lunes, julio 19, 2021

La Guerra de las Rosas (7): El nuevo orden

 

Un rey con dos coronas, y su pastelera señora

La puerta que abrió Jack Cade para Ricardo de York
El yorkismo se quita poco a poco la careta
Los Percy y los Neville
Ricardo llega a la cima, pero se da una hostia
St. Albans brawl
El nuevo orden
Si vis pax, para bellum
Zasca lancastriano
La Larga Marcha de los York/Neville
Northhampton
Auge y caída del duque de York
El momento de Eduardo de las Marcas
El desastre de Towton y los reyes PNV
El sudoku septentrional
El eterno problema del Norte
El fin de la causa lancastriana
La paz efímera
A walk on the wild side
El campo de la cota abandonada
Los viejos enemigos se mandan emoticonos con besitos
El regreso del Emérito, y el del neo-Emérito
Rey versus Rey
The Bloody Meadow y la Larga Marcha Kentish
El rey que vació Inglaterra
Iznogud logró ser califa en lugar del califa
La suerte está echada. O no.
Las últimas boqueadas  



Las crónicas nos dicen que muchos de los soldados de las tropas reales se batieron con gran bravura. No obstante, el problema era estructural. Una vez abierta una vía ancha e inesperada de acceso al centro de St. Albans, los yorkistas estaban en condiciones de situar varias filas de arqueros hostigando esa plaza central que, de repente, se había convertido en una ratonera. Muchos lancastrianos, incluido el propio rey, recibieron heridas de flecha en zonas del cuerpo que normalmente, en una batalla, están cubiertas por la armadura; dato que nos viene a demostrar que la acción de los yorkistas les pilló en bragas. Las tropas reales aguantaron una media hora; después, comenzaron a dispersarse. Algunas salieron del pueblo y otras, rodeando a Somerset y al propio Enrique, se hicieron fuertes en uno de los edificios. Enrique estaba herido en la nuca; un lugar del cuerpo, insisto, en el que, cuando estás adecuadamente armado para una batalla, las flechas rebotan.

York, en cuando fue conocedor de que el rey estaba refugiado en el taller de un curtidor, y sabiéndose vencedor de la batalla, ordenó que fuese trasladado a un lugar más apropiado; la abadía. Una vez que tuvo al rey a buen recaudo, concentró sus esfuerzos en el hostal del castillo o Castle Inn, porque era allí donde estaba Somerset, con los huevos pegados a la rabadilla. En el edificio Somerset, buen conocedor de las intenciones de su enemigo, había resuelto morir batallando. Si habéis visto y recordáis la escena de El hombre que pudo reinar en la que el viejo combatiente gurka libra su última batalla, debió de ser algo así. Las crónicas, algo exageradas en mi opinión, le conceden al favorito del rey el mérito de haberse llevado por delante a cuatro soldados yorkistas antes de morir. Sinceramente, a menos que los del de York peleasen como los malos de las películas, uno a uno y en fila, eso no se lo cree nadie. Somerset no era un gran soldado, y los yorkistas habían tomado el hostal por docenas. Lo pasaportaron de un hachazo.

La cosecha para los Neville no había sido menor. En la batalla habían perdido la vida Northumberland y Clifford. Sin embargo, a los historiadores siempre les ha llamado la atención que, en una batalla supuestamente tan sangrienta, Somerset, Northumberland y Clifford fuesen los únicos tres nobles lancastrianos que murieron. La cosa da para muchas hipótesis. ¿Están las crónicas de los sucesos dopadas y esconden el hecho de que estas tres personas, tal vez, murieron como víctimas de ejecuciones bien planificadas? ¿Tal vez existía una secreta comunión entre los rebeldes y algunos de los partisanos cortesanos? ¿Tal vez las dos hipótesis a la vez?

Los yorkistas habían ganado. Sin paliativos. Sin embargo, ninguno de nosotros, y ellos tampoco, estaba en condiciones de olvidar que toda su rebelión, sus levas, la batalla, se habían realizado bajo la estricta afirmación de su lealtad al rey. Cualquiera que fuera el resultado de la batalla, tenía que terminar por la obediencia a la persona de Enrique. Y Enrique nunca habría aceptado una solución para Somerset que hubiera supuesto borrarlo de la faz de la Tierra. Así pues, no es nada descabellado pensar que York, una vez que supo que Enrique estaba a buen recaudo en la abadía y tal vez tenía informes de que lo más probable era que no muriese de sus heridas, se dio cuenta de que tenía que quitar de en medio a sus enemigos pues, de lo contrario, conservarían la capacidad de seguir siendo sus enemigos en un momento u otro. Él mismo, Ricardo de York, envió a la abadía a un mensajero que advirtió al rey de que dejase huir a Buckingham y Wiltshire si quería salvarlos. Es decir, él mismo los salvó. Hay algo bastante fishy aquí.

Mientras los soldados de la tropa yorkista incrementaban su patrimonio a costa de las posesiones de las buenas gentes de St. Albans, que primero habían tenido que pagar las colaciones del rey y ahora tenían que soportar ser robados, Ricardo se llegó en un taxi a la abadía, donde se postró de hinojos frente a su monarca. Hablaron lo que hablarían, aunque es bastante fácil imaginar los términos de la conversación, porque los términos de la conversación entre alguien que tiene el poder teórico, pero está completamente en manos de otro, son siempre bastante fáciles de avizorar. Supongo que no os sorprenderá saber que el rey Enrique, haciendo uso de su libre albedrío of course, perdonó al duque y lo recibió en su círculo estrecho.

Al día siguiente, el rey Enrique regresó a Londres. Más que escoltado, iba homeopáticamente diluido en una tropa de varios centenares de amigos.

Apenas dos días después de su regreso, el rey apareció en San Pablo ciñendo su corona. Fue el acto que, de alguna manera, inauguraba la nueva etapa de poder en la que Ricardo de York era la persona de referencia para casi todo. Consciente de que tenía que retribuir la ayuda recibida, Ricardo no se convirtió, propiamente hablando, en un nuevo Somerset; formalmente, repartió y diversificó sus muchos cargos. Él mismo se hizo nombrar condestable, mientras Warwick recibía la capitanía de Calais, por ejemplo. Un cambio muy importante fue el cese de Wiltshire como Tesorero de la Corona, puesto que fue ocupado por el vizconde Bouchier.

El 26 de mayo fueron remitidos los emails preceptivos para convocar parlamento. Ricardo no olvidaba que en St. Albans, en lo que a los grandes de Inglaterra se refiere, sólo había estado acompañado por los Neville y los Bouchier; necesitaba que los lores escenificasen un apoyo que creía tener seguro entre los comunes.

Después de los trabajosos pasos que había que dar para poder convocar parlamento, éste se reunió el 9 de julio. La estrella de la sesión era un proyecto de ley condenatorio para Somerset y dos de sus parciales, Thomas Thorp y William Joseph. Ricardo, en una inteligente operación de opinión pública, hizo circular como folletines las cartas que había enviado antes de la batalla, y acusó a los tres imputados, por así decirlo, de habérselas hurtado al rey. De esta manera, se hacía un poco un Biden, o sea, había llevado las cosas al punto de ebullición pero, una vez ganado el control sobre el cocido, sacaba rápidamente la bandera de la reconciliación y aquí no ha pasado nada y bla. La ley fue aprobada el 18 de julio (ejem…) y, entre otras cosas, garantizaba la inmunidad judicial a los miembros del ejército yorkista. Pelillos a la mar, pues.

Aquel parlamento, estrechamente controlado por York, aprobó otra ley que limitaba la capacidad de gasto de la Corte, lo que claramente era un guiño a los comunes en tanto que contribuyentes; así como otra glorificando la figura de Humphrey, duque de Gloucester. Gloucester era considerado en Inglaterra como el hombre que había sabido luchar y conservar las conquistas inglesas en Francia. Tenía, pues, un gran predicamento; de esta forma, Ricardo de York buscaba unir el prestigio de su propio partido al de una de las figuras más admiradas del país en ese momento.

En noviembre, cuando el Parlamento volvió a reunirse, el Richi trató de dar un paso más, asegurándose un segundo mandato como Lord Protector. Había rebeliones y pelea en el suroeste de la isla, lo que justificaba la existencia de un especial mando militar; y, para mayor ventaja de York, el rey Enrique estaba pasando por uno de sus episodios de debilidad, un episodio que, de hecho, le impidió estar presente en las sesiones. William Burley, un yorkista convencido, formó una diputación de comunes que se fue a ver a los lores para solicitarles el nombramiento de un Protector and Defensor of this land. Los lores no estaban convencidos, pero en el ínterin las rebeliones del suroeste, donde ahora veremos que estaban implicados los Courtenay y los Bonville, cogieron momento, por lo que el 19 de noviembre el propio rey sancionó el nombramiento.

En el verano de aquel 1455, apreciando la disgregación total del antiguo partido de la Corte liderado por Somerset, Lord Bonville decidió que lo mejor para él era pasarse al bando yorkista. El nuevo pacto quedó sellado con el matrimonio de su nieto y heredero con una hija del conde de Salisbury. Este gesto de Bonville airó sobremanera a sus seculares aliados, los Courtenay, que no se quedaron quietos. Nicholas Radford, que era algo así como el abogado de la familia Bonville, pagó ese enfado con su vida. El 23 de octubre, un grupo de hombres armados al mando de Sir Tomás Courtenay, el hijo del conde de Devon, atacó la casa de Radford en Upcott, Exmoor.

Después de matar a Radford, los Courtenay juntaron todas sus fuerzas en Tiverton. El 3 de noviembre, este ejército, que algunas crónicas estiman en unos mil efectivos, tomó el control de la ciudad de Exeter. La ciudad estaba hasta entonces bajo estricto control de los Bonville. Los Courtenay saquearon el edificio del ayuntamiento y pusieron sitio al castillo de Powderham. Allí, en la fortaleza del Polvo de Jamón, se encontraba Sir Philip Courtenay. Los Devon fueron dueños de Exeter durante siete semanas.

Cuando en Londres se aprobó la expedición para poner las cosas en su sitio, Ricardo de York decidió que fuese Lord Bonville el que se encargase de la movida. Bonville, sin embargo, no podía por sí solo contra sus ahora enemigos. Por dos veces trató de quebrar el asedio al castillo, y por dos veces falló.

Tras el segundo de estos intentos írritos, ocurrido en Clyst el 15 de diciembre, Ricardo tomó conciencia de que tenía que poner él los pies encima de la mesa. Ni siquiera intentó atacar. Ante las primeras noticias de que llegaba, Devon abandonó la guerra y formó una delegación para acudir al encuentro del Lord Protector. Se encontraron en Shaftesbury, Dorset, donde aceptó ser arrestado y enviado a la Torre.

La solución del conflicto entre los Devon y los Bonville le permitió a Ricardo poder centrarse en el tema que verdaderamente le preocupaba más. En realidad, él había utilizado los problemas en Exeter para forzar su nombramiento como Lord Protector; pero, en realidad, él quería la consecuente concentración de poder para otra cosa, que era el problema de Calais.

El estratégico puerto que mira hacia Inglaterra por el lugar más estrecho del Canal había sido capturado por Eddy III en 1347; llevaba la cosa, pues, un siglo en manos de los ingleses. Los británicos estaban tan orgullosos de la posesión de Calais y de su britanicidad, so to speak, que hasta el último año en que la población fue suya la ciudad envió un diputado al Parlamento de Londres, significando que no se lo consideraba una colonia, sino parte del país.

La posesión de Calais, en todo caso, era extraordinariamente cara para los ingleses. Hay bastante más que indicios de que los soldados que servían en aquel puesto cobraban unos sueldos especialmente jugosos. Por otra parte, el gasto para el mantenimiento de fortalezas y defensas siempre había sido elevado; pero ahora que Calais se había convertido en el último lugar de Francia que Carlos VII tenía que conquistar, la necesidad era todavía mayor. Algunos años, el presupuesto de Calais venía a ser una cuarta parte del presupuesto global de la corona. Económicamente hablando, Calais vivía del comercio de lana, pero esos intercambios, conforme la presencia inglesa en Francia fue decayendo, también fueron reduciéndose de forma exponencial; mientras las necesidades de importación de la ciudad no sólo no cedían, sino que eran cada vez peores.  Para Inglaterra, pues, la ciudad presentaba un problema de gasto cada vez mayor mientras, sin embargo, las demandas del orgullo nacional, y de las necesidades geopolíticas de Londres, trabajaban claramente en contra de cualquier escenario que supusiera su pérdida.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario