lunes, agosto 30, 2021

La Guerra de las Rosas (10): La Larga Marcha de los York/Neville

 Un rey con dos coronas, y su pastelera señora

La puerta que abrió Jack Cade para Ricardo de York
El yorkismo se quita poco a poco la careta
Los Percy y los Neville
Ricardo llega a la cima, pero se da una hostia
St. Albans brawl
El nuevo orden
Si vis pacem, para bellum
Zasca lancastriano
La Larga Marcha de los York/Neville
Northhampton
Auge y caída del duque de York
El momento de Eduardo de las Marcas
El desastre de Towton y los reyes PNV
El sudoku septentrional
El eterno problema del Norte
El fin de la causa lancastriana
La paz efímera
A walk on the wild side
El campo de la cota abandonada
Los viejos enemigos se mandan emoticonos con besitos
El regreso del Emérito, y el del neo-Emérito
Rey versus Rey
The Bloody Meadow y la Larga Marcha Kentish
El rey que vació Inglaterra
Iznogud logró ser califa en lugar del califa
La suerte está echada. O no.
Las últimas boqueadas 


Warwick ni siquiera había tenido que sacrificar tropas de Calais para realizar la acción de Sandwich. La inmensa mayoría de la tropa que allí desembarcó estaba formada por ciudadanos de la villa invadida, que habían pasado a Calais para ponerse a disposición del hombre de armas al que admiraban. Lord Rivers, su mujer la duquesa viuda de Bedford, y el hijo de ambos, Sir Antonio Woodville, fueron apresados cuando todavía estaban en la cama. Los yorkistas se hicieron con los barcos que tanto le había costado acopiar al partido Lancaster, y se los llevaron a Calais.

Tras la acción de Sandwich, todo el mundo en Londres temía una invasión del país. Los cortesanos estaban en clara inferioridad con Warwick en lo que a información se refería, pues el capitán de Calais lo sabía todo sobre lo que pasaba en Inglaterra, sobre todo en el sur del país donde debería desembarcar si decidía la invasión; mientras que los Lancaster, probablemente, no tenían ni un solo espía viable en Calais y estaban, progresivamente, perdiendo la ilusión de que Somerset fuese capaz algún día de debelar la plaza. En noviembre de 1459, cuando habían reunido el parlamento de Conventry, habían considerado que la pelea estaba ganada con los York y, consecuentemente, habían tenido el gesto de propaganda política de no solicitar subsidio alguno a las demarcaciones representadas. Ahora se arrepentían, pero eran reos de su política.

El 1 de febrero, en medio de un ambiente de desesperación, el sheriff de Devon, Sir Balduino Fulford, recibió la orden de organizar una flota; sin embargo, el bueno de Fulford se demoró semanas y semanas sin poder llevar a cabo su propósito. Perfectamente informado de ello, Warwick navegó hacia Irlanda para reunirse con el Richi.

La marcha de Warwick de Calais era, teóricamente, una oportunidad para Somerset. Sin embargo, el capitán de Calais probablemente se marchó sabiendo que la araña no iba a poder morder. Somerset estaba en Guînes, básicamente arruinado; su capacidad de pagar las nóminas del personal de la fortaleza se había acabado de semanas atrás. Lord Audley y Humphrey Stafford de Southwick habían sido enviados con algunos refuerzos; pero la mala suerte quiso que la galerna y los vientos los arrastrasen hacia Calais, donde fueron hechos prisioneros. El 23 de abril de 1460, en un plan un poco ahora o nunca, Somerset lanzó un ataque por la carretera de Boulogne, pero fue derrotado en Newham Bridge. Tras la batalla del Puente del Jamón Nuevo, Somerset se dedicó a mandar email tras email a Londres diciendo que no tenía tropas y tal; pero, la verdad, para cuando Londres estuvo en condiciones de mandarle gente, Warwick estaba de nuevo en Calais.

Warwick, en efecto, había partido de Irlanda en mayo de aquel año del Señor de 1460. Esta vez, la flota de Fulford, reforzada con tropas del duque de Exeter, lo estaba esperando. En 1457, cuando Warwick fue nombrado almirante de la flota inglesa, había desplazado precisamente a Exeter; éste, pues, tenía razones personales para prevalecer como su enemigo como el primer marino de Inglaterra. Para la batalla, se había dotado de una potente flota en la que brillaban especialmente cuatro carracas italianas, una veneciana y tres genovesas.

Para Warwick, esta presencia era algo lógicamente preocupante. Cuando entró en las aguas del Canal propiamente dichas, envió inmediatamente una carabela ligera en misión de exploración. Esta carabela, más el testimonio de diversos pescadores que fueron apresados para ser interrogados, le dieron a Warwick y a su almirante, el gascón Lord Duras, una idea bastante precisa del tamaño y calidad de los barcos a los que se enfrentarían.

En la reunión de estado mayor convocada por Warwick para decidir qué hacer, la opinión prácticamente unánime fue atacar. En ese momento, la flota de Warwick tenía la ventaja del viento. Hay que tener en cuenta que las batallas navales propiamente dichas, en el siglo XV, eran rarísimas. Claramente, Exeter esperaba que su presencia bastase para que Warwick huyese; sin embargo, como quiera que no fue eso lo que hizo, se quedó descolocado. El gran prestigio del capitán de Calais hizo el resto, por lo que acabó dando la orden de virar hacia el norte y refugiarse en Darmouth.

Somerset, pues, tuvo que ver como su gran enemigo alcanzaba su cuartel general sin problemas. Aun así, no había perdido toda esperanza. Había sido informado de que, en Inglaterra, Sir Osberto Mountfort estaba preparando una importante fuerza de arqueros en Sandwich que ya no sólo esperaba por el viento favorable para cruzar el Canal (los Sandwich de Monforte, por lo general muy sabrosos). De nuevo, sin embargo, la perfecta información de que disponía Warwick (que los Lancaster estuviesen acopiando a la tropa precisamente en el puerto más pro yorkista del sur de Inglaterra lo dice todo de lo ciegos que iban) le permitió responder con un ataque. A principios de junio de 1460 Juan Dirham, asistido por Sir Juan Wenlock y Lord Fauconberg, se presentaron en la misma Sandwich, comenzaron a repartir hostias y se hicieron con la ciudad. Mountfort fue llevado a Calais, pero lo importante es que Fauconberg se quedó en Sandwich. Los yorkistas, pues, se sentían lo suficientemente fuertes como para crear una cabeza de puente en la misma isla.

En paralelo con las acciones militares, los yorkistas, quienes como ya he tratado de insinuar en estas notas manejaron mucho mejor la inteligencia y la propaganda, se lanzaron en Inglaterra a una gran campaña de relaciones públicas, que diríamos hoy. Folletos pagados por los York fueron publicados a cientos; textos en los que se describía a una Inglaterra en una situación desesperada, muy mal gobernada, situación ante la que ellos se ofrecían como salvadores. Elaboraron, además, un discurso, diríamos hoy, de corte podemita; sus libelos están petados de frases muy duras contra el estamento de los cancilleres nombrados por la Corte, los cuales son acusados de abusar de sus privilegios y robar a manos llenas. La casta y su corrupción, pues. Esto es algo que ha funcionado desde que el último Neardenthal la roscó y, consecuentemente, en todos los pubs de Inglaterra lo cool era adverar admiración hacia los York, tan demócratas ellos.

El 26 de junio, una vez que se hizo bien claro que Sandwich estaba totalmente consolidada a favor de los York, el propio Warwick desembarcó en la plaza. Poco a poco, pues, las tornas iban cambiando. Un asunto que había ido, hasta entonces, de resistir en Calais, ahora iba de revertir el poder real, cuando menos en el suroeste de la isla. Junto a Fauconberg y Warwick, se encontraban en Sandwich otros afamados yorkistas, tales como el conde de Salisbury, el de la Marca, Lord Audley (que, sí, se había hecho yorkista) y Sir Juan Wenlock. Todos ellos estaban rodeados por unos dos mil efectivos que los protegían. Con ellos, además, estaba el legado papal en Inglaterra, monseñor Francesco Coppini, obispo de Terni. Había sido enviado a Inglaterra por Pío II para labrar una paz entre las fuerzas contendientes y, de paso, conseguir el apoyo del rey Enrique para una cruzada contra el turco; por alguna razón, sin embargo, cuando Coppini llegó a Inglaterra, abandonó casi inmediatamente la posición neutral y equidistante que suponía tenía que ser la suya, y se quedó con los York.

Esta abigarrada tropa dejó Sandwich aquel mismo día, y por la noche alcanzó Canterbury. A la entrada de la ciudad se encontraron a tres hombres armados: Juan Fogge, Juan Scott y Roberto Horne. Eran los tres capitanes a los que el rey Enrique había encomendado la defensa de la plaza; pero, no muy deseosos de pelear con la panda de pringaos que tenían a su mando, estaban allí con las llaves de la ciudad para decirle a Warwick que se las introdujese por el agujero de su preferencia. Siempre siguiendo calculados gestos cara a la galería, los yorkistas se fueron a la catedral y se arrodillaron ante la tumba de Tomás Beckett para orar.

En las siguientes horas, los caminos de Canterbury parecían el metro de Sol antes de la pandemia. Todo dios, de repente, quería ser parcial de los York. Los rebeldes, de hecho, recuperaron a un viejo y valioso aliado en la persona de Lord Cobham. Al día siguiente, toda esa tropa abigarrada inició una mussolinana, o tal vez maoísta, Larga Marcha hacia Londres.

Ese mismo día 27, el Ayuntamiento londinense se reunía para compelir a todo residente a participar en la resistencia. Sin embargo, los londinenses, muy preocupados por mantener sus libertades forales por así decirlo, rechazaron que un lancastriano, Lord Scales, fuese nombrado capitán de la plaza. El puente de Londres se petó de centinelas, y la ciudad envió una diputación a los yorkistas. Inicialmente, le dijeron a Warwick eso de que harían lo que hiciera falta para defender la ciudad. Pero los yorkistas, lo acabo de decir, estaban embarcados en una suerte de Larga Marcha en la que, a cada kilómetro que consumían, el número de partidarios que se les unía era mayor. Pronto, la noticia del pedazo de gente que se acercaba a la ciudad hizo temblar las rodillas de los concejales (dentro de que, la verdad, un concejal inglés nunca ha sido epítome de valentía). Los York, además, comenzaron a mandar mensajes en los que juraban que su intención no era ir contra el rey, sino reformar el reino. El mensaje “sí se puede” era suficientemente etéreo como para calmar las angustias del pueblo de Londres, así pues el Ayuntamiento envió una nueva diputación, con el mensaje de que los York querían entrar en la ciudad, serían bienvenidos.

Lord Scales, en ese momento, tuvo un gesto de gallardía. La verdad es que lo tenía a huevo para marcharse, y si lo hubiera hecho no habrían sido mucho su arrepentimiento, teniendo en cuenta que la propia Corte había cogido el AVE hacia las Midlands. Sin embargo, puesto que era hombre de acción y tal vez tenía convicciones de ésas que los políticos sólo suelen tener en las notas de prensa, cogió a sus tropas y se hizo fuerte en la Torre. Lo acompañaron Lord Hungerford, Lord Howell, Lord De la Warr, Lord De Vescy y el conde de Kendal.

Es probable que el planteamiento de Scales es que, si lograba permanecer en la Torre sin ser desalojado, la Torre se convertiría en un punto de hostigamiento capaz de desconectar la marcha de Calais y el sur de la isla, por lo que Warwick decidiría no seguir avanzando hacia el interior de la isla. Esperaba, asimismo, que una vez que Enrique supiera que los yorkistas habían entrado en la isla, avanzase contra ellos; de esta manera, había la posibilidad de hacer un bocadillo lancastriano de yorkistas.

El 1 de julio, el conde de Warwick llegó al llamado St. George’s Field, en Southwark. Para entonces, la Larga Marcha era ya algo realmente petado de gente. Al día siguiente, los yorkistas atravesaron el London Brich y entraron en la ciudad propiamente dicha. Los jefes se alojaron en la casa de los Grey Friars, en Newgate; mientras que la tropa, necesitada de mayor espacio, acampaba en Smithfield. Allí se quedaron dos días.

Estaban en Londres, fundamentalmente, para sustentar constitucionalmente, por así decirlo, su rebelión. Por ello, su primera acción, que ya traían diseñada, fue convocar una especie de asamblea de obispos para explicarse. Les dijeron, por supuesto, que de ninguna manera estaban en contra del rey Enrique. Ésa era una declaración absolutamente necesaria para ellos, puesto que el rey tenía consigo, arropándolo, a siete obispos, incluyendo el de Canterbury.

No obstante lo dicho, los York/Neville habían llegado a Londres, también, para preparar la guerra que reputaban inminente. De esta manera, presionaron al gobierno de la ciudad para que los proveyese de algunos pertrechos y, muy particularmente, les abriese las puertas del arsenal real de Whitechapel; necesitaban toda esa ferralla para irse contra la Torre.

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