville tascaron el freno, y aceptaron que la tropa que llegase con el príncipe no superase los 2.000 efectivos.

Ricardo, mientras tanto, seguía en el Norte, afirmando su fidelidad a su sobrino en cada acto, pero contactando secretamente con Hastings y con Henry Stafford, segundo duque de Buckingham, otro de los principales opositores de los Woodville en Londres. El 29 de abril, menos de un mes después de la muerte del rey pues, Gloucester y Buckingham se vieron en Northampton, tiempo después de que el propio Eduardo hubiera pasado por ahí. En ese momento, todo seguía siendo formalmente happy, pues Earl Rivers y Ricardo Grey se habían llegado a la ciudad para cumplimentar al Lord Protector. Cenaron los cuatro juntos en amor y compañía.

 

Al día siguiente, sin embargo, todo cambió.

Earl y Ricardo fueron despertados por unos heraldos, que les informaron de que estaban arrestados.

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