Un rey con dos coronas, y su pastelera señora
La puerta que abrió Jack Cade para Ricardo de York
El yorkismo se quita poco a poco la careta
Los Percy y los Neville
Ricardo llega a la cima, pero se da una hostia
St. Albans brawl
El nuevo orden
Si vis pacem, para bellum
Zasca lancastriano
La Larga Marcha de los York/Neville
Northhampton
Auge y caída del duque de York
El momento de Eduardo de las Marcas
El desastre de Towton y los reyes PNV
El sudoku septentrional
El eterno problema del Norte
El fin de la causa lancastriana
La paz efímera
A walk on the wild side
El campo de la cota abandonada
Los viejos enemigos se mandan emoticonos con besitos
El regreso del Emérito, y el del neo-Emérito
Rey versus Rey
The Bloody Meadow y la Larga Marcha Kentish
El rey que vació Inglaterra
Iznogud logró ser califa en lugar del califa
La suerte está echada. O no.
Las últimas boqueadas
Los planes iniciales del rey Eduardo eran abandonar Londres con su expedición militar el 4 de marzo; sin embargo, cuando escuchó que su hermano Clarence se acercaba a la ciudad, decidió quedarse; el hermano del rey, de hecho, era eso lo que quería: dilatar lo más posible la salida del monarca. Ambos bros se encontraron el 6 de marzo en Baynard’s Castle, es decir, la residencia habitual de su madre en Londres. Aparentemente, Clarence le contó a Eduardo que no tenía ninguna intención chunga, que estaba de camino hacia las tierras occidentales para echarle un look a su mujer, y el otro le creyó. Ya más tranquilo, aquella misma tarde el rey salió de Londres, escoltado por el conde de Arundel, Lord Hastings y Sir Enrique Percy.
A la marcha de Eduardo, sin embargo, Clarence no abandonó la
ciudad, como había dicho. Se fue al hospital de San Juan en Clerckenwell, donde
mantuvo una entrevista con Lord Welles, en presencia del prior del hospital, un
decidido partidario de Warwick que incluso había sido brevemente nombrado por
él tesorero del Reino cuando Eduardo había estado detenido. Tras esa
entrevista, Clarence fue al encuentro, no de su mujer, sino del propio Warwick.
Una de las razones para empantanar a Eduardo todo lo posible
en Londres era mover el suelo en Lincolnshire sin que se diese cuenta. Allí, en
efecto, Sir Roberto Welles, autoproclamándose algo así como el capitán de la
gente común de la zona, decretó una leva. Redactó un manifiesto que fue leído
el 4 de marzo en todas las iglesias del shire,
y si casáis fechas tal vez entenderéis ahora por qué los partidarios de Warwick
no querían que el rey estuviese en condiciones de moverse con sus tropas en
dicho día. El manifiesto afirmaba que el rey había decidido acabar con los
comunes y con sus derechos, y que todo aquel que no estuviese de acuerdo, que
se presentase con armas y bagajes en Ramby Hawe, cerca de Lincoln. Retrasado
por su hermano, Eduardo no tuvo noticia de todo aquello hasta la mañana del día
7, cuando estaba en Waltham Abbey.
La primera reacción del rey fue enviar heraldos a Londres,
ordenando que le trajesen a su presencia a Lord Welles y Sir Tomás Dymmock para
responder de aquello. Siguió avanzando y, al llegar a las cercanías del
castillo de Tattershall, del mismo recibió noticias de que la llamada de Welles
en Lincolnshire había sido todo un éxito y que, de hecho, se le estaba uniendo
gente de Yorkshire. Sorprendentemente, sin embargo, no todo estaba perdido para
el rey. Esa misma tarde recibió una carta de su hermano Clarence, explicándole
la verdad, que no había ido a ver a su mujer sino a reunirse con Warwick, y que
ambos estaban dispuestos a unirse a él. Que el rey se creyó esa carta es más
que obvio, puesto que autorizó a ambos, en su respuesta, a acopiar tropas en su
nombre en Warwickshire y Worcerstershire.
El viernes, 9 de marzo, Eduardo llegó a Huntingdom, donde
Welles y Dymmock, acompañados por sus propias escoltas, lo alcanzaron. Fueron
interrogados por separado y parece ser que confesaron haber participado en una
movida contra el rey; pero, esto es lo importante, en momento alguno implicaron
ni a Clarence ni a Warwick. El rey envió un mensaje al relapso Roberto Welles
indicándole que o se rendía o las cabezas de su padre y de Dymmock colgarían de
un muro.
Cuando Roberto recibió este mensaje, estaba de camino para encontrarse
con Clarence y Warwick. El plan de Warwick era que los rebeldes de Lincolnshire
no se enfrentasen a las tropas del rey, permitiéndole llegarse a Grantham, que
era el lugar que había señalado para el acopio de sus tropas. Una vez allí,
Warwick provocaría una rebelión en Yorkshire, buscando que Eduardo quedase
cortado de Londres, sin posibilidad de
regresar. Sin embargo, ahora todo eso era imposible, porque Sir Roberto no
podía, simplemente, aceptar que el cuello de su padre fuese el pago de aquella
celada. Por lo tanto, la abigarrada tropa de Lincolnshire, que marchaba
evitando Grantham, cambió de dirección; su general calculó que se enfrentarían
a los eméritos en Stamford.
Eduardo, en efecto, llegó a Stamford el día 12 de marzo,
legañoso y desganado pues era lunes. Allí recibió cartas de Clarence y Warwick,
quienes dijeron estar en Leicester, en condiciones de llegar a su vista no muy
tarde. Para entonces, el rey sabía, gracias a sus exploradores, que los
rebeldes de Lincolnshire iban hacia Leicester, por lo que ya es posible que atase
cabos definitivamente. En público, sin embargo, siguió actuando como si su
hermano y mano derecha siguieran siendo de su total confianza. También sabía
ya, muy probablemente, que Roberto Welles estaba en Empingham; apenas la
anchura de la ciudad de Madrid lo separaba de las tropas reales. Así pues, puso
en marcha sus tropas para enfrentarse a él. Antes, sin embargo, ejecutó a Lord
Welles y Sir Tomás Dymmock delante de las tropas.
El avance de Eduardo tomó a los rebeldes por sorpresa.
Éstos, aparentemente, habían esperado atacarle cuando todavía estaba en el
pueblo. Por otra parte, la tropa de Lincolnshire no era profesional. Estaba
formada casi exclusivamente por soldados de a pie, al mando de Richard Warren.
Así pues, Eduardo tenía artillería, y los rebeldes no; tenía caballería, y los
rebeldes prácticamente no; y tenía buenos generales, cosa de la que los
rebeldes carecían. La pelea fue breve, en realidad. El hecho de que el lugar de
la batalla acabase recibiendo el nombre de Lose-Cote Field, o sea, el campo de
la cota abandonada, define hasta qué punto fue generalizado el gesto de los
rebeldes de quitarse la cota, rehuir la lucha, y salir a la naja.
Lo más importante de la batalla
de Lose-Cote fue que las cosas quedaron bastante claras desde el punto de vista
de las fidelidades. Los soldados de Lincolnshire atacaron profiriendo los
gritos de A Clarence! y A Warwick!; y, lo que es más importante,
los soldados del rey capturaron a soldados con las armas de Clarence. De uno de
los hombres que llevaban estos colores se rescataron una serie de mensajes que
ya dejaban las cosas mucho más claras.
Al día siguiente, Eduardo
escribió cartas a Clarence y Warwick, informándoles de que había ganado la
batalla él solito y ordenándoles que licenciasen las tropas que habían
levantado. Después de ello, deberían llegarse a su presencia.
Los dos conspiradores, en todo
caso, tenían claro para entonces que las cosas no iban bien. Ya cuando supieron
de la decisión de Roberto Welles de ir él solo al encuentro de la tropa real,
comenzaron a ralentizar su marcha y, de hecho, en lugar de llegar a Leicester
como habían anunciado, se quedaron en Coventry. Fue allí donde el día 14 John
Down, el heraldo del rey, los encontró y les entregó las cartas con noticias de
Stamford. Le dijeron a Down que harían lo que el rey les ordenaba; licenciarían
a las tropas y saldrían a su encuentro. Pero el propio Down, antes de irse de
Conventry, pudo comprobar que ambos tomaban otra ruta, camino de Burton.
Eduardo llegó a Grantham en la
tarde del día 14. Allí le llevaron a su presencia a Sir Roberto Welles y otros
nobles rebeldes para ser interrogados. Confirmaron lo que ya era más que
sospechado, esto es, que Clarence y Warwick estaban detrás de todo.
Al mismo tiempo, a Grantham
llegaron informaciones sobre la revuelta de Yorkshire. Sus centros eran
Wensleydale y Richmond, donde estaban Lord Scrope of Bolton y Sir Juan Conveys.
Ante estas noticias, Eduardo ordenó levas en Northumberland y Westmorland, para
crearle problemas a los rebeldes en su propia casa; mientras que Juan Neville
recibió la orden de irles al encuentro. El rey, en ese momento, navegaba la
ola. Después de Stamford, con el fuerte mensaje que lanzó en el sentido de que
el rey estaba sólidamente asentado en su capacidad bélica, la nobleza británica
se le apuntaba en su bando en fila de a siete. Los duques de Norfolf y Suffolk,
el conde Worcester, Lord Mountjoy, abandonaron su relativa distancia respecto
del enfrentamiento para dejar clara su lealtad.
Finalmente, Eduardo salió de
Grantham para avanzar hacia el norte. El viernes 16 de marzo estaba en Newark;
allí decretó una nueva leva, esta vez en el suroeste, para sofocar la rebelión
de los Courtenay. Al día siguiente, recibió cartas de Clarence y Warwick
anunciándole que lo alcanzarían en Retford; en realidad, estaban preparando una
reunión con sus parciales en Rotherham.
Con las caretas ya quitadas,
entre ambos ejércitos comenzó un intenso tráfico de heraldos para negociar el
futuro. Eduardo decía estar dispuesto a perdonarlos; pero los rebeldes exigían
algo más que una disposición más o menos etérea: indultos y salvoconductos por
escrito, tanto para ellos como para sus parciales. Eduardo, sin embargo, no
estaba dispuesto a ceder en esto; primero tenían que venir, rendir las armas, y
ya se vería. Cuando menos, no quería dar tamaña señal de debilidad para que
otros posibles rebeldes llegaren a pensar que rebelarse puede salir gratis (la
lección que ya tenía bien clara Eduardo en el siglo XV, sin embargo, sigue
siendo asignatura pendiente de muchos sistemas políticos de hoy día). Eduardo
quería que todo el mundo en Inglaterra entendiese que quien levantare su espada
contra su rey perdería la cabeza.
El lunes 19 de marzo, en
Doncaster, Sir Roberto Welles y Richard Warren fueron decapitados. Al mismo
tiempo, el rey emitió un mensaje en el que otorgaba el perdón a todo aquél que
desertase de la tropa de Clarence y Warwick. Uno de los heraldos de los
rebeldes, de hecho, le tomó la palabra: fue Sir Guillermo Parr, quien, en una
de las idas y venidas para entregar mensajes, le dijo a Eduardo que sí, que él
se jiñaba. El gesto sería de gran beneficio para la familia: Catarina Parr, su
nieta, sería reina de Inglaterra.
En esas circunstancias, la
posición de Clarence y Warwick cada vez era peor. Estaban en Chesterfield
camino de Rotherham. El rey Eduardo, finalmente, acabó por entender que no
quedaba otra que la batalla y, juzgando que había debilitado lo suficiente a
sus enemigos, marchó hacia esas poblaciones con su ejército. Sin embargo,
cuando llegó allí, Eduardo habría de descubrir que sus opositores habían salido
de allí en otra dirección; no está claro si lo hicieron cuando les informaron
de que Lord Scropes había decidido no batallar y ayudares, o, realmente, eso de
que estaban en Rotherham esperando plantear batalla siempre fue un truqui.
Clarence y Warwick, que se habían marchado de la ciudad con sus tropas en la
oscuridad de la noche, estaban en ese momento camino de Manchester, donde les
quedaba la última carta que podían jugar, que era la ayuda de Lord Stanley.
Eduardo no podía ir detrás de
ellos directamente porque sabía que en el camino no encontraría logística
suficiente para la tropa que tenía que mover. Así pues, de nuevo tiró para el
norte, buscando la ciudad de York, siempre bien provista. Viajando por
Pontefract, llegó efectivamente a York el jueves 22 de marzo. El día 24, ya
convencido de que todas las vías de negociación estaban cegadas, hizo una
proclama declarando proscritos a Warwick y a su hermano. Si aparecían ante él antes
de cuatro días, decía, podían esperar algo de su gracia. De lo contrario, se
los trataría de traidores. Además de ofrecer el perdón a los desertores, el rey
subía la apuesta y ofrecía 1.000 libras en cash,
además de tierras capaces de producir 100 anuales, a aquél que los perdiese. En
realidad, el rey estaba más preocupado de lo que parece. Él, que era un York,
sabía mejor que nadie, puesto que había vivido con su padre, lo relativamente
fácil que le podía ser a los dos rebeldes encastillarse en Irlanda; por no
hablar del puesto de Calais, que era más de Warwick que de Inglaterra. Por lo
tanto, Eduardo tenía que presentarse como un rey conciliador que, además de
acorralarlos físicamente, los acorralase en sus apoyos. Tanto Lord Scrope como
Sir Juan Conyers fueron públicamente perdonados por Eduardo y, más importante
aún, el 25 de marzo, decretó la restitución del condado en la persona de Sir
Enrique Percy; Juan Neville, el hombre que perdía con ese reconocimiento, fue nombrado
marqués de Montagu. Teóricamente, pues, Montagu era nombrado por encima de Percy; pero eso era más
teórico que práctico. En realidad, Montagu tuvo que devolverle al nuevo-viejo
conde de Northumberland la guardia de las Marcas orientales, que era la base de
su propio poder.
Los políticos, digan lo que
digan, no pueden contentar siempre a todo el mundo. Y, de hecho, muchas veces,
para garantizarse lealtades, han de premiar a quien ha sido un cabrón con
ellos, y premiándolo, desvisten a quien siempre les fue fiel. Luego, claro, se
extrañan de que la gente no tenga principios.
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