Un rey con dos coronas, y su pastelera señora
La puerta que abrió Jack Cade para Ricardo de York
El yorkismo se quita poco a poco la careta
Los Percy y los Neville
Ricardo llega a la cima, pero se da una hostia
St. Albans brawl
El nuevo orden
Si vis pacem, para bellum
Zasca lancastriano
La Larga Marcha de los York/Neville
Northhampton
Auge y caída del duque de York
El momento de Eduardo de las Marcas
El desastre de Towton y los reyes PNV
El sudoku septentrional
El eterno problema del Norte
El fin de la causa lancastriana
La paz efímera
A walk on the wild side
El campo de la cota abandonada
Los viejos enemigos se mandan emoticonos con besitos
El regreso del Emérito, y el del neo-Emérito
Rey versus Rey
The Bloody Meadow y la Larga Marcha Kentish
El rey que vació Inglaterra
Iznogud logró ser califa en lugar del califa
La suerte está echada. O no.
Las últimas boqueadas
Una vez superado el primer obstáculo, Eduardo decidió no ir a Londres. El viaje hacia la capital debía de hacerse parcialmente en barco de nuevo, y eso presentaba diversos problemas que era mejor evitar. Por eso tomó la dirección de York. Camino de la ciudad, otra villa, Hull, le negó la entrada. El 18 de marzo estaba aún a una pequeña distancia de su destino; Tomás Conyers, autoridad local, se le aproximó y le informó de que lo mejor era que no intentase entrar en la ciudad. Si trataba de entrar, le dijo, podría ser rechazado; y si conseguía hacerlo, lo más probable es que en la ciudad se le estuviese preparando una celada. Eduardo, sin embargo, no escuchó ese consejo; en realidad, no podía escucharlo. No le quedaba otra que no retroceder y, además, puesto que formalmente sólo quería recuperar su noble categoría, la ciudad no podría poner demasiados reparos a su entrada en el casco urbano, por así decirlo.
Finalmente, más o menos como
Conyers le había advertido, las autoridades locales le comunicaron que podía
entrar en York, pero siempre y cuando se hiciese acompañar apenas por una pequeña
escolta de menos de veinte hombres. Las trazas eran muy claras. Pero Eduardo
aceptó el gambito. Entró en la ciudad prácticamente desprotegido y desarmado y
se presentó ante el alcalde y los concejales, a los que trató de engatusar con
su labia. Funcionó, cuando menos parcialmente, puesto que la ciudad mejoró la
situación de las tropas que acompañaban a Eduardo aunque, eso sí, a condición
de que marchasen en veinticuatro horas.
Así pues, Eduardo puso marcha
hacia el sur. Iba hacia las Midlands, el territorio donde su aliado Lord
Hastings tenía mayor influencia y, por lo tanto, la probabilidad de allegar
tropas era mayor. El 20 de marzo llegó al castillo de Sandal, en Wakefield; el
teatro de la muerte de su padre. Montagu estaba apenas a diez kilómetros, en
Pontefract, pero no hizo nada por hostilizarlo. En gran parte, esta inanidad
encuentra su razón en que el conde de Northumberland decidió permanecer
absolutamente neutral respecto de lo que estaba pasando; en una tierra como
aquélla, en la que la voluntad de los Percy era ley, eso significaba que las
posibilidades de levantar tropas contra el avance de Eduardo eran nulas. Percy,
claramente, estaba jugando ahora la carta de Eduardo, probablemente mosqueado
ante la perspectiva de que los Neville se hiciesen con el poder en el país a
través de Warwick. Sin embargo, le ayudó a través de la neutralidad porque
alzarse en su favor habría sido droga dura, ya que habría supuesto poner bajo
las órdenes de Eduardo a muchos soldados cuyos padres habían muerto luchando
contra él en Towton.
Las circunstancias, por lo tanto,
permitían a Eduardo vivir para luchar un día más; pero, al mismo tiempo, lo
colocaban en una situación en la que lo que él había esperado, esto es, incrementar su ejército con nuevas aportaciones, se resistía a ocurrir. Tuvo
que esperar hasta llegar a Nottingham antes de comenzar a recibir refuerzos que
pudiesen considerarse tales cuando se reunió con Sir Guillermo Parr y Sir
Jacobo Harrington. En ese momento, sin embargo, los lancastrianos estaban ya en
Newark con 4.000 hombres; el duque de Exeter, el conde de Oxford y Lord
Beaumont habían hecho un buen trabajo en la Inglaterra oriental reclutando
personal. Eduardo marchó hacia Newark, pero antes de que llegase se produjo una
de esas victorias campeadoras sin un tiro: su mera fama de ser alguien sin
escrúpulos en el castigo hizo que, horas antes, Exeter y Oxford se marchasen
del lugar, dejando a sus tropas a su bola.
Así las cosas, el 25 de marzo
Eduardo cruzó el Trent y, en Leicester, se reunió con Hastings, con lo que pudo
decir que ya controlaba un ejército más que potable.
Durante todo ese tiempo, Warwick
había estado en las Midlands, reclutando personal. Pero escogió no enfrentarse
a Eduardo, y yo creo que la hipótesis más plausible es que actuó así porque no
se fiaba de la actitud final de Clarence. El 27 de marzo, se encastilló dentro
de las murallas de Coventry; Eduardo llegó dos días después. En el momento en
que el emérito se colocó a su vista, Warwick estaba esperando los refuerzos de
Montagu, Oxford, Exeter y Clarence. Eduardo trató de evitar parte de esta
reunión el 3 de abril atacando a Exeter y Beaumont en Leicester, pero no
consiguió parar el avance. Por su parte, Montagu y Clarence llegaron a
Conventry sin problemas. Sin embargo, en ese momento se harían evidentes los
temores de Warwick, pues es muy probable que, para entonces, Clarence ya
hubiera decidido traicionarle.
Los dos hermanos se encontraron
en Bambury Road. Clarence, llegado a la presencia de Eduardo, se hincó de
rodillas, y Eduardo negó el gesto. Inmediatamente después, los nobles de ambas
embajadas comenzaron a abrazarse y amigarse. Una vez cumplidas las formalidades
de revista de tropas y tal, ambos ejércitos marcharon contra la ciudad donde
estaba Warwick.
Clarence, finalmente, había
jugado su carta. O, mejor debemos decir, Warwick, quien ya he comentado que da
toda la impresión de ser un buen estratega militar pero un mediocre político,
nunca fue capaz de encontrar una solución practicable para el gran agujero
negro que dejaba su alianza con Margarita de Anjou: el hecho de que su rebelión
había comenzado por prometerle a Clarence que sería rey de Inglaterra, pero
ahora todo pasaba por apartarlo de la Corona. Días antes del encuentro con su
hermano, y tal vez informado ya de las decisiones de éste, Eduardo, en Warwick,
había desechado su disculpa formal de que sólo venía a reclamar su noble
condición, y se había hecho proclamar rey.
Las cosas, sin embargo, todavía
estaban en el alero. Aun sumando las fuerzas de ambos hermanos, Eduardo no
podía soñar con asaltar Coventry, ni tampoco tenía medios para asediarla. Por
eso, el 5 de abril levantó su campamento y comenzó a marchar hacia el este,
hacia Londres. Tomó la vía entonces más rápida (vía Daventry, Northhampton,
Dunstable y St. Albans), consciente de que Warwick, que llevaba un importante
tren de artillería con él, no podría seguirle si corría.
Cuando se supo de la cercanía de
Eduardo en Londres, la ciudad, literalmente, no supo qué hacer. Eduardo le
mandó una carta a las autoridades de la ciudad ordenándoles que detuviesen al
rey Enrique y lo mantuviesen en custodia hasta que llegase él, mientras que
Warwick les escribió ordenándoles mantener la ciudad a toda costa. Una tercera
comunicación informaba de que Margarita había salido de Francia el 24 de marzo,
así pues, aunque el viaje había sido complicado, era esperada en la ciudad de
un momento a otro. La situación se complicó más aun el día 8, cuando los dos
lancastrianos más prominentes presentes en la ciudad: Edmundo Beaufort, duque
de Somerset, y Juan Courtenay, la abandonaron, ante lo indefinido de la
situación y porque, siendo como eran fieles a Margarita, preferían ir a su
encuentro que defender Londres para Warwick. Así las cosas, la ciudad quedó en
manos de Jorge Neville, el arzobispo de York y hermano de Warwick.
Warwick necesitaba que su hermano
el cura mantuviese a Eduardo a raya dos o tres días que necesitaba él para
llegar a la ciudad. Jorge Neville intentó más o menos la misma jugada que los
comunistas en Barcelona al final de la guerra civil española, cuando Negrín lanzó sus trece puntos; contestaron con un desfile militar por la ciudad
para tratar de demostrar a todo el mundo que contaban con fuerza suficiente
para resistir. Lo mismo hizo Neville con un desfile lancastriano en el que
incluso hizo particular al rey Enrique. Sin embargo, el tiro le salió por la
culata. Al parecer Enrique estaba pobremente vestido y ofrecía un aspecto
desolador. El consejo de la ciudad acordó que no se opondría a la entrada de Eduardo.
El 10 de abril, Eduardo estaba en
St. Albans, y Jorge Neville le ofreció los términos de una rendición. El
emérito, sin embargo, como Franco al final de la guerra civil, ya no quería
componendas. La situación estaba tan de su lado que aquella misma noche, horas
antes de que él entrase en la ciudad, sus parciales ya tenían el control de la
Torre.
Tras ir a echarse unos rezos a
San Pablo, Eduardo marchó al palacio del obispo al encuentro de Enrique. Ambos
reyes se dieron la mano y el que formalmente lo era de Inglaterra todavía se
limitó a decir que esperaba que bajo la protección de Eduardo su vida no
corriese peligro. Eduardo le prometió que conservaría el gañote y lo mandó a la
Torre, junto con el arzo y otros lancastrianos. Luego se fue a Westminster,
donde el arzobispo de Canterbury, en una ceremonia resumida, lo coronó. Allí,
cabe recordar, estaban su mujer y su hijo, quien de hecho había nacido en la
abadía.
Warwick, sin embargo, estaba ya
en St. Albans. Para Eduardo, lo fundamental era que la batalla se produjese lo
antes posible, para así impedir la reunificación de los ejércitos de Warwick y
Margarita. En esto tuvo suerte, puesto que también era el deseo del propio
Warwick. La principal lección que había sacado el conde de la defección de Clarence
era que él mismo podía encontrarse en la misma situación en algún momento. El
conde se había dado cuenta de que en una Inglaterra dominada, como regente in pectore, por Margarita de Anjou, el
papel que se le reservaba a él no era, ni de lejos, el que él creía merecer. Su
única opción era que poder exhibir, a la llegada de la de Anjou a Londres, el
mérito de haber vencido él solo a
Eduardo de York.
El 13 de abril, Sábado de Gloria,
Eduardo emplazó parte de su ejército en St. John’s Field. A las cuatro de la
tarde comenzó a marchar hacia St. Albans. Con él estaban Ricardo de Gloucester,
Clarence, Hastings, Rivers y otros nobles. Warwick, por su parte, estaba
acompañado por Montagu, Exeter, Oxford y Beaumont. Los historiadores suelen
estar de acuerdo en que Warwick tenía la ventaja del número.
En medio de la oscuridad, puesto
que ya era de noche, el ejército de Eduardo atravesó la villa de Barnet, donde
el York se negó a parar, y avanzó hacia las posiciones de Warwick. Fue un
movimiento valiente, pero un poco gilipollas. Tal y como sus capitanes estoy
seguro que le insistieron, la falta de luz garantizaba que los eduardianos no
pudieran saber a ciencia cierta dónde estaba el enemigo, lo cual era peligroso.
Dicho y hecho: cuando llegare la luz, se darían cuenta de que estaban demasiado
cerca.
Warwick comenzó a bombardear las
posiciones de Eduardo ya en la noche, aunque las balas normalmente pasaban de
largo, a causa de lo cerca que estaban un ejército del otro. Eduardo,
inteligentemente, ordenó a su artillería que no contestase el fuego, para mantener
a su enemigo en el error.
El plan de Eduardo era atacar con
las primeras luces del día, en medio de una espesa niebla, buscando anular la
ventaja artillera de Warwick y dejarlo todo en manos del enfrentamiento
directo. Por lo tanto, a eso de las cuatro y media, haciendo sonar las
trompetas, su tropa comenzó a avanzar.
El problema, sin embargo, es que
en la confusión de la noche los dos ejércitos no se habían situado frente a
frente, sino más bien en diagonal. Por esta razón, cuando el avance se produjo,
el flanco izquierdo de Eduardo, que estaba más hacia el centro de lo que
pensaba por así decirlo, fue fácilmente parado por el derecho de Warwick al
mando de Oxford. Ese flanco izquierdo se dispersó muy pronto, y sus soldados
salieron corriendo, hacia Barnet primero y Londres después, adonde acabaron por
llegar contando que Eduardo había sido derrotado.
La espesa niebla, para colmo, le
impidió a Eduardo ser consciente del derrumbe de su flanco izquierdo. Allí
nadie podía saber lo que estaba pasando en cualquier otro lugar que no fuese
aquél que ocupaba.
En el ala derecha de Eduardo,
izquierda de Warwick, las tornas eran exactamente las contrarias: eran los
eduardianos los que iban ganando. Sin embargo, Warwick consiguió que su flanco
no se derrumbase, así pues no dejó de luchar. Las cosas pintaban sobaco de
grillo para Eduardo, pero en ese momento tomó una decisión crucial: desplazar
su flanco derecho hacia el centro de la batalla y tratar de ganarla allí.
Le funcionó.
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