Un rey con dos coronas, y su pastelera señora
La puerta que abrió Jack Cade para Ricardo de York
El yorkismo se quita poco a poco la careta
Los Percy y los Neville
Ricardo llega a la cima, pero se da una hostia
St. Albans brawl
El nuevo orden
Si vis pax, para bellum
Zasca lancastriano
La Larga Marcha de los York/Neville
Northhampton
Auge y caída del duque de York
El momento de Eduardo de las Marcas
El desastre de Towton y los reyes PNV
El sudoku septentrional
El eterno problema del Norte
El fin de la causa lancastriana
La paz efímera
A walk on the wild side
El campo de la cota abandonada
Los viejos enemigos se mandan emoticonos con besitos
El regreso del Emérito, y el del neo-Emérito
Rey versus Rey
The Bloody Meadow y la Larga Marcha Kentish
El rey que vació Inglaterra
Iznogud logró ser califa en lugar del califa
La suerte está echada. O no.
Las últimas boqueadas
En Heworth Moor, por lo tanto, un odio ancestral se mostró; un odio que en los tiempos siguientes no hizo sino retroalimentarse y crecer. El norte de Inglaterra se convirtió, en buena parte, en un extraño lugar patrullado por patotas de gentes armadas, partidarias ora de los Percy, ora de los Neville, que la liaban leoparda cada vez que se encontraban, además de cometer, siempre que podían, atentados contra las propiedades de quienes eran señalados por ser de la cuerda opuesta. El único actor lógico que podía parar eso era el propio Estado; pero el Estado tenía en su cabeza a un tipo que ni siquiera hablaba.
En octubre de 1453, ambas partes parecían decididas a
resolver sus diferencias de una vez y para siempre. El 20 de aquel mes, ambos
bandos estaban acampados con todas las fuerzas que pudieron encontrar. En
Topcliff, North Riding, se encontraban los Percy. Allí estaban Northumberland,
sus hijos Poynings y Egremont, y el primo de éstos, Lord Clifford. En
Sandhutton, por su parte, acamparon sus reales Salisbury, Warwick, Tomás y Juan
Neville, acompañados por su aliado Lord FitzHugh, el Scrope de Bolton.
Ambas formaciones no estaban distantes ni diez kilómetros.
Cuatro días después, el 24, el Consejo Real en Westminster
decidió tragarse el orgullo e invitar a Ricardo de York a formar parte de sus
sesiones. El gesto estaba directamente relacionado con la guerra entre los
Percy y los Neville. En el consejo estaban Salisbury y Warwick, y ambos tenían
que tener claro, a la vista de las fuerzas desplegadas en ambos campamentos,
que sólo podrían contar con una victoria segura si Richi se les unía.
Seguramente Salisbury, el patriarca de los Neville en ese
momento, pensaba que el "sí" de York sería prácticamente automático. El duque, al
fin y al cabo, estaba casado con Cecilia, la hija menor del propio Salisbury, y
estaba tenuemente implicado en toda la movida puesto que tenía posesiones en el
Yorkshire meridional (que, por cierto, rara vez visitaba). Otro valor añadido
con que contaban los Neville era que, en enero de 1453, dentro del constante flujo
de gabelas para el favorito, Somerset se había garantizado el control de
algunas fincas en Glamorgan que habían sido tradicionalmente de Warwick, por lo
que éste estaba, también, enfrentado al archienemigo de York. Somerset hizo eso
porque, de alguna manera, tenía que hacerlo. Tenía el problema de que había
subido a la cumbre del poder civil, pero lo había hecho siendo un terrateniente
más bien modesto; sus rentas venían a ser como veinte veces menos que las de
York, por ejemplo. En esas circunstancias, tenía que dar codazos debajo de la
canasta para recibir todos los rebotes posible. Sin embargo, calculó mal sus
movimientos, puesto que acabó por despatrimonializar al enemigo equivocado: el
conde de Warwick, que acabaría siendo conocido como the kingmaker, el fabricante de reyes.
En 1453, el año en que Somerset le introdujo la cucurbitácea
por el orto, Warwick tenía 25 años. Y otra cosa que también tenía era una
comprensión muy precisa de la situación personal y mental de Ricardo de York. Sus
decepciones, y también sus aspiraciones. Por eso, los Neville, lejos de
tranquilizarse merced a las admoniciones de su amigo como tal vez había soñado
el gobierno inglés, lo que hicieron fue ofrecerle una alianza táctica: tú nos
ayudas contra los Percy, y nosotros te ayudaremos contra Somerset y el actual
equipo de gobierno.
Y así salió la jugada. York, una vez enterado de la
minoridad forzosa del rey, se reclamó como la persona principal del país con
capacidad de hablar y defecar por sí sola. En el seno del Consejo, esa
reivindicación, lubricada ya por los Neville, prendió, y varios nobles se
pasaron a su bando. Pocos días antes de Navidad, a Somerset lo subieron en la
barca que llevaba a la Torre de Londres, y no precisamente de visita turística.
Somerset, sin embargo, era duro de roer. Como su sucesor
Paco Walsingham algunas décadas más allá, tenía montada una auténtica red de
espionaje con un enorme poder. En su día se dijo, por ejemplo, que, para evitar
conspiraciones contra él, había hecho que sus terminales alquilasen la totalidad de las viviendas en las
calles adyacentes de la Torre.
Para desánimo de los York-Neville, sin embargo, la caída de
Somerset no supuso el colapso del partido real. Simplemente, el mando pasó a
Marga, la reina. Precisamente el 13 de aquel octubre tan importante, la reina
había dado a luz a un heredero, el príncipe Eduardo; y ahora tenía, pues, otro motivo para luchar además de su marido fundido. Para Margarita, la prioridad
ahora era que York no fuese nombrado regente pues consideraba que, de ocurrir
así, incluso la vida de su hijo corría peligro.
Como teniente del rey, York tenía la potestad de convocar el
Parlamento, y eso hizo. Inmediatamente, las sesiones se convirtieron en un tuya-mía entre los partidarios de York y de la reina. El 14 de marzo, York
obtuvo una victoria política cuando su viejo aliado, Devon, fue exonerado de
los cargos de traición que todavía pesaban sobre él. Sin embargo, al día
siguiente, Eduardo Jr. fue oficialmente proclamado Orejotas, es decir, príncipe de
Gales. Este movimiento fue muy precipitado y vino causado por el hecho de que
el Lord Canciller, el cardenal Juan Kemp, murió aquel mes de marzo. La reina,
mediante una ley que ella misma había redactado, se habría abrogado el poder de
nombrar uno nuevo; pero eso iba contra la costumbre, pues no era normal que el
Consejo Real abordase ese tipo de nombramientos. A los lores esa intromisión en
sus funciones no les gustó nada y se fueron a ver al rey para obtener su apoyo;
pero, claro, el rey estaba más fundido que el Movistar en día de tormenta, y la
visita no les sirvió de nada. Cuando se dieron cuenta de que el rey no estaba
para nada, buscaron a York para que aceptase ser Lord Protector. Cinco días después, Salisbury era
nombrado como nuevo Lord Canciller. York, por su parte, comenzó a retribuir el
apoyo de los Neville e hizo que el Parlamento aprobase una ley con sanciones
explícitas para todo aquel Guardián de la Marca que extendiese su poder militar
hacia el sur de Yorkshire; una medida claramente diseñada contra los Percy.
Cuando los Percy supieron de esta ley, así como de diversas
convocatorias que les llegaron para que compareciesen ante el Consejo Real, y
no precisamente para tomarse unos huevos Kinder, entendieron de qué iba la
movida. York había hecho al Parlamento decretar que todo aquél que, llamado
ante el Consejo, no atendiese la sesión, sería embargado de sus bienes; sin
embargo, los Percy en ningún momento pensaron en atender la convocatoria,
ciertos como estaban de que, si pisaban Londres, ya no volverían a salir vivos.
Además, habían encontrado nuevos apoyos en Henry Holland, el duque de Exeter,
almirante de Inglaterra y condestable de la Torre. Lo que había unido a Holland
con los Percies era que el duque también tenía un conflicto de propiedad de
tierra con Cromwell, el ambicioso brasas para entonces amigado con York. El duque, además, aunque económicamente no era tan
poderoso como York, se sentía con derecho a ser él el Lord Protector del país; y conocía bien a su contrincante, puesto que había
trabajado para él durante un tiempo. Como ocurre siempre en el peerage inglés, y en realidad en
cualquier alta nobleza, Exeter tenía elementos a los que agarrarse para
sustantivar sus demandas: era nieto de la hermana del rey Enrique IV, Isabel,
lo que lo convertía en uno de los parientes más cercanos de Enrique VI el silente.
A principios de aquel año de 1454, Egremont y Exeter se
habían entrevistado y habían acordado un juramento de fidelidad mutua. El 14
de mayo se reunieron de nuevo y cabalgaron hacia York. Llegaron a controlar la
ciudad, tal vez porque en la misma, en ese momento, había un ambiente
enrarecido por malos años de cosechas y el PIB que no tiraba; pero cuando
Cromwell y el propio York se acercaron, prefirieron escabullirse a tiempo.
York, cuya prioridad en ese momento era aparecer ante los
ingleses como un tipo resolutivo que no se paraba en barras ni en consejas
interminables, subió al norte a toda hostia. Quizá demasiado deprisa, de hecho,
pues los destacamentos que llevó consigo eran más bien magros. Por eso tuvo que
refugiarse dentro de la ciudad mientras que sus alrededores eran controlados
por los Percy sin que él pudiera hacer nada. A mediados de año, sin embargo,
habían llegado ya suficientes tropas como para que se produjese un giro dramático de los acontecimientos. De
hecho, tanto le dio la vuelta a la situación que Holland tuvo que salir por
patas. Finalmente, Exeter decidió que su vida estaba en peligro real; así pues,
se disfrazó de pringao, viajó a Londres de incógnito y, una vez allí, se metió
en la abadía de Westminster, donde se acogió a sagrado (lo más parecido a la
solicitud de asilo político que había en la época).
Al Lord Protector, sin embargo, las sutilezas del poder
espiritual no se le daban muy bien. Mandó a la abadía a la Guardia Civil, la
cual sacó al noble a leches entre las protestas del abad y de los monjes (que
alguna que otra se llevarían, supongo); Exeter fue alojado gratuitamente en una
mazmorra del castillo Pontefract, donde invertiría los siguientes nueve meses.
En agosto, York regresó a ídem, pero para entonces Egremont tenía a su equipo
muy bien posicionado en el campo y, por lo general, no tuvo demasiados
problemas para cortar las líneas de pase del Lord Protector.
Finalmente, y porque las cosas no podían quedar así, Percy y
Neville, como si fuesen pandillas radicales de clubes de fútbol, decidieron
quedar una vez más para dirimir sus diferencias como les gustaba. Y la metáfora
futbolística tiene su sentido, porque el lugar donde, el 1 de noviembre de
1454, se encontraron Egremont por un lado, y Juan y Tomás Neville por el otro,
se llamaba, y se llama, Stamford Bridge.
Los Percy perdieron la batalla a causa de una defección: la
de Peter Lound, bailío de la finca cercana de Pollington, propiedad de los
Percy, quien se jiñó y se llevó unos doscientos soldados consigo. Tanto
Egremont como un hermano suyo, Ricardo Percy, fueron capturados. Los Neville
aprovecharon la captura para denunciar a Egremont por daños y perjuicios, un
cargo por el que terminó condenado a pagar 11.200 libras, un pastón que no
hubiera podido pagar ni en cien años. Todo era, claro, un subterfugio para
poder meter a Egremont y su hermano en
el maco con la disculpa de que no habían compensado su responsabilidad civil.
Así que los llevaron a Newgate, donde estarían dos años.
Así pues, Ricardo de York tenía ahora en prisión a Somerset,
a Exeter, y a dos Percy. Le había salido todo de coña.
A menudo en la Historia pasa, sin embargo, que cuanto mejor
estás, peor te va a ir. En las Navidades de 1454 ocurrió algo que,
probablemente, el Lord Protector no había pensado que podría ocurrir. La reina
Margarita cogió a su hijo y se fue con él a ver al rey. Una vez allí, para
sorpresa de todos, Enrique preguntó cómo se llamaba el niño; y cuando se le
informase de que su nombre era Eduardo, le tomó las manos y se emocionó.
Inmediatamente después, explicó a los presentes que había pasado todo aquel
tiempo como apagado con un interruptor; que no recordaba lo que se le había
dicho, lo que se le había hablado. Pero, por alguna razón, la cabeza se le
había reseteado y ahora rulaba de nuevo. El rey, por lo tanto, volvía a tener conciencia,
volvía a tener capacidad de expresarse; y, además, tenía un heredero.
El Lord Protector acababa de quedarse en paro.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario