lunes, septiembre 27, 2021

La Guerra de las Rosas (22): El regreso del Emérito, y el del neo-Emérito

 Un rey con dos coronas, y su pastelera señora

La puerta que abrió Jack Cade para Ricardo de York
El yorkismo se quita poco a poco la careta
Los Percy y los Neville
Ricardo llega a la cima, pero se da una hostia
St. Albans brawl
El nuevo orden
Si vis pacem, para bellum
Zasca lancastriano
La Larga Marcha de los York/Neville
Northhampton
Auge y caída del duque de York
El momento de Eduardo de las Marcas
El desastre de Towton y los reyes PNV
El sudoku septentrional
El eterno problema del Norte
El fin de la causa lancastriana
La paz efímera
A walk on the wild side
El campo de la cota abandonada
Los viejos enemigos se mandan emoticonos con besitos
El regreso del Emérito, y el del neo-Emérito
Rey versus Rey
The Bloody Meadow y la Larga Marcha Kentish
El rey que vació Inglaterra
Iznogud logró ser califa en lugar del califa
La suerte está echada. O no.
Las últimas boqueadas  

Mientras Eduardo de Inglaterra preparaba la defensa frente a la invasión rebelde-lancastriana, Warwick, el comandante de la misma, se había enfrentado a sus propios problemas. El bloqueo del Canal le había dado muchos problemas y le había impedido moverse durante mucho tiempo. El 21 de agosto, el conde ordenó a su gente que abandonase Valognes y fuesen a Barfleur, donde debían estar dispuestos para embarcarse. Sin embargo, ahí estaba otra dificultad, sus soldados le dijeron que y unos cojones; que la pasta por delante. El conde, casi en la última pregunta, empeñó todo lo que pudo y le pidió a Luis lo que le faltaba. Después de poder pagar a la tropa, le vino otro golpe de suerte: una galerna en el Canal dispersó a la flota de bloqueo. Por lo tanto el 9 de septiembre se pudo hacer a la mar.

La flota desembarcó cerca de Exeter. Allí, tras una reunión estratégica, decidieron que El Pilas tirase para Gales, con la intención de soliviantar a los galeses que, la verdad, de aquella eran unos tipos que a la mínima te montaban la mundial (para gestionar esta esencia intensita es para lo que los ingleses inventaron el rubgy); mientras que Warwick, Clarence y el conde Oxford tiraban hacia el noreste. Para delicia de los rebeldes, que no las tenían todas consigo, Shrewsbury y Stanley cumplieron sus promesas y se les unieron. Cuando llegaron a Coventry, su ejército era más que respetable.

Eduardo, cabalgando hacia el sur, más concretamente hacia Nottingham, donde todos los estrategas apostaban que se produciría el encuentro, estaba hasta hipotenso. Estaba convencido de que su ejército era más poderoso y, además, había llegado a la conclusión de que su oponente y otrora amigo, Warwick, no era tan bueno como creía en el campo de batalla. Se paró en Doncaster a tomar unos cuantos porridges, mientras hacía tiempo para que Montagu le alcanzase con las tropas reclutadas en el Norte. De hecho, estaba con sus nobles sentado a la mesa cuando un tembloroso heraldo llegó a su presencia y le anunció la bomba: Juan Neville se había declarado partisano de Enrique VI. No sólo no se le uniría, sino que venía bajando por la cuesta para darle de hostias.

A la luz de estos acontecimientos, creo yo, se explica la demora de Eduardo en marcharse de York. Como se explica que, cualesquiera que fuesen los apaños que hizo en esa estancia, fueron insuficientes. Hay que entenderlo. La pérdida que había sufrido Montagu con la cesión del condado de Northumberland había sido brutal. Para que nos entendamos: es como si mañana Pedro Sánchez (Eduardo) llegase a un acuerdo con Inés Arrimadas (los Percy) tras el cual ésta disolviese Ciudadanos a cambio de ser la número 2 por Madrid en las listas del PSOE. ¿Qué cara se le quedaría a José Luis Ábalos (Montagu)?

Montagu, un militar más que capaz, se acercaba con un ejército muy compacto y disciplinado, mientras que Eduardo tenía el problema de que las tropas de los nobles que le eran fieles estaban dispersas y algunas, de hecho, demasiado lejanas. En esa situación, todo lo que le quedaba era huir de Doncaster. Pero si huía de Doncaster ya no sería hacia Nottingham puesto que allí, las tropas que estaban llegando para formar parte de su ejército, en cuanto supiesen de su huida, se dispersarían; y comenzaría el típico rosario de nobles que se declararían amigos de toda la vida de Warwick.

Lo que le quedaba, pues, era salir de Inglaterra cagando melodías.

Así las cosas el rey y los que le pudieron acompañar en su salida de Doncaster tiraron hacia el sureste, hacia Lincolnshire; evitaban, pues a Montagu en el norte, y a Warwick en el suroeste. En plena oscuridad cruzaron el Wash en unas barcas y, a última hora del domingo, 30 de septiembre, llegaran a King’s Lynn. Allí, Earl Rivers les consiguió tres barcos con los que, algunas horas después, salieron hacia la costa borgoñona, de casada Países Bajos. En el agua, una flotilla de barcos hanseáticos localizó los barcos y decidió perseguirlos, aunque al llegar a la costa holandesa fueron protegidos por el gobernador borgoñón, Luis de Gruthuyse, que conocía a Eduardo por haber sido embajador en Londres. El 11 de octubre, Eduardo llegó a la residencia de Gruthuyse en La Haya.

Como es lógico, aquel violento cambio de tornas, en el que el perseguidor se había convertido en perseguido en apenas unas semanas, sino días, provocó el colapso de la Inglaterra eduardiana. La reina, que estaba en la Torre, se acogió a sagrado en Westminster, donde, el día 2 de noviembre, dio a luz al primer hijo varón de Eduardo IV. En una situación de caos total, las prisiones fueron abiertas y, lo que es peor, patotas de gentes de Kent, pretendiendo agitar la bandera de Warwick, entraron en Londres y comenzaron a robar hasta las colillas. Sir Geoffrey Gate, prisionero en la Torre, se convirtió inmediatamente en guardián de la misma.

El 6 de octubre, Warwick entraba en Londres, acompañado por Clarence, Shrewsbury y Stanley. Fueron a la Torre, se postraron ante el emérito Enrique VI, y lo des-emeritaron: de nuevo, se sentó en el trono de Inglaterra.

Como suele pasar siempre, contra Franco todo eran solidaridades, pero una vez que Franco ya no estaba, aparecían las diferencias. La coalición que había ascendido al poder inglés era una coalición Frankenstein, con intereses muy distintos, cuyo principal reto era mantenerse en pie (como le pasa siempre a todas, y todas son todas, las coaliciones Frankenstein). El principal problema era cómo casar los intereses de Clarence con los de Margarita de Anjou, pues ambos aspiraban a consolidarse en la dinastía reinante.  Más allá, ¿qué pasaría cuando Eduardo Beaufort, duque de Somerset, o Enrique Holland, duque de Exeter, ambos fieros enemigos de Warwick y lancastrianos de las JONS de primera hora, regresasen al país al calor del regreso de su rey? ¿Se amigarían con su otrora enemigo, o no?

Eduardo, por su parte, tenía que actuar deprisa. Todo su crédito político para alcanzar la corona de Inglaterra habían sido las denuncias que había hecho en la persona de Enrique VI. Pero eso iba a durar muy poco, pues Eduardo, el hijo del rey, tenía ya dieciséis años; así pues, las probabilidades eran muchas de que Margarita, una vez en Inglaterra, forzase la coronación directa de su hijo, es decir, formalmente no se produciría la restauración de Enrique como rey de Inglaterra. Es como que has dedicado toda tu vida a atacar a Pablo Iglesias, y un día Pablo Iglesias se va y lo sustituye Pitingo (o Pitinga; perdón por el micromachismo).

El segundo gran problema de Eduardo era que su cuñado, Carlos de Borgoña, el único monarca que le podía ayudar, ni siquiera quiso recibirlo en audiencia privada. Para Carlos, ahora mismo su prioridad era tratar de salvar los muebles de la tradicional alianza anglo-borgoñona. Eduardo no le servía de nada si no se sentaba en el trono.

Es cierto, sin embargo, y lo es más que nunca en el caso de la geopolítica internacional, que casi siempre que se cierra una puerta se abre una ventana; por eso en la política internacional hace siempre un frío de la hostia. Por mucho que porfió Carlos, el conde de Warwick, que lógicamente se lo debía todo al apoyo de Luis XI de Francia, le tuvo que decir que no, y que no, y que no. Luis había sido lo suficientemente astuto como para insinuarle a Neville que, si la guerra contra Borgoña salía bien, no tendría problema en cederle a Inglaterra Holanda y Zelanda; Warwick salivaba soñando con una posición estratégica de pleno dominio de ambas costas del Canal. Pero, claro, cuando más proclive se mostraba Londres a participar en una campaña anglo-francesa contra Borgoña, más inclinado estaba Carlos a hacerle caso a Eduardo el exiliado.

El 3 de diciembre de 1470, Luis de Francia publicó un manifiesto que venía a ser casi una declaración de guerra en toda regla contra Borgoña; apenas unos días después, Carlos aceptó reunirse con Eduardo. En aquella entrevista, el duque de Borgoña le garantizó al inglés una importantísima suma de dinero, del orden del 20.000 libras; si bien le dejó claro que, oficialmente y cara a la galería, seguiría mostrándose frío y distante con su causa. En las semanas siguientes, Eduardo adquirió varios barcos y alquiló soldados en Veere, en la isla de Walcheren, bajo la atenta mirada de los espías de la Corte inglesa. Warwick, informado de todo ello, tomó sus propias medidas, ordenando varias levas: en el norte a Montagu, y en el resto de Inglaterra a cargo de sí mismo, de Clarence, de Oxford, y de Scrope of Bolton. Él mismo, Clarence y El Pilas se dedicarían a las levas en Gales y las Marcas. Como puede verse, en realidad el nuevo régimen lancastriano, lejos de tener de amplia base noble, era cosa de cinco o seis colegas. On top of that, los nuevos gobernantes no quisieron afrontar el problema de opinión pública inherente al gesto de dirigirse al Parlamento para pedirle dinero. En la práctica, esto significaba que la flota inglesa, al mando del bastardo de Fauconberg, no tenía medios para realizar un bloqueo eficiente. La única manera de financiar la flota, de hecho, era permitirle realizar actos de piratería. Fauconberg se especializó en los barcos que con mayor probabilidad de éxito podía atacar, que eran los bretones. Sin embargo, eso, finalmente, le traería mala suerte a la causa lancastriana, puesto que los bretones solían contraatacar y, de hecho, en el momento crucial, cuando Fauconberg debería haber estado pendiente de los barcos de Eduardo, en realidad estaba respondiendo a un ataque bretón o britontack.

Eduardo tenía prisa. De hecho, se hizo a la mar incluso antes de que Margarita lo hiciese, y eso que la mujer de Enrique tenía una prisa de la leche por llegar a Inglaterra y controlar a Warwick del que, obviamente, no se fiaba. y coronar a su churumbel.

En efecto, el 2 de marzo de 1471, Eduardo IV se embarcó en Flesinga. Contaba con 36 barcos y 1.200 soldados, más o menos; claramente, contaba con que, al llegar a Inglaterra, habría gente que se le uniría, pues con esa fuerza no tenía ni para tomar el control de un restaurante de Angus Steak. Al final de la tarde del día 3, después de una absurda travesía con el viento en contra que es la mejor demostración de lo encelado que estaba el ahora emérito, Eduardo podía ver la costa de Cromer, en Norfolk. Envió una barca con algunos soldados para ver cómo era el ambiente allí; los soldados fueron al pub del puerto, se tomaron unas pintas, navegaron un rato por internet, hicieron unas preguntas, y recibieron respuestas lo suficientemente claras como para volver al barco y decirle a Eduardo que sería mejor idea graparse el escroto al párpado izquierdo que desembarcar allí. No se equivocaban. Eduardo había escogido Norfolk porque el duque de ídem le era muy parcial; pero el duque llevaba días bajo custodia ordenada por Warwick.

Así las cosas, Eddie decidió navegar hacia el norte. Sin embargo, en dicho trayecto no hizo sino encontrar galernas que dispersaron los barcos; galernas que se quedaron allí unos cien años más esperando a la Armada. El jueves 14 de marzo, finalmente, logró atracar en Ravenspur; una especie de metáfora histórica, puesto que en el mismo sitio había desembarcado Enrique IV para ser rey.

Con la tormenta, sin embargo, gran parte de las fuerzas de Eduardo se habían dispersado. El ex rey tenía 500 hombres y la compañía de Lord Hastings, su chambelán. Poco más. La primera noche tras tocar tierra la pasó en una pensión cuatro arañas. En las siguientes horas y días, fue teniendo noticia de los barcos perdidos que, poco a poco, se acercaban para unírsele; pero, sin embargo, se encontró con que el entusiasmo local por su causa brillaba por su ausencia. El capitán Martín de la See estaba formando una fuerza para intentar acorralar a los eduardianos en Holderness y, por lo general, los paisanos locales, oliéndose quién estaba en condiciones de ganar la batalla, preferían apuntarse a esa leva.

En ese momento, Eduardo, de acuerdo con los capitanes, decidió repetir la jugada de Bolingbroke en 1399: anunció que él no había desembarcado para reclamar la corona, sino sólo el ducado de su padre; y anunció también que el conde de Northumberland apoyaba su petición. El anuncio, hecho en tierras de clara dominación Percy, funcionó: De la See disolvió su ejército.

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